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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 13)



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En compañía de este simpático joven
arquitecto y del Sr. Flageolet, Secretario de la Legación
francesa, emprendí viaje para Colombia a fines de 1880.
Varios compatriotas tomaron pasaje en el vapor « Labrador
»de la Compañía Transatlántica con
rumbo a Sabanilla. Cuando llegamos a Fort-de-France, el
Comandante del vapor dió orden de que anclara el buque a
con-siderable distancia del muelle, porque los vigías
habían visto, por medio de los anteojos de larga vista,
que en la capital de Marti-nica ondeaba en todas partes una
bandera gualda, lo cual indicaba que en el puerto reinaba la
epidemia de fiebre amarilla y que en tal virtud debíase
evitar a todo trance el contacto con el lugar
infestado.

Al efecto, el buque ancló a considerable
distancia y se proce-dió á recibir el carbón
de que tenía necesidad de proveerse, el buque por medio de
botes conducidos por negros que no po-dían aproximarse al
casco del vapor y que debían echar su carga a las canastas
del buque. El capitán prohibió rigurosamente toda
comunicación con los conductores del carbón para
evitar el con-tagio y aun la correspondencia se desinfectaba
antes de abrirse, pues todavía se ignoraba que el medio de
contagio de la fiebre amarilla es el mosquito tropical que
trasmite el bacilus de un enfermo a un sano.

La permanencia en Fort-de-France fué muy larga,
duró mas de tres días por la lentitud con que se
recibía el carbón y por las precauciones que se
tomaban para evitar el contacto con los conductores.

Al fin terminó la desagradable estación en
medio de ese sol canicular de las Antillas, y emprendimos viaje
para las cos-tas de Venezuela y Colombia.

Pocos días después de hallarnos en marcha
a bordo del vapor, alguno de mis compatriotas me dijo que se
hallaba enfermo con fiebre uno de los jóvenes colombianos
llamado Rafael Lopez Santamaria, simpático joven
antioqueño de 25 años de edad. In-mediatamente fui
a visitarlo a su camarote y lo encontré con violenta
fiebre, y muy abatido y angustiado.

Se hallaba en un camarote de tercera categoría en
el centro del buque, cerca de Ja máquina y con tres
compañeros más, todo lo cual contribuía a
hacer mas fatigante y desagradable su situación en el
vapor.

Inmediatamente busqué al médico de a bordo
31 le hice exa-minar a López, para saber cual era la
enfermedad que aquejaba a mi joven compatriota.

El facultativo, después de examinar
cuidadosamente el en-fermo y las materias que vomitó
durante el examen, diagnosticó una fiebre biliosa,
proveniente, en su opinión, de un exceso de helados y de
frutas que había tomado a bordo.

En virtud de este diagnóstico, resolví
hacer trasladar al en-fermó a mi amplio camarote de popa,
en donde yo estaba solo, gracias a la deferencia del Director de
la Compañía Transaltlán-tica, con quien
había entrado en arreglos para establecer una
lí-nea de vapores de Marseille a Sabanilla,

El joven enfermo se encontró muy aliviado al
instalarse en mí camarote, relativamente cómodo y
ventilado, pero la enfermedad no cedía y tuve que soportar
los accidentes de ella hasta llegar a Sabanilla, sirviendo de
enfermero para sacar las vasijas en que arrojaba el enfermo sus
excrecencias, particularmente de vómito. Durante el
trayecto, dos veces hice examinar por el médico las
materias que arrojaba el joven López, pues yo tenía
la sospecha de que la enfermedad fuese fiebre
amarilla.

« No diga Ud. eso, Señor, me dijo el
médico, porque puede Ud. alarmar a los pasajeros. Conozco
mucho los síntomas de la liebre amarilla y yo le garantizo
que lo que este joven tiene es una fie-bre biliosa de
carácter grave, que no es absolutamente contagiosa y que
desaparecerá sin duda cuando llegue a tierra

Después de tocar en los puertos de Venezuela,
llegamos a Sabanilla, que es hoy el mismo que lleva el nombre de
Puerto-Colombia, y que está servido por el
magnífico muelle que cons-truyó el Sr.
Cisneros.

Cuando desembarcamos, la situación de
López parecía suma-mente grave y fué preciso
llevarlo en brazos hasta al ren que nos condujo a todos a
Barranquilla, En esta ciudad me alojé yo en un cuarto del
Hotel Vieco, y en virtud de la súplica que me hizo el
pobre enfermo casi moribundo, hice colocar en mismo cuarto y
frente a mi, una cama para él.

Por la noche me recogí muy temprano y en la cama
recibí la visita del Dr. Joaquín María
Vengoechea, afamado médico y político distinguido
de la ciudad de Barranquilla. Cuando nos hallábamos en
animada conversavion sobre asun-tos públicos, el joven
López se quejó y arrojó abundante
vómito sobre el vaso de noche, que se hallaba al
pié del catre en que yacía. Quien está
allí enfermo, me dijo Vengoechea?

« Un joven colombiano, le
respondí, que ha venido conmigo desde Europa y que se
halla enfermo con fiebre biliosa, según dijo el
médico de a bordo. Quiere Ud. examinarlo?

Vengoechea después de haber examinado con mucha
atención al enfermo y las materias que había
arrojado, pasó a la mesa de toilette, se lavó
cuidadosamente las manos y la boca, se acercó a mí
cama, y me dijo en voz baja: « Lo que tiene este joven es
fiebre amarilla y creo que no pasará de mañana. Se
halla en el peor periodo para el contagio. Es una imprudencia que
Ud. esté aquí. Levántese y váyase a
cualquier parte esta misma noche. Yo cuidaré mañana
de ver que lleven al enfermo a un lugar aislado, "porque por
casualidad soy Presidente de la Junta de Higiene.

Salté yo de la cama, como tocado de corriente
eléctrica, y le contesté en voz baja: » Hace
siete días que estoy durmiendo en la misma pieza con este
enfermo, aspirando su aliento y los eflu-vios de las materias que
arroja constantemente. No creo que me escaparé del
contagio de la terrible enfermedad. »

Inmediatamente me vestí y, ayudado por
Vengoechea, arreglé la cuenta del Hotel y abandoné
el local para ir a buscar aloja-miento a las 9 de la noche en el
Hotel Victoria, eh donde se hallaban alojados los alumnos del Dr.
Escobar que seguían para Europa.

Gracias al Dr. Felipe Paul encontré en su cuarto
una cama para poder pasar la noche, sin decirle bien entendido
que yo me refugiaba allí huyendo del contagio de la fiebre
amarilla. Me li-mité a decirle que estaba muy mal alojado
en el Hotel Vieco y que no habia encontrado otro recurso que
acudir a su generosa hospitalidad.

Como es de suponer, pasé una noche sin dormir un
momento porque estaba persuadido que yo iba a ser víctima
de la fiebre amarilla, y como deseaba vivamente llegar cuanto
antes a Bogotá para ver mi tamilia, me levanté a
los primeros rayos del alba, tomé un baño de
regadera en el jardín del Hotel y me fui a la casa de
Alzamora, mi comisionista en Barranquilla, con el fin de ver si
era posible tomar pasaje en el vapor «Montoya » que
debia partir para el interior a las 8 ó 9 de la
mañana de ese día, llevando al Dr. Rafael
Nuñez, Presidente de la República, a sus
Secretarios de Estado, Eustasio Santamaria y Eliseo Payán
y a los Sres Sa-lomon y Bendix Roppell, al Dr. Paul y empleados
del Gobierno que habían venido a Barranquilla, a hacer los
últimos arreglos para la fundación del
célebre y funesto Banco Nacional, que, como el Arbol del
Jordan dió después tan amargos frutos. El banco
debía fundarse con los productos del empréstito que
obtuvo Nuñez en Nueva York por medio de los Sres Koppell,
con el descuento de las anualidades del Ferrocarril de
Panamá;

Antes de continuar la narración de mi viaje,
referiré que el jóven López Santamaria
murió en Barranqui!la en un hospital y en el plazo que
había fijado el Dr. Vengoechea.

He referido este episodio como una nueva
demostración de que la fiebre amarilla no es contagiosa
por la vía atmosférica o de contacto con la persona
enferma, sino por la transmisión del bacilus que verifican
los mosquitos de las regiones tropicales.

Después supe que López se había ido
clandestinamente a Fort-de-France en uno de los botes carboneros,
y había pasado dos días con sus noches, en la
ciudad infestada.

Cuando desperté al Sr. Alzamora para rogarle que
me buscara pasaje a bordo del « Montoya» porque
tenía urgencia de seguir al interior ,aquel caballero me
contestó: « Es imposible que Ud. puede embarcarse
hoy, tanto porque el vapor se pondrá en marcha a las 9 de
la mañana y no tenemos mas de 3 horas para sacar el
equipaje del trén, hacerlo examinar y embarcarlo, como
porque el buque está especialmente destinado al servicio
de Dr. Nuñez y de su séquito, y sin el permiso de
él nadie puede tomar pasaje a bordo.

Interésele vivamente para que hiciera las
diligencias de transportar el equipaje al puerto, gastando cuanto
fuere necesario para este objeto, que yo me encargaría de
buscar el pasaje. No pudiendo pedir el favor al Dr. Nuñez
con quien yo estaba resen-tido a causa de no haber esperado
éste mi renuncia del puesto diplomático que
tenía en Italia, y de haberme nombrado un reem-plazo (al
Dr. Eugenio Baena) antes de mi separación de Roma, me
dirigí a los Sres. Santamaria (Secretario de Re Iones
Exte-riores) y Eliseo Payán (Secretario de Guerra) a
suplicarles que me consiguieran siquiera fuese un pasaje de
segunda clase en el vapor, pues yo estaba sumamente nervioso y
angustiado con la idea de hallarme contagiado de la fiebre
amarilla y quería a todo trance llegar a Bogotá
para morir, si era necesario, en el seno di mi
familia.

Incidentalmente referiré que el proceder del Dr.
Nuñez para conmigo. motivado sin duda por no haberme
prestado yo a hacer gestiones en Roma para la anulación de
su matrimonio canónico como lo he referido antes,
fué la causa de la ruptura del Presi-dente con el General
Trujillo, su amigo y protector, y a quien debía la
elección dé Presidente, pues, deseoso el General
Trujillo de que yo continuara en Roma hasta concluir mi
misión reser-vada ante el Vaticano, le había pedido
a Nuñez que me man-tuviese en el puesto diplomático
que tenía. Nuñez se lo prometió, pero
burló a Trujillo y esto produjo viva indignación en
el á-nimo de aquel noble y leal amigo.

Los Sres. Payán y Santamaria me manifestaron que
el Dr. Nuñez se había reservado el derecho
exclusivo y personal de permitir o no los pasajes a personas
extrañas y que a nadie le había concedido ese
permiso.

Como eran cerca de las 8 de la mañana y a las 9
debía partir el buque, el tiempo que me quedaba para
embarcarme era muy corto. Volví donde Alzamora, quien se
hallaba en lps di-ligencias del equipaje y le expresé las
angustias en que me ha-llaba.

No le queda mas recurso, me dijo Alzamora, que ocurrir
donde Mr. Joy, dueño de los vapores del Magdalena, quien
pa-rece va embarcarse también, y pedirle un pasaje de
carácter ex-traordinario acomodándolo á Ud.
en su cabina o en la del Capitán del buque.

Desgraciadamente yo me hallaba en entredicho con Mr.
Joy, a quien no había podido reconocer como Secretario del
Tesoro del Sr. Parra una fuerte reclamación que
había hecho por el al-quiler de los vapores del río
durante la revolución de 1877. Esto había motivado
publicaciones un tanto agresivas de parte de Joy, y severas
contestaciones de la mía. No obstante resolví ir a
la Oficina del Empresario inglés. A las 8 de la
ma-ñana me presenté en su despacho con el sombrero
en la mano y, sin preceder el saludo formulario de buenos
días etc. le dije:

Mr Joy, yo vengo, como Napoleón, a entregarme a
un caballero inglés como al mas grande, al mas noble y al
mas generoso de mis enemigos.

Mr. Joy se hallaba ocupado delante de la mesa de su
despacho, y sorprendiéndose de mi aparición y de mi
estrambótico saludo, se levantó, me dió la
mano y me ofreció un asiento. Cuando le expuse el objeto
de mi visita matinal, me dijio: « Con mucho gusto,
Señor Doctor, le daré pasaje en el vapor y se
alojará Ud. en la cabina que tenía yo reservada. Yo
me acomodare con el capitán del buque, pues mi viaje es
muy corto, porque debo de-sembarcar mañana o pasado en
Paturia a. Inmediatamente dió las órdenes del caso
para que se me recibiese en el buque con mi equipaje.

Después de expresarle con efusión mis mas
vivos agrade-cimientos por este servicio, volví a
encontrar a Alzamora para activar la traslación del
equipaje. Ya el buque había dado dos veces la señal
de partida y después de estar yo instalado en la parte
baja del vapor y al rodar el último bulto de mi equipaje
emprendió su marcha el Montoya.

Gran alivio y satisfacción experimenté con
haber dejado a Barranquilla, pero el viaje que duró siete
días estuvo para mi lleno de zozobra que ocultaba porque
me hallaba persuadido que de un momento a otro estallaran los
síntomas de la fiebre a-marilla.

Tan luego como se puso en marcha el vapor, ocurrí
a donde el Contador para pagar el valor del pasaje. Este empleado
me contestó que tenía orden del Sr. Joy de no
cobrarme nada por el pasaje ni por cualquier gasto que hiciera en
el vapor.

Yo estuve retirado en la cabina de Mr. Joy, que, como la
del capitán, se hallaba en el piso mas alto del
buque.

A la hora del almuerzo bajé en
compañía de Mr. Joy quien me colocó a su
derecha en la mesa del vapor, presidida por el Dr. Nuñez.
Este me saludó con mucha afabilidad y me hizo muchas
preguntas sobre la marcha de los asuntos políticos en
Europa.

El viaje hasta Caracolí no tuvo contratiempo
alguno y durante él observé yo que Nuñez
vivía encerrado en su camarote y que apenas se le
veía a las horas de comer y por la tarde, cuando sentado
en una silla de tijera recibía el fresco de la brisa del
río en la proa del vapor. Casi siempre se acercaba a
departir conmigo sobre política, finanzas y literatura.
Alguna vez me dijo : Qué libros interesantes ha
traído Ud.?

Al tiempo de venirme compré la célebre
obra de Littré in-titulada « La tercera
república, su última producción, y el Conde
de Camors, de Feuillet.

« Yo he leído la novela, pero no la obra de
Littré, la cual reservo para cuando me halle en
Bogotá. Quiere Ud. leerla?

Aceptó mi ofrecimiento y leyó
los dos libros con la consa-gración que él gastaba
en sus lecturas.

Al tiempo de despedirnos en Caracolí, me dijo:
« Muy grata me ha sido la compañía de Ud. en
este viaje y desearía que continuaran como antes nuestras
buenas relaciones de amistad. Cuanto a los libros que me ha dado
prestados, me ha compla-cido mucho su lectura, sobre todo la
interesantísima obra de Littré. Quisiera que Ud. me
hiciera el favor de permitirme guar-darla por algún
tiempo, porque quiero volver a leerla en
Bogotá.

Yo le contesté que podía tener el libro
todo el tiempo que quisiera y que yo correspondería
debidamente sus amables expre-siones.

Nuñez era hombre impresionable, sobre todo en los
asuntos de estética literaria y artística, como
todos los espíritus superiores y los grandes
intelectuales. La obra de Littré le llamó mucho la
atención, de tal manera que a los amigos que lo vi-sitaban
les hablaba de ella y, en discurso que pronunció en la
Universidad en el año escolar que terminaba, habló
de Littré y de Jesúcristo.

Pocos días después de mi llegada a
Bogotá, Nuñez me mandó ofrecer el puesto de
primer Suplente de los Magistrados de la Corte Suprema, con
derecho a entrar en ejercicio de la Magistratura Principal, que
se hallaba vacante. Yo le agradecí, pero rehusé el
ofrecimiento porque me consideraba todavía muy joven para
un puesto en la Magistratura, que siempre se halla ocupado por
los viejos, y porque no quería recibir ningún
nom-bramiento del Doctor Nuñez, cuya política se
esbozaba ya con tendencias anti-liberales.

A fines del año 1880, murió el Doctor
Murillo, como lo tengo referido. Y tres meses antes había
tenido la inmensa des-gracia de perder a mi padre en
Popayán. Así, pues, en ese año funesto, la
República perdió dos hombres de los mas nota-bles
que ella había producido, y yo a mi amado padre por la
naturaleza, y a mi padre político, por los principios y
las ense-ñanzas.

CAPITULO XXXI.

Administración
Nunez de 1880 a 1882 y principio de la de Zaldua

SUMARIO. Primeros actos de la
Administración Nuñez. – Aumenta los sueldos de los
empleados públicos y multiplica los puestos
diplomá-ticos y consulares. – Descuenta las anualidades
del Ferrocarril de Pana-má para obtener una fuerte suma
con la cual funda el funesto Banco Nacional. Los principales
hombres del antiguo nuñismo se separan dcl
Pr¿sidente y proclaman la Unión liberal para
oponerse a las ten-dencias reaccionarias de Nuñez. Cinco
ex-Presidentes de la Repú-blica entre ellos el General
Trujillo y los Sres. Camacho Roldán, Aro-cemena y
Wílson, ex-nuñistas. proclaman la unión
liberal y ofrecen su apoyo a la candidatura del Dr. Zaldua,
presentada por Nuñez. – El Dr. Zaldua elegido Presidente
por unanimidad inaugura su Adminis-tración en 1882. –
Boceto biográfico de este ilustre magistrado. -Zaldua
forma su Ministerio escogiendo hombres eminentes entre los dos
bandos liberales. – El Senado nuñista imprueba los
nombramientos de los Ministros liberales radicales – Nombrado yo
Secretario de Relaciones Exteriores, el Senado suspende la
consideración de mi nom-bramiento y algún tiempo
después lo aprueba por unanimidad en vir-tud de un arreglo
con el Presidente. -En el año de 1882 Nuñez
empezó a desarrollar su política reaccionaria y
fundó en esa época el célebre Banco
Nacional, del cual se prometía el mismo los mas
espléndidos resultados, como lo manifestó en un
artículo que escribió en « La Luz
», intitulado:

« Las Mil y una noches
», aludiendo a las maravillas económicas
que debía realizar el Banco a semejanza a las que la
Lámpara de Aladino producia en los fantásticos
cuentos orientales, de aquel título.

El Banco Nacional que se estableció
con fondos de la nación para especular con los mismos
dueños de esos fondos, puesto que los contribuyentes eran
al mismo tiempo los clientes, es uno de los cargos mas graves que
la Historia pueda hacer al Dr. Nuñez

ya su sistema político llamado
« La Regeneración ».

El Banco Nacional no tenía mas
accionista que el Fisco, por consiguiente era un Banco netamente
oficial, puesto que aun los de Rusia y Turquía son
autónomos y aun cuando tienen al Fisco hay también
accionistas particulares y gozan de verdadera independencia. Pero
en un Banco que no cuenta sino un solo accionista, el concepto de
acción que supone sociedad desaparece y cuando no hay
sociedad en una empresa al accionista único se le llama
simplemente el dueño.

Proviniendo los fondos del Banco de lo que
pagan los contribuyentes, es un absurdo que el pueblo capitalista
especule con el mismo pueblo prestatario.

El lorincipal mal que causó el Banco
Nacional fué el establecimiento del papel moneda, arma
corrosiva que destruyó todas las fibras orgánicas
del sistema económico de la República, que
causó tan hondas perturbaciones en la nación y que
subsisten aun.

Además del papel moneda, el Banco
Nacional fué el Centro de la corrupción
administrativa y de muchas especulaciones inde-bidas que
pí-odujeron la fortuna inesperada de algunos, la ruina de
otros, y el descrédito interior y exterior de la
nación.

Así pues, de las Mil y una Noches
con que fué saludado en su aparición por su padre y
fundador el Banco Nacional, para pintar con los ricos colores de
su imaginación cíe poeta las riquezas y
prosperidades que proporcionaría al país el nuevo
estableci-miento, solo quedaron, después de trece
años, (cifra fatídica) una sola noche profunda y
tenebrosa, que extendió su manto de sombra sobre toda la
nación. Cuando la luz y la justicia empezaron a hacer
desaparecer las tinieblas de esa noche, el ojo de la
sanción pública pudo contemplar con horror, pero
sin asombro, revolver(e entre los antros del Banco las emisiones
clandestinas, los balances falsos y el abuso y el
escándalo.

Trascendentales acontecimientos
políticos, dignos de memoración, tuvieron lugar en
el curso del año 1881.

Triste y al mismo tiempo solemne es el
derrumbamiento de un sistema religioso o político que ha
imperado durante largo tiempo y echado profundas raides en el
seno de una sociedad organizada. Un cambio radical de
régimen político o de religión y el
establecimiento de uno nuevo produce conmociones violentas y
hondas perturbaciones, y como todo alubramiento está
siempre acompañado de dolores y fatigas.

Tal aconteció en Colombia en el
período corrido de 1881 a 1885, cuando el Dr.
Nuñez, sea por convicciones sinceras o por ambición
personal, o por ambas cosas, llevo a cabo una reforma
política consistente en el cambio del régimen
federativo por otro esencialmente centralista, por la
repudiación de la Constitución liberal que
había jurado defender y sostener y bajo cuyo
régimen había hecho su carrera
pública.

En 1881, el Dr. Nuñez echó
las bases de la gran transformación que tenía el
propósito de llevar a cabo. Al efecto en su discurso de
posesión de la Presidencia en el año anterior,
de-claró, después de una requisitoria contra el
régimen de la década liberal, que el país
tenía necesidad imperiosa de una regenera-ción
administrativa fundamental, so pena de una catástrofe
na-cional.

Sus primeros actos revelaron tendencias
reaccionarias. Tanto en sus medidas administrativas como en
nombramientos mani-festé su acercamiento al bando
conservador. Los dos mas nota-bles corifeos de esta parcialidad
política, los Sres. D. Miguel Antonio Caro y D. Carlos
Holguín fueron nombrados el uno Bibliotecario Nacional,
con pingue e ¡inusitado sueldo, y el otro Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Inglaterra y en
España.

Nuñez, multiplicó los puestos
diplomáticos y consulares y los destinos públicos
de la administración interior.

Los sueldos de los empleados
públicos fueron aumentados considerablemente, contra lo
cual clamé en elocuentes artículos el ilustrado
sacerdote Federico C. Aguilar.

Y como para todos estos empleos y sueldos
necesitaba de dinero, descontó varias anualidades del
Ferrocarril de Panamá y logró importar al
país una suma de dinero, que si mal no recuerdo, montaba a
3 millones de pesos oro americano, y fundó con el Banco
Nacional como llevo dicho, nueva fuente de gene-rosos
despilfarros para captarse partidarios personales por medio del
interés, móvil supremo de todas las acciones
humanas, sobre todo en los tiempos modernos.

Al mismo tiempo qué Nuñez
derramaba a manos llenas el Tesoro Público en sueldos de
empleados nombrados indistinta-mente entre conservadores y
liberales partidarios personales de él, escribía en
« La Luz », periódico que
sostenía con fondos pú-blicos, bajo la
dirección del ilustrado escritor cubano D. Rafael
María Merchan, y en « La Reforma »,
periódico inspirado por él y redactado por uno de
sus mas ardientes partidarios, D. Nar-ciso Gonzalez Lineros
artículos vehementes contra el régimen liberal y
contra el sistema federativo pára preparar la
opinión

pública a la gran
transformación política que él
meditaba.

El partido liberal que en 1875 se
dividió profundamente durante el debate electoral entre
Nuñez y Parra se había unido bajo la Presidencia de
este último para hacer frente a la terrible
revolución conservadora de 1877. El General Trujillo,
hombre valeroso y espíritu noble y honrado, pero cuya
intelectualidad sobre todo en asuntos políticos no se
hallaba al altura de su elevada posición, se dejo
sugestionar por los hombres superiores de quienes se rodeó
como fueron Nuñez y Camacho Roldán y cometió
grandes errores políticos durante su
administración. En vez de seguir la política de
unión y de conciliación entre las fracciones
liberales como lo hiciera Parra durante la revuelta, abrió
de nuevo la cisión y se rodeó casi exclusivamente
de los corifeos del antiguo nuñismo. Los gobiernos
seccionales fueron combatidos porque no se doblegaron ante las
tendencias del nu-flismo, que revivía con todos sus
rencores por el fracaso electo-ral de 1875. El ilustre Dr. Luis
A. Robles, Gobernador del Magdalena, uno de los espíritus
mas nobles y mas ilustrados de la juventud liberal, cuya alma era
tan blanca como morena su piel, tostada por los soles del
Atlántico, fué derrocado de su gobierno del
Magdalena por los batallones de la guardia colom-biana durante la
administración Trujillo.

Después de un corto período
de ejercicio del Ministerio de Hacienda y cuando Nuñez
había provisto entre sus amigos per-sonales los muchos
puestos públicos que dependen de ese Minis-terio,
Nuñez se separó de esa Secretaría para no
gastarse en el ejercicio y se retiró a Cartagena para
preparar su elección como sucesor de Trujillo y bajo la
protección de éste.

Elegido Nuñez presidente,
empezó a desarrollar su política reaccionaria, que
tendía a formar un partido adicto a él
perso-nalmente y compuesto de los elementos liberales y de
unidades conservadores, halagando los primeros con puestos
públicos y lo-grerías de contratos o
préstamos del Banco Nacional, y a los conservadores con
las perspectivas de una reacción que los llevara al poder
con él mismo a la cabeza.

Como era natural de este nuevo partido en
el cual figura-ban única mente los liberales de segunda
fila, se apartaron los hombres mas notables del liberalismo que
habían formado en las filas del antiguo nuñismo,
como eran el Dr. Zaldua, el Dr. Sa vador Ca macho Roldán,
Pablo Arocemena, Teodoro Valenzuela Hermógenes Wilson etc.
etc.

El General Trujillo, a quien Nuñez
había querido halagar

con el nombramiento de General en Jefe del
Ejército con un sueldo doble del de Ministro de Estado,
comprendió también su error en haber patrocinado la
elección de Nuñez, y con motivo de haberle burlado
cuando le prometió continuarme en el puesto
diplomático que tenía en Roma> rompió
decididamente con el Presidente, re-nuncié el puesto de
Jefe del Ejercito, y formó en la
oposición.

Estas diversas corrientes políticas
convergieron a la unión de todos los elementos liberales
que repudiaban la política de Nuñez, la cual se
cristalizó en la candidatura para Presidente de la
República en 1881, puesto que el periodo bienal
debía terminar en lo de Abril de 1882.

Nuñez, como llevo dicho, se
había rodeado de los hombres de menor importancia del
liberalismo porque comprendía que a los principales
corifeos de esta histórica comunidad política no
podría ni amendrentar ni corromper para llevar a la
práctica su anhelada reforma y su perpetuación en
el poder, que era el de-sideratzum de sus
ambiciones.

No contando Nuñez entre sus
partidarios liberales con nin-guna personalidad saliente y de
reputación nacional para poder escogerlo como candidato
para la próxima elección presidencial,
volvió sus miradas hacia el Dr. Zaldua, patricio ilustre,
magistrado intachable e intachado, el primer jurisconsulto de la
República, Ministro de Gobierno en la célebre
administración del Gral. Jose Hilario López en 1851
y primer Presidente de la Convención de Rio Negro. Y lo
proclamó candidato oficial.

En los cálculos certeros de
Nuñez para escoger este candi-dato, militaban las
consideraciones de que Zaldua, su antiguo y ferviente
copartidario, se le había separado, pero en silencio y se
hallaba retirado de los asuntos públicos, y
Núñez esperaba volver a estrechar sus relaciones
personales y políticas porque no había habido
ningún motivo para una ruptura violenta y pú-blica.
Además, la avanzada edad y la salud quebrantada del Dr.
Zaldua hacían prever a Nuñez que el nuevo
Presidente seria fácil de dominar o de sugestionar, y en
caso contrario, exasperar hasta el punto de hacerle renunciar o
de causar su muerte, como así sucedió
desgraciadamente.

La proclamación de la candidatura
del Dr. Zaldua presentó la ocasión propicia a los
liberales disidentes u oposicionistas para proclamar y consolidar
la unión de las dos fracciones en que ha-bía
dividido desde 1875 el partido liberal, y que entonces se
denominaban independientes o nuñistas los unos, y
liberales doctri-narios o radicales los otros.

Para llevar a efecto este pian
político se reunieron en casa del General Salgar cuatro
ex-Presidentes radicales, a saber: San-tiago Pérez,
Eustorgio Salgar Santos Acosta y Aquileo Parra, con cuatro
individuos de los mas salientes de la parcialidad lla-mada
independiente, a saber: General Julian Trujillo; ex-Presi-dente
de la República, Salvador Camacho Roldán, Pablo
Arose-mena y Hermogenes Wilson, uno de los iíltimos
Ministros de Trujillo.

Los ocho personajes que dejo mencionados
proclamaron la unión de los liberales y promovieron un
gran meeting en la Plaza de Bolivar, el cual tuvo lugar
el Domingo de Quasimodo en el mes de Abril de 1881.

Llamados los liberales de la capital por
todos sus doctores, concurrimos con entusiasmo al punto
señalado para la reunión con el mayor entusiasmo
para sellar la unión entre las fracciones del
liberalismo.

No recuerdo haber presenciado nunca una
reunión política mas numerosa, ni entusiasta ni
espontánea que la que tuvo lu-gar en esa época para
sellar y jurar la unión liberal.

En la Plaza y frente al Capitolio Nacional
se había colocado una tribuna para los oradores y
allí proclamaron la unión liberal con el objeto de
combatir la amenazante reacción nuñista, los
mejores oradores del liberalismo. Recuerdo que el Dr. Rojas
Gar-rido, el mas vibrante y el mas elocuente de los tribunos de
su época, llevado de entusiasmo en su peroración,
llegó hasta declarar que, antes que permitir el
advenimiento al Poder del bando conser-vador, era preferible que
no quedase en la República ni piedra sobre
piedra:

La multidud llenaba literalmenle la
espaciosa Plaza de Bo-livar, o sea un área de 1oo metros
cuadrados.

Terminados los discursos en medio de un
entusiasmo frené-tico, la multitud encabezada por el Dr.
Aquileo Parra, se dirigió a casa del Dr. Zaldua, situada
en la calle 11 o sea el camellón de los carneros para
proclamarlo candidato del partido liberal.

El Dr. Zaldua había rehusado la
candidatura presidencial que le ofrecía Nuñez, y
los liberales unidos aprovecharon esta conyuntura para robarle la
dama al Presidente y hacer propio el candidato
oficial.

Hallándose el meeting, o
parte de él, frente a los balcones de la casa del Dr.
Zaldua, el venerable anciano se asomó a éstos muy
conmovido por la ovación popular de que era objeto. A
la

vista del ilustre patricio, la multitud que
ocupaba toda la calle hasta el puente de San Francisco y hasta la
Casa de la Capu-china por el otro, prorrumpió en vivas
entusiastas a Zaldua y en frenéticos aplausos durante mas
de un cuarto de hora.

Silenciado el meeting, el Sr.
Parra pronunció a grito herido un elocuente discurso para
ofrecerle la candidatura presidencial en nombre de los
concurrentes y del partido liberal unido. des-pués de
recorrer a grandes pasos la historia política y la
brillante carrera pública del Dr. Zaldua. Conmovido el
anciano hasta der-ramar lágrimas por esa
manifestación popular tan imponente, con-testó que
puesto que él era el símbolo de unión de la
gloriosa parcialidad política a quien él
había servido con lealtad y abne-gación desde su
primera juventud, aceptaba la terrible carga. Re-cuerdo que
él terminó con éstas o semejantes
palabras:

« He consagrado a la causa liberal
todas mis facultades y mí existencia entera. Hoy en la
tarde de la vida no tengo otra cosa que ofrendarle que los pocos
días que me restan, y acepto la candidatura como mi
sentencia de muerte, porque creo que el ejercicio de la
Presidencia, superior a mis fuerzas físicas y mo-rales,
acortará la escasa vida que me resta. No obstante, hago el
sacrifico de ella con toda voluntad. Y puesto que vosotros todos
me la ofrecéis, acepto la candidatura y os invito a
gritar:

« Viva la unión y la
salvación del liberalismo colombiano ». Fácil
es comprender cuál sería el entusiasmo de los
concur-rentes al oír las palabras del noble
anciano.

Al día siguiente se instaló
el Comité directivo de la Unión liberal, se
nombraron sucursales en toda la República y se
fundó un periódico con el título de la
Unión » en la tradicional im-prenta liberal de
José Benito Gaitan.

Este periódico, que tenía por
objeto desarrollar la política de, unión liberal y
sostener la candidatura Zaldua como Jefe de ella; fué
puesto a mi cuidado como Director y Administrador de él
pero redactado por las primeras plumas de la Unión
liberal, como aparecía en el encabezamiento del
periódico, a saber: Santiago Pérez, Pablo
Arosemena, Felipe Zapata y Salvador Camacho
Roldán.

Estos nombres ilustres (dos radicales y dos
independientes) eran el símbolo mas espléndido de
la unión.

El periódico fué redactado
casi exclusivamente por el Dr. Camacho Roldán, obrero
entusiasta, infatigable de toda causa política que
él abrazaba con su vehemencia y sinceridad
geniales.

Como una ducha de agua helada cayó
sobre Nuñez la unión del liberalismo y el rapto que
éste le hiciera de su candidato oficial.

No pudiendo retirar el nombre de Zaldua
después de habérselo proclamado, ni teniendo
ningún hombre que poder enfrentar al gran patricio,
fingió hallarse satisfecho de la unión y quiso
contemporizar con el candidato por medio de frecuentes visitas y
atenciones personales y políticas.

La candidatura Zaldua fué recibida
con grande entusiasmo en toda la República por el
liberalismo unido. Los liberales inde-pendientes obedeciendo a su
Jefe también la acogieron aunque sin entusiasmo ya, y por
último los conservadores, por medio del vocero del
partido, Dr. José María Samper, redactor de «
El De-ber » también la aceptaron porque dijeron que
entre todos los hombres de una y otra fracción liberal no
había un solo que podía igualarse al Dr. Zaldua por
sus condiciones morales e intelectuales y por su larga vida
pública sin sombra alguna.

Así, pues, la candidatura Zaldua no
tuvo competidor y por primera vez presentó nuestra
Democracia un suceso inaudito, como era el de una candidatura
para Presidente de la República de la cual fueron
partidarios todos los colombianos.

Nuñez entre tanto comprendiendo que
el edificio político que él meditaba para la
reforma de las instituciones y para su ambicionado cesarismo, se
desplomaba al empezar a levantarlo, redobló sus
influencias en el Congreso elegido al mismo tiempo que él
para la Presidencia, con el fin de tomar medidas defensi-vas
contra la reacción liberal que tan amenazante se
preparaba. Al efecto hizo dictar leyes en que poderse apoyar para
combatir la actuación que tenía de parte de Zaldua
y preparó la candida-tura de los designados en personas de
su íntima confianza, como eran los Señores
José Eusebio Otalora y José María
Camposerrano, reservándose para él la primera
designatura porque preveía que el período del Dr.
Zaldua no concluiría bajo la Presidencia de este, pues
contando con su mayoría en el Senado esperaba con una
vehemente oposición lograr que Zaldua se separarse del
Go-bierno, o que la carga del Poder fuese superior a su flaca y
gas-tada naturaleza.

El año de í88í se
pasó en plena paz, y los periódicos todos
especialmente el de La Unión, no publicaban otra cosa que
adhesiones a la candidatura del Dr. Zaldua.

Proclamada la elección y como para
manifestar la opinión unánime del país, se
resolvió que la posesión del nuevo
Presidente

tuviera lugar en la Catedral porque los
edificios Públicos en que se reunían las
Cámaras no darían abasto a la multitud que
quería presenciar ese acto solemne.

Así el lo de Abril de 1882, el
ilustre anciano acompañado da una multitud entusiasta se
dirigió al Templo metropolitano y en presencia de una
inmensa concurrencia prestó el juramento de sostener y
defender la Constitución de Rio-Negro, que él habla
firmado como Presidente de la Convención que la
expidió, y leyó muy emocionado con voz un tanto
cascada un admirable y extenso discurso de posesión, obra
de D. Santiago Pérez> en res-puesta al que le
dirigió con su elocuencia habitual el Dr. Ricar-do
Becerra, Presidente del Senado.

Después de la posesión
fué llevado en triunfo el Dr. Zaldua por la entusiasta
multitud al Palacio histórico de Bolivar en la Carrera 60,
conocido con al nombre de Palacio de San Carlos.

Allí recibió el Presidente al
Arzobispo de Bogotá, quien le dirigió un discurso
muy expresivo que fué contestado por el Dr. Zualda en
términos sinceros y conciliadores como lo hubiera hecho un
magistrado conservador de pura sangre, porque el nuevo
Pre-sidente, además de ser por sus principios
políticos como buen li-beral doctrinario muy tolerante con
las opiniones y creencias aje-nas, era cristiano sincero y
católico practicante, de tal manera que él
miró de buen grado que su hijo único, el eminente
sacer-dote, Dr. Francisco Javier Zaldua, su único hijo
varón abrazase la carrera eclesiástica en donde ha
culminado por sus grandes dotes de inteligencia e
ilustración.

El Presidente saliente, el Dr.
Nuñez, también concurrió des-pués de
la posesión a saludar al Dr. Zaldua, por medio de un
discurso escrito y meditado con maestría política,
como todo lo que hacía este hombre superior cuando se
trataba de hablar o de escribir, por lo cual se decía con
el esprit propio de los bo-gotanos, que el Dr.
Nuñez no tenía acción buena ni palabra
mala.

El Dr. Zaldua, hombre recto e inflexible y
de ruda franque-za, que pensaba siempre en voz alta, no
correspondió en su res-puesta a Nuñez con frases
suaves y diplomáticas como acaso era de esperarse en esa
entrevista, puesto que al Magistrado entran-te le convenía
no romper lanzas desde el primer día con un hom-bre de la
talla política y de las dotes intelectuales del Dr.
Nuñez, quien conservaba el prestigio entre sus fervientes
copartidarios y quien disponía de la mayoría del
Senado. Zaldua (cuyo discurso en esa ocasión fué
obra de Felipe Zapata, según se dijo) contestó con
suma aspereza a las frases melifluas de Nuñez y le en
rostró sus tendencias reaccionarias y desleales al credo
liberal y a la Constitución que había jurado
defender.

Desde ese momento, Nuñez y Zaldua
formaron campamentos enemigos y entraron tesueltos a la
lisa.

Era el Dr, Zaldua un hombre alto, seco, y
enhiesto, de tez pálida, gruesos labios, ojos apagados y
cabeza patriarcal. Severo y correcto en el vestir, de maneras
afables pero serias, de porte majestuoso y de aspecto venerable,
parecía un miembro distin-guido de la Cámara de los
Pares británicos.

Descendiente de familia honorable de
Bogotá y emparentado con el ilustre General Pedro
Alcantara Herrán, hizo brillantes estudios y según
entiendo fué discípulo del eminente Dr. José
Ignacio de Márquez, Presidente que fué del Congreso
de Cúcuta en muy tierna edad y Presidente de La
República de 1837 a 1841, como sucesor del General
Santander.

Brillante fué la carrera de
Zaldúa como colegial y más bril-lante aun y fecunda
fué su carrera profesional de abogado. Zal-dúa
llegó a ser el primer jurisconsulto de la
República, y como Profesor el mas sabio de los
catedráticos en materia de Derecho. Los abogados mas
notables de la nación, como fueron Francisco Eustaquio
Alvarez, Ramón Gómez y Anibal Galindo, fueron sus
discípulos.

Además de ser profesor por muchos
años y de ejercer la profesión que le
procuró una fortuna, ejerció la Magistratura
ju-dicial, dejando en ese ejercicio una huella de rectitud y de
sa-biduría que no tuvo par en su época, y que
hacía recordar a

D. Felix Restrepo y a otros eminentes
jueces de la primera época de la
República.

A pesar de hallarse emparentado con
familias conservado-ras, Zaldua se afilió desde su
juventud en la escuela liberal e hizo parte del célebre
Ministerio que organizó el General José Hilario
López en 1849, para llevar a cabo la transformación
po-lítica de esa época memorable.

Cuando se reunió la célebre
Convención de Rio-Negro para constituir sobre nuevas bases
la República, después del triunfo de la
revolución de 1860, Zaldua fué escogido para
presidir ese célebre Cuerpo en competencia con Mosquera,
el caudillo vence-dor, y entre todos los hombres mas distinguidos
del liberalismo triunfante que concurrieron a ese
histórico Congreso.

En 1878 Zaldua fué nombrado por el
General Trujillo Mi-nistro del Interior y Relaciones Exteriores y
su nombramiento fué aprobado por unanimidad en el Senado
de Plenipotenciarios y con el aplauso de toda la
nación.

De ese puesto se separó Zaldua poco
tiempo después de haber entrado a desempeñarlo,
pues su avanzada edad y su mala salud le obligaban a permanecer
durante largas temporadas en su hacienda de Tena, la cual,
además de ofrecer las ventajas higiénicas del aire
del campo goza de una temperatura suave de 18 a 200 centigrados y
se halla cerca de la capital de la República.

Retirado de los quehaceres oficiales y de
los afanes de la vida pública fué obligado el Dr.
Zaldua a abandonar su tran-quilidad para aceptar la candidatura
presidencial, como lo tengo referido y para hacer según
él mismo lo dijo en su discurso en contestación al
Dr. Parra, el sacrificio de su vida, como la úl-tima
ofrenda que podía hacer a su patria, porque estaba
per-suadido que el ejercicio de la Presidencia era
compañero de su muerte.

Como tuve yo el honor de acompañar
al Dr. Zaldua du-rante casi todo el corto periodo de su
Presidencia, puedo decla-rar que si este ilustre patricio no
tenía la erudición literaria de los tiempos
modernos ni la instrucción en lo que se llama
hu-manidades, que siempre se descuidaba en los antiguos
estable-cimientos de educación, yo no he conocido
ningún individuo de más sólidos y profundos
conocimientos en todos los ramos de jurisprudencia, materia en la
cual era verdaderamente maestro consumado.

Pero si su ilustración gramatical y
literaria no era vasta, en cambio su criterio y su talento
especulativo para penetrarse de todos los asuntos de
carácter administrativo y público eran
insuperables.

Mas sobre las dotes intelectuales del Dr.
Zaldua, se erguía el espíritu mas recto y mas
inflexible en el cumplimiento de sus deberes que había
podido producir la República, Zaldua como el acero
podría romperse, pero jamás doblegar ante nin-guna
consideración o interés que repugnara su
conciencia. Cuando alguno de sus amigos eminentes le aconsejaba
en mí presencia, durante la terrible lucha que sostuvo
contra el Senado nuñista, que procurara formar una
mayoría en esa corporación para poder ejercer con
tranquilidad la Presidencia, por medio de dádivas y
destinos diplomáticos a alguno de los miembros de la
mayoría que estaban dispuestos a venderse, Zaldua le
contestó:

« Yo no puedo hacer eso porque
mí conciencia lo rechaza.

Cuando yo entré a este palacio puse
un letrero sobre su puerta que dice: « En esta casa ni se
compra ni se vende ».

El primer Ministerio que nombró el
Dr. Zaldua fué formado por hombres eminentes de las dos
fracciones liberales que ha-bían contribuido a su
elección. No quiso Zaldua buscar perso-nalidades que
habían figurado en los últimos acontecimientos para
no herir susceptibilidades y su Ministerio se formó si mal
recuerdo con los nombres siguientes:

Benjamín Noguera, hombre
ecuánime y moderado, recto e ilustrado, Senador de la
Costa, partidario y amigo personal del Dr. Nuñez;
fué designado para ejercer el primer Ministerio o sea el
de Gobierno con lo cual dió el Presidente una prenda
irreprochable al bando nuñista o independiente. Para el
Ministerio de Relaciones Exteriores que casi no tiene ingerencia
en la política interna fué nombrado el Dr. Felipe
Zapata, el hombre de mayor talento en su época y maestro
especialista en asuntos internacionales.

Para la Secretaría de Guerra y
Marina fue escogido el Sr. General Wenceslao Ibañez,
valeroso y gallardo militar, nieto del gran Nariño y
heroico defensor de San Agustín.

La Secretaria de Instrucción
Pública fué confiada al Dr. Manuel Uribe Angel, el
sabio antioqueño, cuya ciencia estaba á la altura
de su cultura, de su modestia y de su patriotismo.

Al Ministerio de Hacienda fué
llamado el Dr. Miguel Sam-per, tan ventajosamente conocido en la
República, el centurión del comercio de
Bogotá, el gran ciudadano, como fué llamado con
justicia por un eminente escritor conservador, Dr. Carlos
Martínez Silva.

Secretario de Fomento fué nombrado
el Sr. Felipe F. Paul hombre moderado, laborioso e ilustrado,
perteneciente al bando nuñista y Gerente, que había
sido del Banco Nacional.

Y, por último, para el Departamento
del Tesoro y Crédito

Nacional se fijó con gran acierto el
Presidente en el Dr. Jose

María Villamizar Gallardo, jefe del
liberalismo doctrinario de

Santander y modelo de probidad
pública y privada.

Para cualquiera que conozca la historia
patria de esa época resaltará a primera vista la
atinada organización de este Mi-nisterio ejemplar, en el
cual estaban representadas las dos frac-ciones liberales por
individuos de la mas alta honorabilidad política y social,
y que se distinguían por su espíritu conciliador y
moderado. Así, pues, cuando fue presentada la lista al
Senado para su aprobación, conforme a los trámites
constitucionales todo el mundo esperaba un voto aprobatorio
inmediato y uná-nime. Pero no sucedió así.
La mayoría del Senado, dirigida por el Dr. Nuñez,
desde su retiro en la casa del Sr. Cualla, cercana al Capitolio,
resolvió comenzar las hostilidades en la guerra implacable
que declaró al Dr. Zaldua, improbando los nombra-mientos
de los Ministros o Secretarios radicales, como eran los Sres.
Zapata, Ibañez y Willamizar Gallardo.

El Dr. Miguel Samper se escapó de la
siega senatorial porque, aunque antiguo nuñista separado
de la política del Pre-sidente saliente, sin hacer ruido,
se había consagrado exclusivamente a sus labores
comerciales. No obstante, su nombre ilustre fué tiznado
con algunos balotas negras.

No tengo recuerdo cual fué la suerte
del nombramiento del Dr. Manuel Uribe Angel, el hombre mas
ilustrado de la Repú blica, pero si puedo asegurar que
él no entró a ejercer el Mi-nisterio de
Instrucción Pública, el cual mas tarde ocupó
transi-toriamente el Dr. Napoleón Borrero.

La intransigencia y la ignoble guerra que
el Senado desató bajo las inspiraciones del Dr.
Nuñez, levantaron una ola de indi-gnación general y
aumentó el prestigio y la popularidad del nuevo
Presidente.

El Dr. Zaldua recibió impasible el
artero golpe del Senado nuñista y nombró, para
reemplazar a los hombres que habían sido rechazados por el
Senado, a individuos de filiación liberal doctrinaria, a
quienes él consideraba dignos del puesto y quienes eran en
efecto personalidades eminentes. Para reemplazar al Dr. Zapata en
el Ministerio de Relaciones Exteriores, nombró al Dr.
Bernardo Herrera, jefe de una de las familias mas respetables de
Bogotá, padre del actual Arzobispo primado de Colombia,
acaudalado propietario, hombre de sólidos estudios en
ciencias económicas y políticas, – y tipo perfecto
de honorabilidad a quien entonces podría considerarse como
el decano de los patricios bo-gotanos. Vivía él
retirado de la vida pública y consagrado a sus trabajos
agrícolas y comerciales desde el año de 1863,
época en la cual ocupó un puesto en la
célebre Convención de Rio-Negro.

Nadie dudaba que este nombramiento,
recibido por la opi-nión pública con unánime
aplauso, obtuviera la inmediata ad-quiescencia oficial. Pero cosa
inaudita: ese Senado, verdadera-mente tiberiano, tuvo la audacia
de manchar con la mayoría de las balotas negras la figura
procera del Dr. Bernardo Herrera.

Igual suerte corrieron los nombres
preclaros de Eustorgio Salgar, el célebre Presidente de la
Républica de 1870 a 1872, Pablo Arosemena publicista y
orador de primera línea 9 la figura mas saliente del
radicalismo costeño, Eugenio Castilla, an-tiguo y
distinguido Presidente del Tolima y varios otros de la misma
talla, hasta completar según entiendo el número de
15 o 17 improbaciones, tanto para puestos diplomáticos
como para las plazas vacantes del Ministerio.

Firme el Dr, Zaldua en no doblegarse ante
la imposición del Senado nuñista, el cual
pretendía que el Ministerio se com-pusiese
únicamente de individuos pertenecientes al círculo
perso-nal de Nuñez, encargó a los Sub-Secretarios
de Estado de la di-rección de los Departamentos
administrativos que se hallaban va-cantes.

Se dijo entonces que el Dr. Zaldua
tenía el pensamiento de nombrar oficial mayor de la
Secretaría de Relaciones Exteriores al Dr. Felipe Zapata
para encargarle de la dirección de ese importante ramo de
administración pública. Inmediatamente los Agentes
parlamentarios del Dr. Nuñez expidieron una ley que
obligaba al Presidente a someter al Senado los nombramientos de
Sub-Secre-tarios u oficiales mayores. y notificaron al Presidente
que el nom-bre del Dr. Zapata sería reprobado por segunda
vez.

Esta ley, a todas luces inconstitucional,
puesto que la Cons-titución no exigía la
aprobación del Senado, sino para los nom-bramientos de
Ministros de Estado y de Agentes diplomáticos, fué
el principio de una serie de leyes que tenían por objeto
en-trabar la acción ejecutiva y que obligaban al
Presidente a so-meter a la consideración del Senado los
nombramientos de los administradores de Aduana y de Hacienda y de
los Jefes y ofi-ciales del ejército de capitán para
arriba, pues temía Nuñez que los cambios personales
del ejército contrariasen en lo futuro sus ambiciosos
planes.

Esta guerra implacable del Parlamento
faccioso contra el Presidente elegido por el voto de todos los
partidos y que cons-tituía al Congreso en abierta
rebeldía contra la Patria y contra las instituciones, no
alteró en lo mínimo la probidad política
in-mutable del Dr. Zaldua, quien, a pesar de la injusticia
manifiesta de esa antipatriótica guerra desoyó las
sugestiones de sus amigos cuando le aconsejaron que prescindiera
de sus relaciones con el Congreso y gobernara apoyado en el
inmenso prestigio popular de que disfrutaba. «No,
respondió el honrado magistrado. Soy el esclavo de la ley
y de la Constitución, y estas me imponen el deber de
someterme incondicionalmente a la voluntad del Poder Legislativo
y así la haré, porque nunca a los esclavos les es
permitido discutir ni desobedecer las órdenes de sus amos
».

Pretendiendo el Congreso hostilizar por
todos los medios al Dr. Zaldua, negó todos los proyectos
que pudieran procurarle recursos para subvenir a los gastos
públicos y no expidió en el tiempo fijado por el
Código Fiscal la ley de presupuestos.

Entonces, el comercio de Bogotá
ofreció espontáneamente un cuantioso
empréstito al Gobierno porque tenía fé en la
palabra del Dr. Zaldua.

El Presidente no aceptó el
empréstito y siguió con dificul-tad la marcha de su
administración,

Así transcurrió el mes de
Abril y la mitad del de Mayo; pero urgía proveer en
propiedad los puestos importantes del Mi-nisterio de Relaciones
Exteriores> Guerra e Instrucción Pública, del
cual se había separado por motivos de salud el Dr,
Borrero, distinguido caballero y hombre público del
Tolima.

A mediados de Mayo pasó el Dr.
Zaldua un mensaje al Se-nado para anunciarle, después de
un largo lapso de reposo, que había nombrado Ministro de
Guerra al Sr. D. Luciano Restrepo, uno de los hombres mas ricos y
respetables de Antioquia, Jefe del liberalismo de esa importante
sección de la República y su Gobernador
después del triunfo del Gobierno en 1877; Ministro de
Instrucción Pública al Dr. Antonio Ferro, hombre
distinguido y culto, tanto en lo intelectual como en lo social,
Presidente que había sido del Senado y Gobernador de
Boyacá que gozaba de una reputación sin mancha, y
como Ministro de Relaciones Ex-teriores el oscuro y humilde
escritor de estas líneas.

Declaro que yo recibí con entusiasmo
el honroso nombra-miento, aun cuando estaba convencido de que
sería improbado inmediatamente por el antropófago
Senado. Como yo era muy joven, me consideré muy honrado
por colocar mi nombre al lado de los personajes que habían
sido nombrados anteriormente para ese puesto, como eran los
Señores Felipe Zapata, Bernardo Herrera, Eus-torgio Sagar,
etc. etc. Al tener noticia de que el Senado había recibido
el nombramiento, concurrí regocijado a la barra de esa
corporación para presenciar la improbación de mi
nombramiento, como lo hizo el girondino cuando marchaba cantando
al patíbulo.

Después de que el Sr. Julio E.
Pérez con su timbrada voz, leyó el mensaje del
Poder Ejecutivo, el Dr. Carlos Calderon R., Senador por
Boyacá, el mas joven de la corporación, hombre de
gran talento y de vasta ilustración, a quien tributo un
homenaje de respeto en los momentos en que escribo estas
líneas porque acabo de saber que ha fallecido en
Bogotá, el Doctor Calderón R. repito, pidió
la palabra para proponer. Todos los concurrentes a la barra
esperábamos oír leer la tan repetida
resolución de proceder a considerar los nombramientos para
recibir sobre los nombres la granizada de bolas negras en la
votación. Y con gran asombro escuchamos una
proposición de suspensión hasta que el Senado
tuviera a bien considerar los nombramientos. Mayor fué
nuestra sorpresa al ver que la corporación aprobó
en silencio dicha proposición.

Diversos sentimientos se produjeron en mi
espíritu con esta inesperada resolución del Senado.
La satisfacción que me había producido el
nombramiento fué hasta cierto punto contrariada, porque
creía que la no improbación inmediata del Senado
signi-ficaba algo como indiferencia o desprecio respecto de mi
humilde personalidad; pero la esperanza de que la
suspensión pudiera dar lugar a una aprobación me
halagaba porque debo confesarlo era para mí motivo de
regocijo el ser el jefe del Departamento mas importante de la
Administración pública, bajo la dirección de
un hombre como era el Dr. Zaldua.

La explicación de esta inesperada
resolución del Senado y los acontecimientos posteriores se
explican de la manera siguiente.

Comprendiendo Nuñez y su
círculo que era inútil continuar en la lucha contra
el Gobierno, porque todas sus baterías se es-trellaban
contra el estoicismo inmutable del Dr. Zaldua, y que se acercaba
el término de las sesiones parlamentarias, resolvió
hacer suspender la consideración de los nombramientos para
tra-tar de entrar en transacciones con el Presidente.

Con tal fin una comisión de la
mayoría del Senado se acercó al Presidente de la
República a proponerle que mi nom-bramiento para Ministro
de Relaciones Exteriores sería aprobado, pero no
así los de los Sres. Luciano Restrepo y Antonio Ferro,
para que quedaran vacantes estos puestos y pudiesen ser
rempla-zados por personas que no se hubieran manifestado tan
hostiles al Dr. Nuñez y a sus amigos. Y una vez vacante el
puesto de Ministro de Guerra seria nombrado para
desempeñarlo el Dr. Benjamín Noguera titular del
Ministerio de Gobierno, y hombre que gozaba de la confianza del
Dr. Nuñez y del Dr. Zaldua. Para llenar el puesto que
dejaría el Dr. Noguera en el Ministerio de Gobierno, el
Dr. Zaldua podría nombrara alguno de sus amigos personales
o políticos, pero que estuviesen alejados de la
política militante y que no residiese en la capital.
Cuánto al Ministerio de Instrucción Pública
se adjudicaría a alguno de los Senadores que escogiera el
Dr. Zaldua, siempre que no fuese decidido enemigo del Dr.
Nuñez y de su sistema político.

El primer impulso del Dr. Zaldua fué
rechazar la combina-ción que se le ofrecía; pero,
dominándose, les dijo a los comisio-nados que pedía
un largo plazo para meditar sobre ella.

El mes de Junio y parte del de Julio las
empleó el Dr. Zaldua en asuntos de administración
sin volverse a ocupar en la transacción que le
proponía la mayoría del Senado, pero a me-diados de
Julio y cuando se habían acumulado graves asuntos en el
Ministerio de Relaciones Exteriores sobre todos, resolvió
el Pre-sidente aceptar la transacción ofrecida porque
él meditaba que, nombrando a un Ministro de Gobierno
ausente de la Capital podría, encargarme a mí, en
quien tenía plena confianza, del Ministerio de Gobierno
para dar desarrollo a su política de conciliación,
y evasión a los diversos asuntos administrativos que
estaban en suspenso con motivo de la lucha del Poder Ejecutivo
con el Congreso.

En virtud de haberse terminado el acuerdo,
el Senado aprobó por unanimidad mi nombramiento y yo
tomé posesión de mi elevado puesto el 24 de Julio
de 1882.

Los nombramientos de los Señores
Luciano Restrepo para la Secretaría de Guerra y Antonio
Ferro para la Instrucción pública fueron improbados
y en su lugar el Gobierno hizo los siguientes
nombramientos:

Secretario de Guerra, Dr. Benjamin Noguera,
quien desem-peñaba la cartera de Gobierno;

Secretario de Gobierno, José de
Jesús Alguiar. hombre de avanzada edad antiguo colega del
Dr. Zaldua; notable abogado, de intachable probidad, retirado en
Antioquia hacia muchos años y cuya actuación
política como liberal no se había acentuado
du-rante las precedentes luchas de las dos fracciones liberales.
El Dr. Alguiar aceptó la designación, pero
pidió un plazo para poder preparar su viaje y trasladarse
a Bogotá. De esta manera el nuevo Secretario de Gobierno,
quien llegó en los últimos meses del año de
1882 y no pudo desempeñar sino por poco tiempo sus
importantes funciones, a consecuencia de la muerte del Dr.
Zaldua.

Secretario de Instrucción
Pública fié nombrado el Dr. Rufo Urueta,
distinguida personalidad de la Costa, hombre de cultura
intelectual y de probada honradez, quien había presidido
el Senado en las últimas sesiones y cuyos procederes
políticos moderados y conciliadores no inspiraban
animosidades a ninguna de las fracciones liberales
enemigas.

Estos dos últimos nombramientos
también fueron aprobados

por el Senado por unanimidad de
votos.

Al fin respiró el Dr. Zaldua
después de la prolongada lucha

que había sostenido con el Senado
para organizar su Ministerio de conformidad con el principio que
lo había animado, a saber:

rodearse de hombres honorables y de
reputación inmaculada pertenecientes a las dos fracciones
liberales que estaban en lucha.

Gran sorpresa causó al
público y causará la lector de estas Memorias, que
ignore los acontecimientos políticos que relato, la
aprobación de mi nombramiento por el Senado, pero esto se
explica muy fácilmente.

Mi poca importancia política; mi
alejamiento de la Repú-blica durante toda la
administración del General Trujillo y en la primera
época de la del Dr. Nuñez, y mi actuación
moderada después de haberme separado del Dr. Nuñez,
no inspiraban temores al partido nuñista cuando yo
desempeñaba la Secretaría de Re-laciones Exteriores
como podían inspirarlos los hombres presti-giosos que
fueron llamados a ocupar ese alto puesto en la
admi-nistración ejecutiva.

Constituido en su totalidad el Ministerio
con sus respectivos titulares, pero hallándose vacante
transitoriamente la Secretaria de Gobierno, el Presidente Zaldua
me encargó de ella para que la desempeñara durante
la ausencia del Dr. Alviar, al mismo -tiempo que el despacho de
Relaciones Exteriores.

CAPITULO XXXII.

Administración
Zaldúa

SUMARIO. – Mis labores como Canciller de la
República. – Incidentes interesantes cuando el Dr. Galindo
leía al Presidente Zaldua su magis-tral alegato sobre
Límites. – Rasgos de la inflexible rectitud y de la
nobleza del carácter de Zaldua. – Interesantes episodios
que me refirió sobre la marcha del Libertador Bolivar en
1830 y sobre la muerte del Mariscal de Ayacucho. –
Resolución del Gobierno del Dr. Zaldua para declarar
pirata al vapor Cántabro, refugiado en Colombia. -Orden de
extradición del expresado vapor dictada por el Gobierno
del Dr. Zaldua por mi conducto. – Falsas apreciaciones que se han
hecho sobre este asunto. – Grave enfermedad del Dr. Zaldua. – Su
muerte. -Algunas de las palabras pronunciadas por mí
delante de su cadáver.

Como asuntos de Gobierno, recuerdo tres acontecimientos
políticos dignos de ser memorados en este
libro.

Fué el primero un atentado contra la vida del
General Da-niel Aldana, héroe de la revolución de
1860, hombre honrado, de dotes administrativas prácticas y
liberal pur-sang; A las 8 de la mañana de cierto
día, cuando el General Aldana, Gobernador de Cundinamarca,
se dirigía de su casa de habitación al despacho
oficial de la Gobernación fué atacado por la
espalda por un malhe-chor, quien le disparó dos tiros de
arma de friego que le cau-saron graves heridas.

Cuando el Presidente Zaldua tuvo conocimiento
(leí atentado, se indignó y abrió el proceso
del sumario para la investigación del delito,
constituyéndose el primer Magistrado en funcionario de
instrucción y teniéndome a mí por
secretario. Con un funcio-nario de instrucción de los
conocimientos y práctica del Dr. Zaldua fácil es
comprender con qué rapidez y perfeccionamiento se
for-maría ese célebre sumario. El General Aldana se
restableció de sus heridas y el criminal fué
castigado.

Como se acercaban las elecciones para
Diputados a la Asamblea de Cundinamarca, hubo mucha
agitación popular porque el Gobierno de ese Estado,
contaba con un personal que era hasta cierto punto hostil al Dr.
Zaldua. Se dictaron disposiciones para dar seguridad al
sufragio> que de tiempo inmemorial no había sido
respetado escrupulosamente por los conductores de la
política de Cundinamarca. Dichas medidas dieron lugar a
una polémica ardiente oficial con la Secretaría de
Gobierno del Estado de "Cundinamarca, cuyo titular era el Dr.
Próspero Pereira Gamba, uno de los mas notables miembros
de esa célebre familia, a la cual pertenecieron los
Señores Nicolás, Guillermo y Benjamín, todos
hombres de grandes luces y que ocuparon puestos elevados en la
política y la sociedad de Colombia.

La polémica entre los dos gobiernos
terminó satisfactoria-mente, y las elecciones tuvieron
lugar en orden, conforme a las prescripciones de la ley. Recuerdo
que el Dr. Zaldua salió de su palacio por la
mañana, sin guardia ni aparato y acompañado por
mí únicamente, a buscar en la ciudad la mesa de
votación que correspondía a su nombre para
consignar en las urnas su voto de ciudadano elector.

Este proceder sencillo, democrático y desusado
digno de Suiza, causó muy grata impresión en el
público bogotano y todo el mundo se apartaba para dar paso
al venerable Presidente quien, correctamente vestido y con paso
firme, se dirigía a su respectiva mesa de votación
para cumplir con el deber de ciuda-dano en la elección.
Todas las personas que presenciaron la marcha del Presidente lo
saludaron y aclamaron con entusiasmo y respeto, pues era la
primera vez que lo veían en la calle después de la
posesión de la Presidencia.

Cuando el Dr. Zaldua llegó a la mesa
correspondiente a su nombre, que si mal no recuerdo se hallada
instalada en la plaza del mercado, se descubrió y
procedió a consignar el voto, después de suplicar
al Presidente del Jurado que constatara si su nombre se hallaba
escrito en la lista de electores.

Todos los miembros del jurado se descubrieron y se
pusieron de pié para recibir al Presidente; pero
éste les dijo con acento sincero:

« Conservad vuestros asientos y vuestros sombreros
porque os hallais a la intemperie, y tened en cuenta que no es el
Pre-sidente de la República quien viene ante vosotros a
ejercer su derecho electoral, sino el ciudadano Francisco Javier
Zaldua. Por consiguiente no tenéis obligación ni
siquiera el derecho de hacerme a mí un recibimiento
especial.

Una tromba de aplausos fué la
respuesta a estas palabras,

dignas de un Washington o de un Franklin.

Durante los conatos de colisión que hubo entre el
Gobierno nacional y el de Cundinamarca al tiempo en que el
General Aldana se reponía de sus heridas, los Secretarios
del Gobierno -seccional pretendieron enfrentarse al Presidente
como en otra época, siendo Gobernador el Dr.
Gutiérrez Vergara, contra el General Santos
Gutiérrez, Presidente de la Unión.

La exaltación de los funcionarios
cundinamarqueses llegó hasta el punto de reunir las pocas
tropas con que contaba el Estado y atrincherarse en el Palacio de
San Francisco.

Algunos amigos del Presidente, propusieron al Dr Zaldua
que se enviase un batallón de la guardia colombiana a
ocupar el Palacio de San Francisco y deponer por la fuerza a los
pre-suntos rebeldes del Estado.

El Dr. Zaldua desoyó esas sugestiones porque
él debía respetar la soberanía de
Cundinamarca hasta en sus errores y resolvió enviarme a
mí con plenos poderes para tratar con los funcionarios de
Cundinamarca y establecer un acuerdo entre los dos Gobiernos, lo
cual tuvo lugar con suma facilidad porque las promesas que el
Presidente Zaldua hizo por mi conducto a los gobernantes
seccionales fueran tan amplias que satisficieron por completo al
Sr. D. Alejandro Borda, Encargado del Gobierno de Cundinamarca
como el primer Secretario de la Gobernación, y caballero
cumplido e inteligente, tan patriota cuanto gallardo y
simpático.

En el Ministerio de Relaciones Exteriores, mi labor
fué mas intensa y mi actuación mas
importante.

Ampliamente autorizado por el Presidente, empecé
por hacer una poda general de todas los destinos
diplomáticos y consulares, inútiles é
inoficiosos, que había creado el Dr. Nuñez para
favo-recer sus amigos y adeptos políticos. Recuerdo que
hasta en Ostende, puerto de Bélgica y lugar de veraneo mas
que Centro comercial había creado un Consulado con sueldo,
el cual no de-sempeñó ninguna función
durante el ejercicio del puerto, porque, según el mismo
Cónsul lo refería cuando regresó al
País, de Os-tende no se exportaban sino las afamadas
ostras.

Los numerosos puestos diplomáticos se redujeron a
los puramente necesarios y a los que permitía la partida
reducida del presupuesto que había sido Tajada a los mas
estrechos límites por el Congreso
oposicionista.

El personal diplomático quedó reducido a
dos Legaciones en Europa, en Francia la una, y en España e
Inglaterra la otra. En esta última fué conservado
el Dr. Carlos Holguín, leader conser-vador de
quien me he ocupado en estas Memorias, y a cuya la-bor, sobre
todo en Madrid, se debió en parte el éxito que tuvo
el proceso de límites con Venezuela.

Con el nombramiento de Holguín dió el Dr.
Zaldua una prenda de conciliación al partido
conservador.

57 Consulados con sueldo había creado el Dr.
Nuñez. Este número exorbitante quedó
reducido a 14 0 15. En muchos Cen-tros europeos establecí
Consulados ad Honorern, siempre desem-peñados por
altas personalidades comerciales de los respectivos distritos
consulares. Esta práctica, que ha sido seguida
invariable-mente por otros gobiernos de la República, ha
dado muy satisfactorios resultados, porque los Cónsules
extranjeros ad honorem se consagran a desempeñar
sus puestos con la mayor escrupulo-sidad y probidad posibles, en
tanto que los nacionales que vienen a Europa, se fastidian en las
ciudades o puertos secundarios en donde deben desempeñar
sus funciones y generalmente dejan un encargado para despachar
los buques, y van a Paris a disfru-tar de los grandes atractivos
que ofrece esta capital del mundo, de las ciencias, las letras y
los placeres.

También redacté extensas circulares,
compilando en ellas to-das las disposiciones legales ejecutivas
vigentes para formar un Código completo de las
obligaciones consulares.

Respecto del servicio diplomático
comuniqué instrucciones detalladas para el buen
desempeño de estas importantes funcio-nes, e impusé
la obligación a los Ministros de dar un informe detallado
al Gobierno de todas sus gestiones cuando regresaran al
país, como lo hice yo al terminar mi Misión en
Italia. No tengo noticia de que ningún otro empleado
diplomático haya se-guido esta práctica.

El asunto mas importante que tuvo lugar en la
Administra-ción Zaldua por conducto de la Secretaria de
Relaciones Exte-riores, fué el relativo al proceso de
límites entre Venezuela y Co-lombia, que había sido
sometido al arbitramiento de su Majestad el Rey de España
y que se ventilaba en esos momentos. Como los hechos relacionados
con ese proceso histórico « único triunfo que
ha obtenido nuestra diplomacia en los tiempos modernos
(¡)»no es bien conocido por la juventud colombiana y
se han for-mado a su alrededor falsas historias sobre él,
quiero dar algunos (Uribe-Uribe. Discurso parlamentario detalles
que yo conocí intimamente como Secretario de Relacio-nes
Exteriores en esa época.

La Administración Zaldua
prestó mucha atención a recoger documentos en los
archivos nacionales para servir al proceso de límites.
Nombró además al ilustrado y laborioso jóven
D. Ri–cardo S. Pereira, (hijo de D. Nicolas) Cónsul
General en Madrid, con orden e instrucciones de que en los
archivos españoles, y es-pecialmente en el de Simancas,
buscara, y copiara todos los do-cumentos que pudiesen ser
útiles para el esclarecimiento de la verdad en el
complicado e importante proceso de límites.

El Dr. Zaldua nombró abogado de la
República para la re-dacción del alegato ante el
Rey de España al Dr. Anibal Ga-lindo, el eminente orador y
jurisconsulto de quien me he ocupado en este libro.

Conocida es del público colombiano esta obra
magistral del Dr. Galindo, a la cual no fué extraña
la intervención directa y profesional del Dr. Zaldua, como
paso a referirlo.

Terminado el trabajo de redacción que
formó un extenso libro, el Dr. Galindo pidió al
Presidente una audiencia diaria de dos horas, por lo menos, para
leer el alegato y someterlo a su alta
aprobación.

Fijáronse las mañanas de los días
laborables entre 8 y 10 para las audiencias acordadas al Dr.
Galindo.

Varias semanas empleamos en este interesante trabajo y
esas conferencias matinales a puerta cerrada en la Cámara
de dormir del Dr. Zaldua convertida en salón de despacho
para evi-tar al achacoso y anciano Magistrado las transiciones
atmosféri-cas; fueron los únicos ratos de solaz que
éste experimentó du-rante el ejercicio de la
Presidencia.

Instalados el Presidente, el Dr. Galindo y yo en
nuestras respectivas butacas y teniendo al lado un tablero de
cuero empizarrado, como el que se usa en las clases de
matemáticas, empezaba el Dr. Galindo con su poderosa voz a
leer el alegato. El Dr. Zaldua escuchaba con suma
atención, con los ojos cerra-dos detrás de los
cristales de sus lentes verdes y de doble juego que nunca
abandonaba por la crónica irritación de sus
ojos.

Cuando encontraba alguna observación que hacer al
trabajo de Galindo, asumía el Presidente la actitud de un
profesor en la cátedra y explicaba el fundamento de su
observación, con tal claridad que el Dr. Galindo y yo
quedábamos convencidos de la verdad de la
observación y admirados de la sabiduría del
maestro.

Inmediatamente yo apuntaba las correcciones
al escrito, sobre

una carpeta extendida sobre mis rodillas.

Durante estas sesiones, que eran tan agradables para el
Maes-tro como para sus discípulos, Galindo y yo aprendimos
muchas interesantes cosas en materia de jurisprudencia. Mas de
una vez el Dr. Galindo me dijo al salir de la Casa de
Gobierno:

« Qué agradable y qué útil es
servir de Secretario al lado de un hombre tan recto y tan sabio
como el Dr. Zaldua ».

Terminado el estudio del famoso alegato y
convenientemente editado, teniendo al frente del libro mis
instrucciones, lo envia-mos al Dr. Holguín, Ministro en
España con un considerable acopio de libros y documentos,
que habíamos reunido.

Yo mantenía una activa correspondencia con
Holguin, tanto oficial como privadamente y sabía correo
por correo la marcha del asunto. En una de sus cartas me dijo
Holguin que el alegato de Galindo había parecido a los
abogados que intervenían en el juicio y a otros grandes
jurisconsultos a quienes lo había presen-tado, empezando
por el célebre Silvela, una obra admirable 31 concluyente
en pro de los intereses de Colombia. También
elogogió mucho mis instrucciones a Galindo, respecto de
las cuales me dijo, en carta que conservo, las frases
siguientes:

« Te felicito por las instrucciones que
comunicaste a Galindo y que deberían colocarse con marco
de oro sobre el portal de nuestra Secretaría de Relaciones
Exteriores. Hablando anoche en el Casino con el Conde de Casa
valencia, me dijo: «Esas instrucciones de su Ministro de
Estado de Uds., son dignas de todo elogio y creo que ellas
decidirán el pleito en favor de Colombia, porque un Estado
que habla y procede así es acreedor a que se tenga entera
fé a su palabra ».

Conocido es del público colombiano el resultado
de ese célebre proceso. Cuando ya terminaron los trabajos
y alegatos y se concretaron los jurisconsultos regios al estudio
final para dic-tar el laudo, Holguín se fué para
Inglaterra, en servicio de la nación como Ministro en
Londres.

Hallándose ausente, se dictó el regio
fallo de acuerdo con las justas pretensiones de Colombia, tan
brillantemente expuestas y desarrolladas en el alegato de
Galindo.

El laudo fué comunicado al Gobierno de Colombia
por cable y por el Sr. Julio Betancourt, Secretario de la
Legación y En-cargado de Negocios por ausencia de
Holguín.

Esta circunstancia presentó a Nuñez la
ocasión de exaltar a su pariente político, (pues
éste estaba casado con la hija de la segunda señora
esposa del Dr. Nuñez) al elevado puesto de En-viado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Colombia; dejando a
Holguín encargado únicamente de la Legación
en Londres.

Durante las sesiones del Congreso, implacable adversario
del Presidente Zaldua, se expidió una Ley que revela la
confian-za que tenían sus enemigos en la probidad del
noble magistrado. El Congreso acordó un acto legislativo
para gastos imprevistos, hasta por la suma de 60 u. 80.000
dólares (no recuerdo con precisión la cifra) para
que el Presidente la emplease discrecio-nalmente en servicios
reservados del Estado. En el texto de la ley se disponía
que el Tesorero u otros empleados que intervi-nieran en la
percepción, entrega o aplicación de esos fondos (de
todo lo cual no se dejaría constancia alguna) estaban
obligados a guardar reserva bajo sanción penal.

Ese acto legislativo no constaba sino de un solo
ejemplar manuscrito que se pasó al Presidente por mi
conducto como Mi-nistro de Relaciones Exteriores, para la
sanción ejecutiva,

El Dr. Zaldua repugnó esa ley, y la
objetó. El Congreso in-sistió en la
expedición de ese acto legislativo, negando las
ob-servaciones, y el Dr. Zaldua tuvo que conformarse con la
volun-tad de los legisladores.

Cuando el Presidente recibió por segunda vez el
texto único de la ley expresada, me dijo:

« Guarde Ud. ese papel, cuyo objeto no alcanzo a
penetrar. Yo no haré uso de la autorización que me
concede. Me repugna invenciblemente decretar gastos cuyo motivo
justificativo no pueda comprobar ».

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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