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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 14)



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Y con efecto, el Dr. Zaldua nunca hizo uso de esa
autorización legal y la ley reservada fué archivada
en una de las gavetas de mi Despacho oficial. Al separarme
algún tiempo des-pués del Ministerio, por el
fallecimiento del Dr Zaldua, entregué el pliego en que se
hallaba escrita dicha ley al Sr. Julio E. Pérez, Oficial
Mayor de la Secretaría, nombrado por mí desde que
tomé posesión del puesto. El Dr. Pérez
continuó en su de-licada plaza en la administración
siguiente, presidida por El Dr. Otálora y guardó el
documento reservado, respecto del cual nunca se conservó
secreto alguno, como era natural, puesto que la ley emanaba de
una Corporación de mas de 60 individuos, irrespon-sables y
en lo general indiscretos.

Creo haber leído en alguna
publicación que hizo el Dr. Cár-los Holguin, en
contestación a cargos insidiosos que le hizo el Sr.
José Maria Nuñez Uricoechea, después de que
Holguin dejó la presidencia de la República, que en
la Administracion Otálora el Gobierno dispuso de los
fondos de la expresada siu generis ley. Ignoro su
destinación.

Terminadas todas las labores relativas al proceso de
li-mites con Venezuela nos ocupamos en los trabajos referentes al
asunto de límites con la República de Costa – Rica,
so-metido a la decisión del Presidente de la
República france-sa. La Administración pasada, o
sea la del Dr. Nuñez, había confiado al eminente
Dr. Felipe Zapata la redacción del alegato de Colombia en
ese interesante asunto. La Administración Zal-dua
ratificó como era de suponerse la acertada
designación del Gobierno anterior; pero el Dr. Zapata
declinó irrevocablemente el encargo porque, habiendo sido
improbado su nombramiento de Ministro por el Senado y habiendo
manifestado la mayoría de éste que, ni aun para
Oficial Mayor, se le permitía que entrara al Ministerio,
creía el Dr. Zapata que el Senado, Suprema
cor-poración constitucional en materia de Relaciones
Exteriores, no quería que él tomase la menor
ingerencia en asuntos de ese ramo.

Encontrando el Presidente muy fundada la excusa del Dr.
Zapata, se nombré en su lugar para redactar el alegato al
Dr. Francisco de P. Borda, quien, además de su probada
competen-cia en asuntos internacionales, era poseedor de
preciosos docu-mentos relativos a la cuestión de
límites con Costa-Rica.

El Dr. Borda a cuya disposición se pusieron todos
los ar-chivos públicos y empleados auxiliares,
emprendió el trabajo de esa redacción que
fué coronado por dos libros, dignos de todo encomio y que
fueron remitidos oportunamente a la Legación de Colombia
en Francia para presentarlos al Presidente de la
Repú-blica Francesa. Cuando murió el Dr. Zaldua, no
había terminado el Dr. Borda la redacción del
alegato. Así es que el Presidente no pudo hacer el estudio
de él como lo había hecho con el del Dr.
Galindo.

En el proceso seguido ante el Gobierno de la
República francesa, tomaron parte, como abogados de
Colombia, el Sr. Ray-mond Poincaré, el gran jurisconsulto
francés actualmente Presi-dente de esa gran
República, y el Sr. Silvela, el primer abogado
español, quien vino a Paris, contratgido por el Gobierno
de Colombia para presentar por su parte un alegato ante el
Gobierno Francés.

Antes de terminar sus sesiones el Congreso en la segunda
mitad del año de 1882, expidió una ley cruel e
infame contra el Presidente Zaldua que equivalió a una
sentencia de muerte con-tra el noble magistrado.

El Presidente de la República no podía
ejercer antes su alto empleo fuera de la capital de la
nación; pero en tiempo del Dr. Nuñez, y por
insinuaciones de éste se expidió una ley que
permitía al primer Magistrado salir de Bogotá en
ejercicio de la Presidencia a cualquier lugar del Estado de
Cundinamarca. En virtud de esta autorización, el Dr.
Nuñez solía pasar algunas tem-poradas de campo en
la región cálida del occidente del Estado para huir
de los fríos y destemplanzas atmosféricas que
reinan periódicamente en la capital, situada en la
altiplanicie andina a 2.700 metros sobre el nivel del mar y cuya
temperatura nunca excede de 150 centígrados y suele bajar
hasta 8 o ¡no.

Teniendo conocimiento los Senadores nuñistas de
que el Dr. Zaldua había sido aconsejado por los
médicos de pasar algunos días en su hacienda de
Tena, de temperatura templada, para re-poner su salud quebrantada
por las faenas oficiales y por su afec-ción pulmonar de
carácter crónico, resolvieron derogar la ley que
autorizaba al Presidente para salir de la ciudad en ejercicio de
sus funciones

Como durante la discusión del proyecto homicida,
los Sena-dores de la minoría observaran que era indigno
del Senado expedir un acto legislativo semejante, con
intención agresiva y per-sonal contra el anciano
Presidente, la mayoría modificó el proyecto, para
establecer que el Magistrado podría ausentarse de la
capital con licencia, pero continuando en el goce de su sueldo y
dejando en su lugar al Designado.

Nunca había visto al Presidente tan indignado ni
encolerizado como al tener noticia de tan inicuo proyecto, puesto
que suponían que él no quería ausentarse de
la ciudad por no perder "el insignificante sueldo que
recibía del Tesoro, él, que era hombre acaudalado y
que había aceptado la Presidencia como un deber
patriótico y como su sentencia de muerte, solamente por
ser útil a su país y a la causa política de
sus convicciones.

La ley no solamente contenía una agresión
personal y cruel contra el Presidente sino también un
interés político manifiesto, porque, siendo segundo
designado para ejercer la Presidencia (y estando ausente en la
Costa el Dr. Nuñez, primer Designado) el Dr. José
Eusebio Otalora, leader del Senado, entraría
aquel a go-bernar la República durante la transitoria
ausencia del Presidente, en uso de licencia.

Hizo saber el Dr. Zaldua su indignación al Senado
y su re-solución de no separarse hasta la muerte del
puesto de Presidente para no complacer a sus enemigos, a pesar de
que varias veces, hallándose tan fatigado y contrariado,
tuvo conatos de hacer su dimisión, porque como me lo
decía en momentos de expansión, él se
sentiría mas tranquilo en el Panóptico que en el
Palacio Presidencial.

El Dr. Zaldua me hacía llamar por las noches con
el objeto de entretenerse en conversaciones conmigo, dando un
respiro a las labores oficiales, y como para distraer su cerebro
de tantas preocupaciones.

Los viejos nos complacemos, cuando encontramos oyentes
atentos, en rememorar los hechos importantes de nuestra vida
pública pasada como para consolarnos de los infortunios
presentes. Así pues el Dr. Zaldua experimentaba un ligero
solaz cuando> sentado en su sillón y abrigado de la
cabeza a los pies, pues hasta guantes de lana conservaba durante
el día, me refería epi-sodios interesantes de su
vida pretérita.

Recuerdo que me contaba con emoción la partida
del Liber-tador Bolívar en 1830, cuando pobre, demacrado
como un indi-viduo salido de una prisión o de un hospital,
y encorvado sobre una mula vieja y flaca, siguió para el
destierro en medio de la rechifla de los muchachos (entre los
cuales se contaba el mismo -Zaldua), que arrojaban piedras y
gritaban « abajo el viejo Lon-ganiza,
escarneciendo así al grande hombre que había
consagrado su fortuna y su existencia en medio de una cruenta y
constante faena militar y política, a fundar cinco
repúblicas y dar libertad a todo un continente. !
Cuántos desengaños! y cuántas amarguras
devorarían en esos momentos negros el alma del Libertador
de América, quien> como una irrisión del
destino, fué a morir en ese? año en la playa del
Atlántico bajo el techo hospitalario de un hidalgo
español!

En otra velada pregunté al Dr. Zaldua cual era su
opinión respecto del asesinato del Gran Mariscal de
A>acucho y si él creía que el principal
responsable de este horrible crimen era el General José
María Obando.

En respuesta a esta pregunta me refirió el Dr. la
siguiente historia, muy valida en 1830, y cuando existía
organizado un grupo de jóvenes liberales exaltados
enemigos de Bolivar y de sus tendencias políticas que
creían cesaristas.

En Bogotá se había
establecido el Comité directivo antibo-liviano que
tenía sus sucursales o dependencias en diversos puntos de
la República. Este Comité que existía desde
1827 y que se había organizado para combatir la dictadura
de Bolivar, estaba formado por hombres notables del partido
liberal de entonces, o sea de los que intentaron asesinar al
Libertador en la nefanda noche del 25 de Septiembre de 1828.
Sabido es que entre los conspiradores de esa época
figuraron jóvenes de los mas distin-guidos de la sociedad
de Bogotá y hasta individuos que mas tarde figuraron en
primera línea en las filas del bando conserva-dor, tales
como D. Mariano Ospina Rodríguez, Presidente de 1857 a
1861 y el General Emigio Briceño, Comandante General de
las fuerzas del Gobierno en esa época.

El Comité directivo del partido liberal o
anti-boliviano tenía sus reuniones, por la noche, en la
gran casa que queda situada en la esquina que forman la plaza de
Bolívar y la calle real de Bogotá y en frente de la
Catedral. Esta casa pertenecía entonces a los
Señores Arrubla, acaudalados propietarios y enemigos
po-líticos del Libertador.

En una de las reuniones nocturnas del Comité, los
directores contemplaron la situación política en
relación con el viaje del General Sucre para el Ecuador,
con el objeto ostensible, según se decía, de
impedir la separación de ese departamento de la gran
Colombia como lo había hecho ya Venezuela; pero con el fin
reservado de levantar la opinión en todo el Sur de la
República a favor de la dictadura de Bolívar.
Juzgaba el Comité Directivo que, aunque Bolívar se
hubiese separado del Gobierno y estuviese moralmente muerto
después del 25 de Septiembre, podría el General
Sucre con su inmenso prestigio político y mi-litar,
reemplazar al Libertador en sus planes liberticidas y
resta-blecer la dictadura bajo el mando supremo del Mariscal de
Aya-cucho.

Después de una larga deliberación que
duró hasta las cuatro de la mañana, el
Comité directivo decretó, por unanimidad, la muerte
del General Sucre. Para ejecutar esta terrible sentencia se
dirigieron tres pliegos> uno dentro de otro, a los Agentes del
Comité en los puntos mas a propósito para el
asesinato en el largo trayecto que debía recorrer el
General Sucre desde Bogotá hasta Quito, por los
Departamentos de Cundinamarca, Tolima y Cauca.

El primer pliego (que contenía otro)
fué dirigido al General

José Hilario López, quien, en la ciudad de
Neiva, desempeñaba las funciones de Agente del
Comité liberal nacional radicado en; Bogotá. El
pliego que recibió el General López contenía
la or-den de ejecutar la sentencia de muerte contra el General
Sucre en un punto llamado Barrandillas, que es una vereda
estrecha a orilla inmediata del río Magdalena por un lado,
y con unas escar-padas rocas por el otro. En ese lugar solitario
era fácil, por medio de una emboscada, asesinar al General
Sucre y arrojar su ca-dáver al río.

El General López recibió el pliego y no
quiso ser el eje-cutor de la terrible sentencia. Cumpliendo las
instrucciones del Comité de Bogotá dirigió
el pliego que había recibido adjunto iría el
General José María Obando, Agente del Comité
en la ciudad de Popayán.

A Obando se le prevenía que, en caso de haber
fallado el golpe en el Tolima, ejecutara él la sentencia
de muerte en algún punto del trayecto del Sur de la
República que debía recorrer el General
Sucre.

El General Obando no quiso tampoco prestarse al
asesi-nato y se limitó a enviar el pliego que
recibió adjunto al General Juan José Flores,
Presidente a la sazón del departamento del Ecuador, pero,
según se dice, indicó a Flores los individuos que
podrían servirle de Agentes en el Sur de la
República.

Flores recibió la orden de Bogotá para
asesinar a Sucre y dictó sus instrucciones a los Agentes
del Comité en la ciudad de Pasto y en el trayecto
comprendido entre esta población y la de Popayán
por donde debía pasar precisamente el General Sucre.
Conocidos son todos los detalles de este horrible crimen, el
mayor que registran los sangrientos anales de la América
la-tina, porque el joven Mariscal, vencedor en Ayacucho,
fué quien; coroné la obra de emancipación
del Continente y consolidé la li-bertad de América,
y fué además el primer militar de la jnde-pendencia
y una de las figuras mas altas y mas puras de la plé-yade
gloriosa de la Epopeya americana.

De esta relación deduzco yo agregó el Dr.
Zaldua, que no fue el General Obando el responsable del asesinato
del Mariscal. de Ayacucho y que si tuvo alguna parte en él
al enviar el pliego al General Flores y quizá -al
indicarle los que podían ser agentes de él en el
Sur de la República, su responsabilidad fué mk nima
y proveniente únicamente del espirh"u de disciplina y
obe-diencia al Comité liberal de Bogotá.

Mucho se ha discutido este asunto por los
historiadores y

cronistas. Sabido es que en 1840, cuando el General
Herran en su marcha victoriosa contra los rebeldes del Sur
encontró entre una petaquilla de mimbres un papel de vieja
data guardado entre un terruño de Patía, se
revivió la causa contra el Gene-ral Obando que
había sido iniciada en 1830 por los partidarios del
Libertador.

El papel contenía una orden sin fecha de
año, pero sí con expresión del mes de Mayo
firmada por el General Obando y dirigida al Comandante militar
del Río Mayo.

La orden decía: « Próximamente
pasará nuestro hombre por el camino real de Berruecos. Es
un punto a propósito para dar el golpe. Reúne pues
tus hombres y presta este servicio al país
».

Este papelito comprometedor fué conocido por los
principa-les oficiales del General Herran y propalado
inmediatamente en el ejército y en el público, a
pesar de los esfuerzos que hizo el General Herrán para que
se mantuviese en reserva, porque creía que el General
Obando, perseguido por segunda vez, se pondría en armas
nueva mente y la guerra se prolongaría mucho en momentos
en que estaba próxima a terminar Con efecto así
sucedió. La renovación del juicio contra Obando y
la actitud de éste en la revuelta, prolongó esa
espantosa guerra hasta fines de 1841.

Posteriores publicaciones sobre el asesinato del General
Su-cre, han demostrado hasta la evidencia la inocencia de Obando
en este triste drama y todo ha convergido a hacer recaer la
responsabilidad del asesinato sobre el General Juan José
Flores, quien estaba doblemente interesado en la muerte de Sucre,
por interés privado y por interés político.
Por interés privado, por-que es sabido que la esposa del
General Sucre le había sido infiel durante la ausencia del
Gran Mariscal, y por interés polí-tico porque Sucre
llevaba la misión al Ecuador de impedir la
separación de este departamento de la Unión
colombiana para establecer Flores su feudo personal en el
Ecuador, como asi sucedió.

Se ha demostrado, principalmente por una interesante
pu-blicación del General Buenaventura Reinales, que ese
terrible pa-pelito encontrado en Patía contenía una
orden de Obando para su agente con el fin de dar muerte al
empedernido guerrillero español llamado Agualongo, quien
había sido declarado fuera, de la ley por el Gobierno
republicano. Con efecto la orden de dar muerte a ese tremendo
guerrillero fué dirigida al Comandante militar del Mayo en
1827 y está demostrado que en 1830, cuando tuvo lugar el
asesinato del General Sucre, no existía ya la «
Co-mandancia militar del Mayo ».

Agualongo estaba como llevo dicho declarado fuera de la
ley y el Gobierno de la República y todos los militares de
alto mando, inclusive el General Sucre, habían ordenado a
sus agen-tes que matasen a Agualongo dondequiera que le
encontraren, haciendo con esto un gran bien a la causa de la
jndependencia.

Yo he estudiado mucho todo lo que se ha publicado con
relación al horrible drama de Berruecos y he adquirido la
pro-funda convicción de fue el General Flores fué
el único respon-sable de la muerte del Gran Mariscal de
Ayacucho, y que la me-moria del General Obando está limpia
de la noble sangre del segundo Libertador de
América.

Uno de los asuntos mas escabrosos que tuvieron lugar
du-rante la corta administración del Doctor Zaldua
fué el referente a un pequeño vapor llamado «
Cántabro », aparejado por los e-nemigos
políticos del General Guzman Blanco, Presidente de
Ve-nezuela, cuya extradición fué decretada por el
Presidente Zaldua con aprobación unánime de su
Consejo de Ministros y del mismo Congreso, enemigo del Dr.
Zaldua.

La extradición del Cántabro ha sido el
único pretexto que tuvieron los adversarios
políticos del Dr. Zaldua para hacer un cargo a esa
Administración sin tacha. Y aun cuando yo he saltado
siempre a la palestra para desvanecer ese falso cargo, quiero muy
en concreto repetir en este libro la relación exacta de
ese asunto.

En la primera mitad del año 1882, el General
Guzman Blanco imperaba en completa paz en Venezuela y sus
relaciones con Colombia eran cordiales y correctas.

En esa época, algunos enemigos del Gobierno de
Venezuela residentes en la Isla de Cuba compraron, en la ciudad
de Santiago, un pequeño vapor al Señor Juan
García y lo equiparon para promover una revolución
contra Guzman Blanco en las costas venezolanas.

El vapor sin pasavante, y habiendo cambiado el nombre de
Cántabro por el de Colon, se puso en marcha para las
costas de Venezuela. Llegó a un puerto venezolano llamado
Iguerote, ocupó por la fuerza la población,
saqucó la aduana y tomó a viva fuer-za a individuos
para que sirviesen militarmente en el buque.

El General Guzman Blanco se dirigió al Gobierno
Ameri-cano y a los Gobiernos de Inglaterra> de España,
de Holanda y de Colombia para que no diesen asilo al vapor
Cántabro o Colon », porque estaba declarado
pirata por el Gobierno en vir-tud de los actos perpetrados por
aquel, hallándose como se hallaba, en plena paz la
República de Venezuela, circunstancia que hacía
desaparecer todo carácter o tinte político las
agresiones de los tripulantes del expresado buque.

Los Gobiernos inglés, americano y español,
dictaron órde-nes a sus agentes para impedir el arribo a
los puertos de sus colonias antillanas, al expresado vapor.
Perseguido éste por los buques del Gobierno de Venezuela y
no encontrando asilo en las Antillas, se refugié en el
puerto colombiano de Colon.

El jefe inspector de este puerto no, hallando pasavante
ni papel ninguno que autorizase la libre navegación de
este buque, resolvió detenerlo en el expresado puerto y
dió cuenta inmediata de lo acontecido al Gobierno del
Doctor Zaldua.

El Presidente Zaldua, después de haber estudiado
deteni-damente este asunto, dictó, con fecha 17 de Junio
de 1882, una resolución que, en su parte motiva, termina
así: que los due-ños del buque no han tenido
razón ni derecho para comprometer la neutralidad de
Colombia, usurpando como han usurpado su nombre y su bandera,
infiriendo así una injuria a ésta, para hostilizar
a una nación con la cual aquella conserva amistosas
re-laciones; que estos hechos no pueden autorizarse ni
disimularse por el Gobierno de Colombia sin hacerse responsable
de su eje-cución y, por último, que un buque que no
pertenece a nación alguna y que navega sin bandera ni
patente legítima, no tiene de-recho a reconocimiento y
protección de ningún gobierno y debe "ser
considerado como una amenaza para todos:

Se resuelve

El Gobierno de los Estados Unidos de Colombia
considera como pirata al vapor nombrado ahora Colon y
anteriormente Cán-tabro que navega, según se
asegura con bandera Colombiana.

En consecuencia, los inspectores jefes de los resguardos
de los puertos del Atlántico, procederán, en su
calidad de funciona-rios de instrucción, a detener el
expresado buque, a embargar sus papeles y a practicar las
diligencias sumarias correspondien-tes, las cuales pasarán
al juez competente una vez comprobado el delito.

Comuníquese directamente a dichos inspectores y a
los Gobiernos de los respectivos Estados para que presten a
aquellos el apoyo necesario e invigilen que esta
resolución sea puntualmente cumplida.

Sáquese copia de lo conducente y remítase
al ciudadano.

Presidente del Estado soberano de Panamá para que
promueva y se averigüe con quienes corresponda la
responsabilidad en que haya incurrido el colombiano Sr. Juan
García, por violación de la neutralidad.

Por el ciudadano Presidente

firmado BENJAMÍN
NOGUERA

Secretario de Gobierno del Presidente
Zaldua.

Cuarenta días después de dictada esta
resolución por el Dr. Noguera, Secretario de Gobierno,
tomé yo posesión de la Se-cretaría de
Relaciones Exteriores, o sea el 24 de Julio de 1882.

Entre los asuntos que encontré pendientes para
resolver, hallé una demanda de extradición del
vapor Cántabro, hecha directa-mente por el Gobierno de
Venezuela con la firma del Sr. Ra-fael de Seijas, el eminente
internacionalista de la República her-mana que a la
sazón desempeñaba el puesto de Ministro de
Relaciones Exteriores.

Además de esta fundada demanda la gestionaba y
apoyaba el Sr. D. Simón B. Oleary, Enviado Extraordinario
y Ministro" Plenipotenciario en Bogotá del Gobierno del
General Guzman Blanco.

La demanda de extradición era neta, clara y
fundada. Tanto el Gobierno de Venezuela como el Gobierno de
Colombia habían; declarado oficialmente que el buque
llamado Cántabro o Colon era un vapor pirata que
había cometido actos piráticos en aguas de
Venezuela. En virtud de estos hechos, suficientemente
comprobados, el Gobierno Venezolano pedía la entrega del
buque con sus tripulantes como responsables de actos
piráticos, recono-cidos oficialmente por los dos
Gobiernos, y para hacer la demanda se apoyaba en las
estipulaciones del Tratado o Convención de
extradición, vigente entre las dos naciones. Como los dos
gobier-nos estuviesen de acuerdo en la calificación y
declaratoria del delito, la extradición debía
decretarse por la vía administrativa y no por la judicial,
según el mismo Tratado.

No obstante que estas disposiciones eran sumamente
claras y terminantes y que al Gobierno de Colombia no le
cumplía otra cosa que decretar la extradición, o
sea la entrega del buque y de sus tripulantes después de
la declaratoria de piratería hecha por el Secretario de
Gobierno, Dr. Benjamin Noguera, con fecha 17 de Junio de
aquel año, yo tuve mucha repugnancia a firmar-ía
resolución de extradición inmediatamente que
fué solicitada.

Para ganar tiempo, pedí un concepto al
Señor Procurador

de la Nación, Dr. Climaco Calderón, quien
estuvo de acuerdo en que el asunto debía resolverse
administrativamente. Yo deseaba encontrar una salida para pasar
la demanda al Poder ju-dicial. Además, solicité los
Códigos venezolanos para apoyarme en sus disposiciones
respecto de la legalidad de la declaratoria de pirata hecha por
el Gobierno de Venezuela.

Solicité del Dr. Zaldua que prestase su
atención personal al asunto y la de sus ilustrados
colaboradores, entre los cuales se contaba al eminente Dr. Miguel
Samper.

Tanto el Dr. Zaldua, como los otros Ministros,
estuvieron de acuerdo en que la entrega del buque y de sus
tripulantes debía decretarse sin demora.

Siempre con el deseo de aplazar, por lo menos, esta
reso-lución, dirigí al Senado una Nota, dando
cuenta del asunto, y esta alta Corporación en,
sesión secreta declaró que el proceder del
Ejecutivo era perfectamente arreglado a las disposiciones
constitucionales y a las estipulaciones del Tratado con
Venezuela. Por consiguiente opinaba el Senado que debía
decretarse la extradi-ción por la vía
administrativa.

La Cámara de Representantes, en donde se
discutió el presupuesto, apropié una partida de
« 10.000 pesos para los gastos de entrega del vapor pirata
Cántabro » (palabras textuales de la
disposición legislativa).

Todavía, y con el objeto de retardar la entrega
del buque pedí a Caracas por conducto del Ministro
venezolano O´ Leary los Códigos de leyes de
Venezuela, con el fin de estudiar con su propia
legislación la clasificación del delito de
piratería, puesto que los actos considerados como
piráticos se habían ejecutado en las aguas y en los
puertos de Venezuela.

Entre tanto, yo di orden al Jefe del puerto de
Colón que tratara con mucha benevolencia a los tripulantes
del Cántabro, detenidos en el puerto colombiano, entre los
cuales se contaba al General Eleazar Urdaneta, hijo del ilustre
prócer de la Inde-pendencia, y célebre General D.
Rafael Urdaneta, dejándoles toda la libertad posible para
que fuese menos penosa la residencia en Colón.

El Jefe del puerto cumplió las recomendaciones
con dema-siada amplitud y todos los tripulantes del
Cántabro detenidos en- Colón, se fugaron, de manera
que no quedó sino al casco del bu-que para entregar al
Gobierno de Venezuela.

En estas circunstancias y habiéndose surtido
todas las dili-gencias de este proceso de extradición
administrativa, hallándose

de acuerdo los miembros del Gobierno ejecutivo con las
Cáma-ras legislativas y en cumplimiento del Tratado con
Venezuela de 1842, el Presidente Zaldua, con la
autorización de mi firma como Secretario de Relaciones
Exteriores, ordenó con fecha 19 de Octubre de 1882 la
entrega al Gobierno de Venezuela del vapor Cántabro,
considerado como pirata por ambos gobiernos y de los tripulantes
que aun quedaren en el puerto de Colón.

También se ordenó que se exigiera la
responsabilidad al jefe de dicho puerto por la fuga de los
detenidos, como queda expre-sado.

Tal fué la resolución sobre
extradición del vapor Cántabro que se ha hecho
célebre en los anales diplomáticos de Colombia, por
haber sido la única sombra de pretexto que tuvieron los
adversarios y enemigos políticos del Dr. Zaldua para
atacar su Administración ejecutiva. También ha sido
el caballo de batalla que han tenido mis adversarios para
enrostrarme ese acto, que no obstante haberse conformado a las
disposiciones constitucio-nales y a las cláusulas del
Tratado de 1842, no fué en realidad ejecutado por
mí, puesto que la declaratoria de pirata del vapor
Cántabro fué dictada antes de que yo entrara al
Ministerio de Relaciones Exteriores por el Dr. Benjamín
Noguera, Secretario del Dr. Zaldua, como lo tengo
referido.

En 1883 bajo la presidencia del Señor
Otálora, muerto el Dr. Zaldua, ausente en Cartagena el Dr.
Noguera y separado yo de toda posición oficial, el Sr.
Ricardo Becerra, orador vehemente escritor vibrante, pero
político apasionado y voluble, y el mismo Senador que en
1882 había propuesto que se aprobara la reso-lución
del Gobierno del Dr. Zaldua sobre la piratería del
Cántabro, levantó en el Senado una terrible
polvareda parlamentaria contra la extinguida
Administración Zaldua y contra mí especialmente por
el difunto asunto del Cántabro. En su discurso
declaró el orador que se habían infringido la
Constitución, las leyes y el Tra-tado de 1842, y todos los
principios del Derecho de gentes por haber declarado el Gobierno
pirata al vapor Cántabro y haberlo mandado entregar al
Gobierno de Venezuela.

Referiré incidentalmente que, como todos los
tripulantes del Cániabro se habían fugado, la
entrega del casco se efectué en la Administración
Otálora. y que el Gobierno de Venezuela no quiso recibir
el viejo buquecito y lo, regaló al Hospital de
Colón.

Al tdner yo noticia de la vehemente oración del
Sr. Becerra elevé un Memorial al Senado, recapitulando
todos los incidentes relativos al vapor Cántabro y
haciendo presente que la declaratoria de pirata, base fundamental
e inconmovible de la extradición ha-bla sido dictada por
el Dr. Noguera, Secretario de Gobierno antes de que yo entrara al
Departamento de Relaciones Exteriores, pero que no obstante yo
estaba dispuesto a ser juzgado por el Senado por la parte
adjetiva de responsabilidad que me correspon-diera en el asunto
del Cántabro. Al efecto pedí que se abriera una
investigación en el Senado para poner en claro y
determinar la responsabilidad.

El Senado, después de un detenido estudio que
hizo una respetable comisión de su seno, formada por los
Señores Felipe Zapáta, Salvador Camacho
Roldán y Juan de Dios Ulloa, resolvió que no
había ningún fundamento ni motivo para exigir
responsa-bilidad alguna ni al Sr. Noguera ni a mi, pero que no
obstante se pasara el asunto a la Cámara de Representantes
para que como fiscal supremo ampliara las investigaciones a fin
de acusar a los que resultaren responsables, La Cámara de
Representantes no en-contró tampoco motivo alguno ni
fundamento legal para intentar acusación contra los dos
ex- Ministros del Dr. Zaldua y el expedien-té fué
archivado,

Tal es la historia de la célebre
extradición del Cántabro único acto que se
me ha enrostrado siempre que he tenido polé-micas por la
prensa o luchas parlamentarias en los tiempos poste-niores. Diez
y siete veces, y últimamente en 1912, en la Cámara
de Representantes, me hicieron el cargo de que yo había
sido el Secretario de Zaldua, quien había declarado la
piratería del vapor Cántabro y otras tantas veces
he demostrado ante el púbblico como lo hago ahora, por la
ultima vez, que fué el Dr. Benjamin No-guera quien hizo la
expresada declaratoria la cual por otra parte siempre he
considerado perfectamente ajustada al Tratado de 1842 y a los
Principios universales del Derecho de gentes.

No deja de inspirarme un sentimiento de
patriótica vanidad la consideración de que en mi
extensa actuación política y admi-nistrativa, no se
haya podido hacerme ningún cargo de mal pro-ceder ni de
error, que hoy reconocería como lo he hecho respecto- del
que cometí cuando en 1877 contribuí en el Congreso
a la expa-triación de cuatros Prelados
colombianos.

Disuelto el Congreso de 1882, pudo el Dr. Zaldua y su
Ministerio proceder a ocuparse de los graves asuntos de
adminis-tración que tenían a su cargo y que estaban
suspendidos por causa de la violenta oposición
parlamentaria contra el Gobierno- ejecutivo. Desgraciadamente al
tiempo que terminaba la lucha, el lu-chador sucumbía ante
el peso y las fatigas del combate. La cróni-ca
afección broncopulmonar de que adolecía el Dr.
Zaldua, se agravé por la rudeza de la estación en
el mes de Diciembre y por no haber podido salir a reposarse unos
días bajo el benigno y templado clima de su hacienda de
Tena, a causa de la reciente inicua ley del Congreso que
prohibía al Presidente salir de la capital en ejercicio
del Gobierno. El 21 de Diciembre, este varón noble, santo
y justo ante Dios y ante los hombres, ante su Patria y ante la
Historia, exhalé su postrer aliento en los brazos de su
familia y de sus amigos y en el seno de la religión
católica que siempre había profesado y asistido por
su digno hijo, el eminente sacerdote Dr. Francisco Javier Zaldua,
que ha llevado con gloria el nombre egregio de su ilustre
padre.

El Dr. Zaldua, modelo de Magistrados, murió sobre
el ara de la justicia como antes muriera el gladiador sobre su
escudo y enarbolando la bandera de la patria.

Tan luego como los Secretarios del Dr. Zaldua hicieron
cons-tar en los libros oficiales el fallecimiento del Presidente
de la República, llamaron al Dr. Climaco Calderón,
Procurador General de la nación, y personalidad
emérita del partido independiente, para que por ausencia
de los Designados entrara a ejercer la Pre-sidencia hasta la
llegada del Dr. Otálora, quien se hallaba en una Hacienda
de la Sabana de Bogotá.

El Sepelio del cadáver del Dr. Zaldua tuvo lugar
el día si-guiente en medio de una inmensa concurrencia,
después de haberse celebrado las exequias en la Catedral
de Bogotá.

Para el entierro que fué casi una ovación
funebre, yo fui encargado por el Ministerio del Dr. Zaldua de
llevar la palabra en la tribuna funeraria, y, en cumplimiento de
esta honrosa comisión, pronuncié un discurso,
escrito mas con el corazón que con el cerebro, del cual
copio los siguientes apartes:

Ayer no mas los partidos todos aclamaban como candidato
para la Presidencia de la Unión al ciudadano eminente
cuyas cenizas veneramos hoy. El noble anciano, accediendo a
repetidas instancias, aceptó la Presidencia con estas
tristes y sublimes pa-labras: « Puesto que la Patria lo
exige, ahí le entrego mi nombre, mi tranquilidad y mi
vida, como el último sacrificio que le hago porque la
Presidencia es compañera de la muerte para mí
»

"Sus tristes presentimientos se cumplieron- bien pronto.
Su grande alma fué suficientemente valerosa y
enérgica para soportar el turbión de la
política, pero su flaca naturaleza no pudo resistir la
lucha ardiente de su espíritu, y, después de nueve
meses de sufrir la Presidencia, ha caído bajo el peso de
la muerte; pero envuelto en la bandera del deber, que firme
enarbolé durante su vida, y pudiendo decir como el
girondino en la víspera de subir al cadalso, ni la luz del
sol es más pura que el fondo de mi
corazón.

Los resultados de su política sabia y generosa,
empezaban a obtenerse. A pesar de los elementos de
agitación que se acu-mularon progresivamente al principio
de su Gobierno, y que el patriotismo desconsolado veía
como presagios de una revo-lución inevitable, la calma se
restableció; los partidos y los ciu-dadanos tuvieron
completa fe en la probidad de la Administración, y hoy que
ha desaparecido su ilustre jefe, ha dejado como heren-cia a la
República la paz que siempre disfruté en la tierra
su conciencia y que ahora arrulla su alma inmaculada en la morada
de Dios.

Los últimos momentos de este grande hombre fueron
el coro-lario de su existencia. Hasta a la muerte misma
inspiré respeto su frente coronada por las canas y por la
mas acrisolada probi-dad, puesto que lenta y dulcemente
fué extinguiendo la llama, de su vida. La última
palpitación de su corazón, fué impulsada por
el amor a la Patria, y la postrer palabra que sus labios,
cár-denos ya, pudieron articular, fué un voto por
la paz de la República.

Inclinémonos ante esta tumba que encierra las
cenizas del varón esclarecido que amaba tanto cuanto
honraba a la República. Como lo mas digno que podemos
ofrendarle formemos sobre su tumba el altar de la
conciliación entre los hijos de Colombia y no perturbemos
su tranquillo sueño con nuestras discordias, para que la
paz y la felicidad de la Patria, que fueron su constante an-helo,
y a las cuales consagró su postrer suspiro, sean la
apoteosis que la Nación consagra a su memoria.

CAPITULO XXXIII.

1883

SUMARIO. – El segundo Designado Dr. Otalora toma
posesión de la Presidencia de la República por
estar ausente el Dr. Nuñez, primer Designado.
El Dr. Roldán, mi sucesor en la Secretada de Relacio-nes
Exteriores, acepta sin reserva la Memoria que yo había
escrito y la presenta al Congreso, recomendando las reformas que
yo indicaba -Con tal motivo se erigen los Consulados en
administraciones de hacien-da y se obtiene una pingüe renta
en el Exterior. – A virtud de mis indicaciones, es enviado el Dr.
Colunje a hacer una reclamación a la empresa del Canal de
Panamá, la cual fracasa como todas las re-clamaciones
diplomáticas de Colombia. Separado de la
política, fundo un Banco Hipotecario en Bogotá en
compañía de los principales capi-talistas de la
ciudad, el cual tuvo que liquidarse poco tiempo después
por las medidas dictadas por el Consejo de Delegatarios y por el
Gobierno contra los Establecimientos de crédito. –
Recuerdos a dos de los prin-cipales colaboradores míos en
la fundación del Banco, Sres. Vicente A. Vargas y Pablo
Valenzuela.

Con el fallecimiento del Doctor Zualda, murieron
también las esperanzas de restauración liberal de
la Comunidad política que había gobernado la
República con tanto tino administrativo, aun cuando no
político, en la década de 1867 a 1877. Siendo los
Designados para ejercer el Poder Ejecutivo el Dr. Nuñez y
el Dr. José Eusebio Otálora, personalidad
importante del bando independiente, y contando también con
la mayoría del Congreso que debía reunirse el 1 de
Febrero de 1883, la reacción antiliberal promovida y
encabezada por el Dr. Nuñez, no tuvo dique alguno y
continué su curso hasta la caida de la Constitución
de Rio Negro en 1885.

Como el Dr. Nuñez se hallaba ausente en Cartagena
al tiem-po de la muerte del Dr. Zaldua y manifesté por
telégrafo que no se encargaría del Gobierno (pues
él no quería imposibilitarse constitucionalmente
para ser elegido Presidente titular en el próximo
periodo), fué llamado a ejercer la Presidencia el segundo
Designado, Dr. Otálora.

El Ministerio que éste formé fué
bien escogido y en él figu-raron el Dr. Galindo,
personalidad emérita del liberalismo doctri-nario. como
Ministro de Hacienda, y el General Alejandro Posada, uno de los
jefes del partido conservador militante, caballero cum-plido y
honorable, cuya ilustración, talento y valor
corrían parejas con una gran benevolencia y una
cortesanía exquisita.

Para el Ministerio de Relaciones Exteriores fué
designado el Dr. Antonio Roldán, una de las figuras mas
distinguidas del Independentismo, por sus eximias dotes
intelectuales y por su dis-creción, noble carácter
y honorabilidad.

Debiéndose reunir el Congreso 40 días
después de la muerte del Dr. Zaldua, el Dr. Roldán
me pidió los datos que yo hubiera recogido para la memoria
de Relaciones Exteriores que debía ele-varse al Cuerpo
Legislativo. Yo le presenté el texto completo de dicha
Memoria con todos los documentos anexos y el nuevo Mi-nistro lo
aprobó en todas sus partes y lo presentó al
Congreso en cumplimiento del precepto constitucional,
manifestando al Cuerpo Legislativo que mi Memoria estaba adoptada
sin modificación al-guna por el Ministerio del cuál
él era titular y recomendó la adop-ción de
las reformas trascendentales que yo proponía, entre las
cuales, como la principal, se contaba la de erigir en
Administra-ciones de Hacienda los Consulados de la
República

Esta importantísima reforma que tenía por
objeto establecer nuevas y seguras fuentes de renta en el
Exterior, fué acogida sin vacilar por el Congreso y ha
dado los mejores y más benéficos resultados para la
República.

Sin comprender por qué motivo o razón,
desde la fundación de la República los
Cónsules derivaban como emolumentos o sueldos todos los
productos de las facturas consulares de las mercaderías
que se importaban a Colombia. Así, pues, algu-nos
Consulados eran verdaderas sinecuras y por la tanto muy
solicitados por los que conocían las rentas en oro que
esos puestos producían. El Consulado de Liverpool, por
ejemplo, llegó a pro-ducir hasta 4.000 libras esterlinas
por año, que embolsaba el Cónsul exclusivamente,
gozando asi de un sueldo tres veces mayor que el del Presidente
de la República. El de Nueva – York también
alcanzó a tener hasta 20.000 dollars por año, y
así en graduación descen-dente los Consulados del
Havre, Saint – Nazaire, Hamburgo, Sout-hampton etc.
etc.

Con la reforma que yo propuse, existe desde
aquella época una pingüe renta para el Tesoro
público en monedas extranjeras, que le ha servido pata el
sostenimiento del Cuerpo Diplomático y Consular y aun para
subvenir en parte a otros gastos de Co-lombia en el
Exterior.

Otra de las medidas importantes que adoptó el Dr.
Roldán y que yo había presentado en la Memoria,
fué la de reclamar de la Compañía del Canal
de Panamá la mitad de la indemnización que se
debía al Ferrocarril del Istmo por los perjuicios que a la
vía ferroviaria debía causar la apertura de la
acuática. De esta cuantiosa indemnización>
fijada por árbitros, la mitad correspondía a
Colombia como co-propietaria del Ferrocarril y según lo
estipu-lado en el contrato de 1851.

El derecho de la República era perfectamente
claro y valioso y aun el Sr. de Lesseps, quien para evitar el
pago de la indemnización a la Compañía del
Ferrocarril, haciendo una compensación de los derechos de
ésta con las responsabilidades de la del Canal,
compró la mayoría de las acciones del Camino de
hierro, tuvo que reco-nocer que los derechos de Colombia no
podían ser olvidados a virtud de la confusión de
obligaciones y deberes entre las dos
Compañías.

En virtud de mis indicaciones y de las del Dr.
Roldán el Gobierno del Sr. Otalora envió a Europa
para hacer la reclamación a la Compañía del
Canal al renombrado abogado y muy honorable hombre público
Dr. Gil Colunje, quien había sido Ministro de Relaciones
Exteriores en la segunda Administra-ción del Dr.
Murillo.

Nada pudo conseguir el Dr. Colunje en sus gestiones ante
la Compañía del Canal, pues el Sr. de Lesseps se
denegó a re-conocer a Colombia su perfecto derecho a la
indemnización y se contenté con hacer un
préstamo a la República de s millones de
francos.

Mas tarde, cuando la Compañía francesa del
Canal de Pana-má resolvió sigilosamente vender al
Gobierno americano la em-presa y todos sus derechos emanantes del
contrato con Colombia, pidió una prórroga al
Gobierno de la República por cierto número de
años, porque de otra manera todo lo que existía
como elemento de la empresa, pertenecía de pleno derecho a
la República de Colombia. Y esta prórroga, tan
inoportuna como desgraciada, fué acordada
impremeditadamente por el Gobierno colombiano. De esta manera, la
empresa del Canal fué vendida al Gobierno ame-ricano por
la suma de 200 millones de francos que debieron cor-responder en
su totalidad a Colombia, puesto que ésta, en
posesión

de todos los derechos y elementos de la empresa, sin la
malhadada piórroga, los habría podido vender a los
Estados Unidos por la enorme suma mencionada. Y sin embargo, la
prórroga fué acor-dada por la miserable cantidad de
5 millones de francos, que ni siquiera llegaron a Colombia porque
se emplearon en pagar al-gunas viejas deudas de la
República.

¡ Cuán desgraciada ha sido la
República de Colombia en sus gestiones financieras en el
Exterior! La valiosa empresa del Canal, en la cual fincaba tan
risueñas esperanzas para el porvenir y que de derecho le
pertenecía por no haber cumplido los empre-sarios sus
obligaciones, le fué escamoteada por una suma
insig-nificante; y mas tarde los Estados Unidos, quienes no
podían tener titulo perfecto a la Empresa del Canal,
sin la aprobación del Gobierno colombiano, no
solamente no le han pagado nada por el derecho de traspaso de las
acciones del Canal, sino que le arrebataron con inaudito
atropello el Istmo de Panamá, la porción mas
valiosa e importante, por su situación geográfica
excepcional, del territorio de la República, la finca de
mayor precio del dominio nacional.

Y hasta las 50.000 acciones que Colombia tenía en
la em-presa del Canal, fueron a parar mas tarde en su mayor parte
a poder del Fisco francés como derecho de registro del
contrato.

Los valiosos derechos que tiene Colombia como accionista
en la empresa del ferrocarril de Panamá, conforme al
contrato de 1851 y que no han desaparecido con la
soberanía sobre el Istmo, puesto que son derechos que
tiene la República de ca-rácter privado como
persona jurídica y parte contratante tampoco han sido
reconocidos por la Empresa del ferrocarril, ni por el gobierno
americano poseedor de la mayoría de las acciones de
éste. Y lo mas extraño es que ningún
gobierno de Colombia ha querido hacer esta justa y clara
reclamación, a pesar de los esfuerzos que yo he hecho por
la prensa y como miembro del Congreso, repetidas
veces.

El negociante italiano Ernesto Cerruti tomó parte
en la revolución de 1877, desconociendo su carácter
de neutral y formó una Compañía en la cual
figuraron socios colombianos. La com-pañía
fué establecida con carácter nacional bajo el
imperio de la ley civil y del Código de Comercio del
entonces Estado soberano del Cauca.

A pesar de que Cerruti había perdido su
carácter de neutral y de que la Compañía
comercial colectiva – que él había formado no
podía en ningún caso considerarse como
Compañía italiana, el Gobierno de Colombia,
después de haber cometido una serie de errores
diplomáticos (entre otros los de reconocer a Cerruti su
carácter de neutral y permitir que la
Compañía nacional se considerase como
Compañía extranjera) se vió forzada a
aceptar la reclamación y a pagar a Cerruti una enorme
suma, en virtud de la sentencia arbitral del Presidente
Cleveland.

Pero aun mas. Cuando el Almirante Candiani vino á
recla-mar la indemnización de Cerruti, el Gobierno de
Colombia le en-tregó 20. 000 libras esterlinas como
garantía o prenda de que se pagaría la suma
reclamada por Cerruti. Estas 20. 000 libras fueron depositadas en
un Banco de Londres y, a pesar de que fué pa-gado
íntegramente Cerruti, estas 20.000 libras con sus
intereses también se perdieron por errores de nuestra
Cancilleria.

Lo mismo ha acontecido con los asuntos de Cherry-Punchar
y varios otros de menor importancia.

Al separarme del Ministerio de Relaciones Exteriores y
considerando que, con la muerte del Dr. Zaldua, entraría
en la agonía política la parcialidad liberal,
porque la reacción iniciada por Nuñez en 188o no
tendría ya dique alguno, resolví sepa-rarme de la
politica militante y buscar en las especulaciones lícitas
y activas del comercio los medios de acrecentar mi pequeño
capital, para proveer a las necesidades de la subsistencia y
for-mación de mi tierna familia.

Las leyes del Estado soberano de Cundinamarca, por
inicia-tiva de un distinguido cuanto modesto hacendista, Dr.
Tomás Castellanos, contenían disposiciones
protectoras de Establecimientos de crédito que tuvieran
por base de responsabilidad la propiedad raíz. Estudiando
dichas leyes, concebí el proyecto de establecer en
Bogotá un Banco de Crédito territorial o
Hipotecario como existía en casi todos los países
civilizados y aun en la República vecina del
Ecuador.

Después de madurar bien el asunto y formar el
plan de organización del Banco, invité a los
principales capitalistas de la capital, tales como los
Señores Alfredo y Pablo Valenzuela, Kop-pelí y
Schloss, José María Urdaneta, Rafael Rocha
Castilla; Gabriel Vengoechea, Cecilio Cárdenas, Francisco
Vargas, Vicente Antonio Vargas, Gutiérrez y Escobar y
otros cuyos nombres escapan a mí memoria, para establecer
el expresado Banco.

Después de la exposición que hice yo a
estos caballeros, el proyecto de establecer el Banco fué
aceptado con entusiasmo y entre los concurrentes se
suscribió el capital de un millón de pesos
oro.

Firmada la escritura de asociación y arreglado el
local del Banco en la hermosa casa del Sr. Saravia, situada en la
esquina que forman la Calle Real y la Plaza de Bolívar,
diagonalmente frente a la Catedral, el Establecimiento
empezó a funcionar bajo mi Administración y
Gerencia, y teniendo por Consejeros Directores a los Sres.
Salomon Koppel, Francisco Vargas, Vicente Antonio Vargas. Pablo
Valenzuela y Cecilio Cárdanas.

Por Vía de ensayo, el Banco expidió
Cédulas hipotecarias con responsabilidad de las fincas
raíces que recibía en hipoteca de los
préstamos, pero estas Cédulas no eran amortizables
por sorteo como en el Crédit Foncier de Francia y en otros
Esta-blecimientos similares, sino que se pagaban a determinados y
largos plazos. El interés para los préstamos
hipotecarios se fijó al 8% anual y los plazos se otorgaron
a términos indefinidos, según la voluntad de los
prestatarios.

Los préstamos se hicieron al principio con
garantía hipote-caria, mitad en dinero y mitad en
Cédulas, para ir aclimatando la circulación de
estos papeles de crédito. También se ocupaba el
Banco en operaciones prendarias y prestaba los servicios de
mantener los fondos de los clientes en depósitos en cuenta
cor-riente, y en todas las demás funciones que le
permitían las leyes de Cundinamarca.

Los éxitos que tuvo el nuevo Establecimiento
fueron sorpren-dentes. Inmovilizada la propiedad raíz no
prestaba mas servicio que el propio de criar ganados y producir
artículos alimenticios, en lo rural, y de habitaciones y
servicios de alojamiento en lo urbano. Con el nuevo Banco, las
propiedades procuraron a sus dueños el servicio peculiar
de ellas y el del capital que repre-sentaban, puesto en
movimiento por medio de los préstamos del Banco. El
interés bajó del 12 al 8% lo cual fué un
alivio para los necesitados de capitales para empresas
comerciales y agrícolas. Las Cédulas aumentaran el
medio circulante por ser dichos pa-peles convertibles por dinero
a sus plazos y prolongados estos hasta por 4 y mas años,
los préstamos pudieron acometer em-presas que no les
permitían los préstamos de los bancos comer-ciales
de giro y descuento, los cuales nunca prestaban a mas de 6 meses.
La seguridad de los préstamos, garantizados por la mitad
del valor de propiedades, de títulos sanos, previamente
estudiados y avaluados, revistieron de un crédito
ilimitado al Establecimiento, y los capitales ociosos acudieron
en sumas ingentes al Banco, en calidad de depósitos y de
cuentas corrientes. El Banco Hipotecario, que fundamos en 1883,
tuvo una exis-tencia fecunda y brillante, pero muy corta, porque
la Regene-ración del Dr. Nuñez, que todo lo
trastorné> sobre todo en el campo económico,
tuvo a bien declarar derogadas las leyes pro-tectoras del Banco
en virtud de las cuales éste se había fundado. Por
otra parte, el establecimiento del curso forzoso del papel moneda
y, peor aun, la prohibición de estipular moneda en los
contratos, so pena de nulidad de éstos (atentado y
escándalo eco-nómico inaudito que solamente se ha
perpetrado en Colombia), hirieron de muerte al Banco Hipotecario.
Imposible era que un Establecimiento que daba dinero prestado a
largos plazos, pudiese hacer la recaudación de sus
caudales, entregados en oro, en una especie depreciada de papel
como era el billete del Banco Na-cional.

Además, el Banco ya no tenía los
privilegios legales para hacer los cobros. La ruina del
Establecimiento era inevitable cuando los deudores empezaran a
hacer sus pagos en papel moneda, que cada día se
depreciaba más y más. En tal virtud, los
accio-nistas resolvieron, después de la guerra de
í88~, liquidar el nuevo y floreciente Establecimiento, lo
cual tuvo lugar en 1886, como lo referiré mas
tarde.

El primer Banco Hipotecario, pues, que se fundó
en Co-lombia, fué una de las primeras víctimas de
la Regeneración ad-ministrativa fundamental proclamada por
el Dr. Nuñez en 1880. Durante la guerra de 1885,
también recibió el Establecimiento un golpe directo
y terrible de parte del Gobierno, como lo referiré con
detalles adelante.

En lo general, el Gobierno del Dr. Nuñez y el
Consejo de Delegatarios que él congregó
dictatorialmente para dar una nueva Constitución al
país, después que él había derogado
por sí y ante si la de Rio-Negro, fueron adversarios
declarados, no sola-mente del Banco Hipotecario, sino de los
demás Establecimientos de crédito de la
República, quitándoles todas sus prerrogativas
legales. Probablemente entraba en el pensamiento del Dr.
Nuñez dejar únicamente en Colombia, como Centro del
Crédito de la República, el Banco oficial que
llevó el nombre de Banco Nacional y que Pié la
causa eficiente y primera de la ruina general y del trastorno
económico producido por el papel moneda y por la
prohibición de estipular la moneda en los contratos. Hoy
toda-vía, después de mas de 30 años de
sufrir el terrible flagelo, no ha podido la República
curarse de las profundas heridas que el causó en su
organismo económico.

Quiero hacer un boceto en esta parte de mis Memorias de
dos de los mas entusiastas y activos fundadores del Banco
Hi-potecario, que, al propio tiempo, eran mis mejores amigos. Su
prematura muerte ha sido uno de los golpes mas crueles que he
recibido en mi larga existencia, y esos dos hombres que yacen en
el lugar del eterno reposo, conservan vivo en mi corazón
el recuerdo de su noble carácter y de su invariáble
y leal amistad. A su memoria tnibutaré un culto
inalterable en el fondo de mi espíritu, mientras no llegue
la hora ya cercana de reunirme con ellos en la tumba. Esos dos
nombres queridos son los de los Señores Vicente A. Vargas
y Pablo Valenzuela.

Era Vicente un hombre alto, flexible y bien
proporcionado. Sobre un cuerpo elegante, siempre ágil y
recto, se destacaba una hermosa cabeza, coronada por espesa
cabellera negra y en la cual brillaban dos grandes ojos oscuros y
una boca agraciada, bajo una tez pálida y mate que
realzaba sus hermosas facciones y era manifestación de la
distinción de su linaje y de su bello
carácter.

Pero si las dotes físicas con que lo
favoreció la naturaleza salían de la órbita
de lo común en el campo de la belleza mas-culina, sus
facultades intelectuales y morales rayaban en lo
ex-traordinario.

De una actividad infatigable, Vicente, aunque
vástago de una familia muy honorable de la
aristocrática San Gil, en el Estado de Santander,
fué un joven pobre y desde temprana edad tuvo necesidad de
abandonar los claustros del Colegio para buscar en el trabajo los
medios de subsistencia y los elementos que son indispensables
para la lucha por la vida.

Asociado a un joven capitalista, hijo de un amigo de su
familia, el acaudalado negociante y propietario D. Pedro
Dor-delly, Vicente se dedicó a la Carrera del comercio, en
la cual bien pronto obtuvo el primer puesto por sus raros
talentos para las especulaciones mercantiles, su actividad y
consagración incompa-rables, su rectitud severa y su alta,
incontrastable honorabi-lidad.

Al rayar el alba, Vicente abandonaba el lecho y,
después de asistir al sacrificio de la misa y practicar
sus actos religio-sos, acudía a su almacen para trabajar
sin descanso durante todo el día> exceptuadas las horas
da las comidas hasta la caída de la tarde hora en la cual,
después de cambiar de vestido, hacía un largo paseo
a pié por la que es hoy Avenida de la República,
casi siempre en mi compañía.

La labor constante de Vicente, sus hábiles
combinaciones comerciales, su talento casi genial para esta clase
de trabajo y su asiduidad inquebrantable, dieron bien pronto sus
benéficos fru-tos. Vicente en pocos años
levantó uña bella fortuna, que lo co-locó
siendo joven en la primera línea del Comercio y de la
Sociedad de Bogotá. Contrajo matrimonio con una
distinguida señorita, hija del célebre
médico inglés Dr. Cheyne, instalé su hogar
con magnífico mobiliario "en una de las mejores casas de
la ciu-dad, la cual vino a ser uno de los primeros Centros de
reunión y de obsequios espléndidos para sus
numerosos amigos y relacio-nados,

Tanto en su modo de vivir, como en su porte social, en
los vestidos. Vicente se distinguía por la elegancia, el
buen gusto y el esplendor. El ajuar de su casa y la ropa del uso
de su familia, importados de Europa, eran de primera calidad y
del mas alto valor. Constantemente reunía en su casa para
obsequiar con banquetes y saraos a lo más selecto de la
Sociedad bogotana, y era acicalado, pulcro y exquisito en los
detalles del comercio social.

Además de las bellas cualidades que adornaban al
hombre de familia, de sociedad y de negocios, poseía
Vicente un corazón de oro, en el cual se anidaban los
más nobles sentimientos y una caridad infinita. Generoso
hasta la prodigalidad, de su bolsa salían constantemente
auxilios para los menesterosos y dinero para los miserables.
Piadoso sin ostentación, cumplía sus deberes
religiosos como el mas severo católico. Generoso sin
reser-vas, sus amigos y sus parientes estaban siempre colmados
por muníficos regalos. Su caridad, que se manifestaba en
todos sus actos y proyectos, lo condujo al sepulcro a los 42
años de edad, cuando estaba en la plenitud de su vida y de
su posi-ción, disfrutando ampliamente de la fortuna que
había adquirido a fuerza de inteligencia, actividad y
perseverancia. Habiendo a-ceptado el puesto de Síndico del
Hospital de Caridad, sin remuneración alguna,
consagró al desempeño de este puesto de labor y de
peligro la misma consagración y actividad que a sus
negocios de comercio, y allí en el Hospital fué
contagiado de terrible epidemia de tifo reinante en
Bogotá, que en pocos días cortó la
existencia de una de las figuras mas brillantes, mas no-bles y
mas virtuosas del comercio y de la sociedad de
Bogotá.

Como amigo, Vicente era incomparable y yo, que tuve la
fortuna de ser su amigo predilecto, puedo dar testimonio treinta
años después de su muerte, de que nunca he
encontrado un in-dividuo que, sin ser ligado por vínculos
de sangre, se hiciera tan partícipe de los éxitos y
fortunas de otro para regocijarse, y de sus vicisitudes y
desgracias para condolerle, como Vicente, quien no conocía
la envidia y poseía esa excelsa y rara caridad que
con-siste en sentir placer por la fortuna de los otros y pesar
por sus infortunios.

Es, pues, todavía, mas con el corazón que
con el pensamiento que consagro este recuerdo a la memoria
venerada de Vicente.

Pablo Valenzuela que sobrevivió muchos
años a Vicente, me pudo proporcionar largo tiempo todos
los encantos de su leal e inalterable amistad, puesto que hace
apenas seis años que murió en París,
víctima de un atropello de automóvil.

Era Pablo un hombre de hermosa y distinguida figura. De
elevada estatura sin ser exagerada, de bellas proporciones, de
fac-ciones que acusaban la nobleza de su nacimiento y de su
corazón, dos hermosos ojos negros brillaban con intensidad
al través de sus anteojos que nunca abandonaba porque era
excesivamente miope. Su magnífica dentadura, cuidada con
esmero, blanqueaba en medio de los labios rojos de una boca llena
de gracia y mo-vimiento, bajo la sombra de espesos y negros
mostachos. Si se quisiera buscar- el tipo moderno de la elegancia
física, moral y social de un hombre, seguramente se
encontraría completa en Pa-blo Valenzuela.

Miembro de una de las familias mas distinguidas y de
mejor posición de Bogotá, Pablo había
recibido una educación esmerada que nunca se
desmintió, ni en su porte social, ni en ningún de
los actos de su vida. De maneras exquisitas, esmerado y pulcro en
su vestido, hablando siempre en voz baja y en tono mesurado, no
contradiciendo nunca, Pablo había podido servir de modelo
a Lord Chesterfield para educar a su hijo.

Pero si sus dotes físicas y de educación
eran insuperables, no lo eran menos las de su intelectualidad y
de sus sentimientos. Pablo había hecho estudios y
lecturas, bien aprovechados y dige-ridos, que habían
colocado su cultura intelectual a la altura de su cultura social,
de tal manera que Pablo, a pesar d~ su retraimiento y de su
modestia genial, habría podido ocupar «par droit
de naissance et par droit de conquete »
un
sillón académico.

Y no solamente Pablo era un hombre ilustrado: su talento
y su criterio, casi siempre acertado y sólido en su
discernimiento

y en sus juicios, hacían de él un
excelente y provechoso con-sejero. En su familia, era el Director
de todas los asuntos que pudieran interesarles con sus consejos,
siempre oportunos y desin-teresados.

Además de sus eximias dotes físicas e
intelectuales era Pablo poseedor del corazón más
noble que pudiera abrigar un ser hu-mano. Absolutamente
extraño a todo sentimento de emulación, de envidia
o de cualquier móvil vil o bajo, Pablo se complacía
con los éxitos y triunfos de sus amigos como sí
fueran propios y los pregonaba entre sus relacionados con tanto
placer como sinceridad.

La caridad de Pablo, como la de Vicente, era infinita.
Todos los desgraciados que ocurrían a buscar la bolsa de
Pablo eran socorridos sin que su mano izquierda supiera nunca los
auxilios que había prodigado la diestra,

Pablo huía siempre de las fiestas sociales y de
las reuniones públicas, sobre todo si eran ruidosas, pero
cuando un amigo se hallaba enfermo, sus visitas cotidianas, sus
cuidados y su interés por él, eran infalibles.
Nunca dejaba de concurrir a los funerales de sus relacionados y
siempre regaba con lágrimas sinceras los des-pojos
mortales de sus parientes y amigos.

En resumen: elegancia física, cultura intelectual
cultura so-cial, nobleza de corazón y verdadera caridad
cristiana, eran los elementos que formaban la personalidad
exquisita de Pablo Va-lenzuela.

Alguna vez, que, en una comida que ofrecí a
algunos amigos en mí casa, me propuse, como pasatiempo de
sobre-mesa, consagrar a cada uno de los comensales una octava
real im-provisada para que los otros adivinaran a quien estaba
dedicada; todos los concurrentes de uno y otro sexo,
exclamaron

«: ese es Pablo Valenzuela » cuan4o
recité la siguiente estrofa:

Forma su ser conjunto de armonía

En que no se percibe nota falsa

Y la mas refinada cortesía

Su cultivado espíritu realza.

Rechaza en singular filosofía

La sociedad que a su pesar le ensalza;

Mas bajo ese exterior indiferente

Un corazón muy noble está latente
».

CAPITULO XXXIV

La Revolución
de 1885

SUMARIO. El Doctor Otálora termina el periodo
presidencial del Dr. Zal-dua. – Violenta oposición de los
conservadores. – Sus amigos lo im-pulsan a la reelección.
– No se atreve a entrar en esta aventura. El Dr.
Nuñez es elegido nuevamente Presidente de la
República y se posesiona en 1884. – En el Estado de
Santander se elige Presidente al Dr. Francisco Ordoñez, no
obstante haber obtenido la mayoría de los sufragios el
General Eustorgio Salgar. – Conservadores y liberales de
Santander protestan contra la elección de Ordoñez y
piden al Presi-dente Nuñez la rectificación del
escrutinio. – Nuñez envía dos comisio-nados a
Santander. – Convócase una Convención electoral
para rectifi-car el escrutinio. – La Convención desconoce
su mandato, no rectifica los escrutinios y elige Presidente del
Estado al General Camargo. – El co-misionado de Nuñez
González Lineros disuelve la Convención. – El
Gene-ral Hernández inicia en Cúcuta la
revolución contra el Gobierno de Nuñez.
La revuelta prende pronto en la República.
Gaitan Obeso, Jefe liberal, se apodera de los buques
del Magdalena y ocupa a viva fuerza a Barran-quilla. –
Expedición de Ayapel. Camargo asume la Jefatura de la
guerra en el Norte de la República. – Batalla sangrienta
de la Humareda, en la cual quedan destrozadas las fuerzas de la
revolución. – Triunfo com-pleto de Nuñez, quien
declara por sí y ante sí abolida la
Constitución de Rio-Negro. Convoca una Asamblea
o Consejo de Delegatarios para dar un nuevo Estatuto al
país.

La Administración del Dr. Otalora fué
pacífica, a pesar de la violenta oposición que
algunos corifeos del bando conservador le hicieron, porque
él no quiso hacer avanzar la reacción iniciada por
el Dr. Nuñez y no proveyó en gran número los
puestos ad-ministrativos a individuos de esa parcialidad
política. La prensa tronó contra el Designado y
llevó su saña hasta perseguirlo des-pués de
que terminó su período constitucional y se
retiró a una población de clima cálido
llamada Anapoima.

La diputación conservadora encabezada en la
Cámara por el General Manuel Briceño, inteligente,
valeroso y activo adalid del conservatismo militante
intentó una extensa y violenta acusación contra el
ex-Presidente Otálora que lo llenó de amargura
hasta causarle una muerte prematura.

Bajo la faz política, la administración
Otalora fué muy agi-tada porque estuvo colocada entre dos
corrientes violentas y con-trarias. La de los conservadores que
exigían del Presidente una marcha rápida hacia la
reacción y los liberales que lo contenían, para que
gobernara solo con el partido independiente. Entre tanto el
liberalismo doctrinario o sea el radicalismo como se le llamaba,
reunía sus tribus dispersas después de la muerte de
Zaldua para entrar en juego mas o menos tarde, en la lucha activa
de la po-lítica.

Algunos liberales independientes que temían una
nueva elec-ción del Dr. Nuñez, la cual se esbozaba
en el horizonte político y se preparaba de un modo
formidable, formaron el proyecto de reelegir al Dr. Otalora para
el próximo período constitucional, basándose
en que, no siendo Presidente titular sino un Desi-gnado, que
ejercía accidentalmente la Presidencia, no era aplica-ble
a él la disposición que prohibía la
reelección del primer Ma-gistrado en el período
siguiente.

Esta intriga política, que era patrocinada por el
alto prestigio del General Trujillo, quien, como ya lo he dicho,
se había sepa-rado del Dr. Nuñez para tornarse en
implacable adversario de su política, alarmó
vivamente a los conservadores, quienes fincaban las mas
halagüeñas esperanzas en la próxima
elección de Nuñez.

Los conservadores de la capital, encabezados por el
General Posada, Secretario de Otálora, llamaron por cable
al Dr. Carlos Holguín, quien se hallaba en Europa en el
ejercicio de sus fun-ciones diplomáticas, para que viniese
a apoyarlos en su campaña de resistencia a la
reelección.

Otálora, tentado por la ambición y
quizá animado de un sentimiento inspirado por su viejo
credo liberal, pero temiendo por otro lado hasta una guerra
civil, vacilaba en decidirse a a-ceptar la candidatura y apoyarla
por todos los medios de su po-sición oficial.

Holguín pidió licencia para separarse de
sus puestos diplo-máticos y marchó inmediatamente
para Bogotá.

Bajo la dirección de este jefe, los conservadores
redoblaron sus esfuerzos para impedir que Otálora fuera
reelegido y para asegurar la elección de
Nuñez.

No obstante, Otálora parecía decidido a
entrar en la lucha electoral, a la cual lo impulsaban
irresistiblemente sus sentimien-tos de viejo liberal y su natural
ambición de continuar en el ejer-cicio del Poder; pero un
suceso desgraciado, la muerte del ilustre General Trujillo,
principal apoyo de ese proyecto político, que fué
llamado la Evolución le hizo retroceder y le obligó
a desistir por completo de la reelección.

Casi al mismo tiempo que murió el
General Trujillo, falleció el General Evaristo de la
Torre, meritorio liberal de Pur sang y entusiasta
partidario de la reelección de Otálora.

Con este motivo, el Dr. Januario Salgar, uno de los
próce-res de la Revolución de Santander, prisionero
del Oratorio y hombre de mentalidad fina, dijo, con su habitual
espiritualismo, que en el juego de ajedrez de la política
los liberales habían per-dido la reina (aludiendo a la
muerte de Trujillo) y la torre (con alusión al General de
este nombre); pero que los independientes triunfaron porque
habían logrado coronar un infante.

Con el fracaso de la Evolución o sea el proyecto
de reelegir a Otálora, la elección de Nuñez
no tuvo oposición y ese eminente hombre de Estado
entró al ejercicio del poder en el año siguiente de
1884, con el apoyo decidido y entusiasta de todo el partido
conservador.

Durante esta segunda administración de
Nuñez tuvieron lu-gar los graves acontecimientos
políticos, promonitores de la caída definitiva del
liberalismo, en su mayor parte causados por la im-paciencia y
falta de criterio político de los directores de esta
Comu-nidad decapitada por la muerte del Dr. Murillo.

No obstante su inmenso prestigio y el apoyo decidido e
in-condicional que le ofrecía el bando conservador,
Nuñez no se atrevía a afrontar decididamente la
lucha con el liberalismo el cual, aunque separado del ejercicio
del Gobierno general, contaba aun con el Poder en siete de los
nueve Estados soberanos que for-maban entonces la Unión
colombiana. Persiguiendo el propósito de procurar una
reforma fundamental en las instituciones del país
organizó su Ministerio con elementos radicales de alta
posición en la República y amigos personales,
cómo eran los Genera-les Eustorgio Salgar y Santos Acosta
exPresidentes de la U-nión, dejando los otros puestos del
Ministerio para los indepen-dientes y conservadores.

Quizá, y por segunda vez, si entre los liberales
de esa é-poca hubiera habido cordura y tino
político, se habría evitado la guerra de 1885, la
caída del liberalismo y la terrible reacción
conservadora que surgió en 1886, porque apoyando a
Nuñez en sus proyectos de reforma constitucional,
habría continuado en el Poder la Comunidad liberal bajo la
suprema e inteligente direc-ción del Presidente y con
reformas saludables de las instituciones. Nuñez era un
verdadero hombre de Estado, político oportunista, sin
principios fijos en materias políticas, y espíritu
flexible y ma-leable que se adaptaba fácilmente a todas
las situaciones y con-veniencias políticas. En tal virtud,
no es aventurado afirmar que Nuñez hubiera continuado de
jefe del liberalismo y hubiera lle-vado a cabo el cambio o
reforma de la Constitución de acuerdo con los anhelos y
necesidades de la nación.

Desgraciadamente, la carencia de
cálculo político y quizá el egoísmo
de algunos de los corifeos del liberalismo, precipitaron los
acontecimientos en sentido contrario y produjeron la
catástrofe de 886, como paso a referirlo.

En repetidas ocasiones, Nuñez conferenció
con el Doctor Fe-lipe Pérez, uno de los principales
directores del liberalismo doc-trinario y el primer periodista
liberal de la época, y encontró en este
político eminente las mejores disposiciones para
enten-derse con el Presidente en materias políticas y de
reforma cons-titucional. No sucedió así con el Dr.
Parra espíritu inflexible, quien no quiso ni siquiera
asistir a una conferencia a la cual lo invitó
Nuñez.

A fines de 1884 debía hacerse la elección
popular de Pre-sidente del Estado soberano de Santander, que era
entonces con-siderado como el Centro principal del liberalismo
doctrinario. Los liberales mas notables de esa importarte
sección de la República presentaron la candidatura
del General Eustorgio Salgar, con be-neplácito y apoyo de
Nuñez, porque, además de ser un amigo personal,
ocupaba el primer puesto en su Ministerio como Secre-tario de lo
Interior y Relaciones Exteriores.

Desgraciadamente, el General Solon Wilches, Gobernador a
la sazón de Santander, repugnaba la elección de
Salgar porque comprendía que sobre este hombre ilustre, no
podría conservar las influencias que esperaba tener sobre
un sucesor de mediana importancia política y deudor de su
elección. Impulsado por es-tos sentimientos, el General
Wilches presentó la candidatura oficial del Señor
Francisco Ordoñez, su amigo estrecho y leal.

La lucha electoral se empeñó con
vehemencia, y, a pesar de que la mayoría de los electores
votaron por el General Sal-gar como era de esperarse, y de que
éste era el legítimamente elegido, el Presidente
Wilches desplegó toda especie de influen-cias oficiales, y
por medio de anulación de registros legítimos y de
validación de registros apócrifos, logró que
la Junta escruta-dora declarase elegido al Sr. Ordoñez
Presidente del Estado para el periodo siguiente.

Este fraude electoral, que por primera vez se
cometía en el Estado de Santander, en donde siempre se
había conservado con hermosa tradición, la pureza
del sufragio, despertó en todo el Estado una violenta
conmoción popular que lo puso al borde de la guerra civil.
Liberales doctrinarios y conservadores levantaron protestas
enérgicas contra el fraude electoral, y se dirigieron al
Dr. Nuñez para pedir su ingerencia inmediata a fin de que
se anulara la pseudoelección de Ordoñez.

Nuñez amigo personal del General Salgar, amigo
político de Wilches y de Ordoñez, independientes
acogió, no obstante, con be-nevolencia las justas demandas
del pueblo de Santander y con el fin de impedir que la
exaltación popular se desatase en una lucha fratricida
interna, envió dos comisionados a Santander para propo-ner
a los partidos que se aviniesen y reunieran una Convención
elegida libremente que rectificara los escrutinios y declarase la
legitima elección de Presidente del Estado. Estos dos
comisio-nados fueron escogidos por Nuñez entre los dos
bandos liberales, sin elemento ninguno del partido conservador.
Como a liberal radical designó Nuñez a Felipe
Zapata, de quien he hablado varías veces en este libro, y
como a liberal independiente al Dr. Narciso Gonzalez Lineros,
redactor del periódico llamado « La Reforma
» y distinguida personalidad política, por su
ilus-tración y su laboriosidad.

Estos dos Embajadores de paz (ambos naturales ú
origi-narios de Santander) llevaban amplias instrucciones de
Nuñez para arreglar los disturbios del Estado. Y justo es
consignarlo en los fastos de la Historia, pocas veces un
Magistrado obré con mas tino, cordura y sinceridad que
Nuñez en esa emergencia política.

Los dos comisionados llegaron a la capital de Santander
y persuadieron a Wilches que, para evitar una guerra interna
apoyada por el Gobierno nacional y que triunfaría
indudable-mente, era necesario que aceptase la propuesta de
reunir una Convención para rectificar el escrutinio y
declarar con libertad y justicia el futuro Presidente del
Estado.

Wilches se sometió a las proposiciones de
Nuñez y se dejó convencer fácilmente por los
dos inteligentes comisionados y por la verdad de sus
razonamientos. Desistió de la pretensión de imponer
a Ordoñez y aceptó la convocatoria de la
Convención. Las elecciones para este Cuerpo se hicieron
con toda calma y legalidad, y como era de esperarse, fueron
elegidos miembros de ella los mas distinguidos radicales de
Santander, contando entre estos al mismo Felipe
Zapata.

Desgraciadamente este hombre, de talento insuperable y
de incontestable prestigio; especialmente en Santander, no quiso
esperarse a ver el resultado de la Convención, la cual
habría sido dirigida por él con la
sindénisis y el acierto que requerían las
circunstancias, y se volvió a Bogotá, dejando solo
a Gonzales Lineros para representar a Nuñez y presidir el
arreglo po-lítico electoral. Zapata, quien poseía
facultades superiores, tenía el defecto de ser frío
e indolente en los asuntos políticos.

La Convención de Santander, que había sido
formada gra-cias a la intervención de Nuñez, no
estuvo a la altura de su misión ni comprendió todo
el alcance político que entrañaba su labor, casi
exclusivamente electoral puesto que había sido ele-gida
con el mandato exclusivo de rectificar las elecciones y
pro-clamar la elección del candidato que hubiera obtenido
la ma-yoría de los sufragios. Y en vez de declarar elegido
al General Salgar, quien además de haber sido Presidente
de Santander y de la República y de ser radical de pura
sangre, había obteni-do una gran mayoría de votos
en la elección popular la Convención se
declaró Cuerpo Constituyente Soberano y desconoció
a su turno la elección de Salgar.

Y no solamente se limité a este atentado, con
desconoci-miento de su mandato, sino que entró
abiertamente en un camino revolucionario, porque se
declaró enemiga del Dr. Nuñez, a quien debía
su creación, y eligió Gobernador del Estado, contra
todo derecho constitucional y legal, al General Sergio Camargo
quien a la sazón era enemigo político y adversario
de Nuñez y se halla-ba muy resentido porque el Presidente
había improbado el Con-venio de modus vivendi con
la Santa Sede, de que he tratado extensamente en este
libro.

Gonzalez Lineros, como representante del Gobierno
Nacional, hizo presente a la Convención que ella
había extralimi-tado sus facultades y había
desconocido su mandato al arrogarse atribuciones que no
tenía ni debía ejercer. Le hizo también
pre-sente el comisionado de Nuñez que el desconocimiento
de la elección era tan graVe como el atentado de Wilches
que ella estaba llamada a reparar, y que estos procederes
facciosos po-drían acarrear muy graves consecuencias
políticas.

La Convención se mantuvo sorda a estas
justísimas admonestaciones y siguió dictando leyes
y disposiciones contrarias a su mandato y agresivas, contra
Nuñez y su Gobierno.

En tal situación y, para prevenir un nuevo
conflicto Gonza-lez Lineros, por orden de Nuñez,
declaró disuelta la Convención, desconoció
sus actos revolucionarios, e impidió materialmente la
congregación de sus Miembros.

La disolución de la Convención
Santandereana, aunque justa y conveniente en esos momentos
fué la chispa que encendió la hoguera
revolucionaria en que ardió la República durante el
año de 1885 y en la cual quedó reducida a cenizas
la Constitución de Rio-Negro y el edificio liberal
levantado en la República a costa de tantas labores
pacíficas y guerreras y de grandes sa-crificios, durante
muchos años.

El valeroso General Hernández, Miembro de la
Convención se fue a Cúcuta, desenvainé la
espada y proclamó la revolución contra el Gobierno
de Nuñez.

Muy pronto la guerra cundió en el Estado y tuvo
eco en el interior de la República y en la Costa
Atlántica.

Entre los grandes errores que ha cometido el liberalismo
por su falta de previsión política y por su
impaciencia para re-cuperar el predomino en la República,
ninguno ha sido tan grave ni tan fatal para la Comunidad como el
que cometió al lanzarse en la guerra de 1885.

En esa época, estaba avanzado el período
bienal del Presidente. En el Congreso, desde la época de
Otálora, se había ve-rificado una reacción
favorable al liberalismo y aquel Cuerpo -le era hostil,
especialmente en la Cámara de Representantes. Siete
Gobernadores de Estados soberanos eran radicales. En tal
si-tuación, Nuñez no habría podido realizar
la reacción que medi-taba. Declarada la elección de
Salgar en Santander e inteligen-ciado éste con el
Presidente, el mismo Salgar habría sido el su-cesor de
Nuñez y ambos habrían consolidado el predominio del
liberalismo.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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