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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 11)



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Galindo fué un orador elocuentísimo. A su
voz fuerte y so-nora, agregaba la apostura y los gestos del
tribuno, y la fluidez, soltura y elegancia de la
expresión. Exponía sus razonamien-tos en los
discursos con la misma claridad y nitidez que en los escritos,
salpicando unos y otros con frases grandilocuentes.

En su trato social, Galindo era culto y efusivo. Nunca
con-tradecía a su interlocutor, porque estaba convencido
de que la contradicción es una de las manifestaciones mas
certeras de una mala educación. Por el contrario, casi
siempre al contestar repe-tía las frases de quien se las
dirigía. En medio de su genial mo-destia a veces lanzaba
expresiones arrogantes en conversaciones fa-miliares y amistosas.
Cuando fué encargado de una misión
diplo-mática al Perú le dijo a nuestro noble amigo,
el hidalgo e ilus-trado Pablo Valenzuela, modelo de cultura y de
distinción> estas palabras: »

«En 1882 rescaté para Colombia, el Orinoco:
ahora voy al Perú a recuperar para mi Patria, el
Amazonas»

Galindo era de un carácter franco, noble y
benévolo. El Dr. Rafael Nuñez lo pintó con
una pincelada magistral en un artí-culo que
escribió en «El Porvenir» de Cartagena,
respecto de las candidaturas del Dr. Salvador Camacho
Roldán para Gobernador de Cundinamarca y de Galindo para
Gobernador del Tolima. Nu-ñez estimaba mucho a Galindo, y
creía al Dr. Camacho hombre de pasiones fuertes en
materias políticas. Así, pues, en uno de los
apartes del referido artículo, se expresó
asi;

«En el fondo del espíritu del Dr. Camacho
Roldán hay siem-pre alguna cosa dispuesta a convertirse en
hiel, en tanto que en el alma de Galindo rebosa siempre la miel
híblea».

Galindo ocupó varios puestos importantes en los
Parlamentos y en la Administración pública, hasta
llegar al sillón de Minis-tro de Finanzas (ambición
constante de su vida) en la Adminístra cion
Otálora. Sus interesantes Memorias autobiográficas,
me excusan dé hacer de ese distinguido amigo un boceto
relativo a su vida pública.

El Señor Caro, Presidente conservador, lo
nombró Magistrado de la Suprema Corte federal, y el Dr.
Nuñez, lo envió de Ministro Plenipotenciario al
Perú. Por haber aceptado estos puestos, los liberrles
intransigentes y feroces de su tiempo lo abrumaron de reNioches y
de cargos, como lo hicieron también con los Dres. pacolas
Esguerra y Carlos Arturo Torres, quienes fueron comisio-nados por
el Presidente Sanclemente para gestionar en Europa las cuestiones
relativas a la prórroga del" Contrato para la
exca-vación del Canal de Panamá, y como me
censuraron acremente a mí por haber asistido a una comida
de carácter privado, a la cual me hizo 0 honor de
invitarme el Presidente Caro.

Desgraciadamente, siempre ha existido en nuestra
Comunidad política, un grupo, mas o menos numeroso de
pseudos liberales, adoradores de la violencia y de la
intransigencia que han que-rido resolverlo todo por el impulso de
sus pasiones, o por la fuerza material, obrando así en
contra de la pura doctrina liberal cuya base cimental es la
tolerancia. Y! cosa rara! Esos mismos Señores liberales
que criticaron los nombramientos hechos a los Seño-res
Galindo, Esguerra y Torres por haber aceptado puestos
públicos al servicio de su Patria, en virtud de
nombramientos de Gobiernos conservadores, clamaban por los
órganos de su prensa contra el exclusivismo del Gobierno
que no daba ninguna entrada a las pla-zas de la
Administración pública a los adversarios
políticos!.

Después de una larga vida, plena de luz y de
honradez, murió Galindo en el seno de su familia y de la
religión católica.

Con su muerte, las emulaciones y las censuras terminaron
y cada día que pasa brillan mas los rayos de su
intelectualidad y los rasgos de su patriotismo.

Teodoro Valenzuela, oriundo de una familia noble de
Santander y nacido en Buga importante ciudad del Estado del Cauca
fué el tipo perfecto del hombre distinguido y de cultura
intelec-tual y social. Abogado eminente, labró una
pequeña fortuna en trabajos del Foro. El Dr. Murillo 10
llamó en su primera Admi-nistración a
desempeñar la primera de las carteras del
Gobierno:

la del Interior y Relaciones Exteriores, en la cual
dió expansión y vuelo a sus grandes talentos, y a
sus profundos conocimientos en las Ciencias políticas, y
especialmente en Derecho internacional. Sus trabajos en ese
Ministerio pueden servir de modelo para la instrucción de
la juventud, como los de Felipe Zapata.

Valenzuela ocupó varias veces una curul en el
Senado de la República y desempeñó en dos
épocas distintas la Legación de la República
en el Perú, en donde ocupó una altísima
posición so-cial y diplomática, y en donde
fué considerado como el primero del grupo de Ministros
residentes en Lima. Allí le cupo el honor de ser
árbitro en una grave cuestión de Estado que
tenía el Perú con alguna otra
nación.

Valenzuela fué un escritor insigne. Si es cierto
que el estilo es el hombre, nunca se comprobaría mejor
esta verdad que con relación a Valenzuela, porque su
manera de escribir era tan pul-cra, tan correcta y tan elegante
como la persona y el porte so-cial del escritor. Sus frases son
concisas, nerviosas, aceradas, y de tina forma de exquisita
belleza. Desgraciadamente nunca fué labo-rioso para los
trabajos de pluma puramente especulativos. No que-dan de
él sino artículos de periódicos y
pequeños folletos. Re-cuerdo que alguna vez unos de esos
desheredados dé la fórtuna, especie de bohemios
literarios y políticos, cuyo carácter agriado por
los reveces en la existencia que atribuyen a mala suerte, y no a
su falta de méritos, y cuyas pasiones innobles se desatan
en rencor y contumelia contra los hombres de posición
social y po-lítica elevadas, publicó un folleto
inmundo que, bajo el nombre de «Retratos
instantáneos» contenía en versos que no
carecían en verdad de ingenio> una serie de diatribas y
de injurias contra los personajes principales de su época,
y entre ellos contra Teodoro Valenzuela.

Este, ofendido por las alevosas injurias del
panfletario, tomó la pluma y escribió bajo el
nombre de « Literatura Famélica », uno de los
artículos mas hermosos, mas intencionados> y mas
vio-lentos no obstante su forma cortés, admirable y
elegante, que registran nuestros anales de literatura
periodística. La Literatura Famélica de Valenzuela
puede considerarse como una joya de nuestro tesoro literario, y
ese escrito, que habría podido ser firmado por Juvenal o
Sainte-Beuve, tuvo para el venal detractor una pesa-dumbre tan
abrumadora que lo obligó a huir avergonzado de
Bogotá.

No se distinguió Valenzuela como orador
parlamentario, Ca-recía del fuego en la oración, de
las inflexiones de voz y de la soltura en la expresión,
que son indispensables para el verdadero orador. En cambio, su
conversación familial y entre amigos, tenía
encantos y atractivos insuperables, porque era una continua
mú-sica intelectual. Constantemente nos reuniamos en el
Club, Teo-doro, Pablo Valenzuela y yo, para deleitarnos los dos
últimos con la instructiva y exquisita conversación
del primero. Era un « causeur » incomparable. Y
Pablo, único hombre que en distin-ción y cultura
podía compararse a nuestro amigo, me dijo algu-nas veces:
« Yo quisiera ser hombre muy rico para poder
seña-lar una ingente pensión a Valenzuela,
únicamente para que me hiciera disfrutar todos los
días durante algunas horas de su de-liciosa
conversación.

Como llevo dicho, en la personá y en los modales
de Va-lenzuela, no se notaba el mas ligero reproche, ni la falta
mas leve, como no había ni un pliegue en su blanca camisa,
ni una

mancha en su calzado, ni un ripio en sus
escritos.

Valenzuela fué un espíritu de alta
distinción. Esa fué la constante de su
carácter que se reveló en todas las circunstancias
de su vida

Retirado del Foro en la tarde de la vida, y sin ocupar
pues-tos públicos por la caída del partido liberal,
Valenzuela consu-mió sus economías en su propia
subsistencia y en la de su fa-milia, a la cual educó con
esmero y estableció con acierto en la sociedad de
Bogotá.

Mayor de 70 años, Valenzuela murió pobre
de bienes; pero dejando una memoria pura y brillante, como
fué su vida.

CAPITULO XXIV.

Los Gobiernos
Radicales

SUMARIO. Consideraciones Generales sobre las
Administraciones liberales de 1867 a 1877. – El liberalismo
cometió errores en el campo de la política, pero
como administrador de los asuntos públicos fué
siempre puro, patriota y acertado. – Todos los Presidentes
liberales murieron pobres.

Después de los bocetos de algunos personajes
políticos que acabo de trazar en las páginas
anteriores, y antes de entrar a escribir los preludios de la
Regeneración, paso a hacer una rápida
relación del estado de pobreza en que vivieron y murieron
los hombres públicos que estuvieron a la cabeza de la
Admi-nistración pública, durante la década
de 1867 a 1877.

En esa época, que bien puede calificarse de
gloriosa, en ese ciclo memorable, el Liberalismo hecho Gobierno,
dirigió los destinos de Colombia. Incurrió en
errores y hasta en faltas en el campo de la política
porque en vez de atemperar los ele-mentos anárquicos de la
Constitución de Rio Negro, trató de darles
extensión y desarrollo, y porque durante la
Administración de Pérez, conculcó el
sufragio popular para elegir a Parra y esca-motear la
elección de Nuñez; pero como Administrador de los
intereses públicos, especialmente en el orden
económico y fiscal, el Liberalismo fué siempre
patriota, sabio, acertado y eminente-mente honrado y puro. En el
libro de la contabilidad histórica tiene a su Debe cargos
de carácter político que provinieron del deseo de
dar expansión exagerada al principio del individualismo,
deseo emanado, como floración natural, de su índole
generosa; pero en su Haber, como administrador público se
registran pá-ginas de oro, que ni el olvido, ni la
ingratitud ni la pasión políti-ca, ingénitas
en nuestras Democracias, podrán ocultar, ni
des-lustrar.

Y así como los antiguos hidalgos
españoles, de ricos pergaminos pero de escasa hacienda, se
consolaban en medio de su ruina material, con rememorar su claro
linaje y las épicas haza-ñas de sus
progenitorés, de esos que tenían derecho de
cu-brirse delante del rey y obligación de descubrir sus
cicatrices delante de) Pueblo, el Liberalismo, despojado de su
haber po-lítico, pero opulento en glorias, debe hacer
públicas de tiempo en tiempo y cuando se presente la
ocasión, algunas páginas au-ténticamente
ilustres de su historia, ya, sea para la edificación y
ejemplo de la generación que se levanta en el hogar
político de la República, o bien para avivar, con
la frotación del recuerdo, el lustre y esplendor de sus
blasones.

En el curso de este libro he hecho mención de los
princi-pales actos oficiales de las Administraciones de Acosta,
de Mu-rillo, de Santiago Pérez y de Salgar. He omitido
todo lo refe-rente a la Administración del General Santos
Gutiérrez el gran Caudillo liberal el jefe invicto y una
de las primeras figuras mi-litares de la República, porque
yo no tuve ocasión de conocerlo personalmente, y por
consiguiente no pude tratarlo de cerca, puesto que durante su
Administración me hallaba yo en los claustros del Colegio
de Popayán. No obstante viene a mi memoria alguna
anécdota que me refirió el Dr. Camacho
Roldán, y que revela su rectitud, su sinceridad y la
inflexible honradez del Ge-neral Gutiérrez.

Siendo Camacho Roldán Ministro de Hacienda, en
aquella época, el telegrafista de uno de los puertos del
Rio Magdalena, cercano a la ciudad de Honda (término del
viaje en la subida del Río), dirigió un despacho al
Dr Camacho para manifestarle que el correo del Exterior no
podría llegar a tiempo a la Ca-pital porque el caudal de
las aguas del río había disminuido mucho, a causa
del largo verano, y los vapores no podían ar-ribar a
Honda.

El Ministro de Hacienda ordenó al Agente
respectivo que alquilase una canoa para conducir el correo hasta
la ciudad de Honda, pues era urgente recibir la correspondencia.
Esta medida costó doce pesos de ley.

Cuando la Corte de Cuentas examinó las de la
Secretaría de Hacienda, dedujo un alcance de doce pesos
contra el Secre-tario que había ordenado un gasto que no
estaba previsto enel presupuesto, y que era violatorio de
disposiciones expresás del Código
fiscal.

Presentóse emocionado el Dr. Camacho ante el
Presidente Gutiérrez y le manifestó el fallo de la
Corte de Cuentas de que he hecho mención. Gutiérrez
sin vacilar le dijo: « Lo único que queda por hacer
es pagar el alcance y renunciar el puesto.

Eso mismo había pensado yo hacer, le dijo
Camacho, y me complazco mucho en que estemos de
acuerdo.

Y así sucedió.

Respecto de la probidad en el manejo de los intereses
na-cionales y especialmente de los dineros públicos, al
cual quiero consagrar un homenaje en este libro, no me
ocuparé de los hombres que gobernaron la República
de 1830 a 1860, limitán-dome únicamente a las
Administraciones transcurridas desde la época de mi
primera infancia (1860) hasta 1880 época en qué
comenzó el período político conocido con el
nombre de Regene-ración, y durante el cual dirigió
los destinos del País el Dr. Ra-fael
Nuñez.

Desde la Administración del Dr. Ospina hasta la
época de la Regeneración> los Presidentes y sus
Secretarios se distinguie-ron por la escrupulosidad, por la
pureza y por la probidad inma-culada en el manejo del Tesoro
público.

Don Mariano Ospina, que gobernó el País
hasta 1861 y Don Ignacio Gutiérrez Vergara su Ministro de
Hacienda, fueron mo-delos de honradez personal y oficial. Ya he
hecho mención del acto de suprema probidad que
ejecutó aquella Administración cuando no quiso
vender las reservas del Ferrocarril de Panamá, a pesar de
las críticas circunstancias financieras que le
imponía la borrasca revolucionaria, por no comprometer el
porvenir de la República. Esos dos insignes mandatarios
murieron casi en la pobreza después de haber administrado
la Hacienda nacional con facultades discrecionales, impuestas por
la situación de guerra.

El Gran General Mosquera que gobernó desde
í86í hasta 1864 como Dictador supremo, y
después fué Presidente constitu-cional en dos
períodos murió pobre, sin dejar de herencia a su
fami-lia otra cosa que su casa de habitación en
Popayán y el Dominio improductivo de Coconuco, bienes de
poco valor que había he-redado de sus padres.

El Doctor Andrés Ceron, Ministro que fué
de Gobierno del Gran General en esa época, murió
pobre y su familia llegó, después de su
fallecimiento a los mas tristes extremos de pobroza.

El General Julian Trujillo dejó al morir, como lo
he dicho ya, empeñados en un Banco los valiosos objetos
que le obse-quiaron los antioqueños en 1877.

El Dr. Rojas Garrido falleció
también sin bienes de fortuna.

Los Generales Santos Gutiérrez y
Santos Acosta, apenas dejaron al morir pequeñas
propiedades que habían adquirido, sea por herencia de sus
padres, o como fruto de su trabajo per-sonal, antes de entrar a
la vida pública y administrativa.

El Dr. Murillo, que ocupó dos veces el
sillón presidencial, murió igualmente pobre> sin
dejar mas herencia que una casa de reducido valor, en la cual
estaba representada la pequeña dote de su esposa. Durante
la última enfermedad de Murillo, se discutió un
proyecto de ley en el Congreso para asignarle una pensión
alimenticia al viejo y moribundo Magistrado.

El Dr. Santiago Pérez murió en
París, como lo llevo dicho, en extrema pobreza. Alguna vez
que fui a visitarlo en un triste y pequeño apartamento del
rez-de-ckaussóe de una casa excéntrica,
salió él mismo a abrirme la puerta. Sorprendido que
un hombre tan respetable hiciese en su propia casa el oficio de
por-tero, no pude evitar el preguntarle la causa. Lo hago, me
res-pondió> porque no tengo como pagar un
portero.

– Y quién le hace el « ménage
»,le respondí.

– Tadea, mi mujer, me contestó con mucha
naturalidad.

Y con efecto, la noble y santa esposa del Dr.
Pérez, que hoy todavía existe en Bogotá,
cargada de años y de virtudes, le ayudó eficazmente
a su esposo, tanto en las labores del Cole-gio en Bogotá,
como en las vicisitudes y en el infortunio de su destierro en
Paris.

El General Salgar, que había adquirido a fuerza
de econo-mías una casa en Bogotá y una hacienda en
el Norte de la Sa-bana, las dejó al morir gravadas con
cuantiosas hipotecas, que había tenido que constituir para
la adquisición de esas mismas fin-cas. Su digna esposa las
vendió para pagar las deudas y pre-firió quedarse
en la pobreza a aprovechar las facultades que, las leyes de
Nuñez, permitían a los deudores de pagar en papel
moneda depreciado, las sumas que habían recibido en moneda
me-tálica, de oro y plata.

El Doctor Aquileo Parra, Dictador
constitucional,
de 1876 a 1877, no tuvo recursos para
subsistir durante los tres meses de licencia del ejercicio de la
Presidencia en 1877, y se vió obli-gado a pedir una suma
prestada al Banco de Bogotá, porque yo, como Secretario
del Tesoro, no pude anticiparle el sueldo que debía
devengar, según lo tengo ya dicho en estas
Memorias.

Poco después de terminado su
período, el Dr. Parra se vió obli-gado a hipotecar
su pequeña hacienda de San Vicente para ha-cer frente a
sus gastos personales, y ésa finca de reducido valor,
adquirida por su trabajo durante varios años en el
comercio, fué la única herencia que dejó a
su familia.

El Dr. Felipe Pérez había recibido un
pequeño legado de familia, con el cual, unido a sus
economías en muchos años de trabajo, pudo comprar
una finca de campo de reducido precio y construir una casa
modesta de un solo piso, únicos bienes que pudo dejar al
morir a su familia.

El Dr. Galindo dejó por toda herencia una casa en
Bogotá a pesar de haber recibido la dote de su primera
esposa, y de haber trabajado como abogado de fama durante muchos
años.

El Dr. Valenzuela se vió en la necesidad de
vender su casa de habitación, sus cuadros, su servicio de
comedor y su escogida biblioteca para poder subsistir con su
familia en los últimos años de su vida. Cuando este
colombiano eminente murió, no se en-contraron en su casa
particular sino 200 pesos papel moneda que equivalían
entonces a dos pesos oro. Su yerno, el Sr. D. Leonidas
Gutiérrez, hizo los gastos del entierro.

Yo fui Secretario del Tesoro del Sr. Parra y
después de la guerra, cuando empecé a pagar todas
las deudas originadas por la revuelta, no quise incluir mi nombre
en la lista de los que habían prestado voluntariamente
sumas de dinero al Gobierno y a quienes se les devolvió en
Pagarés del Tesoro las expresadas sumas, porque
creí indelicado el ser pagado por una orden mía. No
habiendo aprovechado el pago de mi crédito en un papel tan
valioso como el Pagaré del Tesoro, que circulaba casi a la
par, tuve que resignarme mas tarde, en la Administración
si-guiente, a ser cubierto de mi acreencia en libranzas de
30/a, que tenían entonces un demérito de mas
de 50%

Alguna vez que hubo necesidad, durante la
revolución, de hacer un gasto extraordinario que nó
estaba previsto en el pre-supuesto, Parra y los Secretarios
hicimos una colecta para el expresado gasto. En esa época
no había ni tradición ni concepto de la
concusión o el peculado, ni siquiera de la indelicadeza en
el manejo de los dineros públicos. Por la mente de ninguno
de los Presidentes y de los Ministros o Secretarios liberales de
1867 a 1877 no cruzó jamás el pensamiento de que
fuera posible poner al servicio de los propios intereses, o para
labrar la fortuna per-sonal, la posición y las influencias
oficiales, como aconteció, con raras excepciones por
fortuna, en algunas épocas posteriores.

Colombia se distinguió siempre por
el espíritu legalista y por la escrupulosidad y la pureza
de los administradores de los in-tereses nacionales y de los
fondos públicos, tanto baje la domi-nación
conservadora como bajo la dominación liberal hasta que
llegó la época de la Regeneración, cuando
como llevo dicho, hubo varias vituperables
excepciones.

CAPITULO XXV.

La
Administración Trujillo

SUMARIO. El General Trujillo es elegido Presidente de la
República y marcha a la Capital. – Sus sentimientos y
propósitos de conservar la Unión liberal cambian
durante el viaje. – Entrada de Trujillo a Bo-gotá en medio
de una inmensa ovación popular. – Incidentes del
día de su llegada. – Trujillo proclama ante un meeting los
nombres de los individuos que deben formar su Ministerio,
escogidos todos en el partido nuñista. – Incidentes. – El
Senado no se atreve a improbar los nombres de Nuñez y
Camacho Roldán por temor a las barras. – El General
Trujillo acepta la dimisión del Dr. Camcho Roldán y
me propone volver a la Secretaria del Tesoro. – Rehuso el
nombramiento y acepto el puesto de Agente diplomático en
Italia para promover confidencial-mente un Convenio de modus
vivendi
con la Santa Sede.

El Gobierno del Sr. Aquileo Parra, del cual tuve el
honor de hacer parte como Secretario del Tesoro y Crédito
Nacional, se consagró, en la segunda mitad de su
período constitucional, a cicatrizar las heridas causadas
a la República por la terrible guerra que había
terminado con el triunfo del Gobierno. En esa tarea reparadora,
alcanzó un triunfo pacífico tan completo como lo
había obtenido en los campos de batalla.

El Gobierno pudo reparar los quebrantos causados por la
guerra. Los servicios públicos continuaron con
regularidad. El ser-vicio de la deuda exterior no fué
interrumpido ni por un solo día. Las deudas de
carácter extraordinario que había contraído
el Go-bierno durante la revuelta fueron cubiertas con sus
intereses. Los bienes embargados a. los rebeldes se devolvieron a
sus dueños. Una ámplia amnistía
cubrió como con un velo el pasado san-griento. Las
finanzas se restablecieron; los presupuestos se equilibraron y,
como llevo dicho en otra parte de estas Memorias, al terminar la
Administración quedó un sobrante en oro sonante y
contante de cerca de medio millón de pesos, depositado a
inte-rés en el Banco de Bogotá.

El país convaleció
rápidamente en ese corto período de paz. Se
reanimaron el Comercio y las demás industrias del
país. Las exportaciones y las importaciones aumentaron y
el cambio sobre el Exterior descendió a menos de la
par.

Pero si en el orden social y económico hubo
completa tran-quilidad al terminar la Administración
Parra, no lo fué así en el orden político,
porque la división del liberalismo reapareció en la
paz después de que cesaron los combates y las faenas
mili-tares.

El General Julian Trujillo, vencedor en los Chancos,
Otun, Arenillo y Manizales, Pacificador principal de la
República, fué elegido por la Victoria,
según la expresión de Parra> sin concur-rencia
ni contradicción alguna. Declarada su elección,
dejó el Go-bierno Seccional de Antioquia para venir a
ocupar en Bogotá el sillón presidencial de
Colombia.

Durante más de un año, el General Trujillo
había mantenido activa correspondencia conmigo, pues
además de ser el antiguo amigo de mi casa, mi padrino y mi
camarada en el Gobierno del Cauca, yo formaba el
trait-d"union entre el Jefe victorioso, perteneciente al
partido nuñista y el Presidente de la República,
Sr. Parra, en cuya Administración había yo servido
como Secre-tario de Estado.

En todas sus cartas se manifestaba el General Trujillo
en-teramente de acuerdo con el Presidente Parra y con su
Gobierno, y revelaba el propósito firme de mantener en su
próximo Go-bierno la concordia entre los elementos
liberales que, unidos, ha-bían podido dominar la
revolución conservadora.

Yo me complacía en hacer ver al Sr. Parra las
cartas ín-timas que me dirigía el General Trujillo,
y ambos abrigábamos la halagueña esperanza de que
la unión liberal no sería rota.

El General Trujillo se dirigió a Popayán
para reunirse a su familia y emprender con ella viaje a
Bogotá.

Los liberales pertenecientes al antiguo círculo
nuñista o independiente, resolvieron enviar una
comisión desde Bogotá a cargo de los Señores
Wenceslao Ibañez y Angel María Céspedes,
res-petables y prestigiosos caballeros del circulo
nuñista, para en-contrar al General Trujillo en la ciudad
de Neiva y preparar su animo en contra del Gobierno del Sr.
Parra, contra el cual que-rían revivir los antiguos odios,
latentes, pero no extinguidos, du-rante la
revolución.

Los comisionados acompañaron al
General Trujillo desde

Neiva hasta el puerto fluvial de Girardot
influyendo sobre su alma honrada y cándida, para promover
la desunión del liberalismo triunfante.

Al llegar a Girardot fué recibido el
General Trujillo por el Dr. Salvador Camacho Roldán, quien
lo alojó en la casa de su hacienda de Utica.

El Dr. Camacho, hombre eminente, de gran prestigio
político y amigo de Trujillo, era antes de las
revolución uno de los prin-cipales corifeos del
independentismo o nuñismo, y, aun cuando había
manifestado su adhesión al Gobierno de Parra durante la
revuelta, conservaba su animosidad contra el Círculo
llamado ra-dical u oligarca por los adversarios.

La permanencia en Utica del General Trujillo durante dos
días bajo la influencia irresistible del Dr. Camacho
Roldán, acabó le prédisponer el ánimo
de aquel en contra de los liberales go-biernistas que
habían logrado dominar la Revolución con la
unión con los liberales y que deseaban ardientemente
conservar dicha unión.

En una de las cartas que me escribió el General
Trujillo desde Medellín, al felicitarme por el
éxito que había alcanzado mi labor en la
Secretaría del Tesoro y Crédito Nacional, me
exi-gía con empeño que continuara en el mismo
puesto durante su Administración. Yo no deseaba seguir en
las faenas del Gobierno y tenía el propósito de
hacer un nuevo viaje a Europa con mi familia, ya que el primero
había sido muy rápido y se había enlutado
con la muerte de una niña. No obstante, no pudiendo
excusarme a la exigencia del General Trujillo, a quien yo
respetaba y estimaba mucho, convine con él en continuar al
frente del Ministerio del Tesoro.

La llegada del General Trujillo a Bogotá a tomar
posesión de la Presidencia, fué una verdadera
entrada triunfal y una inmensa ovación popular. Desde por
la mañana partieron para el pueblo de Cuatro Esquinas
(Mosquera) grandes pelotones de in-dividuos liberales de todos
los matices y de todas las clases so-ciales a encontrar y saludar
al jefe vencedor en los campos de batalla y en las urnas. El Sr.
Parra, y sus cuatro Secretarios, se dirigieron en coches al
encuentro del Presidente electo, y en la expresada
población se cruzaron con Trujillo discursos de
cor-tesía y de etiqueta oficial. Las palabras del Sr.
Parra, sinceras y cordiales, expresaban el anhelo de que el nuevo
Presidente continuase su labor de reparación, apoyando
principalmente su Gobierno en la sólida base de la
unión liberal. Trujillo sugestio-nado ya por sus
consejeros nuñistas, contestó con frialdad a los
votos patrióticos del Sr. Parra y dejó deslizar
algunas frases in-tencionadas contra la política del
Gobierno que terminaba.

El Sr. Parra ofreció a Trujillo un puesto que
tenía vacante en el coche presidencial para entrar juntos
a la capital. Trujillo se excusó de acompañar al
Presidente y prefirió seguir a Bogotá en un
magnífico caballo que le leyó el Sr. D. Miguel
Gutiérrez Nieto, antiguo y ardoroso partidario del General
Mosquera y del Dr. Nuñez, y hombre de grande actividad y
energía.

Las palabras del General Trujillo y el desaire que
él hizo al Presidente Parra, fueron el preludio de la
política que los con-sejeros de Trujillo le hicieron
seguir en mala hora, y que contribuyó a hacer tan
tempestuosa su Administración y a echar las bases de la
Regeneración con la elección de Nuñez, como
lo había previsto el Dr. Murillo.

En medio de una delirante muchedumbre y entre victores y
aplausos llegó el General Trujillo a Bogotá, pocos
días antes de la fecha en que debía tomar
posesión de la Presidencia. Se hospedó en una casa
de la calle de San Miguel y empezó comó era natural
a recibir innumerables visitas.

En la noche del día de su llegada el General me
detuvo a comer con su familia. Después de la comida se
encerró en su despacho conmigo y, con la franqueza que era
de esperarse, me manifestó que a pesar de sus vivos deseos
de que yo continuase como Secretario de Estado en su Gobierno,
las exigencias de la política lo obligaban a prescindir de
mis servicios porque no que-ría que ninguno de los
Secretarios del Sr. Parra hiciera parte del nuevo Gabinete. Que
su intención habla sido hasta la llegada a Cundinamarca de
continuar en sus puestos al General Salgar y a mí; pero
que por consejos de los Sres. Nuñez y Camacho
Roldán, tenía que formar un Ministerio enteramente
nuevo, y que tenía el propósito de enviarme en una
Misión diplomática en Europa para un asunto de suma
importancia para el País

Yo le contesté que le agradecía mucho el
cambio de pro-yectos respecto de mí porque yo me hallaba
muy fatigado con las faenas del Gobierno> y mi deseo primitivo
era el de hacer un nuevo viaje a Europa.

En una de las biografías del Dr. Murillo se
asegura que éste manifestó que como leader
del Senado, no se opondría al nombramiento que hiciera
Trujillo en los Señores Nuñez y Camacho
Roldán para Secretario, de Estado. Tal aseveración
es inexacta porque a mí me consta lo contrario, como paso
a demostrarlo.

Hallándome una tarde en el Despacho
de la Secretaria del

Tesoro, arreglando los papeles de mi escritorio para
entregarlos a mi sucesor el Dr. Salvador Camacho Roldán,
según me lo había dicho confidencialmente el
General Trujillo, se presentó el Dr. Mu-rillo para tener
conmigo una entrevista importante.

Me dijo el Dr. Murillo que sabía de buena tinta
que el Ge-neral Trujillo nombraría a los Señores
Nuñez y Camacho Roldán para Secretarios de Hacienda
y del Tesoro, y venía a recomen-darme que hablara con
Trujillo para interesado en no hacer esos dos nombramientos>
o, por lo menos, que prescindiera del de Nuñez, porque
él contaba con una mayoría en el Senado para
improbarlo, (pues según la Constitución de
Rio-Negro los nombramientos de Secretarios de Estado y de Agentes
Diplomá-ticos debían someterse a la
aprobación de la Cámara Alta, y que era conveniente
que el General Trujillo no inaugurara su Adminis-tración
con un rechazo a sus nombramientos de parte del Senado. Me
agregó que hasta Camacho Roldán se podría
tolerar, pero que de ninguna manera a Nuñez.

Ofrecí al Dr. Murillo desempeñar la
comisión ante el General Trujillo y esa misma noche fui a
comer a la casa de este amigo> a quien le manifesté con
toda franqueza lo que el Dr. Murillo me había
dicho.

El General recibió con cólera e
indignación la amenaza ve-lada que contenía la
notificación del Dr. Murillo y en vez de acep-tarla,
decidió convocar al pueblo a las barras del Senado para
im-poner con una especie de coacción la aprobación
del nombramiento de Nuñez y Camacho
Roldán.

Y así sucedió. Al día siguiente un
gran meeting popular se formó para ir a aclamar al General
Trujillo por la noche Salió el General al balcón de
la casa que ocupaba en la calle de San Mi-guel y al contestar a
los oradores del meeting y a sus aclama-ciones, les
manifestó que tenía el propósito de formar
su Ministe-rio así:

Ministro del Interior y Relaciones Exteriores, al Dr.
Fran-cisco Javiez Zaldua:

Secretario de Hacienda, al Dr. Nuñez;

Secretario del Tesoro y Crédito Nacional, al Dr.
Camacho Roldán.

y Secretario de Guerra al General Ezequiel Hurtado,
quien había sido su Jefe de Estado Mayor en las
campañas del Cauca y Antioquia.

Estruendosos aplausos resonaban a cada nombre que
anun-ciaba el General Trujillo, quien terminó su discurso
exhortando

al pueblo para que concurriese a la barra
del Senado, a fin de impedir que la mayoría radical u
oligarca tuviese el atrevimiento de manchar con bolas negras los
nombres de tan ilustres perso-najes.

Tres días antes de tomar
posesión de la Presidencia el Ge-neral Trujillo, el
Ministerio de Parra había ofrecido a este un gran banquete
en la antigua casa de las Secretarías de Estado. A dicho
banquete también había sido invitado el General
Trujillo pero éste se excusó de asistir porque se
le dijo que hasta su vi da podía correr peligro durante la
comida.

Por mi parte yo ofrecí una comida en mi casa
particular al General Trujillo, la víspera de la
posesión, mas con carácter amistoso que oficial>
y en el seno de mi familia. A esa comida concurrieron el General
Salgar, Ministro de Relaciones Exterio-res, el Dr. Felipe
Pérez y otros amigos personales de Trujillo.

No obstante que hubo empeño de parte de
Nuñez y otros consejeros de Trujillo para que éste
no aceptase mi invitación, Trujillo que era mi amigo, muy
leal y muy sincero, se apresuró a aceptarla.

La comida fué cordial y animada. El General se
manifestó muy expansivo con Salgár y con
Pérez, y varias veces, excitado por el champaña,
dejó traslucir el sentimiento que le causaba no poder
tener en su Ministerio elementos radicales. Se traducía
muy bien, en sus palabras que su ánimo se hallaba
supeditado por sus consejeros para no continuar la
política de unión del liberalismo. Tan sincero era
ésto de parte del jefe victorioso que, pocos años,
después, se declaró enemigo político de
Nuñez y de su política regeneradora.

Después de levantarnos de la mesa y de tomar el
café y los licores que a éste siguieron, el General
Trujillo sacó de su bolsillo una carta anónima que
había recibido antes de llegar a casa y en que le
decían que se abstuviera de tomar vino y licores, porque
yo estaba combinado con los oligarcas para enve-nenarlo en el
vino y en el « pousse café
».

Sonreído el General Trujillo me enseño el
anónimo, como hizo Alejandro cuando después de
haber apurado la bebida en que se le aseguraba que iba a ser
envenenado, mostró a su médico la carta
denunciadora, Aun cuando todos soltamos la carcajada por la
amenaza, no dejamos de pensar con tristeza hasta donde llegaban
el interés y las malas artes del círculo
nuñista para producir la desunión de los
liberales.

Al día siguiente supe también que, durante
la comida, indi-viduos armados habían pasado la noche en
la puerta de mi casa para velar por la vida del General
Trujillo.

Refiero estos incidentes para hacer conocer el estado de
los espíritus de los disidentes liberales en la
inauguración de la Administración
Trujillo.

El día dei sometimiento de los nombramientos de
Secretarios de Estado a la aprobación del Senado, las
barras estaban reple-tas y amenazantes.

Oportunamente había manifestado yo al Dr. Murillo
la resolución de Trujillo de insistir en el nombramieno de
Nuñez para Secretario de Hacienda, y la cólera que
había manifestado cuando yo le había hecho la
notificación ya mencionada. Recuerdo que dije al Dr.
Murillo: « Uds., Doctor, van a librar una batalla decisiva,
Si imprueban el nombramiento de Nuñez vendrá una
lucha ardiente contra el Gobierno; pero es posible que
éste se someta al fin a la voluntad del Congreso, a quien
apoyarán el ejército y los Gobiernos seccionales de
norte y centro de la Re-pública; pero si ceden ante las
amenazas de las barras y aprueban el nombramiento quedarán
perdurablemente vencidos » « Asi lo creo, me dijo con
tristeza el Dr. Murillo; pero es preciso evitar un choque
sangriento en el Senado que puede ser el principio de una nueva
revolución entre las fracciones del liberalismo. Re-cuerde
Ud. lo que le dije a Parra cuando le supliqué que
impi-diera la elección de Trujillo, porque éste,
como precursor de Nuñez sería el sepulturero
inconsciente del liberalismo ».

Los nombramientos de Zaldua y de Hurtado fueron
aproba-dos por unanimidad en el Senado. Al leerse los nombres de
Ca-macho Roldán y de Nuñez, las barras
prorrumpieron en amenazas y cuando se repartieron las balotas
para la votación, Murillo tomó una balota blanca y
la mostró al público, en tanto que Gil Colunje y
Hernández (quien fué después uno de los
jefes de

la revolución de 1885), caracteres
enérgicos y valerosos, desafiando las barras y sus
improperios, mostraron también al público las
balotas negras. El nombramiento de Camacho Roldán
fué aprobado con pocas balótas negras; pero el de
Nuñez fué bastante teñido.

Pocos días después dirigió el
Gobierno un extenso y minu-cioso Mensaje al Congreso para fijar
su plan de Gobierno y de Administración. Dicho Mensaje
redactado por el Doctor Camacho Roldán, contiene algunas
apreciaciones amargas contra el Señor Parra que revelaban
bien el espíritu del nuevo Gobierno, ad verso al que
había terminado en 31 de Marzo.

No obstante que el Dr. Camacho
declaró en dicho Mensaje

que era notable la habilidad y el acierto con
que la Administra-ción Parra había dirigido las
finanzas del País, no quiso seguir el sistema adoptado de
emitir los Pagarés del Tesoro, o sean papeles de
crédito sin interés para convertir con dotes en
dinero los papeles antiguos de Credito público,
combinación que presentaba la triple ventaja de pagar a un
precio reducido documentos de deuda antigua, de cambiar papeles
por interés por otros que silo disfrutaban y de procurar
una nueva entrada de dinero a la Tesorería El Dr. Camacho
dispuso de los fondos que el Gobierno de Parra había
dejado en el Banco de Bogotá, comenzó a recoger los
Pa-garés del Tesoro, y entró por el camino de las
economías.

A estas medidas que disgustaron a los Penedores de Deuda
Pública que se hallaban satisfechos por poder colocar sus
papeles de crédito en cambio de Pagarés del Tesoro
y a los empleados públicos, a quienes se les retuvo los
pagos o ajustamientos de créditos viejos, se agregó
la disposición de obligar a los pensio-nados a presentar
su retrato en las respectivas oficinas destinadas a pagar las
pensiones.

Esta medida produjo gran descontento entre el numeroso
grupo de inválidos y menesterosos obligados a hacer un
desem-bolso extraordinario para poder presentar su desgraciada
efigie al respectivo Jefe de la Sección de
pensiones.

Los descontentos se juntaron y en meeting
numeroso se di-rigieron al Palacio Presidencial, para pedir al
Presidente Trujillo que se suspendieran estas medidas y se
volviera el régimen fis-cal de la Administración
pasada.

Con tal motivo, el General Trujillo me llamó a su
Palacio para que explicara el sistema que yo había seguido
como Se-cretario del Tesoro del $r. Parra.

Hice yo una extensa y detallada exposición al
Presidente, y, con tal motivo, me suplicó que concurriese
tres días después por la noche para tener una
conferencia con el Dr. Camacho, con el fin de ver si éste
no repudiaba mi sistema financiero.

Mi entrevista con el Secretario delante del Presidente
me fué penosa y embarazosa por el respeto profríndo
que yo pro-fesaba y profesé siempre al eminente Dr.
Camacho. Este, con su inalterable cultura, contestó
algunas de mis observaciones y asin-tió a otras, pero
sintiéndose mortificado por esa conferencia a que lo
había sometido el General Trujillo, al día
siguiente pre-sentó su dimisión de Secretario del
Tesoro.

El General Trujillo aceptó la dimisión y
nombró al Dr. Camacho Secretario del Interior y Relaciones
Exteriores vacante por la separación del Dr. Francisco
Javier Zaldua, quien, a causa de su edad avanzada y de su mala
salud, no quiso continuar en las faenas del Gobierno.

Aceptó el Dr. Camacho el cambio de
posición y entonces me llamó el General Trujillo
para rogarme que me hiciera cargo de la Secretaría del
Tesoro, porque así se lo pedía un número
considerable de amigos y de liberales, contándose entre
otros los Tenedores de Deuda Pública y los
pensionados.

Yo rehusé el honroso nombramiento que me
ofrecía el Ge-neral Truijílo, fundándome en
que, después del trastorno que se había verificado
en el sistema fiscal por mí establecido, no era
fácil volver a él y en que por otra parte,
tenía yo preparado ya mi viaje para Europa.

La Secretaría del Interior y Relaciones
Exteriores fué desempeñada por poco tiempo por El
Dr. Camacho Rodán, quien hizo renuncia irrevocable del
elevado puesto. En su reemplazo fué nombrado el Dr. Pablo
Arosemena, figura culminante de la Po-lítica, orador
fluido y elocuente y hombre de exquisitas maneras y de gran
cultura intelectual y social.

En esa época se decidió uno de los asuntos
mas importan-tes de la "Administración Trujillo. A
insinuación del Presidente, la mayoría del Senado
radical dirigió al Gobierno un Manifiesto firmado por los
principales miembros de la Oposición como eran el Dr.
Jacobo Sanchez, el Dr. Ramon Gómez, el Dr. José
Araujo, el Dr. Ignacio Diaz Granados, y varios otros notables
radi-cales. En dicho Manifiesto expresaron los signatarios una
especie de compromiso para aprobar un Convenio de Modus
vivendi
con la Santa Sede, a fin de poner término a
las dificultades sociales y financieras que ofrecía la
pugna latente existente entre el clero colombiano y el Poder
civil, desde la época en que el General Mosquera
había decretado la Desamortización de bienes
eclesiás-ticos y se habían expedido las leyes de
Tuición y de Inspección de cultos.

Apoyado en este Manifiesto de los Senadores radicales
del Senado, el General Trujillo me ofreció el nombramiento
de En-cargado de Negocios y Jefe de Misión ante el
Gobierno del Rey de Italia, establecido en la Ciudad Eterna,
después de la ocupa-ción por las tropas del Rey
Víctor Manuel.

No tenía por objeto mi Misión a Italia
prestar algún ser-vicio diplomático ante el Rey
Umberto I que acababa de ocupar el trono por muerte de su augusto
padre, porque no había ningún asunto importante
entre Colombia e Italia. Se proponía el General Trujillo
que yo pudiese entenderme, privada y confiden-cialmente, con el
nuevo Pontífice Leon XIII para ver de acordar un Modus
vivendi
entre el Jefe Universal de la Iglesia
Católica y el Gobierno de Colombia, que consolidase la paz
y evitase nuevas y desastrosas guerras civiles como la que
acababa de pasar y que hiciera cesar esa desarmonía y aun
hostilidad sorda y constante que existía entre las
Potestades religiosa y civil de Colombia y entre el Clero y el
Gobierno. Para esto era menes-ter arreglar todo lo relativo a la
Desamortización de bienes de manos muertas, hecho
consumado e irrevocable, al matrimonio civil, a los cementerios y
a la instrucción primaria oficial con intervención
del clero católico para la enseñanza de
religión en dichas escuelas.

No pudiendo el Gobierno, conforme a la
Constitución nom-brar un Agente diplomático ante la
Santa Sede, yo debía re-vestir aparentemente la
representación ante el Quirinal, para en-tenderme con la
Santa Sede de manera enteramente privada y oficiosa.

La Ley de servicio diplomático y consular no
permitía sos-tener en Europa mas de una Legación de
primera clase, la cual desempeñaba a la sazón el
General Sergio Camargo ex-Presidente de la República uno
de los Jefes victoriosos de la Revolución y a quien era
imposible retirar sin causa justificativa de su puesto
diplomático. En tal virtud el General Trujillo me propuso
el nombramiento de Ministro de tercera clase o sea Encargado de
Negocios Jefe de Misión y no ad inzferim en
reemplazo de un Ministro. Esta posición
diplomática, que ya no existe en la nomenclatura
jerárquica, estaba reconocida por nuestra Ley
orgánica, de tal manera que ese funcionario Encargado de
Negocios, podía tener Credenciales de Plenipotenciario y a
su servicio un Secretario. Así se constituyó mi
Misión en Italia, para donde seguí llevando por
Secretario al Doctor Pedro Gutiérrez Portilla> uno de
los Ayudantes de campo del General Trujillo.

Con mi nombramiento de Agente diplomático, Jefe
de Misión, y mis Credenciales de Plenipotenciario,
recibí de la Secre-taria de Relaciones Exteriores las
Instrucciones de carácter pú-blico que
tenían por objeto presentar los homenajes del Gobierno de
Colombia al nuevo Rey de Italia, hacer propaganda en be-neficio
de los intereses de la República> celebrar Tratados de
amistad y comercio, Convenciones consulares, y de
Extradición y promover la organización de una
Compañía de vapores entre Génova y Sabanilla
y otras comisiones por el estilo, para el de-sempeño de mi
Misión ante el Gobierno italiano. Al mismo tiempo, la
Secretaría de Relaciones Exteriores me comunicó las
siguientes instrucciones reservadas.

1º. Estudiar el estado de las relaciones entre los
Gobiernos europeos, principalmente los de Alemania e ltalia con
el Sumo Pontífice; las disposiciones de S. S. Leon XIII a
consentir una solución satisfactoria a las cuestiones que
surgen de la resistencia del Clero católico a acatar
ciertas leyes nacionales.

2º. Procurar ponerse privada o confidencialmente en
con-tacto con el Secretario de Estado del Papa Leon XIII para
tra-tar de obtener el acuerdo de un Modus vivendi entre
el Poder Civil y la Iglesia católica en
Colombia.

3º. En el Acuerdo de un Modus vivendi debe
reconocerse el hecho consumado por la Desamortización y el
levantamiento de las censuras eclesiásticas que pesan
sobre los rematadores de bie-nes desamortizados. Así
mismo, se comprometerá el Clero católico a
enseñar la religión en los establecimientos
públicos de instruc-ción primaria y a dar aviso a
los empleados civiles de los bau-tismos y funerales que celebren,
para que puedan hacer las nece-sarias inscripciones en los
respectivos registros.

Yo recibí esta importante misión con
sincero entusiasmo, porque estaba persuadido de que toda medida
tendiente al sosiego de las conciencias en Colombia, era el mejor
factor para una paz estable y duradera.

CAPITULO XXVI.

Mi Misión ante
el Quirinal

SUMARIO. – En mi carácter de Encargado de
Negocios Jefe de Misión llego con mi Secretario a Roma. –
Entrevista con el primer Mi-nistro Depretis. Mi
presentación al Rey, a la Reina y al Duque de Aosta. –
Episodios interesantes relativos al Rey Umberto I – Prospe-ridad
y grandeza de la Unión Italiana. – Recuerdo de una gran
fiesta que tuvo lugar en la Embajada española. – Mis
principales trabajos como Agente diplomático ante el
Quirinal.

Animado por la esperanza de alcanzar el éxito en
mi comi-sión, me puse en marcha para Italia sin mi
familia, porque no creí conveniente exponerla a los azares
de un nuevo viaje, una vez que en el primero había tenido
la desgracia de perder una niña.

Cuando llegué a Roma me puse inmediatamente en
comu-nicación con el Señor Depretis, Presidente del
Consejo y Ministro de Negocios Extranjeros del Reino de Italia, y
al mismo tiempo jefe del partido conservador, que tenia
mayoría en el Parlamento.

Al presentar mis credenciales, el Sr. Depretis me
recibió con mucha cordialidad por ser la primera
Misión que recibía del Go-bierno de la
República de Colombia. Al felicitarle por la Unión
italiana, que puede considerarse como la obra mas grande y
trascen-dental de la época, me dijo: « Ciertamente,
después de una lucha secular, hemos logrado reunir toda la
familia Italiana ».

Después de ser recibido por el Ministro de
Negocios Extran-jeros, fui presentado al Rey Umberto I, quien,
acababa de ocu-par el trono de los Príncipes de la Casa de
Savoya, por muerte de su ilustre padre el Rey Victor-Manuel II,
fundador, con Ca-vour, de la Unidad italiana.

El Rey me recibió en su Despacho privado, casi
sin cere-monia y con la sencillez y simplicidad que podría
emplear un Presidente de Suiza. El monarca entonces era muy
joven, pero por su fisonomía un poco enjuta,, su tez
tostada por el sol de mediodía o por las campañas,
sus recios cabellos plateados en parte y sus largos y espesos
mostachos, revelaba tener mayor edad que la que entonces
tenía, poco mas de 30 años.

La primera impresión que yo recibí al ver
al Rey no me fué agradable porque su mirada demasiado
penetrante y casi dura comunicaba a su fisonomía la
expresión de un militar severo mas que la de fin
Príncipe de la antigua y gloriosa dinastía de
Sa-voya.

Después de las frases protocolarias que nos
cruzamos en fran-cés> me preguntó el Monarca en
donde había yo desempeñado, otras Misiones. Es la
primera, le contesté, por y lo cual me enor-gullezco de
ser Ministro ante el Gobierno glorioso de Vuestra
Majestad.

Pero qué posición oficial ocupaba Ud. en
Colombia antes, de venir a Roma? me preguntó de
nuevo.

– Era Ministro de Finanzas, respondí.

– ¡ Cómo, Ud. es demasiado joven para haber
sido Minis-tro de Finanzas,

– Pero Vuestra Majestad es casi tan joven como yo, y sin
embargo es Rey, le repliqué.

– Los Reyes debemos el trono a la casualidad o al
naci-miento, pero para ser Ministro, y especialmente en el ramo
de Finanzas, se necesita de la experiencia y de los conocimientos
que dan los años, repuso sonriéndose.

La entrevista situada en un terreno cordial y casi
familiar se prolongó mas de lo que permitía el
protocolo. El Rey me hizo muchas preguntas respecto de Colombia,
a todas las cuales di completa satisfacción.

Mi presentación a la Reina
Margarita, tipo completo de la belleza del Mediodía, tuvo
lugar después, y fué tan sencilla nues-tra
entrevista como la del Rey.

La Reina, quien veía por primera vez a un
colombiano y quizá a un sur americano, me exigió
que hablara en español, porque ella, me dijo, gustaba
mucho de oír este hermoso idioma, mas enérgico y
expresivo que el italiano, por lo cual se compla-cía
siempre en conversar en castellano con su cuñado el Duque
de Aosta, ex Rey de España. Con esta autorización
me fué mas agradable la entrevista con la Reina. Entre
otras cosas me dijo que ella creía que los colombianos
tenían el tipo de los Orien-tales pues suponía que
los Indios del Occidente eran los mismos que los del Levante y
que sin embargo yo (quien era el primer colombiano que ella
veía) parecía un español o un italiano de
mediodía de la península. Expliqué a la
Reiná que los colombianos éramos descendientes de
españoles por haber sido nuestra Patria una colonia de
España y que éramos de origen latino como a los
habitantes de Italia.

La Reina como para disimular su falta de
conocimiento del tipo colombiano. « me dijo: » En su
país de Ud. las mujeres son muy hermosas.

– No tanto como en Italia, Patria de
Vuestra Majestad, le contesté.

La conferencia terminó haciendo
votos la Reina porque yo contrajera matrimonio, (pues me
suponía soltero) con alguna de las lindas damas que
brillaban en la sociedad romana.

El Duque de Aosta, el célebre
Amadeo, antiguo Rey de España, me recibió aun con
mayor afabilidad y sencillez, si es posible, Hablaba
correctamente el castellano y como dos anti-guos camaradas nos
entretuvimos en hacer apreciaciones sobre la nación
española y sobre los acontecimientos políticos de
Italia, que habían sido coronados por la unidad de la
nación después de tantos siglos de labores y de
luchas. Era un hombre alto, mo-reno, deligado y elegante. Llevaba
la barba negra que armoni-zaba con sus ojos oscuros. Era verboso
y afable y tanto en sus apreciaciones como en sus modales de
príncipe y soldado, revelaba bien ser vástago de
aquella raza de héroes que ni « bus-can ni esquivan
el peligro » como lo dijo en el célebre Mani-fiesto,
cuando renunció al trono de España, Umberto I
heredó de su padre la mayor parte de sus grandes
cualidades, sin ser, empero, el Rey
Galantuomo

De marcados instintos liberales, Umberto
respetaba la opinión pública procurando rodearse de
hombres populares y de verdadero mérito aun cuando
careciesen de títulos nobiliarios. Sencillo y afable por
carácter, o por estudio, salía sin
ostentación de su palacio, con menos aparato que
cualquiera de sus corte-sanos y a todos saluda y a todos
atendía. Visitaba frecuente-mente los establecimientos
industriales, era protector" de la classe obrera y Presidente
honorario de muchas sociedades populares, organizadas para el
trabajo.

Cuando yo llegué a Roma, el Rey era
muy popular porque acababa de tener lugar su noble y generosa
conducta con el re-gicida Pasanante y su recibimiento a
Garibaldi.

Pasanante, como es sabido, atacó al
Rey en su carruaje al entrar, después de su
coronación, a Nápoles. El atentado fue tan alevoso
como torpe. La presencia de ánimo de Umberto y la entereza
de su Ministro Cairoli, ilustre Jefe, la Democracia italiana,
prócer de Sicilia, hicieron infructuosa la audacia del
asesino.

Condenado éste a muerte no quiso apelar de la
sentencia, pero ésta vino en consulta a la Corona. Algunos
políticos aconsejaron al Rey que confirmase el veredicto
de muerte para iniciar el reinado con un acto de represión
ejemplar. « No, contestó el Monarca, quiero
iniciarlo con actos de magnanimidad y clemencia y perdonó
al regicida

Garibaldi, obligado por sus achaques a salir de su
retiro de Caprera, vino a Roma en los momentos en que yo me
hallaba en la Ciudad Eterna. El pueblo recibió con
entusiasmo al nebí veterano, quien pública y
francamente empezó a trabajar por la popularización
de las mas avanzadas reformas democráticas.

No obstante, el Rey quiso ir personalmente a visitar al
Jefe republicano. Los Ministros se opusieron porque no era
correcto que el Monarca tributara un homenaje social al individuo
que se consideraba como al Jefe de la Oposición a la
dinastía de Sa-voya. No es al leader de un
partido » a quien voy a visitar »contestó
Umberto, sino al compañero de las glorias de mi pa-dre
». E instalándose en su carruaje, fué sin
acompañamiento ni ceremonia, a saludar en su humilde
vivienda al ilustre veterano.

Garibaldi correspondió la visita al Monarca,
quien para evi-tarle la subida de escaleras, lo recibió en
los jardines del palacio del Quirinal, en donde el público
pudo contemplar, al través de las verjas, que el
Príncipe y el Repúblico departieron amistosa-mente
cerca de una hora.

De allí salió Garibaldi a ratificar su
fé republicana, a fun-dar una nueva Sociedad popular y a
desarrollar su avanzado programa liberal. Recuerdo que, en la
Piazza Colonna, se habla levantado una tribuna al pie de la
columna Antonina para escu-char a Garibaldi. El guerrero y
tribuno expresó con toda fran-queza su profesión de
fé republicana, por lo cual fué
estrepíto-samente aplaudido por sus oyentes, quienes
prorrumpieron en vivas a la República y mueras a la
Monarquía.

Los policías municipales quisieron disipar el
tumulto y ar-restar a los sediciosos; pero la Policía de
la Casa Real, que osten-taba sobre su pecho la banda de Savoya,
lo impidió y dio ga-rantía a los concurrentes para
sus expresiones y sus vivas in-correctos.

En compañía del Señor D. Pablo
Antonini y Diez, dis-tinguido e ilustrado Ministro del Uruguay
ante el Quirinal, visité a Garibaldi. Era un hombre
hermoso y fornido, de mirada dulce y expresiva al mismo tiempo.
Su hermosa cabeza rodeada de una barba blanca y coronada por
cabellos de plata, parecía que se inclinaba bajo el peso
de sus laureles, y encor-vaba su cuerpo. Nos recibió con
suma afabilidad y en perfecto castellano nos manifestó el
cariño que profesaba a la América española,
por haber ésta establecido al independizarse el
régimen republicano y el sistema democrático en su
mas amplia exten-sión. Recordaba con gratitud el generoso
asilo que le habían dado en Montevideo cuando por las
vicisitudes políticas se había refugiado en el
Uruguay.

De las monarquías constitucionales de Europa,
Italia es una de las mas avanzadas en el camino del liberalismo y
una de las mejor organizadas. El régimen representativo
está tam-bién establecido como en Inglaterra. El
monarca reina útopicamente, es decir conserva el
símbolo de la tradición dinástica y es el
punto de partida. el centro de organización del mecanismo
administrativo: pero el Parlamento es quien gobierna y dirige la
política y la Administración del Reino, ya por
medio de sus leyes, u ora valiéndose de la Comisión
ejecutiva que forma el Gobierno

o Ministerio del Rey, siempre escogido entre la
mayoría de las

Cámaras o cambiado según los vaivenes de
las mayorías.

En Italia se disfruta de completa libertad: todas las
ga-rantías tutelares del hombre están consagradas
in la Constitución y se hacen efectivas lealmente por los
Gobiernos.

En Italia no existen las desigualdades sociales de
Ingla-terra y hay tanta libertad y seguridad como en esta
avan-zada nación. Así, pues, puede decirse que la
grande y bella nación italiana formada por Víctor
Manuel II y por Cavour, Masini y Garibaldi, es el modelo perfecto
de la Monarquía cons-titucional y
democrática.

Como Agente Diplomático ante el Quirinal,
celebré varios Tratados. Uno de Comercio, amistad, y otro
sobre Extradición de reos. Con los representantes de los
países de la América meri-dional, celebré
una Convención para el canje de publicaciones oficiales,
y, en resumen, cumplí estrictamente todas las
instruc-ciones que me dio el Gobierno cuando fui nombrado Agente
di-plomático en Italia.

Recientemente llegado a Roma, en el mes de Enero de
1879, tuvo lugar una fiesta espléndida, de perdurable
memoria, porque de ella oí hablar veinte años
después, y de la cual quiero ha-ces una ligera
descripción en esta obra.

Desde los tiempos de Alejando VI, Pontífice
español, el mismo que dividió la América
entre españoles y portugueses después de la
conquista y colonización de ese Continente, fué
adjudicada a España una zona de la ciudad de Roma, formada
por lo que hoy se llama « Piazza de España» y
algunos grupos de>casas adyacentes. Sobre ese pequeño
territorio, incrustado en el corazón de la ciudad de Roma,
tenía absoluto dominio el Go-bierno español>
quien nombraba sus autoridades, políticas,
admi-nistrativas y judiciales.

En el centro de este minúsculo Estado
español, en su plaza principal, se había levantado
un soberbio Palacio para la resi-dencia del Representante del
Monarca español.

Este Palacio que lleva el nombre de « Palacio de
España », ha continuado, después de la
desaparición del domino de España en Roma, como
residencia de las dos Embajadas que mantiene Es-paña, una
ante el Vaticano y otra ante el Quirinal
(¡).

Las habitaciones del Representante ante el Papa
están com-pletamente separadas de las que ocupa el Agente
diplomático ante el Rey, pero la inmensa escalera de
mármol, ancha de cuatro metros y en cuyo descanso se
ostentan dos magníficas Estatuas de la gran Reina Isabel y
del Cardenal Jimenez de Cisneros, es común para los vastos
y magníficos salones de las dos Embajadas.

El Rey de España Alfonso XII, por un gesto de
amis-tad diplomática y como para firmar la
reconciliación con Italia después de la
caída de Amadeo, aceptó ser el padrino de una de
las hijas de éste y comisionó al Embajador ante el
Quirinal para que representara al Monarca en la ceremonia del
Bautismo.

El Conde Coello de Portugal, riquísimo y
ostentoso Emba-jador de España ante el Quirinal,
propietario del célebre Diario español intitulado
« La Epoca », hizo un obsequio espléndido al
Rey y a la Reina de Italia con una fiesta en el Palacio de
España, que todavía se recuerda por su esplendor y
magnificencia, y que acaso eclipsaron las antiguas de
Lúculo en la misma Roma.

Las invitaciones se lanzaron con un mes de
anticipación y en ella se expresó que el Rey y la
Reina de Italia concurrirían al baile a las II de la noche
del día fijado, en el mes de Enero de 1878. Esta
indicación tenía por objeto advertir a los
invita-dos que ninguno podría concurrir pasada la hora
fijada para la concurrencia de los Reyes.

En mi carácter de diplomático, yo
recibí la invitación al gran baile un mes
después de mi llegada a Roma y confieso que nunca me
había imaginado que el lujo y la riqueza de una fiesta
social pudieran alcanzar las que hicieron notable ese gran baile,
en el Palacio de España.

Desde las 9 de la noche empezaron a llegar los invitado.
con sus vestidos y uniformes, resplandecientes de oro y
pedrerías Los suizos y los lacayos del Embajador,
lujosamente vestidos con sus escarpines de plata y sus hermosas
pelucas, formaban doble fila en el inmenso y amplio
vestíbulo del Palacio, por el cual rodaban los elegantes
carruajes hasta el pié de la escalera de honor.

Esta que, como llevo dicho, tenía una anchura de
mas de 3 metros, estaba dividida en toda su
extensión en tres calles por medio de macetas de flores,
todas conservadas en invernáculos.

Las dos calles laterales servían para él
ascenso de los concurrentes. La calle de en medio estaba cerrada
por uña pequeña verja dorada y colocada ad
hoc
para la ceremonia. Esta calle estaba destinada
únicamente para el ascenso de los Reyes, y se hallaba
materialmente tapizada de margaritas frescas, (la flor predilecta
de la Reina» lo cual suponía un gasto
extraordi-nario porque todas esas flores conservadas en
invernáculos eran sumamente costosas> en pleno
invierno.

Cuando el carruaje real, guiado por cuatro
magníficos caba-líos, entró al gran
vestíbulo y se detuvo frente a la escalera, el Conde y la
Condesa bajaron por las calles laterales de la escala a recibir a
los Reyes. En ese momento a verja improvisada de la calle central
se abrió de par en par y, al descender la Reina,
espléndidamente ataviada con su diadema de brillantes, su
regio manto y su magnífico collar de perlas que no tiene
par en el mundo, del brazo del Conde, puso su planta sobre el
primer pel-daño de la escalera y empezó a hollar
las frescas margaritas que lo tapizaban. La hermosa dama dijo
sorprendida: « Este es un lujo inaudito, Conde »,
porque ella apreciaba lo valioso que era el florido tapiz de la
escalera.

– Ninguno es bastante para obsequiar a Vuesta Majestad,
contestó galantemente el Conde.

Los heraldos, que se hallaban en la parte superior de la
esca-lera anunciaron con campanas la llegada de los
Reyes.

Umberto y Margarita, después de haber recorrido
diez salones

lujosamente paramentados, en donde los invitados,
formados, en dobles- hileras a los lados, respondían con
una inclinación de ca-beza al saludo de los Reyes.
llegaron a la sala, destinada exclu-sivamente a los Soberanos,
los miembros de la familia real, los príncipes
extranjeros, el cuerpo diplomático y los Dignatarios de la
Corte.

Este inmenso salón tenía un gran coro en
alto como los Tem-plos en donde estaba situada una de las grandes
orquestas para el baile.

Al llegar los Reyes al regio salón la orquesta
del coro entonó el himno de la Casa de Savoya.

Instalados los Soberanos en los puestos de honor que b-s
habían, señalado, la Reina indicó las
parejas que debían acomp¿3-haría en la
cuadrilla de honor con la cual ella debía abrir el baile.
Escogió como compañero al anfitrión, o sea
el Embajador de España, y designó para que le
sirvieran de vis a vis al príncipe heredero de
Suecia, quien se hallaba de paso en Roma, y L Condesa de Coello,
Embajadora de España.

El Rey Umberto nunca bailaba, pero permanecía de
pié durante la Cuadrilla de honor, en la cual, presidida
por la Reina, tomaron puestos los Embajadores de las grandes
Potencias y los altos Dignatarios de la Corte.

Terminada la cuadrilla de honor y sentados los Reyes en
sus sillones, empezó el baile. En todos los salones, que
ocupaba la multitud de invitados, se bailaba al son de
música instrumental y había tantas orquestas
cuantos salones; pero en la sala regia no había un solo
instrumento y el baile tenía lugar al compás de la
música que formaban con su canto mas de 400 con-certantes,
hombres, mujeres y niños, que ocupaban el Coro del
salón. Mucho me impresionó oír valses y
polkas cantadas, ¿n tonos diferentes por esa orquesta
vocal, que escuchaba por pri-mera vez

Cuando llegó la hora de la cena, los Reyes y su
comitiva y demás concurrentes al salón real, se
instalaron en el inmenso Co-medor del Palacio, y, a puerta
cerrada, saborearon exquisitos manjares y gustaron de los mejores
vinos de Chypre y Siracusa.

Todos los concurrentes quedaron sorprendidos del lujo de
la mesa, de los adornos de flores y, sobre todo, de que se
sirvieran fresas en abundancia para todos los invitados en la
época mas rigurosa del invierno> pues en los diversos
bufetes de los salones, los invitados pudieron gustar de esta
deliciosa fruta que, por lo exó-tica y rara en la
estación, parecía mas agradable.

Frecuentaba yo el Palacio de España, por la
circunstancia de ser representante diplomático de una
República desprendida del tronco español.
Así, pues, cuando tres días mas tarde hablaba con
el Conde sobre la suntuosidad de su fiesta, no pude menos que
expresarle mi admiración por haber podido ofrecer fresas
para dos mil y tantos invitados y cubierto de Mar-garitas la
escalera de honor del palacio, a mediados del mes de
Enero.

– Y ha de saber Ud., me contestó el Embajador,
que las fresas y las flores me llegaron de Niza en donde se
conserva-ban en invernáculos habiendo perdido la primera
remesa de fresas porque llegaron dañadas, Calculo que cada
flor y cada fresa me costaron a franco. Ya puede Ud. figurarse,
por este renglón no más, lo costoso de la fiesta,
cuyo total aun no conozco por no haber recibido la mayor parte de
las cuentas. La orquesta vocal también me demandará
un fuerte desembolso, porque tuve que formarla con cantores,
cantatrices y chantres de los Teatros y de los
Templos.

Todos los gastos de esta fiesta extraordinaria fueron
hechos por el tesoro particular del Conde, quien, como el Duque
de Osuna en San Petersburgo, gastó millones en el
desempeño de su Mi-sión
diplomática.

Otro de los recuerdos curiosos de mi permanencia en Roma
fué una anécdota que tuvo lugar en la Embajada de
Francia ante el Quirinal, y que paso a referir:

Ocupaba entonces, y aun hoy lo ocupa, la Embajada
francesa el Palacio Farnesio, uno de los mas notables edificios y
de las mas imponentes construcciones del mundo, el, mas bello
monu-mento de la arquitectura moderna, tipo el mas completo del
Pa-lacio romano, gloria del arte en su época, según
Quincy, y por-tentosa obra de San Gallo, Miguel Angel y
Vignole.

Allí estaban regiamente instalados el Marques de
Noajíles, Embajador de Francia, gran patricio
francés, descendiente del gran Conde, y su esposa, una
princesa polaca quien, aun cuando carecía de gracias
naturales y ya estaba entrada en años, era tipo perfecto
de la dama distinguida y artistocrática.

Las fiestas de la Embajada francesa se hacían
notables por la suntuosidad y la elegancia, y todos los patricios
romanos adic-tos al Quirinal, se consideraban honrados en
concurrir a los salones del Palacio Farnesio.

Recibía la Marquesa los
sábados a sus grandes relaciones

de la Sociedad romana y a los miembros del
Cuerpo Diplomático La noble dama me refirió su
entrevista con Emilio Castelar, el célebre orador
español> que tuvo lugar algún tiempo antes de mi
llegada a Roma.

Castelar, como es sabido, hizo un viaje por
Italia y, al lle-gar a Roma, quiso ser presentado a la Marquesa
de Noailles, tanto para conocer el hermoso Palacio, como por
tener el honor de concurrir al primer Centro social de
Roma.

El Embajador de España pidió
permiso a la Marquesa para presentarle a Castelar.
Acompáñelo Ud. en mi próximo sábado,
pues las puertas de mi Palacio están abiertas para toda
persona que apadrine Ud., Conde, le contestó la
Marquesa.

El sábado siguiente, a eso de las 10 112 de la
noche, fué pre-sentado Castelar a la Embajadora de
Francia, y, al tiempo de la presentación, el orador
español, creyendo que su nombre era co-nocido por la
Marquesa y que su gran fama de tribuno le había precedido,
le dirigió la palabra en los términos siguientes, y
en excelente francés:

« Señora Marquesa, hoy, durante el
día he tenido ocasión de admirar en el Capitolio la
Venus capitolina y esta noche vengo a admirar en el Farnesio la,
Venus Farnesina ». Disgutada la Marquesa por una
galantería tan impropia, dirigida a una dama que rayaba en
los 6o años y que podría ser Juno o Minerva, pero
nunca Venus, no pudo prescindir de contestarle con estas frases
terribles:

« Bien quisiera, Señor, ser Diosa para
tener el poder de ano-nadar a los mortales que hacen frases
impertinentes ».

Confuso y avergonzado Castelar, hizo una profunda
reverencia se retiró para siempre del Farnesio.

Tanto por los encantos que ofrecen a un extranjero los
soberbios monumentos y los recuerdos históricos de la
Ciudad Eterna, inconmovible capital del mundo, como por los
encantos y espíritu hospitalario de la Sociedad romana,
Roma es acaso la ur-be latina que presenta mas impresionantes y
agradables sorpresas a los sur americanos.

Pasaré ahora a referir algunos detalles de mi
principal mi-sión en Roma, o sea la que provenía de
las Instrucciones re-servadas que me había dado el
Gobierno de Colombia. Al conti-nuar mis relacione debo recordar
que la Roma Real, o sea la Roma del Quirinal, es enteramente
distinta de la Roma Papal, o sea la del Vaticano.

La Sociedad romana estaba entonces completamente
divi-dida entre los partidarios del Rey y los del Papa. Rodeaban
al Rey, entonces, los extranjeros y una pequeña parte de
la nobleza de Roma que había reconocido la
Monarquía de Savoya; pero al Pontífice
permanecían fieles los grandes patricios romanos que, por
tradición secular, desempeñaban altos cargos en la
sagrada Corte del Vaticano. La parte de la sociedad adicta al Rey
lleva-ba el nombre de Blanca por el esplendor de sus fiestas
mundanas, en tanto que los fieles al Pontífice llevaban el
nombre de ne-gros, porque siempre vestían de luto y
rodaban en carruajes cerrados, en señal de duelo y como
una protesta contra la ocu-pación de Roma.

La división entre Blancos y Negros era tan grande
que ni los diplomáticos ante el Vaticano podíamos
concurrir a una fiesta dada en el Quirinal y vice-versa. Recuerdo
que los dos Ema-baj adores de España ante el Rey y ante el
Papa, apesar de ser amigos y compatriotas y habitar el mismo
palacio, no podían ser invitados a sus respectivas fiestas
y recepciones públicas, y so-lamente en privado
podían obsequiarse mútuamente,

En una de estas reuniones privadas tuve ocasión
de conocer y relacionarme con el Señor de Cárdenas,
eminente abogado y gran personaje español, antiguo
Presidente del Consejo y Emba-jador ante el Vaticano. Gracias a
él pude ponerme en comuni-cación reservada con el
Cardenal Nina, Secretario de S.S. Leon XIII, para dar
cumplimiento a la parte más importante de mi misión
en Roma.

CAPÍTULO XXVII

Mi misión ante
el Vaticano

SUMARIO. – Leon XIII. Mis gestiones oficiosas
ante la Santa Sede. Exposición que sobre los
asuntos de Colombia elevé al Cardenal Nina, Secretario de
Estado de Su Santidad. – Buenas disposiciones del Va-ticano para
entrar en arreglos con Colombia. – Mis informes al Gral.
Trujillo, Presidente saliente y al Dr. Nuñez, Presidente
electo. Corres-pondencia cruzada con este último, quien se
opuso al arreglo hasta tanto que el Papa no diese a su segundo
matrimonio forma exterior. El General Camargo, Agente
confidencial, firma un Convenio que es improbado por el Gobierno
colombiano. – Descripción de la Gran Ceremonia del ingreso
del Papa a la Basílica de San Pedro.

La Historia ha coronado la memoria de León XIII
corno la de uno de los mas grandes hombres del siglo XIX y el
Pontífice que logró colocar el Trono espiritual de
San Pedro sobre todos los Tronos temporales del mundo. Hombre de
luces, de carácter recto y gran tacto político,
imprimió desde su advenimiento un nuevo rumbo a la marcha
de la política del Vaticano. Separó de su lado a
los hombres intransigentes que rodearon en los tiempos
últimos a su antecesor y que contribuyeron a la
dirección del delicadísimo gobierno de una Iglesia
universal, abusando tal vez de su ancianidad y de su patriarcal
bondad. Rodeóse de espíritus levantados y flexibles
que secundasen los saludables cambios que inició en el
Gobierno universal, y, con su conducta hábil,
evangélica y moderada, previno conflictos con los
gobiernos civiles, afirmó los Prelados vacilantes y
recobró para el Catolicismo el prestigio que le
habían hecho perder algunos actos del Go-bierno
anterior.

Fácil me fué pues cumplir la primera parte
de las Instruc-ciones y penetrarme de la elevación de la
nueva política apos-tólica.

Además de mis relaciones con el
Señor de Cárdenas, adquirí

las del Marqués de Lorenzana, de origen
colombiano y Ministro del Ecuador ante la Santa Sede y las del
distinguido abogado romano Don Francisco Mansella, Caballero de
San Gregorio y antiguo Cónsul de Colombia en Roma, hombre
de indiscutibles talentos y virtudes, y uno de los extranjeros
que, con mas per-severancia, eficacia y buena voluntad, sirvieron
a nuestro país y a los colombianos viajeros por
Italia.

Por medio del Sr. Mansella hice llegar
hasta el Despacho de su Eminencia el Cardenal Nina, la siguiente
exposición:

A su Excelencia
Eminentísima,

Monseñor Lorenzo, Cardenal Nina,
Secretario de Estado

de Su Santidad Leon XIII.

Separada completamente la Iglesia del Estado, en virtud
de acto legislativo expedido en 1853, se esperaba con
razón que estuvieran resueltos todos los problemas
político religiosos que han dado origen a colisiones y
luchas entre el Poder civil de algunos Estados y la Potestad
eclesiástica de la religión profesada por la
generalidad de los habitantes de los mismos. Pero
des-graciadamente esto no ha sucedido en los Estados Unidos de
Colombia, en donde a pesar de la absoluta y efectiva libertad de
conciencia y de cultos que existe en el país, se han visto
con frecuencia conmociones civiles religiosas, que han agitado la
Re-pública después del año de
1853.

Terminada la guerra de 1860, la Convención
nacional, reu-nida para reorganizar el país,
decretó la desamortización de los bienes
eclesiásticos. Al mismo tiempo, expidió una ley de
Tuición y de Suprema Inspección de los Cultos
religiosos.

Serenados los ánimos y pacificado el País,
el Congreso de ¡867 creyó llegada la hora oportuna-
de derogar aquella ley como una medida de conciliación y
de tranquilidad general. Al mismo tiempo siguió
reconociendo una renta en el Tesoro de la Nación, pagada
puntualmente, a los administradores eclesiásticos como una
indemnización de la que reportaba la Comunidad
cató-lica de los Bienes desamortizados.

A pesar de estas medidas de lenidad del Gobierno de la
República, se declaró una abierta hostilidad contra
la fundación de escuelas públicas sostenidas por la
nación> no obstante que oficialmente se ofreció
establecer en las mismas la instrucción religiosa a
voluntad de los padres de familia, y de que en algu-nas, como en
las del Obispado de Popayán, se solicitó del
Prelado el nombramiento de un sacerdote de su confianza,
remunerado por el Gobierno, para que hiciese una clase diaria de
religión católica romana.

La lucha y agitación que se desarrolló en
los ánimos con motivo de la colisión entre la ley
civil y las Censuras eclesiásti-cas relativas a la
Instrucción pública fueron una de las princi-pales
causas de la última sevolución que
ensangrentó y cubrió de luto el País, en los
años de 1876 y 1877.

Durante esa desoladora guerra, algunos curas entraron en
la rebelión y los Obispos de Pasto, Popayán y
Antioquia lanza-ron anatemas el Gobierno de Colombia y las
instituciones. Con tal motivo se restableció, por mandato
legislativo> la Ley de Inspección de cultos derogada en
¡867 y se ordenó suspen-der y cancelar la renta
eclesiástica, reconocida después de la
desamortización.

Justo es consignar en esta Exposición que, al
lado de Obis-pos y Sacerdotes exaltados por la pasión
política, el clero cató-lico de Colombia cuenta
entre sus miembros Prelados eminentes e ilustrados que han sabido
conocer y practicar su misión de paz y caridad,
armonizando los fueros de la Iglesia y los respetos a la Ley y al
Poder Civil, sin mezclarse en luchas de partido, tales como el
Ilmo. Sr. Arbeláez, Arzobispo de Bogotá y los
Obispos de Panamá, Cartagena y Santa Marta, y muchos
miem-bros del Clero regular, a quienes tanto el Gobierno como el
Pueblo de Colombia, respetan y veneran por su conducta hon-rada y
evangélica.

No obstante hacer sido vencidas en Colombia las
últimas rebeliones, y a pesar de la amnistía que se
ha acordado des-pués de cada guerra, el germen de
colisión existe, y mas tarde o mas temprano, se establece
la lucha armada con su cortejo de miseria, lágrimas y
sangre> trayendo consigo el empobrecimiento y retroceso del
país, y a la vez perjuicios a la sagrada causa de la
Iglesia católica.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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