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Cartas a los muertos. Creencias egipcias sobre el regreso de los espíritus



  1. Espíritus
    luminosos
  2. Los muertos y los
    vivos
  3. Fórmulas
    mágicas
  4. Cartas a los
    difuntos
  5. Contenido de las
    cartas
  6. Carta a
    Ankhiry
  7. Bibliografía

El Más Allá, lugar de residencia eterna de
los difuntos, que los egipcios conocían como Amenti
(Occidente) o Duat, era para ellos un lugar que se situaba en las
alejadas regiones celestes del firmamento estrellado. Cuando el
hombre moría era juzgado y si obtenía una sentencia
favorable, es decir, si era considerado puro o justificado,
accedía a una nueva vida eterna, en fusión con los
dioses, en ese lugar considerado especialmente placentero poblado
de fértiles campos.

Espíritus
luminosos

Los difuntos justificados, convertidos en
espíritus luminosos, disfrutaban de una amplia libertad de
movimiento, de modo que a su voluntad podían ir y venir
tanto al Más Allá como al propio mundo de los
vivos. El fallecido, una vez producida su justa
resurrección, quedaba liberado de sus ataduras terrenas y
pasaba a ser dueño total de sí mismo y de sus
desplazamientos. Las fórmulas mágicas conservadas
en el "Libro de los Muertos" nos han transmitido las palabras
rituales que se debían pronunciar:

"Poseo el dominio de mi corazón, el dominio de mi
pecho, el dominio de mis brazos, el dominio de mis piernas, el
dominio de mi boca, el dominio de mi cuerpo… Marcho a grandes
pasos con el corazón alegre y corro como me
apetece".

Creían los egipcios que el espíritu del
difunto podía adquirir, a su voluntad, la forma que
deseara, ya fuese humana, vegetal o animal. Bastaba para ello que
conociera la fórmula mágica adecuada; diversos
conjuros permitían que el fallecido se transformara, por
ejemplo, en loto, fénix, garza, golondrina o
serpiente:

"Soy el loto puro -nos dice el capítulo 81 A del
libro – que sale llevando al Luminoso, el que está unido a
la nariz de Re. He descendido a buscarlo para Horus. Soy (el
loto) puro que brota de la pradera pantanosa"; en tanto que en el
capítulo 86 el difunto afirma que: "Soy una golondrina,
soy una golondrina, soy Heddet, hija de Re. ¡Oh dioses,
qué placentero es para mí vuestro aroma que brota
del horizonte!"

Los textos del "Libro de los Muertos" presentan un
amplio catálogo de conjuros dotados de un intenso poder
mágico gracias a los cuales el hombre resucitado
podía comunicarse con facilidad con el mundo de los vivos.
De algún modo, para los egipcios, el Más
Allá venía a representar, además de la
íntima fusión con los dioses, un paraíso
celeste en el que existía una amplia libertad de
movimiento para los espíritus iluminados.

Otros fallecidos, por contra, considerados impuros o
culpables en el juicio que presidía Osiris, quedaban
excluidos de la luz y lejos de fundirse con los dioses pasaban a
residir en un lugar tenebroso y ardiente en el que
recibían el justo castigo por su impiedad. Las penas que
sufrían, inmensas y despiadadas, no tenían
además posibilidad de redención, ya que a su
término habría de producirse lo que los egipcios
más temían: la aniquilación del ser y el
olvido total de la existencia del impuro.

Los muertos y los
vivos

Debido a esa firme creencia de que los difuntos
resucitados en la luz podían desplazarse a su voluntad
desde el Occidente al mundo de los vivos existía en las
tumbas egipcias lo que se conoce como estela de falsa puerta, que
era una puerta maciza, usualmente de piedra, que solamente
podía ser traspasada por el espíritu del fallecido.
Los seres de luz, dotados de poderes mágicos,
podían atravesar esas puertas de piedra y acceder a
nuestro mundo siempre que lo deseaban.

De ese modo, entre los egipcios y los difuntos
existían unas estrechas relaciones cotidianas en la medida
en que los vivientes eran conscientes de que estos
últimos, con solo desearlo, podían abandonar la
Duat y desplazarse por la tierra. No resulta por tanto
extraño, ante ese frecuente deambular de los
espíritus por Egipto, que a veces esas presencias llegaran
a causar problemas o molestias a los habitantes del valle del
Nilo.

Documentos antiguos nos han transmitido noticias de
difuntos que con su aparición producían inquietud
entre las gentes. Es el caso, por ejemplo, de Niut-bu-Semej,
espíritu que atormentaba a los habitantes de Tebas en los
tiempos de la dinastía XIX (Imperio Nuevo). Dado el temor
de las gentes tuvo que intervenir el Sumo Sacerdote de
Amón, gran mago, que utilizando sus poderes invocó
al fallecido, con el que pudo establecer contacto. En la
conversación con el espíritu, el sacerdote
comprendió que este se encontraba muy molesto debido a que
sabía que su tumba y su culto funerario habían sido
abandonados hacía ya mucho tiempo. El difunto, enojado, le
hizo saber que no podía entender ese olvido cuando
él había sido jefe de la Doble Casa de la Plata
(tesorero real) y general de los ejercicios del faraón
Mentu-Hotep (dinastía XI). El Sumo Sacerdote ordenó
que se localizara la tumba, haciendo luego que la misma fuese
restaurada y que se reiniciaran los cultos funerarios debidos al
difunto. Gracias a ello, el espíritu dejó de
manifestarse a los vivos y la paz retorno a Tebas.

Fórmulas
mágicas

Comentamos antes que el "Libro de los Muertos" contiene
multitud de fórmulas gracias a las cuales el difunto
justificado, transformado en lo que él desease,
podía desplazarse a su voluntad tanto por el Occidente
como por el reino de los vivos. Otros muchos conjuros del libro
nos hablan, igualmente, de esa amplia capacidad de movimiento de
los espíritus. A modo de ejemplo, la rúbrica final
del Capítulo 68 nos dice que "quien conozca este libro
podrá salir al día y pasearse por la tierra entre
los vivos y nunca jamás podrá perecer. Esto se ha
revelado eficaz millones de veces".

Existen multitud de fórmulas similares;
así, los capítulos 12, 13 y 17 nos ofrecen conjuros
para entrar y salir en el Más Allá, en tanto que
los capítulos comprendidos entre los números 64 y
74 contienen otras fórmulas que habrían de permitir
tanto salir del Más Allá o de la tierra como abrir
la tumba del fallecido. Otros textos diseminados por el libro
(así los capítulos 91, 92 o 132) permitían
que el alma no quedase retenida en el Más Allá o
que el difunto pudiera volver a ver su casa en la tierra. Veamos,
a modo de ejemplo, el texto del conjuro del capítulo 91
(Fórmula para evitar que el alma sea retenida presa en el
Más Allá), así como la rúbrica que
sigue al mismo:

"¡Oh tú que eres exaltado! ¡Oh
tú que eres adorado! ¡Oh tú, de alma
poderosa! ¡Alma grande en prestigio, que infundes miedo a
los dioses al manifestarte sobre tu gran trono! Abre el camino a
N. (nombre del difunto), a su alma, a su poder espiritual, a su
sombra, (que están) provistos de lo necesario. Soy un
bienaventurado llegado a la perfección: ábreme el
camino para ir al encuentro de Re y Hathor. (Rúbrica:
Quienquiera que conozca esta fórmula podrá
convertirse en un bienaventurado provisto de lo necesario en el
Más Allá. No será retenido prisionero en
ninguna parte del Occidente, ni a la entrada ni a la salida. Esto
ha sido verdaderamente eficaz millones de veces)".

Del mismo modo que los difuntos tenían a su
disposición multitud de fórmulas que facilitaban su
tránsito a voluntad por la tierra, hemos de entender
lógico que los vivientes, a veces atemorizados por las
molestias que esas presencias les causaban, utilizaran
también otros conjuros cuya finalidad perseguía que
el hombre no fuese atormentado por los espectros. En el Papiro
Mágico de Leyden encontramos uno de esos
conjuros:

"¡Atrás, tú que traes tu rostro, tu
alma y tu cadáver y vosotros, que embrujáis con
vuestros rostros y con vuestras imágenes! ¡Oh,
espíritu, muerto, muerta, enemigo, enemiga durante el
viaje de la noche! ¡Mirad a vuestro alrededor y
veréis al Señor del universo… Atum y a Uadyet en
la gran barca divina, al divino niño, señor de la
Verdad y la Justicia, compañero de Atum en la ruta
celeste, señor del cielo! ¡La tierra está en
llamas, el cielo está en llamas, los hombres y los dioses
están en llamas! Si recitas estos conjuros contra las
visiones malignas, los dioses vendrán con su verdadero
nombre y ellos te darán (en tu ayuda) las llamas del
horizonte. Decir estas palabras sobre la imagen que hay en este
libro, dibujada sobre un trozo de tela fina y colocarlas en el
cuello del hombre. Después ya no volverá a ver
espectros".

Cartas a los
difuntos

Existiendo tan estrechas relaciones entre los vivos y
los muertos podemos entender que en determinados momentos los
egipcios no dudaran en hacer llegar mensajes a sus difuntos,
escribiéndoles cartas que depositaban en las tumbas de sus
deudos fallecidos. Se han conservado varias de esas cartas, lo
que acredita que su emisión hubo de ser una costumbre
extendida.

Estos textos, que constituyen una singularidad que
distingue a la literatura egipcia, solían escribirse sobre
los recipientes cerámicos en los que se depositaban las
ofrendas dirigidas al fallecido; es también usual que se
utilizara como soporte la tela de lino o el papiro, sobre todo en
el caso de mensajes que tenían una mayor extensión.
Los primeros ejemplos de cartas a difuntos que se han conservado
son de los tiempos finales del Imperio Antiguo (dinastía
VI) y se cree que la costumbre debió extenderse cuando se
difundieron entre la población los cultos funerarios
propios del mito de Osiris.

Las cartas dirigidas a los fallecidos reposaban en una
doble creencia que imperaba entre los egipcios. De un lado,
pensaban que los espíritus, según hemos ya
comentado, eran seres luminosos que tenían poderes
mágicos y que gozaban de una gran movilidad, visitando la
tierra tantas veces como lo deseaban; de otro, atribuían
un inmenso poder creador a la palabra y, a fin de cuentas, a
través de las cartas conseguían fijar la palabra en
un soporte concreto (fuese un recipiente o una tela o papiro) y
gracias a los poderes mágicos de los sacerdotes que
llevaban a cabo los cultos funerarios conseguían
neutralizar los peligros por los que los remitentes se
sentían amenazados. Las cartas no se depositaban, sin
más, en la tumba, sino que además el sacerdote
llevaba a cabo rituales determinados que aseguraban que su
contenido cobrase un gran poder mágico y llegase a
conocimiento del difunto.

Contenido de las
cartas

A través de las cartas a los difuntos lo usual es
que se hiciera una petición o ruego al espíritu del
fallecido, del que, insistimos nuevamente, se pensaba que se
había convertido en un ser dotado de poderes especiales.
En estos casos, el destinatario del escrito era un
espíritu benéfico al que se solicitaba alivio ante
una enfermedad o ayuda para tomar una decisión o ganar un
pleito. No era inusual que en la carta, además de pedir el
favor del fallecido, se le amenazara con dejar abandonado el
culto funerario de su tumba en el caso de no acceder a
ello.

Otro tipo de cartas, por contra, se dirigían a
espíritus maléficos, que estaban causando
algún daño al remitente. En ese caso es frecuente
que además de reprochar al difunto su actuación se
le amenace con plantear un litigio ante el tribunal de los
dioses, todo ello para conseguir que el maleficio o las molestias
cesen.

En una de las cartas que se han conservado, que se ha
datado en los tiempos del Imperio Medio (dinastía XII), un
individuo de nombre Dedi se dirige a su hermano Intef, que en
vida había sido sacerdote. Al tiempo de hacerle una
ofrenda funeraria que consiste en diversos alimentos, Dedi pide
ayuda al espíritu de su hermano haciéndole saber
que una joven sirvienta, precisamente la muchacha que se encarga
del cuidado y mantenimiento de la tumba de Intef, se encuentra
enferma y temen por su vida. Dedi, que es consciente de que su
hermano se ha convertido en un ser de luz dotado de poderes
mágicos, ruega su intercesión para que la joven,
que lleva tiempo manteniendo la capilla del difunto en buen
estado, se recupere. Nuestro personaje, finalmente, temiendo que
su hermano no atienda su petición, incluye en el escrito
la amenaza de dejar abandonado el culto funerario de la tumba de
Intef en el caso de que este no se tome interés en ayudar
a la joven sirvienta. Reproducimos el contenido de la
carta:

"A propósito de la joven sirvienta Imiu que
está enferma. ¿Acaso no puedes protegerla durante
el día y la noche contra cualquier hombre o mujer que la
esté provocando su mal? ¿Acaso quieres que tu
capilla funeraria sea destruida y abandonada? ¡Lucha de
nuevo por ella, a fin de que tu capilla sea restaurada y se
viertan libaciones para ti! Si no obtengo tu ayuda, tu tumba
será destruida. ¿Acaso no sabes que es esa criada
la que mantiene tu capilla en buen estado en medio de los
hombres? ¡Lucha por ella, protégela!
¡Sálvala contra todo el que quiera dañarla!
Entonces tu casa y tus hijos serán establecidos, tus
peticiones serán bien escuchadas y atendidas".

Sobresale en la carta que Dedi cree que la muchacha
está enferma debido a que alguien, usando poderes
mágicos negativos, la está provocando el mal. En
estrecha sintonía con esa idea, Dedi piensa que Intef
está obligado a utilizar sus poderes como espíritu
luminoso para salvar a Imiu de aquellos que quieren
dañarla.

Carta a
Ankhiry

Fechada en el entorno de la dinastía XIX, esta
carta (Papiro Leyden, 371) contiene las quejas amargas que un
individuo dirige al espíritu de su esposa. De su contenido
se deduce que la difunta le viene recriminando algo que realmente
no se llega a exponer y el viudo, molesto ya que no se siente
culpable, la indica con claridad que se ha visto obligado a
presentar una acusación contra ella ante el gran tribunal
de la Enéada de Dioses que tiene su sede en el
Occidente.

"¿Qué crimen cometí contra ti, se
pregunta el individuo, para llegar a la miserable
situación en que me encuentro?, ¿qué es lo
que te he hecho?"

En la carta el viudo recrimina al espíritu de su
esposa que no sabe apreciar todo el bien que hizo por ella
mientras vivió, por lo que se ve obligado a escribirla
para que Ankhiry tome conciencia de los males que su
actuación le están provocando. Como vehículo
mágico de tipo material, es decir, como soporte de la
carta, escrita sobre papiro, se utilizó una figurilla
femenina en madera, recubierta de yeso y coloreada, sobre la que
se enrolló el escrito, depositándose todo ello en
la tumba.

Nuestro hombre, angustiado, insiste una y otra vez en su
carta en que mientras Ankhiry vivió cuidó de ella
con gran diligencia, no entendiendo la situación de acoso
en que vive, causada por el espíritu, por lo que ha
decidido presentar una petición de respaldo a los dioses:
"Voy a presentar -nos dice- un litigio contra ti con palabras de
mi boca ante la Enéada de Dioses que está en
Occidente, y se decidirá entre tú y yo …" Insiste
el viudo en que ya que "no permites que mi corazón se
reconforte seré juzgado contigo, y se discernirá la
maldad de la justicia"

En suma, viendo que Ankhiry no parece distinguir entre
el bien y el mal, su viudo ha tomado la decisión de que
sean los dioses los que decidan entre ella y él, que tras
cuidarla durante toda su vida no pudo sino llorar, nos dice,
tremendamente cuando conoció su muerte. Entonces, no
reparó en gastos para proporcionar las ropas de lino con
las que habría de ser ataviado su cadáver y no
permitió que ninguna cosa buena se dejase de hacer por
ella. Ankhiry, sin embargo, no solo no muestra ningún
agradecimiento por todos los desvelos que tuvo con ella en vida,
sino que además está usando sus poderes para
inquietar al pobre viudo, que vive una situación de temor
y angustia antes esas inquietantes influencias.

El escrito que esta persona desesperada dirigía
al espíritu de Ankhiry constituye un documento que reviste
especial interés en la medida en que nos permite
contrastar con claridad el modo en que la vida cotidiana en el
antiguo Egipto estaba profundamente influenciada por las
creencias sobre el mundo espiritual y por las frecuentes
relaciones que los egipcios tenían, gracias al intenso
poder de la magia, con los seres del más
allá.

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Autor:

Ildefonso Robledo
Casanova

 

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