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Las creencias de Petosiris, sacerdote de Thot



  1. Los
    persas en Egipto
  2. Religión y misticismo
  3. Inscripciones funerarias
  4. Inscripción de Sishu
  5. El
    camino de la vida
  6. Inscripción de
    Petosiris
  7. Cosmogonía de
    Hermópolis
  8. El
    poder de la palabra
  9. Bibliografía

La tumba de Petosiris, situada en la necrópolis
de Tuna el-Gebel, en las inmediaciones de la antigua Khmun
(Hermópolis), fue considerada en los momentos
tardíos de la historia de Egipto como un lugar
especialmente santo al que acudían peregrinos que
conservaban la memoria de un antiguo sacerdote de Thot cuyos
restos, junto a los de otros familiares, allí se
conservaban. La tumba, que está decorada enteramente con
bajorrelieves que acusan la influencia del arte griego contiene
diversas inscripciones en cuyos textos se ha transmitido buena
parte del profundo halo de misticismo que envolvía a la
figura de Petosiris. Gracias a estos textos podemos conocer en
buena medida las creencias religiosas que existían en el
momento final de la historia de Egipto, cuando tras la derrota de
los invasores persas acuden al país los hombres de
Alejandro Magno.

Los vestigios de la tumba fueron descubiertos en 1919,
una vez que el Servicio de Antigüedades egipcio tuvo
conocimiento del interés de un individuo que habitaba en
la cercana población de el-Ashmunein por realizar
excavaciones en el paraje donde se enclavaba, en el desierto de
Tuna. Tras varias investigaciones se pudieron localizar los
vestigios del monumento, cuyo estudio y excavación se
inició a finales de ese mismo año, siendo dirigidos
los trabajos por Gustave Lefebvre, que en esos tiempos era
conservador del Museo de El Cairo. En los años siguientes
el edificio sería restaurado por Barsanti, que se
ocupó de reintegrar la parte superior de los muros y de
las columnas, así como de reconstruir el techo, que se
había perdido en su totalidad.

La estructura de la tumba reposa en cuatro elementos
diferenciados. De un lado, la fachada, que recuerda la de los
templos de época tardía como Dendera o Edfú.
Consta de cuatro columnas, unidas entre sí por muros,
cuyos capiteles contienen motivos vegetales (loto, papiro y hojas
de palma). Desde ella se accede al pronaos, que comunica con la
propia capilla interna, de planta cuadrada y cuyo techo es
sostenido por cuatro pilastras. En el centro de la capilla se
abre un pozo que alcanza ocho metros de profundidad y que conduce
a los espacios donde se encontraban las sepulturas de Petosiris y
algunos de sus familiares.

Los persas en
Egipto

La tumba de Petosiris, fechada por los investigadores
entre finales del siglo IV a.C. y los primeros momentos del III,
fue levantada por un hombre que vivió en los años
en que Egipto estaba sometido al poder de los persas. Este
personaje, Petosiris, habría de contemplar como aquellos
eran expulsados por los ejércitos de Alejandro Magno y se
piensa que es posible que llegara a conocer, incluso, los
primeros momentos de la dinastía ptolemaica.

Petosiris, del que conocemos que era sumo sacerdote de
Thot en Hermópolis Magna hizo levantar la tumba para que
en ella reposaran los restos de su familia (su padre y un hermano
mayor) y de él mismo. Las inscripciones que cubren las
paredes de la construcción revisten un gran interés
ya que nos han transmitido noticias que nos hablan de los tiempos
de la segunda dominación persa de Egipto, momentos de
nefasto recuerdo para los hombres del país del Nilo.
Sobresale también en ellas el intenso contenido
ético-religioso de los textos, en los que se nos sugiere
un modelo de vida marcado por el misticismo y se nos brinda una
elevada noción de Dios.

Esta segunda etapa de dominio persa se había
iniciado en el año 341 a.C., cuando una nueva oleada
invasora inundó Egipto, que quedó reducido a la
condición de mera satrapía del imperio oriental.
Por otro documento que se ha conservado, la denominada
"Crónica demótica", tenemos conocimiento de las
desgracias que produjo al pueblo egipcio, que hubo de contemplar
como todo era devastado, produciéndose asesinatos en masa
y saqueos de los templos sagrados. Muchas de las imágenes
de los dioses fueron robadas por los persas, que no dudaron en
llevárselas a su país. Las sublevaciones y
esfuerzos de liberación que se produjeron fueron
estériles y el mal, instalado en el poder, gobernó
Egipto.

Este duro sometimiento se prolongó hasta el
año 333, en que Dario II fue derrotado en la batalla de
Iso por los hombres de Alejandro Magno, que habría de ser
recibido en Egipto como un liberador triunfal en medio de grandes
manifestaciones de entusiasmo, sobre todo cuando el macedonio
decidió honrar a los dioses egipcios y buscando
legitimidad se hizo reconocer como rey del país por
Amón, a quien no dudó en rendir culto en el
santuario del dios en Siwa. El alivio con que Egipto
acogió a los nuevos invasores griegos nos ofrece una
prueba del estado de decadencia que imperaba por doquier. Egipto,
en estos tiempos, era ya solamente una pálida sombra de lo
que había sido en sus momentos de esplendor.

Las inscripciones de la tumba de Petosiris reflejan el
estado de ánimo de los egipcios en esos momentos en que
los persas habían vuelto a someter el país. Como
trasfondo religioso se ofrece la idea de que la impiedad era la
causa de la desgracia que se había abatido sobre esta
tierra sagrada. Petosiris nos dice que había sido
abandonado, incluso, el propio lago del templo, espacio santo que
reproducía el lugar donde habría nacido el propio
Re, es decir, las denominadas aguas primordiales o germen de la
creación. La maldad gobernaba en Egipto y esa era la causa
de la sucesiva acumulación de desgracias que
padecía su pueblo.

Religión y
misticismo

Sin embargo, en estos momentos en que los malvados se
habían apoderado de todo y Egipto sufría continuos
padecimientos se produjo un florecimiento del misticismo en la
vida íntima de templos y santuarios, que habría que
relacionar con la situación de crisis que embargaba todo.
El gran dios de Egipto, Amón, señor de Tebas,
había sido desde siempre el dios de la victoria. Bajo sus
estandartes los ejércitos egipcios habían conocido
continuos triunfos que hacían que el templo del dios en
Tebas hubiese acumulado inmensas riquezas en otros tiempos.
Ahora, sin embargo, Amón había sido derrotado y
Tebas, en el año 663, había sido destruida por los
hombres de Asurbanipal.

Las sucesivas derrotas e invasiones de Egipto
habían desviado a los hombres del culto de Amón. En
su lugar, el pueblo se había volcado en los ritos
vinculados con los animales sagrados, a fin de cuentas dioses de
carne y hueso que no habían abandonado al país en
medio de tantas desgracias, y se había refugiado en los
misterios de la pasión y resurrección de Osiris,
dios de los muertos, que de algún modo explicaba las
desgracias que sacudían a los egipcios y les
ofrecía esperanzas para el más allá. El auge
de los cultos a Osiris en estos momentos de desgracias sucesivas
hizo que cuando los griegos arribaron a Egipto pensasen que la
religión egipcia estaba encerrada, esencialmente, en esa
intensa devoción al dios de los muertos. Lo cierto es que
esos momentos se había producido un tremendo
debilitamiento de los tradicionales dogmas solares y el culto a
Amón estaba en entredicho, del mismo modo que estaba
igualmente cuestionada la propia figura del faraón, que,
en suma, representaba en la tierra a un dios que había
sido vencido una y otra vez en el transcurso de los
últimos siglos.

Consecuencia de este proceso fue que la religión
consiguió una autonomía que no había tenido
antes. En estos tiempos el sacerdocio lleva a cabo una reforma
que hace que se gane el respeto de los fieles, tanto por la
dignidad que de él emana como por su pureza de costumbres.
Perdido el carácter oficial de la religión, en la
medida en que se ha quebrado el vínculo con los reyes
debido a las invasiones, esta ha pasado a ser, sobre todo, una
guía de conciencias, reglamentando aspectos morales y
ofreciendo misticismo antes que oficialidad.

En este contexto es donde hemos de situar a Petosiris,
sumo sacerdote de Thot, buen representante de esa
irradiación de misticismo que se detecta en Egipto en los
momentos que anteceden a la llegada al poder de la nueva
dinastía de los Ptolomeos. Destaca en la vida de este
hombre, según nos dicen las inscripciones de su tumba, que
intentó vivir siempre agradando a Dios y que ansiaba,
sobre todo, poder conseguir la más estrecha
comunión con él. Desde su infancia hasta el momento
de su muerte, se nos dice, Petosiris puso siempre su confianza en
Dios. Durante la noche pensaba cúal era la voluntad
divina, y por la mañana intentaba cumplir aquello que
agradaba a Dios. Jamás frecuentó a los que
ignoraban a Dios, sino que por el contrario siempre se
apoyó en los que le eran fieles, pues en su interior
abrigaba el pensamiento de que algún día,
después de su muerte, tendría que presentarse ante
Dios y sería juzgado por los dueños de la
verdad.

Inscripciones
funerarias

En las creencias egipcias para asegurar la existencia de
la personalidad del difunto en el más allá era
necesario que sus restos materiales fuesen objeto de cuidados
especiales por parte de sacerdotes funerarios, los denominados
servidores del Ka, que debían desarrollar diversos
rituales a lo largo del tiempo así como asegurar el
mantenimiento de un adecuado servicio de ofrendas.

Los egipcios, sin embargo, eran conscientes de que en la
realidad no resultaba posible asegurar ese servicio a la tumba a
lo largo del tiempo. Era notorio que pasado un tiempo más
o menos largo los restos del fallecido habrían de caer en
el olvido; incluso las tumbas de los más ricos, pasadas
varias generaciones, serían olvidadas cuando no saqueadas
y destruidas con motivo de revueltas o desordenes que en diversos
momentos sumieron al país en el caos. Debido a esas
circunstancias, que de manera inexorable habrían de
conducir al olvido del difunto, los egipcios optaron por grabar
en las paredes de las tumbas las fórmulas que
debían recitarse y representar las ofrendas que el Ka
precisaba. Pensaban que gracias al poder de la magia el mundo
real, incapaz de mantenerse en el tiempo, sería sustituido
por un mundo ideal que se sustentaría en esas
representaciones. De ese modo, si con el paso del tiempo ya nadie
se ocupaba del servicio de la tumba, entraría en juego el
propio poder mágico de las inscripciones y de los
bajorrelieves, que conseguiría evitar que el difunto
cayese en el olvido. En suma, la magia daría vida al
contenido de las inscripciones, en el deseo de mantener y
proteger la vida inmortal del fallecido.

Con esa misma finalidad, las inscripciones funerarias de
las tumbas contienen peticiones que se dirigen a las personas que
las habrán de visitar en el futuro, a las que se pide que
intercedan por el difunto leyendo en voz alta esas
fórmulas, pronuncien el nombre de la persona fallecida y
pidan ofrendas para su Ka. Es también usual, por contra,
que incluyan maldiciones dirigidas contra los individuos que
puedan dañar la santidad del lugar, bien sean saqueadores
u otros sujetos que podrían acceder a la tumba buscando el
conocimiento de los secretos mágicos que sus inscripciones
contenían.

Inscripción de Sishu

Veamos seguidamente la versión que de la
inscripción funeraria de Sishu, padre de Petosiris, nos
ofrece Serrano Delgado; más adelante realizaremos un breve
comentario sobre su contenido:

"Ofrenda que el rey da a Osiris Khenti-Imentyu, el gran
dios, el señor de Abidos, para que proporcione (una
ofrenda de un millar de panes y cerveza, bueyes y aves, alabastro
y ropa, ungüentos) e incienso, un millar de toda cosa buena
y pura para el Ka del propietario de esta tumba, el Grande de los
Cinco, Señor de los (Sagrados) Tronos, Segundo Profeta de
Khnum-Re, señor de Her-Ur, y de Hathor, Señora de
Neferusi, el Filarca de la Segunda Sección Sacerdotal del
Templo de Her-Ur y de la de Neferusi, Sishu, justificado,
dice:

¡Oh, vosotros que vivís sobre la tierra y
vosotros que vais a nacer, que vendréis a este desierto,
que veréis esta tumba y pasaréis ante ella: venid.
Yo os conduciré al camino de la vida, de forma que
podáis navegar con buen viento, sin que quedéis
varados, para que alcancéis la morada de las generaciones,
sin llegar a la aflicción.

Yo soy un difunto excelente, sin faltas. Si
escucháis mis palabras, si os unís a ellas,
encontraréis su excelencia. El buen camino es servir a
dios. Bendito aquél cuyo corazón le conduce a ello.
Os hablo de lo que me aconteció. Haré que
conozcáis los designios de dios. Haré que
percibáis el conocimiento de su poder.

He llegado aquí, a la ciudad de eternidad, porque
realicé el bien sobre la tierra, porque llené mi
corazón con el camino del dios, desde mi juventud hasta
este día. Me tiendo con su poder en mi corazón, me
alzo haciendo lo que su Ka desea. Practiqué la justicia y
aborrecí la falsedad, sabedor de que él vive por
ella, y en ella se satisface. Yo fui puro, como desea su Ka; no
me asocié con el que ignoraba el poder de dios,
apoyándome en aquel que la era fiel. No me apoderé
de los bienes de nadie; no hice mal alguno a nadie. Todos los
ciudadanos alaban a dios por mi. Yo hice esto pensando que
alcanzaría a dios tras la muerte, conocedor del día
de los señores de justicia, cuando disciernen en el
juicio. Se alaba a dios por aquel que ama a dios; él
alcanzará su tumba sin aflicción."

El camino de la
vida

La inscripción funeraria del padre de Petosiris,
como es habitual en el antiguo Egipto, se inicia con un
formulario de ofrendas que se elevan a Osiris, señor de
Abidos y rey de los muertos. Esas ofrendas se destinan al Ka de
Sishu, propietario de la tumba, del que se enumeran sus
títulos sacerdotales. Seguidamente, según
práctica igualmente habitual, se hace una
invocación a los vivientes, sean los que ya viven o los
que vivirán en el futuro, que habrán de llegar a
esta tumba. A todos ellos, Sishu promete conducir al camino de la
vida inmortal.

El difunto, justificado, quiere ayudarnos a conocer los
designios de Dios para que todos los que vayamos a la tumba
podamos conocer sus poderes. A fin de cuentas el camino de la
vida no consiste sino en servirle, para lo que tendremos que
realizar el bien sobre la tierra, llenar nuestro corazón
de él y hacer todo aquello que el Ka de Dios desea que
hagamos.

Esa vida al servicio de Dios conducirá a que el
difunto, cuando se presente en el juicio de los que Sishu
denomina señores de la justicia, sea declarado puro, es
decir, justificado. En la inscripción se reproducen
algunas frases que guardan una relación estrecha con las
denominadas "Confesiones Negativas" del "Libro de los Muertos" de
los antiguos egipcios, también conocido como "El Libro
para salir a la Luz del día", en cuyo capítulo 125
se instruye al difunto sobre la declaración de inocencia
que deberá prestar en el juicio de Osiris. En ese sentido,
Sishu declara expresamente que: "no me asocié con el que
ignoraba su poder", "no me apoderé de los bienes de
otros", "no hice el mal a nadie", … No cabe duda de que el
difunto conocía los rituales que se indican en el "Libro
de los Muertos" para poder superar el temible juicio.

Estas ideas acerca de un juicio de los muertos eran
sustanciales en relación con las creencias egipcias sobre
el más allá. El tribunal, integrado por 42 dioses
jueces, estaba presidido por Osiris, siendo el momento más
importante del juicio la denominada psicostasia o acto de pesar
el corazón. Se pensaba que en este órgano humano
tenían su sede tanto las acciones buenas como las malas
por lo que al pesar el corazón se podía determinar
si el difunto había estado poseído por la rectitud
o por la maldad. Con esa finalidad, en uno de los platillos de la
balanza se colocaba el corazón del fallecido y en el otro
una ligera pluma de avestruz, símbolo de la diosa Maat,
representante de la justicia. El corazón debía ser
más ligero que la pluma. Es decir, puro. En otro caso, un
ser monstruoso, Am-mit, lo devoraba de inmediato, ocasionando la
aniquilación de la personalidad del fallecido, es decir,
su muerte total, su definitiva extinción.

Por el contrario, los encontrados puros, los
justificados, se convertían en Dios, se transformaban en
Osiris y accedían al reino de Occidente. El temor al
juicio de los muertos estaba ausente en Sishu, que nos dice que a
lo largo de su vida llenó su corazón con el camino
de Dios; por la noche, se tendía con el poder de Dios en
su corazón; en suma, era un hombre puro. La
inscripción del padre de Petosiris contiene una frase que
ofrece una expresión clara de esperanza de alcanzar la
vida eterna; en efecto, nos dice Sishu que el hombre que ama a
Dios habrá de llegar a su tumba, es decir alcanzará
la muerte, sin aflicción.

Inscripción de
Petosiris

Conozcamos ahora parte de la inscripción
funeraria de Petosiris, también en la versión de
Serrano Delgado:

"Su querido hijo más joven, poseedor de toda su
propiedad, Grande de los Cinco, Señor de los (Sagrados)
Tronos, el Alto Sacerdote que ve al dios en su santuario, que
lleva a su señor, que entra en el santo de los santos, que
lleva a cabo su función junto con los Grandes Profetas, el
Profeta de la Ogdóada, Jefe de los sacerdotes de Sekhmet,
Director de los Sacerdotes de la Tercera y Cuarta Sección,
Escriba Real que lleva las cuentas de todas las propiedades en el
templo de Khnum, Segundo Profeta de Khnum-Re, Señor de
Her-Ur, y de Hathor, Señora de Neferusi, Profeta de
Amón-Re y de los dioses de estos lugares, Petosiris, el
reverenciado… dice:

Oh, (tú), profeta cualquiera, sacerdote
cualquiera, oficiante cualquiera que entres en esta
necrópolis y veas esta tumba, ruega a dios por aquel que
actúe (para mí), ruega a dios por aquellos que
actúen (para mí). Pues yo fui uno honrado por su
padre, alabado por su madre, benéfico para sus
hermanos.

Construí esta tumba en esta necrópolis,
junto a los grandes espíritus que aquí
están, para que se pronuncie el nombre de mi padre y el de
mi hermano mayor. Un hombre es revivido cuando su nombre es
pronunciado. El occidente es la morada de aquel que no tiene
faltas. Rogad a dios por el hombre que lo ha alcanzado.
Ningún hombre lo alcanzará, a menos que su
corazón sea recto practicando la justicia. Allí el
pobre no se distingue del rico, sólo el que es encontrado
libre de falta por la balanza y el peso ante el señor de
la Eternidad. Ahí nadie está exento de ser
calibrado: Thot, como un babuino a cargo de la balanza,
sopesará a cada hombre por sus actos en la
tierra.

Estuve en el agua del señor de Khmun desde mi
nacimiento. Tenía todos sus designios en mi
corazón. (Él) me escogió para administrar su
templo, conociendo que yo lo respetaba en mi corazón.
Estuve siete años como controlador para este dios,
administrando su fundación sin que se encontrara falta
alguna, mientras que el Gobernante de los Países
Extranjeros era el protector de Egipto, y nada estaba en su lugar
original, puesto que la lucha había estallado dentro de
Egipto, estando el sur en tumulto, y el norte en
agitación. La gente andaba con la cabeza vuelta; todos los
templos estaban sin sus servidores. Los sacerdotes habían
huido, sin saber que estaba pasando.

Cuando me convertí en controlador para Thot,
señor de Khmun, puse el templo de Thot en su estado
primigenio. Hice que cada rito fuera como antaño, y que
cada sacerdote (sirviera) en su justo tiempo. Hice grandes a sus
sacerdotes; promoví a los sacerdotes-horarios del templo.
Promoví a todos sus servidores. Proporcioné una
norma a sus asistentes. No reduje las ofrendas de este templo.
Llené sus graneros con cebada y espelta, su tesoro con
toda cosa buena. Incrementé lo que anteriormente
había, y cada ciudadano alabó a dios por mí.
Proporcioné plata, oro y todo tipo de piedras preciosas,
de forma que alegré los corazones de los sacerdotes y de
todos aquellos que trabajaban en la Casa de Oro; y mi
corazón se regocijó en ello. Dejé
espléndido lo que había encontrado arruinado por
todos lados. Restauré lo que hacía tiempo
había decaído, y que ya no estaba en su
lugar…".

Cosmogonía
de Hermópolis

En la enumeración de los títulos de
Petosiris se nos dice que era Grande de los Cinco y Profeta de la
Ogdóada, es decir, sumo sacerdote, y que como tal
tenía el privilegio de servir a dios en el interior de su
santuario. Ese título de Grande de los Cinco era,
precisamente, la denominación que distinguía a los
grandes sacerdotes de Thot. La cosmogonía hermopolitana,
que se formó y desarrolló en Khmun
(Hermópolis), había establecido como centro de su
culto al dios Thot, considerado como dios primordial, al que los
alejandrinos de los tiempos helenísticos habrían de
identificar con Hermes Trimegisto, señor del conocimiento
y de la iluminación.

Se nos dice también que Petosiris habría
sido el Escriba Real que llevaba las cuentas en el templo de
Khnum, que según las creencias egipcias era un dios dotado
de un inmenso poder creador, siendo responsable de modelar en su
torno de alfarero a todos los que habrían de nacer. Khnum,
en efecto, garantizaba el nacimiento de los niños y
usualmente se le representaba accionando el torno con su pie en
tanto que sus manos estaban modelando la imagen del niño y
de su Ka.

La cosmogonía de Hermópolis, rival de la
tradicional teología solar heliopolitana, tuvo sus
antecedentes en la época predinástica de Egipto y
nos ofrece una sugerente visión de lo que para los
antiguos pobladores del valle del Nilo hubo de ser el denominado
caos primordial. Según estas creencias, Thot aparece
rodeado de cuatro parejas de dioses, la Ogdóada, cuyos
elementos masculinos se representan como ranas y los femeninos
por serpientes, que vendrían a simbolizar la
personificación de las cuatro entidades elementales: Num y
Nunet, son el propio océano primordial; Heh y Hehet, el
elemento infinito o eterno; Kek y Keket, el elemento tenebroso, y
Amón y Amonet, el elemento mistérico u oculto.
Todos ellos habitaban las aguas primordiales en las que
habría de desarrollarse un huevo que terminaría
dando origen al propio Sol (Re), que sería luego la gran
fuerza creadora y ordenadora del mundo. Los dioses de la
Ogdóada hermopolitana, con sus cabezas de rana o de
serpiente, evocan la vida mal diferenciada que se desarrollaba en
esa ciénaga de las aguas primordiales, donde la tierra, en
el principio de todo, comenzó a emerger. En
sintonía con estas creencias sobre la creación, los
templos egipcios poseían un lago sagrado, cuyas aguas
brotaban del interior de la tierra, donde todo seguía
anegado por un inmenso abismo acuoso, el Num.

Siguiendo una práctica que ya comentamos que era
habitual en los textos funerarios, Petosiris hace también
una invocación a los vivientes, sean profetas, sacerdotes
u oficiantes, que habrán de personarse en la tumba, a los
que pide que rueguen a Dios por todos aquellos que actúen
de modo favorable para el difunto.

El poder de la
palabra

Petosiris nos dice que decidió construir esta
tumba, en la que también están sepultados su padre
y su hermano, para que todos revivan cuando sus nombres sean
pronunciados por las personas que allí lleguen. Afirma
Petosiris que un hombre es revivido cuando su nombre es
pronunciado. Con ello nos confirma la existencia de una
sólida creencia que atribuía un inmenso poder
creador a la palabra. En efecto, para los egipcios cuando se
pronunciaba el nombre de una persona fallecida se
conseguía materializar su personalidad. Gracias a la
palabra, de algún modo, se reproducía la vida. El
hombre era creado de nuevo y se aseguraba su
supervivencia.

Estas creencias no deben sorprendernos si tenemos en
cuenta que para los egipcios la propia base de la creación
se encontraba en el Verbo divino, ya que el mundo fue hecho a
través de la palabra. Cuando Re decidió crear a los
otros dioses fue suficiente con que los nombrara, es decir,
deseara que existieran, para que estos tomasen vida. El propio
Génesis bíblico, a fin de cuentas, también
sostiene que la creación se realizó a través
del Verbo: "Dios dijo: ¡Hágase la luz! Y la luz se
hizo".

Por contra, los egipcios también pensaban que
cuando el nombre del difunto era destruido se producía la
aniquilación total de su ser. Cuando los faraones
ordenaban borrar los nombres de los enemigos o usurpadores
buscaban producir la muerte definitiva de estos, que eran
olvidados como si jamás hubieran existido. Así
sucedió, por ejemplo, con Akhenatón, el
faraón hereje, cuyo nombre fue borrado de todos los
lugares, una vez que falleció, en el deseo de los
sacerdotes de Amón de producir su completa
aniquilación.

En los textos funerarios de Petosiris encontramos, al
igual que en los de su padre, diversas alusiones a la creencia de
que solo los hombres cuyo corazón sea recto podrán
alcanzar el reino de Occidente, es decir, la morada de los
justos. Es preciso que el hombre practique la justicia en la
tierra. En el más allá, lo que distinguirá a
los fallecidos será haber sido encontrado libre de actos
impuros en el acto de pesar el corazón en la balanza. En
ese momento, Thot, el dios al que Petosiris servía,
actuará precisamente como escriba que anota el resultado
favorable o adverso de la medición. Los papiros funerarios
suelen representar a Thot, en el juicio de los muertos, como un
babuino.

Encontramos en la inscripción, finalmente,
diversas alusiones a unos tiempos en que estaría reinando
en Egipto el Gobernante de los Países Extranjeros
(dominación persa). Se nos dice que son momentos de
agitación y que los templos han sido abandonados por sus
servidores. En ese contexto de impiedad Petosiris sostiene que
él restauró el templo de Thot, ocupándose de
que volvieran los sacerdotes y se reanudaran los ritos.
Petosiris, nos dice el texto, habría conseguido retornar
en espléndido lo que antes había encontrado
arruinado. Los rituales y los misterios volvieron a brillar como
antaño y gracias a su labor y esfuerzo los hombres
pudieron volver a alabar a Dios. Para entonces, solo restaba ya a
Petosiris, ocuparse de construir la tumba en la que su cuerpo
habría de descansar cuando la muerte llegase. En ese
momento, su espíritu, puro y justo, se elevaría al
reino de Occidente, asimilado al propio Osiris y transformado en
Dios. Muchos hombres, nosotros entre ellos, habríamos de
repetir en el futuro su nombre para asegurarle la
inmortalidad.

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Autor:

Ildefonso Robledo
Casanova

 

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