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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 4)



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En las llanuras de Sonzo y a inmediaciones de Buga, en
el sitio llamado del Derrumbado, Mosquera y Obando batieron
com-pletamente a Carrillo y sus compañeros el día
22 de Febrero de 1860.

Después de este suceso, Mosquera envió al
clérigo Alais a Cartagena para hacer un pacto o alianza
con Juan José Nieto, Presidente liberal del Estado de
Bolívar é inteligenciado, por me-dio de
comisionados secretos, con los revolucionarios liberales de
Santander, expidió el célebre Decreto de 8 de Mayo
de aquel año por el cual separaba el Estado del Cauca de
la Confederación y desconocía las Leyes expedidas
por el último Congreso, que él consideraba
violatorias de la Constitución y atentatorias al
régimen federal establecido en el País.

Casi a la misma época el Presidente Ospina
había marchado con el ejército nacional y el
General Herrán al Estado de San-tander, al cual
había declarado previamente la guerra.

Los liberales de Santander fueron tan infortunados en
1860 como lo habían sido en 1859, pues el 29 de Julio tuvo
lugar el encuentro de Galán en que murió el
valeroso Jefe liberal Juan de Jesús Gutiérrez y el
18 de Agosto la sangrienta batalla del Oratorio en la cual, como
en la de San Quintín, fue derrotado y quedó
prisionero el ejército de Santander, todo el personal del
Gobierno y el Estado Mayor, desde el Presidente Pradilla hasta el
último empleado.

Mosquera, más afortunado, había logrado
triunfar en todos los hechos de armas que tuvieron lugar en el
Cauca en esa época. Vencedor de Carrillo había
regresado a Popayán y el 20 de Junio Obando batió
al Coronel conservador Jacinto Córdoba en el sitio de
Manzanilla, al Sur de la ciudad.

El 20 de Agosto tuvo lugar el combate sangriento de la
Concepción, cerca de Palmira en el Valle del Cauca, en el
cual no hubo prisioneros ilesos, sino muertos y heridos. Este
terrible hecho de armas fue comandado por los tres Gobernadores
de las provincias de Tuluá, Buga y Palmira, los Generales
Olimpo García, Eliseo Payán y Herrera, quienes
triunfaron completamente sobre las fuerzas antioqueñas y
caucanas.

Con todas sus fuerzas reunidas abrió Mosquera
campaña contra el Estado de Antioquia, en donde el
Gobierno nacional tenía un poderoso ejército al
mando de los célebres generales Posada y Enao. Mosquera
triunfó en el combate de las Guacas el 12 de Agosto y el
28 del mismo mes atacó las trincheras de
Manizales.

Habiéndose estrellado inútilmente contra
Manizales, y consi-derando inexpugnables las trincheras. Mosquera
propuso a los Ge-nerales Posada y Enao un Convenio de paz que
él llamó Espon-sión. Por la Esponsión
se comprometía Mosquera a revocar su decreto de 8 de Mayo,
a reincorporar el Estado a la Confede-ración, devolver las
armas de la Nación que había tomado a Car-rillo y
sus compañeros, y, en cambio de cesar las hostilidades y
de someterse al Gobierno de la Nación, exigía
únicamente que se le eximiera de responsabilidades como a
Jefe de Estado autónomo por su rebelión contra el
régimen constitucional.

Este Convenio, que habría puesto fin a la guerra
en sus co-mienzos, fue improbado por el Dr. Ospina. Presidente de
la Re-pública, porque este Magistrado apolítico y
frío ejecutor de la Ley, nunca quiso reconocer al General
Mosquera como beligerante en guerra civil, a pesar de que era
Gobernador del Estado más ex-tenso e importante de la
República y de que su autoridad revolucionaria era acatada
y obedecida por dos Estados más de la
Confederación. Ospina, encastillado en el Código
penal no podía acep-tar un Convenio con un Jefe que
él consideraba como un delin-cuente responsable del delito
común de rebelión.

Posada retiró sus fuerzas de la Cuchilla de
Manizales, se in-ternó al Estado de Antioquia y
declinó su actitud bélica porque él creia
honradamente que el excelente Convenio que había
ce-lebrado con Mosquera, bajo el nombre de Esponsión,
seria aprobado por el Presidente de la Confederación,
ahogando así en su cuna a la terrible revolución
que comenzaba.

Mosquera por su parte se retiró de Manizales,
pero sin de-poner las armas, y, sin licenciar un solo soldado de
su ejército, se dirigió hacia la capital del
Estado.

Conversando alguna vez con el General Mosquera, varios
anos después, le pregunté: «Qué
pretexto habría buscado Ud. para con-tinuar la
revolución en caso de que Ospina hubiera aprobado la
Esponsión?» Estaba seguro, me contestó, de
que el testarudo de Ospina la improbaría, y por eso no me
desarmé una vez que había conseguido salvar la
situación después del insuceso de
Manizales.

Mosquera llegó a Popayán con su
ejército reconstituido y, al tener noticia de la
improbación del Convenio de Manizales. Abrió
campaña contra el Gobierno de la Nación;
atravesó las agrias Serranías de la Cordillera
Central, venciendo mil dificul-tades y batió completamente
la división de veteranos que coman-daba el General
París; marchó sobre Cundinamarca con todo el
ejército triunfador, ya fuerte de mas de 2000 hombres,
llevando cerca de 1.000, fusiles para armar a los liberales de
las provin-cias de Neiva y Mariquita.

Los liberales de estas provincias recibieron a Mosquera
como a un libertador, se armaron y se incorporaron a su
ejército.

En la ciudad de El Gigante se avistó con el
General José Hilario López, su adversario
político, aunque no su enemigo personal como
Obando.

Con la unión de Mosquera y López se
formó el triunvirato de los principales jefes de la
revolución de 1860, todos tres hijos de Popayán, de
la misma edad, próceres de la independencia y prestigiosos
guerreros en la Nación. Tanto Obando como López
reconocieron a Mosquera como a Jefe único y Supremo
Director de la guerra.

Las fuerzas del Gobierno Nacional se retiraron a la
ribera oriental del río Magdalena, dejando a Mosquera el
campo libre para establecer su autoridad y aumentar su
ejército en el nuevo Estado que acababa de crear con el
nombre de «El Tolima»formado por las provincias de
Mariquita y Neiva.

Para desarrollar su pian de campaña sobre el
Estado de Cundinamarca, asiento del Gobierno Nacional, y ponerse
en re-lación con los liberales de Bolívar y
Magdalena, mandados por los Gobernadores Nieto y Consuegra,
Mosquera estableció su cuartel general en el puerto
fluvial de Piedras, desde el cual aten-día a las
operaciones del litoral atlántico por medio de las
embarcaciones del Magdalena que estaba completamente libre de
ene-migos, después de la destrucción de la
escuadrilla nacional en el Banco, y al mismo tiempo prepararon la
ofensiva sobre la ver-tiente occidental de la Cordillera
oriental.

Dejemos a Mosquera en Piedras para ocuparnos
después de su célebre campaña y de algunas
anécdotas relativas a ella que me refirió mi padre,
y volvamos al Cauca, en donde se desarrollaban grandes
acontecimientos.

Mientras Mosquera se hallaba en Piedras y se
producía una reacción liberal poderosa en el Norte
de la República y en los Estados de Santander y
Boyacá, encabezada por los Generales Santos
Gutiérrez Rudecindo López, Joaquín y Gabriel
Reyes Patria, en el Cauca tenía lugar una
revolución encabezada por el célebre Julio Arboleda
hijo de Popayán y quien había sido pro-clamado
candidato para la Presidencia de la República en
reem-plazo del General Pedro Alcantara Herrán, porque
consideraban los conservadores que éste. Además de
ser yerno de Mosquera, era conciliador y diplomático en
tanto que Arboleda era enérgico hasta la crueldad. En
estos tiempos anormales, decía El Porvenir, la
nación no debe ser gobernada por el guante de seda del
Ge-neral Herran sino por la vara de hierro de
Arboleda.

CAPITULO VI.

Julio
Arboleda

Julio Arboleda, retoño de
selección de las más preclaras fa-milias
peninsulares establecidas en Popayán, irradia mucha luz en
la historia política, militar y literaria de la Nueva
Granada. Do-tado de múltiples facultades, poseía
cualidades eximias y hetero-géneas que lo exaltaron a
ocupar plaza de primera fila entre los personajes mas
sobresalientes de la Nación. Orador galano y florido,
escritor vibrante, militar hábil y poeta insuperable, su
Estatua histórica podría llevar con propiedad como
atributos la corona del Tribuno en la cabeza la espada en una
mano y la lira eh otra. Desgraciadamente, como en casi la de
todos los hombres superiores que han ilustrado la historia entre
los rayos de la po-lítica y la guerra, rojas manchas
contrastan en esa Estatua con la blancura del
mármol.

Sin pretender comparar a Arboleda (a pesar
de ser éste personaje histórico de elevada talla)
con el Libertador de América (figura colosal del siglo y
que no tiene par en el continente ame-ricano) yo encuentro muchos
puntos de semejanza entre Bolívar y Arboleda.

Uno y otro fueron descendientes de ilustres
familias. Ambos recibieron esmerada educación europea. Los
dos fueron guerreros y estadistas insignes, oradores elocuentes y
poetas de suprema inspiración. Arboleda, como el
Libertador, fue hombre de imagi-nación de fuego, tenaz en
sus empresas y ávido de gloria, de enormes ambiciones,
apasionado y despiadado.

Bolívar declaró la guerra a
muerte a los déspotas españoles. Arboleda
llevó al patíbulo a los criollos que consideraba
anarquistas.

Bolívar cantó a la
América con su lira de oro sobre la cima del Chimborazo.
Arboleda entonó un himno de gloria a su ciudad natal sobre
la cima del Puracé.

Ambos fueron víctimas de la
política y murieron casi a la misma edad, el uno (herido
en el alma en la noche del 25 de Septiembre de 1828) en la playa
del Atlántico y el otro herido en el pecho en la
Montaña de Berruecos en 1862.

No puedo hacer una descripción de
sus formas físicas, como la he hecho de Obando, de
Mosquera y del Obispo Torres, por-que sólo una vez lo vi
siendo niño, con la rapidez de un instan-te, y, al formar
el juicio que de él voy a consignar en estas Memorias, me
baso en los datos que me suministra la historia y en los que me
comunicaron mis padres y mis maestros en Popayán, durante
mi primera juventud.

Era Arboleda vástago de las mas
encumbradas familias de Popayán, sobrino carnal de
Mosquera y sobrino segundo de Caldas y, por ende, pariente de mis
padres.

Fueron sus progenitores acaudalados
patricios de la ciudad. Desde muy tierna edad fue enviado a
Europa en donde re-cibió esmerada educación, y en
donde dió muestras de su gran mentalidad.

En mi concepto, Arboleda ha sido el orador
mas galano, uno de los mejores guerreros, y el primero de los
poetas colombianos. Yo considero su «Gonzalo de
Oyón» como la mejor obra ori-ginal en verso que
registran nuestros anales literarios. Sus estrofas, especialmente
las del canto V, plenas de savia poética y de intensa
inspiración, en forma admirable, revelan un númen
genial.

Vacilante en discernir la primacía a
alguna de las múltiples cualidades de Arboleda, yo lo
admiro, sin embargo, mas con el coturno que con la espada,
ó en la tribuna. Permíteseme pues hacer un ligero
recuerdo de algunos de los versos del Gon-zalo de
Oyón.

Prescindiendo de las discusiones que tienen
Don Alvaro y Gonzalo para desarrollar sus planes ambiciosos,
observaré únicamente que en ninguno de los
clásicos españoles en la edad de oro de la
literatura castellana, se encuentra una armonía imitativa
u onomatopeya como en la siguiente estrofa del Gonzalo de
Oyón:

« Hay en el corazón de la
montaña

Raudo torrente que de breña en
breña

De una cima a otra cima se
despeña

Y como en un sepulcro ya a
correr

Ronco rodando y turbulento
siempre

Estrella sus hirvientes
borbotones

Sobre negros y enormes
pedrejones

Convirtiéndose en nieblas al caer
».

Tampoco se halla en ninguna otra
poesía un verso mas so-noro y mejor acentuado que el
siguiente:

« Yo no te pido, oh Diosa de
Helicona, El extro del fantástico romano, Ni aspira audaz
a la inmortal corona Que tejió para Pindaro tu mano
».

Yí podrá haber mas tiernas,
mas delicadas y mas poéticas figuras de comparación
que las siguientes, hablando de Pubenza?

«Timida cúal la parda
Cervatilla

Que el cuello tiende entre el nativo
helecho

Y al ladrido del can yace en
asecho

Con sus ojos de púdico
temor».

O, cuando Gonzalo al leer la carta de
Pubenza en que le comunica que él ha sido declarado
traidor, dice el poeta:

« Pubenza iba a decir, mas la
palabra

muere en sus labios, cual la pura
gota

Que de la escarcha entre el peñazoco
brota

Y se hiela al salir del manantial
».

En otra parte, hablando de
Pubenza:

« India en amar y en resistir
cristiana

Era su pecho a la virtud dosel.

Cuando Gonzalo recibe la fatal noticia y
reflexiona sobre su horrible situación, Arboleda
dice:

« Sintió dolor sin obtener
alivio;

Ardió en rencor, sin pretender
venganza;

Lloró de amor sin fé, sin
esperanza

Llamó a su Dios, su Dios le
desoyó ».

Arboleda se hallaba en Europa cuando
fué llamado por el Presidente Ospina para ayudarle a
luchar contra la Revolución de Mosquera.

Inmediatamente que recibió la Nota
de llamamiento formó una expedición militar y se
dirigió a la ciudad de Santa Marta, la cual ocupó
militarmente.

Las fuerzas del Gobierno del Magdalena
y de Bolívar reunidas detuvieron la
invasión de Arboleda, quien después de al-gunos
encuentros sangrientos fue sitiado en la capital del
Magdalena.

El sitio duró desde el 19 de
Noviembre hasta el 14 de Di-ciembre de 1860. Siéndole
imposible resistir por mas tiempo con-tra las fuerzas reunidas de
los dos Estados del litoral altántico, resolvió
desistir de esa empresa y con los restos de sus tropas y los
prisioneros, abandonó la ciudad en ruta para
Panamá.

Ayudado en esta ciudad por el Intendente
nacional, Sr. Don José Manuel Hurtado, quien
permanecía fiel al Gobierno de la Confederación,
Arboleda formó en esta ciudad una nueva expedi-ción
y se dirigió al Cauca. Ocupó a Tumaco:
atravesó la mon-taña de San Pablo, se
apoderó de la altiplanicie de Tuquerres y llegó a
Pasto en el mes de Marzo de 1861.

El Intendente nacional Zarama le
ayudó eficazmente para aumentar y organizar sus fuerzas,
con las cuales se dirigió hacia el Norte del Estado para
atacar las del Gobierno residentes en Po-payán.

Reforzado Arboleda con las columnas
gobiernistas que obra-ban al sur de la capital en Dolores y
Mercaderes, llegó hasta un sitio llamado Los Arboles, a
poca distancia de Popayán. Allí se
atríncheró para resistir el empuje de las armas del
ejército del Cauca, comandadas por el General Miguel
Quijano y por los co-roneles Pedroza y Pérez. Las de
reserva se hallaban a las órde-nes del General José
María Sánchez, célebre guerrillero de las
montañas de Timbío y Teniente muy estimado del
General Obando.

El General Quijano atacó con
brío las trincheras de Arbo-leda, pero sus esfuerzos se
estrellaron contra los formidables pa-rapetos desde donde tiros
certeros de artillería moderna lanzaba dirigidos por un
hábil oficial francés, Sr. Martín Feuillet,
a quien había contratado en Europa.

El General Sánchez no
obedeció las órdenes del General en Jefe Quijano
para atacar las trincheras por un flanco, pues se
atemorizó por el fuego certero de la artillería, y,
viendo diezmadas sus fuerzas, el General en Jefe resolvió
retirarse hacia Popayán, dejando en el campo muerto al
coronel Pérez y a una gran parte de sus oficiales y
soldados.

El Gobierno del Cauca, en vez de retirarse
hacia el Valle para unirse a Payán y organizar la
resistencia en ese centro del liberalismo caucano, cometió
el desacierto de resistir a Arboleda triunfante, en
Popayán, ciudad completamente abierta e indefensable desde
el punto de vista militar, como se pudo demostrar en la guerra de
Independencia cuando fué tomada y desocupada repe-tidas
veces por Españoles y Patriotas.

Los defensores de la ciudad formaron barricadas con
palos y piedras en los cuatro ángulos de la plaza
principal, encerrando dentro de ese recinto todo el personal del
Gobierno y los restos del ejercito vencido en « Los
Arboles».

El 10 de Agosto Arboleda, quien era hábil
estratégico ocupó las alturas de Bélem, al
mismo tiempo que atacó la ciudad por el lado del
Norte.

Comunicándose por el interior de las casas del
Oriente y Norte de la ciudad, todas ocupadas por familias
conservadores y adictas al Gobierno de la Confederación,
muy fácil le fué a Ar-boleda llegar hasta los
balcones de las habitaciones situadas sobre la plaza y dominar
así con sus fuegos a los defensores, todos los cuales
cayeron en poder de Arbole4a en la noche de ese
día.

Paso ahora a describir detalles interesantes
relacionadas con la permanencia del célebre jefe
conservador en la ciudad de Po-payán, que son hasta ahora
desconocidos por los historiadores y que tuvieron lugar al mismo
tiempo que Mosquera, desarrollaba en Bogotá su victoria
contra el Gobierno de la Confederación.

Declaro que me es penoso referir los episodios de la
repre-sión sangrienta de Arboleda cuando, dominador del
Cauca, se de-jó arrastrar por la pasión
política a emplear excesiva severidad contra los que
él llamaba rojos rebeldes y anarquistas, y, digo penoso,
por mis relaciones estrechas de amistad con los descendientes del
ilustre caudillo conservador quienes podrían ver con
desagrado la memoración de esos acontecimientós, no
obstante ser éstos he-chos históricos, de
carácter público que pueden ser fallados con
criterio favorable o adverso, según los puntos de vista
desde donde se les contemple y juzgue.

Solamente, pues, en obsequio al respeto que se debe a la
verdad histórica, voy a hacer la relación de dichos
episodios; y para explicar, que no excusar, su aspecto
sanguinario, me permito hacer las siguientes
reflexiones.

Los hombres superiores y, sobre « todo cuando se
hallan co-locados en altas posiciones de autoridad y mando miran
con sumo desprecio a sus inferiores o subalternos y consideran la
vida de los otros con la misma indiferencia con que los
carniceros estiman la existencia de las reses que degüellan.
Sin entrar a considerar que Alejandro mató a su amigo
íntimo en un acceso de embria-guez y de cólera, ni
que Cesar Borgia asesinó a su hermano por un impulso de
abominable envidia, ni que Felipe II ahogó en sangre la
libertad de los Países-Bajos, ni que Napoleón hizo
pasar a cuchillo los prisonieros de Jafa y asesinó al
Duque de En-ghien en los fosos de Vincennes, sin citar
éstos y otros hechos históricos de los grandes
hombres, repito, me concretaré a hacer constar que en las
tres Repúblicas que formaron la antigua Co-lombia, los
héroes de la Independencia y de las guerras civiles
posteriores llegaron en sus represiones hasta la crueldad,
desco-nociendo los principios que uno y otro profesaban como
jefes o caudillos de dos grandes partidos contendores.

Así, pues, Bolívar hizo fusilar a Piar, el
célebre jefe porque acaso temió en el valiente
mulato un rival en lo porvenir e hizo degollar 500 prisioneros en
La Guaira. Santander, filósofo civil mas que guerrero y a
quién se considera el genitor del libera-lismo en Nueva
Granada, mandó fusilar a Barreiro y sus
compa-ñeros, prisioneros en Boyacá, a pesar de
estar regularizada la guerra en ¡818, en las Conferencias
de Santa Ana Mosquera, jefe conservador, ajustició
despiadadamente en 1841 a 16 adver-sarios políticos que
cayeron" en sus manos, y manchó con sangre sus laureles al
hacer fusilar sigilosamente al día siguiente de su entrada
triunfal a Bogotá el 18 de Julio de 1861, a tres
Magi-strados conservadores.

García Moreno hizo flagelar desnudo, y en la
plaza pública de Quito, al General Ayarza.

A parte de estas consideraciones, de orden
filosófico, para explicar la violencia y crueldad que ha
acompañado a algunos actos de los hombres superiores, es
menester también tener en cuanta que la terrible y
encarnizada lucha que sostuvieron, durante 10 años, los
Patriotas contra los Españoles y los innumerables
patibulos que levantaron en 1816 y 1818 los tristemente
célebres pacificadores Don Pablo Morillo y Don Juan
Sámano, habían fa-miliarizado a los independientes
con la muerte, de tal manera que la vida de los seres humanos era
mirada con absoluto desprecio, y de ahí la frecuencia de
los fusilamientos y ejecuciones sangrien-tas por causas
políticas.

En corroboración de la anterior
aseveración histórica, paso a consignar o, mejor
dicho, a intercalar en estas Memorias, como paréntesis
incidental, dos hechos que tuvieron lugar en Venezuela en 1814 y
1818 que me refirió en Caracas un célebre erudito
historiador venezolano, y que demuestran hasta qué punto
llegó la ferocidad sublime de la guerra de
Independencia.

Durante el régimen terrible de la
guerra- a muerte de í8e¡4, José Antonio Paez,
el incomparable y legendario Caudillo vene-zolano, en una de sus
muchas victorias en los llanos de Apure tomó prisionero a
un joven Capitán español llamado Carlos de
Valencia.

Luego que el sargento encargado de matar al
prisionero no-tificó a éste que tenía una
hora de vida para escribir a su familia y dictar sus
dispósiciones últimas, el Capitan español
pidió recado de escribir, y dirigió a Paez la
siguiente carta:

« Señor General en Jefe del Ejército
libertador de Occidente.

Vos sois, Señor General, un gran valiente y como
tál debéis apreciar el valor en los
demás.

En mi patria, en España, se ejecuta con arma
blanca a los bandidos de Sierra Morena; pero a los oficiales de
honor, como soy yo, se les fusila. Os pido, General, como
única gracia que en vez de alanzearme, me hagáis
pasar por las armas.

Por este servicio os quedará reconocido en la
eternidad vues-tro admirador y prisionero, Carlos de Valencia
»,

Paez se hallaba en su tienda de
campaña anotando los epi-sodios de la jornada, cuando
recibió la noble súplica del Capitan Valencia.
Dcspués de leerla con absoluta indiferencia,
escribió al pié la siguiente
resolución:

« Comandancia General del Ejército
libertador de Occidente. Fecha Visto el anterior memorial del
Capitán Carlos de Va-lencia y, teniendo en cuenta que las
municiones están muy escasas en el Ejercito libertador, y
que una bala empleada en matar a un español prisionero
puede servir para matar a otro español en el campo de
batalla, se niega lo que se pide y se dispone que, como a todos
los otros, se le ejecute con arma blanca~ Firmado: Paez
».

En consecuencia el capitán Valencia fue
alanzeado.

En í8í 8 se reunieren Morillo
y Bolívar en Santa Ana, lugar que queda situado cerca de
unos peñascales que dan sobre el Arauca. Durante las
conversaciones familiares que siguieron a la
regularización de la guerra entre los dos grandes
adversarios, Morillo manifestó a Bolívar que
él creía que a la larga los Espa-ñoles
triunfarían sobre los patriotas, porque éstos, que
no contaban sino con fuerzas colecticias e indisciplinadas, no
podrían resistir, a pesar de su extraordinaria
valentía a los ejércitos de línea, bien
organizados y equipados, del Rey de España; atravesaba en
estos momentos la pequeña altiplanicie un soldadito
patriota, quien, al tiempo de saludar militarmente al Libertador,
fue llamado por éste por medio de una seña con la
mano. Al presentarse el sol-dado a Bolívar con muestras de
pro fundo respeto, el Libertador le dijo: arrójate por ese
precipicio. « El soldadito se inclinó,
re-pitió el saludo militar y se lanzó al abismo sin
decir una palabra.

Morillo quedó sorprendido de la obediencia
pasiva, y casi fa-nática, de los éoldados del
Libertador.

Triunfador Arboleda en Popayán, organizó
su Gobierno con-tra revolucionario, reformó su ejercito y
lo aumentó con todos los hombres útiles de la
región. Teniendo en perspectiva dos em-presas militares
importantes, a saber: atravesar la Coreillera de Guanacas y,
siguiendo el mismo camino de Mosquera, llegar hasta la capital
para atacar al caudillo revolucionario en Bogotá, o
Se-guir al Valle con el objeto de destruir las fuerzas liberales
co-mandadas por Payán y ponerse en contacto con el Estado
de Antioquia para continuar la obra
contra-revolucionaria.

Creyendo que antes de emprender cualquiera de estas dos
operaciones militares, era preciso destruir las fuerzas del
General Sánchez, hábil guerrillero de la escuela de
Obando y quien, como otro Jorge Cadoudal, el jefe vendeano,
sostenía con éxito, la guerra de partidas en las
montañas de Timbio y Chiribio, vecinas de Popayán,
resolvió concretar sus esfuerzos a eliminar este enemigo
antes de abandonar la capital del Estado.

Todos los esfuerzos que hizo Arboleda fracasaron contra
la habilidad, la tenacidad y las posiciones de los guerrilleros
de Sanchez.

Desgraciadamente en esos momentos, tuvo noticia Arboleda
del fusilamiento ejecutado por Mosquera en Bogotá el 19
Julio de 1861.

Este injustificable procedimiento de Mosquera fue la
causa determinante para que Arboleda en són de represalias
diera pabulo á sus sentimientos de pacificador
español á estilo del Duque de Alba o de
Morillo.

El primer fusilamiento que decretó fue el de tres
prisioneros de Los Arboles: Manuel Esteban Pedroza, joven y
gallardo mi-litar nacido en Cali; José Eustaquio
Rodríguez, ignorante mulato patiano, que se hallaba
afectado del mal de «Lazaro y José María
Sarmiento, de Popayán, casi adolescente, pues no
tenía aun 20 años y que no había cometido
más falta que la de hablar en las plazas y en las calles
como otro Camille Desmoulins para excitar al pueblo al
sostenimiento de la causa federal. Este joven fué retira4o
del patíbulo por las influencias de su tío, el
Canonigo Doctoral dé la Iglesia Catedral de
Popayán, Dr. Sarmiento.

El nuevo contingente de fusilados tuvo
lugar algún tiempo después y montó a veinte
en la plaza de San Camilo, situada al extremo de la
ciudad.

Esta ejecución revistió,
caracteres de refinamiento represor que son inexplicables al
emanar de un hombre superior y civili-zado como era
Arboleda.

Cuando la víspera de la
ejecución estaba formando Arboleda en su despacho la lista
de los rojos, como él los llamaba, que
debían ser fusilados al siguiente día, presentes se
hallaban algunos hombres distinguidos del partido conservador de
la ciudad que deseaban tomar parte en la sangrienta orgía
de venganza política.

Luego que Arboleda firmó la orden
del fusilamiento, alguno de los aúlicos presentes, le
reclamó que incorporara en la lista de los condenados a
muerte a un pobre diablo llamado Nicolas Rada, quien era
ignorante hijo del pueblo, antiguo sacristán de la Iglesia
de la Ermita y que después por su exaltación de
corifeo liberal, desempeñaba funciones inferiores en
servicio de su causa.

  • Y quien es ese Nicolas Rada, dijo
    Arboleda, y qué de-litos ha cometido para merecer la
    pena de muerte?

– Rada es un peligroso calicans que ha
hecho muchos males a todas muestras familias y que merece la
muerte mas que otros que figuran en la lista.

– Pues, bien, entrerrenglonen su nombre
entre los de los otros, contestó Arboleda; é
inmediatamente se dirigió a su cuartel general de Calibio,
a dos leguas de distancia de Popayán.

El nombre de Rada fué intercalado en
la lista macábrica y al día siguiente fue fusilado
en San Camilo.

Arboleda había ordenado por la noche,
víspera del fusila-miento, que todas las autoridades se
ocultaran al siguiente día, y él mismo se
ausentó, como llevo dicho para evitar los empeños y
súplicas de los deudos y miembros de las familias de los
con-denados a muerte.

La ejecución tuvo lugar al siguiente
día sobre una gran viga o madero muy largo, colocado sobre
estacones en la plaza sin espal-dar, ni forma de banquillo. Yo
tuvo ocasión de presenciar la car-nicería porque el
Sr. Luna, Director de la escuela primaria anexa al Colegio
Seminario, nos obligó a todos los niños a que
concurriéramos a presenciar la ejecución con el
objeto de que nos inspirase temor contra las tendencias
disociadoras y anticatólicas de los rojos que
iban a purgar sus crímenes y sus malos sentimientos en el
patíbulo.

Desde las siete de la mañana del
siguiente día las campanas de las Iglesias empezaron a
tocar a muerto. La fúnebre procesión de los veinte
condenados salió de la cárcel principal de la
ciudad en me-dio de una doble fila de fusileros; la muchedumbre
seguía a los pri-sioneros, quienes marchaban de dos a dos
entre sus guardias. Encabezaba el cortejo un septuagenario
llamado Juan Nepomuceno Cobo, Gobernador de la provincia cuando
Arboleda ocupó a Po-payán el 10 de Agosto. Este
anciano, padre de numerosa familia se hallaba enfermo con sus
piernas hinchadas por el reumatismo e imposibilitado para
marchar, por lo cual se le llevaba en bra-zos de los soldados,
como a un inválido o a un herido.

Entre el grupo de presos políticos que marchaban
al patíbulo eran de notarse, además del viejo
Gobernador, a su hermano, Francisco José, a Nicolas Rada,
el condenado suplementariamente después de firmada la
sentencia, a José María Sarmiento, el joven tribuno
que había escapado de la ejecución anterior y
especial-mente, a otro joven de familia notable llamado
Delfín Restrepo, quien acababa de terminar su carrera de
abogado con gran luci-miento y profesaba los principios liberales
con todo el calor de la juventud y de la ilustración
adquirida en las aulas.

La madre de este distinguido joven, Dña.Virginia
de Restrepo anduvo medio loca por la ciudad cuando supo que su
hijo tan amado y el apoyo principal de su viudedad, se hallaba en
capilla para ser fusilado al siguiente día. Tocó en
vano a todas las puer-tas porque todas se hallaban cerradas por
orden del supremo Jefe, pero fueron tan lastimeros sus lamentos y
sus quejas que el Go-bernador de la provincia, Dr. Rómulo
Duran, aun cuando no re-cibía, tuvo noticia del estado de
desesperación en que se hallaba la in-feliz madre, y
condolido de tan intenso dolor, logró ponerse en
comunicación con el jefe de la escolta que debía
ejecutar a los presos y recabó de su caridad que el
fusilero que correspondiere a Restrepo durante la matanza, no
cargara con bala su fusil y solamente con pólvora. Se
esperaba así que, después de fusilados los 20
prisioneros, quedara el joven Restrepo confundido con los muertos
y pudiera escapar cuando éstos fueran sepultados en el
cementerio de la ciudad.

Desgraciadamente, no pudo nadie ponerse en
comunicación con el joven que se hallaba encerrado en la
capilla de la cárcel, para prevenirlo a fin de que pudiera
fingir que estaba muerto después del
fusilamiento.

El macábrico cortejo llegó a la plaza de
San Camilo- a las 6 y media de la mañana del día 31
de Agosto de 1861. En esa misma plaza vivía en casa
humilde la familia de Francisco Cobo, a quien se le
permitió dar el último adiós a sus muchos
hijos y a su esposa antes de morir, pero esto no pudo impedir que
todos ellos oyeran el estruendo de la fusilería que
causó la muerte del esposo y padre.

Colocados los prisioneros sobre la extensa viga que
estaba preparada, fueron vendados y enlazados unos con otros. En
frente de los presos se desplegó el pelotón de
soldados que debía veri-ficar la ejecución
correspondiendo un fusilero a cada prisionero.

Dada la orden de fuego se siguió el estruendo de
veinte fu-siles que con sus tiros, llevaban la muerte a veinte
individuos ino-centes de todo crimen o delito
común.

Después de la descarga cayeron los prisioneros en
diversas posiciones, unos para adelante, otros para atrás,
en confusión macábrica y en medio de arroyos de
sangre.

Al sentirse el joven Restrepo ileso, en vez de acostarse
con los muertos para poder escapar durante el sepelio de los
otros, se puso de pié y exclamó:

« Estoy salvo por gracia de la Ley »,
aludiendo a la disposición española que
prevenía que, si por casualidad, un reo esca-paba de la
muerte al tiempo de la ejecución, debía
conmutarselo la pena de la vida. Pero el jefe de escolta,
temiendo incurrir en grave responsabilidad, obligó al
joven Restrepo a sentarse entre sus compañeros muertos y,
llevando dos fusileros cerca del preso, dispararon a boca de
jarro y lo mataron. Así terminó esta fúnebre
jornada.

Las guerrillas de Sánchez y el ejército de
Payán engrosa-ron sus filas después del
fusilamiento del 31 de Agosto. Nada hay, mas fecundo que la
sangre para producir reacciones contra ella. El Cauca, que estaba
sometido a Arboleda, reaccionó des-pués de la
matanza. En la serranía del Guánacas y en las
monta-ñas gélidas que llaman Páramo de
Moras, se formaron numerosas partidas de sus aguerridos
habitantes. Estos indios que allá se llamaban de Tierra
adentro, por habitar el corazón de la montaña. eran
semi-barbaros, descendientes de los antiguos Pijaos, que fueron
tan indómitos en la lucha con los Españoles durante
la Colonización,

Los indios de Tierra adentro hacían irrupciones
en las po-blaciones vecinas devastaban las haciendas y mataban a
cuantos soldados de Arboleda pretendían penetrar a la
montaña para someterlos. Comprendiendo Arboleda lo
difícil que seria dominar a estos montañeses en sus
guaridas o envió una comisión compuesta del Sr. Don
Manuel Antonio Arboleda, su pariente cercano y el hombre mas
honrado y mas cristiano, sin hipérbole ninguna,
que

tenía la Sociedad de Popayán.

Desgraciadamente los feroces indios tenían pocas
nociones de Derecho internacional y en vez de acatar a los
comisionados, co-metieron la infamia de asesinar a ese
varón noble y santo, a ese J esto ante Dios y ante los
hombres y a su compañero, el francés Martin
Feuillet.

Justamente irritado Arboleda con este crimen atroz,
resolvió inmediatamente enviar sus batallones para que,
haciendo todos los esfuerzos posibles capturaran a los
asesinos.

De éstos cayeron siete en poder de las fuerzas de
Arboleda, quien inmediatamente mandó ahorcarlos de los
árboles del camino, en un lugar de la vía
pública llamado Piendamó.

La crueldad de Arboleda, irritado por la
indignación que le produjo el crimen de los Tierra
adentro,
llegó hasta el extremo de poner guardia a
los ahorcados para que « sirvieran de escar-miento en el
camino y no pudieran sus deudos sepultarlos ». Y con
este motivo se vieron colgados de los árboles durante
muchos días hasta que las aves carnívoras acabaron
de devorar a pedazos sus carnes corrompidas, y hasta que el
viento empezó a silbar por entre las calaveras de los
muertos.

La abolición del cadalso político y de la
guerra a muerte son las dos mas hermosas conquistas cristianas.
El hombre que mata su adversario rendido y prisionero, ejecuta
mas que un crimen, una cobardia. Esta acción equivale a un
duelo en que uno de los dos contendores se halla inerme y
ligoteado en presencia del otro armado y libre. En las guerras
civiles, sobre todo cuando revisten los carácteres que dan
lugar al reconocimento de la be-ligerencia, no hay
crímenes sino lucha de una parte de la sociedad contra la
otra, y el Caudillo triunfador que mancha sus laureles con la
sangre del vencido, es digno de la excecración social
é his-tórica, y se coloca bajo un nivel moral
inferior al de su víctima. No siempre debe decirse Vae
Victis; mas de una vez podemos exclamar: Vaeo
victoribus!

De la larga permanencia del General Mosquera en
Pie-dras, al tiempo que Arboleda llevada a cabo sus expediciones
a Santa Marta y a Tumaco, no tengo informe alguno de episodio que
pueda interesar a los lectores de estas Memorias. Solamente
recuerdo una anécdota que me refirió mi padre,
quien, como llevo dicho, acompañaba a Mosquera en el afro
puesto de Superinten-dente General del
ejército.

Mosquera se hallaba en Piedras en una
posición estratégica

porque recibía contigentes de hombres y auxilios
del Tolima, y podía comunicarse con los liberales de
Cundinamarca y un del Norte. Además por el río
Magdalena estaba en relación constante con el General
Nieto, jefe de las fuerzas revolucionarias del litoral
atlántico.

Como el principal adversario era el ejército de
Antioquia, Mosquera ordenó a Nieto que organizara una
expedición para invadir Antioquia por el Norte,
atravesando las Sabanas de Corozal. Nieto no entendió o no
quiso ejecutar las órdenes de Mosquera y se excusó
manifestando las dificultades de la empresa y que
pre-fería atacar a Antioquia por los puertos occidentales
del Magdalena. Contrariado Mosquera por los subterfugios de
Nieto, llamó a su Secretario de Guerra, Dr. Andrés
Ceron, para redactar instrucciones detalladas y precisas sobre la
expedición a Antioquia por el Norte. Después de
haber trabajado toda la noche, ordenó a Cerón que
enviara los pliegos que contenían sus instrucciones con un
Comisionado inte-ligente y activo que pudiese de viva voz
reforzar las explicaciones del General en Jefe.

Fijó el Secretario de Guerra su atención
en el entonces Teniente coronel German Gutiérrez de
Piñerez, retoño de ilustre familia de Cartagena,
poeta harmonioso de inteligencia ágil e improvisador
fecundopero de costumbres de bohemio y sacerdote de
Baco.

Germán Piñerez aceptó con
júbilo la honrosa comisión del General Mosquera, y
en una canoa se puso inmediatamente en marcha para Honda, en
donde el Alcalde debía prepararle un champan para
continuar su viaje hasta el Atlántico.

Festejando Piñerez su diplomático viaje al
llegar a Honda con sus amigos, se excedió en las
libaciones y perdió transitoria-mente la razón.
Excitado por el licor y a orillas del río tuvo un momento
de locura y arrojó los importantes pliegos al Magdalena
diciendo: «Como es menester que estas comunicaciones
lleguen cuanto antes a poder del General Nietq, que las lleven
las ondas de este gran río».

El Alcalde de Honda, al tener noticia de la falta de
Piñerez, lo arestó para devolverlo bien custodiado
al Cuartel general, y, pre-viamente, despachó un propio al
General Mosquera para anunciarle lo acontecido. En seguida
mandó a Piñerez conducido como un reo.

Grandes fueron la indignación y la cólera
de Mosquera, quien estaba resuelto a fusilar al desleal
comisionado. Mí padre, Cerón, Trujillo, Rojas
Garrido, Secretarios de Mosquera y el General Piñerez,
hermano de Germán, quien desempeñaba las funciones
de Cuartel maestre general, trataban de calmar al colérico
Jefe porque estaban persuadidos de que sus amenazas de
fusilamiento se lle-varían a efecto.

Hallábanse de sobremesa por la noche, en la
empresa de cal-mar a Mosquera, todos los comensales del Supremo
Director cuando apareció Germán Piñerez con
las manos amarradas y entre cuatro guardias. Con una
imprecación violenta y con la espada desenvainada
trató de lanzarse Mosquera contra Piñerez, pero los
com-pañeros de aquél lo contuvieron en tanto que
Germán, con gran entonación, dirigió el
siguiente saludo al General en Jefe:

« Yo os saludo, General

Con humildad reverente

Porque miro en vuestra frente

Una córona triunfal;

El partido liberal

Hoy de vos todo lo espera.»

Lo dice mi voz sincera;

Lo dice mi corazón;

Lo dirá la Convención,

Noble General Mosquera ».

Este que era hombre vanidoso, muy sensible a la lisonja
y al homenaje, como todos los hombres acostumbrados a ocupar
altas posiciones, se calmó instantáneamente y dijo
a Germán:

« Lástima que seas tan borracho. Te perdono
en gracia de tu talento. Sal de aquí y vete a que te den
de comer ».

De esta manera Germán Piñerez salvó
su vida con una décima improvisada.

Cuando Mosquera cruzó el Magdalena y abrió
campaña con-tra Cundinamarca estuvo en crítico
trance porque las fuerzas del Gobernador Gutiérrez Lee a
su turno trataron de pasar el Mag-dalena para cortar a su
adversario e impedirle la retirada, si fuete menester.
Desplegó entonces Mosquera su habilidad genial de
di-plomático militar y que siempre lo salvó de las
situaciones difíciles en sus campañas.
Después de un combate indeciso, que tuvo lugar en la
Barrigona, contra una parte del ejército de la
Con-federación, propuso Mosquera una Exponcion al
Gobernador de Cun-dinamarca, en la cual se convino en que el
Congreso nombraría un Designado que se encargara del
Gobierno, con quien Mosquera se comprometía a hacer la
paz.

Con esta Esponsión salió
Mosquera de las dificultades que le

presentó su paso acaso precipitado
del Magdalena.

La Esponción, como bien lo esperaba Mosquera, fue
impro-bada por el Presidente Ospina; pero ya alejado del peligro
que le presentaba la cercanía del ejército de la
Confederación, pudo, Mosquera tomar el camino de Guaduas
Villeta, pasar a la Vega, entrar a la Sabana de Bogotá y
fijar sus reales en el pueblo de Subachoque. Después de la
sangrienta batalla de Subachoque, que no fue coronada por la
victoria de ninguno de los contendores, Mosquera hizo un
hábil movimiento estratégico para ocupar Uza-quen a
dos leguas al Norte de Bogotá. Unido ya al Ejército
del General Santos Gutierrez, insigne Caudillo del Norte, quien
por un camino de victorias venia a acompañar a Mosquera en
el golpe final y en la entrada triunfal a
Bogotá.

La historia de los acontecimientos que tuvieron lugar
des-pués del 18 de Julio de 1861 es demasiado conocida y
extensa para que pueda caber en el estrecho molde de estas
Memorias. Grandes y trascendentales medidas fueron dictadas por
Mosquera después del coronamiento de su campaña.
Reorganizó la Repu-blica por medio de un Estatuto que
llamó Pacto de Unión, por el cual se
reconocía la Soberanía de las secciones
territoriales con-federadas para formar la Unión Nacional.
Este pacto fue la base de la parte orgánica de la
Constitución de Río Negro. Dictó el
célebre Decreto de desamortización de bienes de
manos muertas, medida severa y trascendental que ha sido adoptada
en muchos países como un medio económico de
devolver a la circulación la inmensa riqueza estancada en
las manos inhábiles e improductivas de las Comunidades
religiosas. Desgraciadamente, a esta me-dida, que puede
explicarse por razones económicas, agregó la
injus-tificable supresión de las Congregaciones de
religiosos de uno y uno y otro sexo y la expatriación de
infelices monjes que nin-gún mal hacen al País, ni
a sus habitantes, y quienes se encierran en sus casas a orar, a
ejercitar prácticas caritativas y piadosas, ó a no
hacer nada, en virtud del derecho natural y positivo que cada
individuo de un Estado libre tiene para encerrarse en su casa, y
hacer dentro de ella lo que a bien tenga, dentro del campo de lo
licito y de la moral.

El fusilamiento de Placido Morales, Andrés
Aguilar y Am-brosio Hernández, que ejecutó Mosquera
al día siguiente de su entrada triunfal a Bogotá,
fue una mancha de sangre que, en su deseo de aterrar a la ciudad,
hizo caer sobre los lauros de su triunfo.

Mis opiniones contra el cadalso
político no implican el que yo sea adversario del
establecimiento de la pena capital para castigar los grandes
delitos, cuales son la traición a la patria, el incendio
para matar, el parricidio y el asesináto con circunstancia
atroces.

El delito es la violación de los más
preciosos derechos naturales y la mayor ofensa que se pueda hacer
a la sociedad. Y ésta se halla no solamente en el derecho
sino en el deber de impedir, por todos los medios posibles, que
el crimen y, sobre todo, el de altas proporciones, se cometa en
su seno.

Al establecer la pena de muerte para los grandes
delitos, la Sociedad no ejerce el derecho de represalia ni
procede por, espíritu de venganza contra el delincuente.
Es simplemente un ejercicio del derecho de defensa, el cual es
reconocido, hasta en los individuos, por los loyes positivas de
todos los países.

Siempre he creído que el establecimiento de la
pena de muerte en una nación no debe someterse a las
sugestiones de una filosofía sentimental, sino a los datos
que suministre la estadística criminal. Si estos
demuestran que los grandes crímenes son mas frecuentes
después de la supresión de la pena capital, debe
res-tablecerse ésta en el Código penal, pues para
evitar el escándalo y la gran perturbación moral y
social que produce el crimen, todos los medios que pueda adoptar
la Sociedad, son buenos y aceptables.

Esto ha pasado en las naciones de instituciones
más libres y avanzadas tales como la República de
Suiza y la República ra-dical francesa, puesto que en
ambas se restableció el régimen de la pena de
muerte para grandes delitos comunes, a petición de las
municipalidades y de los pueblos.

Siempre he encontrado profunda filosofía y verdad
en la res-puesta que Alfonso Karr, Diputado radical de Marsella,
dio a los que solicitaron su voto en la Asamblea francesa en
favor de la abolición de la pena capital; «Yo,
Señores, votaré, contestó el gran escritor,
por la supresión de la pena de muerte cuando los
señores asesinos la hayan abolido por su parte
». Y viene á mi memoria la aguda
contestación telegráfica que el Ilustrísimo
Señor Arzobispo Velasco, Varón justo y santo ante
Dios -y los hombres, dé grata recordación
dió al Cura del Espinal

cuando éste impetró la intervención
del Prelado para que se suspendiera la ejecución de un
criminal empedernido que iba a ser pasado por las armas,
súplica que decía el Cura hacía en nombre de
El que dijo: No matarás:

El Gran Arzobispo contestó Dios
prohibe matar a nuestro prójimo pero no impide a la
Sociedad castigar con la muerte a los que matan a:

Aun cuando un poco tarde, aprovecho esta ocasión
para ma-nifestar mi opinión en favor del establecimiento
de la pena capi-tal, que, como llevo dicho, debe ser sometida a
la estadística y no a los dictados de principios
sentimentales que pertuban los ánimos de estadistas
ilustrados, hasta el punto de condolerse siempre de la suerte de
los victimarios pero nunca de la de las
víctimas.

CAPITULO VII.

Fin de la
Revolución de 1860

SUMARIO. Después de la entrada victoriosa de
Mosquera a Bogotá, la revo-lución en el Cauca y las
guerrillas de Cundinamarca prolongan la guerra. – Mosquera marcha
para el Cauca por la vía de Moras y el General
Gutiérrez por el Quindío. – Triunfo de
Gutiérrez en Santa Bárbara de Cartago. – Entrada de
Mosquera a Popayán. – Arboleda sigue para el Sur con los
restos del ejercito y es asesinado en la montaña de
Berruecos. – Detalles sobre este lúgubre acontecimiento.
-Reunión de la Convención de Rio Negro. – La
Constitución de 1863.

Durante este período se desarrollaron los
acontecimientos mas importantes de la Revolución de 1860,
los cuales no narrare porque, como llevo dicho, yo no pretendo
hacer un libro de his-toria patria, sino únicamente
referir algunos episodios interesantes e ignorados en
relación con dichos acontecimientos.

Con la entrada triunfal de Mosquera a Bogotá el
18 de Julio de ¡86m a Revolución no terminó.
Las grandes y trascendentales reformas, que llevó a cabo
Mosquera después de su triunfo; el fusilamiento de
Morales, Hernandez y Aguilar; la supresión de las
Comunidades religiosas; el destierro del Arzobispo de
Bogotá y de las monjas, etc. enardecieron los
ánimos del partido vencido y produjeron una formidable
reacción armada. Arboleda, unido a Giraldo, Gobernador de
Antioquia, dominó por completo los dos grandes Estados que
forman el occidente de la República, de tal manera que
quedaron solamente haciendo una resistencia heroica, el General
Payán en el puerto de Buenaventura y el General
Sánchez con sus guerrilleros en las montañas de
Chiribio. El Ge-neral Leonardo Canal levantó un numeroso
ejército en el Norte de la República y
marchó sobre Bogotá. Las guerrillas de
Cun-dinamarca, y especialmente la de Guasca, allegaron fuerzas
im-ponentes y amenazaron la capital, a la cual entraron
transitoria-mente, haciendo una escapada de Mosquera, quien
había salido con su ejército a perseguirlas y
debelarlas.

Al mismo tiempo que Mosquera seguía fuera de la
ciudad esta guerra de posiciones en Cundinamarca, venia Canal a
mar-chas forzadas sobre Bogotá. Mosquera salió a su
encuentro, y en el puente de Boyacá tuvo lugar un choque
terrible y sangriento, después del cual, Canal pudo romper
las filas de Mosquera y marchar rápidamente sobre la
capital, la cual ocupó en su totalidad, ménos el
Convento de San Agustín, en donde el Ministro de Guerra
Dr. Cerón y el General Barriga, Comandante de las pocas
fuerzas que habían quedado, se refugiaron y atrincheraron
con el personal del Gobierno, el parque y los mas notables
libe-rales. El empuje terrible de Canal se estrelló contra
los muros de la fortaleza improvisada y contra los pechos, mas
fuertes aún, de sus valientes defensores. Después
de dos días de terrible lucha y de haber incendiado el
Convento, Canal con sus fuerzas diezmadas se ausentó de la
ciudad hacia el Su rpor temor a Mosquera que se aproximaba a la
capital.

Canal atravesó el Tolima y llegó al Cauca
para unirse con Arboleda y continuar la lucha.

Tan difícil situación, preñada de
mas azares y complicaciones que la primera época de la
Revolución, fue dominada por el talento militar y la
actividad de Mosquera, del insigne Jefe Santos Gu-tiérrez,
y de sus valerosos compañeros.

Mosquera con el primer ejército, brillantemente
reorganizado, atravesó la Cordillera Central para invadir
el Cauca por la vía de Moras, la cual conduce directamente
a Popayán. El General Gutiérrez con el tercer
ejército, atravesó la misma Cordillera por la parte
norte en la vía del Quindio y Cartago. En el punto
denominado Santa Bárbara, cerca de dicha ciudad tuvo lugar
una gran batalla entre el ejército de Gutiérrez y
las fuerzas antioqueñas que, al mando del Gobernador
Giraldo y del General Enao, se-guían para Antioquia,
después de haberse separado de Arboleda.

El General Gutiérrez obtuvo un triunfo completo
en esa ba-talla, en la cual quedó deshecho el
ejército antioqueño con su Go-bernador a la cabeza,
quien murió heroicamente al pié de una trinchera.
La batalla de Santa Bárbara fue el hecho de ármas
mas notable de la segunda época de la Revolución y
fue el coronamiento de su triunfo militar.

Mosquera ocupó a Popayán, y con
Gutiérrez sometieron todo el Valle a la dominación
liberal.

Arboleda, quien al separarse de los antioqueños,
había marchado hacia el Sur, siguió hasta la
línea fronteriza del Ecuador, en donde se encontró
con el Presidente dé esa República, contra quien
obtuvo un triunfo espléndido pues deshizo las fuerzas
invasoras y tomó prisionero al mismo Presidente,
García Moreno.

Después de esta victoria y de la llegada de Canal
Arbo-leda resolvió contramarchar a Popayán, pero no
pudo pasar de Mercaderes porque tuvo noticia del triunfo del
General Gutiérrez en Santa Bárbara, y de la entrada
del General Mosquera a Po-payán.

Con el resto de sus fuerzas emprendió viaje para
el Sur a unirse a Canal, y, según me refirió uno de
sus compañeros de campaña en esa época,
tenía el propósito de seguir al Ecuador para
acopiar recursos, de grado o por fuerza reorganizar sus
ejércitos en la nación vecina y volver a la
Confederación Granadina para continuar la lucha contra
Mosquera con una tenacidad y va-lentía dignas del
Libertador Bolívar. Este grandioso plan fue com-pletamente
perturbado por su muerte trágica acaecida en la
mon-taña de Berruecos, con los siguientes detalles que me
suministró uno de los compañeros de Arboleda en ese
luctuoso trance.

Permítaseme recordar un incidente muy anterior a
la muerte de Arboleda que me relató mi noble y espiritual
amigo, Don Manuel Pombo, digno hijo de Don Lino y digno hermano
de D. Rafael.

Reunidos alguna vez en casa de Pombo, Julio Arboleda,
Teodoro Valenzuela, Rafael Eliseo Santander y algunos otros
amigos, se divertían alternando la plática de
sobremesa con las consultas a un nuevo oráculo o libro de
juego de sociedad recientemente recibido por el anfitrión.
Una de las más interesantes preguntas del oráculo
era la relativa al género de muerte que el consultante
tendría. De allí a extender la conversación
al deseo que cada cual tuviese para escoger el género de
muerte, fué paso de un instante. Preguntado Teodoro
Valenzuela contestó que él quería morir como
Turena sobre un cañón. Don Pepe Santander dijo que
él deseaba morir apelando hasta la tercera instancia,
rodeado de todos sus parientes y amigos, con el Santo Cristo en
la boca, con todos los utensilios de clínica y
enfermería en su cuerpo y con los auxilios materiales y
espirituales que le pudieran sumi-nistrar los médicos de
la carne y los médicos del alma.

Entre tanto Arboleda callaba, é interpelado por
Pombo so-bre el género de muerte que preferiría,
contestó: Yo siempre he considerado como la menos
incómoda y la mas gloriosa, la del Gran Mariscal de
Ayacucho.

Años después, Arboleda murió
asesinado a pocos pasos de distancia del lugar en que se
cometió el horrendo crimen de matar al Gran Mariscal de
Ayacucho, la figura más pura y más noble y el
segundo Adalid de la Epopeya de la Independencia.

La montaña de Berruecos tiene una sola ruta
angosta y pol-vorosa en medio de la espesa floresta. Esta ruta se
ha ahon-dado por el transcurso del tiempo y por el pasaje de las
caballe-rías, hasta el punto de parecer un vallado
estrecho y escabroso en medio de la montaña.

Arboleda dividió su reducido ejército en
dos grupos. La van-guardia llevaba la parte principal; él,
separado a bastante dis-tancia de sus soldados, iba a caballo
rodeado de un grupo re-ducido de ayudantes y secretarios, entre
los cuales se contaban a Jacinto Luna, Gregorio Arboleda, y
Joaquín García Mazo, A una distancia,
todavía mayor, marchaba la retaguardia.

Al abandonar la amplía vía que
había transitado para en-trar a la angostura de Berruecos,
alguno de los Ayudantes anun-ció a Arboleda que
creía haber escuchado algún ruido entre la
hojarasca del monte y que era menester tener precauciones por-que
ese era un lugar muy a propósito para una emboscada. No
hizo atención Arboleda a este anuncio y continuó la
marcha. Algún tiempo después, otro Ayudante
manifestó a Arboleda que había visto correr a un
hombre con un fusil en balanza por entre los árboles de la
montaña.

« Es algún desertor de la vanguardia, y
probablemente caerá en manos de la retaguardia,»
contestó Arboleda con su habitual serenidad. Y apresurando
el paso siguió imperturbable su camino.

Cerca ya del lugar en donde fué asesinado el
General Su-cre algún soldado de la vanguardia había
trazado sobre la arena una cruz, seguramente creyendo que ese era
el punto preciso en donde había muerto el Gran
Mariscal.

Al ver Arboleda la cruz ordenó a Joaquin
García que se desmontara y la borrara, porque él
consideraba como un irrespeto que los cascos de las –
caballerías hollaran el signo de la
Redención.

García Mazo cumplió la orden de su jefe y
trató de borrar la cruz con el pié. Arboleda con
imperio le ordenó que lo hi-ciera con la mano.
Cumplió el ayudante la orden y al levantarse y dirijirse a
su cabalgadura un tiro salió de la montaña, y le
atravesó la espalda cerca del hombro. Todos se alarmaron,
menos el valeroso Jefe. Indudablemente hay asesinos en la
montaña dijo Arboleda, sin inmutarse: debemos esperar el
cuerpo de re-taguardia

Acababa de pronunciar estas palabras cuando una nueva
deto-nación estalló, y una bala, surgida del mismo
lugar penetró en el pecho de Arboleda, el cual cayó
bañado en sangre y herido mortalmente, porque la bala le
atravesó el pulmón izquierdo y le produjo una
abundante hemorragia.

« Los rojos me han matado como a Sucre» dijo
Arboleda, y se desplomó en los brazos de sus
amigos.

Con mil dificultades le pudieron llevar hasta el
pié de un árbol, en donde trataron de
restañar la herida inútilmente, por-que la sangre
brotaba como de una bomba impelente. «Agua, agua
»fueron las últimas palabras de Arboleda al exhalar
su postrer aliento.

Por la relación que hizo el asesino mas tarde, se
supo que este individuo era hijo de uno de los que había
mandado fusilar Arboleda en uno de los pueblos de la altiplanicie
de Túquerres, cuando invadió el Cauca por Tumaco.
Se llamaba Rafael López. Aseguraba que su madre
había muerto de pesar por la muerte de su esposo, y que
los soldados de Arboleda habían incendiado su casa y
asolado su pequeña heredad. Con tal motivo había
jurado vengarse cuando se presentara la
ocasión.

Al tener López noticia de que Arboleda iba a
pasar por Berruecos se apostó, en la montaña desde
el principio de la vía an-gosta armado de un mosquete de
dos cañones, bien cargados.

Cuando Arboleda entró a la montaña,
López se aproximó para tratar de distinguirlo por
el uniforme o por las atenciones que le prodigaran los
acompañantes pues no le conocía.

El ruido que produjo en la hojarasca fue el mismo que a
Arboleda hicieron notar sus ayudantes López
continuó paralelamente el camino y a hurtadillas, en-tre
el bosque.

Cuando la caravana se detuvo para hacer borrar la cruz,
López creyó que García Mazo era el mismo
Arboleda puesto que todos los compañeros se habían
detenido al desmontarse aquél. En tal virtud
disparó el tiro que hirió a García. Pero
observando López que los acompañantes hacían
poco caso del herido y se agrupaban como para recibir
órdenes de otro individuo, dedujo que éste era el
Jefe Arboleda y. acercándose más y apuntando mejor,
con el arma apoyado sobre la rama de un árbol,
disparó el tiro mortal.

El General Reyes Patria, Teniente de Mosquera encargado
de debelar los restos del ejército conservador,
mandó encausar a López por el asesinato de
Arboleda; pero mas tarde Mosquera lo declaró comprendido
en el indulto general, que dictó después del
triunfo de la Revolución.

Así murió, asesinado como Sucre y en la
misma montaña de Berruecos, a los 45 años, es decir
en la fuerza de la edad, y en la edad de la fuerza de las
ambiciones, el gran Poeta-sol-dado, a quien la Naturaleza
prodigó todos sus dones, la Repú-blica todos sus
honores y la Gloria patria todos sus laureles.

Después de la muerte de Arboleda, la segunda
campaña del Cauca terminó rápida y
felizmente para las armas federales.

Dominado el Estado del Cauca, Mosquera siguió a
someter a Antioquía, último baluarte del Gobierno
de la Confederación.

Este Estado, quizá el más importante de la
República por los tesoros de sus minas y por el
espíritu "industrioso de sus habitantes, que hacen brotar
de su suelo, a pesar de ser infecundo por hallarse cruzado por
agrias montañas, y a fuerza de labor, todos los elementos
de la riqueza agrícola, siempre ha procurado evitar,
durante nuestras crónicas guerras civiles, que el flagelo
de la contienda llegue hasta sus pacíficas comarcas.
Fué por esto por lo que al acercarse Mosquera a sus
fronteras, resolvió capitular y abrió las puertas
del Estado al Caudillo vencedor.

Mosquera se declaró Gobernador de Antioquia y,
como se hallaba triunfante la Revolución en todo el
territorio de la Re-pública, porque Canal se había
refugiado en el Ecuador, convocó la Convención
Nacional que debía reconstituir el país, para la
ciudad de Río Negro, situada en el centro de
Antioquia.

Este célebre Cuerpo se reunió en Febrero
de 1863, con lo más florido del personal liberal de la
República. Organizó un Gobierno provisorio en forma
plural, compuesto de cinco Directores o Ministros independientes
para gobernar y administrar la Repú-blica, hasta que
ésta hubiese sido reconstituida por la
Convención.

Para la Guerra fué elegido el mismo General
Mosquera; para las Relaciones Exteriores, el General José
Hilario López; De lo Interior fué nombrado el
General Santos Gutiérrez; de Hacienda el General Eustorgio
Salgar, y del Tesoro y Crédito Nacional, con residencia en
la capital de la República, el Dr. Froilan
Largacha.

El 8 de Mayo de T 863, en conmemoración del
célebre De-creto de Mosquera, iniciador de la
Revolución y expedido tres años antes en
Popayán la Convención expidió la
Constitución que rigió en la República
durante 25 años y que marca el período de la
dominación liberal, ciclo que, aun cuando tiene en la
histo-ria del País un acerbo de errores políticos,
emanados mas que de falta de patriotismo o de conocimientos en la
ciencia del Go-bierno, del exceso de sentimientos generosos en la
expansión y desarrollo de los principios liberales,
fué fecundo en las prácticas administrativas mas
puras y mas acertadas que ha tenido el País durante su
azarosa vida independiente.

Dominando en la Convención el elemento
filosófico del li-beralismo, formado por los hombres
civiles que constituyeron en 1849 el partido llamado de los
Gólgotas, porque creían que la
organización de la República democrática no
era otra cosa que la aplicación de las doctrinas del
Cristianismo a la organización y go-bierno de las
sociedades, fácil es comprender que la Constitución
de Rio Negro fué el resumen de sus principios
políticos y la con-sagración de éstos en los
cánones del Estatuto Nacional.

La Constitución de 1863 hija legítima de
ese partido filo-sófico y civilista, muy parecido al de
los Girondinos franceses, tenía que ser lo que fué:
el más noble, el más humanitario, el más
avanzado Código político que jamás haya
producido el espíritu humano, sin excluir la
Constitución francesa de 1793; obra admirable desde el
punto de vista de los intereses del gobernado, porque colmaba las
mas exageradas aspiraciones del individuo; Decálogo
filantrópico, generoso y altruista, hecho casi
exclusiva-mente para los vencidos, sin reservar ningún
precepto para conservar en el Poder al bando vencedor; pero
Estatuto idílico, casi un poema político, muy a
propósito para pueblos de avanzadísima cultura,
como el de Suiza por ejemplo; pero no para Sociedades
políticas, en su mayoría inconscientes e ignaras de
muy incipiente civilización, como son las de los
países intertropicales de la América
española.

Obra exclusiva de un partido, la Constitución de
Rio Negro, como las mas de las nuestras, no fue expresión
del sentimiento, ni de los anhelos, ni de los intereses
nacionales.

Y no fueron sus principales defectos, la
consagración de los derechos individuales ilimitados y sin
control ninguno, ni la liber-tad de comercio de armas; ni el
sagrado derecho de insurrección; ni la fijación de
¡o años de reclusión como máximum de
sanción penal; ni el periodo presidencial de dos
años; ni la absoluta inde-pendencia del Estado y de la
Iglesia; ni la pluralidad y consi-guiente anarquía de
Legislación civil y penal de los Estados, nó. El
primero, el fundamental, el mas grave de los errores de los
Convencionales de Rio Negro consistió en la defectuosa
organi-zación del Poder central o federal. Teniendo
siempre en vista los ímpetus ambiciosos del gran Caudillo
que había alcanzado el triunfo de la Revolución de
¡ 86o, los hombres de la Convención debilitaron el
Poder ejecutor de la Nación hasta el punto de con-vertirlo
en una fórmula, despojándolo de toda autoridad
efectiva y práctica para prevenir el desorden y reprimir
las revueltas, y am-pliando, al mismo tiempo, con
exageración sin ejemplo en ninguna otra
Confederación, la Soberanía seccional.

« El individúo contra el Estado »
(realizando así la utopía spen-ceriana) y los
Estados contra la Nación, parece que hubiera sido
la formula genésica de la Constitución de Rio
Negro. La prohibición al Poder federal de intervenir, con
las fuerzas de la Nación, para restablecer el orden
turbado por las luchas intestinas de los Esta-dos, nos
llevó al absurdo político y administrativo de que
el Pre-sidente de la Unión pudiese contemplar impasible el
incendio en toda la Nación, de que la matanza se hiciera
en las calles de la Capital y hasta el pié de los balcones
del Palacio presidencial, y. sin embargo, por cuanto no se
había atacado una salina o otra oficina nacional, se viese
obligado a decir al pueblo colombiano y al mundo todo: « Os
anuncio que constitucionalmente la paz fe-deral reina en Colombia
».

Los convencionales de Rio Negro, dominados por el
espíri-tu de imitación de las instituciones de la
gran república sajona del Norte de América, para
organizar en Colombia la forma fe-derativa, copiaron
desacertadamente un canon de la Constitución de los
Estados Unidos, y omitieron otro.

En Norte América cada Estado tiene el derecho de
está7ble-cer la legislación civil y penal que a
bien téngalo cual no ha presentado dificultades ni
perturbaciones en las Secciones autóno-mas de Norte
América porque éstas son grandes y numerosas
agrupaciones de distintas razas y costumbres que formaban en la
Colonia Cantones independientes; pero en Colombia, país de
re-ducida población y regido durante mas de tres siglos
por un sis-tema centralista, era un absurdo permitir la
pluralidad de legis-lación civil y penal.

Ya que fueron fieles copistas de la Constitución
americana, han debido insertar en la colombiana la facultad que
tiene el Presidente de los Estados Unidos para sofocaron la
fuerza nacional, las revueltas armadas de los Estados; pero,
llevados del espíritu de exageración que ha
dominado en los Directores de nuestra política, durante
las acciones y reacciones incesantes que han formado la vida
nacional durante mas de medio siglo de existencia independiente,
los Constituyentes de Rio Negro quisie-ron hacer soberanas e
independientes las secciones en que divi-dieron la
República, cuando partieron en pedazos desiguales, y sin
consultar las condiciones étnicas y los privativos
intereses de sus habitantes, el territorio de la
República.

También por temor al General Mosquera los hombres
de Rio Negro hicieron imposible la reforma de la
Constitución. Como los hebreos en cierta ocasión
los convencionales de 1863 encer-raron en arca inviolable el
libro santo y enterraron la llave en el desierto para que los
enemigos no pudiesen abrirlo y profanarlo.

Por esto fué por lo que el Presidente
Nuñez en 1885, des-pués de su defección de
las filas de los liberales, quienes lo habían exaltado al
primer puesto de la Repúblicá, resolvió,
pata poder prorrogar su dominación, romper el arca que
contenía el Libro Sagrado, de un solo golpe y con el hacha
de la Victoria.

Así cayó la Constitución de Rio
Negro, y así cayó el libe-ralismo, su genitor, no
tanto por los errores políticos en que in-currió,
ni por la defección de Nuñez cuanto por no haber
refor-mado en oportunidad (violentamente si se quiere por mandato
de la Ley de la necesidad que es ley suprema) aquel noble
Códigocorrigiendo sus defectos y adaptándolo a las
necesidades y al atraso de la Sociedad colombiana. Del
liberalismo puede decirse lo que un historiador dice de
Napoleón I: Fué víctima de la grandeza misma
de su sistema ».

CAPITULO VIII.

Cuaspud

SUMARIO. Guerra de la Unión Colombiana con la
República del Ecuador. -Mosquera, Presidente electo por la
Convención, marcha al Sur con el ejercito vencedor en la
Revolución. – Ardid de guerra de que se vale para atraer a
Flores al campo de Cuaspud, como lugar propicio para batirlo. –
Victoria de Cuaspud. – Entrevista de Mosquera y de Flores en la
hacienda de Pinzaqui, – Tratado de paz con el Ecuador. – Mi padre
como Ministro de Relaciones Exteriores, se deniega a firmar ese
Tratado. – Palabras de D. Antonio Flores, hijo del general, sobre
el desastre de Cuaspud.

Expedida la Constitución de Rio Negro, el General
Mosquera fué elegido por la misma Convención
Presidente de los Estados Unidos de Colombia, y, al organizar su
Ministerio, llamó a mí padre a ocupar el primer
puesto en su Gobierno, o sea el de Ministro del Interior y
Relaciones Exteriores.

El acontecimiento principal durante la corta
administración del General Mosquera en el primer periodo
constitucional, bajo el régimen del Código de Rio
Negro, fué la guerra con el Ecuador.

Esta República, que se sentía humillada
por el triunfo que Arboleda había alcanzado en Tulcan el
31 de Julio de 1862, se había preparado para buscar la
revancha en la primera oportu-nidad propicia.

El célebre General Juan José Flores, uno
de los muchos ilustres Caudillos que brotó Venezuela, tan
fecunda en héroes y en guerreros, durante la Epopeya de la
jndependencia, dominaba el Ecuador desde muchos años
atrás. Nombrado por el Presidente García Moreno
Comandante General de las fuerzas de la Repú-blica,
había reorganizado el ejército conforme a los
sistemas mo-dernos, importando instructores y oficiales europeos,
y se prepa-raba para guerrear con Colombia, a la cual
creía debilitada des-pués de una guerra civil,
sangrienta y terrible, durante tres años.

Como el General Mosquera exigiera del Gobierno del
Ecua-dor explicaciones, aun reparaciones, por los auxilios que
había dado a Arboleda y a Canal para combatir el nuevo
Gobierno de Colombia, y el Ecuador se denegara a darlas, las
relaciones se rompieron y la guerra se declaró entre los
dos Estados vecinos.

Rápidamente marchó Mosquera hacia la
frontera ecuatoriana con un ejército reducido en
número, comparado con el que podía presentar el
Ecuador, pero formado por la flor y la espuma de los veteranos
que le habían acompañado durante tres años
de victorias.

Mi padre que, como llevo dicho, era el Ministro de
Rela-ciones Exteriores de Mosquera, lo acompañó en
esta célebre cam-paña, la mas gloriosa, sin duda,
que ha tenido la República, por-que fue coronada por el
triunfo mas completo contra fuerzas su-periores en número,
comandadas por el Jefe ilustre, a quien Bolívar
consideraba como el militar mas sobresaliente de la guerra de
emancipación, después del Gran Mariscal de
Ayacucho.

Mi padre me refirió el siguiente interesante
episodio de esa guerra.

Cuando Mosquera, el personal del Gobierno y el
ejército llegaron a Túqueres, ciudad casi
fronteriza del Ecuador, Mosquera solicitó alguna autoridad
o individuo muy conocedor de la topo-grafia del terreno en que
debían desarrollarse las operaciones militares y, con tal
motivo, le fué presentado el cura Benavides, quien, con
casualidad, era un hábil dibujante y quien conocía
por el ejercicio de sus funciones eclesiásticas hasta en
sus menores detalles, la frontera. El Doctor Benavides
presentó al Presidente unos planos detallados del terreno
fronterizo.

Mosquera, recordando e imitando a Napoleón cuando
en 1800 atravesó los Alpes, y señaló sobre
la carta a Marengo como lu-gar a propósito para vencer a
los Austriacos, fijó también con un alfiler sobre
los planos del Cura el punto llamado Cuaspud nombre de una
hacienda fronteriza del Ecuador y un lugar pantanoso, en medio de
colinas, que formaba espesos fangales comple-tamente ocultos por
una vegetación lujuriosa y agreste, producto natural de la
humedad estancada como en un gran lago de lodo.

Aquí, dijo Mosquera, señalando sobre la
carta el gran pan-tano, y en conferencia secreta con mi padre y
el Cura Benavides, aquí debo hacer venir a Flores para
batirlo, porque consistiendo su fuerza principal en la
magnífica y numerosa caballería que ha organizado,
y de la cual es Jefe incomparable, es menester utilizarla para
poder triunfar con mis infantes.

El General Mosquera recomendó al
Cura que buscase un indio de la vecindad, astuto, valeroso y fiel
creyente para que se encargase de una misión
importante.

Benavides le presentó a uno de sus
mas conocidos feligreses que reunía las condiciones
requeridas.

Sobre papel de seda y en letra diminuta Mosquera
escribió una orden a Payán, (quien se hallaba con
la vanguardia del ejer-cito en Tulcan, extremo de la
frontera)para que, a marchas for-zadas, siguiera sobre Quito, que
estaba desguarnecida, aprove-chando el error de Flores de
separarse a tan gran distancia de la capital del Ecuador para
invadir a Colombia.

Este escrito minúsculo fué introducido en
un tubito de lim-piadiantes, al cual se la cortó la punta,
cubriéndose sus extremos con resinas para entregarlo al
indio conductor.

El indígena misionero recibió la
instrucción de seguir a Tulcan por la vía mas
peligrosa entre las avanzadas de Flores, con el fin de que lo
tomaran prisionero y le arrebatasen la orden a Payán, la
cual debía ocultarse en lo mas recóndito de su
cuerpo. El indio recibiría en recompensa en caso de
muerte, el Cielo que le prometía el Cura. Si
sobrevivía el misionero obtendría como recompensa
una pequeña propiedad que le sirviera para vivir
desahogadamente con su familia, además de
dinero.

Al mismo tiempo, despachó Mosquera un propio
quien, con toda seguridad y por caminos extraviados, debía
llegar hasta el campo de Payán, a quien se le ordenaba que
estuviera presente con sus fuerzas, al mediodía del 6 de
Diciembre, para coronar el triunfo que esperaba Mosquera obtener
en el campo de Cuaspud.

El desarrollo de este estratagema de guerra tuvo lugar a
la completa satisfacción de Mosquera y a él
debió el triunfo espléndido que alcanzó en
esa guerra internacional.

El indio conductor de la falsa orden cayó en
poder de las fuerzas de Flores, fué desnudado y flagelado
duramente, pero nada confesó. Durante las contorsiones y
movimientos producidos por la flagelación, los ejecutantes
de la tortura descubrieron el pequeño tubo que
contenía el astuto mensaje.

Al leerlo, Flores cayó en el lazo. Inmediatamente
despachó un correo para Quito para que estuvieran
prevenidos en la resis-tencia a Payán y avanzó al
encuentro de Mosquera para ven-cerlo una vez que lo creía
separado de las fuerzas de su van-guardia.

Por hábiles movimientos
estratégicos, y marchas y contramar-chas, logró
Mosquera que el 6 de Diciembre se enfrentaran los dos
ejércitos en el campo de Cuaspud, como él lo
deseaba.

El gran pantano, oculto por las tupidas plantas
agrestes, se hallaba encerrado entre dos grandes colinas, cada
una de las cuales estaba ocupada por el respectivo
ejército. Mosquera inició la ba-talla, enviando el
batallón de Santander (lo mas selecto de sus cuerpos de
veteranos), comandado por los jefes Rudecindo López y
Jeremías Cárdenas, noble y valeroso guerrero, hijo
adoptivo y yerno de Mosquera, para que, por el flanco derecho y
por vía seca atacara a Flores con fuego nutrido de
fusilería, con orden de que en medio del combate tocase
retirada a fin de que Flores, creyendo en la derrota, arrollara a
su adversario con sus fuerzas de caballería.

Los órdenes del insigne Jefe se cumplieron con
una precisión matemática. Cuando López y
Cárdenas rompieron los fuegos con-tra la infantería
de Flores y tocaron la orden de retirada, la cual ejecutaron en
estudiado desorden, Flores ordenó la persecución
con su brillante caballería. Los soberbios escuadrones
ecuatorianos se precipitaron sobre los grandes pantanos ocultos y
allí, como en Waterloo se inutilizaron entre el espeso
fango. Desplegó Mos-quera entonces sus batallones para
atacar a Flores quien tuvo que tocar retirada general. En estos
momentos llegó Payán con sus tropas de refresco y
completó, después de una hora, no más de
lucha, la victoria más espléndida que cuenta la
República en sus fastos militares.

El General Flores, con los restos de su
ejército desorganizado, evacuó el territorio
colombiano, pasó la frontera e hizo alto en la Hacienda de
Pinzaquí, en territorio ecuatoriano.

El General Mosquera siguió con su
ejército victorioso hasta la -línea fronteriza, en
donde recibió Emisarios de Flores que vi-nieron a hacerle
proposiciones de paz.

El Gran General Mosquera devolvió
los Emisarios con un Mensaje para el Capitan general del Ecuador,
en que le pedía una entrevista en Pinzaquí, para
acordar las bases de un Tra-tado de paz.

Habiendo aceptado Flores la entrevista con el General de
Colombia, éste se puso en marcha con dos ayudantes, nada
mas y sin abandonar su vestido de campaña, que, como los
de sus Tenientes, consistía en unos zamarros o grandes
pantalones de cuero y la clásica ruana americana, que es
una especie de capa

9 sobretodo de paño en
forma de cazulla, con una abertura en el centro para pasarla por
la cabeza y cubrir los hombros y el torso del cuerpo. Llevaba
también el conocido sombrero de tejido de paja
Panamá con anchas alas para guarecerse de los
rayos del sol.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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