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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 15)



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Pero como nada hay mas cierto que la célebre
maxima: Quos vult Jupiter perder dementat prius»
los liberales de Santan-der, envanecidos por su preponderencia en
el Estado se consideraron árbitros de la República
y se lanzaron sin premeditación ni pre-paración a
una guerra inoportuna e insensata.

Al tener noticia en Bogotá de la
revolución de Santander, los mas notables liberales de la
capital y, los que sin tener esa calidad, habíamos servido
como Secretarios o Ministros de las Ad-ministraciones radicales,
nos reunimos en casa del Director de la Comunidad, D. Santiago
Pérez, a virtud de invitación de éste, para
contemplar la situación de la República con motivo
de la guerra y aconsejar a nuestros amigos de otros puntos de la
na-ción la actitud que deberían asumir en tan
críticas circunstancias.

La reunión fué numerosa y a ella
concurrieron los libera-les de mas alta posición
residentes en Bogotá. Recuerdo entre otros muchos, los
nombres de los Señores Santiago y Felipe Pé-rez,
Jacobo Sánchez, Francisco Eustáquio Alvarez, Juan
Manuel Rudas, Teodoro Valenzuela, Gil Colunje, Dámaso
Zapata, Antonio Vargas Vega, etc. etc. No vienen a mi memoria los
nombres de los Señores Dres. Nicolas Esguerra y Aquileo
Parra: tal vez estaban ausentes de la capital.

Larga y agitada fué esta reunión que tuvo
lugar por la noche. Algunos concurrentes, como los Sres.
Pérez, Vargas Vega y yo, fuimos partidarios decididos de
la paz y creíamos que debía aconsejarse a Hernandez
y a sus compañeros que desistieran de la
revolución, condenada infaliblemente a ser vencida, y a
los copar-tidarios de otros puntos de la República que
conservaran actitud pacífica.

La mayoría de los congregados en esa noche era
partidaria de la continuación de la guerra y del apoyo a
la revolución. Pero con qué armas?, preguntó
Santiago Pérez.

La revolución de la independencia empezó
con palos de escoba y los patriotas vencieron a los veteranos de
Murillo, ven-cedores de Napoleón, contesto Teodoro
Valenzuela.

Pero entonces no había Remingtons ni Winchesters,
replicó Péréz.

La reunión se disolvió sin haber acordado
nada y de ella salió el Coronel Ricardo Gaitan Obeso,
activo e inte-ligente, valeroso y entusiasta adalid liberal, para
ir a Guaduas, lugar de su domicilio e influencias, a
pronunciarse en contra del Gobierno de
Nuñez.

La revolución también tuvo su eco en los
Estados de Bo-yacá, del Tolima y de la Costa
Altántica.

La situación de Nuñez, a pesar de los
elementos que siempre tiene a la mano el Gobierno de una
Nación, era crítica porque el sistema federativo no
dejaba casi ninguna autoridad al Poder central y si todos los
elementos de acción en caso de guerra a los Presidentes de
los Estados soberanos y en esos mo-mentos siete de éstos
estaban gobernados por individuos per-tenecientes al radicalismo,
o sea el partido liberal adverso a Nuñez. Por otra parte,
el principal depósito de armamento perteneciente a la
República, se hallaba en Tunja, capital del populoso
Estado de Boyacá, en donde era Gobernador a la
sazón el General Pedro José Sarmiento, veterano
valeroso, ilus-trado y aguerrido, quien durante mucho tiempo
había sido Co-mandante General del ejército
nacional y era entonces uno de los principales corifeos del
liberalismo.

En tal situación, Nuñez se encontraba
desarmado para ha-cer frente a una revolución que se
presentaba con violentos ca-rácteres y poderosos
elementos.

No obstante, el Presidente no se amedrentó y se
apresté con grande actividad a la lucha. Declaró
turbado el orden pú-blico en la Nación,
ordenó levantar el pié de fuerza a la cifra que
fuese necesaria para sofocar la revolución,
estableció el curso forzoso del billete del Banco nacional
con el carácter de papel moneda, decreté
empréstitos forzosos y voluntarios, y llamó en
auxilio o en apoyo del Gobierno amenazado al partido conser-vador
de la República.

Una de las primeras medidas de Nuñez fué
la de pedir a Sarmiento, Presidente de Boyacá, que
entregara al Gobierno Ge-neral, el abundante parque que
tenía en depósito en Tunja.

Sarmiento que era revolucionario de corazón, pero
al mismo tiempo hombre honrado y militar disciplinado,
creyó que no pocha denegarse a devolver a su propietario
un depósito que se había confiado a su lealtad, y
entregó el parque al Go-bierno de Nuñez. Poco
después Sarmiento, en unión del egre-gio Camargo,
tomaba puesto en las filas revolucionarias, en las cuales
continué basta su heroica y lamentable muerte, acaecida en
ese año.

Mucho se ha censurado la conducta de Sarmiento al
entre-gar el parque de Tunja a Nuñez, puesto que sin esa
circunstancia probablemente habría triunfado la
revolución, de la cual era a-depto convencido el
Presidente de Boyacá, como lo demostró por su
conducta posterior. Se dijo, entonces, que Sarmiento era un
león que se había extraído la dentadura para
morder después

con las encías a su adversario.

Tal censura es justa si se considera la conducta de
Sarmiento desde el punto de vista de la conveniencia
política, o siguiendo el principio de Federico el Grande
cuando decía «que en la guerra no debía haber
mas objetivo que el de triunfar, y a éste objetivo
subordinar todos los medios necesarios, sea que fue-ran
lícitos o no. Pero si se tienen en cuenta los principios
in-mutables del honor y de la moral militar que imponen al
subal-terno la obediencia pasiva al superior y el deber de
devolver un depósito confiado a su probidad, el proceder
del Presidente de Boyacá puede aparecer mas bien laudable
que censurable.

Armado Nuñez con el parque de Boyacá y
habiendo cor-respondido a su llamamiento el numeroso partido
conservador de la República, levantó un poderoso
ejército, formado especial-mente con los contingentes de
reclutamiento que le procuraron los populosos pueblos del Estado
de Cundinamarca, cuyas masas son conservadoras en su gran
mayoría, y dirigidas por los an-tiguos caudillos de las
guerrillas de Guasca.

No obstante, la revolución prendió
rápidamente en los Es-tados de Santander y de
Boyacá, encabezada ya por los in-signes Generales Sergio
Camargo y Pedro José Sarmiento. Al mismo tiempo Gaitan
Obezo había formado un ejército en la parte
occidental del Estado de Cundinamarca, a orillas del Ma-gdalena y
con él había ocupado la ciudad de Honda, puerto
flu-vial y llave de la navegación del gran
río.

Gaitan se apoderé de los buques que se hallaban
anclados en Honda los armó en guerra, embarcó en
ellos su ejército re-volucionario y se dirigió a la
Costa del Atlántico, haciendo una campaña digna de
los mas atrevidos capitanes. Recogiendo a su paso todos los
buques que venían subiendo el río,
armándolos en guerra y aumentando así su flota,
llegó hasta la ciudad de Barranquilla, la cual tomó
a viva fuerza, después de un combate encarnizado que
sostuvieron por parte del Gobierno las fuerzas nacionales que
custodiaban esa plaza como al principal puerto de la
nación.

Dueño Gaitan del primer centro de la Costa
Altántica, en el cual, por otra parte, siempre ha dominado
el elemento liberal, se enseñoreó fácilmente
de los Estados del litoral del Atlántico, que entonces
llevaban el nombre de Bolívar y del Magdalena, quedando al
mismo tiempo dueño absoluto del río, puesto que
todos los vapores se hallaban en su poder.

Los conservadores del Estado de Bolívar y las
autoridades de Nuñez se refugiaron en la capital del
Estado en la his-tórica ciudad de Cartagena, la gran plaza
fuerte de la Repú-blica, cuyas formidables murallas datan
de la época de Felipe II y dentro de las cuales los
patriotas, sitiados por Morillo, en 1 8 í 6,
sostuvieron un sitio tan heroico y preñado de sacrificios
y martirios, que bien puede compararse a los de Sagunto, Numancia
y Zaragoza en España, durante las invasiones de Anibal,
Scipion y Napoleón.

Viéndose Nuñez privado de la
comunicación con la Costa Atlántica y de los
recursos que le ofrecían las principales fuentes es de
rentas de la nación, cuales eran las Aduanas del
Altántico, y, te-niendo al mismo tiempo que hacer frente a
la creciente ola re-volucionaria de Boyacá, Santander,
Cauca y, Tolima, desplegó extraordinaria actividad,
apoyado por el partido conservador.

No pudiendo enviar una expedición a la Costa para
so-meter a Gaitan por carecer de embarcaciones en el Río,
resolvió mandarla por el Estado de Antioquia para que
llegara al corazón del Estado de Bolívar,
después de recorrer mas de cien leguas por entre riscos,
montañas y sabanas cenagosas e intran-sitables, que nunca
habían sido holladas por la planta del hombre.

Esta atrevida expedición, digna de los
españoles cuando con-quistaron la América,
fué formada y equipada en Antioquia, y confiada al mando
de los Generales Juan Nepomuceno Mateus (li-beral independiente)
y Manuel Briceño (conservardor), valerosos y audaces
militares.

Los expedicionarios emprendieron su marcha con mil
difi-cultades hacia el pueblo de Ayapel en las sabanas del
Corozal, o sea en los linderos del Estado de Antioquia con el de
Bolívar. Durante su marcha heroica, el ejército del
Gobierno se vio pre-cisado a abrir trochas y veredas con su
improvisado cuerpo de zapadores, para poder seguir la marcha en
medio de ciénagas y montañas desconocidas,
atravesando ríos invadeables, algunas ve-ces a nado,
careciendo de alimentos, manteniéndose con plantas
silvestres y con animales salvajes que lograban cazar a su paso
en los bosques del trayecto.

Después de una terrible y larga travesía,
la expedición ex-tenuada llegó a las poblaciones
habitables del Estado de Bolívar, en las mas tristes
condiciones e inhabilitadas para poder combatir, de tal manera
que habría sido fácilmente aniquilada por las
fuerzas de Gaitan Obezo, si éste con mas acierto militar
hu-biera ido a su encuentro para atacar y destruir un
ejército mal-trecho y desmoralizado por el abrupto camino
que había atrave-sado, y por las fatigas y las
enfermedades.

Desgraciadamente para la revolución, Gaitan Obezo
había puesto sitio a Cartagena y se había
encaprichado en tomar esta plazo. inexpugnable, con el fin de
ocupar el último centro de las fuerzas del Gobierno en la
Costa, para venir después a destruir la expedición
de Ayapel.

En esos momentos, la estrella de la revolución
que tan brillante había aparecido en el horizonte
político, empezó a palidecer y a descender a su
ocaso desastroso.

Las fuerzas revolucionarias de Camargo y de Sarmiento,
organizadas en Boyacá, se dirigieron hacia el Estado de
Santan-der para combatir y destruir el ejército que, en
nombre del Go-bierno, había levantado en ese Estado el
General Guillermo Quinteno Calderón (uno de los personajes
mas meritorios y mas ilu-stres de la parcialidad conservadora,
por su valor, ilustración, dotes administrativas, pericia
militar y honorabilidad).

Quintero Calderón había servido a las
órdenes del Gobierno conservador desde el año de
1855 y siempre se había distin-guido por sus hechos y
sucesos en diversas campañas. Al tener noticia de la
insurrección de Hernández, levantó un
ejército con-tra revolucionario en Santander y
resistió victoriosamente el primer empuje de los rebeldes.
Temiendo que las fuerzas de Gaitan ocuparan la ciudad de
Ocaña, se situó, a inmediaciones del río
Magdalena, en un punto llamado la Humareda, en donde
construyó fuertes trincheras para poder resistir a las
fuerzas que, por tierra venían a órdenes de
Camargo, y a las que en los buques podría traer Gaitan
Obezo.

Habiendo desistido este Jefe del sitio de Cartagena y,
des-pués de varias visicitudes en la campaña de
Bolívar, resolvió embarcarse en sus buques, a
Barranquila, para abandonando juntarse con Camargo, destruir a
Quintero Cálderón y continuar la guerra en
Santander.

Las fuerzas revolucionarias, reunidas en con flota de
Gaitan, atacaron por el frente, es decir desde los buques, las
trin-cheras de Quintero Calderón, y se estrellaron contra
éstas.

Los buques mercantes, frágiles y sin coraza
alguna, fueron destruidos fácilmente por los pocos
cañones que tenía Quintero Calderón y la
batalla de la Humareda, una de las mas sangrientas que registran
los anales militares de la República, fué
hecatom-be del liberalismo y el desastre decisivo de la
revolución. El triunfo de las armas del Gobierno
fué completo. La mayor parte de los buques fueron
destruidos e incendiados y ahí en ese campo de agua,
tierra, y sangre perecieron los mas preclaros jefes de la
revolución como fueron Sarmiento, Hernández,
Capitolino O bando (hijo del ilustre General de ese nombre)
Lleras y otros nombres que no vienen en este momento a mi
memoria

Con el éxito de la expedición
de Ayapel, con la destrucción del principal
ejército revolucionario en la Humareda y con el
so-metimiento de la Costa Atlántica, la victoria de
Nuñez fué decisiva. Los otros focos revolucionarios
en otras partes de la República, se extinguieron como se
distienden y aniquilan los anillos del boa cuando se corta su
cabeza.

Triunfante Nuñez con el apoyo del partido
conservador, pro-clamé resueltamente la reforma de las
instituciones en sentido reaccionario.

Al celebrarse el triunfo de la Humareda, un gran
meeting se dirigió al Palacio a felicitar al
Presidente y éste, a pesar de que siempre esquivaba el
presentarse en público en las reuniones populares y
repugnaba las ovaciones ruidosas, salió a los balco-nes
del palacio y después de que se calmaron las aclamaciones
entusiastas de la multitud, pronunció un corto discurso
alusivo a la victoria que terminó con la célebre
frase histórica: « La Cons-titución de Rio
Negro ha dejado de existir. Sus páginas man-chadas han
sido quemadas entre las llamas de la Humareda ».

Vencida la revolución de 1885 y, nota por el
hacha de la victoria, el tabernáculo en que se conservaba
el Código de Rio Negro, Nuñez procedió a
reorganizar el país según sus idea-les, haciendo
como era natural el sacrificio de algunos princi-pios liberales,
que aun quedaban entre las cenizas de su Credo político,
al partido conservador que había salvado al Gobierno en la
revolución.

Para dar una nueva Constitución al país,
Nuñez convocó un Consejo de Delegatarios en
número reducido formado por dos ,diputados, de cada uno de
los Estados soberanos, elegidos por los respectivos gobiernos
seccionales para que expidiesen la nueva
constitución.

Este célebre Cuerpo, en el cual figuraron las
personalidades salientes del Independentismo liberal y del bando
conservador, contó entre sus miembros hombres eminentes
como Miguel Antonio Caro y José Maria Samper y otros; pero
antes de hablar sobre el Consejo de Delegatarios debo referir
algunos acontecimientos dignos de memorarse, que tuvieron lugar
en los años de 1884 y 1885, concretándome a los mas
notables como fueron la fundación del Ateneo de
Bogotá y el atentado del Gobierno contra el Banco
Hipotecario. Esto será materia de los Capítulos
siguientes.

CAPITULO XXXV.

El Ateneo de
Bogotá

SUMARIO. Chile envía una Legación de
primera clase a Colombia a cargo del Sr. José Antonio
Soffia. Habilidad de este diplomático en el
desem-peño de su Misión. – En
compañía de él fundo el Ateneo sobre el
modelo del de Madrid. – Nombres de los Socios fundadores
escogidos por Soffia y por mí entre los hombres mas
notables de Bogotá en los campos de las Ciencias, las
letras y las artes. – Fundación solemne de esta
célebre Asociación y alocución que yo
leí en aquella ceremonia. -Sesión solemne del
Ateneo el 24 de julio de 1884. – Otros Actos de esta Sociedad. –
La Revolución de 1885 disuelve la Corporación.
-Muerte del Ministro Soffia Cofundador del Ateneo. – Palabras que
pro-nuncié ante su cadáver.

En 1884, las Repúblicas de Chile y Perú
estaban empe-ñadas en una guerra encarnizada por asuntos
económicos mas que políticos. Las relaciones
diplomáticas de esos dos países con Colombia
tenían especial interés por el obligado paso de
arma-mentos extranjeros por el Istmo de Panamá.

Temiendo Chile que el Perú (el cual contaba con
las simpa-tías populares de Colombia) recibiese armas al
través del Istmo, resolvió enviar una misión
especial a Bogotá formada por el Señor D.
José Antonio Soffia, ilustre escritor y poeta chileno,
sucesor de Bello en la Subsecretaria de Relaciones Exteriores de
Santiago, y hombre de exquisita cultura y de notable habilidad
diplomática, como jefe, y por el Sr. Manuel J. Vega
también literato distinguido y verdadero
gentlemen de la República del Sur, como
Secretario.

El Sr. Soffia desplegó tal habilidad en sus
relaciones diplo-máticas y sociales en Bogotá, que
muy pronto vino a ser uno de los hombres de mejor posición
social y literaria en la capital de la
República.

La casa de la Legación fué el Centro de
reuniones de las mas aristocráticas damas y de los hombres
de letras y de los que presumíamos de tales. Las reuniones
alternaban entre saraos y veladas literarias.

Poco después de la llegada de Soffia a
Bogotá, mis relacio-nes con el diplomático chileno
fueron estrechas y cordiales y yo vine a ser uno de los
concurrentes asiduos a sus reuniones.

Recuerdo que, para iniciar las veladas literarias,
dirigió Soffia a los principales literatos de la ciudad y
a los que por afición nos asimilábamos a ellos, una
carta de invitación en verso formada por un soneto en
esdrújulos aconsonantados, ofreciendo así las
mayores dificultades rítmicas, porque, además de
ser soneto, con-tenía esdrújulos y consonantes. El
soneto decía así:

Siguiendo una costumbre tan simpática,

Que me complazco en aplaudir
frenético,

Lo invito para el viernes a un poético

Mosaico, sin liturgia diplomática.

La colombiana sal que a la sal ática

Vence y humilla en el palenque
estético,

Para todo pesar tendrá un
emético

Brindado en chistes de sabrosa
plática.

Alguien arrancará del arpa
eólica

Alguna dulce melodía auténtica

Que quitará su prosa a la
bucólica,

Acepte pues esta misiva esdrújula

Sírvase contestarla en rima
idéntica

Y a esta su casa enderezar la brújula.

A esta invitación debíamos contestar con
otro soneto cuyos versos todos debían terminar con los
mismos consonantes esdrú-julos del que nos dirigió
el Sr. Soifia.

La velada estuvq brillante. A ella concurrieron
eminentes literatos como eran los Señores José
María Samper, Lázaro Maria Pérez,
José Joaquín Ortiz, Rafael Maria Merchan (el sabio
crítico cubano) y muchos otros cuyos nombres se escapan a
mi recuerdo. Reunidos en el elegante salón de Soffia, el
Secretario de la Le-gación Sr. Vega, daba lectura a las
contestaciones que había recibido el Ministro; y los
concurrentes, después de una corta y animada
discusión, decidían aproximadamente quien era el
autor dé la respuesta, cuya firma callaba el
lector.

Este gimnasio intelectual inspiraba vivo interés
a los concurr-entes y dió ocasión a disertaciones
amenas sobre puntos y temas literarios.

A las doce y media de la noche se sirvió una
espléndida y suculenta cena, en donde saboreamos la
sabrosa casuela de Chile y el exquisito
mosto.

Como estas reuniones se hicieron frecuentes, y cada vez
eran mas numerosas, yo ofrecí al Sr. Soffia el gran
salón de la casa del Sr. Saravia, que se hallaba a mi
disposición como Gerente del Banco Hipotecario y por
haberme instalado con mi fami-lia en el mismo espacioso
local.

Aceptado en principio mi ofrecimiento, propuse
también al Sr, Soffia que iniciáramos la
fundación de una Sociedad literaria semejante al antiguo
Mosaico bogotano, de Vergara y Vergara Fallón,
Carrasquilla, Marroquín y Pombo, o al célebre
Ateneo de Madrid.

El Ministro Chileno aceptó con entusiasmo mi
indicación, e inmediatamente invitamos a un grupo muy
respetable de perso-najes distinguidos de Bogotá, en las
ciencias las letras y las artes para formar el núcleo del
Ateneo a imitación del español.

Doce individuos, pertenecientes a los diversos bandos
políti-cos, correspondieron a nuestra invitación y
en el salón de mi casa (o sea del mismo local del Banco
Hipotecario) se declaró fundado con regocijo y entusiasmo
el Ateneo de Bogotá.

Corno fundadores recuerdo los nombres de los
Señores Santiago Perez, José Joaquín Ortiz,
José Manuel Marroquín Rafael Pombo, Froilán
Largacha, Florentino Vezga, Sergio Ar-boleda, Rafael María
Merchan, Lázaro Pérez, Felipe Zapata y Al berto
Urdaneta.

Los doce fundadores nos encargamos de establecer doce
Sec-ciones para el estudio de las ciencias, las letras y las
artes. Para formar el personal de cada una de estas Secciones
invitamos o-tros doce individuos, teniendo en cuenta al hacer las
invitaciones los talentos y estudios de los invitados.

Las secciones fueron denominadas así, si mal no
recuerdo

  • 1. Agricultura

  • 2.  Finanzas

  • 3. Jurisprudencia

  • 4.  Ciencias morales y
    políticas.

  • 5. Filología

  • 6.  Poesía

  • 7.  Historia y Geografia

  • 8.  Ciencias exactas

  • 9.  Filosofía

  • 10.  Sociología

  • 11.  Pedagogía

  • 12.  Bellas artes

Estas diversas Secciones tenían un
Director o Presidente, un -Sub director Tesorero y un Secretario
relator.

Todos los invitados aceptaron nuestra
invitación, excepto el Sr. D. Miguel Antonio Caro, quien
se excusé por no tener materialmente tiempo para ser
asiduo concurrente, pues estaba consagrado a escribir una obra
literaria de grande aliento y de intensa labor.

Instaladas las Secciones y recaudados los
fondos, eligieron sus dignatarios y empezaron a
funcionar.

El Ateneo nombró Presidente
honorario al Sr. Soffia, y Pre-sidentes efectivos a los Sres.
Santiago Pérez y José Joaquín Or-tiz como
los decanos de los hombres de letras de Bogotá
perte-necientes a los dos grandes partidos políticos de la
República.

Para las dos vice presidencias fuimos
designados el Sr. D. Manuel Marroquín, como censor, y yo
como tesorero. Los Secre-tarios designados fueron los Sres.
Rafael Merchan y Julio Pérez.

Entre las Secciones recuerdo los siguientes
nombramientos para Directores:

Agricultura Dr. Salvador Camacho
Roldán

Filología Dr. José Manuel
Marroquín

Poesía, D. Rafael Pombo

Ciencias exactas, Dr. Ruperto
Fereira

Ciencias morales y políticas, Dor
Carlos Martín

Pedagogía, Dr, Santiago
Pérez.

Jurisprudencia o abogacía: Dr.
Froilán Largacha

Sociología. Dr. José Ignacio
Escobar

Filosofía, Dr. Francisco Eustaquio
Alvárez

Historia y Geografia, Dr. Sergio
Arboleda

Bellas Artes, Dr. Alberto
Urdaneta.

Para la Sección de Finanzas fui yo
elegido Director, el Dr.

Anibal Galindo subdirector y el inteligente
y activo comerciante,

D. Carlos Tanco, (digno hijo del eminente
D. Mariano) secretario. Adaptados los salones del Banco para las
sesiones del Ate-neo, se instalé éste solemnemente
el día 29 de Junio de 1884, con- asistencia de sus 150
miembros, del Presidente de la República y de su
Ministerio, y de selecta concurrencia, en medio de los acordes de
la música y del entusiasmo general.

El Sr. Soffia y yo presidimos la
sesión y declaramos insta-lado el Ateneo, proclamando al
mismo tiempo el nombre de los seis dignatarios que había
elegido previamente la Corporación, o sean los dos
Presidentes, los dos vicepresidentes y los dos secre-tarios, los
cuales, unidos a los 144 miembros de las secciones, for-maban el
número reglamentario de 150.

Después de una hermosa
alocución del Sr. Soffia, me corres-pondió a
mí hacer una exposición del objeto y tendencias del
A-teneo, de la cual tomo los siguientes apartes:

« Para todo primer rastro de luz, en artes y en
ciencias, hay siempre que dirigirse a la Grecia. Cerca de Atenas
estuvo un templo de Minerva, y en cl templo se reunía una
de las pri-meras asociaciones del género de la que hoy
iniciamos. Templo y Asociación se llamaron
Ateneo.

Roma compró a precio de victorias el derecho de
ser civi-lizada por Grecia, y al paso que de esta nación
hizo una de sus provincias, de sus sabios hizo maestros y de sus
instituciones mo-delos. En agrupaciones como el Ateneo, la
poesía latina vistió sus primeras galas, y la
elocuencia romana desaté sus primeros rayos.

La civilización asediada por las hordas del
Norte, se refugió en institutos consagrados al doble culto
de la Religión y de la Ciencia ¿No fué en su
seno donde San Juan de Antioquía obtuvo de la piedad y de
la elocuencia el sobrenombre de Crisóstomo?, ¿ Con
qué se hizo el Renacimiento sino con las luces que el velo
de los altares salvó del polvo de las ruinas y del hierro
de los bárbaros?

En la época moderna, las asociaciones, obedientes
al principio de la afinidad y al de la división del
trabajo, buscando un mismo fin, han multiplicado sus medios.
Universidades, liceos, gimnasios, institutos, academias, ¿
qué son sino centros de exploración, rosas
náuticas del espíritu de que se va desprendiendo
cada predestinado a su vocación?

De todos esos focos, vosotros me permitiréis, os
ruego, que fijéis de preferencia la atención en el
Ateneo de Madrid. No midais su importancia por su resplandor
comparado con el de Estableci-mientos de países de mas
caudal científico, ya en extensión, ya en altura,
que el de nuestra madre, la nación española, porque
el objeto no es graduar civilizaciones. Medid el beneficio del
Ateneo de Madrid por las luces que ha impedido que se apaguen,
juntán-dolas, y por las sombras que ha estorbado que se
eternicen, disipándolas. Campo abierto para todas las
inteligencias, para todos los estudios, para todos los
sentimientos y aun para todas las pasiones nobles, el Ateneo de
Madrid ha sido el laboratorio donde al fuego del estímulo,
con el cambio de las ideas y el cboque de la discusión, se
han producido las mejores obras de los ingenios peninsulares. Ha
sido esa ilustre Sociedad un Templé donde se han
discernido los diplomas de las mejores reputaciones y se han
armado caballeros de las ciencias y las letras las mas preclaras
ilustraciones de España. Campearon en el Ateneo, en sus
primeros tiempos las paternales y fecundas lecciones del
patriarca moderno de las letras españolas, D. Juan Eugenio
Harzenbusch; el estro cadencioso del Duque de Rivas, el noble
cantor de las glorias de España; los profundos
conocimientos del eminente jurisconsulto D. Joaquín
Francisco Pacheco; la sabiduría literaria de D. Alberto
Lista; el donoso estilo de Alcalá Galiano; la afinada
sátira y el delicado espíritu de crítica de
Mesonero Romanos; el deleitable lirismo de Martínez de la
Rosa; las perspicuas y trascendentales disertaciones
sociológicas de Pastor Diaz, y el elocuente y atilda-do
lenguaje del Marqués de Valdegamas.

Posteriormente, en los salones del Ateneo han brillado
los talentos y la incansable laboriosidad de Cánovas del
Castillo; el donaire y gracia de la pluma de Alarcón, y el
inspirado y atre-vido pincel de Fortuny. Allí Manuel de la
Revilla escribió sus artículos de crítica y
sus estudios biográficos que pueden paran-gonarse con los
del insigne Macaulay; Moreno Nieto produjo sus mejores obras y
pronunció sus magistrales oraciones, y Juan Va-lera
alcanzó el renombre de primer prosador español. La
biblioteca del Ateneo la más rica y selecta que se ha
formado en España, ha sido probablemente, la principal
fuente donde Menéndez Pe-layo ha bebido su variado saber
hasta alcanzar en los tiempos modernos la pasmosa
erudición de Pico dé la
Mirándola.

Al calor de las sesiones del Ateneo, la fantasía
de Tamayo y Baus y el ingenio de López de Ayala, brotaron
perlas para la escena española; Estebanez creó el
Drama nuevo, que revivió la gloria del teatro
español de los tiempos de Calderón y que es digno
del númen de Shakespeare, y el talento múltiple de
Eche-garay formó planes desconocidos de Hacienda y dio
vida a sus atrevidos dramas.

Bajo las Arcadas del Ateneo resonó, en sus
primeros ensayos, la elocuente palabra de Castelar quien produjo
entonces su mejor obra: « La civilización durante
los primeros siglos del Cristianis-mo a, y en ese templo de las
letras, leyeron Campoamor sus filosóficas Doloras y sus
admirables pequeños poemas; Nuñez de Arce sus
esculturales estrofas que lo han exaltado al puesto de
Príncipe de la lírica española, y D.
José Zorrilla, el decano y el mas popular de los poetas
españoles, su Canto del Fénix, la mas delicada de
sus últimas trovas.

En fin, el Ateneo de Madrid es en España la
Legión de honor de los hombres de cultura intelectual y
campo libre para todas las aspiraciones que, armadas del estudio,
quieran noblemente incorporarse en ella. Hogar que
indistintamente alberga a todos en su seno, no solo avigora la
vida vacilante, sino que asegura el nacimiento dudoso. El
ingenio, como el infante, necesita apoyo para sus primeros pasos,
cariño para sus primeras gracias, sua-vidad para sus
primeras voces, brazos hermanos para poder medir sus primeras
almas y espacios amigos en donde derramar, sin zozobra, sus
primeros acentos. Esas voces sonoras que, desde la cátedra
y la tribuna española, llenan ya los dos mundos en que se
habla nuestra lengua, han nacido casi todas y han crecido en el
Ateneo de Madrid- En él reciben su bautismo los talentos,
las espadas del combate su temple y todas las glorias de la
misma

familia, el sello de la Patria.

¿ Por qué no hemos de hacer los
colombianos otro tanto? Abramos en el seno robusto y sano de lo
que nos es común, la fuente de la vida, é
impulsemos las fuerzas que tengamos con todo su ímpetu
nativo por sus rumbos naturales.

Elementos bastantes tenemos para ello. Desde el comienzo
de su vida independiente, Colombia se ha distinguido en la
familia de las naciones americanas por su culto a las ciencias y
a las letras y por su afición a los estudios. En los
albores de nuestra guerra de emancipación, y aun en medio
del estruendo de las batallas, se oyeron la voz elocuente de
Camilo Torres, las sabias lucubraciones de Caldas y los cantos de
Fernández Madrid y de Vargas Tejada. Las posteriores
agitaciones políticas y las vicisi-tudes propias de un
pueblo en formación, no han sido parte a detener el
desarrollo intelectual, y nuestros ingenios han brotado "los
frutos de su inteligencia, en medio de constantes
contrarie-dades, como en feraz campo se producen las flores a
pesar de los abrojos y de las tempestades.

El periodismo de Colombia, digno pregonero
de nuestro adelanto intelectual, ha realizado, como en el
Centenario de Bolívar, prodigios de fecundidad e
ingenio.

Nuestros poetas han alcanzado renombre en
ambos continen-tes. Obras didácticas de nuestros
compatriotas han sido adoptadas como textos en otros
países. Profesores colombianos han servido Cátedras
en las primeras universidades europeas. Nuestra Patria cuenta con
naturalistas que han ocupado puesto de primer orden en los
primeros centros científicos del mundo, y los trabajos de
la Academia colombiana son estimados como los propios por la Real
Academia española.

Formemos, pues, de nuestro Ateneo un campo de
exhibición de productos del espíritu, donde todos
nuestros hombres de cul-tura intelectual presenten los frutos de
sus estudios y sus conocimientos para que la Patria y la Gloria
los recojan y les disciernan los merecidos premios. Hagamos de
nuestra Sociedad un asilo para las ciencias y las letras cuando
las tempestades políticas las ahu-yenten del comercio
social, de la tribuna del Parlamento o de las hojas del
periodismo.

No nos corresponde a nosotros mismos calificar nuestras
apti-tudes ni pronosticar nuestros adelantos. Pongamos, como el
agri-cultor creyente, con reverencia, la semilla querida sobre el
terreno sagrado, y no dejemos que se seque nuestro sudor sobre el
surco. Donde los sabios han sido casi espontáneos; donde
los poetas han podido sobrevivir con sus cantos a las
revoluciones que los han sumergido, y donde las artes, aun entre
los enojos y los estragos de la guerra, como las hermanas en las
familias di-vididas, no cesan de invocar la paz entre los bandos
encarnizados, ahí precisamente las ciencias tienen un
porvenir, la poesía un destino, las artes una
misión. Abramos paso a esos obreros del progreso.
Adelanten, pues, de entre la multitud, los depositarios de las
ideas y los de los sentimientos. Nuestras mentes estarán
prontas a la convicción y nuestros corazones al
entusiasmo.

Al invocar, así, al genio, al gusto, al trabajo,
creo, Señores, que interpreto vuestra fé en que
esos númenes de la civilización, por desconocidos e
indecisos que anden vagando todavía, existen ya en nuestra
sociedad, y que vosotros los llamáis a su tarea a la doble
luz de la publicidad y de la cooperación. Si tenéis
con efecto esa fé y si con efecto queréis hacer ese
llamamiento ser-vios, honorables consocios, declarar instalado el
Ateneo de Bogotá ».

Los estatutos del Ateneo redactados por mí,
fueron revisados y corregidos por el socio D. José Manuel
Marroquín, gran literato, notable institutor, afamado
autor de obras didácticas y de novelas de costumbres, de
perfecta honorabilidad y de vasta ilustración, y quien,
sin ceñir espada ni haber seguido una carrera
política, llegó a ocupar la Presidencia de la
República como VicePresi-dente, debiendo este grande honor
a sus virtudes y méritos. El Dr. Marroquín
fué constantemente el Director de la Academia colombiana
de la lengua. Era un escritor castizo y elegante y un
canseur admirable. Su noble porte y su cultura exquisita
recordaban el tipo que de los antiguos hidalgos o grandes de
España de pri-mera clase en la edad de oro de la madre
Patria, nos describen los historiadores.

Conforme a los Estatutos, el Ateneo debía
celebrar dos grandes sesiones solemnes: el 1º. Enero y el 20
de Julio de cada año. La sesión, que debía
tener lugar en Julio de 1884, fué celebrada con gran pompa
el 24 de ese mismo mes, en el Salón de Grados o sea el
local de la reunión de la Cámara de
represen-tantes.

La sesión fué presidida por el Presidente
honorario Sr. Soffia y se celebró por la noche con la mas
selecta concurrencia. Asis-tieron todas las autoridades de la
República, el cuerpo diplomá-tico extranjero y la
flor y la espuma de la sociedad de Bogotá. Previamente
habían sido designados lor oradores que debían
ha-blar o recitar en la sesión. Siguiendo nuestro plan de
buscar entre los socios individuos pertenecientes a los dos
grandes par-tidos políticos para las solemnidades del
Ateneo, el Consejo direc-tivo designó a sus dos
Presidentes efectivos, D. Santiago Pérez y D. José
Joaquín Ortiz, para que llevaran la palabra, el primero en
prosa y el segundo en verso, en esa memorable sesión, y
como adjuntos o segundos oradores a los Sres. Sergio Arboleda (el
célebre escritor y hombre político caucano, de gran
mentalidad, virtudes eximias, enérgico y valiente, tronco
y jefe de una familia de las mas distinguidas de Popayán)
y al popular poeta D. Roberto Mac-Douall, joven de indiscutibles
méritos y de fecundo númen poético, y de
quien no ocupo con extensión por estar aun vivo, siguiendo
mi propósito de ser muy parco en mis elogios respecto de
los hombres que en Colombia no han pasado aun a la
Historia.

El Dr. Arboleda leyó en esa sesión un
extenso y magistral estudio sobre asuntos históricos y
geográficos de la República, con datos muy curiosos
y nuevos que fueron objeto de la admi-ración de los
concurrentes.

El Sr, Mac-Douall leyó una primorosa
composición en ver-so alusiva a la fiesta del
Ateneo.

Pero sobresalieron en esa noche inolvidable las figuras
de los dos Presidentes, D. José Joaquín Ortiz, y D.
Santiago Pérez.

El Sr. Ortiz, poeta de alto númen, el primero
sino el único cantor épico de Colombia, escritor
católico, vigoroso y vibrante, renombrado institutor,
apareció en la tribuna en medio de estruen-dosos aplausos
para recitar una de sus mas bellas composiciones, plena de
unción patriótica, que era un canto, tan levantado
como su oda al Tequendama, en honor del Libertador y de la
epopeya de la Independencia. Aun me parece escuchar la voz sonora
del poeta y admirar su plateada y copiosa cabellera, for-mada por
lauros y cabellos blancos.

Pero el clou de la fiesta fué sin duda
el discurso magistral y admirable, desde cualquier criterio que
se le jusgue, del emi-nente D. Santiago Pérez. Esa
oración insuperable, que es quizá la mas preciosa
joya de nuestra oratoria literaria, causó tal entu-siasmo
en el auditorio que rayó en frenesí. Cuando D.
Santiago bajó de la tribuna todos le tributaron una
ovación entusiata, tanto por medio de felicitaciones
personales dentro del recinto del Ateneo como por los
estruendosos aplausos de los asistentes a las barras y
tribunas.

Después de esta sesión solemne, el Ateneo
tuvo varias de ca-rácter menos solemne en su propio local.
D. Nicolas Tanco Ar-mero (digno hermano del egregio D. Mariano)
hombre de talento, de vasta ilustración y de exquisita
cultura, jefe de una brillante familia y viajero por los
países europeos y orientales durante mu-chos años
leyó en alguna conferencia un ameno e interesante estudio
sobre las costumbres de la China, en donde había residido
por mucho tiempo.

D. Salvador Camacho leyó también en otra
sesión un estu-dio de vivo interés sobre el
desarrollo de la agricultura en Co-lombia, del cual, para hacer
el mejor elogio, basta enunciar el nombre de su eminente autor, a
quien he consagrado un boceto biográfico en esta
obra.

D, Vicente Restrepo nos instruyó y nos
deleitó al mismo tiempo con una conferencia, plena de
elocuencia y de colorido, sobre la riqueza minera de Colombia. El
Sr. Restrepo, jefe de una familia honorabilísima del
Estado de Antioquía, hombre acau-dalado, de incontestables
virtudes domésticas y cívicas, era muy aficionado a
los estudios de historia patria y especialista en asun-tos de
minería, a los cuales había consagrado sus primeros
años en Antioquia, Era un hombre muy afable e ilustrado, y
llegó a ocupar el sillón del Ministerio de
Relaciones Exteriores en la se-gunda administración del
Dr. Nuñez.

Muchos otros trabajos y conferencias produjo el Ateneo y
había fijado los temas de un concurso artístico,
literario y científico para el año siguiente,
cuando estalló la guerra a fines de 1884.

La conmoción producida por la guerra civil hizo
suspender las labores y sesiones del Ateneo. Muchos de sus
miembros se fueron a los campamentos; otros tuvieron que
ocultarse para evitar empréstitos y persecuciones. En
suma, la brillante asociación tocó a
dispersión.

Cuando la paz volvió a imperar en Colombia, no
fué posible reunir las tribus dispersas del Ateneo.
Algunos de los socios habían muerto y otros se hallaban
expatriados. Pero el golpe de gra-cia que recibió la
Corporación fué el fallecimiento inesperado y
prematuro del Sr. Soffia, en 1885.

El Ateneo había importado de- Norte
América un mobiliario para su servicio y en su
agonía nombré Presidente al Dr. Cama-cho
Roldán, a quien yo entregué los restos de ese
mobiliario y el producto de la venta de su mayor parte,
depositado en el Banco de Colombia.

El Ateneo de Bogotá, que tuvo una
espléndida pero efímera "existencia, ha sido
quizá la mas importante asociación de ese
gé-nero que se haya formado en Bogotá, por lo
selecto y numeroso de sus miembros y por los trabajos tan
interesantes que produjo en el corto periodo de su
existencia.

Para terminar este capítulo dedicado al Ateneo
paso a con-sagrar en este libro algunos párrafos, del
discurso que, por comisión del Comité directivo,
pronuncié ante los restos mortales del Sr.
Soffia.

« Señores: La línea imperceptible
que separa la vida de la muerte acaba de ser traspasada por el
hombre ilustre cuyos res-tos mortales tenemos de presente. Cuando
la muerte viene a ser lenitivo eficaz de los dolores, heroico
remedio de los infortunios o terminación de una existencia
trabajada y miserable, se recibe con calma, tal vez con
indiferencia, y, no pocas veces, como una bendición,
porque la muerte también tiene su oportunidad; pero cuando
sorprende a un ser feliz en la plenidad de la fuerza y de la
vida; cuando apaga la chispa de un cerebro en el cual fermenta la
savia y anidan la inteligencia y la inspiración; cuando
suspende los latidos de un corazón consagrado al culto de
lo grande y de lo bello, y del que cada ritmo correspondía
a una acción noble o a un sentimiento generoso; cuando
detiene el paso en medio de la vida gloriosa de una brillante
carrera; cuando extingue la luz de un venturoso hogar; cuando
aniquila a un hombre que es timbre, no solamente de una
Nación, sino de un Continente; cuando no es, en fin,
tempestad que purifica los campos, sino tromba que troncha las
más lozanas y mejores flores, en-tonces se la ve venir con
tristeza con espanto con estupor, como una cruel
comprobación de la irrisión de la vida.

Tal es el sentimiento que hemos experimentado al ver
desa-parecer súbitamente este amado y eminente
huésped. Ayer bri-llaban sobre su frente todas las
coronas, le sonreían todas las esperanzas, el porvenir le
ofrecía todas las fortunas. Hoy duerme en el
féretro, le cubre un sudario y le bañan
lágrimas. Del claro día de una brillante existencia
ha pasado a la noche pavorosa de la tumba. Nuestra sociedad toda
se ha conmovido como tocada de terrible golpe eléctrico. Y
es que, además, el Sr. Soffia no era un extranjero para
nosotros. Su alma levantada y su espíritu cosmopolita,
propio de los hombres superiores le habían asimi-lado de
tal manera a nuestro país, que mi egregio co-fundador del
Ateneo era ya orgullo y ornato de nuestra sociedad. Durante los
cinco años que vivió entre nosotros no hubo luz que
se en-cendiera en Colombia sin el concurso de su propia luz;
himno a la Patria que no se mezclara con sus cantos; fiestas de
civiliza-ción que no se realzaran con su caballerosidad;
lágrimas que no contribuyeran a enjugar sus manos, ni
amistad digna a que no se entregara sin reservas su noble
corazón. Fueron para Colom-bia las mejores flores de su
ingenio, las mas dulces notas de su lira, las mas delicadas
prendas de su inimitable cultura, y las mas gratas expansiones de
su alma generosa.

Tan infausto acontecimiento es para Colombia un duelo
nacional, y es por esto por lo que toda la sociedad de
Bogotá viene a derramar lágrimas, como en la muerte
de uno de sus mas amados y mas eximios miembros. Chile y Colombia
forman con los crespones de este féretro nuevos e
indestructibles vínculos, juntan sus pa-bellones
enlutados, dejan correr entremezcladas sus lágrimas, se
estrechan en el campo del infortunio y se abrazan como dos
hermanas bajo el peso de un común pesar. Ambas
guardarán, co-mo un legado que a ambas pertenece, junto
con los perfumes de su espíritu y los lauros de su gloria,
que la muerte no ha des-truido ni podrá aniquilar, la
venerada memoria de este ilustre varón americano, cuya
cuna se meció en Chile, y cuya tumba ha visto abrir
Colombia con maternal dolor!

CAPITULO XXXVI.

Atentado contra el
Banco Hipotecario

SUMARIO. – Las primeras revoluciones de Nueva Granada
fueron muy sangrientas en las represiones. – Las posteriores,
menos patibularias pero mas irrespetuosas del derecho de
propiedad. – Nuñez adopta medidas severas para dominar la
revolución de 1885. – Incidentes interesantes de aquella
época. Los cuatro Ministros de Nuñez
exigen por la fuerza un empréstito de dinero al Banco
Hipotecario, al cual yo me opongo como Gerente por no permitirlo
la situación crítica del Establecimiento,
ocasionada por la guerra. – El Ministro de Guerra, Dr. Angulo me
declara preso con mi familia, apesar de mis protestas. -La Casa
del Banco, que es al mismo tiempo la mía y de mi fa-milia,
es ocupada por las fuerzas del Gobierno. – Angulo manifiesta que
no tiene inconveniente moral ni material para extraer por la
fuerza el dinero del Banco. – Apesar de mi oposición y
resistencia y las de los Sres. Vicente Vargas y Cecilio
Cárdenas, la Asamblea General de accionistas (reunidos y
presos en el local del Banco) resuelve entre-gar el dinero
después de una enérgica protesta. Renuncio el cargo
de Gerente para no yerme obligado a cumplir la resolución
de la Asam-blea. – Acta de esa memorable
sesión.

Durante el largo y pavoroso período de guerras
fratricidas que, en casi todas las Democracias latinas de
América, sucedió a la gloriosa epopeya de la
Independencia, se conservaron tradicio-nes semibárbaras
por parte de los combatientes para poner en vigor
prácticas salvajes en la lucha, tanto de parte de los
insur-rectos como del Gobierno a quien
combatían.

Los revolucionarios entraban a fuego, saco y sangre a
las po-blaciones que conquistaban y ocupaban. El Gobierno, por su
parte, no queriendo nunca reconocerles el carácter de
beligerantes, aun cuando éstos reunieran las condiciones
del Derecho de Gentes, levantaba cadalsos, confiscaba propiedades
y trataba de exterminar a los revolucionarios, a quienes siempre
consideraba como a rebeldes merecedores de los castigos que
impone el Código Penal para el delito común de
rebelión.

Estas desgraciadas prácticas se efectuaron
también en Nueva Granada y en Colombia desde 1830 hasta
1877, época en la cual, bajo la dominación liberal,
se terminó una guerra por me dio de un arreglo entre el
Gobierno de la Unión y el Estado soberano de Antioquia,
cuyo Gobernador era reconocido como beligerante y Jefe de la
revolución.

La Constitución expedida en Rio-Negro en 1863,
Código muy avanzado como protector de los derechos del
individuo, es-tableció que, en caso de insurrección
a mano armada o de guerra civil, rigieran durante la contienda
los principios universales del Derecho de gentes y las
prácticas saludables de la civilización
cristiana.

En virtud de esta sabia disposición, en la
revolución de 1876 a 1877 no se derramé mas sangre
que la de los combates y nadie pereció en el cadalso por
sus responsabilidades en la lucha armada.

No recuerdo que, durante la vigencia del Código
de Rio-Negro, o sea bajo la dominación liberal, se haya
levantado otro patíbulo (como única
excepción), que el del fusilamiento de un traidor,
convicto y confeso, ejecutado en Antioquia por el General
Tomás Rengifo, Jefe civil y militar de ese Estado. No
obstante que el gallardo y valeroso adalid liberal se
apoyé en las disposiciones del Derecho de Gentes, que
regían en la República, conforme al art. 91 de la
Constitución, para castigar con la muerte a un traidor de
origen extranjero, la historia imparcial no puede absolver al
General Rengifo de esa falta, porque la Constitución de
Rio Negro prohibía terminantemente el establecimiento del
patíbulo para cualquier delito, sea cual fuere su
extensión y ferocidad.

Desde esa época, el carácter que podemos
llamar patibulario, se atemperé bastante en la
República y durante la guerra de 1885 no se levantó
otro cadalso en Colombia que el de un indi-viduo en el
Panóptico de Bogotá, por sentencia de un Consejo de
guerra y rigiendo ya la Constitución de 1886, que
permitía el establecimiento del patíbulo en ciertos
casos excepcionales.

Pero si el carácter sanguinario de nuestras
revueltas fratricidas se había modificado favorablemente,
en cambio la conculcación y confiscación de la
propiedad ajena tomaron creces pavorosas y aun en 1877, bajo la
dominación liberal, se decretaron emprésti-tos
forzosos y se embargaron propiedades para hacer efectivos dichos
empréstitos. Mas aun, en alguna época, el mismo
General Rengifo violé en Antioquia la respetabilidad de un
Banco para hacer pagar con el depósito allí
consignado, un empréstito forzoso decretado contra los
Sres. Villa e hijos. De este atentado inaudito, pqro mucho menos
grave que el del Dr. Nuñez en 1885 contra el Banco
Hipotecario no puede tampoco absolverlo el historiador imparcial
aun cuando éste pertenezca a la comunidad
liberal.

En 1885 el Gobierno del Dr. Nuñez no solamente
estableció el curso forzoso del papel moneda e
inundé el país con esa verdadera lepra
económica, de la cual todavía adolece Colombia,
sino que estableció empréstitos forzosos
crónicos entra los que él consideraba enemigos del
Gobierno. Esta tiránica medida re-cordó al
empréstito forzoso progresivo que estableció el
Directo-rio francés en 1795, después de la
revolución. Por último, no estando satisfecho ni
con el papel moneda, ni con estos emprés-titos, el
Gobierno atenté contra los Bancos de Bogotá y
especialmente contra el Hipotecario, como lo referiré
adelante.

Los ataques a la propiedad, respetada en todo el mundo
civilizado, por lo cual se ha llegado a establecer la pena de
muerte, pero no la de confiscación, porque el hombre ama
mas la propiedad que la vida, fueron mucho mas graves durante la
revolución de 1889 a 1903, De esta me ocuparé
extensamente en la segunda parte de mis Memorias.

En esa época, se llegó hasta el punto de
dictar un decreto inaudito por el cual se dispuso que los agentes
militares del Go-bierno podían ocupar discrecionalmente
las haciendas y otras pro-piedades de los revolucionarios y
disponer de sus bienes, sin reserva ni fórmula ninguna,
para el servicio de las tropas que combatían a los
rebeldes.

También se dispuso en esa época (no
recuerdo bien si fué en el primero o en el segundo
año de la revolución) que serían juzgados, y
por ende castigados, los simpatizadores de la re-volución
lo cual, además de bárbaro desde todo punto de
vista, es absurdo, porque siendo la simpatía un hecho
psicológico no puede establecerse la responsabilidad, ni
ésta puede exigirse mien-tras esa simpatía no se
traduzca en hechos positivos.

Y estas medidas semi salvajes fueron dictadas por un
Go-bierno encargado por la Constitución de garantizar la
vida y la propiedad de los asociados!!

Pasada la tormenta revolucionaria expuse, en un memorial
fir-mado por respetables miembros de la Comunidad liberal y
ele-vado al Gobierno de la Nación, la necesidad de
regularizar la guerra y establecer prácticas cristianas
durante la contienda, para favorecer la parte pacífica y
neutral de la sociedad, indebida-mente conmovida por la revuelta
armada.

Aun cuando parece que ya las Democracias de la
América Latina en la región tropical, (excepto
Méjico) empiezan a tran-quilizarse y a cerrar la era de
las revoluciones yo creo conve-niente que se dicte una
legislación especial para el tiempo de guerra porque puede
suceder que, como en Méjico, después de 30
años de paz, vuelva a encenderse con mas ardor que antes
la discordia civil.

En Colombia, como en las demás repúblicas
de la América ecuatorial, han sido guiados los gobiernos
por el falso criterio de que, durante una revuelta armada, la
Constitución de la nación deja de regir y de que
los individuos neutrales no tienen derecho a protección
ninguna de parte del Gobierno, quien siempre ha creído que
desatada la guerra no puede existir ningún grupo social
que no pertenezca a los amigos del Gobierno. « La
Constitución se me/e debajo de la mesa cuando se
declara la guerra civil, me con-testó uno de los grandes
corifeos del Gobierno, cuando le pedía alguna
garantía para el Banco que yo administraba. Hoy no rige
otra cosa que la necesidad de dominar la revolución y
conservar esas instituciones »

Esta respuesta misma expresa bien lo absurdo del
criterio gubernamental, pues no se comprende la razón de
tantos esfuerzos y sacrificios para sostener una
constitución metida debajo de la mesa.

En el Memorial que dirigimos al Gobierno del Dr.
Sancle-mente un grupo de liberales pacifistas, entre los cuales
se contaba el muy honorable y justamente célebre D.
Santiago Samper, hijo de Don Miguel, expuse la necesidad de
regularizar la guerra y de adoptar otro camino y otros procederes
de parte de los Go-biernos durante las revueltas civiles.
Justamente, durante la revo-lución es cuanto deben regir
con mas eficacia las garantías que otorga la
constitución para la gran masa de individuos
pacíficos y trabajadores, quienes, además de los
perjuicios e injurias que les causan los bandos contendores, son
también perseguidos por las autoridades.

La constitución de Rio Negro quiso, como llevo
dicho, po-ner término a las prácticas salvajes
seguidas por los Gobier-nos durante las guerras civiles en
Colombia, y dispuso en el ar-ticulo 91 que el Derecho de gentes
hacía parte de la legislación nacional para que en
tiempo de revueltas se aplicaran sus protectores y cristianos
preceptos.

De esta disposición constitucional que
tenía tan laudable ob-jeto, se abusé lastimosamente
por falsas interpretaciones hasta el punto de que Rengifo se
creyera autorizado para fusilar a Ma-kiew por cuanto el Derecho
de gentes permite castigar con la muerte a los traidores, y no
obstante que la Constitución precep-tuaba que la vida del
ciudadano colombiano era inviolable y que en ningún caso
ni por ningún motivo ni bajo ningún pretexto, se
podía aplicar a nadie en el territorio colombiano la pena
de muerte.

Los publicista mas ilustrados, y especialmente Blunschi,
es-tán de acuerdo en sostener que las rebeliones en una
Sociedad organizada cuando llegan a dominar un territorio extenso
y a ejercer actos de soberanía, deben ser reconocidas por
los gobier-nos como beligerantes, a fin de observar en la
contienda los prin-cipios universales del Derecho de gentes
así lo reconoció el ilus-tre Lincoln durante la
guerra de Secesión. Las instrucciones que él dio a
sus ejércitos en campaña, redactados por el
eminente Pro-fesor Liebfér, forman el mejor Código
con aplicación a las insur-recciones populares y a las
guerras civiles que haya podido dic-tar ningún
país. Con razón que un biógrafo de Lincoln
diga. al hablar de esas instrucciones, lo siguiente: La nobleza
de los procederes del Presidente para con los insurrectos del Sur
proyecta mas gloria sobre su nombre que la ruptura de las
ca-denas de los esclavos ».

Ojalá, las repúblicas americanas, en las
cuales no se ha extin-guido por completo el gérmen de la
discordia civil, pusieran en práctica las instrucciones
del Presidente Lincoln y la doctrina sublime de Jesús
Cristo.

En los comienzos de la revolución de 1885, el
Gobierno de Nuñez adoptó medidas muy severas, tanto
en el orden militar co-mo en el económico, para hacer
frente a la revolución liberal. Al recordar estos hechos
viene a mi memoria un incidente que tuvo lugar en esa luctuosa
época.

Habiéndose insurreccionado un batallón de
la guardia colom-biana residente en un pueblo vecino de la
Capital llamado Agualarga, el Dr. Nuñez y su
enérgico y activo Secretario de Guerra, Dr. Felipe Angulo,
uno de los mas brillantes jóvenes de la nueva
generación liberal salida de los claustros de la
Universi-dad, enviaron fuerzas superiores para someter los
insurrectos, lo cual se verificó sin dificultad
alguna.

El Secretario Angulo mandó aplicar
la terrible pena de palos a varios de los soldados que hablan
tomado parte en la insurrección, y formé una
comisión militar para juzgar a los ofi-ciales.

Con tal motivo, el Dr. Salvador Camacho
Roldán, siempre noble y generoso y siempre animado de
sentimientos filantrópicos, redactó un
enérgico Memorial, en compañía de su hermano
Don José para elevarlo al Dr. Nuñez, a fin de
protestar contra la aplicación de la pena de palos que
estaba abolida en los cuarte-les de muchos años
atrás, por lo cual el Dr. Murillo, en algún
banquete ofrecido al General Valerio Francisco Barriga, el
heroico sostenedor del sitio del Convento de San Agustín
en 1862, dijo, modificando el brindis que en su honor se
pronunció estas her-mosas palabras: «Antes que por
el defensor de San Agustín, brindemos por él que
abolió la pena de palos en los cuarteles ». El
Memorial de los Sres. Camacho terminaba con estas o

semejantes palabras: « Ciudadano
Presidente: Si no podéis evitar dar expansión a
vuestros sentimientos sanguinarios, escoged para aplicar las
terribles penas a cualesquiera de nosotros (los signa-tarios)
pero no a soldados inconscientes de la guardia
colombiana

Los Señores Camacho lograron que
algunos de los mas distin-guidos liberales de la capital firmaran
el enérgico Memorial, y me hicieron el honor de solicitar
mi firma, buscándome en mi Despacho del Banco
hipotecario.

Recibí a los Sres. Camacho con los
respetos y atenciones que ellos merecían, pero me
excusé de firmar el hermoso escrito, dig-no de la pluma de
D. Salvador, porque los Estatutos del Banco me prohibían
firmar escritos de carácter político y tomar parte
en los asuntos públicos, en cuanto pudieran comprometer mi
libertad y por ende los intereses ajenos que
administraba.

Aceptada mi excusa, el Dr. Camacho
solicitó la firma del cé-lebre Dr. Januanio Salgar,
quien a la sazón se hallaba en mi despacho para tratar
algún asunto particular.

El Dr. Salgar se excusó
también de firmar el Memorial, por lo cual el Dr. Camacho
le apostrofé diciéndole: «? Cómo,
Janua-rio tú, viejo liberal y prisioniero del Oratorio,
quieres sacar el cuerpo a la responsabIlidad de esta
firma?

No, Salvador, no es el cuerpo sino una
parte de él, lo que quiero sacar, porque en el final tu
ofreces los signatarios para que les dén palos
».

El Gobierno del Dr. Nuñez no
accedió a la filantrópica petición. Los
palos se aplicaron a los infelices soldados con inaudita
severidad y algunos murieron por consecuencia de tan cruel
medida. El Secretario Angulo decretó el arresto de los
primeros signatarios del Memorial y en consecuencia fueron
reducidos a prisión los Sres. Camacho Roldán,
Teodoro Valenzuela, Isaac Mon-tejo y varios otros.

Como entre los firmantes figuraba el Sr. D. Ricardo
Silva, distinguido y gallardo caballero y notable costumbrista,
tuvo él a bien ocultarse por temor de ser
arrestado.

Con tal motivo D. Manuel Pombo, su intimo amigo, fue a
visitarlo en su retiro y lo excitó a que concurriese a su
almacén porque, le dijo, no debía abrigar
ningún temor de una orden de prisión, puesto que
parecía que el Dr. Nuñez no quería castigar
sino a los principales signatarios del Memorial.

«Pero es que esos principales pueden tener
suplentes », con-testé Silva.

El Banco Hipotecario había dado prestadas al
Gobierno su-mas de consideración en los términos
que permitían los Estatutos del Banco y recuerdo que poco
antes de estallar la revolución, le había procurado
la cantidad de 100.000 pesos oro, con hipoteca de los edificios
de la Casa de Moneda y del Convento del Cármen,
propiedades nacionales y previa expresa autorización
legal.

No obstante estas buenas relaciones del Banco con el
Gobier-no del Sr. Nuñez, en cierto triste día,
cuando yo me hallaba, a eso de las dos de la tarde en mi despacho
de Gerente del Banco, (el cual como llevo dicho estaba situado en
la Plaza de Bolívar frente al Capitolio nacional) me
anunció el ujier del Estableci-miento que los cuatro
Secretarios del Sr. Nuñez (es decir todo el personal del
Gobierno) solicitaban una entrevista con el Gerente del
Banco.

Híceles entrar inmediatamente y les recibí
con todo el res-peto y cortesía que
merecían.

Después de tomar asiento los cuatro Secretarios
Feli-pe Angulo. Ministro de Guerra, Vicente Restrepo, Ministro
-de Relaciones Exteriores, Julio Pérez, Ministro de
Gobierno y Jorge Holguín, Ministro del Tesoro el Dr.
Angulo tomó la palabra y se expresé mas o menos en
los siguientes términos:

Señor Gerente: « El Gobierno de la
República tiene urgente nece-sidad de la suma de 30.000
pesos oro para los gastos militares y se los pide al Banco, de
grado o por fuerza. Al efecto, con-cedo a Ud. el plazo de una
hora para verificar la entrega del dinero ».

Contesté yo al Sr. Secretario que no estaba en
mis facultades ni en las del Consejo Directivo del Banco hacer
préstamos sin garantía hipotecaria, ni en virtud de
una solicitud hecha en términos de intimidación,
que mas que una petición de préstamo parecía
la amenaza de los individuos que en despoblado exigen sus dineros
a los viajeros. Que, conforme a las leyes de Cun-dinamarca y a
los Estatutos del Banco éste no podía hacer
prés-tamos sin garantía, previamente constituida.
El Banco habla suspendido toda operación activa por las
circunstancias críticas que atravesaba el país y
habiendo muchos clientes retirado sus depósitos, el
Establecimiento apenas tenia los fondos indispensa-bles para
hacer frente a sus desembolsos diarios y que, en tal virtud, yo,
en mi calidad de Gerente, me denegaba rotundamente a hacer el
préstamo que exigían los Señores Secretarios
y si pretendían cometer el atentado de una exacción
forzosa, yo pre-sentaría hasta ultimo momento mi
resistencia y haría la mas so-lemne protesta contra la
premeditada espoliación.

Insistió el Dr. Angulo en sus amenazas,
diciéndome que am-pliaba el término o plazo para la
entrega del dinero hasta tanto que se hubiera reunido el Consejo
Directivo y que hubiese dado la autorización para hacer el
préstamo que tenía el carácter de
forzoso.

Por toda réplica, ordené, en presencia de
los Secretarios, que se cerrara la Oficina de Caja del Banco,
situada en la planta baja y que me trajesen las llaves, las
cuales coloqué en mi caja de hierro particular.
Cerré ésta con la combinación secreta y
guardé la llave en mi bolsillo.

Entre tanto, los accionistas del Banco, alarmados con la
noticia del atentado, habían ocurrido al
Establecimiento.

Como los Secretarios habían venido
acompañados de un ba-tallón de policía
comandado por el Sr. Aristides Fernandez (quien mas tarde fue el
célebre Ministro de Guerra del Vice-Pre-sidente
Marroquín) y que se hallaba apostado en la calle, el
Se-cretario Angulo ordenó que la fuerza armada ocupara el
local del Banco y mi casa de habitación, quedando presos e
incomuni-cados los miembros de mi familia y los accionistas o
personas que entraran al local del Establecimiento.

En el acta que inserto a continuación y que
fué escrita por el Sr. D. Carlos Eduardo Coronado
(conservador) Secretario del Banco, joven entonces y hombre de
exquisita cultura y de rara ilustración y que aun vive, se
encuentran les detalles del atentado contra el Banco. No tengo
nada que agregar a dicha acta, salvo: unos pequeños
Incidentes y mi primera protesta que no se hicieron constar
oficialmente en esa narración.

Cuando el Dr. Angulo y sus compañeros bajaban la
escalera del Banco, después de haber dado las terribles
órdenes de pri-sión e incomunicación que he
mencionado, se encontró con el Sr. Vicente Antonio Vargas,
quien subía alarmado, porque le habían asegurado
que el Gobierno había tomado por la fuerza los valo-res
del Banco.

Después de saludarse con el Dr. Angulo, porque a
pesar de ser adversarios políticos eran amigos personales,
Vargas le dijo:

«Me han dicho en la calle que Ud. Dr.,
había ordenado que se rompiesen las cajas del Banco para
apoderarse del dinero que ellas contienen ».

« Y no tendría inconveniente moral ni
material para romper-las, si fuere necesario; contesté el
Dr. Angulo con su voz breve y timbrada.

Después de que contesté oficialmente a la
intimación que me hicieron los Secretarios de Estado en
los términos un tanto dis-frazados que constan en el acta,
reiteré mi protesta en privado y les manifesté
extra sesión que yo me resistiría decididamente a
entregar los fondos.

« Pues los tomaremos por la fuerza material
» replicó An-gulo. con asentimiento de sus
colegas.

« Hace poco tiempo (Díjele a D. Vicente
Restrepo) cuando Ud. vino a solicitar un empréstito
cuantioso para el Gobierno, que el Banco concedió, me
manifestó Ud. que el atentado mas grave que se
había cometido en la República era el de RengifQ en
Antioquia, al obligar un Banco de Medellín a entregarle
los fondos que tenían en depósito los Sres. Villa e
hijos, y hoy viene Ud. con el propósito de romper las
cajas del Banco Hipotecario para apoderarse de los fondos que
pertenecen, no a un adversario político, sino a una
colectividad por su naturaleza neutral. Muy extraño me
parecerá ver a Ud. con el hacha en la mano rompiendo los
cofres fuertes del Banco ».

Tan luego como el local del Banco
fué ocupado por el batallón que comandaba el Sr.
Fernández, se pusieron dobles centinelas en la puerta de
entrada y hasta en las ventanas para que no pudiéramos
tener ninguna comunicación con el exterior. A
proporción que los accionistas entraban al local, se les
notificaba que no podían salir, de manera que en muy poco
tiempo nos vi-mos reunidos y presos un número considerable
de individuos y entre ellos el muy respetable Don Francisco
Vargas decano de los comerciantes de Bogotá y el hombre
mas rico y honorable del gremio.

Como creo haberlo dicho en otra parte de este libro, mi
familia habitaba la parte de la Casa del Banco que linda con la
Calle Real, y las habitaciones que dan sobre la Plaza de
Bolívar estaban destinadas al servicio del
Establecimiento. El Sr. Fernández ordenó que se
pusieran centinelas en las habitaciones privadas de la casa para
evitar que nos pudiéramos comunicar por los balcones, y no
faltaron amenazas brutales de los soldados con-tra mi esposa y
mis inocentes hijas, que se hallaban aun en tierna
edad.

La prisión e incomunicación en que nos
hallábamos, se pro-longó hasta el día
siguiente como consta en el acta. Por consi-guiente fue necesario
que mi mujer hiciera servir la comida a eso de las 7 de la noche
para los accionistas y empleados del Banco, cuyo número
pasaba de 30. En mi casa había depósitos de
conservas y de vinos y la despensa, como acontece en casi todas
las casas bogotanas, estaba bien provista, pero se
ca-recía de los artículos indispensables, como eran
la carne y el pan, que siempre se compran diariamente para
tenerlos frescos. Esta dificultad fué vencida, gracias a
la solicitud del Sr. Plaza, Direc-tor de un Establecimiento de
recreación y juegos situado en la casa vecina al Banco por
la parte occidental o sea en la mis-ma Plaza de Bolívar.
Unas pequeñas ventanas colocadas muy altas en las piezas
que servían para la Contabilidad del Banco daban luz a
esos cuartos desde un patio de la casa vecina, y como estas
oficinas estaban cerradas con llave, así como la de Caja,
pudimos penetrar en ellas sigilosamente y recibir por las
ventanillas las carnes y el pan que nos faltaban..

La comida de mas de 30 cubiertos, tuvo lugar en el gran
comedor de la casa, que es uno de los mas espaciosos y elegan-tes
de Bogotá, pero teniendo centinelas de vista en todas las
puertas. Recuerdo que, al romper el pan que me estaba destinado
encontré un pedazo de papel de seda que me enviaron de la
Casa de Plaza, con orden de que se me entregara personalmente y
el cual decía : « Tranquen que el público
todo los acompaña en la resistencia: (firmado) Teodoro
Valenzuela.

La noche se pasó en vela o mejor dicho en paz
porque la casa toda estaba bien provista de este alumbrado,
recientemente instalado en Bogotá, pues se pudo dar de
comer a todos los pre-sos pero no alojamiento para dormir.
Así, pues, pasamos toda la noche en los salones de mi casa
y en las oficinas del Banco en la parte alta, departiendo sobre
la situación algunos; leyendo otros y jugando tresillo los
que conocían este interesante juego de sociedad. Entre
tanto, los oficiales y soldados del batallon que nos custodiaba,
se hallaban apostados en la parte baja del edificio, excepto los
centinelas de que he hablado.

Como el Sr. D. Francisco Vargas estaba preso y pasaba la
noche fuera de su casa por la primera vez, yo le cedí mi
alcoba y mi cama para que se acostara con toda
tranquilidad.

D. Francisco se levantó muy temprano, como
tenía de cos-tumbre y cuando los mas de los prisioneros
estaban medio ador-mitados sobre los sillones, se asomó
furtivamente a uno de los balcones de la casa y pudo hablar en
voz alta con el Sr. D Juan Antonio Pardo, su amigo íntimo
(personaje eminente del partido conservador, antiguo Secretario
del Dr. Ospina y hombre honorable y respetable a carta cabal)
quien había venido varias veces a los alrededores de la
casa del Banco para ver si podía entenderse con el Sr.
Vargas.

El Dr. Pardo dijo, con su natural elocuencia a su amigo
D. Francisco, que era inútil continuar la resistencia,
pues el Dr. An-gulo le había manifestado que la
prisión e incomunicación de mí familia y de
los empleados y accionistas del Banco, se haría
in-definida y rigorosa y que si continuaba la rebeldía se
romperían las cajas del Banco y se tomarían no
solamente los 30.000 pesos pedidos, sino todos los fondos y
billetes del Establecimiento. Que en consecuencia era
inútil continuar resistiendo y mayormente cuando la
dignidad del Establecimiento estaba ya salvada con la protesta
enérgica y de hecho que habían
ejecutado.

Convencido D. Francisco por estas buenas razones,
empezó a formar opinión favorable a la
suspensión de la resistencia entre algunos accionistas
trasnochados y deseosos como él de que ter-minase la
situación. Cuando ya se consideró con
mayoría con-vocó la Asamblea General de los
accionistas en él salón principal del Banco y en su
carácter de Gobernador del Establecimiento.

Reunida la Asamblea, resolvió lo que consta en el
acta.

Los que mas reacios a un acomodamiento nos manifestamos
fuimos el Sr. vicente Antonio Vargas y yo.

Cuando debió entregarse el dinero al Gobierno, yo
renuncié el puesto de Gerente para no yerme obligado a
cumplir lo dis-puesto por la Junta General de
accionistas.

Admitida mi renuncia, porque tenia carácter de
irrevocable, se nombró en mi lugar al Sr. D. Alfredo
Valenzuela, uno de los hom-bres mas respetables y honorables del
comercio y de la sociedad de Bogotá, antiguo y leal amigo
mío y digno hermano del nunca bien sentido D. Pablo
Valenzuela.

Pasada la crisis y entregados los fondos al Gobierno, el
Sr. Valenzuela declinó el puesto de Gerente interino y
volví yo a ocu-parlo como principal, por nueva
elección de la Asamblea General.

El atentado cometido por el Gobierno" contra el Banco
hipo-tecario, hirió de muerte al Establecimiento. Temiendo
que el Go-bierno tuviese necesidad de nuevos fondos resolvimos
suspender toda especie de operaciones activas. Abrimos libros
falsos para presentarlos a los Agentes de la dictadura si acaso
se nos pedían para saber los fondos que teníamos.
Ocultamos nuestros caudales en una bóveda secreta que
existe en la casa del Banco. Los clien-tes del Establecimiento
empezaron a retirar sus fondos no por falta de confianza en el
Banco, sino por temor de que fuera total el saqueo del
Establecimiento por los Agentes del Gobierno y de que el Banco se
viera forzado a suspender pagos y cambio de bi-lletes. Por
fortuna, nada de esto sucedió y el Banco pudo cumplir
todos sus compromisos y cuando, pasada la guerra,
resol-vió entrar en liquidación por no poder
existir con el papel mo-neda y la prohibición de estipular
ésta en los contratos, el Banco quedó a paz y salvo
con los clientes, depositantes, tenedores de cédulas y
billetes y en suma con todos sus acreedores, pagando hasta el
último centavo en moneda metálica, a pesar de que
va-rios de sus deudores le devolvieron las sumas prestadas en los
billetes depreciados del Banco Nacional, o sea del papel moneda
de curso forzoso establecido por el Gobierno del Sr.
Nuñez.

Recuerdo que uno de los deudores del Banco pagó
al Esta-blecimiento una suma de consideración en billetes
del Banco Na-cional cuando se cotizaban al 20 010 de precio, no
obstante que él había recibido el préstamo
en moneda de plata de 0, 835.

Al firmar la escritura de cancelación de su
deuda, yo protesté ante el Notario contra el deshonroso
proceder del deudor y éste me acusé ante el Jefe de
la Policía, quien, si mal no recuerdo, era el Sr. D.
Rufino Gutiérrez, carácter probo y
enérgico.

El Jefe de policía contestó la ley obliga
al acreedor a recibir en papel moneda el valor de la deuda, pero
no le prohibe quejarse de la pérdida que hace, ni
protestar contra la poca buena fué del pagador
.

El acta de la célebre sesión dice
así:

En Bogotá, a diez y siete de Febrero de 1885,
reuniéronse en el local del Banco, a virtud de llamamiento
urgente que les hizo el Señor Administrador Gerente, los
siguientes accionistas:

Sres. Valenzuela Alfredo, en
representación de sus veinte acciones, de las
ciento de D. José María Valenzuela, de las treinta
de D. Pablo Valenzuela, "de las treinta de D. 5. Koppell, de las
treinta. de D. C. Schloss, y de las cinco de D. Julio Valenzuela,
o sean en todo 215 acciones.Vargas Francisco y
Guillermo, en represen– tación de las sesenta acciones de
los Sres.Francisco Vargas Hermanos 60De Francisco J. M., en
representación de susdiez acciones de las treinta de D.
Gabriel Vengoe–chea, de las diez de los Sres. Vengoechea Her–
manos, y de las cinco de los Sres. Defrancisco& Arboleda, o
sean en todo 55 Vargas Vicente Antonio, en
representaciónde sus veinte acciones, de las quince de los
Sres.Vicente A. Vargas & C., y de las quince deD. R. Rocha
C., o sean en todo 50 »Escobar José Ignacio, en
representación delas veinte acciones de D. Nicolas
Esguerra yde las cinco de los Sres. Nicolas Esguerra &o sean
en todo 25 »Quijano Wallis J. M., en representación
desus veinte acciones 20 »Rivas Luis G., en
representación de susveinte acciones 20
»Vargas Enrique, en representación de
lasveinte acciones del Sr. José M. Urdaneta, quienlo
autorizó para representarlo 20 »Cárdenas
Cecilio, en representación de susveinte acciones 20
»Madero Diego en representación de sus
diezacciones 10 »Y Valenzuela Daniel, en
representación desus cinco acciones 5

En todo 500 acciones

Y estando, como se ven representadas todas
las acciones, abrió la sesión extraordinaria, de la
Junta General de accionistas, a la una de la tarde
próximamente, corno Presidente de ella, el Sr. D.
Francisco Vargas, Gobernador del Banco.

El Señor Administrador Gerente,
pasó a dar cuenta del objetos con que había llamado
a los Señores accionistas, hizo la siguiente
relación.

« Hallándose el Banco en ejercicio de sus
funciones y los empleados en el desempeño de sus tareas,
se presentaron en el local del Establecimiento, hoy, a medio
día, los Sres. Julio

E. Pérez, Secretario de Estado de la Unión
en el Despacho de Gobierno y Fomento; Vicente Restrepo,
Secretario de Relacio-nes Exteriores Jorge Holguín,
Secretario del Tesoro y Felipe Angulo, Secretario de
Guerra.

« Recibidos que fueron por el Gerente en la sala
de su des-pacho. manifestó el Sr. Secretario de Guerra que
el Gobierno Nacional exigía del Banco un empréstito
de treinta mil pesos, oro voluntario, o con carácter de
forzoso.

« Luego manifestó el Sr. Secretario de
Guerra, que, como eso sería cuestión de la Junta
Directiva, se daba al Banco plazo de una hora para que resolviera
la otorgación del empréstito.

« A esto replicó el Gerente que esto no era
cuestión de la Junta Directiva, sino de hechos, leyes y
deberes: de hechos, por-que el Banco en las actuales
circunstancias no podía otorgar el préstamo que se
exigía, sin comprometer su propia existencia y los
intereses de sus accionistas, clientes y acreedores ; de leyes
porque las del Estado de Cundinamarca, bajo cuyo patrocinio se
fundó y ha funcionado el Banco, prohiben expresamente
hacer prés-tamos que no sean sobre primeras hipotecas; – y
de deberes, porque estando prohibido hacer operaciones por la
situación excep-cional en que se halla el Banco,
sería faltar a ellos el otorgar préstamos a
cualquier persona o entidad.

« Insistiendo los Señores Secretarios de
Estado en la exi-gencia del empréstito con carácter
de forzoso, el Gerente les hizo presente la gravedad del atentado
que se quería consumar contra el Establecimiento, y que no
podría convenir en dar el dinero sin faltar a sus mas
triviales deberes de administrador honrado de intereses ajenos, y
sin incurrir en gravísima responsabilidad.

« Después de lo cual, se retiraron los
Sres. Secretarios de Estado y, en su presencia y por orden de
ellos, invadió el local del Banco un Cuerpo de fuerza
armada que, comandado por el Sr. Aristides Fernández,
Inspector de Policía, se hallaba apostado de antemano
frente a la puerta principal de la casa del Banco.

« Por orden de los Señores Secretarios
declaróse presos al Gerente y al Banco; mandóse
citar, por medio de los agentes del Gobierno, a los miembros de
la Junta Directiva y demás accio-nistas, para que
concurrieran al local de las sesiones; y antes de separarse,
dióse orden a los agentes que no permitieran la
salida

de ninguno de los accionistas, una vez que hubieran
entrado, y que quedaran presos o detenidos hasta nueva orden.
»

Terminada así la exposición del Sr
Administrador Gerente, se pasó a deliberar; y
hallándose la Junta ocupada en esto, se pre-sentaron de
nuevo los Sres. Secretarios de Estado ya mencionados, é
insistieron en su exigencia de empréstito.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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