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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 10)



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« Durante la primera mitad del siglo XIX
nació, alcanzó su desarrollo y llegó a la
juventud, sobre los escombros de una colonia española, el
Estado que se llamó Nueva Granada, y hoy lleva el nombre
inmortal del, Descubridor de América. Los prin-cipales
genitores de esta joven nación fueron Bolívar,
Santander y Murillo. Bolívar, el fundador de la Patria,
Santander de la Re-pública, y Murillo de la Libertad
política.

De 1810 a 1840, el nuevo Estado había alcanzado
su eman-cipación de la metrópoli bajo la
acción intelectual intensa y fecunda de Santander; pero
conservaba aun instituciones y tra-diciones políticas
envejecidas y arraigadas en la colonia durante los tres siglos de
dominación española, que no habían podido
ser eliminadas en tan reducido espacio de tiempo. Esta
misión histórica correspondió a Murillo en
1850, bajo la administración del prócer General
López.

Murillo fue Apostol y Ductor de esa Agrupación
brillante de filósofos políticos, surgidos de la
Sociedad republicana de 1849 que fueron bautizados con el nombre
de « Gólgotas » porque pre-gonaban que la
sublime doctrina proclamada por Cristo y sellada con su sangre en
el montículo del Calvario, constituía, en la
apli-cación de sus máximas al Gobierno de las
Sociedades laicas, la verdadera Democracia. Bajo la
actuación inteligente y laboriosa de Murillo, se
realizaron las grandes reformas que forman el De-cálogo de
nuestras libertades y que hoy se hallan consagradas, con el
beneplácito de todas las parcialidades políticas, y
con carác-teres inmutables sobre las piedras cimentales de
la República, bajo el siguiente hermoso elenco:

  • 1.  Abolición de privilegios y
    monopolios

  • 2. Abolición del cadalso
    político

  • 3.  Abolición del Estanco del
    tabaco y de las cuarentanas

  • 4. Abolición de la esclavitud

  • 5.  Juicios por jurados

  • 6.  Libertad de prensa

  • 7.  Libertad de industria

  • 8. Libertad de enseñanza

  • 9. Libertad de asociación

  • 10. Libertad de conciencia y de
    cultos

Con estas reformas se completó la labor
política de los ge-nitores de la República creada
por Bolívar el Libertador, San-tander el Organizador y
Murillo el Reformador.

En 1854 formó parte del ejército del Sur
(después de haber asistido al Congreso de Ibagué),
para marchar sobre Bogotá a combatir la dictadura de Melo
y estuvo presente en las jornadas de Boza y de Tres
Esquinas.

No obstante haber sido adversario del General Obando y
de su círculo, fué su defensor después de la
caída y logró que sobre el no recayera una
sentencia por el cargo de traición.

De 1855 a 1856 fue encargado por los Señores
Echeverría Hermanos para redactar el famoso « Tiempo
», que rápidamente alcanzó gran
nombradía y vino a ser como el Corán y el
Oráculo político de los verdaderos liberales de
Nueva Granada y de la Con-federación Granadina.

Cuando se estableció el régimen federal en
la República, Murillo fué elegido Gobernador del
Estado de Santander y en su Gobierno seccional desplegó el
mismo espíritu audaz, reformador y aun demoledor que
había tenido en la Administración del Ge-neral
López.

Separado de la Gobernación de Santander por los
quebrantos de su salud, volvió a Bogotá a continuar
sus labores periodísti-cas en « El
Tiempo».

Con audacia y valorvico insuperable,
atacó con vigor la política reaccionaria del Doctor
Ospina y sus medidas de Gobierno para desautorizar al
régimen federal.

El vigor de la pluma de Murillo en esa época
exasperó a los Gobiernistas, y los Agentes del Gobierno
atacaron a pedradas la imprenta de « El Tiempo » y el
domicilio de su redactor. El Gobernador Gutiérrez Lee
ordenó la conscripción de los empresarios y la
prisión del mismo Murillo, violando su inmunidad de
Senador; pero Murillo pudo escapar a la persecución y se
asiló en una Legación.

Cuando el Gran General Mosquera entró a la
Capital en í86í como Jefe victorioso de la
revolución, Murillo fue nombrado por el nuevo Gobierno
Enviado Extradrdinario y Ministro Plenipotenciario en Francia;
pero las intrigas del Baron Goury du Ros-land, Ministro
francés en Bogotá, impidieron que el Gobierno
autocrático del Emperador Napoleon III, recibiese al
Enviado liberal.

De Francia pasó Murillo a los Estados Unidos del
Norte:

con el mismo carácter diplomático. La gran
República americana recibió con cordialidad y
agrado al representante del Gobierno liberal, triunfante en la
Confederación granadina.

La labor diplomática de Murillo en esa
época fué sumamente benéfica para la
República, y, hallándose en el desempeño de
este elevado puesto, fué elegido Presidente de los Estados
Unidos de Colombia por seis Estados de la Unión
colombiana.

La Administración Murillo, de 1864 a 1866, se
aplicó es-pecialmente a desarrollar e implantar en la
República el régi-men republicano
democrático y radical, enteramente nuevo, que
es-tableció la Constitución de Rio-Negro en el
año anterior; a re-hacer la Hacienda pública
completamente trastornada por la re-volución; a
restablecer las relaciones con las naciones amigas, bus-cando las
simpatías para el nuevo régimen hasta en los
países regidos por Gobiernos conservadores, y a
restañar las heridas cau-sadas en la República por
los tres años de cruento e incesante batallar.

Algunos incidentes que me refirió mas tarde el
mismo Dr. Murillo con relación a la época de su
primera Administración, vienen a mi memoria, y paso a
relatarlos.

El Doctor Teodoro Valenzuela, su ilustrado Ministro de
Re-laciones Exteriores, en un Tratado que celebró con la
vecina Re-pública de Costa-Rica, ofrecía ceder una
parte del territorio de Panamá a cambio de que, en la
nación limítrofe, adoptaran en la
Constitución las grandes reformas liberales que consagraba
el Có-digo de Rio-Negro, tal era el entusiasmo que
despertaba entre los jóvenes que formaban la Corte
democrática de Murillo, el viento reformador que
había soplado sobre él país la
revolución de 186o.

Un año después de dictada la
Constitución de Rio-Negro, tuvo lugar una
revolución seccional en el Estado de Antioquia, que
echó por tierra al gobierno liberal establecido por el
Gene-ral Mosquera, cuando entró como vencedor a esa rica
Sección de la República.

En los combates que tuvieron lugar, murió el
distinguido li-beral que gobernaba Antioquia, Señor
Pascual Bravo.

Sobre la tumba de este joven valeroso, se levantó
un Gobierno reaccionario netamente conservador, como fruto de la
vic-toria y como exponente de la mayoría conservadora que
casi siem-pre ha imperado en ese populoso Estado.

La muerte de Bravo, la caída del liberalismo
recién nacido en Antioquia y la constitución de un
Gobierno conservador en tan importante Sección de la
República, alarmaron a los liberales di-rigentes de la
política en la Capital y que formaban una especie de
constelación en torno de Murillo Inmediatamente se
dirigie-ron en numeroso meetíng al Palacio
presidencial para pedir al Go-bierno que sin pérdida de
tiempo, enviara los batallones de la Guardia colombiana a
derrocar al nuevo Gobierno conservador y a sofocar la
reacción amenazadora que surgía en
Antioquía. Murillo les contestó, desde el
balcón del Palacio, que agradecía la
manifes-tación popular que se le hacía, y les
prometió que dictaría una resolución
enteramente de acuerdo con la Constitución de Rio-Ne-gro,
y conforme a los mas sanos principios democráticos y
li-berales.

La concurrencia se separó de la mansión
presidencial satis-fecha con las promesas del Presidente, a quien
aclamó con en-tusiasmo.

A los dos días apareció publicado en el
Diario Oficial (pri-mer diario de ese carácter que
aparecía en Colombia, y fundado por Murillo), la siguiente
resolución:

« El Presidente de los Estados Unidos de Colombia:
Considerando etc. etc.

Resuelve:

Reconócese al nuevo Gobierno constituido en
Antioquia y pre-sidido por el Sr. Pedro Justo Berrio, y
éntrese en relaciones ofi-ciales con él.

M. MURILLO ».

Gran desencanto, profunda consternación y
ardoroso enojo, produjo entre los liberales exaltados de la
Capital, y especial-mente entre los de origen antioqueño,
la inesperada y grave re-solución del Presidente de la
República.

Un nuevo meetíng y fogosos oradores, se
dirigieron al Pa-lacio presidencial para censurar al Dr. Murillo
por su resolución que calificaron hasta de traición
al liberalismo, quejándose del engaño o de la falta
de cumplimiento a la promesa que les ha-bía hecho la
antevíspera.

Recibió Murillo con serenidad la terrible
avalancha de amenazas y de quejas, y. cuando los oradores
agotaron su elocuencia, el Presidente les dijo con calma y mesura
lo siguiente:

Cuando tomé posesión de la Presidencia de
la República juré cumplir bien y lealmente la
Constitución nacional, y cuando ocupé este puesto
por elección de los liberales de Colombia, o-frecí
también ser leal a los principios que forman el Credo
sa-grado de nuestra Comunidad política.

Ahora bien: la Constitución establece como base
fundamental de la Unión la Soberanía de los Estados
y prohibe, categórica y severamente al Gobierno nacional,
la ingerencia en las luchas domésticas y en los negocios
internos de esos Estados Soberanos.

Los principios democráticos, republicanos y
liberales nos enseñan, como canon sagrado, que la
mayoría de una Sociedad or-ganizada es la que tiene el
derecho a gobernar y a dirigir los intereses de la Comunidad, y
que los pueblos son Soberanos para darse el Gobierno que a bien
tengan, y aun para insurreccionarse contra los que no sean de su
agrado o conveniencia.

En tal virtud, la resolución que yo he dictado,
con toda pre-meditación y con plena conciencia de que
cumplo mis deberes, está perfectamente de acuerdo con los
preceptos de la Constitu-ción y con los principios
democráticos liberales que he prometido observar, en el
desempeño de mi puesto como Presidente de la
República.

Si hubiera obrado de otro modo y hubiese declarado la
guerra al nuevo Gobierno de Antioquía, habría
violado la Cons-titución desde su nacimiento y
habría faltado a los juramentos de Magistrado y a mis
principios de partidarista. Lo que voso-tros me habeis pedido,
fué lo mismo que hizo el Gobierno del Dr. Ospina en 1859
cuando declaró la guerra al Gobierno liberal de Santander
y encendió así la llama revolucionaria en toda la
Nación. Y es por esas faltas y graves errores que
cometió el Go-bierno conservador de aquella época,
por los que todos los libe-rales combatieron y derramaron
torrentes de sangre durante tres años en el extenso
territorio de la nación. Serenaos, recoged vues-tros
espíritus y aceptad con calma la reacción
conservadora que se ha verificado en Antioquía, la cual,
además de ser conforme a los principios de la verdadera
Democracia, será una válvula de seguridad que
garantizará por mucho tiempo la paz de la
Repú-blica y un motivo de unión entre los elementos
liberales que im-peran en la nación, porque en presencia
de una posible reacción en el resto del País todos
procuraremos conservar nuestra fuerza por medio de esa
unión.

La invulnerable lógica de ese
discurso, digno de un esta-dista insigne como lo era Murillo,
cambió como por encanto la opinión de los
mitingueros, quienes reconocieron la razón que
asistía a la resolución del Presidente y se
dispersaron aclamán-dolo por segunda vez.

En los Estados de Bolívar, Magdalena
y Panamá hubo tam-bién revoluciones locales para
derrocar los Gobiernos existentes; pero todos se constituyeron
con elementos liberales únicamente. Murillo
reconoció estos nuevos Gobiernos como lo había
hecho con el de Antioquia y de esta manera descentralizó
la guerra, y evitó que esta tuviera carácter
general.

Con motivo de la declaratoria de guerra que hizo
España a la República del Perú, el Comisario
regio Salazar y Mazarredo pasó por la ciudad de
Panamá, donde fué víctima de una cen-cerrada
por los patriotas panameños, a ciencia y paciencia del
Pre-sidente del Estado, Sr. Santa Coloma. El Comisario
español se refugió en la casa del Cónsul
francés y el pueblo por perseguir a aquel, violó e
irrespetó el Despacho del Consulado. El Ministro de
Francia en Bogotá, Baron Goury. Hizo una sería
reclama-ción al Dr. Murillo; pero fueron tan
categóricas y francas las explicaciones que dió
Murillo y tan severa la improbación de la conducta del
Gobernador de Panamá, que este incidente, que puedo ser
muy grave, terminó satisfactoriamente.

Para conjurar la guerra de España al Perú,
se reunió en Lima un Congreso americano. El Ministro
colombiano Don Justo~ Arosemena firmó, sin instrucciones,
un Tratado de Liga americana que comprometía a Colombia en
la guerra contra España. Murillo, a pesar de las
exigencias de los jóvenes liberales que lo ro-deaban,
improbó el Convenio, evitó una guerra que
habría sido de-sastrosa para el país, y
estableció el principio de neutralidad o
no-intervención en asuntos internacionales, que ha seguido
el "Go-bierno colombiano hasta hoy.

En í86~ estallaron en los Estados del Cauca y
Cundina-marca pronunciamientos de conservadores. En el" Cauca
fueron vencidos los rebeldes en la sangrienta batalla de la
Polonia en la cual triunfó, como siempre, el General
Trujillo.

En Cundinamarca, apoyándose Murillo en la
circunstancia de que lQs rebeldes habían ocupado y
saqueado una oficina nacional, cual era la de la Salina de
Zipaquirá, declaró que la guerra tenía
carácter federal y era promovida contra el Gobierno de la
Unión.

Con tal motivo ordenó la marcha contra los
revolucionarios de los batallones de la Guardia colombiana, pero
antes de atacarlos envió un Comisionado de paz, al insigne
Dr. Froilan Lar-gacha, para ofrecerles amplio indulto y completa
amnistía an-tes de someterlos por las fuerzas federales.
Como el antiguo Em-bajador romano, se presentó el" Dr.
Largacha ante el grupo de rebeldes, « llevando en una mano
las clementes promesas de la paz y en la otra las amenaZas
terribles de la guerra ». Viéndose los
revolucionarios entre un fuerte ejército de un lado y una
amplia amnistía por el otro, optaron por ésta,
celebraron el Convenio Largacha-Moya en Zopó el 24 de
Octubre de í86~, y dos días después nadie se
acordaba de la guerra de Cundinamarca.

La Administración Murillo dirigió todos
sus esfuerzos a de-volver al país el reposo con una
conducta noble y conciliadora que conjuró graves
conflictos, tanto interiores como exteriores.

Puso fin a la cuestión religiosa, sobreseyendo
decididamente en la. inexorable exigencia de la
Administración pasada del juramento de los
clérigos, y de las leyes que afectaban las fraqui-cias de
la Iglesia nacional.

En esa época, se realizaron las siguientes
importantes obras:

Primera: la fundación del Diario Oficial, primer
diario que apareció en Bogotá.

Segunda: la pubblicación diaria de la cuenta de
la Tesorería Nacional, con lo cual se hicieron imposibles
los abusos del Po-der en materias fiscales, porque se manejaba el
Tesoro en cajas de cristal, como decía el mismo Dr.
Murillo.

Tercera: se arregló y adoptó para Palacio
Nacional de los Ministerios de Estado el hermoso edificio
(quizá el mas impor-tante que tiene Bogotá) del
Convento de Santo Domingo.

Cuarta: se levantaron e imprimieron las Cnrtas
Corogáficas de los nueve Estados colombianos. Este trabajo
importante fué ejecutado por el ingeniero bogotano, Sr.
Don iVianuel Pónce de León, sobre los croquis y
planos del General Codazzi.

Ouinta: el Establecimiento del telegráfo
eléctrico en Colombia; el primer telegrama que
transmitió el hilo en la República fué
dirigido por Murillo a la primera estación fundada en
Guaduas con las siguientes palabras : « Gloria a la Patria
en las alturas y paz en la tierra a los obreros del progreso
».

También durante esa Administración, y,
mediante gestiones del Presidente Murillo, se estableció
en BogotM el primer Banco de Giro y descuento corno una sucursal
del gran Banco de Lón-dres, Méjico y Sur
América.

Terminada la Administración, Murillo
figuró corno leader del paítido radical, o
sea la escuela política filosófica del libera-lismo
y la cual emprendió una campaña de oposición
al Gobierno del Gran General Mosquera, quien, acostumbrado a
gobernar sin sujeción a las restricciones constitucionales
durante muchos años, estuvo en pugna abierta con el
Congreso de "1867.

La lucha que entonces se entabló entre el
Presidente Mos-quera y el partido radical, que contaba con
mayoría en el Congreso~ fué ruda y violenta y
terminá por el célebre d~ecreto de 29 de Abril de
aquel año, dictado por el Poder ejecutivo y por el cual
declaraba éste cortadas sus relaciones oficiales con las
Cámaras, y clausuradas las Sesiones del
Congreso.

Este decreto motivó la célebre
conspiración del 23 de Mayo de aquel año, que
derrocó al Presidente Mosquera, e ms-tauró la
Administración del segundo Designado, General
Sántos Acosta, quien era al mismo tiempo Comandante
General del Ejército.

Antes de la caida" de Mosquera, éste, sin
fórmula de juicio y sin ningún derecho
constitucional, ordenó la prisión del Doctor
Murillo por órden verbal, que fué a ejecutarse por
su mismo Secretario de Hacienda y Fomento, Dr. Alejo
Morales.

Esta órden, a todas luces atentatoria a las
garantías in-dividuales consagradas con tanta amplitud por
la Constitución de Rio-Negro, no se consumó porque
un grupo de jóvenes republi-canos audaces, impidió
su ejecución, en tanto que el Gobernador del Estado
soberano de Cundinamarca interponía su autoridad en
defensa de un colombiano, injustamente amenazado.

Murillo no se arredró ante las amenazas del
poderoso Pre-sidente. Por el contrario, con raro valor civil
denunció el hecho a la Cámara de Representantes, a
la cual pidió como a Supremo fiscal que intentara
acusación contra el autor del atentado, a quien
calificó de » infatuado Caudillo que me hace la
honra in-mensa de peisonificas en mí el sentimiento
universal que reprueba su funesta conducta política
».

El General Acosta, sucesor de Mosquera en la Presidencia
de la República> nombró a Murillo Enviado
Extraordinario y Mi-nistro Plenipotenciario de la
República en Carácas.

Hallándose en el desempeño de este elevado
puesto diplo-mático, fué elegido por siete
Legislaturas Magistrado de la Su-prema Corte Federal en la cual
desempeñó la Presidencia y las funciones judiciales
con la misma rectitud y gran talento que había manifestado
en la Presidencia de la República hasta el año de
1872, época en la cual fué elegido popularmente por
segunda vez Presidente de la República

flurante su ejercicio de la Magistratura ocurrió
un incidente relacionado con su actuación como Magistrado
y como partida-rista, que fué muy controvertida por los
políticos de aquella época.

Siendo Presidente de la República el General
Santos Gu-tiérrez, en el periodo de 1868 a 1870,
fué elegido Gobernador del Estado de Cundinamarca el Sr.
Dr. Ignacio Gutiérrez Ver-gara, noble figura del partido
conservador, varón esclarecido por sus talentos, su
cultura y sus virtudes, y que había ejercido lá
Presi-dencia de la República durante la agonía del
Gobierno conservador en í86í, como Ministro de
Hacienda del Dr. Ospina. Ese colom-biano eminente fué
quien celebró el ventajoso arreglo con los acreedores
extranjeros que hizo ahorrar a la República 164 mil-lones
de pesos en el curso de una centuria, dejando también
sa-tisfechos a los mismos acreedores, hasta el punto de hacer
excla-mar a Rothschild, el mas fuerte Tenedor y Presidente del
Comité de la Deuda, al aprobar el Convenio, las siguientes
palabras: « Natal Rothschild no puede nada contra un buen
arreglo ». También a Don Ignacio
Gutiérrez Vergara le corresponde la grande honra de haber
rechazado la oferta que hizo al Gobierno el representante de la
Compañía del Ferrocarril de Panamá de una
fuerte suma de oro por las reservas que la República
tenía en dicha empresa, a pesar de las graves dificultades
en que se hallaba el Gobierno para hacer frente a la gran
revolución encabezada por Mosquera, que ya amenazaba la
misma capital. « Prefiero, dijo el Sr. Gutiér-fez
Vergara, que caiga el personal del Gobierno de la
Repúblicar asunto de intéres transitorio y
partidarista, a que se compro-metan el porvenir y los intereses
permanentes de la Patria de todos ».

La elección del Dr. Gutiérrez Vergara
alarmó a los liberales de la capital mucho mas que la
reacción armada que se realizó en Antioquia, en la
primera Administración Murillo.

Como a la elección de Don Ignacio
Gutiérrez, personaje conspicuo del conservatismo, se
agregó el contrai5eso de la elección de una
mayoría liberal para la formación de la Asamblea
del mismo Estado de Cundinamarca, vino a establecerse una
colisión y complicación política y
administrativa muy grave, tan anormal como si coexistieran un
Pontifice Católico con un Colegio de Car-denales
protestantes, y por residir en la misma ciudad de Bogotá
el Presidente de la República, sobresaliente figura del
liberalismo, y el Gobérnador de Cundinamarca, gran
personaje del conserva-tismo, teniendo al frente de la
Administración una Asamblea liberal.

La colisión, como sucede siempre que se ponen dos
fuerzas poderosas y opuestas en contacto, estalló al fin
con el délebre decreto del Gobernador de Cundinamarca,
dictado el 9 de Octubre de 1869, por el cual dictatorialmente,
sin facultad constitucional ninguna, convocaba una
Convención que reconstituyera el Estado con el fin de
eliminar la Asamblea y todo el tren liberal de Cun-dinamarca. De
este golpecíto de Estado seccional habria
resultado el establecimiento de un gobierno enemigo frente a
frente del Go-bierno nacional y residente en la misma ciudad, en
donde tenían su asiento los Altos Poderes
federales.

Para prevenir el conflicto que ocasionaría este
decreto y que con seguridad se habría desatado en guerra
civil, el General San-tos Gutiérrez, hombre tan probo
cuanto enérgico> declaró en re-beldía
contra las instituciones al Gobierno de Cundinamarca por el
decreto dictatorial que eliminaba la Asamblea representante de la
Soberanía seccional, y ordenó el sometimiento a
juicio del Go-bernador ante la Corte Suprema Federal, conforme a
la Constitución.

El Decreto presidencial de la República se
ejecutó el día siguiente. El Gobierno general
redujo a prisión al Gobernador Gutiérrez Vergara, y
la Asamblea eligió un Gobernador interino del Estado y
llamó a elecciones para el nombramiento del Gober
nador popular.

Las crónicas refieren que el General
Gutiérrez, antes de adop-tar la grave resolución
del 1o de Octubre, consultó a los hombres prominentes del
liberalismo, entre ellos al Dr. Murillo, y que todos estuvieron
de acuerdo en considerar que la grave medida del Ge-neral
Gutierrez estaba fundada en el principio de seguridad que
debía tener el Presidente de la Unión en el lugar
de su residencia oficial, que era la ciudad de Bogotá, y
que el decreto del Go+ bernador de Cundinamarca era un atentado
contra la Corporación representante de la Soberanía
del Estado, una violación de la Constitución
seccional y del Pacto federal y además una agresión
contra el Gobierno nacional. Todos los concurrentes opinaron por
la realización de las medidas proyectadas por el General
Gutie-rrez para evitar un grave conflicto, que, probablemente,
degeneraría en guerra civil.

La acusación contra el Gobernador de Cundinamarca
siguió su curso en la Corte suprema federal, la cual
dictó un fallo la-vorable al Magistrado destituido,
declarando que era ihocente por cuanto en el Código penal
de la Unión, no se determinaba el de-lito en que
había incurrido el Gobernador Gutiérrez al
desconocer la Asamblea del" Estado y convocar una
Convención sin facultad constitucional para tal
convocatoria.

Como para este fallo del Tribunal supremo
concurrió Mu-rillo con su voto> la prensa le hizo
graves cargos por la contra riedad e inconsecuencia que
demostraba su voto consultivo al a consejar a la Junta que se
derrocara al Gobernador de Cundinamarca y su voto favorable en la
Corte Suprema para absolver a este Magistrado.

Murillo contestó que la opinión que
había manifestado al Presidente en 1868, era simplemente
una opinión individual de un patriota y partidarista que
quena evitar una guerra civil por un asunto de relativa poca
"importancia, en tanto que su voto en la Corte Suprema era la
expresión de una- disposición legal y que él
creía que los ciudadanos, al deliberar independientemente
y en su condición particular, tienen libertad para opinar
como a bien tengan sobre los asuntos públicos; pero que
los Magistra-dos no pueden ser otra cosa que los exponentes mudos
de las leyes que aplican casi mecánicamente, sin derecho a
modificar éstas, ni a interpretar apasionadamente su
sentido.

De este hecho histórico no se puede deducir como
un axoma de moral política la opinión de Murillo,
pero él sirve para de-mostrar que algunas veces tiene
razón
lo que se llama razón de
Estado, en vista de la conveniencia pública, y
tambien para ha-cer resaltar las anomalías de la
Constitución de Rio-Negro al organizar sobre bases falsas
y deleznables el sistema federal de la
República.

La segunda Administración de Murillo, de 1872 a
1874, fué tan pacífica y conciliadora, y tan
respetuosa del derecho y de la ley> como la primera, ocho
años antes. Se hizo notable por el célebre Mensaje
para proponer al Congreso que se abandonase el sistema de remates
de los documentos de crédito público para
consolidar y redimir la Deuda Pública, tomando por base el
valor nominal de esos documentos y que la base o tipo de
admisión a los remates, se cambiase por la del valor real
de los títulos, según el curso de las
transacciones, y aumentando el precio admisible del remate en
cada nueva licitación para compensar los intereses del
semestre corrido.

La propuesta del Presidente fué acogida por el
Congreso y la reforma decretada. Esta reforma que se llamó
« la ver-dad en la Deuda », fue mut combatida por la
oposición, la cual al fin depuso las armas y se
convenció de las beneficios que ella proporcionaba al
país.

La deuda pública extranjera también
fué rebajada, (por mediocíe un arreglo equitativo
con los acreedores), de 34 a 1o millones de pesos.

Murillo promovió la construción de un gran
ferrocarril que, partiendo de Bogotá, llegase a un punto
de las riberas del Mag-dalena a donde pudiesen arribar con
facilidad los vapores en toda época del año. Este
gran ferrocarril, que aun se impone a los grandes intereses
comerciales de la República, tenia por objeto facilitar y
acordar la travesía de nuestra gran arteria comercial y
desarrollar el progreso de las poblaciones de los
populosos-Estados de Cundinamarca, Boyacá y
Santander.

Desgraciadamente por la guerra civil de 1876, ni el
ferro-carril pudo construirse, ni la Deuda interior extinguirse
corno habría. sucedido, si la República hubiera
continuado con la tranquilidad de que disfrutó durante la
segunda Administración Murillo.

El Gobierno del Sr. Santiago Pérez, sucesor al
del Dr. Murillo en 1876, le nombró Enviado Extraordinario
y Ministro Plenipotenciario por segunda vez en Caracas.
Fué en el ejercicio de esta Misión cuando Murillo
exhibió sus dotes de jurisconsulto y publicista, en el
asunto de límites pendiente entre Coiombia y Venezuela. La
discusión que, con este motivo sostuvo con el
Plenipotenciario de Venezuela, D. Leocadio Guzman, hombre muy
hábil y erudito, padre del célebre Guzman Blanco,
es una de las mejores obras de Murillo.

De Venezuela regresó al país para
oponerse, como llevo dicho, a la elección de Nuñez,
en 1875, y a la de Trujillo en 1877, porque él presagiaba
que el primero sería, ya inmedia-tamente elegido. o bien
como sucesor forzoso del segundo, el se-pulturero del liberalismo
colombiano.

Las palabras proféticas en el Palacio
Presidencial, que dejo referidas en anterior capítulo,
fueron el Canto del Cisne del gran repúblico.

El 26 de Diciembre de í8So, tres años
después de haber hecho sus gestiones ante el Presidente
Parra para impedir la elec-ción del General Trujillo, que
él consideraba como precursora de la caida del liberalismo
en Colombia, bajó Murillo al sepulcro, antes de haber
cumplido 6~ años, después de haber llenado esta
relativamente corta existencia con una serie de labores
políticas que trasformaron la faz de "la nación, y
después de haber ocupado dos veces el sillón
presidencial de Co-lombia en donde dejó huellas
imborrables de su espíritu verdaderamente republicano y
democrático. Como todos los hom-bres que fueron Gobierno
en la época radical, murió pobre de:

bienes de fortuna, pero rico en
hechós gloriosos para -su Patria

y en recuerdos imperecederos para sus
correligionarios.

La Tribu liberal, privada de su Patriarca, quedó
desconcer-tada y bien pronto se dispersó y cayó en
el abismo de la reac-ción, producidá por la
defección de Nuñez, quien, como llevo di-cho,
subía al Poder al mismo tiempo que Murillo se
hundía en el sepulcro.

Murillo fué un gran intelectual, pero no
poseía un talento generalizador como el de algunas otras
sobresalientes mentalidades que tuvo la República. Su
especialidad insuperable era la de la política.
Ningún hombre público en Colombia ha hecho una
car-rera mas correcta, ni mas gloriosa. Desde el humilde puesto
d& oficial escribiente de la Cámara de Representantes
llegó hasta por dos veces al Dosel presidencial. En todos
sus actos, sea como periodista, como Jefe de un partido
político o como primer Magis-trado de la República,
dejó el sello del tino, de la sagacidad, de la
clarovidencia, del talento político que fueron sus
cualidades ge-niales.

Como escritor, su estilo era fluido, sobrio, sencillo,
elegante y simpático. Carecía del casticismo de
Miguel Antonio Caro y-del esplendor de la frase de Santiago
Pérez, pero era neto, con-ciso, claro y jugoso,
expresión de un pensador o de un razonador que no de un
artista. Como polemista político era colosal. A la frase
acerada de su pluma, juntaba el calor que comunica a los escritos
la fé del escritor y su valor civil.

Murillo no era un hombre de vasta ilustración.
Consagrado desde su tierna edad a trabajos burocráticos
para poder alcanzar los medios de subsistencia, y después
al desempeño de los altos puestos públicos que
ocupó, o a la dirección y jefatura de su
par-tido> nunca tuvo tiempo de hacer estudios serios
después de los que hiciera en los claustros.

Alguna vez que yo me encontraba en el Palacio
presiden-cial, durante su segunda Administración, me
llamó la atención la abundancia de libros que
tenía eh sus anaqueles. La mayor parte de estas obras, me
dijo el Dr. Murillo, pertenecieron al General Santander y casi
todas son Tratados de Filosofia, de Historia y de Ciencias
políticas.

Tiene Ud. mucha afición a la lectura, y ha
leído mucho, Doc-tor? le dije yo.

« Absolutamente nó, me contestó. La
lucha por la existencia, ji Jane lucrando y las
atenciones de la política, no me han dejado tiempo para
hacerme ese regalo intelectual. Puedo decir a Ud. que desde que
abandoné el Colegio, en donde fui a la verdad muy
aplicado, muy rara vez he abierto un libro. Además, en el
siglo actual de la electricidad y del vapor, no se puéde
emplear el tiempo en leer extensas obras, ni en escribir
Tratados. Todo anda hoy de prisa. El períodico ha
suplantado al libro y el hilo telegráfico a la pluma del
Escritor ».

Como orador fué su palabra al principio
tímida, embarazada y vacilante; pero a fuerza de estudio y
de práctica en los Par-lamentos, llegó a adquirir
todas las galas y vibraciones de la ge-nuina elocuencia. Murillo
es considerado con razón como uno de los grandes oradores
de su tiempo. Su oracIón era pausada, lenta, pero fluida y
dotada de natural elegancia. Sus discursos eran la
epifanía de un razonador y de un pensador mas que de un
hombre de imaginación, y, aun cuando en lo general eran
fríos y sobrios, no carecían de chispazos de
verdadera elocuencia. Por lo general, los grandes escritores no
son grandes oradores, pero Murillo fué a este respecto una
excepción porque no se sabe qué admirar más
en él, si la elegancia y fluidez de sus escritos o la
elocuencia severa de sus oraciones políticas y
parlamentárias. Esta doble cualidad la observé yo
también en Miguel Antonio Caro, cuya pluma admirable
estaba a la altura de sus grandes dotes oratorias.

Felipe Zapata, Nuñez y Santiago Pérez,
fueron grandes es-critores, pero carecieron de la espontaneidad y
fogosidad de los oradores, porque, aunque Pérez lue autor
de los mejores discursos que se han producido en Colombia, no
frieron éstos improvisados ni pronunciados en un debate
parlamentario, por ejemplo, sino compuestós, escritos y
limados en el escritorio. Por lo demás, así lo
hicieron los grandes oradores que han culminado en la His-toria,
como Demóstenes, Circerós¡, O"Connell,
Mirabeau y Castelar.

Las cualidades salientes de Murillo como hombre
público fueron tres principalmente: su fé
inquebrantable en la Democracia, su espíritu de tolerancia
que, según la síntesis de Taine, constituye el
verdadero liberalismo, y su lealtad al credo político de
sus con-vicciones.

Murillo no era creyente en materias religiosas. En su
espí-ritu flotaba la duda, pero, sin ser católico,
ni menos practicante, a pesar de haber sido bautizado en esa
religión, era, como Vic-tor Hugo, deista, y no
escéptico absoluto como Nuñez. Si Murillo
carecía de fé religiosa, poseía en cambio un
credo político inque-brantable como liberal, y como
republicano. En ninguno de sus actos, de sus discursos ni de sus
escritos, se encuentra la huella de la menor vacilación a
este respecto. Su fé en los principios~
democráticos fué absoluta e inmutable.

Durante su primera Administración apareció
un periodico-de oposición intitulado> si mal no
recuerdo, « El Independiente »y redactado,
según creo, por la pluma vibrante de Carlos
Holguín. El primer número fué consagrado a
denigrar al Doctor Mu-rillo, Presidente de la República.
Bajo el título de « Retrato al oleo » del
Presidente de la Unión> se pintó con negros
colores a aquel Magistrado, al cual se le entostró hasta
su humilde cuna, su pobreza y su mala salud.

Murillo recibió el expresado periódico, lo
leyó impasiblemente y, en seguida, tomó la pluma y
con su excelente letra escribió una carta al Redactor del
Independiente, concebida mas o menos en los términos
siguientes:

« Señor Redactor de El Independiente
».

P.

Respetado y estimado amigo:

He tenido el placer de leer el primer número del
periódico que Ud. redacta con tanto brillo. Y> digo con
placer, por que en mí condición de liberal y de
republicano, me produce profunda satisfacción ver que un
adversario de la talla de Ud., haga uso

u de las facultades y libertades que consagra
nuestra libérrima Cons-titución> cuya bondad se
confirma y ratifica por ese mismo hecho.

Siempre he creído que la prensa libre es un
poderoso auxi-liar de los Gobiernos democráticos y que los
consejos que callan los amigos, los dicen los
adversarios.

La felicito a Ud. por la aparición del «
Independiente », al cual saludo como a un colaborador del
Gobierno. He dado or-den a mi Secretario privado para que tome
cien suscripciones de su interesante periódico con el fin
de repartirlos a los principales empleados de mi Administracion,
y he dispuesto que todas las ofi-cinas del Gobierno General
queden a la disposicion de Id. para que pueda examinar los actos
oficiales con toda libertad y ha-cer las censuras que Ud. estime
convenientes al buen servicio pú-blico.

Me repito de Ud. amigo y compatriota,

M. MUR¡L¡-o Y".

Durante su segunda Administracion> el
Ilustrísimo Señor Obispo de Pasto, Dr. Manuel
Canuto Restrepo> el mismo que fué más tarde un
Adalid de la revolucion de 1877, aprovechando la libertad
ilimitada de la prensa que otorgaba la Constitucion de Rio-Negro,
abrió recia campaña contra el Presidente de la
Repú-blica, Dr. Murillo, a quien pintaba con negros
colores al mismo tiempo que tronaba contra las Instituciones
liberales, eñ sus Pasto-rales, homilías y
circulares eclesiásticas.

La camp &ña episcopal conmovió las
masas conservadoras

( de la Diócesis de Pasto, y alarmé al
Gobernador del Esta-do soberano del Cauca, General Tomas Cipriano
de Mosquera, qtiien dirigió al Presidente de la
Unión, Dr. Murillo, un Men-saje oficial y solemne, por el
cual pedía( al Gobierno de la Unión que dictase
órdenes severas y prontas para impedir una revuelta en el
Sur del Estado, y que decretase el restablecimiento de la
vigencia de la ley de Tuición y de Inspección de
cultos para castigar al Prelado Pastopolitano.

El Dr. Murillo, quien recibió al mismo tiempo que
el Men-saje del Gobernador del Cauca, copia de los escritos y
pastora-les del Señor Restrepo, contestó lo
siguiente:

« Presidencia de la Unión.
Bogotá. 1872.

Ciu dano Gran General Mosquera,

Presidente del Estado Soberano del
Gauca,

POPAYÁN.

Señor; O

Con vuestro interesante Mensaje, he tenido el honor de
recibir los documentos que comprueban que el Revefendo
Se-ñor Manuel Canuto Restrepo, Obispo de Pasto, ha
predicado sermones y escrito circulares de carácter
político contra las Ins-tituciones de la República,
y particularmente contra la per-sona del Presidente de la
Unión.

No obstante que abundo en vuestros deseos de evitar a
todo trance cualquiera alteración del orden
público, no puedo dar en respuesta a vuestro Mensaje, sino
la siguiente declaración:

El Reverendo Señor Obispo de Pasto, al predicar
sermo-nes y al escribir pastorales, sea con carácter
religioso u ora po-lítico, contra las instituciones,
contra el Gobierno de la Repú-blica y contra la persona de
sus Magistrados, no comete nin-gún delito, y no hace otra
cosa que disfrutar de una garantía social y de ejercitar
un derecho perfecto que le otorga la Cons-titución, la
cual determina como base fundamental de nuestra Democracia, la
libertad de expresar los pensamientos, de palabra o por escrito,
sin limitación alg"nna. Por tanto en vez de
preten-der perseguir, coartar la libertad y castigar al Prelado,
debe protegérsele por las Autoridades de la Unión
en él ejercicio de sus derechos.

Me repito con todo respeto

Vuestro atendo servidor jy
compatriota.

M. MURILLO

La honradez personal del Dr. Murillo corría
parejas con su honradez política. En el decurso de su vida
fecunda y laboriosa, ni los halagos de la ambición, ni las
exigencias de la pobreza, ni las persecuciones, ni las amenazas
del despotismo, hicieron clau-dicar su alma romana hasta que
cayó herido por los rayos de la muerte en el Circo, como
el gladiador, como el mártir en la arena.

Otra de las grandes cualidades morales de Murillo
fué la de su devoción inquebrantable al civismo y a
la paz. Fiel a esos principios> se opuso a la
revolución liberal de 1 8Gb; ahogó la
reacción en su cuna en 1864, pactando con los rebeldes de
Cun-dinamarca; quiso evitar el aniquilamiento de Antioquia, en
1877, por medio de un Tratado con el Estado rebelde. Durante la
Administración de Mosquera en 1867, fué consultado
sobre la conveniencia y oportunidad del derrocamiento por las
ármas del Presidente dictador y contestó al
personaje político que le hizo la consulta, lo siguiente:
« Porque soy liberal irrevocable, con-deno toda
insurrección a mano armada, pues estoy persuadido de que
al día siguiente del triunfo de una revolución la
libertad ha sufrido una derrota ».

En su segunda Administración, de 1872 a 1874,
época en la cual conocí de cerca a Murillo, cuando
yo ocupaba un puesto en el Senado> pude observar la sencillez
de la vida ofi-cial del Presidente. Suprimió la guardia de
Palacio, dejando ape-nas un oficial de órdenes y un
portero para el servicio oficial de la mansión
presidencial. Constantemente invitaba a sus amigos a comer y a
jugar tresillo por las noches, siguiendo así la
prác-tica de su antecesor, el General Salgar.

Allí, durante esas noches> concurríamos
conservadores y li-berales a pasar un rato muy agradable en
compañia del Presi-dente, quien nos recibía con su
cortesía habitual. No recuerdo haber conocido a un hombre
de mas espontánea qultura y de mas completo dón de
gentes que el Dr. Murillo, nobles condi-ciones que lo
hacían atractivo y seductor.

La modicidad y sencillez de nuestros
tresillos se revelan en

un párrafo de la siguiente carta,
que conservo con muchas otras como reliquias del ilustre
repúblico.

Bogotá, 2 de Mayo de 1
873.

Mi querido Señor Doctor
Quijaho:

Recibí anoche su cartjca con los
diez pesos de a ocho déci-mos, de los cuales di al Dr.
Salgar ocho y cinco reales, que era lo que Ud. le debía y
me quedé con quince reales, que según Ud. me
corresponden a mí, pues yo no lo recordaba

Suyo muy afmo amigo>

M. MURILLO ».

Recuerdo con sumo agrado que el Dr. Murillo en esa
época,. y después, siempre tuvo por mí una
deferencia y un cariño es-peciales. Con frecuencia estaba
yo invitado a su mesa y nunca falté a las sesiones de
tresillo que presentaban un grupo selecto de hombres distinguidos
en la política, las ciencias y las letras, como eran
Manuel María Mallarino, Teodoro Valenzuela, Eustor-gio
Salgar> Antonio María Pradilla, Manuel Plata Azuero,
Carlos Martín y varios otros de esa talla.

Solía Murillo salir por las mañanas a
pasear a caballo por los alrededores de Bogotá y siempre
que hacía este paseo, me enviaba uno de sus caballos para
que yo le acompañase. Durante mas de una hora disfrutaba
yo en los alrededores de la ciudad del grande honor de pasear en
compañía del Presidente de la Repú-blica, y
de disfrutar de la conversación instructiva y amena de uno
de los hombres mas cultos y agradables con que pudiera gloriarse
la nación.

En suma, Murillo fué en Colombia un hombre
extraordinario y grande por su talento y por sus obras como Jefe
de una glo-riosa Comunidad política, pero, mas que todo,
por la firmeza de sus convicciones y por la lealtad a
éstas. Su nombre, exento de mancha y de reproche como
hombre público, aparece en la Historia para los liberales
de Colombia, como pudiera aparecer el del Pro feta para los
Sectarios de Mahoma (í).

(¡) Despues de haber escrito este
Capítulo y antes de que viera la luz pública, el
Comité directivó del Centenario del Dr~ Murillo, me
comisoiná para hacer fabricar una Estatua di gran
Repúblico Esta Comision, tan hon-rosa como agradable, la
de"x mpeíie, con devocion y entusiasmo, y la Esta-tua,
obra del gran escultor frances Verlet, sucesor de Fremiet en el
sillón del Instituto de Francia, ha sido ya remitida a
Bogota.

CAPITULO XXIII

José
María Samper, Felipe Pérez, Aníbal Galindo y
Teodoro Valenzuela

SUMARIO. Ligeros bocetos biográficos de estos
colombianos eminentes. -Samper ha sido uno de los intelectuales
mas fecundos y vigorosos que ha tenido la República. – Su
probidad y laboriosidad incompara-bles. – Felipe Pérez,
hermano de Santiago, fué político de gran sen-tido
práctico y periodista vibrante, quizá el primero
que ha tenido el partido liberal de Colombia. – Su valor y su
instrucción. – Su pre-matura muerte y mi discurso en el
cementerio delante de su cadá-ver. – Anibal Galindo, gran
orador, distinguido jurisconsulto y escritor fluido y fogoso. –
Su magistral alegato para el proceso de limites con Venezuela,
contribuyó eficazmente al triunfo de Colom-bia. –
Incidente curioso respecto de las Instrucciones que le
comu-niqué para hacer dicho alegato. – Teodoro Valenzuela,
notable abo-gado, eminente internacionalista y hombre de letras,
fué uno de los hombres que mas culminaron en la
República por su talento, por su espíritu fino y
por la alta distinción de sus modales y de sus
proce-deres. – Poeta y escritor insigne, de estilo pulcro y
cincelado, fué sin embargo infecundo. – Su pobreza y su
muerte.

La envidia es la pasión peculiar de las
Democracias así como el orgullo lo es de las
Aristocracias. Las preeminencias y altas posiciones sociales que
éstas establecen, a virtud de leyes e instituciones, en
favor de un grupo reducido de individuos con detrimento de los
derechos del mayor número, inspiran un sen-timiento de
superioridad, de excesivo amor proprio, y aun de menosprecio>
respecto de los que no se hallan en situación
privi-legiada.

En cambio, el régimen democrático,
igualitario y nivelador abre el campo para los honores y las
distinciones a todos los individuos de un Estado, a virtud de los
propios méritos, labo-res y merecimientos. De esta
facultad igual para todos de labrar el propio engrandecimiento
nacen los celos de los que quedan abajo y quienes generalmente
atribuyen su oscuridad a los caprichos de la suerte que no a la
falta de dotes intelectuales, o de labor perseverante y
eficaz.

En la Democracia colombiana es muy común la
pasión in-noble y deprimente de la envidia. En
Bogotá especialmente, im-pera este degradante sentimiento
que mas que vituperable es muy incómodo y pernicioso para
los que son víctimas de su punzante torcedor. El Padre
Rodríguez Fréysle, en sus Crónicas del Nuevo
Reino de Granada, dice que Santa Fe se distinguía por el
espí-ritu envidioso de sus habitantes. Y el insigne D.
Miguel Antonio Caro decía, con la agudeza que le era
peculiar, que en Bogotá se sufría del
corazón mas por la envidia que por la altura.

Así pues no es extraño que en Colombia, y
con especia-lidad en su capital, los hombres intelectuales que se
han distin-guido por su labor y por los frutos de su ingenio,
hayan sido mirados con cierta animadversión y aun con
desdén durante su vida, y solamente después de la
muerte hayan sido ensalzados sus trabajos y sus
méritos.

Si al sentimiento natural de los celos por el brillo de
algu-nos escritores se agrega la fecundidad y aun prodigalidad de
los trabajos de pluma que destruyen por el exceso el prestigio de
los primeros escritos, fácil es comprender porque no se
tributa-ron en vida los elogios y homenajes que merecieron, con
tanta justicia, los hombres que, como José María
Samper, Felipe Pérez y Anibal Galindo, contribuyeron con
rico aporte a aumentar el tesoro de las letras, de la
política y de la literatura colombianas.

José María Samper miembro de una de las
familias mas distinguidas de Colombia, en la cual se cuenta al
eminente Don Miguel Samper y a sus dignos hijos, familia que pudo
muy bien llamarse la familia de los Médicis colombianos,
porque todos culminaron en el Comercio y en la Sociedad,
fué uno de los hombres de mas poderosa mentalidad, de
mayor ilustración y de mas fecunda labor que haya tenido
la República.

Obrero infatigable del pensamiento, su vigor intelectual
se aplicó a todos los estudios, de todos hizo brotar rayos
y en to-dos alcanzó aureolas de gloria. Como el labrador
perseverante y convencido, penetró en todos los campos de
la actividad hu-mana, y no hubo uno por estéril que fuera
en donde la semilla no germinara a la acción de su calor
intelectual y de su incom-parable laboriosidad. La Novela, el
Drama, la Comedia, la Poesía en todas sus formas, el
periodismo político, el periodismo literario la elocuencia
forense la elocuencia parlamentaria, la Diplomacia, la
Crítica judicial, las Ciencias políticas, la
Historia, la Biografía, los Liceos, las Academias, la
Tribuna, la Magistratura, todos los ramos del saber humano, todos
los escenarios de la Idea, reci-bieron el contingente de luz que,
para gloria de nuestro país, brotó de su
privilegiado cerebro.

Pero no es el raro conjunto de sus dotes intelectuales,
por sorprendente que sea, ni el grande acopio de obras que
pro-dujo su incesante labor, ni ilustre que conquistó para
su Patria, lo que lo hizo en mi opinión mas digno de la
estimación de sus compatriotas y del respeto y
cariño que merece su memoria; no: fué la
sinceridad, la franqueza, la buena fé, la espontaneidad,
la pasión con que dejaba brotar los sentimientos de su
corazón> te-soro de raras virtudes. Así servia a
la causa de sus convicciones, así luchaba en la tribuna,
en la prensa, en los campos de batalla, por lo que él
consideraba digno noble o justo, sin sujetar sus acciones al
estrecho carril del cálculo político. Así
prodigaba las ternuras a su familia y consolaba a los
infortunados. Así se entregaba a las expansiones de la
amistad y derramaba lágrimas sobre la tumba de sus amigos
o exaltaba su mérito con sincero elogio, y así
mismo contribuía en todos los campos al bienestar y a la
gloria de su Patria. Samper fué un gran corazón
servido por una poderosa inteligencia. Era un noble hidalgo de
pura san-gre, de los tiempos antiguos, revestido de todos los
atributos que ofrece la civilización de los tiempos
modernos.

Pero sobre todas estas hermosas condiciones se
destacaban los rasgos sobresalientes de su noble índole,
cuales eran su espí-ritu de justicia y su probidad. La
honradez no consiste solamente en pagar lo que se debe y en
respetar el derecho ajeno: con-siste en ser fiel a los variados
deberes que el honor impone, en no ser desleal a la propia
conciencia, en rebelarse contra toda injusticia, en protestar
contra toda iniquidad y en no tran-sigir con ninguna infamia. De
esta especie fué la probidad de Samper. Durante su vida,
de la Justicia hizo una Religión y de la Honradez un
Culto, y ante sus aras sacrificó no pocas veces
tranquilidad, fortuna, posición política y
conveniencias personales.

Como tuve ocasión de decirlo con lágrimas
sobre su tumba, porque él fué uno de mis más
nobles y leales amigos, la existencia de Samper fué corno
la de la ola. De claro origen, se presentó unas veces
deshecha en ráfagas de airada tempestad, y otras cal-mada,
convertida su espuma en perlas, embellecidas por los colo-res del
iris; pero siempre limpia y brillante hasta volver
tranqui-lamente, pura y sin mancha, al seno insondable de donde
surgí.

Y no obstante este cúmulo de dotes excepcionales
de inteli-gencia, de corazón y de inmensa labor. Samper no
ocupó los altos puestos públicos a que lo llamaban
sus grandes méritos y merecimientos, y fué
constantemente objeto de la diatriba, de la censura y de la
animadversión de sus émulos y de sus
detractores.

En el acopio de sus numerosas obras culminan, como las
mejores, la preciosa comedia de « Un alcade a la antigua y
dos primos a la moderna », su primorosa novela «
Martin Florez », y su ma-gnífico estudio sobre la
Constitución de 1886 a cuya expedición
contribuyó eficazmente como miembro del Consejo de
Delegatarios de aquel año.

Como orador, Samper era fecundo, de elocuencia fluida y
abun-dante. En el Congreso de 1876, cuando se discutían
las graves cuestiones relativas a la elección de
Presidente de la República, Samper habló sin
incurrir en repeticiones ni en monotonía, durante toda la
sesión, en el curso de tres días.

Su laboriosidad era insuperable. En cierta época
estaba consa-grado a las labores de comercio en asocio de los
Sres. Guillermo Uribe y Ricardo Silva, dignos compañeros
de Samper por ser ti-pos de cultura, ilustración,
hidalguía y caballerosidad, y era Se-cretario de la
Compañía del Ferrocarril de Girardot y Redactor de
un Diario político; pero el tiempo para Samper no
corría. Por la mañana desempeñaba la
Secretaría del Ferrocarril; durante el día
concurría a las ventas y llevaba los libros en el
almacén. En los momentos de descanso en su oficina de
comercio, escribía al-guna novela. Por las tardes
redactaba los artículos del periódico, y por las
noches concurría a las sesiones de los Círculos y
Socie-dades literarias, de las cuales era siempre activo
miembro.

Con motivo de nuestras diferencias políticas en
1876, cuando se debatía con tanto calor la candidatura
presidencial, nuestras excelentes relaciones se resfriaron y aun
se cortaron. Algún tiempo después, durante la
Administración Trujillo, vine yo a Europa con cargo
diplomático, y durante mi ausencia tuve la inmensa
desgracia de perder a mi padre. Samper escribió un hermoso
artículo con todo el sentimiento de su corazón y
todo el brillo de su pluma sobre mi amado genitor.

Al volver a Colombia y entrar al Club del Comercio,
encontré en la sala dé billar al Dr. Samper, quien
no hizo ningún gesto o movimiento para saludarme, porque,
como llevo dicho, nuestras rela-ciones estaban cortadas, y ni
siquiera el saludo nos cruzábamos.

Recordé inmediatamente el escrito
necrológico sobre mi padre

y me acerqué resueltamente a su autor,
diciéndole»

« Aunque por desgracia, nuestras buenas relaciones
de an-taño hayan sido rotas por los acontecimientos
políticos, permítame, Doctor, que bese esa mano que
escribió tan sentidas páginas sobre ~mi padre y que
le dé un abrazo de agradecimiento
».

Samper, quien era todo corazón, le
conmovió profundamente al escuchar mis palabras y se
apresuró, lleno de emoción, a estre-charme en sus
brazos.

Desde ese día fuimos amigos inseparables, y
aunque afilia-dos en diversos bandos políticos, no
sufrió nuestra amistad ni la mas ligera alteración.
Dos veces por semana nos reuníamos alterna-tivamente en su
casa y en la mía, a jugar tresillo y a departir
amistosamente sobre los variados asuntos que él con tanto
calor y elocuencia exponía en esas gratísimas
reuniones.

Era Samper alto, delgado y nervioso. Su hermosa cabeza
poblada de cabellos dorados entremezclados con hilos de plata
encuadraba los rasgos de una fisonomía de aspecto noble,
intelectual y enérgico. Su voz era sonora, casi bronca y
su conversa-ción atractiva y seductora.

Samper fué miembro de dos o tres Parlamentos,
Magistrado de la Corte Suprema, y Ministro diplomático en
Chile, pero nunca llegó a ser Ministro de Estado, que
fué la ambición cons-tante de su vida.

Samper dejó para Colombia un rico acopio de obras
de li-teratura y de política, huellas de gloria y una
memoria sin mancha.

Su muerte acaecida en relativa temprana edad
ocasionó no solamente el duelo para su familia, sus amigos
y su Patria, sino también para todo el continente
Sur-americano

Felipe Pérez, digno hermano de Don Santiago,
fué un vi-goroso intelectual, fecundo obrero del
pensamiento y también muy combatido por sus émulos.
Su memoria, llena de luz, forma una página brillante en la
Historia política y literaria de Colombia.

Felipe Pérez no tenía como escritor el
esplendor del estilo ni las frases cinceladas de su hermano, pero
sus escritos en ma-terias políticas tenían mas
vigor y mas oportunidad que las de Don Santiago.

Felipe Pérez siguió la misma carrera que
éste. Educado en el mismo Colegio del Doctor Lleras, al
concluir su carrera pro-fesional de abogado, se dedicó
también al profesorado, estableció un Colegio
particular y se consagró mas tarde a la
política.

Mas laborioso y mas fecundo como escritor
que su ilustre hermano, escribió muchas interesantes obras
sobre Historía, Geografía, Economía
política y Legislación; y además Dramas,
Novelas y Poesías. Pero en lo que mas se distinguió
fué en el campo del diarismo. Fundó « El
Relator » que durante muchos años fué el
vocero y el oráculo del liberalismo colombiano.
Ocupó puestos en las Cámaras legislativas;
fué Gobernador de Boyacá y Minis-tro de Estado en
dos Administraciones. En 1885 tomó las ar-mas en servicio
de la revolución liberal y alcanzó el grado de
General.

Felipe Pérez era un hombre de contextura
férrea, alto, mo-reno, pálido, de barba y de
cabellos negros y ojos brillantes Poseía una figura
interesante y simpática y a sus grandes dotes
intelectuales, juntaba el vigor físico y el valor moral.
Su conver-sación era pausada, amena e instructiva. Su voz
un tanto apa-gada y su profesión de escritor, no le
permitieron distinguirse como orador. Como una muestra de su
corrección y de su sere-nidad, referiré la
siguiente anécdota.

En una gran fiesta social, con motivo del matrimonio de
la primorosa hija del Dr. Napoleón Borrero, hombre
político de vasta ilustración, noble amigo y
cumplido caballero, se encontraron Felipe Pérez y el Sr.
del Perojo, Encargado de Negocios de España en Colombia,
después de la reconciliación de los dos
países. Sea por los efectos del champaña, o acaso
impulsado por algún elemento hereditario de los
progenitores de Otelo, el joven diplomático se
irritó contra Pérez al ver que conversaba a solas
con la dignísima esposa del primero. Dirigió en
ruso algunas pa-labras a su Señora (quien era eslava) para
que se separara del caballero que la acompañaba, y una vez
que se encontró a solas con Pérez le dirigió
un apóstrofe inconveniente y brutal, y puso su mano sobre
el rostro de su respetable interlocutor.

Pérez recibió con serenidad la humillante
ofensa, y se limitó" a contestar lo siguiente: «
Conozco, Señor, tanto cuanto Ud. los ignora> los
deberes de la buena educación y debo evitar un
escán-dalo en una casa respetable que ha tenido la
debilidad de invitar a un hombre como Ud., indigno de ser
recibido por las gentes cultas. Mañana pediré a Ud.
cuenta en el campo del honor de su salvaje ultraje
». Y le volvió la espalda.

De esta manera la fiesta social no se alteró y
todo el mundo admiró la serenidad y la corrección
del comportamiento de Pérez.

Al día siguiente, el Dr. Nicolas Esguerra y el
Señor José María Cortes, distinguidos
caballeros, de altísima posición social y de
reconocida energía, retaron a Perojo en nombre de
Pérez a un duelo a muerte para reparar la alevosa
ofensa.

Perojo se deshizo en satisfacciones para
Pérez, reconoció su falta, pidió
perdón por ésta, excusó el duelo y
firmó una acta en que hizo constar su arrepentimiento y
sus excusas. Así terminó el incidente.

Quebrantada su salud y agotado su organismo por las
faenas de la campaña de 1885 y por su intensa labor
intelectual Pérez fué atacado de una enfermedad
orgánica que lo llevó al sepulcro a los 57
años de edad; trabajando hasta el último instante
de su vida, como diarista político y como apóstol
del liberalismo.

Cuatro o cinco días antes de su muerte fui a
visitarlo. Me recibió en su gabinete de trabajo porque no
se redujo a la cama hasta la víspera de su fallecimiento.
La impresión que me causó la vista de ese valeroso
luchador, abrumado por la pesadumbre del sufrimiento, fué
como la de un aparecido del otro mundo que venía a
pregonar los principios liberales en la tierra. Pálido,
con tintes verdosos y cadavéricos en la fisonomía y
hundidos los ojos, manchas cárdenas sombreaban su frente.
Estaba cubierto de una gran ruana de bayeta que ¡legaba
hasta la rodilla. Sentado de-lante de su escritorio, tenía
la sonda en una mano y la pluma en la otra. Con voz mas apagada
que de costumbre me habló de política, prediciendo,
como un Profeta de ultratumba, los acon-tecimientos que
sobrevendrían a Colombia por la defección de
Nuñez. « Por fortuna, agregó (como su maestro
y jefe Murillo), yo no presenciaré la noche
política en que será sumida Colombia porque antes
la noche de la tumba me cubrirá con sus sombras.
Moriré dentro de pocos días, pero en la fé
de mis principios y me enterrarán amortajado con la
bandera liberal. Prepárese, mi amigo, a hacerme el
discurso para el cementerio ».

Conmovido me separé de este noble adalid de la
causa libe-ral. Cinco días después, un inmenso
acompañamiento conducía el cadáver de Felipe
Pérez al Campo santo. Yo, en cumplimiento de la
recomendación que él me había hecho,
ocupé la tribuna fúnebre y pronuncié un
discurso, hondamente sentido, del cual reproduzco los siguientes
apartes como complemento de esté boceto
biográfico:

« Señores: Recoged los espíritus;
levantad los corazones; alzad mudas plegarias; romped el dique
del raudal de vuestras lágri-más; descubrios y,
conmovidos, postraos, porque envuelto en el pendón que
juró desde niño, con la pluma del combate en la
mano, con la fé del doctrinario en el corazón, con
la auréola de la lucha en la frente, acaba de caer en el
Circo el valeroso Gladiador sobre su escudo.

No es este el momento propicio para hacer la apoteosis
del repúblico ilustre cuyos restos mortales contemplamos
al través de nuestro llanto. Los hombres que han sido
apóstoles de una noble idea, que han transfundido su
espíritu en la generación que los
acompañaba, que han vinculado su obra con la obra de una
agrupación social, que han luchado en todos los campos,
con fé y sin miedo, para implantar una doctrina, necesitan
para al-canzar el puesto de honor que ja Historia les reserva, de
largo reposo entre el hielo del sepulcro, como los metales que,
al reti-rarse de los hornos, se dejan enfriar en el gabinete del
químico, para poder distinguir y apreciar la pureza de sus
elementos.

La posteridad, cuando lo juzgue oportuno, abrirá
esta tumba, bajo cuya losa todo se asienta y purifica y
encontrará, roto el vaso de barro los quilates del oro que
guardaba.

Filósofo, institutor, tribuno y escritor, de
perseverancia y fecundidad infatigables, difundió entre la
juventud la luz de sus conocimientos, proclamó las mas
puras enseñanzas republicanas, enriqueció la
ciencia y las letras de su Patria, y luchó, como ninguno,
en la arena periodística. Pero no son estas
múltiples y mereci-das coronas las que formarán de
preferencia el escudo de gloria que la Historia colocará
sobre la tumba que cerramos hoy. La fé en sus doctrinas
políticas y la lealtad de sus procederes a sus
convicciones, son los galardones que la posteridad
otorgará a su memoria. Cuando terminada la batalla se
disciernen las palmas del triunfo, no tiene mejor premio el
soldado mas valeroso, mas audaz o mas afortunado: lo recibe el
que ha sabido conservar, durante el combate, incólume y en
alto, la bandera que se le confió.

Apóstol y soldado de la República,
luchó en todos los cam-pos para sentaría sobre
cimientos limpios y sólidos, y trabajó con la
tenacidad de un inspirado por el triunfo de la Idea, por el
ascen-diente del Poder civil y porque el sable del guerrero nunca
hi-riese el derecho y doblara siempre su hoja ante el ara de la
le y.

En las lides de la prensa, se presentó armado de
todas sus armas, pero vistiendo el uniforme del adalid caballero.
Su pluma nunca fué profanada por el insulto ni la
contumelia, que tizna mas el labio de donde emanan que la frente
pura que quieren manchar con su baba envenenada.

Táctico e hidalgo en el combate, adoptó
siempre el principio de que en la lucha leal es mas certero el
golpe con acero, aceitado que cubierto de impurezas y de
orín. En las borrascas de la política,
tendió su pendón para apaciguar las querellas,
co-mo el apóstol bíblico para calmar las ondas, y
nunca contribuyó a arreciar la tempestad, ni a amargar las
aguas, ni a irritar las olas.

Combatido por unos, admirado por otros, no comprendido
por algunos, con su escudo en una mano y su pendón en la
otra, como los que buscaban la tierra que promisión, al
través de mares y desiertos, sin fijar atención en
flores ni malezas; seguía imper-turbable su camino, sordo
a los elogios y a los vituperios, para llegar a la cumbre en
dónde creía encontrar la meta de la feli-cidad de
la República a la luz de sus principios.

Entre el fragor y confusión de nuestras guerras
civiles, cuando temía que esos principios zozobrasen en el
revuelto mar de las revoluciones y que, sobre el ara del derecho,
pusiese su planta el despotismo, El, como Moisés entre las
tempestades de la montaña, alzaba muy en alto con ambas
manos para mostrarías al pueblo, las Tablas de la Doctrina
Liberal.

Esto lo reconocerá la Historia cuando
estén apagadas las pasiones, oreada la sangre de los
campos de batalla, cicatrizadas las heridas, plegados los toldos
guerreros y extendida únicamente sobre Colombia la tienda
protectora de la Patria. Entre tanto, dejemos descansar al noble
luchador y no perturbemos su sueño ni aun con su merecida
apoteosis, que bien necesita de reposo. A se-mejanza de los que
recogen restos del cuerpo de los muertos con religioso respeto,
guardemos nosotros reliquias de su espíritu. No olvidemos
sus enseñanzas y conservemos las chispas de su cerebro y
la savia de su alma. Esta herencia no nos la puede a-rrebatar la
muerte. Cuando el sol se hunde en el horizonte no se lleva
consigo el calor que sus rayos han dejado para fecundar la
tierra.

El Doctor Anibal Galindo fué otra figura
prominente del li-beralismo colombiano, cuyos méritos y
relevantes dotes intelectua-les no fueron suficientemente
apreciados durante su existencia. Por el contrario se vió
siempre acusado de ligereza de volubilidad de carácter por
sus émulos, y aun se dijo que sus ilustración era
su-perficial y su talento mediocre! Cuán engañados
están los que no le conocieron, ó le conocieron y
quisieron mal! El Dr. Galindo fué un vigoroso intelectual,
gran orador, escritor fluido, jugoso y vibrante, hombre honorable
a carta cabal, miembro distinguido de la Sociedad y probado
patriota que prestó señalados servicios a su
Patria, ya en los campos de batalla u ora en el pro-fesorado en
la tribuna o en la magistratura. Fué también un
jurisconsulto eminente a cuyos trabajos, como redactor del
Alegato de la República de Colombia en la cuestión
de límites con Ve-nezuela, se debió en gran parte
el triunfo obtenido en esa céle-bre lítis. Yo, en
mi condición de amigo muy sincero de Galindo, coloco con
sincera satisfacción su nombre en la galería de
hom-bres ilustres de Colombia que me he propuesto formar en este
libro; exhumando sus restos venerados de la tumba material en que
reposan para evitar que caigan en la fosa sin fondo del
olvido.

Era Galindo un hombre de temperamento sanguíneo,
de o-jos claros, tez rosada y cabellos rubios, enhiesto, fornido
y de constitución robusta y fuerte.

La ilustración de Galindo en Jurisprudencia y
Ciencias políti-cas, y especialmente en Economía
social, era vasta y profunda. Como escritor, su estilo era
suelto, sonoro y elegante. Pocos hom-bres han tenido la facilidad
para redactar, con rapidez y completa corrección,
cualquier escrito o trabajo que emprendiera. Respecto de ninguna
otra persona se puede fijar con mas propiedad y cer-teza el
aforismo que dice: «quien concibe bien expone y pare
bien». En Galindo, la expresión correcta y armoniosa
era la manifesta-ción espontánea de su
elucubración. La claridad era el distintivo de los
escritos de Galindo El magistral Alegato que escribió en
defensa de los derechos de Colombia en la litis con la
República vecina de Venezuela, es un monumento de
sabiduría y de buena exposición que hace honor a su
autor y a su Patria, y en España fué muy
admirado.

Sea este el momento oportuno para explicar el origen de
las Instrucciones que yo comuniqué al Doctor Galindo para
la redac-ción del Alegato, en mi condición de
Ministro o Secretario de Relaciones Exteriores puesto que esas
Instrucciones han sido bien recibidas por el público, se
ha asegurado, sin ningún funda-mento, que fueron escritas
de puño y letra del Presidente Zal-dua, y aun el mismo
Doctor Galindo dice en sus Memorias que él tomó
parte en la redacción de ellas.

La historia de las Instrucciones es la siguiente. Cuando
fué nombrado Abogado de Colombia el Dr. Galindo, yo
insinué al Dr. Zaldua la conveniencia de señalarle
una pauta sintética del trabajo a fin de que el abogado
tuviera algún límite o cortapiza en la
redacción del Alegato para evitar que la fogosidad del
talento de Galindo, fuera a desbordarse y se pupudiera incurrir
en alguna contradicción o frase exagerada o
in-conveniente.

« Me parece muy bien su idea, me contestó
el Dr. Zaldua. Yo conozco a Galindo como que fué mi
discípulo y es conveniente ponerle un freno a la
exuberancia de su imaginación. ¿ Pero no
cree Ud. que el mono se chillará si recibe esas
Instrucciones,
que excitarán sin duda su
susceptibilidad de abogado y lastimarán su amor
propio?

Yo tendré cuidado de consultar con diplomacia el
punto al mismo Galindo, a quien me unen vínculos de
estrecha amistad, le contesté.

Convino el Dr. Zaldua en que escribiera las
Instrucciones. La misma noche las redacté, y, por la
mañana, del siguiente día, las presenté a la
aprobación del Presidente, quien las oyó leer con
atención y las recibió con benevolencia y agrado,
sin hacer nin-guna reforma ni observación.

Apoyado en esta alta aprobación al día
siguiente hice poner en limpio el borrador que había
presentado al Dr. Zaldua y que a la letra dice
así;

Estados Unidos de Colombia.

Secretaría de Relaciones Exteriores

Sección 1ª. N0 209.

Bogotá 15 de Agosto 1882.

Señor Dr. Anibal Galindo, Abogado de la
República en el pro-ceso de Límites con Venezuela,
Senador de la República, etc. etc.

Bogotá.

« Estando de por medio la honra y los intereses de
la Na-ción, mas compremetidos acaso en la manera como se
conduzca el proceso de límites con Venezuela que en su
decisión, he reci-bido órden del Presidente para
dirigir a Ud. las siguientes Ins-trucciones a las cuales Ud. se
dignará ajustarse en la redacción del
Alegato:

I. Ud. se servirá no hacer uso de ningún
documento cuya autenticidad no esté plenamente comprobada
y, al citarlos, no los extractará Ud. sino que se
servirá copiar íntegra y fielmente, con la misma
ortografía que ellos tengan la parte o partes de que Ud.
haga uso, citando el libro, obra o protocolo de donde se han
tomado.

2. Tampoco se deberán extractar los
razonamientos de la

parte contíaria que Ud. tenga que
refutar: será siempre mejor que Ud. los copie
textualmente, entre comillas para poder des-pués con toda
seguridad referirse a ellos.

3. Finalmente ruego a Ud. que ponga
especial cuidado en que el estilo brille por su sencillez. La
elocuencia debe con-sistir aquí en la pulcritud de la
dicción y de las formas, y en la estricta
demostración de la verdad.

En suma, el Gobierno de la República
sentiría menos por su parte la pérdida total o
parcial del pleito, que el sonrojo de que ella se viera expuesta
a rectificaciones y confrontaciones que pu-sieran en duda la
lealtad de su palabra y de su proceder.

Soy de Ud. muy atento
servidor,

J. M. QUIJANO WALL¡s.

He querido transcribir textualmente las
instrucciones tales como yo las redacté y las
aprobó el Presidente, teniendo hoy a la vista mi primitivo
borrador.

Tan luego como estuvieron extendidas en
limpio, llame al Dr. Galindo a mi Despacho y le expuse el
propósito que tenía, de acuerdo con el Presidente,
de comunicarle las Instrucciones con el objeto, le dije, de dar
mas seriedad e im-portancia a su labor, y para que en
España se viese que el Gobierno de la República
intervenía en el trabajo del abogas do, a cuyo talento
prestaba el apoyo de la respetabilidad del mi-smo Gobierno.
Dulcifiqué en cuanto pude, agotando las formas
diplomáticas, el patriótico objeto de las
Instrucciones, para evitar cualquiera palabra o
interpretación errónea que pudiera lastimar,
siquiera fuera en lo mínimo, la susceptibilidad
profesional del abogado.

El Dr. Galindo quien era un hombre modesto,
como toda per-sona de verdadero mérito, recibió con
benevolencia y hasta con entusiasmo, el proyecto de comunicarle
las Instrucciones. Después de leer éstas, me
dijo:

« No tengo inconveniente en que Ud.
me envíe estas Instrucciones, que encuentro muy bien
redactadas; pero necesito que Ud. les haga algunas
modificaciones, a saber:

En el primer párrafo es necesario
agregar, que el Gobierno tiene confianza en mi. En otros puntos,
es necesario que Ud. ex-prese que me comunica dichas
instrucciones por orden del Pre-sidente y en el párrafo
final que hable Ud, en nombre del mismo Presidente, y no del
Gobierno.

Hago estas observaciones, agregó,
porque no me cumple a mí, viejo abogado, que un muchacho
como Ud. me ponga la cartilla para el trabajo, aun cuando ella
sea muy buena. Haré, le contesté, todas las
reformas que Ud. desee y para que las Instrucciones queden a
completa satisfacción de Ud., tenga la bondad de
llevárselas a su escritorio, hágales las
modifica-ciones que estime convenientes, y devuélvamelas
con el fin de ponerlas en limpio, firmarías, y
remitírselas a Ud. oficialmente.- El Dr. Galindo me
presentó al día siguiente el pliego con dos o tres
modificaciones, que fueron en substancia, las
siguientes:

En el primer párrafo agregó
las siguientes frases: No obs-tante la confianza que el Gobierno
tiene en el recto criterio e ilustración de Ud.> como
lo prueba el haber confiado a Ud. la de-fensa de los derechos del
país en la redacción del Alegato de li-mites con
Venezuela », estando de por medio, etc.,.. (como sigue en
mi original).

En la parte final de este párrafo
modificó, « paso a comunicar a Ud. de orden del
Presidente »,las siguientes instrucciones> etc.
etc.

En la instrucción tercera en lugar de decir,
ruego a Ud. puso:

« desea el Presidente que Ud.
»…

En el último párrafo, en la parte que
dice: el Gobierno de la República sentiría menos
etc. modificó: » El Presidente como Jefe de la
nación sentiría menos, etc. (como sigue en el
original).

Hago estar relación porque el mismo Dr. Galindo
dice en sus Memorias que él redactó en parte esas
instrucciones; y aun se ha asegurado por las personas que no me
creyeron capaz de escribirlas, apesar de ser tan sencillas y
triviales, que fueron redacta-das por el mismo Doctor Galindo,
como si él hubiere sido un hombre tan insensato que a si
mismo se pusiera para su trabajo-una norma o cartilla,
según decía.

También se ha asegurado que fué el Dr.
Zaldua quien escribió~ de su puño y letra dichas
Instrucciones.

Tal aseveración, hecha con el objeto de deprimir
mi po-bre trabajo, es tan insensata como la anterior. En primer
lugar

si el Dr. Zaldua hubiese tenido el pensamiento y el
propósito de redactarlas, dictándolas, porque
él habla perdido la facultad mate-rial de escribir, tanto
por la debilidad de su pulso como por la de su vista, (pues
estaba casi ciego cuando ejercía la Presidencia), no
habría tenido inconveniente en firmarías y en
dirigirlas al Dr.. Galindo como obra propia, con el objeto de dar
mayor solemnidad e importancia a las mismas Instrucciones, Al
Presidente no le está prohibido dirigir Mensajes o
Alocuciones, ni cartas parti-culares, ni comunicaciones
oficiales, con, o sin la autorización, del respectivo
Ministro o Secretario.

Por otra parte, el Dr. Zaldua, modelo de
corrección y de cultura, nunca se habría atrevido a
ofender a su Secretario de-clarándole incapaz de escribir
una Carta oficial y usurpándole sus funciones privativas,
redactar una Nota que éste debía firmar, y
trastornando las prácticas y costumbres en todo tiempo
seguidas de que sea el Secretario quien redacta las Notas y
Comunicaciones que el Presidente debe firmar, y no al
contrario.

Además, el Dr. Zaldua, como llevo dicho, no
ejecutaba nin-gún trabajo material, ni aun mental, de
redacción, para no fatigarse, por prescripción de
los médicos, y casi siempre que tenía que di-rigir
algún Mensaje al as Cámaras o una Alocución
o una Comu-nicación importante o Discurso
diplomático, encomendaba el trabajo de redactarlos a
alguno de sus Secretarios.

Para no fatigar su cerebro, por orden de los
médicos, no quiso escribir ni dictar los discursos de
posesión, y encomendó la redacción de ellos,
al Dr. Santiago Pérez, el de respuesta al Presidente del
Senado, y al Dr. Felipe Zapata el de contestación al Dr.
Nuñez, Presidente saliente.

En definitiva, las Instrucciones que fueron recibidas
con be-neplácito, tanto en España como en Colombia,
no tienen mérito intrínseco ninguno, ni son obra de
arte. Su redacción, tan trivial y tan sencilla, puede ser
la obra de un estudiante o de un em-pleado subalterno. El Dr.
Zaldua, uno de los hombres mas emi-nentes, mas ilustrados y de
mayor talento que haya tenido la República, varón
sabio y justo, el Gran Ministro de la Adminis-tración
López en 1851, el primer jurisconsulto con que se haya
hon-rado la Patria colombiana, no tenía necesidad de
agregar a su corona de méritos y servicios
patrióticos, la redacción de una in-significante
comunicación oficial.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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