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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 8)



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En 1875, Popayán fué el principal Centro
de la lucha preli-minar de esa formidable revolución y en
esa época el Obispo Bermudez, los curas y todo el clero de
su diócesis, unidos al partido conservador por una parte,
y el Gobierno del Estado, y los liberales, por otra, entraron en
abierta lucha.

Hallándome yo colocado en posición muy
delicada por ser Director de Instrucción pública,
vine a ser el blanco principal de los ataques de los enemigos de
la instrucción laica, oficial.

Las Sociedades católicas luchaban con las
Sociedades demo-cráticas, y el clero y el periodismo
conservador lanzaban denuestos y admoniciones contra el Gobierno
del Estado, las instituciones de la Nación y
principalmente contra el sistema de instrucción primaria.
El periodismo por su parte excitaba los ánimos de uno y
otro bando. Eran los primeros chispazos del incendio.

Mi situación personal era muy crítica.
Perteneciendo a una familia eminentemente católica, casado
con una dama bogotana de religiosidad y de piedad ejemplares,
emparentado con las pri-meras familias de Popayán, todas
católicas, tenía que soportar todas las censuras y
agresiones que llovían sobre mí por ser el
Dire-ctor supremo de la instrucción en el
Cauca.

En los sermones y homilías, en las pastorales y
consejos a los curas, se atacaban violentamente, al gobierno del
Estado y muy especialmente al Director general de
Instrucción pública y a los profesores alemanes,
todo en virtud de la libertad ilimitada y sin restricción
alguna que consagraba la Constitución de Río
Negro.

La lucha limé tan violenta que yo me vi muchas
veces obli-gado a buscar la alimentación de mi familia en
casa de mis pa-dres o en pequeños restaurantes, de donde
hacia llevar las co-midas, porque ninguna sirviente quería
permanecer en mi casa a causa de que los confesores les
prohibían servir en casa del excomulgado Director de
instrucción Pública.

Mas de una vez fui atacado por grupos de gente del
pueblo surgidos de las Sociedades católicas, y en alguna
ocasión, estuve a pique, de ser asesinado por un individuo
llamado el Buchón Felipe, quien en el
zaguán de una casa trató de asestarme unas cuantas
puñaladas, las cuales logré evitar por haber podido
ar-rancarle el arma de sus manos cuando, en un falso movimiento,
cayó rendido por la embriaguez.

No pudiendo abandonar el puesto de Director de
Instrucción Pública, porque eso habría sido
una deserción en los momentos del peligro y un paso
falsísimo en mi incipiente carrera pública,
resolví afrontar la lucha, mas con diplomacia que con
elementos bélicos.

Me dirigí al Ilmo. Señor
Bermudez para manifestarle: que el Gobierno de la
República me había autorizado para permitir la
enseñanza de religión católica en las
escuelas del Estado, y yo estaba dispuesto a nombrar a un
sacerdote para regentar dicha clase, y que solo para llenar la
fórmula legal deseaba que el Prelado permitiese al
sacerdote dirigir la clase y a los padres de familia hacer las
solicitudes para el establecimiento de ella.

El Sr. Obispo se denegó a una y a
otra cosa, y me contesto que él no podía tener
ninguna especie de ingerencia en todo aquello que se relacionaba
con las escuelas oficiales, por él con-sideradas
eminentemente perniciosas para la religión y para la
Iglesia católica; que además él no
tenía confianza en el sacerdote nombrado por la
Dirección de Instrucción pública.

Con los términos mas respetuosos
insistí en mis súplicas al Prelado para solicitar
que él nombrara el sacerdote destinado a regentar la clase
de religión en las escuelas, y que yo me
com-prometía en nombre del gobierno a pagar sus servicios
amplia-mente. Me permití también insinuarle que en
Bogotá el Ilustre Arzobispo, Monseñor
Arbeláez, se había entendido con el Go-bierno
nacional para el establecimiento de una clase de religión
católica en las escuelas de Cundinamarca, todo lo cual
había cal-mado los ánimos en e] centro de la
República.

Me contestó el Dr. Bermúdez
que cada Obispo era sobera-no en su respectiva diócesis y
los intereses y conveniencias de éstas no eran siempre
iguales, y que él no convenía en nombrar a un
sacerdote para la clase de religión en las escuelas porque
eso sería autorizar el establecimiento y funcionamiento de
éstas que él repudiaba como un deber de conciencia
y de Prelado.

Fracasadas estas negociaciones
diplomáticas, arreció la lucha de uno y otro lado.
Los liberales pedían la expulsión del Dio-cesano y
la expedición de otra Ley de Tuicion, ya suprimida por los
Congresos radicales, y los Conservadores, por su lado,
proclamaban abiertamente la guerra contra el Gobierno ateo y sus
agentes.

El clero por su parte redobló los
esfuerzos en la campaña. En todos los sermones fueron
anatematizados los gobiernos de la nación y las escuelas
corruptoras. En alguna homilía del Dr. Cas-tro, Cura
entonces de Popayán, se dijo que Dios le había
reve-lado que los alumnos de la Escuela Normal serían
atacados por las viruelas, epidemia reinante á la
sazón en Popayán, como un castigo o advertencia del
Cielo por su concurrencia a los malde-cidos establecimientos. Y
no faltaron individuos que al siguiente día, concurrieran
a las escuelas para ver si ya en los niños
apa-recían los primeros síntomas de la terrible
enfermedad!

Pero justamente ningún alumno fué atacado
por el flagelo porque la Dirección General de
Instrucción Pública de Bogotá, había
enviado oportunamente una excelente vacuna, que había sido
aplicada con esmero a todos los niños por el Profesor
alemán.

Durante la Semana Santa hubo vacaciones en todos los
Co-legios y Escuelas de la ciudad como era costumbre tradicional.
Los alumnos de la Escuela Normal quisieron concurrir a las
célebres procesiones de Popayán, llevando el
correspondiente cirio.

Al saber el Sr. Obispo que los niños excomulgados
iban a mezclarse con los católicos en la procesión,
ordenó al cura de la ciudad que prohibiera desde el
púlpito la asistencia de los alum-nos a las procesiones en
las calles.

Los niños, deseosos de concurrir por la noche a
la proce-sión del Jueves Santo (que era la mas solemne),
ocurrieron llo-rando al Director de la Escuela para que
solicitara del Diocesano el permiso de alumbrar, o sea llevar el
cirio en la procesión El Sr. Pankaw los llevó a mi
casa y yo, previa conferencia con el Presidente del Estado,
General Trujillo, solicité del Señor Obispo una
audiencia para tratar el asunto. Muy fríamente me
recibió el Sr. Bermudez. Yo le expuse con todo el respeto
que él merecía el objeto de mi visita y le
pedí que, por medio del Señor Cura, hiciese
levantar la prohibición fulminada contra los pobres
niños.

– No consiento, me contestó el Prelado que en mi
grey se mezcle la cizaña con el trigo y no
permitiré que los alumnos de la Escuela Normal,
establecimiento anatematizado, se junten con los niños de
familias católicas.

– Pero, Ilustrísimo Señor, le
repliqué, los niños de la Escuela Normal son tan
católicos como los otros, y lo prueba el deseo que tienen
de concurrir a la práctica piadosa de alumbrar en la
procesión, Por otra parte su Señoría no
puede ignorar que la jurisdicción eclesiástica
está limitada al recinto de la Iglesia y en las calles,
solo puede ejercer su autoridad el Poder Civil.

– Si es un desafío el que Ud. me hace,
replicó enfadado el Pre-lado, lo acepto, y lucharemos. Yo
estoy encargado de defender los fueros de nuestra santa
Religión y los intereses de su sagrada Iglesia, y los
defenderé hasta mí muerte, sin que pueda arredrarme
ni el destierro, ni la pérdida de mi vida.

– Ilmo. Señor le dije con mucha tranquilidad, el
Cauca no es un pueblo manso como lo es el de la altiplanicie de
Cundi-namarca, en donde S.S. fué Cura durante mucho
tiempo. Aquí las pasiones son de fuego y esta
región, que en tiempo de paz es un paraíso, si se
desata en ella la guerra civil se convierte en un infierno. La
lucha armada se sabe cuando empieza, pero no cuando acaba.
Siempre se ignoran sus consecuencias, excepto la de la sangre que
se derrame y los escombros en que el país se
convierta.

– No importa, contestó por último el
Prelado, que el país se convierta en ruinas y escombros,
con tal que se levante sobre ellas triunfante la bandera de la
religión.

– Pero, Señor, es muy posible que bajo esas
ruinas se hunda la Patria con nosotros todos.

Y me despedí.

CAPITULO XVI.

Gobierno de Trujillo
en el Cauca

SUMARIO. – El General Trujillo gobierna el Estado con la
misma mo-deración y honradez que lo animaron durante su
primera administración. – Nombra gobernadores de las
provincias del Sur a individuos pertenecientes al bando
conservador. – Al terminarse su administración se agita
mucho la opinión caucana por las elecciones de Presidente
del Cauca y de Presidente de la República. – Cesar Conta,
candidato de los ra-dicales en el Cauca. – Semblanza de este
ilustre caucano. – los liberales nuñistas y los
conservadores ofrecen apoyar mi candidatura para sucesor del
General Trujillo. – Declino la candidatura y sigo para
Bogotá en mi carácter de Representante, nuevamente
elegido por el Cauca. – Mi viaje al través del Tolima y
Cundinamarca, y mi llegada a Bogotá.

Además de las complicaciones creadas en el Cauca
por la agitación de la cuestión llamada
impropiamente religiosa, con mo-tivo del establecimiento de las
Escuelas Normales para formar profesores idóneos de las
escuelas primarias, la política general y seccional se
encontraba muy agitada en 1875 con motivo de las elecciones para
Presidente del Estado y para Presidente de la Unión,
porque a un tiempo terminaban los períodos bienales del
primer magistrado de los Estados Unidos de Colombia y del Estado
Soberano del Cauca.

El General Trujillo, quien ejercía por segunda
vez la Presi-dencia del Estado, había gobernado como la
primera, con mo-deración y honradez, animado de un
espíritu progresista y alta-mente conciliador y respetuoso
de los derechos de todos. Yo tuve la honra de hacer parte de esa
Administración pacífica y civiliza-dora, y me
fué muy satisfactorio indicar al General Trujillo la
conveniencia de que, en los municipios o provincias de Pasto y
Túquerres, en la región meridional del Estado y en
donde ha sido siempre abrumador, desde la época de la
Independencia la mayoría del bando conservador, se
nombrasen jefes municipales, o gobernadores, á individuos
respetables pertenecientes a esa par-cialidad política,
pues yo siempre he profesado el principio de que en cada
Sección de la República se encuentre un gobernante
que esté de acuerdo con la mayoría de los
gobernados y de que mientras el espíritu de partido no se
halle subordinado al interés de la Patria, no pueden
existir ni la paz, ni el orden, ni el pro-greso en la
República.

El General Trujillo, espíritu benévolo y
sinceramente republicano, acogió con entusiasmo la
indicación que yo me permití hacerle, y, con efecto
nombró a jefes municipales conservadores en las dos
provincias del Sur. Como era natural, de esos muni-cipios se
envió una respetable diputación conservadora a la
Asam-blea legislativa del Estado.

Esta sabia política aplacó los
ánimos y evitó que el Estado se lanzara a la guerra
durante la Administración Trujillo. El can-didato
más popular que presentaban los liberales para Goberna-dor
del Estado, era el Dr. César Conto, uno de los
jóvenes más valerosos y más ilustrados de la
generación que había surgido en medio de los humos
de los combates de la revolución de 1860.

César Conto, oriundo del Chocó y
emparentado con las pri-meras familias del Valle del Cauca,
estaba dotado por la natura-leza, de una figura distinguida y
simpática, de gran valor, ardiente ambición,
imaginación de fuego y talento privilegiado.
Recibió su educación en Bogotá.
Además de poseer a la perfección el inglés y
el francés, estudió el italiano y llegó
hasta escribir un método para aprender la lengua del
Dante. Fué abogado y poeta distinguido, escritor vibrante
y orador elocuente. En suma era una mentalidad sobresaliente y un
poeta – soldado y gentilhombre vaciado en el molde de Lord
Byron.

Conto llegó a ser mas tarde una figura nacional.
Prisionero en la acción del Cabuyal, logró
escaparse y huir a pie por las montañas de
Barragán, en 1861, y llegar a Bogotá a ponerse al
servicio del General Mosquera.

Siendo Gobernador del Cauca en 1877, decidió el
triunfo de los Chancos por su arrojo y valentía, al
detener con el batallón Zapadores la numerosa
caballería enemiga.

Mas tarde Conto ocupó un Ministerio de Estado en
el Go-bierno nacional y fué miembro de la Corte Suprema
Federal.

Permaneció en Europa como Cónsul de
Colombia en Londres, y allí se dedicó a estudios
filológicos y gramaticales, haciendo publicaciones
importantes sobre estas materias. Regresó a la
Patria

pobre y enfermo, y no encontrando medios para subvenir a
las necesidades de su vida, partió para Guatemala en
virtud de llamamiento que le hizo su ilustre cuñado, el
Dr. Miguel Velasco y Velasco, para regentar cátedras de
filosofía, literatura y jurispru-dencia en esa
República. Allí murió víctima de su
intensa labor intelectual, por un ataque de congestión
cerebral a los 57 años de edad, dejando un nombre
memorable en las letras, las armas y la historia política
de su patria.

No obstante las brillantes cualidades y los reconocidos
mé-ritos de Conto, su nombre no era muy prestigioso en el
Cauca, porque él pertenecía al partido liberal
exaltado que se denominaba radical, y que había proclamado
la candidatura del Dr. Aquileo Parra para Presidente de la
Nación en competencia con la del Dr. Rafael Nuñez,
candidato de los disidentes liberales antigobiernistas.
Además los conservadores temían la elección
de Conto por su temperamento fogoso y apasionado en
política, que juzgaban ocasionado a cambiar el
régimen suave y tolerante del General Trujillo, por otro
de intransigencia y de rigor con el partido
caído.

En tal situación, los conservadores del Sur, que
representa-ban una buena porción de electores, enviaron en
comisión a la capital al Dr. Miguel Arroyo, patricio
ilustre de Popayán y hombre de valor y de vasta
instrucción, para proponer al General Trujillo que
opusiera todas sus influencias a la elección de Conto y
apo-yara mi candidatura para Presidente del Estado, la cual
apoyarían también los liberales partidarios del Dr.
Nuñez (puesto que yo era nuñista) y los numerosos
conservadores del Sur.

Mi nombre, a pesar de ser Director de Instrucción
Pública, era simpática al bando conservador por dos
razones: la una por estar emparentado con varias familias
conservadoras de Popayán, lo cual consideraban como una
garantía para ellas en el Gobierno, y la otra porque yo
había manifestado un espíritu conciliador y
tolerante en mi calidad de Secretario de Gobierno del General
Trujillo, – y especialmente con las provincias del
Sur.

No obstante la diferencia que había entre los
grandes mé-ritos y merecimientos de Conto y mis modestos,
incipientes servicios al país, a pesar de haber una
distancia de mas de doce años de edad entre uno y otro
candidato, yo pude ser un con-currente serio de Conto en la
elección, y acaso triunfar en las urnas, porque al apoyo
ficial se juntaban la opinión de los nuñistas y los
votos conservadores, viniendo así á formar dos
po-derosos elementos eleccionarios.

Muy halagador era para mí ser Presidente del
más poderoso Estado de la Unión, siendo muy joven
y. acaso con mi elección, se hubiera conjurado la tormenta
revolucionaria, porque yo me hubiera limitado a continuar la
Administración del General Trujillo, y a seguir su ejemplo
y sus consejos en el Gobierno; pero declaro que estaba fatigado
de la lucha que sostenía como Director de la
Instrucción Pública y deseaba regresar a
Bogotá a velar por mis intereses, abandonados durante dos
años. Por otra parte no era justo prolongar para mi esposa
y mi tierna familia una Vida tormentosa en Popayán.
Rechacé pues decididamente la candida-tura que me
ofrecieron los conservadores del Sur y los liberales disidentes,
por medio del General Trujillo, quien, como es natural,
acogió con simpatía el proyecto electoral y me
ofreció su concurso y Su apoyo, dentro de los
límites de su posición.

Al mismo tiempo tuvieron lugar en el Cauca, las
elecciones para representantes al Congreso, y yo acepté la
candidatura que se me ofreció por diversos municipios
liberales. Tuve la fortuna de ser elegido por el voto
unánime de los Caucanos.

El 2 de Enero de 1876 emprendí viaje para
Bogotá por el escabroso camino de Guanacas, llevando mis
tres hijos en cajones con ventanillas de alambre, a guisa de
cuna, y a espaldas de peo-nes cargueros.

El viaje de Popayán a Bogotá por los
desfiladeros del Gua-nacas y por las pampas ardorosas y desiertas
del Tolima, era entonces una verdadera campaña que duraba
veinte días, más o menos.

Con tal motivo, me preparé con toldos, camas y
hasta mesas portátiles para hacer la travesía.
Fuéme preciso llevar ropas de cama, utensilios de mesa y
cocina, y hasta forrajes para las ca-ballerías, para poder
hacer alto y pernoctar, como las caravanas de los Beduinos, en
oasis, o a orillas de un arroyo.

En Neiva tomé tres balsas, o sean las mas
primitivas de las embarcaciones, pues se hallaban fabricadas por
grandes trozos de una madera esponjosa sin ninguna pesadumbre,
unidos con cuerdas para formar una superficie plana, que se
cubría, como en los champanes, con un toldo de
cañas, debajo del cual sobre un pe-tate se acostaban los
viajeros para bajar el río, durante tres o cuatro
días más o menos. En la proa y en la popa de las
bal-sas se hallaban los pilotos conductores, que no tenían
otra misión que la de dejar arrastrar suavamente la
embarcación por la cor-riente del río, e impedir
que la balsa tropezara contra alguna peña o piedra de las
orillas. De esta manera llegamos al puerto de Peñaliza,
que hoy se llama Ricaurte, primer lugar de arribo en el Estado de
Cundinamarca.

En Peñaliza encontré la protección
que nos dispensó la distinguida familia de los hermanos
Nieto, Señores feudales y hono-rables de aquella hermosa y
rica región.

Provistos de caballerías y de cargueros llegamos
a la capi-tal, después de un penoso viaje de
ascensión a lomo de mulas desde las regiones ardientes del
Magdalena, que apenas se ha-llan a 200 metros sobre el nivel de
mar, hasta la hermosa alti-planicie de la Sabana de
Bogotá, que cuenta 2,700 metros de altura.

Muy grato fué nuestro arribo a Bogotá,
después de mas de dos años de ausencia y
después de una lucha constante en el Cauca por los motivos
que dejo expresados.

Al llegar a la capital, recibí
numerosas visitas de los parti-darios de los dos candidatos para
la Presidencia de la República Doctores Rafael
Nuñez y Aquileo Parra, bajo la Presidencia del Sr. Dr.
Santiago Pérez. Sea esta la ocasión de hacer la
silueta de esos tres ilustres colombianos, así como la del
Dr. Murillo, que tanto culminó en esa época, la
cual marca un periodo de transición y de gran valor
histórico.

CAPÍTULO XVII.

Santiago
Perez

SUMARIO. Boceto biográfico de este grande hombre
colombiano. – Su na-cimiento y sus primeros estudios en el
Colegio de Lléras. – Terminada su carrera fundó un
Colegio que muy pronto adquirió celebridad en la
República. – Sus múltiples y vastos conocimientos.
– El Dr. Murillo lo nombra Secretario del Interior y Relaciones
Exteriores en 1865, y en 1870 lo envía Salgar a Washington
como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. – Al
regresar a la Patria es proclamado candidato para Presidente de
la República al terminar la segunda Ad-ministración
del Dr. Murillo. – Es elegido Presidente de la República y
toma posesión del puesto en 1874. – Terrible
oposición que se pre-senta contra su Gobierno por los
liberales disidentes. – Agitaciones vio-lentas entre
nuñistas y parristas con motivo de la elección del
sucesor de Pérez. Sus últimos
años, y su muerte en Paris.

« Cuando yo oigo nombrar a Cánovas del
Castillo, me descubro reverente », decía
Bismarck.

Tal deseo hacer yo, y tal deben hacer todos los
colombianos cuando pronuncien el nombre de Santiago Pérez,
porque rara vez se puede encontrar una figura mas alta, mas
limpia y mas bri-llante que la de ese hombre que fué una
gloria patria y que, na-cido en el seno de familia humilde y
pobre, llegó a alcanzar la mas elevada posición
literaria, social y política en la República de
Colombia, recorriendo una escala cuyo primer peldaño
fué el de un modesto institutor y el último el del
sillón presidencial.

Era Don Santiago Pérez hombre de regular
estatura, de complexión robusta y fuerte ojos oscuros con
mirada expresiva y suave, ancha frente y tez rosada, realzada por
barba y cabellos negros que tornaron en blancos los dos
años de tortura de la Presidencia de la República.
En esa época se trabó una lucha encarnizada entre
las fracciones del partido liberal, profundamente dividido con
motivo de la elección presidencial. Fué entonces
cuando germinó la gran transformación
política que lleva el nombre histórico de La
Regeneración.

Nacido en la ciudad de Zipaquirá, Pérez
hizo sus estudios en Bogotá, casi gratuitamente, debido a
la protección que le dis-pensó, con sentimiento
paternal, el gran filántropo y eminente instructor Dr.
Lorenzo María Lleras personalidad saliente del liberalismo
colombiano y jefe de una numerosa y esclarecida
fa-milia.

Pérez se distinguió en los estudios como
alumno del Colegio, y en las diversas materias que cursó,
siempre obtuvo los califica-tivos de sobresaliente por su
aplicación y su conducta irrepro-chable, hasta que a los
20 años coronó su carrera profesional de abogado y
Doctor en ciencias políticas con un gran acopio,
ade-más, de conocimientos en todos los ramos de literatura
y en cien-cias físicas y naturales.

Fué en esta época cuando escribió
un drama de vasto al-cance y elevado argumento histórico
intitulado «Jacobo Molay», que tenía por base
el sacrificio y martirio del gran Maestre de los Templarios, en
la época de Felipe el Hermoso, de Francia.

Este drama que tiene defectos anacrónicos y de
composi-ción escénica, porque hace aparecer a una
mujer en la plenitud de la vida y de la belleza como madre de un
Papa, revela sin embargo el genio poético del autor y
contiene una versificación hermosa y fluida.

Terminados sus estudios, Pérez fué
nombrado por el Dr. Lleras catedrático de varias clases en
su mismo Colegio y cuando el célebre plantel
terminó sus tareas por la muerte del grande instituto
Pérez fundó el Colegio que llevó su nombre y
que fué el almácigo de los jóvenes que mas
se distinguieron posteriormente en la
República.

Pérez regentó, siendo Profesor, muchas y
variadas mate-rias hasta 1864 ó 1865, época en la
cual el Doctor Murillo, Pre-sidente de la Unión y
apreciador de los talentos de Pérez, lo llamó a
desempeñar el Ministerio del Interior y Relaciones
Exteriores cuando apenas contaba años de edad.

Este fué el primer paso de su vida pública
y fácil es deducir cuán vastos y múltiples
serían, sus conocimientos en ciencias po-líticas,
ciencias exactas y naturales, idiomas y los diversos ramos de
literatura, si se considera que un joven de gran talento de
intensa aplicación y de noble ambición,
había pasado su vida (en el decurso de mas de 20
años) consagrada exclusivamente al estudio ya como alumno,
u ora como catedrático, o como jefe de un Establecimiento
de enseñanza.

En la Secretaría de Relaciones Exteriores
reveló Pérez, a par de su grande
ilustración, la solidez de su criterio y sus
so-bresalientes dotes de escritor, que mas tarde lo colocaron en
el primer puesto entre los hombres de pluma de su
época.

Sucedió a la Administración Murillo la del
Gran General Mosquera durante la cual Santiago Pérez,
Felipe Zapata y To-mas Cuenca, editaron y redactaron el primer
Diario político de la República intitulado «
El Mensajero », que dio en tierra con el Gobierno del gran
Caudillo el 23 de Mayo de 1867, por medio de la célebre
conspiración, de la cual fue Pérez el principal
Con-ductor.

De 1867 a 1870, Pérez
concurrió a los Congresos y, co-mo Presidente del Senado,
dirigió un admirable discurso al Ge-neral Santos
Gutiérrez cuando tomó posesión de la
Presidencia de la República, en el año de
1868.

En 1870 Pérez fue nombrado Enviado Extraordinario
y Mi-nistro Pleniporenciario ante el Gobierno de la Gran
República de Norte América, en donde hizo un
brillante papel como Di-plomático, pues, además de
sus profundos conocimientos en el De-recho internacional, del
cual fué muchos años Profesor, poseía, como
un hijo de Albión, la hermosa lengua de Shakespeare y de
Fran-klin.

Cuando Pérez" se despidió, en 1872, del
Gobierno americano, el ilustre Grant, Presidente de la
Unión, se apartó, en su dis-curso, de los moldes
formularios de esta especie de oraciones, para expresarle el
sentimiento de grande aprecio que le había ins-pirado el
diplomático colombiano, con esta hermosa e inusitada
frase: « id a vuestro país y decid a todos, que el
Gobierno de Colombia, al nombraros su Ministro en Washington, se
honró a sí mismo y honró a nuestro Gobierno
». No pueda haber apro-bación mas elocuente ni
sintética de la conducta del eminente
diplomático.

De regreso a la Patria, Pérez fue proclamado
candidato para la Presidencia de la República, como
sucesor del Doctor Manuel Murillo, y, elegido, tomó
posesión de este alto puesto el primero de Abril de
1876.

De esta manera, la carrera política de
Pérez que había comenzado en 1864 llegaba a la
cumbre doce años después, llevando al dosel
presidencial un gran acopio de conocimientos en los di-versos
ramos de la actividad humana y aporte, no menos grande, de
virtudes, de tal manera que respecto de él podía
decirse con toda propiedad en esa época; « es la
primera virtud y la primera ilustración de Colombia
».

Hasta entonces la carrera de Pérez
fue de luces y de flores; pero desde la posesión de la
Presidencia de la República empezó para este noble
patricio una vida de vicisitudes y amarguras.

El partido llamado radical, o sea la
agrupación filosófica e idealista de esa gran
Comunidad política que en 1851 realizó las grandes
reformas de la Administración López y que antes se
llamó el partido Gólgota, imperaba casi
exclusivamente en la Nación desde 1877, después del
derrocamiento del Gran General Mos-quera el 23 de Mayo de aquel
año.

Sucedió al General Mosquera en el Gobierno, el
General Santos Acosta, valeroso militar, gallardo y apuesto
caballero y magistrado de intachable honradez.

Al General Acosta sucedió el Ilustre General
Santos Gutiérrez, el mas sobresaliente de los caudillos de
la Revolución de 1860, después del Gran General y
del General Trujillo.

Ocupó el solio presidencial enseguida el General
Salgar, de quien ya me he ocupado extensamente. Vino
después la se-gunda Administración Murillo, con la
cual se completó un periodo de ocho años de
dominación no interrumpida de una fracción del
partido liberal, que no era la mas numerosa aun cuando sí
la que contaba con las mejores mentalidades y con las mas puras
virtudes de la Comunidad política.

Estas Administraciones, modestas, pacíficas,
progresistas y patriotas, se distinguieron especialmente por el
respeto a los de-rechos de los asociados, por el estricto
cumplimiento de la Cons-titución y de las leyes y sobre
todo, por la pureza y economía con que manejaron el Tesoro
público, el cual era administrado como en caja de cristal,
según la expresión del Dr. Murillo, quien
fundó el primer Diario oficial y la relación diaria
de los ingresos y egresos de la Tesorería.

No obstante, en el orden político cometieron
errores, pues en vez de moderar el sistema federativo,
disminuyendo el exceso de prerrogativas a las Secciones y de
reforzar la autoridad central, dieron ensanche a las generosas
pero extravagantes amplitudes de la Constitución de
Río Negro.

Si a estas consideraciones se agrega la de que el
modesto presupuesto de la Nación no alcanzaba, ni siquiera
para todos los miembros de la fracción liberal imperante,
y que ésta tenía enfrente, formando una poderosa
oposición a todo el partido conservador de la
República y a la fracción caída en 1867, que
llevaba el nombre de Mosquerismo, fácil es
comprender cuán encarnizada y terrible sería la
lucha establecida durante la Administración Pérez
entre los oposicionistas y los gobiernistas para la
elección presi-dencial.

En las Democracias latinas de la América
ecuatorial, la so-ciedad se dividió en partidos o
parcialidades políticas durante los primeros 50
años de vida independiente, por divergencia de prin-cipios
u opiniones para constituir y organizar las nuevas
nacio-nalidades, mas que pór intereses propiamente dichos
de partido; pero pasada la época del establecimiento de la
República, bajo regímenes, mas o menos
democráticos, o mas menos autoritarios, la división
social en agrupaciones de carácter político, ha
prove-nido principalmente del deseo de ocupar los puestos
públi-cos y administrar los intereses de la Comunidad. No
habiendo llegado aun la época de desarrollar las grandes
riquezas naturales que encierra la vasta región ecuatorial
del Norte del Continente suramericano, por medio de la industria
y de las artes, la ma-yoría de los ciudadanos han buscado
la meta de las posiciones oficiales y de la influencia
gubernativa, para obtener notoriedad y fortuna, en su
ambición de engrandecimiento y de prosperi-dad,
subordinando, las mas de las veces, los intereses perma-nentes y
sagrados de la Patria a los transitorios y personales de las
parcialidades políticas. De esto han dependido,
principal-mente, la continua agitación política y
las revueltas a mano armada que en esos países formaron la
vida nacional, en él medio siglo transcurrido
después de la emancipación de la
metrópoli.

Tal aconteció a Colombia de 1830 a 1900, y una
rápida memoria de nuestras guerras civiles puede demostrar
la aseve-ración que, con criterio imparcial, dejo
consignada en las líneas anteriores pues, con
excepción de una guerra y de otra, en parte, todas las
demás no han sido motivadas por la necesidad de un cambio
substancial en las instituciones, sino por alcanzar el
pre-dominio de un partido sobre el otro.

En 1830, la gran República de Colombia, hija del
genio de Bolívar, se partió en tres pedazos, no por
la acción legítima y natural de la Dinámica
política, ni de la evolución histórica, sino
por la acción bastarda y violenta de dos de los mas
ilustres ada-lides de la guerra de emancipación, que
quisieron formar con los girones de su patria sus feudos
personales.

En la República central constituida por el
antiguo virreinato de Nueva Granada, se hizo un esfuerzo para
conservar la unión con Venezuela y Ecuador, y el Congreso
admirable, reunido en esta época, no quizo reelegir al
Libertador para un nuevo periodo presidencial, para evitar el
choque de las facciones políticas que combatieron al Padre
de la Patria hasta el punto de pretender asesinarlo el 25 de
Septiembre de 1828. Fué elegido en su lu-gar un hombre
civil, sin odios ni compromisos políticos anterio-res y de
alta reputación nacional por sus talentos, patriotismo y
demás virtudes cívicas. – Don Joaquín
Mosquera, hijo de Po-payán, fué el segundo
Presidente de la Gran Colombia.

La elección de este hombre, eminentemente civil,
irritó el elemento militar que quería conservar su
predominio en la Re-pública a la sombra de sus recientes
victorias en la guerra de emancipación.

Ese elemento, compuesto principalmente de Venezolanos
u-nido a los partidarios ardientes del Libertador, se
declaró en abierta rebelión a mano armada contra el
pacífico gobierno del Sr. Mosquera, quien, desprevenido y
sin ejército organizado para defenderse, sucumbió
en la primera derrota que sufrieron los po-cos sostenedores de la
legitimidad.

Después de la victoria del Santuario, los
rebeldes proclama-ron la dictadura del General Rafael Urdaneta,
laureado jefe ve-nezolano, partidario entusiasta de
Bolívar y Director de las re-presiones sangrientas que
sucedieron a la Conspiración de Sep-tiembre.

La rebelión de Urdaneta fué, pues,
motivada mas por inte-reses de partido y ambiciones personales
que por ideales políti-cos o necesidades de cambios en las
instituciones, puesto que la Constitución de 1830 ha sido
una de las mas sabias y de las mas liberales que ha tenido la
República.

Derrocada la dictadura de Urdaneta por la
Convención de Apulo en 1830 y constituida la
República de Nueva Granada en 1832, bajo la Presidencia
del General Santander, Jefe del bando opuesto al Libertador,
nuestra nación gozó de ocho años de paz
hasta 1839, época en la cual se inició tina de las
mas sangrientas, mas largas y mas injustificables guerras civiles
que ha tenido nuestra Patria.

La Constitución de 1832 dictada por los partidos
llamados liberales y antibolivianos, ha sido una de las que mejor
han con-sagrado los derechos individuales y las garantías
sociales, y que han organizado con mas amplitud la
república democrática en Nueva Granada. Así
pues no se explica cómo el partido liberal se hubiere
alzado en 1839 y en 1840 contra el Gobierno suave, moderado y
respetuoso cual ninguno de la ley, de un hombre civil y de un
jurisconsulto esclarecido como era el Dr. José Ignacio de
Márquez, adalid del liberalismo moderado y sucesor del
Ge-neral Santander.

Esta revuelta, sin programa ni bandera formada por
ele-mentos heterogéneos y fermentos de múltiples y
contradictorias am-biciones, demuestra mas que cualquiera otra la
aseveración que adelante dejo consignada. Baste recordar
las descosidas y diver-sas alocuciones de los siete Supremos que
9ncabezaron la revuelta y las tres curiosas aspiraciones que
pregonó la insurrección en Pasto, cuando Obando, el
Caudillo principal, proclamó la libertad, Noguera a
Fernando VII y el Padre Villota a San Francisco D"Asis. En esa
revolución la ambición de los caudillos milita-res
contrariada por el Gobierno civil del Dr. Marquez, se
prevalió del fanatismo religioso, exaltado por la
supresión de los Conven-tos menores en Pasto.

En 1851 Arboleda y Borrero, jefes conservadores, se
alza-ron en armas contra el Gobierno liberal del General
López para recuperar el poder y el predominio en la
dirección de los desti-nos de la Nación, perdidos
el 7 de Marzo de 1849.

En 1854, un soldado oscuro e inculto, José
María Melo, nombrado imprudentemente por el Presidente
Obando Coman-dante General del ejército nacional
derrocó al gobierno legitimo, aprisionó al
Presidente y se erigió en Dictador del pueblo que no
había soportado ni el yugo del monarca español, ni
el Poder supremo del Libertador, apoyándose en las huestes
armadas que comandaba y en el elemento exaltado del liberalismo
llamado draconiano por sus medidas violentas contra sus
adversarios po-líticos. Esta fracción
política se asemejaba mucho a los monta-ñeses de la
Convención francesa de 1793.

El elemento filosófico y republicano del
liberalismo, o sean los verdaderos liberales de Colombia, se
unió al partido conser-vador para combatir la dictadura, y
esta noble coalición derrocó el bastardo gobierno
de Melo, después de ocho meses de lucha armada.

Esta guerra contra la dictadura de Melo, ha sido la
única en mi concepto que pueda justificarse, y aun
glorificarse, después de la de emancipación, ante
el criterio filosófico de la Historia en nuestros anales
revolucionarios.

A la revolución de 1860 contribuyeron ideales o
principios políticos e sentido federalista, e intereses de
partido al mismo tiempo.

La revolución de 1860 fué
motivada: por la exclusión de toda participación en
la dirección y administración de los intereses
públicos, de los elementos liberales, noblemente aliados a
los con-servadores en 1854 contra Melo y por la no
elección del Gene-ral Mosquera para Presidente de la
República, como era lógico suponerlo para el
desarrollo y establecimiento del régimen fede-ral
implantado en 1857. Aun cuando fueron los intereses de par-tido
los principales impulsores de esa gran revolución,
contribu-yeron a su triunfo los desaciertos del Gobierno del Dr.
Ospina y su impaciencia por reaccionar contra las instituciones
federales que imperaban en el país.

En la Administración del Dr. Santagio
Pérez, la división del partido liberal imperante
había tomado alarmantes proporciones y echado profundas
raíces en la República.

Los hombres eminentes del liberalismo que se
creían con título mas sustantivos que Pérez
para ocupar el sillón presi-dencial, por sus servicios
militares o políticos en las administraciones pasadas
miraron de reojo la elección del modesto institutor que
por una especie de asalto debido a sus méritos, y casi
llevado en hombros por sus discípulos se había
colocado bajo el dosel de Bolívar sin que le precediera
una larga carrera pública.

A estos motivos de oposición, de carácter
personal, se agre-gaban la ambición constante y ardorosa
del partido conservador de recuperar el poder perdido en
1863.

No habiendo motivos justificativos, siquiera fuesen en
apariencia, para lanzarse a la revuelta a mano armada las
oposi-ciones, ayudadas por los partidarios descontentos del
Gobierno que no ¿habían ¿encontrado plaza en
las mesas oficiales, (porque desgraciadamente en nuestra
Democracia el prestigio de un nuevo Gobernante dura hasta que
distribuye el presupuesto) cristali-zaron su acción contra
el Gobierno en una intensa labor electo-ral para elegir al
sucesor de Pérez.

Previendo el Gobierno la tempestad que amagaba por parte
de todo el partido conservador y de los elementos disidentes del
liberalismo, se preparó a la lucha escogiendo como
candidato un hombre sencillo, immaculado, sin odios ni
compromisos anteriores, de criterio equilibrado y de notables
dotes de administrador como lo había demostrado en dos
períodos consecutivos en el ejercicio del Ministerio de
Hacienda de dos administraciones: Don Aquileo Parra.

Los oposicionistas liberales, heridos aun mas por el
escogimiento de un candidato, mas civil y modesto, si es posible,
que el mismo Pérez, resolvieron afrontar la lucha y para
evitar que se atribu-yera a intereses o ambiciones personales,
proclamaron la candi-datura del Dr. Rafael Nuñez, eminente
pensador y estadista, poeta esclarecido e insigne escritor que
había servido con brillo el Mi-nisterio de Guerra en la
Administración Mallarino, y el de Fi-nanzas en uno de los
períodos administrativos del General Mos-quera, durante la
época revolucionaria.

Retirado Nuñez en Europa durante muchos
años, como Cónsul de la República, su nombre
no despertaba antipatías, odios ni ame-nazas para nadie, y
solo se le veía rodeado de la aureola que for-maba su
anterior actuación política y los destellos de su
pluma, en las admirables revistas políticas que
constantemente escribía para diversos diarios
suramericanos.

Pero para no alterar el orden que me he propuesto seguir
en mi narración, concluiré este capítulo con
algunos otros rasgos de la vida de Don Santiago Pérez
antes de ocuparme en los su-cesos políticos de 1875 a
1877.

La Presidencia de Pérez constituyó para
este hombre pací-fico y gran intelectual, una época
de lucha y de tortura que mino su salud, deprimió su
espíritu y generó los únicos errores
políticos de su vida pública.

Terminado el período presidencial, Pérez
se retiró a la vida privada y se consagró a los
cuidados de su familia. Durante la revolución de 1877
Pérez estuvo separado de toda ingerencia en la
política. En alguna época volvió a sus
tareas de institutor en compañía del Dr. Nicolas
Pinzón W., o como catedrático y pro-fesor de
diversas materias en un plantel liberal.

Durante esta época Pérez empezó a
experimentar escaceses de dinero porque carecía de
entradas suficientes para los gastos que demandaba la
educación de su familia, una vez que no tenía las
utilidades que le proporcionaba la intensa labor de su
Colegio.

Algún tiempo estuvo Pérez en Nueva-York en
compañía de su distinguido hijo Santiago, como
colaborador suyo en la dirección de una Casa de
comisión, que había lindado en la metrópoli
comercial norteamericana.

Los reveses comerciales que experimentó la nueva
Casa im-pusieron su liquidación, y el Dr. Pérez
regresó a Colombia mas pobre que antes.

Aun cuando anticipe la relación de ciertos
interesantes episodios referiré dos que revelan la
honradez y la modestia de ese ilustre colombiano.

Antes de ocupar Pérez el sillón
presidencial empleó todas sus economías en comprar
una casa de habitación, única propie-dad que
poseyó durante su vida y, al dejar el puesto de
Presi-dente, se vio en la necesidad de tomar dinero prestado con
hipoteca de esa finca para poder hacer frente a sus necesidades
per-sonales, pues la Presidencia en vez de proporcionarle
ganancias como a otros (por fortuna muy raros en Colombia)
había que-brantado profundamente su escasa
hacienda.

En 1883 fundé yo un Banco hipotecario en
Bogotá, del cual fui Gerente durante su corta
existencia.

Hallándose vacante el puesto de Secretario del
Banco, el Dr. Pérez me ofreció sus servicios para
desempeñar la Secretaría, porque careciendo de
trabajo y de medios de subsistencia, puesto que había
tenido necesidad de suspender las tareas de institutor con motivo
de su mala salud, deseaba tener una ocupación tran-quila
en el expresado Establecimiento.

Confundido y abrumado con la idea de que un hombre de la
altísima posición y de los grandes méritos
del Dr. Pérez, pudiera ser mí subalterno en el
desempeño de la Secretaria, puesto que yo me consideraba
como un pigmeo delante de ese gigante de virtud y de ciencia, le
contesté una carta sincera y cortés para
manifestarle el asombro que me causaba su oferta y pro-ponerle
muy cordial y francamente que viniese a ocupar el puesto de
Gerente, el cual le cedería gustoso al mismo tiempo que
una acción para poder ser nombrado, y que yo
ocuparía la Secretaría, en la cual me
sentiría orgulloso al lado suyo.

El Dr. Pérez comprendió mi delicadeza y
que mi carta en-cerraba una excusa, y desistió de su
proyecto de ser Secretario del Banco. –

Dirigióse entonces al Sr. Francisco Noguera,
acaudalado y activo comisionista y comerciante, Jefe de la
respetable firma de Fergusson Noguera & Cia, para ofrecerle
sus servicios en su ofi-cina como Tenedor de libros u Oficial de
correspondencia, mani-festándole que era muy experto en
contabilidad, que poseía una letra excelente y
escribía con propiedad el inglés, el
francés, el castellano y el italiano.

Noguera también se excusó de aceptar una
oferta que lo abrumada y, en defecto del puesto, le
ofreció sus servicios para obtener el dinero que pudiera
necesitar para sus gastos.

Recuerdo que D. Santiago, después de haber
fracasado en sus dos tentativas para obtener un puestecito
subalterno en una Oficina de comercio me decía con los
brazos cruzados? » : Con qué es decir que un
individuo por haber sido Presidente de la República,
está condenado a morirse de hambre porque quedan cerradas
para él todas las fuentes de trabajo en que pueda utilizar
sus aptitudes y conocimientos? ».

Teniendo urgente necesidad de dinero para
sus gastos y los de su familia, tomó en el Banco que yo
dirigía la suma de siete mil pesos con hipoteca de su casa
de habitación, y esta suma me la consignó
privadamente (no en el Banco en forma de de-pósito) para
que yo se la guardase y le proporcionase los fondos a medida que
fuera necesitándolos. No me aceptó un recibo ni
cuenta, pero yo la llevé hasta que se agotaron los
fondos.

En 1884 fundé el Ateneo de Bogotá, del
cual me ocuparé después, en unión del Sr. D.
José Antonio Soffia, Ministro de Chile, eminente
diplomático y literato de la próspera
República del Sur. De este célebre instituto, que
tuvo una brillante pero efímera existencia por causa de la
guerra de 1885, limé nombrado por aclamación el Dr.
Pérez, primer Presidente, y como tál
pro-nunció un discurso en la sesión solemne del 24
de Julio 1884, que es una de las mas hermosas obras de la
oratoria colombiana, y una verdadera joya literaria.

Después de la guerra de 1885, Pérez se
retiró al seno de hogar habiéndose visto obligado a
vender su casa para pagar la deuda que la gravaba y consumir el
resto de su valor en las necesidades materiales de
subsistencia.

Durante la Administración de Sr. D. Miguel
Antonio Caro limé nombrado Director único del
partido liberal de la República por la Convención
de delegados que se reunió en la capital y al mismo tiempo
fué encargado de la dirección y redacción
del Relator, famoso diario político que había
fundado su ilustre her-mano Felipe. En esta labor
periodística culminaron las dotes in-superables del gran
escritor, manifestadas ya en la redacción de El Mensajero
y La Defensa.

Consagrado se hallaba Pérez a sus labores
periodísticas cuando fué allanada la imprenta sin
fórmula de juicio y en plena paz, por orden del Ministro
de Gobierno, Dr. Ospina Camacho, sus-pendido el periódico
y reducido a prisión su redactor y dester-rado con no
pocos vejámenes y en medio de dolorosas
circunstancias.

En París vivió el Dr. Pérez hasta
su muerte en la pobreza, subsistiendo de los emolumentos que le
procuraban algunas clases de idiomas que daba a alumnos
suramericanos y por los auxilios de algunos miembros de su
familia, entre otros su caballeroso yerno el Sr. Fernando Esser,
de Elberfeld.

A pesar de sus años y de su mala salud, se
veía obligado a salir para dictar sus clases a pié,
en medio de las tormentas de nieve de un invierno
rigoroso.

En 1900, al terminar el siglo XIX, murió
víctima del trabajo intenso y de las crueles amarguras que
apuró en la última época de su vida, este
varón eminente, sabio y justo, a quien yo llamé en
ocasión solemne Ateniense por la sabiduría y por la
virtud, Es-partano, gala de Colombia y quizá del
continente suramericano. Después dé una
rápida carrera de triunfos literarios y políticos
recorrió la senda negra de las vicisitudes y de los
dolores, pero bajó a la tumba sin una mancha como hombre
privado, y dejando una estela de luz con sus enseñanzas y
los ejemplos de su labo-riosidad y sus virtudes.

Santiago Pérez fué un gran intelectual y
quizá el hombre mas ilustrado en muchas y
heterogéneas materias, que ha tenido la República.
En mi opinión ha sido el escritor mas vibrante, mas
elocuente y mas elegante de Colombia. Su pluma de oro
es-cribía con, igual maestría sobre los mas
variados asuntos, desde las arduas cuestiones de derecho
internacional y de economía política hasta las
anécdotas triviales dé las costumbres nacionales.
Como Crítico era insuperable. Manejaba la ironía
con arte tál que no se percibían a primera vista
las profundas heridas que producía su pluma, porque las
ocultaban los esplendores de su estilo. Su frase parecía
esculpida o tallada sobre láminas de cristal.

La dote sobresaliente de la mentalidad de Pérez
era su numen poético, no tanto en los versos que hizo
cuanto en los discursos

pronunciados o leídos, como Presidente del Senado
como Jefe de la República en la Universidad, o como
Director del Ateneo, y ante la tumba del Dr. Murillo
Toro.

La pequeña colección de sus oraciones
forma el mas hermoso y escogido joyero de nuestra literatura
oratoria. La elegancia y la concisión de cada
párrafo constituyen por sí solos un discurso de
profundo pensamiento y de mágica forma. Nunca
ningún orador, ni aun el mismo Castelar, hizo uso de
imágenes más hermosas, discretas y elocuentes que
las de Pérez en sus admirables discursos.

Bien quisiera reproducir en este libro algunos
párrafos de esos discursos que no han tenido antecedentes
ni subsiguientes en los anales literarios de Colombia, pero
carezco de ellos en el momento en que escribo y solamente tengo a
la mano una parte del que pronunció ante la tumba del Dr.
Murillo, publicado nue-vamente con ocasión del Centenario
de este gran colombiano.

– He aquí algunos apartes:

« Tocada la naturaleza por el ascua de la lepra,
la hu-mana generación va cayendo, como los miembros de
Lázaro, pedazo por pedazo, y cada vez que una parte
desprendida se roza con la tierra, el cuerpo que la sobrevive un
día padece el estre-mecimiento del dolor y de la
muerte.

Ese estremecimiento es el que experimentamos ahora. El
corazón nos dice la altura de que ha caído, el
lugar de donde se ha arrancado esta carne de nuestra carne, que,
huérfana de su pa-dre el espíritu viene a acogerse
aquí en el seno de su madre, la tierra.

Delante tenemos todavía el barro en la forma
humana que la naturaleza le dió; mas ya no obra en
él la fuerza qué lo yació en ese molde y que
en él lo ha mantenido. Roto, por la energía mas
bien que por la duración del trabajo delante tenemos
toda-vía el instrumento; mas el trabajador ha
desaparecido. Estamos pues en presencia del espectáculo
que todos los días nos sorprende con la novedad del
misterio. Asistimos al drama que se reanuda delante de cada
sepultura que abrimos, drama cuyo desenlace solo hemos de saber
el el fondo de la sepultura que sobre nosotros se
cierre…

Si en la presente ocasión, las pasiones y los
errores del mo-mento- estén del lado donde estén, –
vinieren a perseguir hasta aquí estas sagradas reliquias,
cumplamos un deber patriótico ignorándolo del todo.
Profanación es llevar el combate hasta la tienda donde se
recoge el herido. Profanación tendría que ser
también el aceptarlo en el santuario donde reposan los
muertos….

Cerremos pues en paz el sepulcro que hoy hemos venido a
abrir, ya que no hemos de poner sobre él sino un sello de
lá-grimas.

La posteridad romperá ese sello. Lo
romperá cuando debajo de él sólo quede lo
que el tiempo haya purificado y la historia esclarecido. Cuando
Cristo – salió de la losa del sepulcro, no lle-vaba sobre
su rostro la saliva del sayón.

Así mismo, – aunque a una distancia infinita de
resurrec-ción soberana, – así mismo la posteridad
no hallará en los hom-bres que hasta ella lleguen la marca
vulgar de la injusticia con-temporánea. Ella no
verá en esos hombres mas que su frente iluminada si han
sido apóstoles, o sus palmas hendidas, si han sido
mártires.

La generación de que este ilustre difunto
fué poderoso representante, puede aguardar con serenidad
el veredicto de la Historia, El paso de ella sobre el suelo
sonoro de la patria no hizo, es verdad, el estrépito de la
heroica generación que la había precedido; ni las
claridades de su camino fueron tampoco como los de los sables
libertadores en cada uno de los cuales se reflejaba una victoria.
Pero el no haber cegado con ninguno de esos re-flejos fue el
mayor merecimiento de esos hombres. Haber adivi-nado la libertad,
que ni aun rayaba en su tiempo por el remoto horizonte, comprueba
que ellos tuvieron desde el principio la vi-sión de la
profecía y que abrazaron sin reserva la cruz del
apostolado. Como el que, en testimonio de fé en su divino
Maestro se encaminó hacia él, sentando entrambas
plantas sobre las aguas movibles, así estos fundadores de
nuestras instituciones civiles han venido, en testimonio de su
fé en la República, avan-zando hacia ella en el
seno tembloroso de las revoluciones. Y de esas revoluciones han
derivado su fuerza, a la manera que la nave se hace conducir del
aquilón que ella misma va gene-rando en sus
entrañas.

Los genios, como este magistrado popular e insigne
publi-cista, están destinados a ejercer influencia aun ya
verificada su desaparición personal, al modo que,
después de haber refundido en el mar su nombre y sus
caudales, los grandes ríos hacen aun sentir, por
considerables distancias, la fuerza de su corriente y el volumen
de sus aguas. Conciudadanos, cuando esos grandes ríos han
traído su curso al través de largas y tempestuosas
re-giones, llegarán a un término tales como fueron
en su origen? o será lo natural, casi podría
decirse lo justo, que lleguen entur-biados y amargados por las
malezas mismas que han limpiado en su camino?

Mas así como los vemos pasar en la majestad de
sus cre-cientes, y aguardamos que recobren su primitiva pureza,
así vemos pasar también entre tempestades – y
eclipses, los espíritus de com-bate. La Historia como el
Océano es un eterno crisol: ella devuel-ve, a los hombres
extraordinarios, – como el de que en este lugar nos despedimos, –
los devuelve, ya serenado el combate con su verdadero
carácter y en su prístina grandeza
».

En el discurso del Ateneo se encuentran frases
admirables, ver-daderamente esculturales. Hablando por ejemplo de
España dice:

El techo que nos ha cobijado
tres horas es sagrado para nosotros. Cómo no lo ha de ser
el pabellón que nos ha cobijado tres siglos? El odio es
una incapacidad en los hombres para ser grandes y una incapacidad
en los pueblos para ser libres ».

Pérez fué un fecundo escritor. En sus
primeros años publicó un tomo de poesías,
entre las cuales culmina la consagrada a Atila, y una
gramática castellana de profundo sentido
filosófico, que parece un compendio de la famosa de
-Bello. Sus dramas, el «Jacobo Molay » y « El
Castillo de Berkley »revelan un gran caudal de
fantasía y un altísimo númen poético;
pero en lo que mas sobresalió su gran mentalidad
fué en el campo del perio-dismo político, en el
cual no ha tenido rival en Colombia.

Capítulo XIX.

La obra de
Nuñez

SUMARIO. – Causas probables del cambio de los principios
político de Nuñez. – Su larga permanencia en Europa
atemperó su espíritu de ra-dical fervoroso. –
Ojeada sobre su obra política y sobre la
Regenera-ción. – Beneficios que procuró al
País y males que causó. – Resumen del ligero
estudio de Nuñez.

Antes de entrar a relatar los incidentes interesantes
relacio-nados con la Administración Parra, durante los
preliminares de la guerra civil de 1876 a 1877, quiero terminar
el rápido estu-dio que emprendí en el
Capítulo anterior sobre el Dr. Rafael
Nuñez.

Nadie, y menos yo, quien tuvo ocasión de conocer
de cerca y por activa correspondencia al Dr. Nuñez, puede
poner en duda las grandes capacidades intelectuales de este
estadista, filósofo casi genial que gozó de un
inmenso prestigio en la República de Colombia, como la
personalidad política mas saliente du-rante un
período de cerca 20 años y que llevó a cabo
una trans-formación política y administrativa
radical en la vida de la Na-ción. De esa gran
evolución histórica llamada por el fundador de
ella, la Regeneración me ocupare a su debido tiempo en el
curso de esta obra.

Pero si la mentalidad superior del Dr. Nuñez y su
probidad privada están fuera de toda crítica y de
toda duda histórica, no sucede así respecto de su
moralidad política, o sea la relativa a sus sentimientos
considerados como los impulsores de su trascen-dental
reforma.

¿Fué un cambio radical de convicciones o
una evolución de ideales en el ánimo del Dr.
Nuñez, los que impulsaron al grande estadista a desertar
de las filas del liberalismo colombiano, del cual había
sido figura prominente y a quien debía su elevación
al Poder, o fué un sentimiento de ambición personal
y de venganza contra los hombres que impidieron su
elección en 1875?

Para responder concienzudamente y con
criterio de historia-dor imparcial a esta pregunta, menester es
analizar algunos an-tecedentes históricos.

No hay duda de que el ánimo del Dr. Nuñez
los ideales políticos de exagerado radicalismo, fruto de
las lecturas de los escritos franceses de 1848, habían
recibido una saludable modifica-ción por su larga
estadía en los centros europeos y principalmente en
Inglaterra en donde se hallan tan sabiamente combinados en las
instituciones los principios tutelares del orden con las
garan-tías efectivas de la libertad de manera tál
que en esa gran na-ción, como en la pequeña Suiza,
(modelo de los regímenes re-publicanos), tienen completa
aplicación las célebres palabras de Spencer cuando
dice: « El ideal de los Gobiernos civilizados y
civilizadores es el de combinar equilibradamente la menor suma de
autoridad con la mayor suma de libertad ». Casi todos los
polí-ticos colombianos y estadistas pensadores que han
permanecido durante largo tiempo en el Continente europeo, y
contando prin-cipalmente entre ellos a Felipe Zapata, han
modificado sus ideales respecto de la organización de las
Democracias latinas de América, en tendencia reaccionaria
hacia el orden, como base del Gobierno, y hacia las restricciones
de las libertades exageradas, que no pue-den ofrecerse a pueblos
incipientes que han nacido a la vida independiente después
de tres siglos de despotismo colonial, sino a pueblos
suficientemente educados y preparados para el difícil y
complicado ejercicio del Gobierno.

Imposible era que en un espíritu superior y
observador como el de Nuñez, no produjeran sus efectos los
estudios que había hecho respecto de la
organización política y administrativa de los
países avanzados del Occidente europeo. Tampoco es posible
su-poner que a él, o a varios hombres pensadores de
Colombia como a Justo Arosemena, Felipe Pérez y otros se
le ocultarán los gra-ves defectos de La
Constitución de Río-Negro, la cual, expedida por el
espíritu de reacción contra el centralismo que
representaba el Gobierno del Dr. Ospina, y del temor a los abusos
en que pudiera incurrir el Gran General Mosquera después
del triunfo de la Revolución de 1860, extremó el
sistema federativo hasta erigir las Secciones en pequeños
Estados soberanos y casi inde-pendientes, y debilitar el Poder
central o federal de tal manera que éste vino a
convertirse en una especie de Gerente nominal de la
Confederación hasta el punto de que, en caso de revueltas
internas en las Secciones, no podía el Gobierno nacional
intervenir en la lucha, ni restablecer el orden, por
prohibírselo la Constitución.

No obstante las buenas razones que había para
promover una reforma saludable de las instituciones en el sentido
que dejo indicado, por medio de la prensa y la tribuna, y por la
elección de los Directores de la política el Dr.
Nuñez no reveló estas ideas ni estos sentimientos
en 1875, cuando fué proclamada su candidatura por un grupo
de hombres eminentes del radicalismo y acogida con entusiasmo por
la mayoría de la juventud liberal de Colombia. Por el
contrario, en sus escritos manifestó que su credo liberal
no había sufrido modificación alguna, y en su
correspon-dencia muy activa con los sostenedores de su
candidatura, entre los cuales me contaba yo, expresaba sus
sentimientos de liberal incontrastable.

Durante la campaña electoral de 1875 no dio
prenda al-guna a los conservadores, que pudiera hacer creer que
él prepa-raba una reacción en la Nación
contra- las instituciones y la do-minación del
liberalismo. Por el contrario, se opuso a las medidas extremas de
disolver el Congreso y de lanzar el País a la
Re-volución después de la derrota electoral, y,
cuando se ausentó para Cartagena, nos escribió a
varios amigos condenando los sín-tomas revolucionarios del
partido conservador, que ya se esboza-ban en el horizonte
político. Cuando estalló la revolución,
fué uno de los primeros en ponerse al servicio del
Gobierno nacional pre-sidido por su rival victorioso el Dr.
Aquileo Parra y aceptar un puesto importante que éste le
ofreció. En carta dirigida a un amigo que lo invitaba a la
revolución, se excusó rotundamente y aun
agregó la célebre frase histórica que dice:
«Yo soy hombre práctico y no quiero embarcarme en un
buque que indudable-mente se irá a
pique».

La cuestión llamada religiosa ha sido siempre en
Colombia objeto o motivo de honda división de
controversias y aun de guerras armadas entre los dos grandes
partidos contendores de la República. Por la acción
del fanatismo negro y del fanatismo rojo, siempre se ha
confundido entre nosotros- el excelso senti-miento religioso, de
origen divino con la actuación terrena del clero
militante, y aun cuando es verdad que el liberalismo
co-metió grande errores en divorciarse del elemento
eclesiástico con la supresión de la Ley de
patronato, con medidas violentas contra el clero, como las leyes
de Tuición y de Inspección de cultos, y con una
exagerada propaganda contra las prácticas religiosas de
los católicos, también es cierto que la
mayoría de los Prelados y sacerdotes católicos
abusó de su indiscutible prestigio sobre las masas del
pueblo, para promover disturbios y rebeldías contra las
instituciones y gobiernos liberales imperantes en el
país.

Nuñez, espíritu escéptico y libre
pensador (como lo demos-traré con sus propias palabras en
carta que conservo), no quiso desde el principio revelarse
partidario de un Concordato con la Santa Sede, ni expresar
sentimientos religiosos en ningún sentido. En respuesta a
una carta que le dirigió el Dr. Carlos Martínez
Silva, pidiéndole que manifestara su credo religioso,
contestó:

« Yo no soy decididamente anti-católico
». Esta frase es la síntesis del estado de su
espíritu en esa época.

Puede, pues, afirmarse con toda seguridad que en 1875 el
sentimiento político de Nuñez era liberal y que si
los radicales no hubieran escamoteado su elección, la
terrible reacción de 1885 no habría tenido lugar.
Probablemente las reformas que anhelaba el país y que
Nuñez hubiera logrado implantar, por medios
cons-titucionales y pacíficos, habrían permitido la
continuación de la dominación liberal en Colombia y
de sus instituciones libres, con-venientemente reformadas en el
sentido del equilibrio social y del órden
público.

Durante la Revolución de 1876 a 1877,
Nuñez fue un efi-caz servidor del Gobierno para sofocar la
revuelta; pero también fué el primero en proclamar
como candidato para Presidente su-cesor del Sr. Parra, al General
Julian Trujillo, su amigo y copar-tidario y el principal jefe
militar durante la revolución.

En la Administración Trujillo, Nuñez,
Ministro de Hacienda durante poco tiempo, preparó por
medio de nombramientos en amigos personales, las bases de su
segunda elección; pero en sus actos y palabras se
manifestó incontrastable liberal.

Durante su Administración de 1880 a 1882, no dio
mas pren-das al partido conservador caído que le
había manifestado sus simpatías en la
elección, que el nombramiento de un Ministro conservador
moderado, respetable en su condición privada, pero no
partidarista activo ni entusiasta, D. Gregorio Obregón, el
nombramiento del eminente Sr. Caro para el puesto de
Bibliote-cario nacional, y el del Dr. Carlos Holguín para
Ministro de Colom-bia en España é
Inglaterra.

En las postrimerías de su Gobierno en 1881,
Nuñez no pre-sentó para la sucesión a un
candidato de combate salido de su cír-culo íntimo,
sino a un candidato de conciliación al gran patricio Dr.
Francisco Javier Zaldua, liberal de pura sangre, Jurisconsulto
eminente, gloria de la Magistratura y de la Política en
Colombia.

En su segunda Administración de 1884 a 1886,
Nuñez, a pesar de haber recibido el apoyo de los
conservadores y de contar con sus simpatías, terminaba sin
mayor prestigio su período bienal. El Congreso le era
hostil. Siete Gobernadores de Estados sobe-ranos eran radicales:
aherrojado entre las cadenas de la Cons-titución de 1863,
del régimen federativo, de las austeras costum-bres de esa
época, y del sobrio presupuesto, veía desvanecerse
los ensueños de su ambición y de sus reformas
políticas. Nece-sitaba para llevar a cabo su obra un
trastorno revolucionario, y el partido liberal, como siempre que
por lo impaciencia y por la ambición de sus caudillos
militares, se ha lanzado a la guerra, en vez de esperar la
reacción por medios pacíficos y constitucio-nales,
se lo procuró incurriendo en el gravísimo error de
la revo-lución de 1885.

Vencedor, Núñez, de la revuelta con el
concurso del partido conservador, desertó francamente de
las filas del liberalismo, de-claró por sí y ante
sí, desde los balcones del Palacio presiden-cial, que la
Constitución de Río-Negro había dejado de
existir, es decir que, por un golpe dictatorial y con el hacha de
la victoria, rompió el Código político que
había jurado sostener y de-fender, al tomar
posesión de la Presidencia de la
República.

No quiero adelantar la relación de otros sucesos
importantes de esa época para no interrumpir el orden
cronológico que me he propuesto seguir en estas Memorias;
pero solamente avan-zaré que Nuñez, al desertar de
las filas del liberalismo y esta-blecer un gobierno reaccionario
con instituciones conservadoras, en completa oposición a
las liberales que habían regido en el país durante
25 años, olvidó por completo sus antecedentes de
liberal de escuela, de libre pensador y sus juramentos como
prohombre del liberalismo y como primer Magistrado de la
República.

No puede negarse que en la obra reaccionaria de
Nuñez se encuentran grandes y trascendentales reformas. La
Constitución de 1886, que cristaliza esta obra
política, contiene disposiciones de incontestables
beneficios para la República. La supresión de la
Soberanía de los Estados, de las libertades ilimitadas y
del comercio de armas y municiones; el establecimiento del
derecho del Poder central para intervenir en la lucha de los
Departamentos y la paz y el sosiego de las conciencias, por medio
del Concor-dato son reformas de grande y benéfica
trascendencia política.

La excesiva centralización
política, fruto de la reacción de

18.85, la organización de un Gobierno central
irresponsable todo poderoso, mas que monárquico; los
artículos alfabéticos de ese Código la
destrucción de todo elemento de autonomía seccional
y municipal, de tal manera que los Departamentos y Provincias han
quedado en una condición de triste pupilaje del Gobierno
central después de haber sido Soberanos durante mucho
tiempo, y otros errores de los Legisladores de 1886, de los
cuales me ocuparé adelante, informan los defectos
principales de esa Cons-titución; pero el Capítulo
de las garantías sociales es uno de los mas perfectos y
liberales que pueda registrar ningún Código de
Estado civilizado. Recuerdo que, alguna vez discutiendo con el
Sr. Lardy, Ministro de Suiza en París, un Tratado de
amistad y comercio entre la República de Colombia y la
Confederación Helvética, me exigió el Sr.
Lardy que estipuláramos el derecho del ejercicio del culto
para los nacionales de uno y otro íiams en los respectivos
territorios. Como la discusión tenia lugar en casa de la
Legación de Colombia, yo, por única respuesta,
tomé de mí biblioteca la Constitución de
1886 y, vertiéndolo previamente al francés, le puse
de manifiesto el artículo referente a la libertad de
conciencia que textualmente dice: « Nadie podrá ser
molestado en Colombia por la profesión de su fé
religiosa ni por el ejer-cicio de su culto ».

El Sr. Lardy desistió de su exigencia y me
dijo» : Nunca he visto en ningún Código una
garantía social mejor, ni mas am-pliamente determinada,
que en la Constitución de Uds.

Para terminar este capítulo resumiré que
Nuñez en mi opi-nión llevó a cabo su grande
obra política, mas por ambición per-sonal y apetito
d& mando que por un sentimiento de patriotismo o de
convicciones sinceras en sentido reaccionario; que si
realizó salu-dables reformas, también causó
grandes males a la República, como el aniquilamiento de
los principios elementales de la escuela libe-ral, la excesiva
centralización política y, sobre todo, la
creación del papel moneda y la insensata
prohibición de estipular moneda en los contratos (causas
de tantas ruinas y perturbaciones en el organismo
económico de la República) al mismo tiempo que
esta-bleció la especulación con los dineros
públicos como sistema ad-ministrativo y enriqueció
a muchos de sus afiliados a costa del Tesoro nacional.

En suma, Nuñez fué un hombre eminente por
sus talentos, respetable por su probidad privada y extraordinario
por su habi-lidad para llevar a cabo una grande obra
política; pero fué desleal a sus juramentos como
partidarista 9 como magistrado; es-tableció el sistema
corruptor del apaciguamiento por medio de la prodigalidad de los
dineros públicos y en aras de su ambición,
sacrificó la bandera liberal a cuya sombra habla subido al
dosel presidencial. Así, pues Nuñez fué
grande para sus admiradores, célebre para nuestra Historia
patria; pero nulo para la Virtud.

CAPÍTULO XX.

Primera época
de la Administración Parra y Revolución de
1877

SUMARIO. – Boceto del Presidente Parra. –
Inauguración de su Administración. – Sus discursos
y primeros actos conciliadores. – Revolución de 1876. –
Victoria del General Trujillo en los Chancos. – Su marcha sobre
Antioquia. – Batalla sangrienta e indecisa de Garrapata. –
Alocución del Congreso presidido por Murillo para ofrecer
la paz a Antioquia. – Capitulación de Manizales que pone
término a la revuelta. – Entrada triunfal de Trujillo a
Medellín.

El 1º. de Abril de 1876 tomó posesión
de la Presidencia, el Sr. Aquileo Parra, hombre sencillo, sereno,
de gran sentido práctico, equilibrado y sensato hijo de
sus méritos y de sus obras y formado en la ¿escuela
del trabajo honrado y paciente.

Parra, miembro de una familia respetable del Estado de
Santander, estuvo consagrado durante su primera juventud a las
la-bores del comercio y a la formación y educación
de su familia la cual resplandeció por sus virtudes en
hogar modelo.

En 1859 tomó parte activa en la vida
política y militar de los santandereanos durante la guerra
civil de ese Estado. Prisio-nero en la batalla del Oratorio,
pasó siete meses recluido en las cárceles de
Bogotá.

Después del triunfo de la revolución de
1860, fué elegido miembro de la Convención
nacional, reunida en Río Negro para expedir la
Constitución de la Nueva Colombia.

En la Convención manifestó sus dotes de
orador tranquilo y de inteligente razonador. Varias veces se
enfrentó al General Mosquera para contener sus
ímpetus cesareanos y en todos los actos de ese
célebre Cuerpo constituyente dejó las huellas de su
espíritu lúcido y recto.

Como Presidente del Senado en 1866, Parra,
al dar pose-sión al General Mosquera de la Presidencia de
la República, le dirigió un notable discurso que
fué una sabia pauta para la Ad-ministración del
gran Caudillo.

En la segunda Administración del Dr.
Murillo, Parra fué nom-brado Ministro de Hacienda y
Fomento y desempeñó este Minis-terio con tal
habilidad y acierto, que logró restablecer en gran parte
el equilibrio entre las rentas y gastos fomentar poderosamente el
progreso material de la República.

Sus éxitos administrativos lo impusieron como
candidato obli-gado para el mismo Ministerio en la
Administración subsiguiente presidida por el Dr. Santiago
Pérez, y, hallándose en ese puesto fué
proclamado candidato, para la Presidencia de la República
en oposición al Dr. Nuñez.

Parra era un hombre vaciado en el molde de los patricios
colombianos de la patria boba. Primaba en su espíritu el
mas sincero patriotismo, y en su rápida carrera
pública, nunca una mal-sana ambición
enturbió la pureza de sus propósitos y procederes
como hombre público.

Después de la caída del liberalismo en
1885, Parra se retiró a una pequeña propiedad
campestre que poseía en el dis-trito de Sesquilé,
para procurarse con el trabajo agrícola los me-dios de
subvenir a. las necesidades de su modesta familia. De allí
fué separado por su< copartidarios para dirigir el
partido, y gra-cias a su tino y a su prestigio logró
reunir, después de la caída, las tribus dispersas
de esa gran Comunidad política.

Como era natural, Parra fué perseguido en las
guerras ci-viles de 1895 y 1899 y murió al principiar el
siglo cuando la Nación se hallaba en plena
revolución.

Parra era un hombre de regular estatura, mas bien alto
qué mediano, de contextura, robusta, y sus anchos y
levantados hom-bros sostenían una cabeza de Senador romano
o de Arconte griego, realzada por brillante calva, espesa barba
blanca, tez ro-sada y bellos ojos, de mirada dulce y
expresiva.

Los modales de Parra, su manera suave de hablar y su
elo-cución armoniosa, eran los de un perfecto caballero y
mas que en la escuela del trabajo, parecía haber sido
educado en un colegio de gentileshombres ingleses. Tenía
el talento de llevar la convicción a sus interlocutores
por su frase fácil y fluida cuan-do disertaba sobre
asuntos políticos. Al separarse del Señor Parra,
después de una conferencia de interés
público, quedaba uno satisfecho y convencido de la verdad
de sus razonamientos.

Su muerte acaecida en el pueblo de
Fusagasuga, pasó casi

desapercibida en medio de los estruendos y
torbellinos de la guerra; pero su memoria limpia y grata,
dejó reflejos imperecede-ros entre sus numerosos amigos,
copartidarios y admiradores.

Posteriormente a su muerte, ha sido
publicada una parte de sus interesantes Memorias
histórico-políticas que han sido recibidas en
Colombia con el atractivo e importancia que ellas
informan.

El Sr. Parra constituyó su Ministerio con hombres
netamente civiles y moderados, escogidos entre el grupo de los
llamados liberales radicales, o sea de los políticos
filósofos que se habían separado del gremio
militar, formado por los antiguos partidarios del Gran General
Mosquera y que en las luchas electorales se alinearon en las
filas del nuñismo.

En previsión de la revolución que ya
amagaba, los primeros actos de la Administración Parra
tendieron a hacer olvidar las rencillas y querellas de la
Comunidad liberal, originadas por la reciente lucha electoral, y
a inspirar confianza a los católicos en el asunto de
instrucción primaria, por medio de medidas sensatas y
acertadas, y por las expresiones plenas de patriotismo que
con-tiene su discurso a Monseñor Arbeláez, el
célebre y eminente Ar-zobispo de Bogotá, cuando el
Prelado fué a felicitar al Presidente por su
exaltación a la primera Magistratura de la Nación,
En ese notable discurso, Parra prometió, con frases
sinceras, que él du-rante su Gobierno respetaría,
don celo tan religioso cuanto repu-blicano, las creencias
católicas dominantes en el país y sus de-rechos
para ejercer el culto y las prácticas de esa
religión.

Los discursos y los primeros actos del Sr. Parra
calmaron por el momento los ánimos, aun resentidos, de la
terrible lucha electoral pasada. Las diputaciones conservadoras
de las Cámaras hicieron manifestaciones de aplauso a las
medidas del Gobierno y recomendaron la paz a sus correligionarios
de la nación.

Pero esta calma fue momentánea. El germen
revolucionario ya había prendido en todas las regiones de
la nación. El Sr. Don Manuel Briceño, hijo del
prócer de la Independencia, General Emig-dio
Briceño y hombre dotado de múltiples y poderosas
facultades, porque a la audacia y al valor reunía la
inteligencia, la ilus-tración y una incomparable
actividad, había recorrido los Estados de Antioquia, Cauca
y Tolima, como un nuevo Pedro el Ermitaño, predicando una
cruzada contra « el Gobierno ateo que pre-tendía
descatolizar el país por medio de las escuelas normales
di-rigidas por masones y protestantes ». El Gobierno
conservador de Antioquia había introducido con sus propios
recursos un abun-dante parque y gran acopio de elementos
bélicos. Y todo esto se hacía públicamente a
la faz del Gobierno, en virtud del « sa-grado derecho de
insurrección», de la libertad de conspirar y de
introducir armas y municiones, que consagraba candorosamente la
Constitución de Río-Negro.

En los primeros días de Julio estalló en
la ciudad de Pal-mira el movimiento- revolucionario, y su chispa
prendió rápida-mente en toda la extensión
del antiguo y populoso Estado del Cauca. La guerra brotó
en esa región como una terrible fiebre eruptiva, pues, con
excepción de la capital del Estado y de la ciudad de Cali,
Centro principal dei liberalismo caucano, en todo el grande
Estado aparecieron síntomas revolucionarios y
princi-palmente en el Sur, donde siempre ha habido mayoría
con-servadora.

Al mismo tiempo, el Estado de Antioquia se declaraba en
rebeldía contra el Gobierno nacional y en el Tolima,
Cundina-marca y Santander, se verificaban pronunciamientos para
segundar la revuelta que había estallado en el
Cauca.

Los Obispos de Antioquia, Medellín,
Popayán y Pasto lan-zaron pastorales para condenar una vez
más las Escuelas oficiales y alentar a los nuevos cruzados
en su rebelión contra el Go-bierno nacional.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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