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Magos y demonios en la antigüedad (página 2)



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El monje cristiano, en suma, habría perpetuado
bajo la forma cristiana la acción y el protagonismo que
los antiguos magos habían tenido, y seguían
teniendo, en el mundo oriental y en el helenismo grecorromano.
Del Cristianismo, que había convertido a los dioses
paganos en demonios, emergió la figura del monje santo que
dotado del poder de Jesucristo podía enfrentarse sin temor
a esos demonios.

Un buen ejemplo de estos monjes cristianos que
actúan como magos lo encontramos en Hipazio, cuya
sugerente historia nos ha sido transmitida por Calínico
(Vida de Hipazio) y ha sido estudiada en tiempos recientes por R.
Teja. Se trata de un individuo que vivió entre los siglos
IV y V d.C., y del que se sabe que fundó una comunidad
monástica cerca de Calcedonia, en la parte asiática
del Bósforo. Allí habría de distinguirse por
su vida ascética y por su lucha continua con el Diablo,
que unas veces actuaba directamente y otras sirviéndose de
magos paganos.

En el entorno social del monasterio se pensaba que el
Diablo era el causante de todos los males y enfermedades e
Hipazio, amparado en el poder inmenso de Cristo, habría de
derrotarlo una y otra vez. En uno de los pasajes de la obra de
Calínico se nos narra el modo en que Hipazio pudo superar
las malas artes de una mujer hechicera (Vita, 28,
1-8):

"Un día vino a verle un laico que tenía
una llaga horrible -su muslo supuraba por todas partes- y el
santo se preocupó por él y oró por
él. Pero no mejoró. Entonces el santo Hipazio le
preguntó:

¿No has hecho nada malo?

Él le respondió:

Antes de venir al monasterio una mujer hizo sobre mi
llaga encantamientos con un cuchillo.

Cuando hizo esta confesión, nos contó
Hipazio: Aquella misma noche yo vi a la mujer sentada delante de
la puerta y, a poca distancia, al Diablo sentado sobre un dosel,
con vestimentas regias, rodeado de un gran número de
demonios. Algunos hermanos salieron en busca de la mujer y los
demonios les atacaron. Cuando yo llegué el Diablo dijo a
sus siervos:

Dejadlo, vosotros no podéis nada contra él.

Inmediatamente el Señor los hizo desaparecer. Al
cabo de algunos días el hombre se curó."

En otro pasaje de la Vida de Hipazio (43, 1-8), seguimos
a R. Teja, se nos muestra otra escena de especial interés
que nos narra el enfrentamiento entre los poderes del monje santo
y los de un mago pagano que se ha infiltrado en el monasterio. El
mal olor, propio de lo diabólico, que despide el mago lo
delatará ante Hipazio:

"En una ocasión, mientras (Hipazio)
permanecía en pie durante el servicio divino sintió
un mal olor muy fuerte. Hay que tener en cuenta que
acudían muchas personas de la ciudad que habían
oído hablar de él y querían recoger el fruto
de sus santas plegarias. Una vez finalizado el servicio, como
inspirado por un poder divino, llamó al hombre que
expandía el mal olor, le puso en medio de todos y le
preguntó:

¿De donde eres? ¿Cuál es tu oficio
y qué es lo que llevas encima de ti?

El otro respondió:

Soy de Antioquia y quiero hacerme cristiano.

Hipazio le hizo cachear y le encontró un trapo en
forma como de cinturón de tres dedos de ancho y le
preguntó:

¿Qué significa esto? Durante el rezo yo he
sentido un olor satánico.

Contra su voluntad se vio forzado a confesar que el
paño pertenecía a Artemis (diosa pagana vinculada a
la magia). Inmediatamente ordenó que fuese quemado. Pero
cuando la prenda fue arrojada al fuego, no ardió, sino que
tomó la forma de un objeto redondo. Entonces el santo
recitó una plegaria, acompañado de los demás
monjes, lo aplastó a puntapiés, lo rompió en
pequeños trozos y lo mezcló con la tierra.
Después lo arrojo a las letrinas y dijo a aquel
hombre:

Si tú quieres hacerte cristiano, dame tu libro y
todos los instrumentos mágicos.

Envió a un hermano para que le acompañase,
pero aquél se escondió y huyó…"

Los cristianos y
los ángeles

Todo parece sugerir que en los tiempos del Bajo Imperio
la ciudad de Alejandría vino actuando como un inmenso
crisol en el que se fundieron los conocimientos que sobre las
ciencias ocultas habían existido en los momentos
anteriores. La mezcla de culturas y de creencias en el Egipto
tardoantiguo fue tan profunda que fue frecuente que monjes y
obispos cultivaran las artes mágicas buscando defender al
hombre de los males que provocaba el Diablo y su cohorte de
demonios, pero pretendiendo igualmente, a veces, acceder a la
adivinación de acontecimientos que habrían de
acontecer en el futuro.

En un reciente estudio, S. Acerbi nos recordaba que en
el Concilio de Laodicea, celebrado a mediados del siglo IV, se
decidió prohibir expresamente las actuaciones de contenido
mágico entre los miembros del clero. Decía, en ese
sentido, el canon 36:

"Que los clérigos de grado superior o inferior no
hagan de magos o adivinos, ni de matemáticos o
astrólogos; que no fabriquen los llamados amuletos, que
son cadenas que atan sus almas. Que aquellos que lleven tales
objetos sean excluidos de la Iglesia."

Atanasio, obispo de Alejandría (siglo IV) fue
acusado de haber llevado a cabo ritos mágicos en diversas
ocasiones. En una de ellas se dijo incluso que había dado
muerte a Arsenio de Hypsilis, obispo meliziano, y que luego le
había cortado su mano derecha para utilizarla en actos
mágicos.

En el mismo concilio, en el canon 35, se reprochó
igualmente el culto a los ángeles, que ya comentamos antes
que eran los "no encarnados" propios del Cristianismo:

"Los cristianos no deben abandonar la Iglesia de Dios y
venerar a los ángeles e introducir su culto. Quien se haga
culpable de esta idolatría disimulada, sea anatema puesto
que olvida a Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, y se
pasa a la idolatría."

Todo esto confirma que en estos tiempos la frontera
entre los ritos cristianos y los ritos mágicos del
paganismo no estaba todavía suficientemente clara. Para
muchos hombres la eucaristía era un inmenso acto de magia,
en el que el creyente "comía" la carne y "bebía" la
sangre de Cristo.

Los ángeles, mensajeros entre Dios y los hombres,
eran invocados en el paganismo por los magos, para quienes no
eran sino démones buenos. Todo parece sugerir que el culto
cristiano a los ángeles tenía su origen en esas
prácticas demónicas paganas que antes fuimos
estudiando. De manera disimulada, como nos dice el propio canon,
debieron ser muchos los que utilizaron la veneración a los
ángeles como medio para llevar a cabo prácticas
mágicas. S. Acerbí recuerda también que en
el Corpus de San Efrén se conserva un sermón en el
que se nos dice que el autor conoce los nombres ocultos de los
ángeles Rufaele y Rafufaele y sabe como utilizarlos en los
ritos mágicos.

Sofronio de
Tella

Este personaje, que vivió a mediados del siglo V
en Siria, fue acusado formalmente por la Iglesia de practicar la
magia en el II Concilio de Efeso (año 449). Entre otras
acusaciones se le reprochaba haber utilizado a un niño
para sirviéndose de él entrar en contacto con los
démones y conseguir adivinar ciertas cosas.

En el momento del acto mágico el niño
había sido colocado sobre una fosa en la que antes se
había vertido aceite y agua. Sofronio pretendía
entrar en contacto con los seres del Más Allá,
utilizando como médium al niño. Se decía que
tras el penoso trance mágico, el niño estuvo
privado de razón durante ocho meses y que solo
llegó a recuperarla cuando fue tratado con aceites
sagrados.

Vemos, pues, nuevamente que estamos en unos momentos de
enorme confusión espiritual en los que no solamente las
personas humildes seguían tratando a los démones,
los seres del Más Allá, sino incluso también
las más altas instancias del clero. La Iglesia, temerosa
de estas actuaciones, no podía sino intentar reprimirlas
con contundencia, y es que, siguiendo las propias palabras de S.
Acerbi: "Aunque Sofronio no fuese un sofisticado experto en el
arte mágico, su ars adivinandi le proporcionaba capacidad
de persuasión frente a personas especialmente vulnerables
e ignorantes. Y por esto era especialmente temida y perseguida.
Quien dominaba los saberes ocultos podía fácilmente
manipular las conciencias; y, lo que quizás asustaba
más a sus acusadores, la libido credendi del pueblo
ampliaba su variada clientela."

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Autor:

Ildefonso Robledo Casanova

 

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