Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 7)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

En un reducido lapso, Napoleón atravesó
los Alpes; conquis-tó dos veces la Italia; se
apoderó de las fortalezas de la Isla de Malta reputadas de
inexpugnables; invadió el Egipto y la Siria; batió
los Mamelucos y los Turcos; desmembró tres veces el
poderoso Imperio de Austria; venció en dos batallas y
dominó completa-mente en treinta días la
monarquía de hierro de Federico el Grande, cuyos
ejércitos se consideraban invencibles; expulsó por
una orden a los Borbones de Nápoles; incorporó por
un Decreto la Holanda al Imperio francés; disolvió
el secular imperio ger-mano; se ciñó la corona de
Carlomagno bajo el título de Protec-tor de la
Confederación del Rhin, después de haberse
ceñido la corona de hierro de los reyes longobardos; puso
en jaque a la Inglaterra y la proscribió del Continente
;llevó sus armas triunfan-tes a Madrid, a Roma, a Viena, a
Berlín y a Moscú, y sus águilas pasearon
victoriosas por los caldeados desiertos de la Siria y por las
estepas gélidas de Rusia.

Estos hechos portentosos se refieren únicamente a
sus dotes de guerrero incomparable; pero no son menores las que
recibió de la naturaleza en su condición de
estadista y de regenerador y con-ductor de pueblos. La Francia,
anarquizada y arruinada, experi-mentó el cansancio de la
sangre después de la terrible revolu-ción de 1789.
Cuando Napoleón tomó las riendas del Gobierno al
principiar el siglo, la Francia se echó a sus brazos como
a los de un salvador y Napoleón correspondió con
creces a esa gran confianza. En el curso de dos años, el
Primer Cónsul rege-neró a Francia. Pacificó
la Vendéé, con su sabia política, sin
der-ramar mas sangre, con un rosario y una bolsa como él
mismo decía al Obispo de Orléans, dejando a los
vendeanos su com-pleta libertad de conciencia y de culto,
reconstruyendo sus casas y abriendo fuentes de trabajo y de
riqueza a sus arruinadas y me-nesterosas poblaciones.
Eliminó los asignados, restableció el curso de la
moneda metálica y fundó el Banco de Francia, cuyos
Esta-tutos escribió de su puño y letra.
Abrió el Canal de San Martinla ruta de Saint-Denis y la
mayor parte de las carreteras y cana-les que existen hoy en
Francia. Restableció el culto católico;
a-brió las puertas de la Patria a los emigrados;
devolvió los bienes confiscados; restableció el
derecho para todos; extirpó el bando-lerismo;
estableció una sabia división departamental.
Expidió los Códigos administrativos y el
Código Civil, que ha sido la norma de las legislaciones
que reglan los derechos civiles de los indivi-duos en las
Sociedades que forman el mundo civilizado. Y, con esta inmensa
labor y con sus victorias, constituyó el primer Imperio
del Mundo, y elevó la Francia a una altura que no ha
alcan-zado ninguna otra nación en la Historia,
rodeándola de una aureola de gloria inmortal.

El Mensaje que dirigió al Cuerpo Legislativo en
el año VIII, registra las memorables frases que forman la
síntesis gloriosa de las labores fecundas del Consulado:
« Hace dos años recibí la Francia arruinada y
anárquica en el interior, humillada y ven-cida en el
Exterior y querellada con el Universo y la presento hoy
próspera, rica y ordenada en el interior, vencedora y
glo-riosa en el Exterior, en paz con la tierra (aludiendo a la
paz con Austria) en paz con los mares (aludiendo al tratado de
Amiens con la Inglaterra), y en paz con el Cielo (aludiendo al
Con-cordato),

Por esto fué por lo que Kléber le dijo un
día en El Cairo:

« General sois grande como el mundo
». Timon dice: tomó el mundo en su mano y lo
encontró ligero. Byron afirma que des-pués de
Satanás, ni hombre, ni ángel, ni demonio, ha
caído de tan alto. Chateaúbriand en sus «
Memorias de Ultra-Tumba » excla-ma, al referir la muerte de
Napoleón: « así voló a las regiones
inmortales el espíritu mas poderoso con que Dios animara
el barro humano ». Y, por último, Victor Hugo
explica la caída del Coloso por que « estorbaba a
Dios ».

El mismo Emperador cuando recibió en la Isla de
Elba la co-misión de sus amigos que lo invitaban a
regresar a Francia dijo al comisionado Fleury de Chabonlon, las
siguientes arrogantes frases, que solamente él pudo
decir:

« Y bien, iré: entraré a Francia
únicamente para libertar a los franceses del despotismo de
los Borbones que no comprendie-ron el valor del sacrificio que
hice al entregarles la Francia. Acometo esta nueva empresa
solamente por amor al pueblo francés, porque yo no
necesito de nuevas hazañas para ilustrar mi genio y legar
mi nombre a la mas remota posteridad. Mi historia se
escri-birá en todas las lenguas. Millares de escritores
durante siglos se ocuparán de referir mis hechos
portentosos. Mi fama eclipsará la de todos los grandes
capitanes que me han precedido en la His-toria. Mi nombre
vivirá tanto como el de Dios! »

Y con efecto: hasta la fecha se han escrito cerca de
cíen mil libros sobre Napoleón, en todas las
lenguas conocidas. En muchos parajes de la India se coloca el
busto de Napoleón al lado del de Brahma, y en Rusia existe
una secta religiosa que tiene por Dios principal a
Napoleón, a quien el genio del mal tiene secuestrado en
una Isla desierta. Algún árabe refiere que,
habiendo llegado a Marsella, sin conocer ni una sola palabra de
ninguna lengua europea para poder saludar al primer individuo que
en-contró en el puerto, pronunció el vocablo
Napoleón, como el único nombre occidental que el
conocía. El marselles le contestó:
Ma-homa.

Si en, el principio de la centuria pasada, como dijo
Mansoni, aparece la figura de Napoleón, sentándose
en la conjunción de los dos siglos para ser el
árbitro de ambos. no es menos gloriosa desde otro punto de
vista y en otro orden de ideas, la figura co-losal de Victor
Hugo. El arte del cultivador de las bellas letras, que son como
las flores del árbol de la civilización, es tan
digno de encomio y de admiración como las facultades del
estadista y del guerrero. Victor Hugo fué un pensador, un
escritor, un drama-turgo, un historiador y un poeta, que no tiene
parangón en la His-toria de ninguna época y de
ningún país. Escritor en un estilo que nunca se
había conocido, juntó a la profundidad del
pensa-miento la mas original y mas hermosa forma de la
expresión. Como llevo dicho, Victor Hugo aparece como el
faro del mundo. Su luz iluminaba todas las latitudes y sus libros
y sus cantos se leían con el mismo entusiasmo en las
soledades de América, en los de-siertos de Africa, en los
claustros del liceo, en los salones socia-les, en la Tribuna y en
los Parlamentos, y por eso fué por lo que cuando
murió, el mundo todo se estremeció de dolor y el
si-glo XIX quedó decapitado,

Tal vez por eso ha sido por lo que, sin
premeditación, So-lamente han pasado bajo el imponente
Arco de Triunfo de la Es-trella de París, Napoleón
en vida, y Victor Hugo en muerte.

Victor Hugo estaba como Napoleón penetrado de su
in-menso valer, y por eso sin duda pudo dirigir a Bismark el
cé-lebre telegrama cuando el Canciller de Hierro
cumplió 70 años, que, entre otras cosas, dice lo
siguiente:

« El gigante saluda al gigante; el amigo al amigo:
el ene-migo al enemigo. Te quiero porque soy mas grande que
tú. Te odio porque has humillado a Francia. Callaste
cuando la campana de la torre de mi fama repicaba mis 80
años. Hablo yo hoy cuando el reloj robado, que está
sobre tu mesa, a tu pesar te dice que has entrado en los Setenta.
Yo tengo ochenta, no: yo tengo ocho; tu tienes siete. El cero es
el género humano que va detrás de nosotros. Si
tú y yo, Bismark, nos juntáramos como un solo
hombre cesaría la Historia.

Como final de este capítulo que contiene los
principales in-cidentes de mi primer viaje a Francia,
tributaré un homenaje a la gran nación que es la
porte estandarte y la mayor de las glo-rias de la raza
latina.

Si una sociedad de geólogos, de geógrafos,
de paleontólogos, de agrónomos y de
sociólogos, hubiese recibido de la Providencia creadora la
comisión de buscar en el planeta el pedazo de tierra mas
privilegiado para ser habitado por el hombre, imagen y Cria-tura
de Dios, no habría vacilado en determinar como objetivo de
su misión el territorio que forma hoy la nación
francesa. Situada en el centro de la zona templada disfruta de
una temperatura suave y benigna, sin hallarse expuesta a los
cálidos soplos del trópico, ni a los vientos
gélidos de la región boreal. Sobre una superficie
plana, en una extensión de 536.000 kilómetros
cuadra-dos, tiene apenas el sistema orográfico necesario
para producir las aguas que fertilizan sus inmensas praderas y
las cadenas de montañas que sirven de baluartes contra sus
siempre celosas vecinas.

Su suelo feraz y cultivado por una población
laboriosa e in-teligente produce todos los elementos para una
vida regalada y confortable, y la riqueza de sus viñas y
la industria de la sedería dan abasto al mundo
entero.

Los campos cultivados de Francia son los mas
fértiles del continente europeo porque su suelo plano, y
húmedo se presta propiciamente a toda especie de
cultivos.

Pero no solamente forman la riqueza de Francia los
abun-dantes productos de su suelo, sus ricos yacimientos de
diversos metales, sus variadas aguas minerales y su comercio
mundial, sino también, y muy especialmente, la que
podríamos llamar su indus-tria
artística.

Ningun Estado supera a Francia en productos del arte
pro-piamente dicho. La escultura y la pintura ocupan la primera
plaza en su seno. La arquitectura tiene un sello de gracia y
majestad que no ha podido ser imitado por ningún otro
pueblo. Su litera-tura ha sido siempre, y es, la primera
literatura del mundo. París es la tribuna del Orbe en la
cual se pregonan, para poder ser apreciados, los descubrimientos
de otras naciones. La industria que se refiere a los vestidos de
las damas y, especialmente, de som-breros, forma una fuente de
riqueza superior a las de las minas de oro, porque, con una
materia prima de reducido valor, la gracia y el arte de las
francesas fabrican un objeto que multiplica en cientos de miles
el precio del objeto.

Si a estos dones de la naturaleza y de la
civilización, se agre-gan las condiciones de sobriedad, de
laboriosidad, de inteligencia y de economía del pueblo
francés, fácil es comprender que esta nación
admirable desde todos puntos de vista, haya estado, du-rante
muchos siglos, a la cabeza del continente mas civilizado del
Orbe.

Y con efecto, la Historia de Francia forma la
página mas gloriosa de la Historia de Europa. Convertida
al Cristianismo bajo Clóvis en el siglo Y, llegó al
apogeo de su grandeza en los tiempos de Carlomagno; formé
la unidad nacional bajo Luis XI; conquistó la Italia bajo
el reinado de Carlos VIII, ensanchó su territorio durante
el reinado de sus sucesores y, de escalón en
escalón, después de haber abolido el feudalismo y
abatido la poderosa Casa de Austria; llegó a la cima del
poder y de la grandeza continental en el reinado de Luis XIV,
época en la cual, bajo el calor y protección del
Rey-Sol, brilló esa pléyade de sabios,
filósofos y literatos que hicieron de esa época,
una edad inmortal y el mas brillante de los siglos.

Pero la página mas hermosa de la Francia data de
la gran Revolución de 1789. La Francia proclamó el
Decálogo de los de-rechos y Libertades del hombre, como
Moisés en el Sinaí, en medio de las tempestades de
la Revolución, y, como el Cristo, lo selló con su
sangre. Arrasó hasta en sus cimientos el mundo viejo,
abolió los despotismos y todas las desigualdades,
injusticias e iniquida-des que existían en el mundo. Sobre
sus ruinas levantó el mundo nuevo, basado en el derecho,
en la igualdad y en la libertad. No satisfecha con haber
conquistado tantos bienes para sí misma los
extendió generosamente a otros pueblos,
llevándolos, con sus ar-mas victoriosas, hasta las mas
atrasadas regiones del continente. Los gobiernos constitucionales
que hoy existen y el Código civil, base de la
organización civilizada de las Sociedades, obras son de
Francia, quien las creó y propagó en el
Continente.

Conducida por el genio de Napoleón I,
venció cinco coali-ciones formadas contra ella;
removió todo el territorio del Con-tinente ;
reformó su carta geográfica y estableció el
Imperio mas extenso en territorio continuo, mas brillante y mas
poderoso que jamás haya existido en ninguna edad, ni en
ninguna latitud ni en raza alguna.

Creo oportuno insertar en este capitulo el discurso que
debí pronunciar en Paris como Presidente de un banquete
que las Colonias de Colombia Ecuador y Venezuela tuvieron el
proyecto de ofrecer á las altas Autoridades francesas y
que no se llevó a efecto por motivos que no merecen
expresarse en esta obra.

Señores;

En los comienzos del pasado siglo, después de una
lucha gigantesca de diez años, nació en brazos de
la Victoria alcanzada contra la Nación blasonada por
catorce siglos de triunfos y con-quistas, la República que
al ser bautizada con la sangre de sus héroes y sus
mártires recibió el nombre inmortal del Descubridor
de América.

El Presidente del Congreso de Angostura, al anunciar,
des-de las selvas del Orinoco el nacimiento del Nuevo Estado, le
auguró destinos superiores á los de los más
poderosos y brillantes Imperios de la Historia.

Y este vaticinio pudo realizarse si Venezuela, Nueva
Gra-nada y Ecuador que, al juntarse, formaron la Gran Colombia,
representada esta noche por las distinguidas Colonias aquí
con-gregadas, no se hubieran separado por la grandeza misma de su
sistema y por las agitaciones naturales del crecimiento y
desarrollo de un Estado recién nacido.

Cuán grande y poderosa hubiera sido, y
podría aun ser si los elementos disgregados volvieran a
juntarse, una Democra-cia nueva, asentada sobre instituciones
libres, formada por ele-mentos vírgenes, de doce millones
de latinos, viriles e inteligen-tes, esparcidos sobre un
territorio inmenso situado en la región Norte (la mas
privilegiada del Continente Sud-Americano), con grandes,
magníficos puertos en los dos grandes Océanos, con
fe-cundas y dilatadas praderas" y hermosas selvas que guardan
te-soros aún desconocidos; una Nación cuyo
prolífico seno produce los frutos de todas las zonas, con
climas de todas las latitudes y temperaturas de todas las
estaciones, en gradual progresión, desde las caldeadas
regiones del Trópico hasta las frescas altiplanicies en
donde reina perpetua Primavera; una Nación, en fin, que
cuenta con riquísimos yacimientos de petróleo y de
carbón; un Estado cuyos mares cuajan las perlas y cuyas
entrañas esconden, como en los palacios fantásticos
de los cuentos orientales, las esmeraldas, el oro y el platino,
viniendo a ser así su privilegiado suelo por de dentro y
por de fuera, fuente abundante de prodi-giosas riquezas; un
Pueblo, en fin, que en el orden psicológico e intelectual
produjo desde la época de su gestación, Genios como
Bolívar, Guerreros como Sucre, Sabios como Caldas,
Estadistas como Nariño, Oradores como Lequerica y Poetas
como Olmedo.

La guerra de emancipación rompió los
vínculos que unían á la hija con la madre, y
Colombia, al nacer, se vio privada del apoyo y de las caricias
maternales; pero la Providencia de las Naciones le deparó
una Nodriza gloriosa, orgullo de su propia raza que la
acogió; con solicitud y ternura, en su robusto seno. De
esta manera, la Francia vino á ser la segunda madre de
Co-lombia y de las otras Repúblicas latinas de
América.

La Francia, que acababa de realizar el acontecimiento
mas grande y trascendental que registran las tradiciones humanas,
extendió su acción generosa a través del
Atlántico para erigirse en Protectora e Institutriz de la
América latina. Los americanos españoles bebimos en
los senos de la Madre Francia el espíritude
heroísmo, la cultura insuperable, la brillante literatura,
las re-finadas costumbres y la caballerosidad de sus hijos. Para
nosotros fueron maestros los escritores franceses y modelos sus
institu-ciones.

La Francia, que había atravesado con paso sonoro
los cam-pos de la historia dejando huellas de luz y de gloria ha
sido en todas las edades el Adalid de la buena causa en la
contienda de tradición inmemorial de las dos grandes
fuerzas antagónicas que se han disputado el predominio del
mundo, á saber: el de-recho contra la fuerza, la libertad
contra el despotismo, la bar-barie contra la civilización.
Y empuñando una espada de acero, o una espada de luz como
la del guardián del Paraíso ha lle-vado su
acción civilizadora á todas las regiones del orbe,
ora con sus armas, por mano de la victoria, o bien con sus luces,
por la pluma de sus sabios y de sus escritores. Como el antiguo
Em-bajador romano, la Francia, en su paso por la historia y en su
actuación de propaganda y de conquista civilizadora, ha
llevado en una mano la daga del guerrero para sostener sus
fueros, y en la otra la antorcha de la paz, para civilizar los
pueblos.

Desde antes de la independencia de la América
española, la Francia había contribuido directamente
á la emancipación del Con-tinente americano.
Conducidos por Lafayette y Rochambeau, los valerosos soldados
franceses atravesaron los mares y fueron a combatir heroicamente
por la independencia de las Colonias AngloSajonas. Con sangre
francesa fueron amasados los cimientos sobre los cuales se
levantó el soberbio y colosal edificio político que
se llama la Unión Americana, la cual ha asombrado y
des-lumbrado al Mundo y á la Historia por su portentoso
desarrollo, riqueza y poderío.

A la América española no envió sus
armas; pero sí sus lu-ces. Los Derechos del Hombre,
proclamados por la Revolución francesa en ¡793,
rompieron las mallas que la Metrópoli española
había forjado para evitar que la luz penetrase en sus
Colonias. El decálogo de las libertades se infiltró
en Colombia, y el Gran Nariño, Precursor glorioso de
nuestra emancipación, lo hizo im-primir y circular
sigilosamente entre los criollos granadinos. Su audaz empresa le
causó la confiscación de sus bienes y un largo y
penoso cautiverio; pero la simiente germinó
rápidamente y tuvo por fruto la proclamación de
nuestra independencia en 1810.

Así, pues, á la Francia no solamente ha
correspondido la gloria de haber modelado las Democracias
sud-americanas, sino también la de haber tenido parte muy
principal en el génesis de su Independencia.

Las anteriores memoraciones histórico
políticas, explican sufi-cientemente el objeto de este
Banquete.

Las Colonias de las tres Repúblicas que formaron
la antigua gran Colombia libertada por la espada de
Bolívar y fundada por su genio, hán querido rendir
un homenaje á la gran República francesa y á
los dignos representantes de su Gobierno, cómo un tributo
filial cíe gratitud á la porta-bandera de las
glorias latinas y á la vice-madre de la América
española.

Este homenaje implica el voto que hago porque las
Repúblicas americanas conserven siempre vivos sus
sentimientos de reconocimiento hacia la Francia, porque la
acompañen en sus duelos y porque, cuando se disipen las
sombras que envuelven el mundo y claree el alba de la paz,
continúen esas nacionalidades unidas a la Francia en los
campos económico y político, recibiendo las luces
de su civilización, los impulsos para su comercio y los
mo-delos para sus instituciones democráticas y
libres.

Hago votos también porque las tres
Repúblicas, hijas de Bolívar, estrechen los lazos
con que están unidas por la len-gua, los intereses
comerciales, la raza y las comunes glorias, a fin de que sin
abdicar de su propia Soberanía e independencia, formen una
estrecha y fraternal alianza política, económica e
internacional. Así, Venezuela, Ecuador y Colombia,
imitando a las Repúblicas del Sud, darán un segundo
paso á la realización del grandioso pensamiento de
Bolívar, para formar del Continente americano una gran
Confederación política que imponga el res-peto y la
admiración al mundo.

Termino ofreciendo este Banquete á los
Representantes del Gobierno francés que han honrado
nuestra mesa con su asistencia, y mencionando los nombres mas
ilustres de la tercera República Francesa, como son:
Poincaré, gloria del foro y de la Tribuna y
encarnación brillante de la Democracia francesa; Ribot
veterano del patriotismo y de la política, en cuya
cabellera brillan mas lauros que cabellos blancos; Clemenceau,
viejo Adalid de las glorias patrias cuya pluma ha sido espada de
sus pensamientos y cuya espada ha sido pluma de sus sentimientos
y Cambón, quien después de ser hábil
director de la política y de la diplo-macia en el seno de
la más poderosa adversaria de la Francia, es hoy conductor
insuperable de esa misma diplomacia durante la gigantesca lucha
en que se hallan aquellas empeñadas.

Salud Francia, noble y generosa Nación. Orgullo
de la raza latina. Pregonera del Derecho Generatriz de la
libertad de pue-blos é individuos, Gloria de la Historia,
Adalid de los fueros de la humanidad, Patria del arte, hogar de
la Estética, que el Dios de las Naciones permita que
después de tan duras pruebas, como has sufrido en los
últimos tiempos, « seáis tan grande
mañana como lo fuiste ayer.

CAPITULO XIV.

Viaje a
Italia

SUMARIO. – Vivos deseos que abrigaba desde mi
niñez para conocer a Roma. – Mi llegada a esta ciudad y
las primeras impresiones que re-cibí. – La ley de
garantías para el Gobierno pontificio otorgadas por el
Gobierno italiano al ocupar a Roma. – Visita a Pío X. – El
Va-ticano y la Basílica de San Pedro. – Víctor
Manuel y la Casa de Savoya. – Estatua interesante en el
cementerio de Roma.

Antes de regresar a Colombia, quise hacer un viaje
rápido -a Italia y realicé mi deseo en
compañía de dos estimables com-patriotas, los
Señores Isaac Montejo y A. Rocha, quienes ya duer-men
eterno sueño, aun cuando viven en la memoria de su
amigo.

Desde mi niñez tuve un vivo deseo de conocer a
Italia y especialmente a Roma, la ciudad mas antigua que existe
hoy en el mundo, puesto que de la vieja Atenas no quedan sino las
rui-nas del Acrópolis y de los otros edificios que lo
rodeaban. Como creo haberlo dicho en alguna otra ocasión,
desde los claustros del Colegio cuando estudiaba la historia
romana y combatía de-nodado en las legiones contra el
ejército de Cartago, me seducía con atractivo
irresistible la ciudad que fué y es Capital del Universo.
Roma, con efecto, fascina la imaginación de todos los que
cono-cen su historia, porque ella es la ciudad de los grandes
recuer-dos y de las evocaciones sublimes; la fragua constante del
po-der del hombre sin que el frío de los siglos haya
apagado su fuego; la Señora del Mundo, antes con el cetro
del César pa-gano, ahora con la Cruz del Pontífice
cristiano; la urbe que ab-sorbió la civilización de
todos los pueblos para fundirla en la suya propia, cuando sus
legiones recorrieron triunfantes el mundo; la Diosa del arte,
madre del Progreso moderno y propagadora de la
Civilización cristiana ; el libro de los siglos
en el cual está escrita la historia de la grandeza del
hombre, en páginas de bronce y con caracteres de oro;
Roma, la ciudad eterna, como sus mo-numentos y como sus
glorias.

No me detendré a repetir las descripciones que
tantos libros hermosos contienen de los monumentos admirables que
hacen de Roma la ciudad mas interesante del orbe para los
turistas viajeros e historiadores. Simplemente me
concretaré a referir algunos incidentes que recuerdo de
ese gratísimo, aunque rápido viaje.

Cuando llegamos a Roma, hacía tres años
que las legiones de Víctor Emanuel II, rey de
Cerdeña, habían ocupado la resi-dencia secular de
los Papas y habían proclamado sobre el histó-rico
Capitolio la Unidad italiana. Gran sorpresa nos causó ver
que en la Capital del mundo católico, se habían
establecido en poco tiempo templos protestantes y sinagogas al
lado de las basílicas cristianas. Avido de innovaciones,
el pueblo romano había acogido con entusiasmo al nuevo
régimen basado sobre la liber-tad de cultos y los
principios democráticos.

El 20 de Septiembre de 1870, el Rey Víctor
Emanuel hizo su entrada triunfal a Roma, después de alguna
resistencia de las tropas de Pío IX.

Proclamada en Roma la Unidad italiana, fue designada la
ciudad de los Césares y de los Pontífices para la
capital del Reino Unido de la nueva Italia, dando así
coronamiento a la grande obra de Cavour y de la Casa de
Savoya.

Sometida a un plebiscito la situación de los
Estados ponti-ficios, casi por unanimidad fué votada la
supresión del Poder tem-poral del Papa y la cesión
de su dominio terrenal al Reino de Italia.

Desposeído el Pontífice de su patrimonio
secular, quedó su situación a merced de los
vencedores. Los políticos mas exaltados del Parlamento
italiano quisieron expulsar de Roma al Papa, porque no hallaban
conveniente la coexistencia en ella del Soberano de Italia y del
Pontífice caído; pero Victor Emanuel, aconsejado
por Cavour, se opuso resueltamente a esta medida, y ambos
demos-traron al Parlamento que era un grave error la
expulsión del Papa, porque su permanencia en Roma
procuraba grandes ventajas de todo orden. El temor de que el
Pontífice pudiese recobrar su dominio temporal, era un
estímulo poderoso entre los italianos para mantenerse
unidos en sostenimiento de la Unidad italiana y de la
dinastía de Savoya, y los millones que, de todas partes
del Universo, acuden con los viajeros a Roma para ver al Papa que
no el Rey dejarían con su ausencia un gran vacío en
la riqueza nacional.

Como consecuencia de estas sabias elucubraciones del
gran Cavour, el Parlamento italiano expidió la ley llamada
de Garan-tías, en virtud de la cual el Soberano
Pontífice quedó en pose-sión, como exclusivo
dueño del inmenso edificio del Vaticano y de todos los
palacios de la Propaganda y los demás destinados a
servicios eclesiásticos, así como de las
Basílicas y de los templos de Roma. Al Papa se le
reconocieron los fueros y prerrogativas de un Soberano de
tránsito, siendo acatado y respetado como tál por
las autoridades italianas, y otorgando la inmunidad regia a su
persona, sus funcionarios, servidumbre, habitaciones, Cuerpo
Diplomático y correspondencia. También se le
confirmó la propie-dad de los inmensos y
valiosísimos tesoros artísticos que contie-nen los
Museos del Vaticano, de San Pedro y de las otras
ba-sílicas y templos de Roma.

Para indemnizarle de la pérdida de la renta que
le producían los Estados pontificios, la Ley de
Garantías le fijó una gruesa asignación
anual que ningún Papa ha querido recibir por decoro y que
se capitaliza cada cinco años.

La inmunidad del Papa es escrupulosamente respetada y
las autoridades italianas no pueden penetrar al Vaticano si
allí se refugiara un criminal o un traidor a la patria.
Recuerdo que, en alguna época, cuando el célebre
Cardenal Ledwokowsky, escapó de las garras de Bismarck, y
se asiló en el Vaticano, no pudo el Gobierno italiano
complacer al Canciller de Hierro en pedir la extradición
al Papa, por no lesionar la sagrada inmuni-dad del
Pontífice.

Con estas sabias medidas, ha pasado cerca de medio siglo
sin que haya ocurrido la más ligera desavenencia entre el
Go-bierno de Italia y el Pontificado, y con excepción del
brutal y salvaje ataque a las cenizas de Pio IX cuando fueron
trasladas a San Pietro Advíncola donde reposan, no ha
habido ningún irrespeto serio de parte del pueblo romano
contra el Santo Padre. Cuando fue elegido León XIII, se
mostró éste en el clásico balcón de
San Pedro para dar la bendición urbi cd orbe que
fué reci-bida con acatamiento y respeto por mas de 200.000
espectadores.

Para llenar uno de los principales objetos del viaje a
Roma, resolvimos hacer una visita al Papa, y, al efecto, pedimos,
una au-diencia, por conducto del Sr. Francisco Mansela, quien fue
Cónsul de Colombia alguna vez y de SantoDomingo, caballero
distinguido, y acucioso en servir a los suramericanos y
especialmente a los colombianos que llegan a Roma, la visita al
Santo Padre es siempre emocionante. Ver al Vicario de Cristo, al
Soberano y Jefe de un Imperio que cuenta 20 siglos de existencia,
esparcido en todas las regiones del globo y con 400.000.000 de
súbditos que obedecen de rodillas al Mo-narca, es asunto
que conmueve el sistema nervioso de los viajeros, sobre todo si
estos son jóvenes y suramericanos.

La etiqueta para visitar al Papa exige el
frac y la corbata blanca, aunque siempre las audiencias tienen
lugar por la mañana.

Desde la entrada al gran vestíbulo
del Vaticano empieza la emoción del visitante, cuando los
suizos, con su vestido pinto-resco, de múltiples colores y
con sus penachos de plumas de aves, reciben los billetes de
entrada.

El Vaticano es una conglomeración de edificios
que forman, comprendidos los jardines, el mas vasto palacio del
mundo, Puede alojar holgadamente 7.000 familias y contiene mas de
11.000 ha-bitaciones. Su arquitectura es pesada, severa y carece
de la gracia monumental de los palacios señoriales de
Roma; pero en cambio contiene en sus artesonados, sus muros,
galerías y bóvedas, frescos admirables de los
grandes maestros, entre los cuales sobresalen los de las Logias
de Rafael. Sus museos encierran los mas valio-sos tesoros
artísticos del mundo.

Este inmenso palacio, no solamente da alojamiento al
Santo Padre, su numerosa servidumbre y sus diversas guardias,
sino también a muchos Cardenales, y a casi todos los
funcionarios de la Casa papal.

Unida al Palacio se halla la Gran Basílica de San
Pedro, la primera maravilla del orbe, tanto por su admirable
construc-ción corno porque, mas que un Templo, es un
inmenso y riquísimo Museo sagrado, en donde no se ve ni
una piedra vulgar, ni una pincelada de pintor, ni un trozo de
mampostería ni de madera, sino una gran profusión
de mármoles, bronces, objetos de oro y plata, y de
mosaicos.

La Basílica de San Pedro es el fruto del los
esfuerzos del Universo y del dinero del Mundo católico,
durante quince siglos, pues su construcción empezó
en el siglo IV por orden de Cons-tantino el Grande y ha venido a
terminar en el siglo XIX bajo el Pontificado de León XIII,
quien lo enriqueció con el magnífico pavimento que
hoy tiene.

La extensión del templo es mayor que
la de otros los que existen. Al entrar, en la nave principal, se
encuentran losas en donde están inscritas sus dimensiones
y las de otros grandes templos siempre menores que San Pedro,
como la Catedral de San Pablo, en Londres, de Colonia, de Santa
Sofía en Constanti-nopla y otras basílicas.
Solamente en materiales para el gigantesco edificio se gastaron
950 millones de francos, pues los arquitectos y artífices
no derivaron en lo general emolumento alguno.

Las proporciones de la Basílica son tan correctas
y equili-bradas que, al entrar al Templo, se recibe la
impresión de que no es tan grande como dicen las
descripciones, pero, a proporción que se avanza sobre las
magníficas losas de mármol que forman el pavimento,
el Templo va levantándose, ensanchándose y
agran-dándose como por efecto de mágica
visión.

Forma la Basílica una cruz latina, y el altar
mayor, que queda en el centro del Cuerpo principal y de los
Brazos, parece que estuviera a pocos pasos de la entrada
principal, y cuando uno cree que va a llegar hasta él, se
va retirando a proporción que se avanza en el
Templo.

La Basílica tiene 187 metros de largo por 127 de
ancho y ¡39 metros de altura hasta la aguja de la
cúpula. A los lados de la puerta central de entrada hay
unas fuentes de mármol, sos-tenidas por ángeles que
parecen tener la estatura de un niño de pocos meses, y, al
acercarse a ellos, se ven como gigantes. En contorno de la
inmensa cúpula, está escrito un letrero que
contiene las palabras de Cristo a San Pedro cuando le
nombró Príncipe de su Iglesia: « Tu es
Petrus el super hanc peram ceclijicabo Ec-clesiam meam el tibi
dabo claves regni ccelorum
».

Desde abajo del templo apenas se pueden leer con anteojo
de largo alcance estas palabras, y cuando se sube por la rampa
que sirve de escalera hasta el gran balcón circular en
con-torno de la cúpula puede conocerse que cada letra
tiene tres metros de altura. Lo mismo le pasa al turista cuando,
paseando sobre la azotea se persuade de que las Estatuas de los
doce após-toles que se hallan sobre el frontispicio,
tienen siete metros de altura.

Lo más admirable de la Gran Basílica es,
sin duda, la hermosa e inmensa cúpula, obra maestra de
Miguel Angel, la cual tiene cuarenta metros de diámetro y
í 26 de altura, desde el pavimento hasta el ojo
de la Linterna.

La Basílica contiene 5 naves y 27 capillas
laterales. Las primeras corresponden a cinco grandes puertas, dos
de las cuales están siempre muradas y no se abren sino
cada 100 años para el Jubileo.

En una de las 27 capillas se reunió
el Gran Concilio Ecu-ménico convocado por Pío IX
para proclamar los dogmas de la Infalibilidad del Papa y de la
Concepción Inmaculada de María, y en ese
rincón del Templo pudieron funcionar y deliberar
hol-gadamente mas de 700 Obispos y Teólogos, sin contar
los ase-sores, secretarios y empleados subalternos.

La Basílica puede contener mas de 100,000
concurrentes y, en las grandes festividades, cuando. se desocupan
las inmensas naves, se ve llenar, como por ríos humanos la
gran plaza de San Pedro rodeada en semicírculo por la
magnífica y triple columnata del Bernini.

Aparte de las maravillas arquitectónicas y de las
colosales dimensiones de ese soberbio y maravilloso edificio, se
admiran en su interior las grandes tumbas de los Papas Urbano
VIII Gregorio XIII, Julio II, Clemente VII, los monumentos de
León XII y Gregorio XVI, y la profusión de
mármoles de variados matices y de diversas regiones de
Italia. Pero lo que – mas sor-prende en San Pedro, es no ver un
solo cuadro pintado y que las grandes obras de Rafael y otros
grandes Maestros del sublime arte, estén fielmente
reproducidos sobre los muros, con piedras de mosaico que
conservan inalterables, y aun mas vivos, los finos colores de la
pintura.

Maravilloso es el trabajo de los mosaicos y cuando se
visita la fábrica de estas piedras, el visitante queda
deslumbrado y fascinado el ver que, para conservar los matices de
los lienzos que reproducen, se necesita dividir y subdividir casi
hasta lo infinito las piedras que se incrustan, con tal habilidad
que es imposible di-visar las junturas de los pequeños
pedazos ni comprender que esa obra no es monolita sino un
compuesto de innumerables trozos mas o menos pequeños, de
una piedra de colores naturales y, por consiguiente,
indelebles.

Para hacer el aseo y conservar en buen estado esta
colosal basílica, cuya cúpula se alcanza a ver de
cualquier punto de la ciudad de Roma y de cualquier aldea de la
campiña romana, en cuanto lo permita el horizonte visual,
el tesoro del Vaticano gasta 180.000 liras por
año.

El Papa habita generalmente al segundo piso
del Vaticanos para llegar hasta el cual se necesitaba en 1873
subir por la in-mensa escalera de honor de dos pisos
superpuestos, y sin curba ni esquina alguna. Esta misma escalera,
muy amplia y de muy bajos peldaños, conduce a las grandes
galerías y salones que con-tienen el soberbio museo de
escultura, el primero del mundo – y los cuadros de los grandes
maestros que inmortalizaron el siglo de León X.

Después de que los suizos de guardia
examinan los billetes de entrada, el visitante sube
descansadamente por la grande escalera.

Después de pasar las grandes
galerías en que se hallan las Lo-gias de Rafael, se pasa a
los salones, que se siguen en serie con-tinua, hasta llegar a la
sala de honor en donde recibe el Papa.

En el año de 1873 no había
ascensor, como existe hoy, ni el Papa recibía en su vasto,
severo y elegante gabinete de trabajo.

En aquella época era menester atravesar ocho
salones, en los cuales apenas tenía uno tiempo de admirar,
deslumbrando, como en una visión fantástica, los
frescos del artesonado, los Gobelinos de los muros, los
magníficos mobiliarios los obje-tos de arte que adornan
las esculturales chimeneas y las mesas de mosaico, los
pintorescos y vistosos uniformes de los caballe-ros de capa y
espada, de la Guardia Palatina, de la Guardia Nobile y de los
suizos y alabarderos que ocupan como estatuas mitológicas
los soberbios salones.

En el salón que precedía a la gran sala de
recepciones nos detuvimos ante el Camarero secreto participante,
quien nos recibió los billetes que, en cambio de los que
habíamos presentado en la entrada principal, nos
había dado el suizo de guardia.

Yo iba en compañía del Señor
Mansella y del Dr. Quintero, un sencillo y virtuoso cura de
Colombia.

Cuando llegamos al lugar de la recepción ya
estaban colo-cados muchos de los visitantes; nos arrodillamos al
lado de ellos como exigía entonces la etiqueta, para
formar un semicírculo en la gran sala, a fin de que el
Santo Padre pudiera dar su bendi-ción y a besar su anillo
a cada uno de los asistentes.

Pocos momentos después de hallarnos alineados por
las in-dicaciones de los Maestros de ceremonia, un heraldo con
vestido de monaguillo mayor, dio unas cuantas campanadas con un
esquilón para anunciar la llegada del Santo
Padre.

Grande es la emoción que produce por primera vez
la vista del Papa. En todos los semblantes se notaban rasgos de
temor y de recogimiento, de júbilo y de admiración
al mismo tiempo. Recuerdo que en alguna recepción que tuvo
lugar en tiempo de Pio X, una. Señora que se hallaba en la
sala de honor durante una visita colectiva o general, tuvo un
accidente mortal a la vista del Papa, quien la recogió en
sus brazos, tuvo tiempo de ayudarla a bien morir y darle la
absolución, porque la emoción que tuvo al ver al
Santo Padre le produjo la ruptura de un aneurisma.

Pío IX era un hombre de regular estatura,
robusto, lozano, de grandes ojos negros y de tez rosada, a pesar
de sus 81 años. Vestía de blanco como todos los
Papas y estaba apoyado en dos sacerdotes, "porque ya no
podía caminar solo.

Con una sonrisa paternal en los labios y con una marcha
rítmica y pausada, empezó a recorrer la fila de sus
emocionados visitantes.

Llegó el Papa al grupo que formábamos el
Padre Quintero el Sr. Mansella y yo. El sacerdote colombiano
empezó a temblar cuando el Papa le puso la mano sobre la
cabeza con un gesto de protección paternal. Y no pudo
contener las lágrimas deseando a todo trance besar las
sandalias del Pontífice, pues creía que era un
irrespeto poner los labios sobre el anillo. Pío IX le
ex-presó palabras de afecto en muy buen español,
idioma que po-seía como el propio. « El Señor
Arzóbispo Arbeláez mandó a V. S. muchas
saludes », fué cuanto pudo articular el pobre
levita, después de secar sus lágrimas y componer su
rostro.

Cuando me llegó el turno, el Papa saludó
con especial ca-riño al Señor Mansella, su antiguo
conocido y este caballero me presentó con el título
de Diputado a las Córtes en Colombia, porque yo
conservaba, aun el carácter de representante o sena-dor de
la República.

– Pues es necesario que sostenga Ud., hijo mío,
me dijo Pío IX, dándome a besar su mano, los
derechos de la Iglesia, pues hasta allá los están
atadando.

– Serán cumplidas lar órdenes de V, S., le
contesté.

En seguida me dió su bendición y
continuó la visita.

Está Ud. nombrado apóstol de Colombia, me
dijo Mansella, y algún tiempo después terminada la
audiencia y dada la abso-lución general, abandonamos la
morada papal.

En este mi primer viaje a Roma, tuve ocasión de
conocer de vista al Rey Victor Emanuel, quien ya ocupaba el
palacio del Quirinal, morada de los Papas en el estío,
asiento de su go-bierno temporal, por lo cual había
quedado exceptuado por la Ley de garantías de la
cesión de los edificios que antes pertene-cieron al Papa,
porque se consideraba que los que no tenían
ca-rácter eclesiástico, debían pasar a ser
propiedad de la Corona de Italia.

Victor Emanuel era un hombre de mediana estatura, ancho
de espaldas, de recia musculatura, de tez meridional y de
expre-sión fiera y adusta. Tenía costumbre de
marchar con las piernas abiertas como los marinos cuando se
hallan en tierra. Su figura no era agraciada y, solamente por su
gran valor y su posición de Soberano, pudo alcanzar los
grandes éxitos sociales que tuvo en su brillante vida de
Re Galant Huomo.

Victor Emanuel fué el representante mas
sobresaliente de esa dinastía de héroes, entre los
cuales se contaron Filiberto de Savoya, el Generalísimo
triunfador en la batalla de San Quintin, y el Príncipe
Eugenio, vencedor en 33 batallas contra los franceses, hasta
morir gloriosamente en la última. Victor Emanuel era leal,
hidalgo, como el mas noble adalid de los tiempos heroicos, y
valiente hasta la temeridad. Estas grandes dotes morales estaban
realzadas por un espíritu fino, una inteligencia superior
y una vasta instrucción.

Durante la guerra de la Independencia en 1859, Victor
Emanuel quiso comandar un cuerpo de ejército bajo las
órdenes de Napoleón III, y en la batalla de Verona
se puso a la cabeza de los asaltantes contra el reducto. Alguno
de sus ayudantes le rogó que no se expusiera tanto a los
peligros, porque su vida era muy preciosa.

« Aquí hay gloria para todos,
contestó al Rey, y el puesto de peligro es el que
corresponde al Soberano antes que al último de sus
súbditos ».

Durante el combate murió el capitán de una
de las columnas de zuavos. Victor Emanuel ocupó el puesto
del héroe caído, y continuó el victorioso
asalto.

Cuando, después de la independencia, se
formó el reino de Italia con los Estados de
Cerdeña, Piamonte y el Milanesado, Victor Emanuel
estableció su Corte en Turín y allí tuvo
lugar el siguiente interesante incidente.

Algunos años después de la independencia
de las regiones septentrionales de Italia y de la
Constitución del reino, con la unión de los Estados
de Cerdeña y Piamonte al Milanesado, arran-cado al Austria
después de encarnizada y gloriosa lucha, Victor Emanuel,
asesorado por sus grandes estadistas, gobernaba y for-maba el
nuevo Estado, y tenía el asiento de su gobierno en la
hermosa ciudad de Turín.

En esa época, la región que antes
constituyó la Serenísima República de
Venecia se hallaba aun bajo el yugo de Austria, pues
Napoleón III, para congraciarse con este poderoso Imperio,
después de la lucha, había dejado incompleta su
obra libertadora e impedido la incorporación de los
Estados venecianos al nuevo reino de Italia.

Pero los descendientes de Marino Faliero no estaban
satis-fechos de continuar en la triste condición de
súbditos del Aus-triaco, y constantemente promovían
manifestaciones y motines para separarse del Imperio y unirse a
la monarquía italiana.

Víctor Emanuel, como era natural, alentaba y
fomentaba este movimiento unionista de Venecia.

Con tal motivo el Gobierno Austriaco impetró
secretamente de Napoleón III, que influyera sobre Victor
Emanuel para que desistiera del apoyo que daba a los
revolucionarios venecianos.

Napoleón III, que conocía el
carácter altivo de Victor Ema-nuel, no se atrevió a
hacerle exigencias oficiales para complacer al Austria y se
valió de un Embajador muy hábil que envió a
la Corte de Turín para gestiones privadas.

El diplomático francés tenía
instrucciones del Emperador para proponer al Rey de Italia que, a
cambio de hacer cesar las pre-tensiones separatistas de Venecia
le otorgaría un fuerte préstamo de dinero sin
interés, ni plazo, porque sabía que el reino de
Italia se hallaba muy necesitado de recursos para constituir el
Nuevo Estado y restablecer las finanzas desequilibradas por la
guerra. El Embajador francés conocedor del carácter
impetuoso del Rey, no se atrevió a hacer la indecorosa
propuesta abiertamente y buscó ocasión propicia
para insinuarla al monarca, con discreción
diplomática.

En un gran baile que Victor Emanuel daba en el soberbio
palacio real de Turín, uno de los más bellos y
suntuosos del mundo, creyó el Embajador francés que
había llegado el momento opor-tuno, de tratar con el Rey
la escabrosa cuestión de su misión.

Reunidos se hallaban en el gran salón destinado a
los Reyes al Cuerpo diplomático y a los grandes
dignatarios de la Casa Real, cuando el Embajador, aprovechando un
momento en que se hallaba mi solas con el Rey y que éste
parecía estar de buen humor le insinuó con mucha
suavidad y discreción la propuesta del Em-perador
francés.

Aun cuando el diplomático habla hablado al Rey en
voz muy baja, éste no pudo contener su exaltación
al escucharlo y estalló con la siguiente respuesta que
recordaba el Señor Peiroleri, sub-secretario de Negocios
Extranjeros, quien se hallaba presente y me la refirió mas
tarde textualmente:

« Señor Embajador, dijo en alta voz el Rey,
esta clase de proposiciones no se hacen al Representante de la
dinastía más antigua y gloriosa de Europa, como soy
yo, por un monarca « parvenu» y usurpador,
como es el Emperador de los franceses, su amo».

Los miembros del Cuerpo Diplomático
y los demás concur-rentes oyeron la tremenda respuesta del
Rey, y todos creyeron que una guerra sobrevendría entre el
poderoso Imperio francés y la joven Monarquía
italiana; pero el Embajador, con admirable tacto, recibió
sereno la regia diatriba y con el mayor respeto re-plicó
al monarca:

« Permítame Vuestra Majestad que sea sordo
esta noche ». Calmado el Rey por tan hábil frase y,
convencido de la im-prudencia de su arrebato,
agregó:

« Y crea V. E. que he sido mudo, y vamos a
bailar.

De este manera, dos frases espirituales, de
inteligencias su-periores, disiparon una tempestad
política, y quizá una guerra.

El sentimiento artístico predomina en el
espíritu de los ita-lianos y prima sobre todas las"
pasiones que engendra la política. Cuando fué
ocupada Roma por las tropas de Victor Emanuel y se expidió
la Ley de garantías, la Municipalidad de Roma
ordenó la demolición de todos los trofeos que
simbolizaran en los parajes públicos, sometidos a la
autoridad del Municipio, los triunfos del Pontificado; pero al
mismo tiempo dispuso que de dichos trofeos se sacara el mayor
provecho posible, para darles otra forma de di-ferente
representación política, como antes se hizo por la
Roma papal cuando erigió los Templos paganos de Jupiter
Ammón y de Vesta en iglesias cristianas,
cambiándoles las formas y los símbolos
artísticos.

Una comisión de artistas, encargada de cumplir
las órdenes de la Municipalidad romana, encontró en
el Cementerio principal un monumento admirable erigido por
Pío IX a los suizos que valerosamente murieron en defensa
del Pontificado, durante la guerra con Garibaldi en
1849.

El monumento representa a San Pedro en dimensiones
heroicas y de pié sobre un pedestal de mármol negro
de Sici-lia teniendo en una mano la alabarda de los soldados del
Papa y señalando con la otra (de la cual cuelgan las
llaves de los Cie-los), el reino de Dios a un suizo que se halla
de rodillas ante el Príncipe de los Apóstoles. Las
dos estatuas son obras maestras, en purísimo mármol
de Carrara y plenas de majestad, expre-sión, vida y
sentimiento. La alegoría simboliza que el soldado
arrodillado obtendrá el reino de los Cielos si defiende
hasta la muerte al Vicario de Cristo, con la alabarda que San
Pedro le ofrece.

Los comisionados del Ayuntamiento romano no se
atrevieron a tocar tan admirable monumento artístico, ni
intentaron trasfor-marlo; pero para cumplir en parte su
misión, resolvieron, previa aprobación de la
Municipalidad, colocar al pié del grupo estatua-rio una
lámina de mármol con la siguiente
inscripción que tuve curiosidad de copiar textualmente en
mi cartera de viaje:

Questo monumento innalzato a la memoria
dei soldati mer-cenari che morirono combattendo contro la
libertá di Roma, Roma redenta, voglia conservarlo come un
ricordo dei tempi calamitosi
».

Cuando llegue la oportunidad de volver a hablar de
Italia, refiriéndome a mi segundo viaje, grato me
será dedicar algunas líneas a esta bella
nación que ha sido, como justamente se dice, la madre de
la civilización europea y la patria del mayor
número de hombres ilustres, en los diversos campos de la
actividad hu-mana, y especialmente en el de las artes.

CAPITULO XV.

Regreso a la
Patria

SUMARIO. – Regreso a Colombia vía del Cauca. – El
puerto de Buena-ventura. – Dificultades y peligros en la
navegación del Dagua. – El camino de herradura a Cali. –
Ojeada a esta hermosa ciudad cauca-na. – En Popayán me
encargo de la Secretaría de Gobierno del Estado por
nombramiento que me hiciera el Presidente, General Trujillo. –
Mas tarde soy nombrado Director General de Instrucción
Pública en el Cauca por el Gobierno Nacional. – Mis
labores para el desarrollo y fomento de la instrucción
primaria en el Cauca. – Terrible oposición que hacen el
Obispo de Popayán y el partido conservador a las Escuelas
primarias del Cauca. – Mi situación crítica en esa
época. – Prohibición del Prelado a los niños
de la Escuela Normal de concurrir a una de las pro-cesiones de la
Semana Santa. – Solicitud sin éxito que hice al Sr. Obispo
Bermúdez para que derogara esta prohibición y mi
entrevista con el Prelado.

A mediados de Diciembre de 1873 regresé a
Colombia, y con el fin de visitar a mis padres y volver a mi muy
amada ciu-dad natal, me dirigí al Estado del Cauca
atravesando el istmo de Panamá, y navegando por el
Pacífico hasta el Puerto de Bue-naventura.

Al regresar del Centro de la civilización a un
lugar aban-donado, que no era otra cosa entonces que un sucio y
feo cacerío de pajas y hojas, sin ninguna condición
de confort, ni de higiene, experimenté una
sensación de patriótico pesar, y para hacer ver el
contraste que hoy presenta la entrada al Valle del Cauca, al
través del ramal occidental de la Cordillera de los Andes,
por medio de un atrevido ferrocarril, con el medió que
había enton-ces para comunicarse el interior del Estado
con su puerto princi-pal, quiero referir como tenía lugar
la navegación del río Dagua.

Este río que se desprende de la parte elevada de
la Cor-dillera, formando cataratas y torrentes en casi todo su
trayecto hasta desembocar a un lado del puerto por mal nombre
bautizado con el de Buenaventura, era el único medio de
comunicación que existía entonces.

El vapor no podía arrimar hasta la playa y, como
no había muelle nisiquera estaciones, era menester
desembarcar de las lan-chas de los vapores desde donde
éstas podían llegar. Allí se
de-tenían para no encallar en el fango de la ribera.
Entonces una cuadrilla dé negros casi desnudos, porque el
calor constante en el puerto es de 352 a la sombra,
recibía a los viajeros y los echaba a sus espaldas como un
bulto de mercancías. En seguida, marchando con dificultad
y hundiendo las piernas hasta las rodi-llas entre el fangal
espeso de la playa, los negros llegaban con su carga a alguna de
las varias casas construidas con una especie de tejido de
guaduas, teniendo por muros unas cañas unidas y por techo
un cobertor de hojas, o de paja.

De esta manera me vi en la necesidad de desembarcar con
mi esposa y con la niña que había sobrevivido al
viaje.

En Buenaventura tuve la fortuna de encontrar a un
caba-llero muy amable, Don Nicomedes Conto, Administrador de la
Aduana y padre del ilustre César Conto, de quien
tendré ocasión de hablar extensamente.

Don Nicomedes fue mi protector al arribo a Buenaventura.
Gracias a él, encontré regular alojamiento y pude
preparar mí marcha hacia el interior.

Al día siguiente, a las 9 de la noche, nos
embarcamos en sendas canoas, mi – mujer, el ama con la
niña, y yo, Cada canoa, sumamente estrecha y que no era
otra cosa que un tronco de árbol ahuecado a esfuerzos de
golpes de hacha, llevaba en la proa un piloto y en la popa un
remero, quedando el viajero en el cen-tro tendido a lo largo como
en una caja mortuoria bajo un cober-tizo muy reducido de hojas y
pajas.

Las tres canoas salieron al mar, con gran peligro de
nau-fragio, por la noche, para aprovechar la subida de la marea y
poder penetrar en las aguas del río.

La navegación se hacía por la noche para
evitar los rigo-res del clima y las picaduras de los mosquitos
que en lo general duermen durante la noche, y, también,
con el objeto de que las Señoras no vean a los remeros y
pilotos como se hallaba nuestro padre Adam antes del pecado, pues
como tenían necesidad de navegar metidos dentro del agua,
no podían llevar ningún vestido.

Fácilmente comprenderán mis lectores
cuán peligrosa era a-travesar un gran trayecto del mar en
tan estrechas y frágiles embarcaciones, y cuán
penosa me sería la impresión que recibí
al

tener que meterme en mi ataúd
flotante, separado de mi tierna familia.

Al llegar las canoas a las aguas del río,
empezaba la parte penosa de la navegación, porque teniendo
que luchar contra las corrientes y pasar materialmente por entre
torrentes estrechados por las piedras, a cada instante se
presentaban peligros serios de naufragio. En algunos parajes, el
piloto se metía entre las aguas y arrastraba con una
cuerda atada a la proa la rústica embarcación en
tanto que el remero la empujaba por la popa. Esto sobre todo
tenia lugar en las angosturas del río, cuando éste
se convierte en verdaderas cascadas o pequeñas cataratas.
No obstante, eran raros los accidentes mortales para los
viajeros, por la habilid4d de los remeros. Si alguna vez se
volcaba la canoa, los negros tomaban en brazos a los
náufragos y los volvían a acomodar en sus
em-barcaciones, no dando por resultado el naufragio otra cosa que
resfriados, bronquitis o fiebres palúdicas.

El Baron de Humboldt dice en su viaje a las regiones
equinocciales, al hablar de la navegación que él
hizo en las mismas condiciones en que yo la hice, que la
navegación del Dagua es el mayor acto de heroísmo
que puede ejecutar un mortal y que en ella cada
palancazo es un milagro y cada boga una
Providencia.

Duraba la navegación 12 horas, más o
menos. Así, pues, a eso de las 9 de la mañana
llegamos al puerto llamado de Las Juntas o Córdoba porque
allí hace su unión el Dagua con otro río,
cuyo nombre no recuerdo. Fácil es comprender cual
sería mi alborozo al reunirme otra vez con mi familia, de
quien durante la terrible noche de navegación no
había tenido otra noticia que las que me comunicaban de
cuando en cuando al aproximarse las canoas y poder dominar los
gritos destemplados de los bogas con que se alentaban para su
ardua tarea.

En Juntas encontré caballerías y arrieros
para seguir mi viaje al interior del Valle, enviados de
Popayán por el Presidente del Cauca, General Trujillo, con
el nombramiento de Secretario de Gobierno. Mi noble amigo al
saber por mis cartas que pensaba volver a Colombia por el Cauca,
se apresuró a recomendarme al Administrador de la Aduana,
a enviarme caballerías y recursos para el viaje y a
agraciarme con la mejor posición oficial que él
podía otorgar. De Juntas hasta Cali era preciso entonces
emplear dos o tres días a lomos de mula por un camino de
herradura practicado en lo mas abrupto de la Cordillera, y por
entre riscos y peñascos.

Este hermoso camino se debía al gran General
Mosquera, quien lo inició, y a los cuidados del General
Trujillo, bajo cuya presidencia se termina. Recuerdo que alguna
vez el célebre escri-tor Emiro Kastos (Pseudónimo
de Juan de Dios Restrepo), al escribir para un periódico
las impresiones que le había causado la vista de los
trabajos del camino, cuando fué a inspeccionarlos por
comisión oficial dijo en frase hiperbólica que
había parajes tan escabrosos que en ellos se descalabran
los gatos, pendientes tan rápidas y resbaladizas
intransitables para las gallinas y alturas tan, grandes que dan
vértigo a las águilas.

Al fin, después de tan penoso viaje,
llegué a la bella y pin-toresca ciudad de Cali.

Esta hermosa ciudad fundada por Simón
Muñoz, teniente de Belálcazar, es la mas importante
del Valle del Cauca, y hoy quizá de toda la extensa
región que formaba antiguamente el Estado soberano del
Cauca, tanto por su privilegiada posición
geográfica, al pié de los ramales de la Cordillera
occident4l del Ande, en las cabeceras del Gran Valle y casi a las
orillas del hermoso río, como por su importancia
comercial, pues está cerca del primer puerto de la
República en el Océano Pacífico.

Cali es una ciudad de mas de 40.000 habitantes, de
hermosos edificios, heredados en parte de la colonia y
construidos otros por los inteligentes y ricos habitantes de la
comarca. Sus calles son anchas, rectas, tiradas a cordel como
todas las de las ciu-dades españolas; pero su sello
característico de urbe pintoresca y bella es debido a la
vegetación del suelo en que ha sido construida, la cual le
da el aspecto de una ciudad edificada en-tre florestas, parques y
jardines; algo así como el de Berna en Suiza el de
Washington en Norte América el de casi todas las de
Andalucía. En todos los grandes patios o solares de la
casas de habitación se encuentran verdaderos Carmenes
moriscos y huertos de árboles frutales, de los cuales el
Valle es productor profuso e inagotable. La ciudad está
cruzada por un hermoso río, tributario del Cauca, el cual
arrastra su espumosa linfa por entre ribas de lucientes piedras y
de verdes tapices.

Cali cuenta hoy con una Universidad, Colegios
cuidadosa-mente dirigidos, y abundantes y ricos almacenes. Sus
casas son amplias con extensas y hermosas galerías en los
cuadriláteros de los patios, para evitar los ardores del
clima, el cual, aunque muy sano y muy seco, tiene una temperatura
de 250 centígrados a la sombra, como término medio.
No tiene edificios de tan imponente arquitectura y de tanta
solidez como Popayán, ni el dulcísimo e
incomparable clima de la ciudad de Belalcazar pero su
posición y su importancia comercial dan impulso al
comercio y a la agri-cultura como no reciben las otras ciudades
del Cauca.

En Cali se ha establecido recientemente una Sede
Episcopal y se han abierto buenos hoteles de construcción
moderna y algunos Liceos en donde se forma la juventud
inteligente y briosa del Valle del Cauca. Los Caleños son
muy estudiosos y en lo general oradores vehementes y escritores
correctos. Son también aficio-nados, como todos los
colombianos, a los estudios gramaticales y filológicos, en
los cuales se distinguió el sabio erudito Dr. Eus-taquio
Palacios.

La aspiración constante de Cali durante la
existencia de la República ha sido la de poderse comunicar
con el Mar Pacífico por medio de un camino de hierro y, al
fin después de muchos años de grandes gastos y de
inmenso trabajo, la locomotora ha podido llegar a los pensiles
risueños de la hermosa ciudad.

Este fausto acontecimiento tuvo lugar a principios de
í 915. Recuerdo que, cuando en la Cámara de
representantes durante las sesiones de 1912, se discutía
un proyecto para votar uña suma del Tesoro Nacional con el
fin de celebrar una Exposición y va-rios festejos en Cali,
para memorar el arribo del ferrocarril a esta ciudad, el criterio
egoísta de diputados de otras regiones se opuso a acordar
el crédito necesario; pero los Caucanos hi-cimos esfuerzos
a favor del proyecto que al fin fué Ley de la
República. Dije yo entonces que esté gasto era
parecido al que hace un padre de familia cuando tiene lugar la
boda de un miembro importante de la casa solariega, porque la
llegada de los rieles a Cali simbolizaba los desposorios de la
Ciudad con el Progreso, o el matrimonio de la Civilización
con el Valle. Y así sucederá, porque el incremento
de la riqueza de esa hermosa región, el aumento del
comercio, el acrecentamiento del valor de las tierras y la
prosperidad y desarrollo de la agricultura en ese bello suelo,
feraz y fértil cual ninguno, harán del Cauca la
primera y mas importante comarca de la República, y ese
Valle, tan her-moso como rico, podrá entonces merecer con
justicia las aprecia-ciones que de él hizo el Baron de
Humboldt cuando dijo en su viaje a las regiones equinoxiales
», que el Valle del Cauca seria en él porvenir tan
rico como California, ya que era mas hermoso que la
Lombardía y mas feraz que Egipto! Que así sea, son
mis votos sinceros y vehementes!

En Cali fui hospedado de la manera mas gentil y
caballe-rosa por el Señor D. Adolfo Reinel, verdadero
hidalgo caste-llano de los tiempos antiguos, casado con
Dña. Amalia Angulo, dama espiritual y distinguida de
Popayán, miembro principal 4e una de las familias mas
aristocráticas del patriciado payanense. Reinel me
procuró todas las facilidades para continuar mi viaje a
Popayána donde llegué, después de tres
días de una travesía penosa por entre los pantanos
y accidentes del camino, practicado entre los últimos
contrafuertes de la Cordillera que mueren en el Valle.

Gran placer me causó volver a mi querida ciudad
natal des-pués dé una ausencia de dos años.
La vista de sus hermosos edificios, del soberbio puente sobre el
Cauca y de la calzada for-mada sobre el río Molino a la
entrada de la ciudad, revivió en mi espíritu todos
los solaces y los aromas de la adolescencia.

Recuerdo que el primer individuo de Popayán que
encontré en una posada del camino durante mi Viaje, fue el
Dr. Antonino Olano, caballero culto e ilustrado, célebre
orador que defendió con grande elocuencia los fueros de la
Iglesia católica y la liber-tad del Arzobispo Mosquera en
las sesiones del Congreso de 1851, cuando discutía la ley
de la separación de la Iglesia y del Es-tado y se
proyectaba desterrar al ilustre Prelado. Además de sus
grandes dotes intelectuales y de notable estadista, era el Dr.
Olano un hombre de negocios, comerciante y agricultor de gran
vuelo y de grande actividad. Debido a su inteligente y fecundo
trabajo, llegó a formar la primera fortuna personal del
Cauca y fué jefe y patriarca de una de las mas honorables
y distingui-das familias de Popayán.

Después de mi llegada y de algún tiempo de
descanso en el seno de mi familia paterna y de mis amigos,
tomé posesión de la Secretaría de Gobierno
del Cauca al lado del General Trujillo de quien fui colaborador
asiduo en el primer año de mi perma-nencia en el
Cauca.

Convencido de que en Colombia no podremos llegar a la
verdadera meta del progreso y de la civilización en sus
múltiples manifestaciones, mientras no se instruya,
siquiera sea en las pri-meras letras, a nuestro pueblo, de
índole mansa y buena, pero en lo general compuesto de
masas analfabetas, casi siempre di-rigidas como recuas de mulos o
rebaños de corderos por los am-biciosos de parroquia, los
caciques de los pueblos y los curas, de ordinario ignorantes,
convencido, repito, de que mientras sub-sista esta ignorancia no
podremos formar una nación que pueda aparearse, no digo
con las europeas y la gran república de
Norte-A-meríca, sino con las del extremo del continente,
me dediqué con em-peño y entusiasmo
patriótico al fomento de la instrucción pri-maria
en el Cauca. Mis labores tuvieron algún éxito y el
Ge-neral Trujillo me propuso que ocupara el alto puesto de
Direc-tor Supremo de la Instrucción pública en el
Cauca, posición in-dependiente y casi tan importante como
la del Jefe del Estado y emanante de nombramiento hecho por el
Gobierno Nacional, en virtud del célebre Decreto
orgánico, obra de Felipe Zapata, du-rante la
administración Salgar.

De acuerdo con el General Trujillo, me separé de
la Secre-taría de Gobierno y pasé a ocupar la plaza
de Director de Ins-trucción Pública.
Organicé mi oficina, nombré Secretario de la
Dirección al Sr. Rafael Quijano Mosquera, mi primo, joven
de notables dotes intelectuales y de gran laboriosidad, hijo del
General Miguel Quijano, mi tío.

Aunando los esfuerzos y recursos del Gobierno General y
los del Estado, en virtud de una ley que recabé de la
Legislatura del Cauca, y por la cual se establecieron
Delegaciones de la Di-rección general en todos los
municipios o provincias del Estado, muy bien dotadas, la
instrucción primaria recibió en el Cauca impulso
inusitado. Las escuelas se multiplicaron, el número de
algu-nos concurrentes a ellas fue decuplicado en el curso de un
año. La Escuela Normal para formar profesores o Directores
de Escue-las primarias, que funcionaba en Popayán bajo la
dirección de un maestro alemán llamado Pankaw, dio
magníficos resultados. Fundé también un
periódico, « El Escolar » en el cual insertaba
las noticias mas Interesantes de las escuelas primarias, los
infor-mes de los Delegados y cuantos escritos podían
concurrir al fo-mento de la instrucción
primaria.

En ninguna época de mi vida he trabajado en
servicio pú-blico con mas sincero patriotismo y con mas
consagración que en esa época. Además de
redactar y dirigir exclusivamente el pe-riódico intitulado
« El Escolar », continuaba en mis Labores de
político y dirigía otro periódico que
llevaba por mote « La Escuela Liberal », en el cual
hacía de preferencia una propaganda a favor de la
instrucción pública.

Desgraciadamente esta patriótica labor, de la
cual yo espe-raba ópimos frutos para el Cauca, fué
interrumpida por las per-turbaciones políticas que
precedieron a la gran revolución de
±876.

El bando conservador, vencido en los campos de batalla
du-rante la guerra trienal de 1860 a 1863, después de
haber hecho inútilmente movimientos convulsivos para
recuperar el Poder en 1865, preparaba sordamente una revuelta
general que le devol-viese el predominio político en la
república.

Contaba el partido conservador para la probable
reácción con el apoyo de los dos gobiernos
seccionales de los Estados de Antioquia y el Tolima, que se
hallaban en poder de los conser-vadores. Antioquia,
principalmente, Estado muy poblado y muy rico, se armaba
secretamente porque candorosa, por no decir
estó-lidamente, la Constitución de Río Negro
había establecido la liber-tad de comercio de armas y
municiones.

El Tolima había sido cedido por los radicales al
partido conservador, en pago de su colaboración al
derrocamiento de Mosquera en 1867.

Apoyado en estos dos elementos oficiales constituidos el
partido conservador emprendió una cruzada contra el
sistema de instrucción primaria y contra las escuelas
oficiales, con el doble fin de asegurar en el porvenir su
predominio político por la igno-rancia de las masas
populares, y de procurar una reacción a mano armada con el
pretexto de que se pretendía descatolizar el país,
o, por lo menos, de prescindir de la influencia de la Iglesia en
la dirección de la instrucción popular por el hecho
de que los maestros de escuela normal llevados de Prusia eran
protes-tantes, con excepción del de Ibagué.
Objetaban también que el Decreto orgánico de la
instrucción general no establecía una clase de
religión católica en las escuelas, sino que,
inspirándose en los principios de la Constitución
de Río Negro, dejaba al cuidado de los padres de familia
la enseñanza religiosa de sus hijos.

Alguna vez hablando con Felipe Zapata sobre los
prelimi-nares de la revolución de 1876, le
manifesté que acaso había sido un error no haber
importado maestros de escuelas normales de un país
católico, o, por lo menos, si es que se buscaban en
Ale-mania, exigir que profesaran la religión
católica.

«Los pedí a Alemania, me contestó
Zapata, porque en ese país es donde se halla mas
adelantada la instrucción primaria y en donde rigen los
mejores métodos de enseñanza, No paré
mien-tes en la religión que ellos profesaran, porque no se
trataba de que viniesen a dar enseñanza religiosa,
histórica o filosófica que pudiera tener
algún roce con las creencias de los alumnos, sino a formar
maestros o profesores de métodos para enseñar. Si
hu-biera tenido necesidad de pedir albañiles, mineros,
carpinteros u o-tros industriales para las enseñanzas en
Colombia, a nadie se le

habría ocurrido exigir que esos
maestros fueran católicos, protestantes, ortodoxos o
musulmanes ».

No obstante, siempre he creido yo que fué un
error no pe-dir maestros católicos, porque ante las masas
populares debe de-saparecer toda apariencia que pueda lastimar,
en lo mínimo, "la creencia religiosa y que pueda servir de
pretexto a los profesio-nales de la política para producir
perturbaciones y revueltas.

Yo veía venir la tempestad y comprendía
que el punto vulnerable y el gran pretexto para la lucha era la
instrucción pri-maria, y traté con medidas
atemperantes de hacer desaparecer los motivos de desagrado
popular que inspiraba la enseñanza laica de las escuelas y
el profesor protestante que dirigía la normal de
Popayán. En Bogotá se había conjurado
oportunamente la misma tormenta, gracias al espíritu
levantado y patriótico de Monseñor Arbeláez,
el ilustre Prelado de quien he hecho con justicia honrosa
mención. El Presidente de la República, Dr.
Mu-rillo (de quien me ocuparé en adelante extensamente)
había con-venido con Monseñor Arbeláez en
que a las escuelas de la Arqui-diócesis se enviara un
profesor de enseñanza de religión cató-lica
para los alumnos, cuando los padres de éstos lo
solicitaran.

Quise yo hacer en el Cauca lo mismo que en Cundinamarca
pero tropecé con el espíritu intransigente del
Ilmo. Sr. Carlos Bermudez, antiguo cura de Nemocón que
ocupaba la Sede Episco-pal de Popayán, con
jurisdicción sobre todo el Estado del Cauca. El Sr.
Bermudez era un Prelado de virtudes incontestables, de conducta
evangélica como Pastor espiritual de su grey; pero hombre
de limitadas facultades intelectuales, sin dón de gentes y
muy severo en cuanto creía que pudiera afectar al dogma
religioso

Creía el Sr. Bermudez, de muy buena fé,
que el liberalismo se proponía descatolizar el país
con la enseñanza laica y con los maestros protestantes de
las escuelas normales y no obstante que tenía ejemplo
saludable del Arzobispo dé Bogotá, se mani-festaba
reacio a todo acomodamiento o temperamento con el Go-bierno
civil, en materia de instrucción primaria.

El Secretario del Obispado, Dr. Castro, secundaba
ciegamente a su Prelado lo mismo que todo el Clero de la
diócesis. En los sermones, en las homilías y en las
pastorales, se pintaba con negros colores la obra antirreligiosa
del Gobierno.

Los políticos conservadores apoyaban
decididamente a las Autoridades eclesiásticas y para dar
unidad a sus trabajos formaron congregaciones revolucionarias,
con el nombre de Sociedades católicas.

De su lado los liberales, sostenedores del
Gobierno, revivieron

las antiguas Sociedades
democráticas, asociaciones populares de carácter
político en las cuales brillaron muchos tribunos, a estilo
de los Gracos en Roma y que mas de una vez exaltaron el
ánimo de las masas hasta llevarlas a la guerra
civil.

Quizá en ninguna de las Democracias
organizadas sobre las antiguas colonias españolas, ha
predominado mas que en Colombia el espíritu sectario en
materias religiosas y eclesiásticas.

Los conquistadores españoles al descubrir y
colonizar la América en las postrimerías del siglo
XV y en los comienzos del XVI, llevaron con los elementos de
civilización que poseían a las vastas regiones que
sometieron a su dominio, el exagerado espíritu religioso
que predominaba en España, después de que fueron
vencidos y expulsados los Moros, bajo el reinado de los reyes
católicos, y durante el tempestuoso del Emperador Carlos V
quien aspiró a la dominación continental y a la
unidad de conciencia y de creencias en sus inmensos
dominios.

Causas fueron éstas de las luchas religiosas que
se sucedieron en las- colonias y en las repúblicas en que
éstas se convirtieron, después de la
emancipación.

La influencia sacerdotal de la colonia se sintió
mas intensa-mente en Méjico y en el Nuevo Reino de
Granada. Conocido es el hecho de que los tres conquistadores de
la región que llevó este nombre, por sus muchos
puntos de semejanza con la Granada Morisca, cuando se juntaron en
el pueblo de Pasca cerca de Santa Fé, traían 300 y
tantos hombres, y un fraile. No tengo noticia de que en ninguna
otra colonia se hubieran reunido la autoridad eclesiástica
con la autoridad civil en una misma persona, ni que hubiere
gobernado el reino un "Arzobispo virrey, corno Don An-tonio
Caballero y Góngora.

Constituida la República de Nueva Granada
siguió rigiendo la ley de patronato, en virtud de la cual
el clero estaba unido al Gobierno civil y recibía una
renta del Tesoro publicó, aparte de otros privilegios y
prerrogativas y de esta maneraaliados los eclesiásticos a
las autoridades laicas, no hubo pugna ni colisión alguna
entre el clero y los elementos civiles de la sociedad.

Desgraciadamente, el espíritu innovador del
liberalismo de ±8~o, quiso revestir a la República
de las exageraciones políti-cas que había
proclamado la Francia republicana de ¡ 848, que-riendo
hacer dar un salto al país en el camino del progreso
político, en vez de ir lentamente aclimatando sus
conquistas en una nación que acababa de salir de una
esclavitud de tres siglos.

Entre las grandes reformas que
acometió el liberalismo, con

gran perjuicio para el porvenir, una de las
mas trascendentales fué la de la abolición del
patronato y la separación de la Iglesia y del
Estado.

Desde este momento, se estableció
una colisión entre el ele-mento liberal filosófico
y el elemento eclesiástico, y de ella sur-gió esa
lucha constante que tanta sangre costó a la
República en 1851, 1860 y 1876.

El fanatismo rojo, o sea el proselitismo antirreligioso
o an-ticlerical, es tan pernicioso para los pueblos, (y
especialmente si éstos son principiantes en la vida
política) como el fanatismo blanco que involucra y
confunde los sagrados intereses de la re-ligión con los
mundanos de los sacerdotes.

La revolución triunfante en 1863
desamortizó los bienes e-clesiásticos,
desterró los jesuitas y aprisionó al Arzobispo y,
por ultimo, extinguió las Comunidades religiosas, medida
inútil e injustificable desde todo punto de vista y
especialmente ante el criterio del liberalismo
filosófico.

Sintiéndose atacado el clero católico en
Colombia entró en pugna para defenderse contra el Gobierno
liberal imperante. Este a su turno, para dominar al clero,
expidió leyes de Tuición y de Inspección de
cultos que contribuyeron a perturbar más y más los
ánimos en un pueblo de arraigadas creencias
católicas, en su gran mayoría.

– Establecida la lucha, el fanatismo rojo exageró
las medidas que podemos llamar antieclesiásticas y
llegó hasta prohibir las procesiones públicas y
otras ceremonias sagradas en las calles. Esta antiliberal medida
exasperó los ánimos de los creyentes y
preparó la tormenta de que voy a ocuparme.

El Decreto orgánico de instrucción
primaria, estableció como llevo dicho escuelas normales en
las capitales de los Departa-mentos para formar maestros de
escuelas primarias conforme a los sistemas de Alemania. En dichas
escuelas no había clases de religión
católica, porque, siguiendo el espíritu de la
Constitución de Río Negro, la enseñanza
religiosa se dejaba al cuidado de los padres de
familia.

El Decreto orgánico de la instrucción
primaria; la prescindencia de la enseñanza religiosa en
las escuelas públicas y los maestros protestantes de las
escuelas normales, fueron las principales cau-sas de la
revolución de 1876 la cual empezó. como casi todas
las guerras civiles de Colombia, en la región del Cauca,
por-que en esa comarca, tan bella y tan pródigamente
dotada por la naturaleza, las pasiones son de fuego, como su
clima y como sus volcanes y.

« Porque en él todo es grande
hasta el delito » según dijo el gran poeta
caucano.

En esa época creí atemperar
la exaltación de los ánimos in-sertando en el
periódico « El Escolar » un catecismo de
marcado sabor católico que había publicado en Nueva
York, en el Educador popular », D. Luis Felipe
Mantilla.

A pesar de que el expresado catecismo (llamado
así porque estaba redactado en forma de preguntas y
respuestas) contenía una sana e inocente doctrina moral y
filosófica, que habla sido aprobada por católicos
conservadores tan salientes como Don Arñuldo
Márquez y Rafael Pombo, los adversarios, preceptos por la
pasión del momento, creyeron encontrar en esa
publicación un medio de propaganda anticatólica, o
contraria a los preceptos de la Iglesia, y con ese motivo
redoblaron los ataques personales contra la Dirección de
la Instrucción primaria.

Don Manuel Maria Mosquera y Arboleda, ilustre
diplomático que representó durante muchos
años a la República como Ministro Plenipotenciario
de Colombia, en Francia e Inglaterra, hombre dotado de
distinción y honorabilidad intachables y de vasta
ilus-tración hermano de los preclaros próceres de
la Independencia

D. Joaquín y D. Tomas Cipriano de Mosquera,
así como del gran Prelado D. Manuel José,
saltó a la palestra para atacar al pobre catecismo de
Mantilla.

Yo procuré rebatir todas las argumentaciones
hechas contra esa inócua publicación, de
carácter mas bien literario que filosófico, hecha
sin ningún propósito malignocasi por llenar el
periódico y creyendo disipar en el ánimo de los
lectores cualquier erronea apreciación sobre la supuesta
tendencia anti-religiosa del Gobierno liberal.

Pero como la pasión perturba los ánimos
mas serenos y los criterios mas esclarecidos, la voz del
Señor Mosquera fué escu-chada como una alerta a los
católicos contra el Gobierno que pretendía
descatolizar el país.

Además de una serie de cartas abiertas que
dirigí al Sr.

Mósquera por medio de la prensa, con todo el
respeto y acata-miento que él merecía y me
inspiraba, traté (de acuerdo con el Presidente de la
República, Dr. Santiago Pérez y del General
Trujillo, Presidente del Cauca, ambos católicos fervientes
y prac-ticantes) de entenderme con el Prelado diocesano para ver
de atem-perar la terrible lucha, y de conjurar la guerra civil
que ya se de-lineaba en el horizonte político.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter