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Los egipcios en los tiempos de la adversidad. La literatura pesimista del Primer Periodo Intermedio



  1. Tiempos de
    convulsión
  2. Inscripciones de
    Ankhtyfy
  3. Admoniciones de
    Ipuwer
  4. El hombre y su
    alma
  5. Cuento del
    campesino
  6. El arpista de
    Intef
  7. Himno de
    Neferhotep
  8. Bibliografía

Manetón, sacerdote egipcio que habría
vivido en el siglo III a.C., nos ha legado una valiosa "Historia
de Egipto" para cuya redacción habría utilizado la
información de que disponían los archivos de los
templos. Según los anales de los faraones que se incluyen
en esta obra, después de Pepi II, ya situados en los
tiempos de la VII dinastía, Manetón nos ha
transmitido una noticia que sugiere la situación de
colapso en que se encontraba la monarquía egipcia en ese
momento. Según el sacerdote, en un periodo de solamente 70
días habrían reinado en Egipto nada menos que 70
reyes. ¿Cómo es posible? ¿Qué
sucedió en las tierras del Nilo en los años que
siguieron al reinado del longevo Pepi II?. Todo parece indicar
que el país se había fragmentado y esos 70 reyes no
serían sino los cabecillas locales que ostentaban un poder
de tipo feudal en sus respectivas provincias. El estado
centralizado de los faraones habría sucumbido y la nobleza
de los nomos estaría alcanzando un poder independiente en
unos tiempos en que, además, las fuentes nos dicen que las
tierras del Delta habrían sido ocupadas por invasores
asiáticos.

Tiempos de
convulsión

Durante estos momentos históricos, que hoy
conocemos como Primer Periodo Intermedio, los egipcios hubieron
de contemplar como la tradicional fortaleza física y
espiritual de su país caía derrumbada por las
adversidades. Los textos que se han conservado recogen las
consecuencias que ese deterioro de las instituciones egipcias
produjeron sobre las creencias y la vida cotidiana de los
hombres. Atónitos ante lo que estaba sucediendo los
egipcios llegarían a cuestionarse el orden establecido y
en ese contexto de agitación los hombres dudarán,
incluso, de las creencias tradicionales que sobre la
religión y la vida de ultratumba imperaban en el
país.

Los documentos que nos hablan de las penalidades
sufridas por los egipcios en este momento de su historia suelen
estar fechados en tiempos posteriores, en el Reino Medio, pero se
piensa que se trata de copias de textos anteriores que
habrían surgido en estos momentos de convulsión.
Son escritos que nos hablan del conflicto que se está
desarrollando en Egipto entre el bien y el mal, entre el orden y
el caos. Maat, la divinidad de la justicia y del equilibrio,
parece haber sido vencida por el caos y los hombres ansían
que se produzca la restauración del poder de una
monarquía poderosa que como en los tiempos pasados del
Reino Antiguo actúe como garante de la estabilidad a la
que los egipcios desean retornar.

Los antecedentes de la crisis podrían remontarse
a los tiempos de la VI dinastía. Diversos historiadores
piensan que la decisión de Pepi I de desposar con dos de
las hijas de un noble de Abidos, a fin de cuentas un particular,
habría introducido un germen de disolución en la
estructura política egipcia. Se trataba de dos mujeres que
no pertenecían al linaje real y otros nobles del
país debieron reivindicar la concesión de
privilegios al monarca, coincidiendo con unos momentos en que se
acusa el aumento de poder de las aristocracias
locales.

La situación se habría complicado en el
reinado de Pepi II, que según las fuentes habría
ejercido el poder durante nada menos que 94 años, sin duda
demasiado tiempo. Su avanzada edad y la blandura de su
carácter debieron favorecer la pérdida de poder de
la realeza. En los últimos momentos de su reinado,
coincidiendo con los ataques de los pueblos vecinos (nubios,
asiáticos y beduinos) sobre las fronteras de Egipto, el
poder de la nobleza de los nomos debió fortalecerse de
manera importante.

Además, con independencia de las singularidades
de los reinados de estos dos faraones, lo cierto es que en Egipto
se estaban produciendo dos circunstancias que habrían de
facilitar la situación de progresiva anarquía. De
un lado, llama la atención en estos tiempos la excesiva
dedicación de recursos económicos a los muertos,
que estaría produciendo una situación de ruina
entre los vivos. En efecto, las riquezas se acumulaban en los
ajuares improductivos de las tumbas y los gastos de los cultos
funerarios y de los templos consumían buena parte de los
recursos disponibles en el país. De otro lado, en estos
momentos de fines del III milenio se estaba agudizando el proceso
de desecación de las tierras de Egipto y de su entorno,
con el consiguiente descenso del volumen de crecida del Nilo y
con la ruptura del anterior equilibrio natural. Esta doble
circunstancia habría de producir una situación de
carestía y hambruna en el pueblo egipcio, en unos momentos
en que, además, las tribus nómadas del entorno
estaban padeciendo igualmente el deterioro de sus hábitats
tradicionales, lo que las obligaba a presionar sobre las
tradicionalmente ricas tierras del Delta en busca de medios de
subsistencia.

Inscripciones de
Ankhtyfy

El Primer Periodo Intermedio se desarrolla entre las
dinastías VII y XI. En el primer momento, hasta la
dinastía VIII, es cuando se produce el derrumbe de la
monarquía menfita. Son tiempos de anarquía
generalizada en que el caos, el hambre y la incertidumbre se han
adueñado del país. El Delta está ocupado por
los asiáticos.

En un segundo momento, durante las dinastías IX y
X, los señores de Heracleópolis consiguen hacerse
con el poder en el Egipto Medio (entre Menfis y Tebas)
proporcionando una cierta estabilidad a estas tierras.
Finalmente, con la dinastía XI, los señores de la
familia tebana de los Mentuhotep conseguirán unificar
nuevamente Egipto, restaurando la seguridad en el país,
cuya capital reposará desde ahora en Tebas.

Vemos, así, que Egipto en el entorno del
año 2150 a.C. ofrecía tres focos de poder: las
tierras del Delta, ocupadas por los asiáticos; el Egipto
Medio, dominado por los señores de Heracleópolis, y
el Alto Egipto, estructurado bajo el poder de Tebas. Tiempo
después, hacia el 2050, Mentuhotep, príncipe de
Tebas, habría conseguido reunificar nuevamente todo el
país.

En las inscripciones de la tumba de Ankhtyfy, uno de los
gobernantes del nomo de Hierakómpolis, encontramos
referencias precisas acerca de la crítica situación
de hambruna que padecía entonces su pueblo. Seguimos la
versión de Serrano Delgado:

"He dado pan al hambriento y vestidos al desnudo. He
ungido a aquel que no lo estaba. He calzado al que iba descalzo.
He dado esposa al que no tenía mujer. He alimentado a
Hefat y Her-Mer… El cielo estaba entre nubes y la tierra entre
(vientos, y todas las personas morían) de hambre sobre el
banco de arena de Apopi. (El sur venía) con su gente; el
norte llegaba (con) sus hijos. Yo traje este… a cambio (?) de
cereal del sur (?). Hice que el cereal del sur fuera
rápido corriente arriba hasta alcanzar el país de
Uauat, y corriente abajo hasta alcanzar el nomo de Tinis. Todo el
Alto Egipto se moría de hambre, hasta el punto de que todo
hombre se comía a sus hijos. Pero yo no permití que
nadie muriera de hambre en este nomo. He proporcionado
préstamo (de cereal) al Alto Egipto… Esto es algo que
ciertamente no encontré que hubiera sido hecho por los
gobernantes que me precedieron…"

Los momentos de convulsión que Egipto
padeció durante los tiempos del Primer Periodo Intermedio
habrían de afectar a las creencias religiosas del pueblo.
De un lado, es ahora cuando se produce la democratización
de los cultos funerarios osirianos, que garantizan la vida eterna
a los bienaventurados, a todos los hombres justos y no solamente
a los faraones o a los nobles, como hasta ahora había
sucedido; de otro, encontramos en los textos que se refieren a
este momento histórico diversas referencias que nos hablan
de posiciones individuales de escepticismo y de hedonismo ante el
hecho de la muerte. Ante las desgracias que los egipcios
están padeciendo, ante la adversidad, algunos hombres
llegarán a dudar, incluso, de las más tradicionales
creencias sobre la vida en el más allá. Debe
destacarse, no obstante, que esas dudas y pesimismo no
constituyeron, ni mucho menos, la visión que dominó
en el panorama ideológico de la sabiduría de
Egipto. Las creencias mayoritarias de los egipcios discrepaban
claramente de ese escepticismo. La abundancia de vestigios
funerarios encontrados en las excavaciones arqueológicas
de tumbas de la época así lo acredita.

Admoniciones de
Ipuwer

Los textos de Ipuwer, también conocidos como las
"Admoniciones de un Profeta", nos han sido transmitidos en el
denominado papiro de Leyden, documento que se fecha en los
tiempos del Reino Medio, si bien su contenido remite a los
acontecimientos del Primer Periodo Intermedio,
ofreciéndonos la visión de un mundo en desorden y a
punto del colapso, en diáfana contraposición con el
Egipto consolidado del Reino Antiguo. En palabras de Presedo
Velo, las "Admoniciones" constituyen "una especie de Treno
jeremíaco sobre el desorden político y
cósmico que se desencadena sobre Egipto cuando todo el
sistema centralizado y ordenado del Reino Imperio se ha
desintegrado en una anarquía acompañada de
subversión social y política, llegándose
incluso a cuestionar la obra de los dioses y hasta su
existencia".

Ipuwer, del que no se ha podido constatar su realidad
histórica, nos habla de unos tiempos terribles en que la
maldad impera por doquier; los hombres miran a sus hijos como si
fueran sus enemigos; el Nilo, la vida de Egipto, se sigue
desbordando pero nadie se ocupa ya de arar los campos; las
mujeres parece que son estériles, ya que ninguna concibe
hijos y Khnum, el dios que en su torno de alfarero se encarga de
modelar los cuerpos de los niños, ya no da forma a la
humanidad; a causa de la situación de guerra civil
existente, los pueblos antes sometidos a Egipto han dejado de
pagar sus tributos, lo que hace que falten los productos
más básicos: el grano, el carbón, la madera;
el país está arruinado…

Describe Ipuwer, además, como en el contexto de
esa situación de caos los cultos funerarios ya no se
celebran y, además, las propias tumbas están siendo
saqueadas por los malhechores. Lo que ocultaban las
pirámides ha quedado vacío y los cuerpos que
reposaban en las tumbas yacen ahora tirados en los terraplenes de
los caminos. Incluso, ¡algo terrible!, los secretos de
Egipto, los ocultos misterios de los dioses, han sido divulgados
por hombres sin escrúpulos, al igual que las
fórmulas mágicas de los rituales. Todo se ha
divulgado. Todos conocen los misterios. Ese es el motivo de que
los conjuros sean ahora ineficaces Incluso, nos dice Ipuwer, los
secretos de los embalsamadores han sido profanados.

En el párrafo XII, 12 de las "Admoniciones", que
vamos a reproducir, Ipuwer se dirige al faraón, o
quizás al propio dios Re, para recriminarle su
responsabilidad por los males que aquejan al país. El rey,
que debe contribuir a que Maat reine en el mundo, habría
dejado de cumplir esa misión fundamental para la
armonía del cosmos y esa sería la causa de que todo
esté ahora trastocado, Seguimos nuevamente a Serrano
Delgado:

"Autoridad, Conocimiento y Verdad están contigo,
y sin embargo es la confusión lo que difundes por el
país, junto con el ruido del tumulto. Mira, los hombres se
atacan unos a otros. (La gente) se extralimita de acuerdo con lo
que Tú (mismo) has ordenado. Si tres hombres marchan por
un camino, pronto se encuentra que son (solo) dos, pues el
(número) grande mata al pequeño. ¿Es que hay
un pastor que ame la muerte? Así, pues, ordena dar una
respuesta, pues esto significa que lo que uno ama el otro (lo)
detesta. Esto significa reducir sus formas por todos lados. Esto
significa que tu acción es lo que originó eso. Tu
has hablado falsamente…"

Llama la atención que Ipuwer, que exige una
respuesta del rey que permita el restablecimiento del orden en
Egipto, nos ha dejado expresada en esta lamentación la
imagen del faraón como "buen pastor", que tanto
éxito habría de tener en tiempos
posteriores.

El hombre y su
alma

El texto que conocemos como "Diálogo de un hombre
cansado de la vida con su alma" se ha conservado en papiro, en
una sola copia que se ha fechado en la XII dinastía. La
obra, impregnada de contenidos filosóficos, nos expone la
disputa que un individuo, desengañado y angustiado,
mantiene con su alma (Ba), estando considerada como una de las
cimas de la literatura del mundo antiguo. La primera parte de la
obra no se ha conservado, de modo que la copia que poseemos se
inicia en el momento en que el personaje, cuyo nombre no se dice,
está respondiendo a su alma. El hombre insiste en que su
existencia está tan llena de amargura que la misma ya no
tiene sentido y anhela, por tanto, que le llegue la
muerte.

El Ba le responde haciéndole saber que este no es
el momento de preocuparse por la vida en el más
allá, cosa que sería una preocupación vana.
Le aconseja que se contente con su vida actual e intente
aprovechar en la medida de lo posible lo bueno de la existencia.
Ante la posibilidad de suicidio, que tampoco se expone de forma
clara, al no estar preparados los adecuados cultos funerarios ni
la tumba se produciría inevitablemente la
aniquilación plena del ser, algo en absoluto
aconsejable.

A pesar de todo, el hombre, ante los pesares de la vida,
el caos que todo lo invade y las desgracias que le sacuden, hace
un elogio de la liberación que la muerte le
supondría. Ante los horrores de la vida cotidiana la
muerte se le aparece como un gozo que desea alcanzar. En el
inmenso desgarro interior que supone este texto los dos elementos
propios de la personalidad del hombre, lo racional y lo sensible,
aparecen debatiendo el significado profundo de la vida y de la
muerte, llegando a alcanzar el diálogo una intensidad y
una profundidad que raramente se han puesto de manifiesto en la
literatura egipcia.

El alma, que duda entre permanecer con el hombre o
abandonarlo cansada de sus lamentaciones, le terminará
convenciendo para que acepte la vida, de modo que cuando en su
día llegue la muerte ambos, el cuerpo y el alma, puedan
compartir el más allá. Reproducimos seguidamente
algunos fragmentos del poema, en la versión de
César Vidal Manzanares:

"Mi sufrimiento es una carga demasiado pesada para
llevarla.

…/…

He aquí que mi nombre apesta,

he aquí, más que apesta la
carroña

en los días de verano en que abrasa el
sol.

He aquí que mi nombre apesta,

he aquí más que una cesta de
pescado

en los días de pesca cuando el cielo
arde.

…/…

¿A quién me dirigiré en el
día de hoy?

Aquel que debería fustigar a los hombres por sus
delitos,

hace que todos se rían a causa de su
iniquidad.

¿A quién me dirigiré en el
día de hoy?

Los hombres saquean.

Todos roban a su compañero.

¿A quién me dirigiré en el
día de hoy?

El amigo íntimo es un criminal.

El hermano con el que uno se trata es un enemigo.

¿A quién me dirigiré en el
día de hoy?

Nadie es justo.

El país es controlado por malhechores.

…/…

La muerte se presenta ante mí en el día de
hoy

similar a la curación de un enfermo,

similar a salir después de estar
confinado.

La muerte se presenta ante mí en el día de
hoy

similar a la fragancia de la mirra,

similar a sentarse a cubierto en un día de
brisa.

La muerte se presenta ante mí en el día de
hoy

similar a un camino bien nivelado,

similar a un hombre que regresa a casa después de
la guerra.

La muerte se presenta ante mí en el día de
hoy

similar a la luz del cielo

que permite al hombre descubrir lo que no
veía.

La muerte se presenta ante mí en el día de
hoy

similar a los anhelos de un hombre por ver su
casa

tras pasar muchos años en el
cautiverio…"

Cuento del
campesino

De esta obra, también conocida como "El campesino
elocuente", se han conservado cuatro manuscritos, todos ellos
anteriores a la dinastía XIII. Su texto nos cuenta la
historia de Khunanup, un campesino del Oasis de la Sal, que
decide acudir al mercado de Heracleópolis para vender sus
productos, excitando la codicia de un personaje que se apodera de
su pequeña caravana de asnos y de su
cargamento.

El campesino, expoliado, acude ante Rensi, el gran
intendente en cuya jurisdicción se produjo el robo, ante
quien expone sus amargas quejas lanzando diversos discursos
cargados de elocuencia en los que es fácil detectar
críticas a la corrupción y la injusticia que en
esos momentos reina en Egipto. Rensi, sorprendido por la
elocuencia del campesino, piensa que el contenido de sus
discursos puede servir de distracción al rey, por lo que
decide ir poniéndolos por escrito y demorar todo lo
posible la resolución del caso. Mientras tanto, eso
sí, se ocupará de que nada falte al expoliado, ni
alimentos ni cuidados.

Gustave Lefebvre, en su presentación de este
cuento, destacaba la sentida elocuencia que nuestro campesino
alcanza cuando nos habla de la idea de la justicia: "La justicia
es para toda la eternidad; desciende a la necrópolis con
aquél que la practique". También llama la
atención Lefebvre sobre una de las afirmaciones del
protagonista, plena de piedad humana y que recuerda el contenido
de la obra "Los Miserables": "Robar es natural para aquél
que nada tiene… ¡Un crimen (a los ojos de) aquél
que no tiene necesidades! (Pero) no hay que guardarle
resentimiento (al ladrón): no hace más que buscar
para sí mismo (los medios de vida)".

Sigamos uno de los discursos del campesino, en el que
aflora una clara referencia a una situación generalizada
de injusticia:

"¿Acaso no es algo malo una balanza que se
inclina, una plomada que se desvía, un hombre justo e
íntegro que se ha convertido en un bribón? Mira, la
justicia, arrojada de su lugar, te está rondando (?). Los
altos funcionarios actúan mal; la rectitud se inclina
hacia un lado; los jueces roban. Y aun esto: aquél que
debe coger al hombre que ha cometido algún delito se
desvía él mismo por esta razón del justo
camino (?). Aquél que debe dar aliento está sobre
el suelo falto de respiración. Aquél que
debía refrescar, hace que se jadee. Aquél que debe
distribuir (con justicia) es un ladrón. Aquél que
debe eliminar la necesidad es el mismo que ordena que sea creada,
(hasta el punto de que) la ciudad está sumergida.
Aquél que debe reprimir el mal comete (él mismo) la
iniquidad".

El cuento, finalmente, alcanzará una
solución feliz. El intendente, con la conformidad del
faraón Nebkaure, que se ha deleitado con la elocuencia de
los discursos, impartirá justicia y el agresor,
Djehutinakht, será dado como esclavo a nuestro campesino,
al que se le entregarán igualmente todos sus
bienes.

El "Cuento del Campesino" fue una obra muy apreciada y
leída en los tiempos del Reino Medio, cuando
todavía se recordaban con miedo los terribles momentos de
injusticia del Primer Periodo Intermedio y el final feliz del
cuento hacía disfrutar a los lectores. En tiempos
posteriores, sin embargo, la obra tendría escasa
aceptación. Eran otros momentos y ahora los egipcios, en
palabras de Lefebvre, rehuían de los discursos elocuentes
y destinaban sus preferencias a obras más directamente
encauzadas a la imaginación.

El arpista de
Intef

Las creencias egipcias sobre la esperanza de vida
después de la muerte no fueron tan monolíticas como
en una primera aproximación puede parecer, sobre todo en
momentos de crisis como el que estamos rememorando. En la capilla
del faraón Intef, que reinó a fines del Primer
Periodo Intermedio, delante de la representación de un
cantor que está tocando el arpa, se reprodujo un himno que
nos habla de la muerte y del más allá en un tono
muy singular, produciéndonos una sensación de
sorpresa por el pesimismo que, en contra de las creencias que
existían en Egipto, se desprende del texto. Más
sorprendente todavía es que Intef accediera a que ese
canto quedara reflejado en la capilla de su tumba.
Veámoslo en la versión de François Daumas.
Sobresale el modo en que el autor del texto, escéptico
ante la vida en el más allá, pone en duda las
creencias funerarias y nos invita a disfrutar de todo lo que de
agradable tiene la existencia:

"Generaciones y más generaciones desaparecen y se
van,

otras se quedan, y esto dura desde los tiempos de los
Antepasados,

de los dioses que existieron antes

y reposan en sus pirámides.

Nobles y gentes ilustres

están enterrados en sus tumbas.

Construyeron casas cuyo lugar ya no existe.

¿Qué ha sido de ellos?

He oído sentencias

de Imuthés y de Hardedef,

que se citan como proverbios

y que duran más que todo.

¿Dónde están sus
moradas?

Sus muros han caído;

sus lugares ya no existen,

como si nunca hubieran sido.

Nadie viene de allá para decir lo que es de ellos,

para decir qué necesitan,

para sosegar nuestro corazón hasta que
abordemos

al lugar donde se fueron.

Por eso, tranquiliza tu corazón.

¡Que te sea útil el olvido!

Sigue a tu corazón

mientras vives.

Ponle olíbano en la cabeza.

Vístete de lino fino.

Úngete con la verdadera maravilla

del sacrificio divino.

Acrecienta tu bienestar,

para que tu corazón no desmaye.

Sigue a tu corazón y haz lo que sea bueno para ti.

Despacha tus asuntos en este mundo.

No canses a tu corazón,

hasta el día en que se eleve el lamento funerario
por ti.

Aquél que tiene el corazón cansado no oye su
llamada.

Su llamada no ha salvado a nadie de la tumba".

Sorprende el escepticismo ante el más allá
que impregna este himno de arpista. El autor no oculta su falta
de fe y la actitud negativa de su alma ante la desesperanza, algo
propio de unos momentos de crisis en que los egipcios sintieron
que todo se desmoronaba. En todo caso, el hedonismo que se
desprende de este poema causaría menos sorpresa en
momentos más tardíos, cuando las creencias
religiosas egipcias se habían ido relajando con el paso
del tiempo. El autor nos insiste en que debemos aprovechar el
día a día para vivir y sentimos la amenaza de su
amargura cuando nos advierte que tras la muerte no existe ninguna
seguridad de que podamos desarrollar otro tipo de
existencia:

"Hazte, por tanto, el día dichoso,

y no te canses nunca de esto.

¿Ves?, nadie se ha llevado sus bienes
consigo.

¿Ves?, ninguno de los que se fueron ha
vuelto".

Este tipo de cantos se debían interpretar en los
banquetes funerarios que se celebraban en las necrópolis
con motivo de la presentación de ofrendas al ka del
difunto. Mucho tiempo después, cuando el viajero griego
Heródoto visitó Egipto, pudo contemplar la
práctica de una costumbre que encierra una evidente
similitud con el tono de los cantos de arpista. En "Historia"
(II, 78) nos narra que:

"En los festines que celebran los egipcios ricos, cuando
terminan de comer, un hombre hace circular por la estancia, en un
féretro, un cadáver de madera, pintado y tallado en
una imitación perfecta y que, en total, mide
aproximadamente uno o dos codos, y, al tiempo que lo muestra a
cada uno de los comensales, dice: "Míralo y luego bebe y
diviértete, pues cuando mueras serás como
él". Eso es lo que hacen durante los
banquetes".

Más adelante nos dice Heródoto que los
egipcios se distinguen por la estabilidad a lo largo de los
siglos de las normas religiosas y funerarias establecidas por sus
antepasados. Parece que Heródoto no acierta en esta
apreciación. En los tiempos del Reino Antiguo, en el
esplendor del culto solar, ningún faraón hubiera
consentido que en las paredes de su tumba se esculpiesen cantos
tan claramente escépticos sobre la vida en el más
allá como los que el arpista de Intef habría de
atreverse a cantar.

Himno de
Neferhotep

Tiempo después, ya situados en los momentos del
Imperio Nuevo, los egipcios se esforzaron por contrarrestar el
escepticismo y el hedonismo que impregna la canción del
arpista de Intef. Este u otros textos similares eran
todavía conocidos y causaban inquietud en unos nuevos
tiempos en que los hombres ya no parecían tener dudas en
relación con la vida de ultratumba y sus promesas. Tras la
muerte, según los textos del "Libro de los Muertos", los
espíritus de los hombres declarados "Justos de Voz" en el
Juicio de Osiris, habrían de seguir un proceso de
Glorificación que culminaría con su
asimilación al Ser divino y su transformación en un
Ser de Luz (espíritu Akh) que brillaría en el
Occidente.

Encontramos ahora nuevos himnos que se enfrentan al
escepticismo de los tiempos de Intef. Así sucede en la
tumba de Neferhotep, situada en Tebas y que se fecha en los
tiempos de Horemheb (hacia 1325). Sus inscripciones (seguimos la
versión de Rosalie David) insisten en la inmortalidad que
disfrutarán los espíritus justificados y se repudia
el escepticismo propio de otros tiempos:

"He escuchado aquellas canciones que están en las
antiguas tumbas,

lo que dicen en alabanza de la vida terrenal,

menospreciando el país de los muertos.

¿Por qué le hacen esto al mundo de la
eternidad?"

Y reafirmando las esperanzas en el más
allá de los hombres bienaventurados:

"Nadie perdurará en la tierra de Egipto,

no hay nadie que no acabe llegando allí (es
decir, al Oeste).

El tiempo de las hazañas en la tierra,

no dura más que un sueño;

se le dice: Bienvenido, sano y salvo.

Al que alcanza el Oeste".

Superados los tiempos turbulentos y restaurados la paz y
el orden, se había fortalecido en Egipto el anhelo de
eternidad. Neferhotep, a fin de cuentas, no ansiaba sino alcanzar
la intensa felicidad mística que los antiguos "Textos de
las Pirámides" habían prometido al faraón
fallecido:

"Que yo brille como Re,

habiendo desechado todo lo que es falso.

Que, a través de mí, Maat esté
detrás de Re.

Que yo brille cada día

Como quien está en el horizonte del cielo".

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Autor:

Ildefonso Robledo
Casanova

 

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