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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

  1. Explicaciones necesarias
  2. Dos
    cartas interesantes
  3. Prólogo
  4. Popayán
  5. Mi
    Familia
  6. Impresiones de mi infancia
  7. Impresiones de mi infancia
  8. Un
    poco de Historia
  9. Julio
    Arboleda
  10. Fin
    de la Revolución de 1860
  11. Cuaspud
  12. Un
    personaje singular
  13. De 1864 a
    1870
  14. La
    Administración Salgar
  15. Viaje
    a Europa
  16. Francia y sus grandes
    hombres
  17. Viaje
    a Italia
  18. Regreso a la Patria
  19. Gobierno de Trujillo en el
    Cauca
  20. Santiago Perez
  21. La
    obra de Nuñez
  22. Primera época de la
    Administración Parra y Revolución de
    1877
  23. Segunda época de la
    Administración Parra
  24. Manuel Murillo
  25. José María Samper, Felipe
    Pérez, Aníbal Galindo y Teodoro
    Valenzuela
  26. Los
    Gobiernos Radicales
  27. La
    Administración Trujillo
  28. Mi
    Misión ante el Quirinal
  29. Mi
    misión ante el Vaticano
  30. Banquete del 20 de Julio de
    1879
  31. Primer viaje a España
  32. Regreso a Francia, Italia y
    Colombia
  33. Administración Nunez de 1880 a 1882 y
    principio de la de Zaldua
  34. Administración
    Zaldúa
  35. 1883
  36. La
    Revolución de 1885
  37. El
    Ateneo de Bogotá
  38. Atentado contra el Banco
    Hipotecario
  39. Recuerdos
    Cronológicos
  40. Resúmenes y
    Conclusiones
  41. Reformas y Corolarios

DON JOSÉ MARÍA QUIJANO WALLIS no cuenta
aún treinta y cinco años [nació en
Popayán el 20 de Julio de 1847] y ya tiene en su vida
pública cantidad de desempeños oficiales que le
forman importante pasado político en el partido cuyas
ideas sirve, que, como escritor polemista y como literato
fácil, muchísimas producciones publicadas en la
mayor parte de nuestros periódicos, atestiguan sus amplias
dotes como hombre de letras. Apénas había terminado
sus estudios pasó de Regidor de Popayán de 1865
á 1867 á la Legislatura del Cauca, y sucesivamente
fue Secretario del Gobierno del mismo Estado en 1867, Rector del
Colegio de Popayán y profesor de varias clases en 1869,
Diputado á la Cámara de Representantes en 1870 y
71, y Senador en 1872. De vuelta de un viaje á Europa
fué Secretario del Gobernador del Cauca y en 1875 Director
de Instrucción pública en ese Estado ; nuevamente
Diputado en 76, tuvo á su cargo la cartera del Tesoro y
Crédito Nacional. Más tarde, en 1878,
recibió el nombramiento de Encargado de Negocios y
Cónsul general en el Reino de Italia, cerca de su Majestad
el Rey Umberto, en donde permaneció hasta 1881. Durante el
tiempo de su permanencia en Europa hizo importantes viajes y
estudios y mereció el alto honor de recibir la Cruz de
Comendador de la Orden de los Santos Mauricio y Lázaro.
Alto, moreno, de grandes ojos expresivos, lleva ordinariamente la
barba entera, que es de un tono negro absoluto, como sus cabellos
que tienden á escasear; boca llena de movimiento, nariz
aguileña, delgado, afable, dulce en el hablar, es lo que
podemos llamar un hombre completamente buen mozo. Mimado de la
fortuna, excesivamente perezoso para escribir, lo que hace sin
embargo con facilidad, preferiría sin vacilar á
todos los distinguidos puestos que ha ocupado el título de
Doctor en Medicina, ciencia que ejerce con el mismo aplomo como
si lo fuera, y haciendo sin vacilar sus experiencias
hipocráticas de ordinario sobre su misma persona,
escogiéndose víctima de sus propias recetas. Su
padre fue D. Manuel de Jesús Quijano y
Ordóñez y su madre la señora Doña
Rafaela Wallis y Caldas. Enviado extraordinario y ministro
plenipotenciario de la república de Colombia ante su
majestad el rey de Italia; antiguo ministro de estado, ex senador
y ex presidente de la cámara de diputados; antiguo
diplomático en Inglaterra, Francia y Suiza; individuo de
número de las academias de jurisprudencia y
legislación de Madrid y de las de jurisprudencia e
historia de Bogotá ECC. [1]

CON PRÓLOGO DE

NICOLÁS ESGUERRA

Y CARTAS

DE CARLOS A. TORRES Y SANTIAGO PEREZ
TRIANA

Explicaciones
necesarias

Un libro es una obra de pensamiento.

En todo trabajo intelectual, simplemente especulativo
ó de imaginación, hay siempre un móvil y un
propósito. El primero nos impulsa a emprender la obra y el
segundo a su publicación.

¿Cuáles son el móvil y el objeto de
este libro?

Para responder a esta pregunta, bástame enunciar
las partes de que se compone.

La parte autobiográfica y de genealogía de
mis antecesores tiene un carácter familiar, casi intimo y
está destinada únicamente a la lectura y
conocimiento de los hijos de mis hijas.

Así, pues, los lectores, extraños a los
vínculos de mi familia, pueden prescindir de su lectura, y
aun les suplico que prescindan de ella o que, En todo caso, me
perdonen por haber ocupado una parte de este libro en narrar
hechos que me atañen exclusiva y personalmente, Esos
relatos tienen la siguiente explicación:

No es un sentimiento de vanidad el que me ha movido a
referir ciertos hechos y éxitos de mi vida pública
en el campo del parlamentarismo y de la actuación oficial.
La vanidad es un sentimiento propio de la naturaleza humana. Casi
nadie se sustrae a su influencia, no obstante que todos quieren
negarla ú ocultarla. Tal sentimiento, que se moteja
siempre, no deja de ser provechoso porque es un estimulo del
progreso individual. Pero la vanidad, como todas las pasiones que
desarrollan la natural ambición del hombre en la juventud,
desaparece por la acción disolvente del tiempo. En el
crepúsculo vespertino, el sol de la existencia palidece y
sobre el desteñido horizonte se amontonan las sombras
mortecinas.

Tal me ha pasado a mí, y es por esto por lo que
declaro que no es la vanidad la que me ha movido a referir en
este libro ciertos sucesos que pueden hacerme aparecer como
hombre afortuna-do en mi carrera pública. No. Es porque
considero como mi deber de los hombres que han procedido
correctamente en sus actos públicos, como miembros de una
sociedad civilizada y cristiana y que han marchado siempre por el
camino recto, esquivando traviesas y sendas tortuosas, referirlo
a sus descendientes como legado limpio de sus
progenitores.

Este mismo sentimiento me ha impulsado a recordar a
gran-des rasgos la genealogía de mis antepasados,
especialmente de mis amados padres, a cuya memoria he consagrado
siempre culto re-verente.

Ya que me hallo en la tarde de la vida, casi en los
vestí-bulos de la tumba, he deseado contar en alta voz a
mis descen-dientes lo que pueda interesarles de su genitor, para
que puedan decir respecto de mi lo que yo digo con
relación a los míos; « Siempre fueron
animados en sus acciones por el sentimiento del deber, conforme a
su propia conciencia, y al bajar al sepulcro y ser cubiertos con
el sudario, sus deudos no tuvieron que lavar mancha alguna sobre
sus frentes ».

La parte que podemos llamar de carácter
histórico y polí-tico ha sido escrita por la
insistencia de mis amigos y porque considero que es un deber de
todo individuo que ha desempeñado un papel, siquiera haya
sido insignificante o de partíquino en el
escenario de la vida pública y social, referir los hechos
en los cuales fué actor ó espectador, para procurar
elementos al historiador que acometa la empresa de escribir la
historia moderna de Colombia Casi todos los grandes
historiadores, desde Josefo y Tácito hasta Thiers y
Perrero, se han servido de Memorias o narraciones de los
individuos contemporáneos para escribir sus monumentales
obras.

Con el fin de hacer menos árida la lectura de
estas Memo-rias, en gran parte autobiográficas, he
creído deber salpicarlas con la relación de algunas
anécdotas u episodios curiosos ó interesantes que
son ignorados por la generalidad de mis compatriotas; y con una
rápida relación de algunos de mis
viajes.

En todo "cuanto yo refiero en este libro, he procurado
ser ser-vidor inflexible de la verdad, la cual puedo garantizar
en todos los hechos que he presenciado, o en que he tomado parte
directa ó indirecta. Puedo haber incurrido en error de
recuerdo de algu-nos datos cronológicos y de nombres
propios, porque habiendo escrito este libro en Paris, sin libros,
ni periódicos, ni otros datos de consulta, los cuales
reposan en mi archivo personal de Bogotá me he visto
forzado a trabajar ateniéndome únicamente a mis
recuerdos, ya bastante lejanos. Así, pues, ruego a mis
lectores me perdonen si he incurrido en algún error
cronológico en alguna cita equivocada, porque les
garantizo de nuevo la veracidad glo-bal de los hechos.

He procurado también escribir semblanzas o
ligeros bocetos biográficos de aquellos hombres eminentes
que en Colombia desem-peñaron un papel importante y aun
trascendental, ya como hom-bres públicos u ora como
intelectuales sobresalientes, con el objeto de tributar un
homenaje a su memoria venerable y de procurar datos al futuro
historiador.

En mis apreciaciones sobre política y sobre
sucesos históricos con ella relacionados, he sido guiado
por un sentimiento de justicia y por un criterio completamente
imparcial y desapasionado. Alejado como estoy irrevocablemente
del escenario de la vida pú-blica y desligado de todo
interés personal que a ella pudiera refe-rirse, he
procurado emitir mis conceptos escribiendo desde Sirio, como
dicen los retóricos. Mis, opiniones, pues, pueden ser
falsas o erróneas por carencia de facultades para
formarlas acertadamente pero en todo caso son
sinceras.

Desde adolescente he militado en la Escuela liberal
doctri-naria que proclama el reconocimiento de los derechos
naturales del hombre y la organización de la Sociedad
conforme a las doctrinas del Cristianismo, cuyos preceptos
aplicados a la Sociedad forman la esencia de la Democracia.
Siempre he sido apóstol irrevocable de la Paz y Obrero del
Progreso de mi Patria. Cuantas veces fui consultado en mi
carácter de hombre público para resolver si el
partido liberal debía emprender o no la
reivindicación de sus derechos por medio de las aarmas, he
votado resueltamente por la negativa y por la afirmación
contraria, o sea por la actitud pací-fica y por la
expectativa de una restauración por senderos tran-quilos y
legales. Así ha sucedido por fortuna para la
República, como lo demuestran el orden y la Paz de que
disfruta, por pri-mera vez, en un período prolongado de
diez seis y años.

No obstante mis convicciones sinceras y mis labores
honra-das de liberal de la Escuela de Murillo, al escribir mis
Memo-rias, llevado del principio de tributar ante todo homenajes
a la Justicia y a la Verdad histórica, he apuntado los
errores en que han incurrido los Directores de la Comunidad
política liberal y he enzalzado los hechos que merecen
honrarse en la actuación de nuestros adversarios. En
algunos Capítulos de este libro, el lector extranjero
vacilará en conocer a qué partido político
pertenece el Autor, tal es el espíritu de imparcialidad
que ha guiado mi pluma en las apreciaciones.

Y, por último, he sido movido para escribir este
libro por un sentimiento muy natural cuando, retirados de toda
participación en el movimiento de la vida política
y social del medio en que hemos vivido, queremos alimentar
nuestro espíritu con los elementos que nos ofrece el
Pasado, ya que el Porvenir no nos promete ninguno y que el
Presente se halla reducido a la vida vegetativa y de re-poso.
Cuando el hombre se halla en el descenso de la cumbre y se acerca
al término del viaje, vuelve instintivamente su mirada
hacia atrás y, ya que no puede hacerlo materialmente,
desanda con el pensamiento el camino recorrido. Por esta
consideración se explica la inclinación que tienen
todos los individuos que se hallan en la tarde, casi en la noche
de la vida, a evocar recuerdos y escribir Memorias.

Sirvan estas líneas de explicación de los
móviles y objeti-vos de este libro, para que el lector
benévolo excuse los datos auto-biográficos que
él contiene y me perdone los errores en que yo haya podido
incurrir al escribirlo.

Paris, 1915.

JOSE MARIA QUIJANO WALLIS.

Dos cartas
interesantes

Con el objeto de tributar un homenaje a la memoria de
dos eminentes compatriotas, cuya prematura muerte lamenta aun
Co-lombia, deseo colocar al frente de esta obra una parte del
Prólogo que escribió para otro libro mío el
Doctor Carlos Arturo Torres cumpliendo asi la
recomendación que este eximio literato me hizo- algunos
meses antes de morir, al tener noticia de que -tenía yo el
pensamiento de escribir mis Memorias. « Resérveme,
me dijo, el honor de escribir otro Prólogo para su nuevo
libro, y en caso -de que, por cualquier evento, no
pudiere escribirlo oportunamente, re-produzca el que se halla al
frente de sus interesantes Discursos y Escritos Varios
».

También el Dr. Santiago Pérez Triana, que
tenía el propó-sito bondadoso de escribir un
Prólogo para mis Memorias, me dirigió la carta que,
con los lugares del otro Prólogo de Tórres, publico
a continuación.

El Doctor Tórres dijo, entre otras cosas, lo
siguiente:

« El autor de la presente obra es un
espíritu de alta distin-ción; esa es la constante
de su carácter, que se imprime con sello imborrable en
todas las circunstancias de su existencia y en todas las
páginas de su libro. Este es variado y rico de vida, de
infor-mación, rumoroso de ideas, brillante, armonioso y
múltiple como la carrera misma del autor. Publicista y
político, diplomático y hacendista, escritor y
tribuno, el Doctor Quijano Wallis, perso-nalidad emérita y
prominente en Colombia, conocida y justamente apreciada fuera de
ella, ha vivido muchas de las páginas que ha escrito; ha
elaborado él mismo, como hombre de Estado, muchos de los
principios que sustenta; ha intervenido, de modo eminente unas
veces, otras de indirecto modo siempre elevada y
noblemente

en muchas de las situaciones que estudia; ha hecho, en
fin en mu-chos casés, la historia que escribe; de ahi la
originalidad, el movi-miento, el íntimo y supremo valor,
el vivido interés de este libro.

En sus estudios literarios, al autor, hombre de mundo y
-mentalidad fina, sutil y equilibrada, no subordina sus
predilecciones-intelectuales a las exigencias coercitivas de
modas más o ménos efimeras, mas o ménos
tiránicassino que sabe muy bien que toda admiración
es una comprensión y toda comprensión una afinidad;
que la creación artística perdura, por encima de
los gustos de un día é independientemente de ellos,
por el destello de eternidad que haya sabido sorprender y fijar y
que ese destello milagroso no se apaga en la obra que una vez lo
reflejó, aun cuando nuevos profetas conviertan toda la
admiración colectiva de una época al culto de los
Dioses extranjeros. Y, así como en la literatura guarda el
Dr. Quijano noblemente la fidelidad de sus predilecciones, lo que
es plausible, en política ha exhibido el valor de sus
ideales lo que es admirable; por eso vemos en este libro
páginas qué serán perdurable timbre de honor
para su nombre: su llamamiento a la Paz y a la Concordia, en
nombre de la Patria y en medio del deshecho huracán de las
revoluciones – pieza plena de elo-cuencia, de sentido
político y de dón profetico, brote de irrecusable
patriotismo y acto además de supremo valor civil, –
bastaría, el solo, a graduar a su autor de espiritu
clarovidente, de conciencia recta y, lo que es mejor aún,
de hombre de corazón y de buen ciudadano.

Ni son solamente hermosas generalizaciones
históricas, polí-ticas y literarias, y
trascendentales internacionales (en las cuales el autor,
ex-Ministro de Relaciones Exteriores y varias veces Minis-tro
Diplomático, muestra una competencia y una
sindéresis ver-daderamente notables) las que dán
encanto y variedad a este libro; campean allí
también, disimulada su intrínseca aridez, con los
encan-tos de una prosa siempre pulcra, sonora y elegante, la sana
doctrina económica, el sólido estudio de muchos de
los grandes problemas. aun no resueltos, de órden
administrativo, económico y fiscal que han agitado al
mundo y que en Colombia han asumido carácter de gravedad
sin precedentes; la idoneidad del autor en tan delicadas materias
está consagrada ya por el veredicto unánime de una
opi-ni6n ilustrada, que le ha aplaudido siempre cuando quiera
que,. corno Ministro del ramo, como Gerente y Organizador de
varios Bancos y Númen constante de nuestras Cámaras
de Comercio, ha dádo airo feliz a muchas de tan
árduas cuestiones.

No es de dudarse que la acogida que dará el
público a las hermosas é importantes piezas
aquí coleccionadas, alentará a su autor a darnos el
conjunto completo de su obra, – tan fecunda y tan rica – y sus
interesantísimas Memorias autobiográficas que han
de constituir, de ello estamos ciertos, una valiosa
contribución a nuestra historia y una preciada joya de
nuestra literatura ».

CARLOS ARTURO TORRES

El Dr Pérez Triana me escribió lo
siguiente:

« Mi querido Doctor y amigo:

Yo considero que Ud. ha formado parte integrante de
la generación 116 era la genuina a que perteneció
mi padre y en cuyo alfa-beto humano valga la expresión, se
encuentran casi todas las letras mayúsculas que ha
producido la República después de la guerra
cíe eman#,i5ación. El alfabeto nacional está
hoy reducido desgraciada-mente a minúsculas de
bastardilla, casi microscópicas, especialmente en los
campos del liberalismo.

Como colaborador de esos hombres que fueron
il/furillo, Santiago y Fetipe Pérez, Zapata, Cuenca etc,
siendo Ud. mucho mas joven que ellos, ha dejado Ud. una huella
brillante, simpática, honorable y fecunda en la
colaboración a la obra de la
República.

Ahora bien, cuando yo escriba el Prólogo, lo
cual discernirá una honra para mí al aparacer a par
del escrito de Ud., permítame Doctor, que ofenda su
modestia cuando haga presente la labor polí-tica e
intelectual en que" Ud. en sus juveniles anos tomó parte
como periodista, corno orador, como legislador y aun como
individuo privado en la senda del Comercio, de la banca, etc,
etc. Ni a Ud. había de satisfacerle, ni sería yo
hombre que hiciera tal labor, el que me limi-tara a simples
alabanzas triviales que tan de usanza son en esos mundos cte
Dios, entre quienes o no quieren o no pueden afrontar alguna park
siquiera de la responsabilidad de las cosas que debieran decirse.
Yo creo que en la vida como en las farmacias, las cosas deben de
estar en sus puestos; las drogas en sus frascos respectivos y las
luchas en sus campos propios.

Pero como quiera que las hojas de un libro son como
los días de una vida y como que las Memorias que tiene el
feliz propósito de escribir Ud. han de ser la
recolección de esas hojas, es decir de esos días,
quien de esa colección hable, debe repetir siquiera un eco
del rumor que de ellas se desprende. Y el eco del rumor de la
vida de Ud., hijo de aquel incansable luchador que fue su padre,
y luchador Ud. mismo por los principios liberales tiene que ser
un eco en que se hable del gran partido liberal que luchó,
en el cual se encarnó la esperanza del progreso y de
verdadera libertad para la República,
y el que
depurado por la derrota y por el vencimiento, esperamos muchos,
que no solamente, no creemos en que los partidos se hayan
acabado, sino que declarariamos esa repentina supresión de
ellos en Colombia como inmoral, surgirá glorioso y pujante
en bien de la República.

Londres 1914

« Firmado. S. PEREZ TRIANA.

Prólogo

Nuestro eminente compatriota el Sr. Dr. José
María Quijano Wallis ha querido que seamos nosotros
quienes presenten al pú-blico lector y a la posteridad sus
memorias autobiográficas, histo-rico
políticas y de carácter
social.

Esta honra es indeclinable: desde luego por lo que ella
entraña en sí misma; indeclinable por otros
simpáticos aspectos, tales como el de ser el Dr. Quijano
Wallis y el suscrito los únicos sobrevi-vientes de cuantos
individuos desempeñaron las Secretarias de Estado en la
era constitucional que se inició en Rio Negro de 1862, y
el venir la obra dedicada a las Academias Colombianas de
Jurisprudencia e Historia, Institutos éstos a los cuales
ligan al Autor de este Prólogo los más intensos
lazos de cariño y gratitud, por las extraordinarias
distinciones de que es deudor a uno y otro. Por su parte, el
Autor del libro ha sido también Presidente el primero de
aquéllos y es igualmente miembro del segundo.

Con todo, y a pesar de nuestra buena voluntad y de la
im-portancia del libro, vímonos obligados a aceptar el
encargo de pro-logarlo con la precisa condición de que no
entraríamos en el extenso juicio crítico a que es
acreedor, pues son éstos precisos momentos de cierta
recrudecencia en nuestros quebrantos de salud, que nos impide una
labor tan concienzuda como la que hubiéramos querido
realizar en esta oportunidad. Nos vemos, pues,
constreñidos a la muy sincera presentación del
volúmen y a la entusiasta recomen-dación de
él. Afortunadamente se trata de una labor de la cual se
puede decir con toda verdad y justicia que su mejor
presentación y recomendación es el afirmar que no
necesita de ninguna de las dos.

Y Cómo ha de necesitarlas si en bloque resalta la
trascen-dencia del servicio que con este tomo va a prestarse a la
Historia nacional y a la cultura política con solo que se
vean" de frente el nombre del Autor – y el titulo de la
obra.

Qué bien ha hecho el Dr. Quijano Wallis empleando
el re-poso de su vejez, alejado de la Patria, en dedicar a
ésta sus ta-lentos y laboriosidad y las ardientes
palpitaciones de su corazón siempre joven, a fin de
realizar la cuidadosa preparación de esta obra tan extensa
y artística en su forma; tan intencionada y ví-vida
en su factura; tan interesante, en fin, por todos
conceptos.

Desde Plutarco hasta nuestros días, la vida de
los hombres

superiores ha sido parte esencialísima de la
Historia y ello es -lógico y natural, como que los grandes
ciclos de ésta por ley di-vina y humana, han tenido por
fuerza que encarnarse en un hombre que ha sido el conductor y el
guía, el exponente de su momento -histórico; aquel
que por culminar más alto atrajo sobre su cabeza todos los
soles y todas las tempestades. Este concepto, que con-firman de
consuno la historia y la sociología, no implica, desde
luego, la aceptación de aquel otro de los hombres
providenciales o simplemente necesarios.

Y si la vida de las grandes figuras de los pueblos es
inte-grante poderoso de los anales de éstos, su
importancia y virtua-lidad crecen extraordinariamente cuando toma
la forma de la auto-biografía, y dan la propia semblanza
política del recuerdo personal. De ahí que,
especialmente en los dos últimos siglos, este
género de historia se haga de tal manera que las
monografías a él per-tenecientes han venido
estimándose y multiplicándose a diario en todas las
civilizaciones modernas.

En Colombia, tan distinguida siempre por sus altas
disciplinas intelectuales, el simpático fenómeno se
observó desde el momento mismo del descubrimiento y
conquista. Aún mas: el fundador de la nacionalidad
política, el Licenciado Quesada, jurista y letrado,
dió el noble ejemplo con su Compendio Historial ó
sus Ratos de Suesca. Y sin contar al Bachiller Fernández
de Enciso, Fernández Oviedo y otros, bien podemos, dentro
del caro solar bogotano, preciarnos del sabroso Rodríguez
Fresle, del prolijo Simón, del fá-cil y rimado
Castellanos.

Despues del ciclo de la colonia y en cuanto pasó
el esfuerzo mag-no y la independencia fué una realidad,
los autores de ésta que lo-graron sobrevivir,
poseídos de la grandeza de la tarea cumplida, sintieron al
punto la necesidad de dejar para la historia su propia personal
percepción de los hombres y de los hechos, y de
preve-nirse contra las asechanzas de la calumnia y contra los
vacíos del olvido. De ahí las famosas
Memorias de O" Leary escritas por ins-trucciones del
libertador, las de López, las de Posada, las del"
Abanderado Espinosa; las de Urdaneta; las de Castillo Rada; los
Apuntamientos de Santander; el Diario, y aun la
misma Historia de Restrepo; las páginas de
Santiago Arroyo; los Recuerdos his-tóricos de
Manuel Antonio López; el modesto Diario de José
María Caballero; el de Martín Melendez; el de
Santiago Talero; las mo-nografías de Vargas Tejada,
Francisco Soto, Tomás C. de Mosquera, Florentino
González, Ezequiel Rojas y demás; las
auto-biografías de Páez, de Antonio Obando, Reyes y
otros.

Y no solo los héroes y los estadistas se cuidaron
del mañana -en esa forma, sino que cuando no pudieron
realizar tal labor, dejaron, más o menos directamente los
materiales del caso a deu-dos ó amigos. A esta clase
pertenecen las vidas de Santander (por Ernesto Restrepo Tirado,
que con la publicación del Archivo de Santander
va ya en diez tomos, número a que no ha alcanzado otra
obra en el país) Acevedo Gómez (por Adolfo
León Gómez); Nariño y Herrán (por
Pedro M. Ibañez y Eduardo Posada); Cór-doba y
Caldas (por Eduardo Posada) Ricaurte (por Facundo Mu-tis y
Lorenzo Marroquín) Fernández Madrid (pqr Carlos
Martinez Silva); Murillo (libro editado en su Centenario por la
Junta Na-cional que tenemos el honor de presidir); Rufino Cuervo
(por Rufino José y Angel Cuervo); Francisco de Paula
Vélez (por Pedro Fernández Madrid): Ignacio
Gutiérrez Vergara (por Ignacio Gu-tierrez Ponce):
José Ignacio de Márquez (por Carlos Cuervo Mar-quez
en prensa); Felipe Pérez (por Enrique
Pérez); Ospina por Estanislao Gómez Barrientos)
Eliseo Payán (por Aureliano Gon-zález "Toledo);
Joaquín Acosta (por Soledad Acosta de Sam~er); Pablo
Durán (por Emilio Durán L.) Marroquín (por
José Manuel Marroquín Osorio); y otras, sin contar
los discursos y bocetos que también pudieran aqui
clasificarse.

Y no sólo los héroes y los estadistas de
la primera época de la República han solido dejar
su autobiografía o sus recuerdos, sino que algunos de los
que actuaron posteriormente, han prestado esa suerte de servicios
a la historia nacional y hoy son leídos con interés
los brillantes Recuerdos Históricos de Galindo; las
serenas Memorias de Parra; los instructivos Recuerdos y
apuntamientos de Cáicedo Rojas; las amenas Reminiscencias
de Juan Francisco Ortiz y de Cordovez Moure.

Lástima grande, como acaba de verse, que sea muy
corto el número de nuestros hombres eminentes que cuente
iil éxtenso" con una biografía o con una
autobiografia o libro de recuerdos; qué precioso arsenal
constituiría hoy la bibliografía histórica
nacional si todos o casi todos los ciudadanos que aquí han
figurado en primera línea, se hubiesen cuidado de ello o
hubiesen tenido la fortuna de que sus hechos y papeles fuesen
luego recogidos por manos cariñosas

Bastará lo dicho para convencer de que este nuevo
volúmen que llega hoy a ocupar puesto propio, definido y
seguro en nuestra literatura autobiográfica, merece los
más calurosos aplausos, pró-diga acojida e
inteligente "atención. Su autor, que desde muy
jó-ven se paseó triunfalmente por los altos
despachos, los Parlamentos y IQS grandes salones, estaba llamado,
como pocos, a revivir y -agrupar tantas -páginas, muchas
aún en blanco, que esperaban ya el conjuro de su galana
pluma, de su privilegiada memoria y de la serenidad de su
espíritu. Verdad es que para 1908 en esme-rado libro por
la Patria y por la Paz, prologado por Carlos Ar-turo forres, ya
había obsequiado el Dr. Quijano a Colombia con una
selección de Estudios, Discursos y Escritos
varios.

Este tomo viene ahora a complementarse con las Memorias
en que el autor pasa revista a mas de medio siglo, el
último, de la historia nacional, dejando casi siempre el
sello de su propia personalidad y de sus recuerdos, por haber
intervenido como actor en muchos de los asuntos de mayor
entidad.

Principia el presente libro con la descripción de
lo que fué la opulenta Popayán en tiempos de la
Colonia y con datos sobre las familias de allí, entre las
cuales figuraron las de Quijano, Wallis, Caldas, Torres, Tenorio,
etc. a que pertenece el autor, y termina con una rápida
ojeada a las últimas administraciones e-jecutivas de los
Señores Reyes, González Valencia, Restrepo y
Concha, es decir, hasta el momento actual, por más que el
bis" tonar con largueza estas épocas se ofrezca como
materia del se-gundo tomo.

La parte autobiográfica principia hacia 1860 con
interesantes referencias al Obispo Torres, a los Generales
Mosquera, Obando, Arboleda, y a otros personajes ilustres, que
tan pródiga ha sido en ellos la fecunda Popayán.
Entre éstos ocupó lugar prominente el padre del
autor, el Dr. Manuel de Jesús Quijano, orador de grandes
recursos, politico y servidor público de mucho valer, que
honró como su hijo, sillonnes en el Gabinete ejecutivo y
en las legislaturas.

Curiosos son los recuerdos de Dón Itrio Mazuera,
el des-graciado y famoso luchador caucano y de importancia, los
relati-vos a la batalla de Cuaspud, en la guerra con la hermana
na-ción del sur.

Coronada su carrera de abogado y venido a Bogotá,
el Dr. Quijano Wallis como Diputado a la Cámara, sin tener
aún la edad requerida en esa corporación, se hizo
notar como defensor del héroe del Paraguay, Solano
López, a quien el Congreso co-lombiano honró a la
sazón por ley, asi como reconoció luego la
beligerancia de los patriotas cubanos y como opositor al
pro-yecto que pretendió fijar también por ley los
textos de enseñanza.

El Dr. Quijano, quien por su gallarda apostura, su
inteligencia Vivaz, su ilustrada conversación, su
cortesanía exquisita y su vida de gran Señor, ha
sido uno de los más auténticos gentlemens
que hayan lucido en nuestros salones, empieza sus reminiscencias
de carácter social, aspecto muy original y valioso de este
libro – con las patriarcales sesiones de tresillo en el Palacio,
durante la mo-desta Administración Salgar.

En seguida vienen sus viajes a Europa, con nuevas
referen-cias a Victor Hugo, Pio IX, Victor Manuel, Humberto,
Thiers-el Duque de Aosta, el Cardenal Nina, Alfonso Karr, de
Lesseps, Zorrilla, Nuñez de Arce, Campoamor y tantas otras
figuras de primer órden como ha tenido ocasión de
tratar en sus largos y frecuentes viajes por el viejo
mundo.

A los recuerdos de la ardiente lucha electoral de i8
75-76 siguen los de su primer Ministerio ejecutivo o sea la
Secretaria del Tesoro y Crédito Nacional, a la cual
pasó de la Cámara baja, donde de nuevo representaba
al Cauca. En este Estado había sido Secretario de Gobierno
y Director de Instrucción Pública en época
azarosísima, y aun se inició entonces su
candidatura para la Presidencia de esa gran Sección de los
Estados Unidos de Colombia.

Quizá las páginas más importantes
de toda la obra son las muy nutridas relativas al decenio
comprendido entre el estallar la revolución de í8;6
y la sanción de la Carta de r886, que marcó el
advenimiento de la Regeneración y la caida del Pode! del
Partido Liberal. En toda esa época tuvo el Dr. Quijano una
activísima participación en la política y en
la administración pública.

En esta última cúpole en suerte al hoy muy
digno Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de
Colombia en Suiza la faz más delicada pero también
la mas airosa del servicio pú-blico; la
diplomática; y en ésta tocaronle negociados tan
graves que bastarían por sí solos para vincular su
nombre a la historia de nuestras relaciones exteriores. Tal su
misión ante el Quirinal, cuyo objeto principal fué
aprovechar su permanencia en Roma para acercarse privada y
confidencialmente – por primera vez en

ese régimen liberal – a la Santa Sede en busca
del modus vivendí que se ajustó más
tarde; tal su actuación como Canciller o Secretario de
Relaciones Exteriores de la severa Administración Zaldua,
en que hubo de dar por entonces la última maho al viejo
litigio con la hermana Venezuela.

Y como nota plácida que contrasta las graves
reminiscencias políticas y diplomáticas, se
encuentra un capitulo sobre el simpá-tico Ateneo de
Bogotá, fundado por el Dr. Quijano y el Sr. Soflia,
Ministro de Chile, inolvidable cantor del Magdalena.

Entre esa extensa tarea autobiográfica, resaltan
los medallo-nes o bocetos de muchos de nuestros más
insignes estadistas, que dan al conjunto un atractivo especial y
son respecto de estos una generosa obra de reparación y de
justicia que el autor realiza en beneficio de otros, todos ya
muertos, en medio de la justicia que se hace a sí mismo en
algunos casos o de la reparación que se procura ex otros.
Alli Caldas y Torres, Herrán y Obando, Mu-nIlo y Ospina,
Mosquera y Arboleda, Santos e Ignacio Gutiérrez, Torres y
Juan E. Manrique.

Suele observarse, y está muy en lo cierto, que un
solo rasgo en la vida del hombre, y especialmente en la del
hombre de Estado, basta para retratarlo de cuerpo entero y es
materia suficiente para modelar su personalidad ante la
Historia.

El autor de este libro ha tenido varios de esos rasgos
en su larga y múltiple existencia, y para comprobarlo
vamos a permi-tirnos traer ahora dos, que, al par que
serán una buena muestra de lo interesante de estos
recuerdos políticos que van a leerse y del libro entero,
pintan y definen al Dr. Quijano Wallis cabalmente en cada una de
las situaciones más altas y difíciles en que se
pusieron a prueba sus luces, su integridad y su patriotismo. Nos
refe-rimos a las dos ocasiones en que fué Ministro en
propiedad, puesto que en alguna también estuvo encargado
de la Secretaría de Go-bierno o de lo Interior.

Oigamos al propio Dr. Quijano:

El Dr. Aquileo Parra, en quien la modestia, la sensatez
y – el patriotismo, cualidades salientes de su espíritu
sereno y puro, – aparecían apenas como satélites de
su alta, incontrastable probidad, pidió licencia para
separarse del ejercicio de la Presidencia, con cl fin de
restablecer su salud quebrantada por las faenas de la
revolución.

« En vísperas de ausentarse para San
Vicente, nos cruzamos las siguientes cartas:

Casa de Usted, Mayo 14 de 1877.

Mi apreciado Dr. Quijano:

Dentro de pocos días me iré para San
Vicente, para tratar de salir de estos achaques que algo me
preocupan y me mortifican mucho; pero ha de saber que estoy
incóngruo, porque les teés de Palacio y otros
gastillos extraordinarios durante la guerra, me han llenado de
pequeñas cuitas de que deseo salir antes de irme. Vea
-usted si es posible, ya que en tan pocos días está
sacando a flote el Tesoro, que se me pague el medio sueldo
pendiente del mes pasado, y se me anticipe lo de dos meses
más, con el descuento corriente en el Banco de
Bogotá. Yo le daré garantías suficientes
para la devolución del dinero en caso de que, por
algún aconte-cimiento imprevisto, no pueda devengar la
anticipación con el desem-peño de mi
destino.

Suyo afectísimo amigo

AQUILEO PARRA.

CONTESTACION

Mayo de 1877

Sr. Dr. Aquileo Parra, etc, etc.

Mi respetado amigo:

Contesto su apreciable de ayer, que anoche
recibí. Conforme a disposiciones expresas del
Código Fiscal (capitulo ~ Departa-mento del Tesoro), no se
puede hacer anticipaciones de sueldos, con descuento o sin
él, a los empleados públicos. Así, pues, no
me es posible complacer a Usted, respecto de lo que me pide en su
carta; pero yo le ofrezco mi firma particular para obtener en
préstamo el dinero que necesita, en el Banco de
Bogotá.

Su respetuoso amigo y servidor.

JOSE MARIA QUIJANO WALLIS

El Dr. Parra llevó su delicadeza hasta no aceptar
ni firma por ser yo su Secretario del Tesoro, y obtuvo un
préstamo de" 2.000 pesos, si mal no recuerdo, en el Banco,
con la firma del Dr. José Ignacio Escobar.

Parra entonces era Dictador por gracia del
artículo 9 de la Constitución, y el órden
público no estaba restablecido.

Oh témpora, oh mores! »

Y como Ministro de Relaciones Exteriores, he aquí
las ins-trucciones comunicadas por, el Dr. Quijano al Dr. Anibal
Galindo encargado de redactar el alegato de Colombia en la Litis
con. Venezuela sobre límites. Son uno de los más
hermosos documentos de Cancillería de que haya podido
ufanarse nación alguna, dadas su bella parquedad y su
admirable intención.

« Estando de por medio la honra y los intereses de
la Nación, más comprometidos acaso en la manera
como se conduzca el proceso que en su decisión final, paso
a comunicar a Ud., de orden del Presidente, las siguientes
instrucciones a que Ud. se servirá ajustarse en la
redacción del alegato:

O" Usted se servirá no hacer uso de ningún
documento cuya autenticidad no esté plenamente comprobada;
y, al citarlos, no los extractará usted, sino que se
servirá copiar íntegra y fielmente, con la misma
ortografía que ellos tengan, la parte o partes de que
usted haga uso, citando el libro, obra o protocolo de donde se
han tomado.

20 Tampoco deberán extractarse los razonamientos
de la parte contraria que usted tenga que rebatir: será
siempre mejor que usted los copie textualmente, entre comillas,
para poder después con toda seguridad, referirse a
ellos.

3 Finalmente, desea el Presidente que usted ponga
especial cuidado en que el estilo brille por su sencillez. La
elocuencia debe consistir aquí en la pulcritud de la
dicción y de las formas, y en la extricta
demostración de la verdad.

En suma, el Presidente, como Jefe de la Nación,
sentiría menos, por su parte, la pérdida total o
parcial del pleito que el sonrojo de que la República se
viera expuesta a rectificaciones y confron-taciones, que pusieran
en duda la lealtad de su palabra y de su-proceder
».

Verdad que estas últimas palabras, que debieran
grabarse con letras imperecederas en la puerta del Palacio de San
Cárlos, el viejo palacio del Libertador, hoy nuestro
Ministerio de Rela-ciones Exteriores, como que son quizá
el mas alto timbre y la característica de la hidalga
política exterior de Colombia; verdad que ellas son las
mejores, las más apropiadas, las más honrosas que
pudiéramos encontrar en la vida del Autor de este libro
para cerrar con broche de oro esta
Introducción.

Bogotá, Abril de 1917.

CAPITULO 1.

Popayán

SUMARIO. – Situación de la ciudad. – El Cauca y
el Magdalena. – Grandeza y prosperidad de Popayán en la
época colonial. – Sus hombres ilustres. -Torres y Caldas.
– Los diplomáticos, oradores, poetas, eclesiásticos
y guerreros. – Presidentes de la República nacidos en
Popayán. An-tiguas costumbres de la ciudad. – La
fiesta de los Reyes. – Las procesio-nes nocturnas de la Semana
Santa. – Homenaje a la ciudad.

Como un homenaje filial quiero dedicar la primera
página de este libro de Recuerdos y Confidencias á
la ilustre ciudad en que nací y a la cual todo lo debo:
familia y cuna, posición y nombre. La Cordillera de los
Andes que se trifurca en la altiplanicie de Los Pastos, extremo
sur de Colombia, encierra entre sus ramas central y occidental el
valle hermoso que riega el Cauca. Los últimos
contrafuertes de la cadena de montañas que se abren para
allanar el curso del río, forman, al desaparecer y dar
lugar a las vastas llanuras, una bella planicie que parece un
vestíbulo del gran Valle. En esta hermosa región,
regada por el Cauca, cuando trata de romper las murallas que lo
oprimen y al pié del volcán y ne-vado del
Puracé, la « ILUSTRE POPAYÁN ALZA SU FRENTE
» como dijo su gran poeta Arboleda.

Fundóla Sebastian de Belalcazar, uno de los
Tenientes de Pizarro, y quizá el mas culto de los
conquistadores españoles, en el mismo lugar en donde, a
orillas del Cauca, el Cacique Payan tenia su
residencia.

De la laguna de Las Papas, que tiene su asiento en el
Divortia Aquarum de la rama central de los Andes, se
desprenden los dos mayores ríos de la red
hidrográfica de Colombia. Estos dos ríos, que son
en su nacimiento dos insignificantes arroyos, corren en diversas
direcciones para cruzar en toda su extensión el territorio
colombiano. El que se desprende hacia el Oriente atraviesa toda
la República, baña las costas de ocho
departamentos, cruza el valle del Tolima y va a derramar el
caudal de sus aguas en el mar de las Antillas. Este hermoso
río, navegable por vapor en el decurso de más de
doscientas leguas, fue descubierto durante la conquista de la
colonia – que llevó el nombre de Nuevo Reino de Granada,
cuando en busca del Dorado fue enviado Belalcazar hacia
el Norte por Francisco Pizarro, Conquistador del Perú. Los
aborí-genes daban a este río el nombre de Rio
Grande
y con efecto es el mayor, tanto por su
extensión como por el caudal de sus aguas, de todos los
del país, y es la principal arteria para la
comunicación y el comercio de casi todas las comarcas
nacionales.

El Río que se desprende de las Papas hacia el
occidente rompe los ramales de la Cordillera que lo aprisiona,
atraviesa la hermosa y florida comarca del Puracé y va
á correr tranquilo y majestuoso por toda la
extensión del hermoso valle que lleva su nombre.
Después, enriquecido por los ríos tributarios,
rompe las abruptas montañas de Antioquia, llega a las
llanuras del Departamento de Bolivar, se junta con el Río
Grande, en las vecindades de la ciudad de Mompos, para tributar
unidos el inmenso caudal de sus aguas al Oceano de Atlante. El
nombre de este río entre los habitantes primitivos de la
colonia era el de Cauca, que, según intérpretes
his-tóricos quiere decir Cacique de la
Selva.

Al ver los Españoles que estos dos grandes
ríos nacen en e mismo lugar, siguen su largo curso por dos
grandes valles paralelos y se unen para morir en un mismo mar,
los apellidaron Marta, al de la región occidental, y
Magdalena al de la oriental, aludiendo a las dos hermanas
bíblicas de esos nombres.

El Magdalena conserva aun su nombre, pero el de
Marta recuperó su primitivo de Cauca por
edicto regio español a petición de las siete
ciudades libres que existían en las extensas comarcas del
Valle, a saber: Popayán, Cali, Buga, Buga la Grande,
Caloto Anserma y Cartago.

Como llevo dicho, el Cauca, al romper los murallones que
forman los últimos contra – fuertes de la Cordillera antes
de seguir su curso tranquilo por el gran Valle, baña las
riberas de la her-mosa región, brillante y florida, en
donde como, en el centro de un gran Carmen morisco, fundó
Belalcazar la ciudad de Popayán.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

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