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El amor sin barreras (Tres aspectos de la vida)




Enviado por Theodoro Corona



  1. La
    entrega
  2. La
    transparencia
  3. El
    pecado

I Parte

La
Entrega

Cuando nos entregamos a Cristo no podemos cavilar en
tiempo, peso, ni medida; significa que la entrega es sin
miramientos, porque debe ser una entrega en caliente que nos
permita ser testigos vivos y lúcidos ante su doctrina; que
brilla más que el sol, es decir, que es luz permanente e
imperecedera para el mundo. Antes de asumir el compromiso -que
observo ineludible- debemos saber que el mismo es a tiemplo
completo, teniendo como orden del día la renuncia a todo
aquello que entorpezca nuestra filiación con Cristo; lo
que el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) deja
asentado como única verdad:" … el hombre ha sido creado
por Dios y para Dios…"(I, 27) Pero el hombre encuentra y
desarrolla un rol en la vida ordinaria, en el mundo de todos los
días, en el mundo donde nos anclamos a la familia, a la
profesión, al trabajo, a la sociedad, en fin, a la
cotidianidad que no nos impide, por supuesto, esa entrega de la
cual les hablo al comienzo. Y es que debemos tener en cuenta dos
cosas importantes en nuestra presencia en el mundo

• Somos libres

• Estamos comprometidos

Pudiera verse en esta posición una
contradicción, pero y, antónimamente, en realidad
una es complementaria de la otra, veamos. Fuimos creados libres y
esa libertad la manifestamos en todos los estamentos de la vida.
Desde que salimos del vientre de la madre, ejercemos una libertad
biológica, pues somos ya cuerpo separado, es más,
ya antes éstas funciones biológicas se
cumplía en el seno de la madre, pero estábamos
albergados en esa especie de capsula milagrosa que nos
permitió el desarrollo embrionario hasta convertimos,
pasado el tiempo necesario, en la persona que somos. Cumplimos
una etapa de dependencia por no poder valernos por nosotros
mismos, y cumplida ésta se sueltan las amarras para la
libertad, la que ejercemos a cabalidad, misma que debe ser
necesariamente responsable. Este sólo hecho hace del
"compromiso" una acción complementaria de la libertad que
no se puede practicar en términos absolutos, pues ella se
debe y se condiciona a normas, procedimientos y exigencia de
carácter ético-moral que hacen que la libertad, sea
un ejercicio responsable del hombre. Por ello nos dedicamos a
disimiles tareas que cumplimos según nuestra preferencia,
y dejamos por asentado el hermoso desarrollo humano que nos ha
permitido ir evolucionando y superando cada día
más. Todo esto nos hace hombres de un "…mundo que no es
malo, porque ha salido de las manos de Dios," "…somos los
hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y
nuestras infidelidades" (San Josemaría Escrivá Amar
al Mundo intensamente. 114, pág. 30, Edición
Universidad Monteávila)

Y esa misma libertad nos compromete con el Creador,
porque "La más alta razón de la dignidad humana
consiste en la vocación del hombre a la comunión
con Dios" (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes. 19.1) Nuestra
entrega a Cristo sin apartarnos del mundo debe poseer una
cohabitación que haga de los quehaceres una más
ferviente entrega; es decir, honrar y engrandecer nuestro
compromiso a través de ese sudar de la fe en un mundo
bonito como lo ha hecho Dios. ¿Paradójico?
¿Infantil? ¿Poco realista? ¿Un
autoengaño?, a las cuatro inquisitivas interrogantes que
me formulo, tengo que responderles con un ¡no! contundente.
San Agustín decía que "Dios está por encima
de lo más alto que hay en mí y está en lo
más hondo de mi intimidad" Lo que no negaba la existencia
misma de San Agustín -como persona en el mundo- sino, en
contrario, observo, que se reafirmaba esa misma presencia, por lo
que Dios era su preeminencia.

Al reconocer este modelo que nos sugiere San
Agustín, todo nos indica cuán grande es la
prioridad que debe plantearse el hombre frente a Cristo. Pues
"…si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra,
nadie puede abrir" (Ap. 3, 7); "…hay muchos proyectos en el
corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se
realiza" (Pr 19, 21; citado por el CIC 303)

En esa economía de la fe está el hombre
intensamente comprometido ya que "…pues si el hombre puede
olvidarse de Dios e incluso rechazarlo" (Trino Valera Angulo,
cometario del CIC), pero "Dios no cesa de llamar a todo hombre,
para que viva y encuentre la dicha" (núm. 39) Por lo
tanto, estar comprometidos no significa -al igual que estar
"anclados"- una controversia que le dificulte al hombre su
posicionamiento integral del mundo. El es dueño del mundo,
Dios lo ha dispuesto de esa manera, y el hombre ha venido dando
repuestas correctas e incorrectas, pero tomando decisiones que es
lo que al fin y al cabo le corresponde, en ejercicio pleno de su
libertad. Pero el hombre sabe que tiene ir mucho más
allá, porque no basta decir "yo lo hice…, yo asumo la
responsabilidad"; no es criterio de Dios decir "…yo soy
dueña de mi cuerpo…, yo decido…, por el ser humano que
llevo dentro mí", etc. La vida y la libertad son mucho
más serias que el simplemente "aceparme como soy", porque
debemos recordar que tenemos que ir hacia nuestra
perfección. "…sean ustedes perfectos como es perfecto el
Padre de ustedes que está en el Cielo (Mt 5,48) Porque
hemos de tomar la libertad en sentido positivo, ya que
estancarnos, dejar de crecer, de progresar, es un mentís a
la propia libertad que pudiera colaborar para perdernos en el
camino; negarnos la posibilidad de imitar a Cristo en su
santidad, meta que debemos perseguir. Ser santos, por lo tanto,
es un compromiso. No para vanagloriarnos –actitud humana-, sino
para lograr nuestra salvación, que bien cara ha pagado
Nuestro Señor Jesucristo. "Porque Dios no nos dio un
espíritu de timidez, sino un espíritu de fortaleza,
de amor y de buen juicio" (Segunda carta de Pablo a Timoteo, 7)
¿Cómo, pues, hemos de conducirnos?
¿Cuán conscientes estamos de esta verdad
ineludible? Sin duda que son preguntas que nos mueven a un
accionar activísimo ante la verdad que tenemos por
delante, ante el compromiso como hombres de proyectos, apegados a
la voluntad de Dios, y que hemos de asumir con valentía.
Nada fácil la hemos de tener, y lo sabemos, pues ya el
propio mundo se ocupa de hacer la carga un poco más dura,
cuando tenemos que afrontar modelos que no debían existir,
porque estamos trabajo por un alcance común. Pero somos
llamados a ser discípulos y profetas -nos lo dice el
bautismo cristiano- y es así como somos testigos e
intérpretes de la voluntad de Dios en situaciones
concretas. Bien nos lo recuerda el Concilio Plenario "Toda
escritura es inspirada por Dios y útil para
enseñar, para argumentar, para corregir y para educar en
justicia" (2 Tm 3,16) "Viva es la palabra de Dios y eficaz y
más cortante que espada alguna de dos filos" (Hb 4,12)
(Concilio Plenario de Venezuela, 1998. Documentos Conciliares,
Introducción, pág. 31) Así hemos de
conducirnos -"…espada de dos filos"-, no con ambigüedades
ni dobles caras. El cristianismo tiene que asumirse con la verdad
que en su etimología quiere decir: honestidad, buena fe;
lo que debe ser el norte de nuestro accionar, aun cuando nos
cueste inconvenientes en los órdenes de la vida. Un
engaño mueve al pez al anzuelo y, aun cuando lo admitimos
como una herramienta de trabajo del profesional o aficionado de
la pesca, no es para el cristiano el instrumento que nos permite
evangelizar. Nosotros tenemos la Palabra de Dios, el Fiat del
cristiano. "Los evangelistas han conservado las dos oraciones
más explícitas de Cristo durante su ministerio.
Cada una de ellas comienza precisamente con la acción de
gracias. En la primera (cf Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23),
Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice porque
ha escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y
los ha revelado a los "pequeños" (los pobres de las
Bienaventuranzas). Su conmovedor "¡Sí, Padre!"
expresa el fondo de su corazón, su adhesión al
querer del Padre, de la que fue un eco el "Fiat" de su Madre en
el momento de su concepción y que preludia lo que
dirá al Padre en su agonía. Toda la oración
de Jesús está en esta adhesión amorosa de su
corazón de hombre al "misterio de la voluntad" del Padre
(Ef 1, 9). (CDLIC 2603) Por ello, y ante la interrogante de la
"verdad ineludible", se ve cómo está "El
Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha
ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los
ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un
año de gracia del Señor" (Lc 4,18; cf Is.
61,1-2)

Somos hombres de "El esplendor de la verdad", en efecto,
y como le "…compete siempre y en todo lugar a la Iglesia
proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden
social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos
humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales
de la persona humana o salvación del las almas"
(Código de Derecho Canónico, can. 74) Somos
llamados, y prestos hemos de estar, para ayudar al hombre -con la
protección y guía del Espíritu Santo– hacia
la verdadera libertad que lo haga dueño responsable de la
vida que le ha dado el Creador.

II Parte

La
Transparencia

Al iniciar ese recorrido fascinante por el mundo de la
Palabra de Dios, de la Vida, Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesús; de su presencia comprometida
con el Plan de Salvación, de redención del hombre;
cuando nos abocamos a un conocimiento y práctica
más íntimo de los Sacramentos; cuando tratamos de
manera filial, fina y amorosa a la Madre de Dios y madre nuestra,
la Santísima Virgen María; nos colma ese
conocimiento y satisfacción definitiva, de que somos
sacramentalmente, por medio del Bautismo, hijos predilectos de
Dios mismo. Cuando esto y otras cosas se suceden en nuestra vida,
es cuando nos percatamos que somos escogidos, apartados para lo
bueno, pedidos para el trabajo por el Reino y que podemos, en
definitiva, lograr la santidad. Pero, sin embargo, se nos exige
trasparencia en el entendiendo y comprensión de las
Sagradas Escritura, la tradición de la Iglesia, y la
siempre y constante búsqueda de la diversidad y pluralidad
de la evangelización, de la nueva evangelización
pedida por el beato Juan Pablo II, quien nos advierte, no
obstante, al comentar el Concilio Vaticano II que "…ante un
falso concepto de autonomía de las realidades terrenas: el
que considera que…" "las cosas creadas no dependen de Dios y
que el hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador"
(GS, 36) "De cara al hombre -continuo citando al Beato Juan Pablo
II, El Resplandor de la Verdad- semejante concepto de
autonomía produce efectos particularmente perjudiciales,
asumiendo en última instancia un carácter ateo:
"Pues sin el Creador la criatura se diluye…Además, por
el olvido de Dios la criatura misma queda oscurecida" (GS, 36) Ya
sobre este particular San Pablo dirigiéndose, en este caso
a Timoteo, fue exigente al indicarle de la siguiente manera sobre
los falsos maestros: "Al partir para Macedonia te rogué
que te detuvieras en Efeso; debías advertir a algunos que
no cambiaran la doctrina ni se metieran en leyendas y recuentos
interminables de ángeles. Esas cosas alimentan
discusiones, pero no sirven para la obra de Dios, que es
cuestión de fe." Para luego dejarnos como
conclusión que: "El fin de nuestra predicación es
al amor que procede de una mente limpia, de una conciencia recta
y de una fe sincera. Por haberse apartado de esta línea
algunos se han enredado en palabrerías inútiles.
Pretenden ser maestros de la Ley, cuando en realidad no entienden
lo que dicen ni de lo que hablan con tanta seguridad" (Pablo I a
Tim. 1- 7) Es por lo que con todo cuidado e intención
debemos acudir a una lectura diáfana que nos entregue esa
verdad que San Pablo dice debe proceder "de una mente limpia, de
una conciencia recta y de una fe sincera" Esa correspondencia
nuestra la debemos valorizar en la trasparecía conque
tratemos los asuntos del mundo, sin dejarnos fascinar por quienes
dicen que todo puede ser válido porque "así lo
quiere y ha dispuestos Dios, ya que nada se mueve sin su
autoridad" Esta conseja que se adueña de una verdad de
nuestro Creador, es manipulada para justificar acciones humanas
reñidas con lo más elemental de nuestra doctrina
moral y cristiana. Creo, y solicito el auxilio de Nuestro
Señor Jesucristo para que nos mantengamos en esa
línea, que tenemos en los Evangelios, primero, y luego en
al CIC, la dupla que nos permite un amplio fundamento trasparente
de nuestra fe. Sabemos que todo nuestro accionar tiene que estar
rubricado por la fe, y así nos lo hace saber el CIC "2087
–"Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe, en Dios que
nos revela su amor. San Pablo habla de la "obediencia de la fe"
(Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera obligación. Hace ver
en el "desconocimiento de Dios" el principio y la
explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1,
18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar
testimonio de Él"

Nuestro amor deviene de Dios y a Él hemos de amar
sobre todas las cosas, rechazando de plano toda
inclinación humana hacia el pecado de la
"adoración" de falsos dioses. Nosotros estamos en la
obligación de asumir ese conocimiento pleno de Dios que ya
se nos ha dado, es decir, no tenemos excusas para caer en la
negación del único y verdadero Dios de todos los
hombres. Es el primer mandamiento del "decálogo" que nos
conduce hacia la esperanza que junto a la caridad representa el
trípode necesario que sostiene nuestra relación con
Dios. Estamos allí ungidos por el Espíritu Santo,
desde el bautismo, que nos permite la vivencia de la esperanza en
Dios que fortalece esa aspiración divina de la
salvación, y por ende, de la santidad. Sabemos, por tanto,
que todo lo esperamos de Dios, de Cristo nuestro Salvador y en el
amor de la siempre Virgen María. No debe existir para el
cristiano la desesperación, ejemplos que nos dan el CIC, y
la presunción de que por nuestras propias fuerzas hemos de
encontrar la salvación. Sabemos que requerimos de la
gracia santificante, la Misericordia de Dios que se hace patente
cuando somos perdonados en el Sacramente de la Penitencia.
Sabemos, por otra parte y debemos estar consientes de ello, el
alto precio pagado por Nuestro Señor Jesucristo para
nuestra salvación, sería, por decir lo menos, una
ingratitud, además de una locura añado, el
perdernos la vida eterna al lado de nuestro Creador. Ese es el
primer acto de caridad de todo cristiano, trasmitido con amor
puro como pide San Pablo: en "…mente limpia…, conciencia
recta y… fe sincera" "No todos pueden llegar a ser ricos,
sabios, famosos…En cambio, todos –sí "todos"-
estamos llamados a ser santos. (San Josemaría
Escrivá; Surco, 125)

III Parte

El
Pecado

Muchos creen que hablar de pecado es cuestión de
viejitos rezandones o de quien quiere aguarles la fiesta o, por
último, quien quiere fastidiarlos sicológicamente
con el "virus" de la culpa. Pues lamento expresarles a quienes
así piensen que esa no es la idea, y para decírsela
clara e inteligiblemente: La idea es que todos estemos libre de
culpa para irnos a disfrutar de la vida eterna al lado de Nuestro
Señor Jesús, cuando así se decida en nuestra
vida temporal. Lo otro es decirles que el pecado "SI" existe, y
que el mismo es una carga negativa en nuestro mundo ¿Por
qué?, sencillamente porque el pecado es lo malo, lo
imperfecto, lo sucio, lo bajo, la injusticia, la falta de amor y
todo aquello que atente contra la dignidad humana. Quien no se
respeta así mismo comete pecado, quien miente comete
pecado; quien no cumple con sus obligaciones comete pecado, Pero,
como la lista se nos puede hacer larga tratemos de definirlo
rápidamente: "El pecado es una ofensa a Dios. Se alza
contra Dios en una desobediencia contraría a la
obediencia" (CIC, 1871)

Pecado (peccatum) es la transgresión voluntaria
de un precepto tenido por bueno. El concepto religioso aún
vigente de pecado como "delito moral" alude a la
trasgresión voluntaria de normas o preceptos
religiosos.

Dado que existen innumerables normas de este tipo,
existen innúmeros pecados, a los cuales se les asigna
mayor, menor o ninguna pena según las distintas creencias.
¿Se explica esto?, creo que más claro no lo podemos
precisar ¿Qué hacer? a) Confesar que todos somos
pecadores b) Ir al Sacramento de la Penitencia c) Dolernos del
pecado cometido d) Proponernos no volver a pecar e) Cumplir la
penitencia que te imponga el confesor ¿No es sencillo?
Beneficios: a) Tener un mundo mejor b) Vivir la vida temporal en
paz c) Estar siempre navegando sobre un lago limpio, dulce y
alegre, es decir, vivir en el amor d) Salvarnos e) Vivir la vida
eterna al lado del Señor Jesús.

Todos de una forma u otra tenemos un concepto de lo que
significa trasgredir, y sin necesidad de buscarlo en el
diccionario, diría que trasgredir es no cumplir con unas
nomas establecidas, hacernos los tontos frente a situaciones que
nos exigen reglas apegadas a virtudes por demás conocidas.
Pero la trasgresión convertida en pecado es ofender
directamente a Dios, que ha sido bueno con nosotros y no se
merece nuestras ofensas. Esa introspectiva, esa intimidad con un
aborrecimiento a la falta, es condición suprema para poder
reconciliarnos de corazón con Dios. Ir al Sacramento de la
Penitencia es lo que tenemos por delante para limpiarnos
-hacernos como niños– y entregarnos con fuerza de voluntad
a la voluntad de Dios. Decir de corazón a un Dios tan
bueno lo que su mismo Hijo nos enseñó: "…perdona
nuestra ofensas…", para refrendar nuestro arrepentimiento al
decir "…también como nosotros perdonamos a los que nos
ofenden…" Porque Dios nos da el perdón, pero
también nos pide perdonar, y dentro de ese perdón
estamos nosotros involucrados en primera persona, pues el
aprender a temerle a Dios con un temor santo, es, precisamente,
el estar arrepentidos y con el deseo de nunca más
ofenderlo. El que no perdona no vence el pecado, pues está
herido en su corazón que sangra rencor y resistencia de
ser personado. "El perdón no tiene otra razón que
el amor….", por lo que para Dios perdonar, Él que es
amor, es una condición innata en su divinidad. Por ello
hemos de pedir a Dios que nos alimente con esa sabiduría,
con ese sentir clemente y con esa aurora que alegra sus ojos al
ver, al contemplar a uno de su hijos que regresa a su hogar sano
y salvo. Comprender, finalmente, que somos servidores del hombre
por designio del amor del Padre, quien con toda pasión
permite que destaquemos y separemos lo bueno de lo malo,
así como separa el pescador de su red, los peces buenos de
los malos. No habrá temor, por lo tanto, ante ninguna
figura humana, por más poder que detente, al
señalar lo que le agrada al Padre y lo que le desagrada Y
al respecto quiero repetir lo que ya he dicho, el pecado, no se
ha abolido, los Diez Mandamientos no se han suspendidos y, mucho
menos, dejados de existir.

Para muchos está pasado de moda el
escándalo, esa figura que te hace testigo inadvertido de
un mal con el que se tropieza nuestra vida de forma ingrata e
indeseada. Marchitar, por ejemplo, la primavera de un niño
en su inocencia, es un pecado de tal irreverencia que
podrá tener perdón, porque Jesús claramente
comprometió su palabra, pero la pena, aquella que tiene o
posee todo pecado -perdonado o no- será terrible, pues se
comete la falta contra un niño, preferidos de Jesús
en su inocencia y en su paz. Los cristianos debemos hablar del
pecado sin que se nos quiebre la voz, pues es lo que realmente
separa al hombre de Dios. Y si algo debemos acometer quienes
estamos comprometidos con evangelizar, es hacerlo en esta grave
debilidad, pues la meta es abolir el pecado, perdonando al
pecador. Aborrecer el pecado, temer al pecado, odiar al pecado
que puede conducir a la condenación de las almas, es sin
duda alguna una acción diaria que hemos de acometer con
valentía. El pecado deforma toda relación humana y
la convierte en una gran mentira, sustentada por la ignorancia
más crasa sobre la gracia de Dios, que se da gratuitamente
como fuerza para luchar contra la más perversa actitud
humana. Pues todo pecado hace daño, aunque tratemos de
minimizarle y hasta reírnos de él. Por mucho que
hagamos nada limpiará de la conciencia la falta que
martillea día y noche hasta reconocerla como una forma
más de la soberbia humana frente a su creador.

Ira, pereza, gula, lujuria, soberbia, envidia y
avaricia; siete pecados, llamados capitales, son si los
analizamos uno a uno, el fracaso del hombre sobre hombre mismo,
es decir, sequías que evitan el florecer de la felicidad,
la calidad de vida, la frescura de la existencia. Y mire que les
estoy hablando de situaciones humanas; qué será
cuando les veamos como dañinas para el logro de la
salvación y, por ende, de la santidad. Vamos a detenernos
un momento en este Sexto Mandamiento, que para muchos "doctos" no
existe o le ignoran porque así les conviene, él nos
dice: "No cometerás actos impuros", y sin caer en lo
grotesco y pestilente de la trasgresión misma, apreciamos
que un acto impuro, es aquel que carece de pureza. Pero, no basta
dejarlo hasta aquí hay que ubicarlo y asentado con toda
firmeza, pues les recordé que uno de esos siete pecados
capitales, es la lujuria. Para hacernos fácil el tema,
vayamos a la definición gramatical de impureza y lujuria,
pues suelen complementarse el uno al otro en ciertas ocasiones.
Impureza: Sustancia o conjunto de sustancias extrañas a un
cuerpo o materia que están mezcladas con él
alteran, en algunos casos, alguna de sus cualidades… Lujuria:
Apetito sexual excesivo. Ahora veremos la impureza y la lujuria
unidas en un sólo acto, como pecado y falta contra un
mandamiento de la Ley de Dios: "El pecado de impureza consiste en
el abuso de la facultad sexual, esto es, en un empleo o
aplicación suya contraria a su sentido y finalidad. El mal
no está en el placer sexual como tal, sino en buscarlo
abusivamente y fuera del orden establecido por el Creador. Es
bueno el placer psíquico y físico causado por el
uso de la facultad sexual siempre que está dentro de ese
orden querido por Dios, al paso que es un "placer malo" cuando
resulta de su abuso voluntario, a causa del desorden que encierra
todo el acto.

El desorden implícito en el pecado deshonesto se
patentiza, por lo general, en que se busca el placer por
sí mismo y a toda costa. Por eso se puede decir con frase
concisa, aunque teóricamente poco exacta, que el pecado de
deshonestidad consiste en "la satisfacción moralmente
desordenada del placer sexual". Porque también puede haber
pecado de impureza cuando se abusa de la potencia sexual, no por
el placer que se disfrute, sino por cualquier otro motivo, como
por condescendencia entre enamorados, o por lucro, o por
curiosidad. Lo decisivo en la acción pecaminosa de
impureza es la disposición interior que le sirve de base.
Ésta puede consistir en una simple incontinencia; y
así la acción pecaminosa irrumpiría como un
auténtico pecado de debilidad, que, acarreando acaso una
grave culpa, viene a dejar ineficaces los mejores
propósitos generales" (La ley de Cristo II, Haring Herder,
Pag. 362)

La impureza, ya como pecado, altera la cualidad deseada
por el Creador para el acto sexual, el cual se cumple -hablando
lógicamente del ser humano- entre un varón y una
hembra, tal como fuimos creados y, como si fuera poco, nos
complementamos. En mi libro "Su Excelencia el Amor" destaco que:
"El sexo es una acción que puede ser entendida o
manipulada. Será entendida mientras comprendamos que somos
capaces de manejarlo con inteligencia y conductas amatorias
asertivas, y es manipulado cuando esa conducta se
enseñoree sobre cualquier otro afecto para pasar a ser
idolatrado." "Nada de comportamientos idolátricos para con
el sexo, pues nos devorará sin clemencia." (Pág.
11, Edición PR Editores, Madrid, 2011)

 

 

Autor:

Theo Corona

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