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Maat. El hombre y el orden del mundo en el Antiguo Egipto



  1. Creación del
    mundo
  2. Continua
    regeneración
  3. La amenaza de
    Apofis
  4. Ofrenda de
    Maat
  5. El faraón: "Justo
    de Voz"
  6. El corazón ante
    Maat
  7. Bibliografía

Los antiguos egipcios eran conscientes de que todos los
días, cuando anochecía, el gran barco en que Re y
su séquito viajaban por el Nilo celeste desaparecía
de los cielos y se hundía en el reino de las tinieblas,
donde tenía que afrontar inmensos peligros.
Afortunadamente, gracias a los poderes mágicos de Re, la
amenaza del caos era vencida noche tras noche y al día
siguiente, cada mañana, se reproducía el milagro.
Al amanecer, el sol volvía a brillar de nuevo en el
horizonte y la creación del mundo se renovaba. Cada nuevo
día era celebrado con júbilo por los
hombres.

Creación
del mundo

Según las antiguas creencias egipcias articuladas
en torno a la teología de Menfis el Demiurgo, Ptah,
habría utilizado la magia de la palabra, es decir, el
Verbo, cuando decidió crear el mundo que conocemos. A
través del inmenso poder de la palabra el dios fue
activando de forma mágica los distintos elementos a crear,
que previamente habían sido concebidos por su pensamiento
y su corazón. Los egipcios pensaban que cuando la
divinidad pronunciaba el nombre de algo, gracias al poder
mágico de la palabra, esa cosa que había expresado
se materializaba y alcanzaba la vida.

Las creencias que se plasman en la Biblia, a fin de
cuentas, tampoco difieren demasiado de esas ideas egipcias. En el
Génesis, por ejemplo, se nos dice que "Dijo Dios:
¡Hágase la luz! Y la luz se hizo". En el Islam,
igualmente, se encuentran también noticias similares,
así en El Corán (XVI, 40) leemos: "Cuando Nos
queremos una cosa, Nos decimos simplemente: ¡Sea!, y ella
es".

Los "Textos de las Pirámides", en el contexto de
la cosmogonía de Heliópolis, cuando hacen
referencia al momento de la creación, nos dicen que en el
principio, cuando todavía no existían el cielo ni
la tierra, cuando no había hombres, cuando ni siquiera los
dioses habían nacido, ni tampoco la muerte, ya
existía el Nun, es decir, las aguas primordiales, un
inmenso abismo acuoso que contenía, en estado inerte, el
germen de la vida.

Atum, el espíritu divino, flotaba en las aguas
del Nun y según esos antiguos textos llegó un
momento en que tomó conciencia de sí mismo y
deseó dar vida a todo lo que existe. Fue en ese instante
cuando la creación se inició. Se hizo la luz.
Nació el sol. Se produjo el paso de la no existencia a la
existencia. Habría de ser luego Re, en cuanto suprema
manifestación del Verbo, el que propagaría la
creación tanto a través de la magia de la palabra
como utilizando la fuerza de los signos escritos, trabajo en el
que sería auxiliado por Thot, dios del conocimiento y de
la escritura.

En los textos egipcios abundan las referencias acerca
del poder creador de la palabra. Petosiris, sacerdote de
Hermópolis, nos dejó escrito en las paredes de la
tumba de su familia: "Construí esta tumba en esta
necrópolis, junto a los grandes espíritus que
aquí están, para que se pronuncie el nombre de mi
padre y el de mi hermano mayor. Un hombre es revivido cuando su
nombre es pronunciado…"

Continua
regeneración

Una vez que la divinidad creó el mundo, este se
encontró amenazado por grandes peligros. El propio Re (el
sol), nacía cada día y se ocultaba al anochecer,
tragado por el abismo y pasando a quedar inmerso en las amenazas
del caos y de las tinieblas. Los egipcios, atemorizados por la
diaria desaparición del sol, pensaban que Re tenía
necesidad, día tras día, de renovar el supremo acto
de la creación. Era totalmente necesario, para vencer al
desorden, que la verdad, la justicia y el equilibrio del cosmos
asegurasen cada nuevo día el mantenimiento de la
creación. Esta no se concebía como algo
estático, sino que tenía un carácter
dinámico y precisaba de ser regenerada, lo que se
conseguía gracias a los poderes mágicos de dioses y
sacerdotes.

Esa función de mantener el orden de la
creación estaba asignada a la diosa Maat, hija de Re, que
día tras día nutría de justicia y equilibrio
a las divinidades que eran objeto de culto en los santuarios
egipcios. Gracias a las virtudes de que Maat estaba investida se
podía conseguir el milagro de que la creación del
mundo se repitiera, sin cesar, día tras día. En
otro caso, los inmensos peligros que acechaban al mundo
triunfarían y las fuerzas del caos, que buscaban el
retorno a la no existencia, es decir, a la situación que
precedió a la creación, saldrían triunfantes
sobre el . En palabras de Claire Lalouette, estudiosa de las
creencias semíticas: "En el universo, las fuerzas de la
desobediencia y del Mal se encarnan en un cierto número de
personajes cuyas presencias y acciones nefastas hacen peligrar
gravemente el orden del mundo, volviendo inestable su equilibrio,
y atacando de forma especial los poderes celestes. Las
serpientes, los ángeles caídos y los demonios se
esfuerzan en destruir la obra primera del Creador".

La amenaza de
Apofis

Antes hemos hecho mención al viaje que Re
realizaba en su barca solar durante el día siguiendo el
curso del Nilo celestial, así como al modo en que
desaparecía en el horizonte, cuando llegaba la noche,
sumergiéndose en el reino de las tinieblas. Los hombres,
atemorizados, contemplaban como Re se ocultaba y esperaban que al
día siguiente hubiese vencido los peligros del caos y de
las tinieblas y reapareciera triunfante. Con cada nueva
aparición del sol la creación se renovaba y el
mundo era regenerado. El "Libro de los Muertos" (capítulo
133) recoge interesantes noticias en relación con ese
continuo triunfo de Re sobre las amenazas del caos.

"Re surge en su horizonte: su Enéada le
acompaña cuando el dios sale de su cámara secreta.
Un estremecimiento se apodera del horizonte oriental del cielo a
la voz de Nut, que despeja los caminos para Re, en presencia del
Gran (dios) que hace su recorrido.

¡Elévate, Re, que te hallas en tu aposento
divino a fin de que engullas los vientos, que aspires la brisa
del Norte, que absorbas la médula espinal, que caces con
el lazo el día, que respires Maat, que distribuyas (tu)
séquito y que navegues en tu barca hacia el cielo
inferior.

Los Grandes corren de un lado a otro, conmovidos ante tu
voz: tú vuelves a poner en orden tus huesos, agrupas tus
miembros y vuelves tu rostro hacia el buen Occidente. Apareces
renovado día tras día, porque eres una estatuilla
de oro bajo el esplendor del Disco. Asimismo, el cielo
está lleno de estremecimientos cuando apareces cada
día completamente renovado. El horizonte se regocija por
ello y en tu barca se levantan gritos de
júbilo".

Durante el viaje de Re por el Nilo subterráneo
los egipcios, dominados por el temor, pensaban que en esos
momentos de la noche una serpiente habría de atacar una y
otra vez al gran dios, esforzándose por impedir el
nacimiento del nuevo día; se trataba de la serpiente
Apofis. En la mitología egipcia este ser monstruoso
suponía la encarnación del caos, el desorden, las
tinieblas… En estas ancestrales ideas hemos de buscar,
pensamos, el origen de las creencias dualistas que sobre la luz y
las tinieblas se han ido sucediendo a lo largo de la historia. En
ese diario enfrentamiento entre Re y Apofis podría
encontrarse el origen más remoto de las doctrinas que
más adelante habrían de elaborar los grupos
esenios, gnósticos o cátaros. El propio Evangelio
de San Juan, con su oposición entre la luz y las
tinieblas, habría recogido la esencia de estas ideas
dualistas sobre el continuo enfrentamiento entre la
armonía y la amenaza del caos en nuestro mundo.

El combate diario entre Re y esas fuerzas del caos,
afortunadamente, se resolvía, día tras día,
con la victoria del primero. La amenaza del desorden era vencida
cada noche y el sol renacía en cada nuevo amanecer. Tras
esa victoria, el triunfante Re navegaba por el cielo en
armonía, lo que causaba el júbilo de los habitantes
del valle del Nilo, cuyos sacerdotes emitían diarios
conjuros y encantamientos para con su poder mágico apoyar
la causa del dios.

El capítulo 15 del "Libro de los Muertos" recoge
un interesante himno a la gloria de Re que nos expresa los
sentimientos de los antiguos egipcios en relación con este
continuo enfrentamiento entre el dios y la representación
del caos:

"¡Salve, oh Re, adornado con las dos plumas,
potencia grandiosa que surges del Nun!

¡Sea exaltado Re cada día! ¡Abatido
sea Apofis!

¡Sea bueno Re cada día! ¡Pernicioso
sea Apofis!

¡Sea poderoso Re cada día!
¡Débil sea Apofis!

¡Sea amado Re cada día! ¡Odiado sea
Apofis!

¡Sea abrevado Re cada día! ¡Seco de
sed esté Apofis!

¡Sea repuesto (de alimentos) Re cada día!
¡Padezca hambre Apofis!

¡Sea libre Re cada día! ¡Capturado
sea Apofis, el incendiario, y que su fuerza le sea
arrebatada!

¡Re resulta victorioso sobre Apofis!…

Ofrenda de
Maat

Maat, hija de Re, era la divinidad que personificaba las
ideas de armonía y equilibrio que los antiguos egipcios
pensaban que debían presidir la vida en el universo
creado. Si Maat llegaba a ser vencida por el caos, lo que
aconteció en Egipto en momentos de revoluciones y
desórdenes, la sociedad se tornaba injusta, la mentira
imperaba por doquier y el hombre, infeliz, era presa de la
angustia. Afortunadamente, las virtudes de Maat imperaban en el
país y gracias a esta divinidad el orden, la estabilidad y
la armonía hacían que el acto de la creación
del mundo se renovase día tras día. Gracias a Maat
los egipcios vivían en la felicidad. Gracias a ella y a la
armonía del cosmos los fenómenos celestes se
repetían de manera periódica en el firmamento
estrellado.

La serpiente Apofis, sin embargo, en cuanto elemento de
discordia que amenazaba el equilibrio y la armonía de la
creación suponía una dura prueba que debía
ser superada día tras día. Cada noche Re, auxiliado
por Maat y por las fuerzas de la Luz, debía vencer a las
tinieblas.

Maat constituía en las creencias egipcias el
alimento diario del que debían nutrirse los dioses que
habitaban en los templos. Para conseguir que la creación
del mundo se repitiese de manera incesante hasta el infinito los
sacerdotes llevaban a cabo todos los días actos de magia
cuya finalidad era la de ofrendar las virtudes de Maat al dios
respectivo. Se han conservado los textos de esas invocaciones
(Papiro de Berlín 3055):

"Yo he venido hacia ti; yo soy Thot con las dos manos
juntas para llevar la Maat. Maat ha venido para estar contigo.
Maat está en todos tus lugares para que te poses en ella.
Ella es tu hija. Vives de su perfume y se coloca como un amuleto
en tu cuello. Tu ojo derecho es Maat; tu ojo izquierdo es Maat,
tus carnes y tus miembros son Maat…"

En palabras de Martín Valentín "para
asegurar la regeneración diaria de la obra de la
creación, consistente en fenómenos tan
aparentemente sencillos como el nacimiento del nuevo día,
los egipcios acudían a la magia en la creencia de que,
gracias a ella, se garantizaba que todo seguiría estando
en un orden adecuado".

Era frecuente que fuese el propio faraón el que
hiciera la diaria ofrenda de Maat a los dioses. Ese es el motivo
de que en muchas ocasiones la figura de Maat se represente en las
manos de uno de los reyes, que la está ofreciendo a alguna
divinidad. De algún modo, como luego veremos, el
faraón era el símbolo de Maat en la
tierra.

Hubo momentos, según antes comentamos, en que los
hombres llegaron a pensar que Maat, vencida por las fuerzas del
caos, había abandonado Egipto. Algunos textos conocidos
como "Lamentaciones" ofrecen noticias de esos tiempos en que
ausente Maat de la tierra reina en Egipto la injusticia y la vida
se ha hecho tremendamente dura para el hombre. Así sucede
en el "Diálogo del Desesperado", en el que el personaje
que se lamenta ansía la llegada de la muerte para poder
alejarse de la maldad que impera en este mundo. El texto alcanza
momentos de gran intensidad y dramatismo:

"¿A quién hablaré hoy?

No hay nadie justo.

El país ha sido abandonado a los malhechores.

¿A quién hablaré hoy?

Se carece de un amigo íntimo,

y se recurre a un desconocido para quejarse.

¿A quién hablaré hoy?

No hay nadie contento.

Aquél con quien uno solía pasear ya no
existe.

¿A quién hablaré hoy?

Estoy agobiado por las aflicciones

a causa de la carencia de un amigo
íntimo.

¿A quién hablaré hoy?

La maldad ronda por la tierra,

y no tiene fin.

La muerte está hoy ante mí

(como cuando) un hombre enfermo sana,

como salir afuera tras estar confinado.

La muerte está hoy ante mí

como la fragancia de la mirra,

como sentarse bajo un toldo un día de
brisa.

La muerte está hoy ante mí

como el perfume del loto,

como estar sentado al borde de la ebriedad.

La muerte está hoy ante mí

como un camino trillado,

como cuando un hombre regresa de la guerra al
hogar…"

El faraón:
"Justo de Voz"

El faraón, auténtico dios viviente, era un
elemento imprescindible para el mantenimiento del orden del
mundo. Existen diversas historias que nos hablan del origen
divino de los reyes; en el Papiro Westcar, por ejemplo, se afirma
que Re y la hija de un sacerdote engendraron tres hijos que con
el paso del tiempo, allá por el año 2500 a.C.,
habrían de reinar con los nombres de Userka, Sahuré
y Neferirkaré. La propia Hatshepsut, cuando murió
Tutmosis II, no tuvo reparos en justificar su usurpación
del trono alegando que el propio Amón era su
padre.

El faraón era el intermediario entre Dios y los
hombres y debía ocuparse tanto de proteger al pueblo
egipcio como de ayudar a Maat en su labor de mantenimiento de la
creación. Gracias a sus desvelos los enemigos que
amenazaban al país se mantenían alejados y reinaba
en Egipto el orden, la verdad y la justicia. Cuando el
faraón era un hombre justo la felicidad imperaba y el
pueblo egipcio vivía en la alegría.

El poder inmenso de que estaba investida la figura del
faraón precisaba que las decisiones que pudiera tomar
estuvieran conformadas a Maat ya que en otro caso la injusticia
imperaría por doquier. El proceso de dictado de
órdenes por parte del faraón constaba de dos
momentos; en el primero, su corazón concebía un
pensamiento, en tanto que en el segundo era su palabra la que
daba la orden de que ese pensamiento se materializase. El poder
de la palabra del faraón, casi tan inmenso como el de los
dioses, creaba la realidad. Sus deseos, expresados con su voz,
eran ejecutados por los hombres.

El faraón, y el hombre justo en general,
debían ser lo que se denominaba "Justos de Voz", es decir,
su palabra debía de estar conformada a Maat, de modo que
esa palabra justa era creadora y daba la vida. Los textos que
conocemos como "Instrucciones Reales" nos muestran que el
faraón debía de estar dotado de especiales
cualidades morales. Tenía que desvivirse por la justicia y
la sabiduría y actuar con bondad hacia el pueblo egipcio.
En las denominadas "Instrucciones de Lealtad", que se datan en la
dinastía XII, se nos habla de la consolidación del
poder del faraón, tras una anterior etapa de
anarquía; en el texto se nos ofrece la visión de un
rey de origen divino, poderoso y señor de la
Justicia:

"Adorad al soberano Ny-Maat-Re, que vive para siempre,
dentro de vuestro ser. Fraternizad con su majestad en vuestros
corazones. Propagad su temor cotidianamente. Hacedle alabanzas en
todo momento. Él es el Conocimiento, que está en
los corazones, sus ojos escrutando a todos los seres. Él
es Re, bajo cuya dirección se vive. El que está
bajo su protección tendrá grandes posesiones.
Él es Re, por medio de cuyos rayos se puede ver. Él
ilumina el Doble País más que el disco
solar…"

Nuevamente a modo de ejemplo, en las "Instrucciones a
Merikaré" encontramos diversos consejos que deben permitir
que Merikaré sea un "Justo de Voz": "Haz –se le
dice- que seas amado por todos los hombres", o "Que seas llamado
aquel que acabó con el tiempo del sufrimiento", o "Se
recto, practicando la justicia, en la que confían los
corazones". Es en este texto sapiencial en el que se nos dice que
Dios prefiere las cualidades de un hombre que sea recto de
corazón, es decir, que actúe en su vida conforme a
Maat, antes que recibir las valiosas ofrendas que pueda aportarle
un pecador.

El corazón
ante Maat

Los egipcios pensaban, cuando llegaba el momento de la
muerte, que si un hombre había vivido y actuado de acuerdo
con Maat, es decir, había ajustado su existencia a la
verdad y la justicia, cuando fallecía su vida estaba
asegurada en el más allá para siempre. El hombre
justo, conformado a Maat, tenía la esperanza de ajustar su
destino, tras la muerte, al de Osiris. Los elementos espirituales
que se integraban en el hombre eran de naturaleza divina y por
tanto eran eternos del mismo modo que lo son los dioses. Ahora
bien, si el hombre no había sido justo, es decir si no
había obrado en su vida conforme a Maat, tras la muerte le
esperaba la aniquilación y el olvido. El capítulo
18 del "Libro de los Muertos" nos dice:

"¡Salve, Señor del Occidente, Unnefer que
resides en Abidos! Llego ante ti con el corazón pleno de
rectitud, en mí no existe pecado, no he mentido a
sabiendas, no he cometido mal. (Por tanto), concédeme
ofrendas que provengan de los altares de los Señores de la
Verdad y (haz) que pueda ir y venir por la necrópolis sin
que mi alma sea estorbada y que pueda contemplar eternamente el
disco solar y también la luna."

Plenamente seguro de sus creencias, el sacerdote
Petosiris nos dejó escrito en su tumba: "El Occidente es
la morada de aquel que no tiene faltas. Rogad a dios por el
hombre que lo ha alcanzado. Ningún hombre lo
alcanzará, a menos que su corazón sea recto
practicando la justicia. Allí el pobre no se distingue del
rico, sólo el que es encontrado libre de falta por la
balanza y el peso ante el señor de la Eternidad.
Ahí nadie está exento de ser calibrado: Thot, como
un babuino a cargo de la balanza, sopesará a cada hombre
por sus actos en la tierra."

En efecto, los egipcios pensaban que tras la muerte
física el difunto había de ser sometido a un duro
juicio en el que se trataba de contrastar que su corazón
había actuado con justicia. Según el
capítulo 125 del "Libro de los Muertos" el individuo, en
presencia de Osiris, Señor de las Dos Maat, y de otros 42
dioses debía prestar una solemne declaración de
inocencia e inmediatamente después su corazón era
pesado ante Maat. En uno de los platillos de la balanza se
colocaba el corazón, en tanto que en el otro se colocaba
una pluma de avestruz, símbolo de Maat. El corazón,
si era justo, debía pesar menos que la pluma. Thot
registraba el resultado sobre una tablilla y declaraba en su caso
al difunto "Justo de Voz". En otro caso, un ser monstruoso,
Ammit, aniquilaba al fallecido.

El "Libro de los Muertos", en diversos momentos, hace
alusión a la Doble Maat. Así, en el pesaje del
corazón está presente la Doble Maat, en tanto que a
Osiris se le denomina como Señor de las Dos Maat. Esta
doble alusión a Maat es objeto de discusión por los
estudiosos. Posiblemente Maat se asimilaba con dos entidades,
Isis y Neftis, que se sitúan tradicionalmente a ambos
lados de Osiris. En todo caso, es conocido que los egipcios
solían concebir el mundo como una dualidad: Sol y Luna en
el cielo; Alto y Bajo Egipto, etc.

Dada la relevancia del acto de pesar el corazón,
el egipcio temía realmente que en ese momento
trascendental su corazón pudiese prestar falso testimonio
en el juicio. El hombre justo, para serlo declarado, precisaba
que su corazón actuase en ese momento con lealtad. Ese es
el motivo de que el capítulo 30 B del "Libro de los
Muertos" contenga un conjuro que intenta evitar que el
corazón del difunto se oponga a él mismo en el
Más Allá: "¡Oh corazón (proveniente)
de mi madre, oh corazón (proveniente) de mi madre, oh
víscera de mi corazón de mis diferentes edades!
¡No levantéis falsos testimonios contra mí en
el juicio, no os opongáis a mí ante el tribunal, no
demostréis hostilidad contra mí en presencia del
guardián de la balanza!."

En las "Instrucciones a Merikaré" se expresa con
claridad la esperanza de vida en el más allá que
debe tener el hombre que es justo en su existencia: "El hombre
puede permanecer tras la muerte, pues sus acciones se colocan
junto a él como un tesoro, y la existencia allí es
eterna. Estúpido es quien hace que ellos (los jueces) se
irriten. Y respecto al que llega a ellos sin haber cometido
faltas, quedará allí como un dios, yendo
libremente, como los señores, eternamente." O como afirma
el "Diálogo del Desesperado": "Verdaderamente, aquel que
está más allá (es decir, actuó en su
vida conforme a los preceptos de Maat) será un dios
viviente."

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Autor:

Ildefonso Robledo Casanova

 

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