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Memorias autobiográficas, historico-políticas y de caracter social (página 9)



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En presencia de la tempestad que se desató sobre
el país, el Sr. Parra declaró turbado el orden
público y al par de me-didas militares, dictó otras
de carácter político para procurar la unión
de los elementos liberales en presencia de la terrible ame-naza
del enemigo común, tradicional.

Obrando con tino político nombró al Dr.
Nuñez Gobernador civil y militar del Estado de Bolivar y
al General Trujillo, amigo de Nuñez, General en Jefe de
las fuerzas nacionales del Cauca.

Los liberales todos con excepción de cuatro o
cinco nota-bles que buscaron un puesto en las filas
conservadoras, corres-pondieron al llamamiento patriótico
del Presidente y formaron resueltamente bajo las banderas del
Gobierno para defender la Legitimidad y las
Instituciones.

No pretendo hacer en el cuadro estrecho y frívolo
de estas Memorias una historia detallada de la revolución
de 1876 a 1877, una de las mas sangrientas y populares que han
azotado la Repú-blica. Me limitaré a
describirá grandes brochazos sus princi-pales
sucesos.

El partido conservador, prevalido de la
división profunda que había debilitado al partido
liberal imperante; suficientemente preparado y armado durante
varios años contando con el apoyo de un Gobierno seccional
rico y poderoso como era el de An-tioquia y con el apoyo del
Clero, que tanto prestigio tiene entre las masas del pueblo
colombiano desde los tiempos de la Colonia, se lanzó
resueltamente a la revuelta contra el Gobierno al cual
ca-lificaba de ateo y quien, según las pastorales de los
obispos revo-lucionarios pretendía descatolizar el
país y destruir las creencias de los
colombianos.

La revolución, como llevo dicho,
tuvo su principio en el Es-tado del Cauca, así como las
que la habían precedido en 1840, 1851 y 1860.

El General Trujillo, activa y eficazmente ayudado por el
Pre-sidente Conto, improvisó un ejército de hombres
decididos y par-tidaristas entusiastas. Siendo remoto el temor de
una invasión de la capital de los rebeldes de Pasto por la
larga distancia y la aspereza de la vía que separa la
región del Sur del Centro del Estado en donde se halla
radicada Popayán, Trujillo y Conto marcharon al Norte del
Valle para detener las fuerzas invasoras de Caucanos y
Antioqueños que bien armados y en numero de mas de 6.000,
habían invadido el Valle bajo las órdenes de los
Generales Enao y Sergio Arboleda (prosador y publicista eximio y
valeroso adalid del conservatismo).

Cerca de Buga, en las llanuras de Sonzo, muy
próximo al punto en donde tuvo lugar la batalla del
Derrumbado en 1860, los caucanos y antioqueños rebeldes
atacaron al reducido, pero valeroso ejército del General
Trujillo que no contaba en esa ba-talla mas de 3.500
hombres.

El choque en los Chancos fué terrible y
sangriento: las masas antioqueñas atacaron a Trujillo con
furor extraordinario. Los in-fantes del Gobierno resistieron el
empuje con tal denuedo que rechazaron un ejército de casi
doble número de combatientes. En esa batalla se
distinguieron el impertérito General David Peña,
quien comandaba uno de los mejores batallones de Cali y el
va-liente entre los valientes, General Tomas Rengifo Comandante
del mejor batallón de Palmira.

De estos dos batallones que resistieron en el Centro del
campo de batalla al mas violento ataque del enemigo, perecieron
las tres cuartas partes de los efectivos. El General Rengifo
recibió cinco heridas y perdió tres caballos en el
combate. Como las pri-meras heridas no Rieran de gravedad,
él continuó combatiendo.

Después de la victoria de Los
Chancos, el 31 de Agosto de 1876, Trujillo marchó con su
ejército para el Norte del E-stado hasta la frontera de
Antioquia.

La marcha de Trujillo por esa extensa y
enmarañada re-gión que cierra el Valle del Cauca y
da principio a las abruptas serranías de las
montañas antioqueñas, fue lenta pero conducida con
tal maestría que no se dio un paso que no fuera marcado
con una ventaja sobre el enemigo, ni hubo ningún
movimiento que no fuera acertado.

Entre tanto, en el Norte de la República, se
había puesto en armas el General Guillermo Quintero
Calderón, uno de los mas esclarecidos adalides del bando
conservador, quien reunía al valor extraordinario y la
vasta instrucción, una honradez intachable y un
carácter benévolo y verdaderamente
republicano.

En Cundinamarca, se formó de nuevo la
célebre guerrilla de Guasca, que tanto batalló
contra el General Mosquera en 1861.

Al rededor de esta guerrilla, y sirviendo de base, se
orga-nizó un ejército rebelde respetable con los
valientes habitantes de la Sabana de Bogotá, que han sido
por tradición conservadores y siempre dóciles a las
influencias de los Señores feudales de las haciendas, y de
los Curas parroquiales.

Este ejército estaba comandado por los jefes
conservadores,

D. Carlos Urdaneta y Don Manuel
Briceño.

También en ese ejército se hallaban como
Presidente revo-lucionario de la Confederación y como su
primer Secretario, dos hombres eminentes, no solamente
considerados en el campo es trecho del partidarismo, sino en el
de la República, de la cual fueron honra y prez, por sus
talentos, ilustración y probidad: Don Alejandro Posada y
Don José Maria Samper, quién, después de
haber figurado en altas posiciones como liberal y hasta como
ra-dical, había adoptado el "Credo conservador, con la
sinceridad y buena fue que fueron el sello de todas sus
acciones.

Este ejército llegó a dominar casi toda la
parte del Estado de Cundinamarca que forma la hermosa
altiplanicie, conocida con el nombre de Sabana de Bogotá,
a cuyas puertas llegó varias veces, amenazando seriamente
al Gobierno de la República. Recuerdo que alguna vez el
Sr. Parra, Presidente de la Unión, fué adver-tido
de que suspendiera los paseos que hacía por las tardes
hasta los afueras de la ciudad por el lado norte, o sea hasta San
Diego, porque había un grupo de guerrilleros conservadores
que esta-ban resueltos a apresarlo en ocasión
propicia.

Derrotados los Antioqueños en Los Chancos y
concentradas sus fuerzas en las provincias limítrofes del
Cauca, reorganizaron el ejército aumentaron y armaron sus
efectivos y, después de dejar una fuerte guarnición
en la posición formidable de Manizales para detener a
Trujillo, trasmontaron la Cordillera que separa Antio-quia del
Estado del Tolima, con el objeto de hacer una rápida
marcha sobre Bogotá para ocupar la capital y derrocar el
Gobierno, en combinación con las fuerzas de
Cundinamarca.

Este respetable ejército llegó a las
llanuras del Tolima como una avalancha al mando del prestigioso y
renombrado jefe Don Marceliano Vélez, distinguido hombre
público, militar y civil, que mas tarde fué
candidato popular para la Presidencia de la
Repú-blica.

En presencia de la terrible amenaza que amagaba por el
Occidente el Gobierno de la Unión levantó
apresuradamente fuerzas considerables en el Norte del Tolima y en
la parte del Estado de Cundinamarca que se hallada bajo su
dominación y pudo formar el mas numeroso y brillante
ejército que bajo, las banderas del Gobierno,
batalló en esa revolución.

Este respetable ejército estaba comandado por
Acosta y Camargo, los dos Generales mas célebres y
prestigiosos con que contaba el Gobierno, después de
Trujillo.

El ejército del General Vélez no se
atrevió a presentar ba-talla campal al ejército del
Gobierno y resolvió abrir fosos y le-vantar trincheras en
las llanuras de Garrapata, al pié de la Cor-dillera y
cerca de las márgenes del Río Magdalena.

Acosta y Camargo atacaron con impetuosidad y arrojo sin
ejemplo en nuestras contiendas civiles, las fuerzas
antioqueñas.

Varias veces los batallones del Gobierno llegaron hasta
las trincheras, enemigas y en algunas de ellas lograron clavar la
ban-dera de la legitimidad; pero diezmados por el fuego de la
arti-llería y de la fusilería de los adversarios
quienes se mantuvieron firmes en sus parapetos, las fuerzas del
Gobierno se vieron obli-gadas a suspender el ataque,
después de haber perdido la flor de su oficialidad y a
varios jóvenes que habían ido desde Bogotá a
acompañar al ejército, llevados por su entusiasmo
por la causa del Gobierno.

La batalla de Garrapata quedó indecisa y no puede
considerarse como una victoria de ninguno de los beligerantes, si
es que se considera únicamente como triunfo el hecho de
ocupar el campo de batalla y de poner en fuga al enemigo; pero
cuando tiene lugar una impetuosa ofensiva infructuosa y que
acarrea mayores pérdidas para el que ataca que para
él que se defiende, puede

considerarse el insuceso como un desastre para los
ofensores.

Así lo reconoció el General Santos Acosta,
Comandante en jefe de Las fuerzas del Gobierno, cuando
dirigió al Señor Parra un telegrama en que le
anunciaba el rechazo en lenguaje fami-liar y hasta vulgar que yo
tuve ocasión de oír en el Palacio con otros varios
amigos, cuando fué recibido en la oficina
telegráfica particular del Presidente y de cuyos hilos
estábamos pendientes con ansiedad para saber el resultado
de la gran batalla. Repro-duzco ese despacho, a pesar de su tono
confidencial y familiar porque revéla la serenidad y el
valor de Acosta después del in-suceso. Decía
así:

« Aquileo: escribo este despacho sobre un tambor.
Nos han fregado (I) estos maiceros; pero yo estoy
trancando y espero salvar el ejército de un
desastre. No te preocupes ni un instante porque, a pesar de todo,
no dejaré pasar a los de las trincheras que también
han quedado muy mal parados « (fdo) Acosta
».

Y con efecto, Acosta y Camargo con su valor, pericia y
se-renidad características, evitaron la disolución
de sus fuerzas y consiguieron restablecer la moral y la
organización del ejército.

Aterrados los invasores por la valentía de las
fuerzas del Gobierno, no se atrevieron a salir de las trincheras
para atacar las fuerzas diezmadas de Acosta y Camargo, y, como al
mismo tiempo, supieron que Trujillo con victorioso
ejército se aproximaba a la frontera de Antioquia y
amagaba invadir el Estado, el General Vélez
resolvió levantar el campo y, desandando el camino
recorrido, acudir a defender los hogares sagrados de los
antioqueños,

Mucho se censuró al General Vélez esta
inesperada retirada. Se dijo entonces que el ínclito Jefe
había alcanzado una gran vic-toria pero no la había
cobrado. No obstante, yo creo que el Ge-neral Vélez tuvo
poderosas razones para ese retrógrado movimiento
militar.

Salvado el Gobierno de la Unión por la hecatombe
de Gar-rapata? dispuso el Presidente que una división de
ese ejército al mando del General Daniel Aldana
trasmontara la Cordillera del Quindío y fuera a reforzar
el ejército del General Trujillo, el cuál se
hallaba ya en la Aldea de María, frente a frente de las
trin-cheras que los antioqueños habían levantado en
las posiciones de Manizales.

La palabra es mas expresiva; pero también mas
vulgar! Por tal ra-zón, la he sustituido por la que
está escrita.

El resto del ejército de Garrapata
regresó a Cundinamarca

para atacar las guerrillas de ese Estado o
mejor dicho el ejército

revolucionario comandado por los Generales
Urdaneta, Posada y

Briceño.

La parte principal de ese ejército
siguió hacia el norte de la República bajo el mando
de Samper y Posada, con el objeto de unirse a las fuerzas de
Quintero Calderón y de Canal, dejando en las
Serranías de Cundinamarca las guerrillas de los Generales
Ur-daneta y Briceño.

En el intervalo de los sucesos militares, a
grandes pince-ladas referidos, y de los que posteriormente dieron
el triunfo al Gobierno, tuvo lugar un incidente que la Historia
debe recoger.

El Congreso nacional se reunió en la
fecha señalada por la Constitución o sea el
1º. de febrero de 1877, en plena revolución pues no
había tenido aun lugar la batalla de Garrapata ni el
General Trujillo había podido llegar hasta la frontera de
Antioquia.

Como era natural, las diputaciones
conservadoras de Antioquia y Tolima brillaban por su ausencia en
estas" sesiones porque la mayor parte de su personal, contando
entre éste al Dr. Carlos Holguín, se hallaba en
armas en los ejércitos revolucionarios. Con el personal
liberal del Congreso, unido estrechamente para defen-der al
Gobierno contra el enemigo común, habiéndose
borrado toda huella de división entre nuñistas y
parristas, había quorum mas que suficiente para
que pudiese funcionar el Cuerpo Legislativo.

El Congreso en esa época no se
ocupaba en dar leyes ni en ejercer sus funciones ordinarias, sino
en colmar de autorizaciones al Gobierno para dominar la gran
revuelta y alentar a los com-batientes en la lucha. Era una
especie de Convención francesa del 93, de la cual
salían las voces de aliento, ó los representantes
para llevar a los ejércitos el sentimiento de la defensa y
la fé en la victoria.

El Dr. Murillo que ocupaba la Presidencia
en el Senado, aprovechando la lentitud de las operaciones
militares del General Trujillo en la campaña contra
Antioquia, y quizá por un sentimiento de profunda
previsión para evitar que todas las victorias del
Go-bierno se concentraran en la espada del Caudillo caucano,
ami-gó de Nuñez y no del grupo radical que
dirigía el mismo Murillo, redactó una
Alocución que debía ser firmada por la
mayoría del Congreso con el objeto de ofrecer a Antioquia
la paz y su au-tonomía y soberanía con la
continuación del Gobierno conservador que imperaba en el
Estado, desde 1864.

Esta oferta de paz al Estado rebelde,
cabeza de la revolución, desagradó a los
jóvenes de la Cámara de Representantes, quienes
deseábamos el triunfo completo del Gobierno por medio de
las armas, la paz por la victoria, y el – aniquilamiento del
Gobierno rebelde de Antioquia. Recuerdo que el gran Tribuno
liberal eminente en muchos campos y cuyo talento y grande
ilustración no fueron reconocidos durante su vida, Dr.
Anibal Galindo, comba-tió con su elocuencia habitual el
Mensaje de paz del Dr. Murillo, al cual bautizó con el
nombre de Pastoral.

No obstante, el prestigio de Murillo y la magia de su
estilo hicieron triunfar la célebre Alocución en
las Cámaras y adoptada que fué se envió al
Gobierno de Antioquia por medio de un co-misionado especial o
Correo de gabinete. Esta delicada misión fué
encomendada al gallardo y valeroso joven D. Salustiano
Villar.

Los sucesos posteriores al triunfo del Gobierno en 1870
generadores de la elección de Trujillo y la siguiente de
Nuñez y todo el cortejo de acontecimientos del ciclo de la
Regeneración y de la caída del liberalismo
demuestran la profunda y clara vi-sión de ese insigne
Estadista que no ha tenido par entre las fa-langes del
liberalismo colombiano.

Desde 1864, Murillo sostenía que para conservar
el partido liberal unido en el Gobierno y al conservador
tranquilo en su condición de vencido, era preciso dejar a
los adversarios un res-piro político con un Gobierno
perfectamente organizado y dirigido por ellos en el Estado de
Antioquia. Siempre profetizaba el gran estadista que el
día en que los liberales dominaran sin contra-peso en la
República, inevitable sería su caída porque,
conforme a las leyes de la dinámica política,
semejantes a las de la dinámica física,
perdería el equilibrio y no podría resistir al
empuje del partido conservador unido, y acosado por el dominio
absoluto de su adversario. Por otra parte, Murillo temía
la elección de Trujillo, amigo de Nuñez, que no era
carne de la carne ni hueso de los huesos de la escuela liberal
filosófica, de la cual Murillo era desde 1850 el
Apóstol y el Doctor.

Casi al mismo tiempo que el comisionado seguía su
mar-cha hacia Antioquia. Los acontecimientos militares se
precipitaron en la frontera antioqueña. Trujillo,
reforzado con las fuerzas de Aldana, resolvió atacar a
Manizales. Venció en el Arenillo y, des-pués de un
sangriento "combate, triunfó sobre el ejército de
An-tioquia y ocupó las famosas trincheras de Manizales,
consideradas inexpugnables, las mismas que hablan rechazado a las
fuerzas del Gran General Mosquera en 1860.

Los antioqueños valerosos
montañeses, celosos guardianes de su terruño,
siempre han procurado que el azote de la guerra no llegue al
Centro del Estado, e impulsados por ese sentimiento, cuando
fueron batidos en Manizales, celebraron una capitulación
tan honrosa para los vencidos como gloriosa para los
triunfadores.

Esa capitulación firmada por el Gobernador
dé Estado, Dr. Silverio Arango, y por el General Trujillo,
puso fin a" la guerra en el teatro principal de las operaciones,
y el sello a la victoria del Gobierno nacional. Conforme a este
Pacto, el Estado de An-tioquia se sometió a la autoridad
del Gobierno general, depuso y entregó las armas con la
plaza fuerte de Manizales y abrió las puertas del rico y
populoso Estado a los Jefes triunfadores.

El General Trujillo por su parte, se comprometió
a no exi-gir ninguna responsabilidad a los revolucionarios de
Antioquia por la rebelión contra el Gobierno central, a
dejar a los oficia-les superiores sus espadas y a dar auxilio
pecuniario a los sol-dados para regresar libremente a sus
hogares.

El Gobierno del Estado se comprometía
también a procurar al Gobierno nacional un millón
de pesos como indemnización de guerra, a dimitir la
autoridad del Gobernador del Estado para qué el General
Trujillo ocupara su puesto como Jefe civil y mi-litar hasta que
se reorganizara el Estado sobre otras bases, de acuerdo con las
necesidades que había impuesto la guerra y se-llado la
victoria.

Por último, se estipuló que los
demás grupos de rebeldes que aun existían en armas
en otros puntos de la República po-drían someterse
a la capitulación de Manizales para disfrutar de los
beneficios que ésta otorgaba.

Así terminó en su teatro principal la
formidable revolución de 1876 a 1877 el 5 de Abril de este
año, nueve meses des-pués de haberse dado el primer
grito de rebelión en el Cauca.

Si este – método civilizado y cristiano de dar
fin a las guer-ras civiles, por medio del reconocimiento de la
beligerancia en los rebeldes y de Tratados de paz con ellos, se
hubiese practi-cado en 1861, la revolución no
habría sido larga, sangrienta y desastrosa como fué
entonces, y habría terminado en sus comien-zos. Pero D.
Mariano Ospina Rodríguez tuvo a bien improbar la otra
Exponsión de Manizales, de la cual me ha ocupado ya en
estas Memorias, dando así pretextos justificativos para la
pro-longación de la lucha que fué coronada por la
Victoria del li-beralismo y por una gran reacción
política.

Si este mismo sistema de terminar las
guerras se hubiera adoptado en 1900, como lo pedimos varios
liberales pacifistas al Gobierno nacional la terrible, y cruenta
guerra de 1899 a 1902 acaso mas encarnizada que todas las
anteriores, no habría sido tan fecunda en desastres
morales y materiales como lo fué después de un rudo
e incesante batallar durante tres años.

Desgraciadamente los Gobernantes conservadores en 1860 y
en 1900, no quisieron reconocer el principio que
estableció el célebre Código que forma, las
instrucciones dadas por Lincoln a sus ejércitos en
campaña, durante la guerra de Secesión en los
Estados Unidos redactadas por el eminente Profesor Lieffer, que
han sido aceptadas como reglas de Derecho internacional
u-niversal por todos los países civilizados y son
consideradas como uno de los progresos mas importantes del
Derecho de Gentes moderno. Desgraciadamente, repito, los
gobernantes conserva-dores en esas dos épocas, no
quisieron apartarse durante la re-volución de las
tradiciones coloniales, ni reconocer la beligerancia de los
revolucionarios, a quienes siempre trataron como a rebel-des
responsables del delito común de rebelión y a
quienes debía imponerse los castigos señalados por
el Código Penal.

Firmada la capitulación de Manizales, y
ratificada por el Gobierno de la Unión, la mayor parte de
las fuerzas federales regresaron a la capital; el ejército
caucano volvió al interior de su Estado y el General
Trujillo, con una guardia de honor, siguió en marcha
pacífica y victoriosa hasta Medellín, capital del
Estado de Antioquia, en donde tomó posesión del
alto puesto de Jefe civil y militar del Estado por nombramiento
del Gobierno na-cional.

Los antioqueños que tenían confianza en el
carácter noble levantado y caballeroso del General
Trujillo, no tuvieron ningún desengaño durante el
Gobierno de este bravo y generoso Caudillo.

A la entrada triunfal de Trujillo a Medellín
concurrieron individuos de las dos parcialidades políticas
del Estado. Una verdadera ovación fué tributada al
benemérito jefe, a quien se ha-blan sometido
voluntariamente los vencidos.

Una espada guarnecida de piedras preciosas y con
estu-che dorado, y unas charreteras de oro macizo, producto
nativo de las minas antioqueñas fueron obsequiadas al
General Trujillo por los liberales de Medellín. Y triste,
pero honrosa considera-ción para la memoria del General
Trujillo, cuando murió este inclito jefe en 1883, esas
prendas valiosas estaban «empeñadas» en el
Banco de la Unión, de Bogotá, como garantía
de una suma de dinero que el General había tenido
necesidad de pedir prestada para subvenir a las necesidades
urgentes de su familia, después de haber sido Dictador en
Antioquia, Recaudador de un millón de pesos, y de haber
desempeñado la Presidencia de la República durante
dos años! Qué proceder tan diverso del que
siguieron otros Mandatarios y otros recaudadores de
empréstitos en la época de la
Regeneración.

CAPITULO XXI.

Segunda época
de
la Administración Parra

SUMARIO. La victoria del General
Camargo en la Don Juana destruye el último ejército
revolucionario y prepara el advenimiento de la paz. – El General
Trujillo me llama a su lado para que le sirva de Secre-tario
General. – El Presidente. Parra no consiente en que me separe de
la Capital y me nombra Secretario del Tesoro y Crédito
Nacional. – Crítica situación fiscal de la
República después de la guerra. -Amplias y
extraordinarias autorizaciones dadas por el Congreso al Po-der
Ejecutivo para dominarla. – El Gobierno no hace uso de ellas, con
excepción de la de emitir Pagarés del Tesoro. –
Combinaciones acertadas con estos documentos de crédito. –
Resultados felices de ellas -Interesante correspondencia privada
de Parra conmigo para que le adelantase sueldos como a Presidente
y negativa de mi Despacho. El General Camargo se
encarga de la Presidencia y declara restable-cido el orden
público en la República. – Carácter
benévolo y conci-liador del Presidente Camargo. –
Objeciones a la ley sobre pensiones. – Interesante incidente
entre el Presidente Parra y el Dr. Camacho Roldán con
motivo de la pretensión que los guerrilleros de
Cundina-marca tenían para celebrar un Convenio de paz con
el Gobierno. -La paz hace reaccionar rápidamente al
País. – Conferencia política de Murillo con el Sr.
Parra y sus Secretarios con motivo de la próxima
elección de Presidente. – Profunda previsión de
Murillo sobre el por-venir del partido liberal. – El Sr. Parra y
otros hombres eminentes del liberalismo se deniegan a reformar la
Costitución.

Terminada la campaña de Antioquia,
quedaban solamente en armas en el mes de Mayo 1877 las fuerzas
comandadas por el General Alejandro Posada, quien desde
Cundinamarca había seguido para el Norte de la
República en compañia del Dr. Samper.

El Gobierno General puso a las órdenes del bravo
y acti-vo General Sergio Camargo, parte de las fuerzas federales
triunfantes en Manizales, reforzadas con los depósitos que
tenían en Bogotá y rápidamente siguieron su
marcha en persecución de los revolucionarios del Norte de
la República.

Muy pronto el General Camargo dio alcance
al ejército rebelde, y en las cercanías de
Cúcuta, en un punto denominado La Don Juana, obtuvo una
completa victoria que selló definitivamente el triunfo del
Gobierno y la terminación de la guerra, porque ya no
quedaron en armas sino los guerrilleros de Cundinamarca y un
pequeño grupo de rebeldes en la Provincia de
Pasto.

Durante todo el período de la
Revolución (de Julio de 1876 la Mayo de 1877)
permanecí yo en Bogotá ayudando al Gobierno con mi
pluma y mi dinero, y aun personalmente, pues en alguna vez hice
parte de los batallones de cívicos que se formaron para
hacer la guarnición de Bogotá, cuando las
necesidades de la guerra exigían el envío a otros
lugares de los cuerpos ve-teranos.

Cuando el Congreso se reunió en Febrero de 1877
yo fui sostenedor decidido de la causa de la legitimidad. En esos
momen-tos, y aun antes de la capitulación de Manizales
recibí el nom-bramiento de Secretario general que el
General Trujillo me envió, con el Despacho de Coronel,
para continuar a su lado la cam-paña sobre Antioquia pues
ese ilustre Jefe me tenía gran de-ferencia personal y se
acomodaba mucho como él decía, con mis servicios de
Secretario, los cuales conocía, por experiencia, cuando
fui su ayudante de campo, siendo yo muy joven (lo cual me
pro-porcionó los grados militares hasta el de Teniente
Coronel), y mas tarde como Secretario de Gobierno del Estado en
1874.

Cuando yo recibí el honroso nombramiento, quise
volar al campamento del General Trujillo para acompañarlo
en la cam-paña y, con tal motivo, me dirigí al
Palacio Presidencial para pe-dir al Sr. Parra la
confirmación de mi nombramiento y las ins-trucciones del
caso.

El Señor Parra se manifestó contrariado
porque yo aban-donase la Capital y me separara del Congreso. Me
suplicó que desistiera del viaje al campamento y me dijo
que él escribiría al General Trujillo para
justificar mi excusa del nombramiento de Secretario General.
Agregó el Sr. Parra que mis servicios eran necesarios en
la Capital como representante y que, además, tenía
el propósito de nombrarme Ministro ó Secretario,
como en-tonces se llamaba, del Tesoro y Crédito nacional,
delicado puesto en esos momentos de crisis económica, que
él me suplicaba acep-tar para reemplazar al Dr.
Nicolás Esguerra, quien se hallaba abrumado por la labor
intensa que había tenido durante el período agudo
de la guerra.

No pude denegarme a las instancias del Sr. Parra, y en
con-secuencia, me excusé de aceptar el nombramiento del
General Trujillo para posesionarme algún tiempo
después de la Secretaría del Tesoro y
Crédito Nacional. Desde entonces abandoné el campo
militar para fijarme en el campo meramente civil como mi padre.
En los principios de Mayo de 1877, tomé posesión de
la Secre-taría del Tesoro, Director de las Finanzas
colombianas en mo-mentos en que todo se hallaba trastornado, y el
Tesoro público exhausto. Declaro que ocupé con mas
temor el puesto civil de Secretario de Estado que si hubiera
marchada al campamento del General Trujillo, porque,
además de ser un poco extraño a los asuntos
económicos que solo conocía por los estudios del
Cole-gio alcanzaba a medir la inmensa responsabilidad que iba a
pesar sobre mí para reorganizar el ramo de finanzas
quebrantado y trastornado por la guerra; pero la voluntad es
poderosa cuando se propone conseguir altos fines y la juventud es
el mas eficaz y brioso paladín de las nobles
ambiciones.

Aun cuando me he propuesto al escribir estas Memorias,
no hacer bocetos biográficos ni elogios de los personajes
polí-ticos que yo tuve ocasión de conocer de cerca,
mientras se ha-llen vivos, no puedo prescindir de tributar un
homenaje a mm eminente antecesor en la Secretaría del
Tesoro, Dr. Nicolas Esguerra, porque este ilustre patricio
reúne a una clara inteligen-cia, una vasta
ilustración de jurisconsulto y publicista y una larga y
patriótica carrera pública, plena de luz y exenta
de manchas.

El Dr. Esguerra prestó
señaladísimos servicios a la causa del Gobierno
durante el período álgido de la revolución y
a él le tocó la parte ruda y cruel de la
actuación, como encargado de procurar recursos para el
Gobierno por medio de empréstitos for-zosos.

Recuerdo que cuando ocurrí al Despacho del Dr.
Esguerra para suplicarle que continuase por algunos días
en su puesto de Secretario porque yo deseaba terminar en el
Congreso algún pro-yecto de ley importante que
había iniciado, me contestó: « No puedo
acordarle, mi estimado amigo, ni un plazo de 24 horas, porque
estoy desesperado y extremadamente fatigado por la labor que he
tenido en la Secretaría. Además la guerra ha
terminado militarmente, y la paz no tardará en ser
decretada e imperar so-bre el país. Tengo el
propósito de fundar una Agencia judicial para reparar con
el trabajo privado los quebrantos que en mi escasa hacienda, ha
producido el trastorno de la guerra, y estoy

pobre ». Hago este recuerdo de mi noble
amigo para demos-trar, con otro hermoso ejemplo, que los
liberales de esa época, titulares de los altos puestos
administrativos en la década de 1867 a 1877, fueron
absolutamente honrados, como administra-dores públicos y
que Esguerra, como Pérez, como Trujillo, como Parra y
todos sus compañeros, quedó mas pobre
después de la guerra, que antes lo estaba, a pesar de
haber sido Dictador sin control ninguno del Tesoro nacional y de
las finanzas del país.

Estos ejemplos, por desgracia, no han sido siempre
segui-dos por todos los hombres públicos, después
de la caída del liberalismo.

El Congreso de la República invistió al
Gobierno de la Unión de la dictadura fiscal por medio de
la ley 11 de 1877, para que pudiese hacer frente a las grandes
necesidades econó-micas que imponía el estado de
paz, después de una guerra de diez meses.

Conforme a ese acto legislativo, el Gobierno nacional
quedó facultado para contratar empréstitos por las
cantidades y en las condiciones que a bien tuviera, sin necesidad
de aprobación ulterior del Congreso, de vender o hipotecar
las rentas y los bienes nacionales como lo creyere conveniente,
de establecer impues-tos y reorganizar o modificar los
existentes; de emitir papeles de crédito y aun papel
moneda sin restricción ninguna; de hacer en suma lo que
estimare mas conveniente para dominar la situa-ción, sin
limitación alguna.

Para desarrollar esta ley y procurar recursos para el
licenciamiento de un numeroso ejército, para restablecer
los pagos y servicios administrativos, ordinarios suspendidos por
causa de la guerra y para hacer frente a los intereses de la
deuda exte-rior e interior y para devolver los empréstitos
voluntarios obtenidos durante la revuelta, y todos los
demás egresos que supone la convalescencia de un
país después de una formidable guerra, no
había en el Tesoro ni un centavo, ni siquiera para pagar
los mas insignificantes sueldos de los empleados, cuyos
emolumen-tos se cubrían por mitad con el dinero
proveniente de las salinas de Zipaquirá, y un documento en
que se reconocía a deber la otra mitad.

Esta enorme tarea estaba encomendada a las inexpertas
manos de un joven que, por primera vez, ocupaba el sillón
de un Ministerio de Estado. Cuando el Sr. Parra me tomó el
juramento de posesión de la Secretaría,
agregó éstas palabras: « Delego en Ud. todas
las facultades que en materias fiscales me ha otorgado el
Congreso. Queda Ud. constituido en Dictador financiero en tiempo
de paz y confío en que su juventud, su buena voluntad y su
patriotismo harán milagros para poder dominar la
difícil si-tuación económica, creada por el
estado de guerra. Yo he logrado, gracias a la valerosa Guardia
colombiana, a sus dignos jefes, y a mis colaboradores en el
Congreso y en el Gobierno, vencer y dominar la revolución.
Cumple a Ud. en la paz vencer y dominar la catástrofe
fiscal ».

Alentado por estas nobles palabras del jefe del Estado,
entré con entusiasmo a ejercer mis funciones.

Cuando el Sr. Parra se posesionó de la
Presidencia de la República, el Tesoro nacional se hallaba
exhausto a consecuen-cia de los desórdenes revolucionarios
de 1875. Los fondos eran insuficientes para el servicio
corriente; las órdenes de pago sin cubrir aumentaban
considerablemente la deuda de tesorería. De-bíase
al Banco de Bogotá mas de 400.000 pesos con sus
inte-reses. Se había suspendido toda empresa de fomento
material y aun los remates mensuales de documentos de deuda
interior esta-ban paralizados por falta de recursos.

En tan críticas circunstancias sobrevino una de
las más formidables revoluciones que registran los tristes
anales de nuestras contiendas civiles.

La guerra hizo indirectamente fracasar el
empréstito iniciado en Londres por nuestro Ministro
Zapata, disminuyó casi hasta su anonadamiento las rentas
de aduanas por falta de importaciones; aminoró la de
Salinas por la disminución del consumo y por las
dificultades del tránsito hacia Bogotá, ocupado por
los guerrilleros.

Al mismo tiempo que disminuían las
entradas, los gastos aumentaron de un modo extraordinario para
comprar armas en el extranjero y levantar un numeroso
ejército que no bajó de 30.000 hombres.

En tal situación, el Gobierno tuvo que ocurrir a
todos los medios extraordinarios para obtener recursos con que
hacer frente a las necesidades urgentes de la guerra. Se
aumentó el precio de la sal; se descontaron pagarés
de aduana, se emitieron docu-mentos de crédito; se
decretaron empréstitos forzosos y volunta-rios y hasta los
depósitos judiciales que patrióticamente
habían sido consignados en la Tesorería General,
fueron incorporados a la Caja Militar.

Por el lado de las economías, fueron suspendidos
los pagos de los intereses de las Deudas interior y exterior,
suprimidos varios destinos de la lista civil y de
instrucción pública, y se pusieron a medio sueldo
los empleados indispensables que que-daron subsistentes. No
había que vacilar. En el gran trastorno social y
político producido por la revolución, la dignidad
del Go-bierno, la suerte del País y de las instituciones,
estaban fincadas en los campamentos, y a ellos era necesario
hacer convergir los esfuerzos todos de la
Administración.

En presencia de tan terrible situación
económica y abrumado por la responsabilidad que pesaba
sobre mis hombros débiles e inexpertos, y con las
autorizaciones del Sr. Parra, recogí mm espíritu
para meditar sobre los medios que podía escoger para
dominar el desastre fiscal, teniendo a la vista las disposiciones
de la Ley de 1877 que organizaba como llevo dicho la dictadura
financiera del Gobierno.

Nunca pensé en vender ni hipotecar Salinas, ni
edificios ni otros bienes nacionales, porque, además de
considerarlos como objetos sagrados e intocables, era
difícil, sino imposible, la rea-lización de ellos
inmediatamente después de la guerra por falta de postores
para la compra. Imposible era pensar en conseguir
empréstitos en el extranjero después del
descrédito producido por la guerra y por la
suspensión del servicio de la deuda exterior. La
emisión del papel moneda y la alteración de la
moneda me-tálica nacional de plata, disminuyendo sus
cuotas partes de fino, como se hizo mas tarde por
Núñez en 1885, me repugnaba gran-demente porque yo
siempre he creído que a esos remedios econó-micos
extremos, fuente de trastornos, agio y ruina para unos y de
especulaciones ilícitas para otros, no debe llegar un
Gobierno cuando pueda buscar medios de vivir en el campo
lícito que aconsejan la Ciencia y el
patriotismo.

De todas las autorizaciones otorgadas por la ley la
única que encontré conveniente para dominar la
difícil situación fiscal fué la de emitir
documentos de crédito sin interés, en cantidades y
términos discretos y pagaderos por los recaudadores de las
ren-tas nacionales paulatinamente. Esta medida iniciada ya por mi
antecesor Dr. Esguerra, fué desarrollada ampliamente por
mí.

Con las debidas precauciones y valiéndonos de la
litografía del Sr. Demetrio Paredes, se emitieron los
pagarés del Tesoro, a razón de 200.000 pesos por
mes, sin interés y admisibles, como dinero sonante en el
pago de la mitad de las rentas y contribuciones de la
República.

Los Pagarés solventaron la
situación. Todos los contribuyentes los solicitaban para
obtener la utilidad en sus pagos que procuraba el pequeño
descuento que tenían en los mercados bursátiles y
que nunca excedió del 5%.

Los Pagarés del Tesoro circulando
casi a la par de la moneda, fueron recibidos por las acreedores
del Gobierno sin dificultad ninguna, y con ellos se pudo hacer
frente a muchas erogaciones, del momento.

Pero como el 50% de las rentas nacionales, pagadero en
dinero no era suficiente para cubrir ciertos gastos que
debían satisfacerse en moneda metálica, tales como
le servi-cio de la deuda exterior, la devolución de
depósitos judiciales y las raciones de los soldados y
ajustamientos militares para el licenciamiento del
ejército, se aumentó en 200.000 pesos men-suales la
emisión, para cambiar (voluntariamente se entiende, como
era el recibo de dichos documentos) todos los títulos
antiguos de Deuda interior como eran la Renta sobre el Tesoro,
los Vales de primera y de segunda clase, los Bonos flotantes del
3% y otros papeles de crédito que circulaban desde 1863 y
1864, por Pagarés del Tesoro, mediante dotes en dinero que
debían pagar los tenedores de los antiguos títulos
al tiempo de hacer la con-versión.

Las dotes en dinero variaban en proporción,
según la importancia de los títulos convertibles.
Por ejemplo, para convertir la renta sobre el Tesoro (papel
noble, ya bastante reducido y que ganaba el interés de 6%,
se exigía apenas una dote me-tálica de 25% Los
vales de primera y segunda clase y algunos otros similares,
requerían el 50% de dote y los bonos flotantes del 3%,
papel depreciado y que tenía por único fondo de
amor-tización la compra de bienes desamortizados, el 75 %
de dote.

Don esta combinación se abrió una fuente
de ingresos metálicos al Tesoro, procurando al mismo
tiempo la unificación de la deuda interna nacional y la
conversión de títulos que ga-naban interés,
por un papel que no lo devengaba y que, con su renovación
mensual ~a proporción que se iba amortizando en la
recaudación de rentas, ofrecía las ventajas que
proporciona a los bancos emisores la moneda de papel, sin tener
el carácter de for-zosa ni de inconvertible, como el
desastroso papel moneda.

Esta sencilla combinación de los Pagarés
del Tesoro pro-dujo en 1877 felices resultados.

Provisto el Tesoro de fondos suficientes, tanto, en
Pagarés del Tesoro como en moneda metálica, se pudo
hacer frente a todos los gastos que demandaba la asendereada
situación fiscal de la Nación.

Un mes después de emitidos los
pagarés y de comenzada la conversión de
títulos antiguos con dotes en dinero, se
resta-bleció el servicio de las obras públicas y el
de los gastos públicos corrientes; se pagaron en su
totalidad los sueldos de los empleados civiles; se devolvieron
los empréstitos volun-tarios y los depósitos
judiciales recibidos durante la guerra; se pagó el
armamento pedido a Nueva York por valor de 100,000 dólares
y se cubrieron los alquileres de los vapores del Río
Mag-dalena, convertidos en flotilla de guerra.

En esos momentos se presentó a mi Despacho el Sr.
Carlos O Leary, agente de los acreedores extranjeros, a solicitar
del Gobierno la reanudación del servicio de los intereses
de la Deuda exterior suspendidos desde 1875. Ofrecí al
Sr.O"Leary estudiar el asunto y darle una respuesta en breve
término.

Hice mis cálculos y comprendí que
podía muy bien resta-blecer los pagos con las entradas que
producían las dotes de di-nero, de que he hablado. Al
efecto hice un arreglo, en Junio de 1877, para restablecer el
pago puntual de los intereses de la Deuda exterior un mes
después del Convenio y prometí pagar los intereses
caídos, por medio de cuotas trimestrales y adicionales que
comenzarían a cubrirse desde el mes de Octubre de dicho
año.

Este esfuerzo que hizo el Gobierno para cubrir los
intereses de la Deuda exterior, hallándose aun el
país en estado de guerra y con sus finanzas profundamente
quebrantadas, tres meses antes de restablecerse el orden
público, causó sorpresa en Londres y mereció
los mas entusiastas elogios de los financistas y banqueros de
Inglaterra como lo hice ver en mi Memoria de 1878, de la cual
reproduzco una parte de los conceptos del Sr. Ingalí,
cele-bridad financiera inglesa y Presidente del Comité de
Tenedores de la Deuda colombiana. En su informe al Secretario del
Tesoro dice así:

« 20 Milk Street. E. C. Agosto 21/1877.

Señor: Ha habido muy pocas oportunidades y muy
poca inclinación a obrar según el espíritu
de la recomendación, contenida es el parágrafo
final de la última carta del Sr. Goshen sobre los asun-tos
de Egipto; pero yo juzgo que no debe perderse la presente
oportunidad de llamar la atención de todos los extranjeros
tene-dores de bonos hacia la pronta acción tomada, a pesar
de difi-cultades, por los Estados Unidos de Colombia para
restablecer su crédito suspendido, aunque no perdido, por
la- guerra civil dominante en esa parte de Sur América. El
14 de Abril último el Agente del Comité de
Tenedores de bonos colombianos anunció la
terminación de la guerra, y, conforme a su deber,
manifestó al Gobierno que era el caso de reanudar los
pagos mensuales de la Deuda extranjera. Dicho Agente halló
al Gobierno, no so-lamente bien dispuesto sino deseoso de acceder
a su solicitud, y esto no obstante una grande escasez de
recursos. Con efecto, ya el 6 de junio el Agente ha podido
anunciar por telégrafo la continuación de los pagos
mensuales desde Julio, y el pago de lo atrasado por cuatro
porciones trimestrales, a comenzar de Oc-tubre próximo.
Hoy por la mañana se ha anunciado el pago de 7500 libras.
Esfuerzos como estos, hechos con tal prontitud y bajo
circunstancias tan adversas, merecen muy bien ser preconizados no
solo para bien del Estado de que proceden, sino como un es-timulo
para que los demás Estados, no solamente de Sur
América, los sigan e imiten.

« Tal afán por atender a los derechos de
los acreedores ex-tranjeros, después de una
revolución, es eh mi opinión sin prece-dente en los
anales de Sur América. Me causa a la verdad
ad-miración y congratulo por ello al país y al
representante del Go-bierno de la Reina. La conducta de Colombia
en estas circuns-tancias es llamada a cimentar sólidamente
su crédito».

Después de licenciado el numeroso ejército
federal, se conti-nuó el servicio fiscal corriente con
toda regularidad y, mediante una operación muy provechosa
que se hizo con el Banco de Bo-gotá, tenedor de una fuerte
suma de títulos antiguos de deuda pública que
fueron convertidos por pagarés del Tesoro con una fuerte y
excepcional dote en dinero equivalente al 80% operación
que motivó grandes elogios al Gobierno por lo feliz y
acertada y no pocas censuras al Gerente del Banco el Gobierno de
la Re-pública quedó completamente desahogado en
materias fiscales, equilibrados sus presupuestos y con un
sobrante en dinero so-nante de cerca de medio millón de
pesos oro, que fué depositado en el mismo Banco de
Bogotá a la orden del Gobierno con el interés de 6%
anual, como pudiera haberlo hecho un capitalista desahogado. De
este depósito podía el Gobierno disponer en su
totalidad o en parte cuando a bien tuviese, con derecho a que se
le pagaran los intereses de las sumas que retirara, todo lo cual
equivalía a tener esa gran "cantidad de dinero en cuenta
cor-riente a la orden, que ganaba un interés elevado en
vez de pa-garlo por el servicio que prestaba el Banco.

Esta suma la encontró disponible el
General Trujillo cuando tomó posesión de la
Presidencia de la República, el 15 de Abril de
1878.

Gran satisfacción obtuve al terminar mis labores
de Secre-tario del Tesoro y Crédito nacional y presentar
al Gobierno, al Congreso y al País la situación
floreciente del Tesoro en 1878.

El eminente Dón Miguel Samper, el gran Ciudadano,
como lo llamó con tanta justicia el Doctor Martínez
Silva, el Centurión del comercio de Bogotá, la
primera Gloria de las finanzas colom-binas, dijo, respecto de los
felices resultados en materias econó-micas alcanzados por
la Administración Parra en el año de paz que
siguió a la revolución que rara vez se
habían manejado las finanzas con mas acierto y habilidad y
que esa época (en la cual por una reacción natural
renacieron los negocios y el cambio con el Exterior se puso con
descuento a favor de Colombia) podía llamarse la edad
de oro y del oro
de la República », como la
había calificado ya el eximio escritor y patriota ilustre,
Dr. José C. Borda.

El General Trujillo y sus cuatro Secretarios
Señores Zaldúa, Nuñez, Camacho Roldán
y Hurtado, hablaron con elogio de la administración fiscal
del Gobierno del Sr. Parra después de la revolución
en el Mensaje colectivo que dirigieron al Congreso.

Excúseme el lector estos recuerdos de
carácter personal, que no hago por un sentimiento de
vanidad, aun cuando fuere le-gítimo, sino como una
cláusula de mi testamento político para mis
nietos.

Durante el período de paz del Gobierno de Parra,
tuvieron lugar algunos incidentes o anécdotas, que merecen
recogerse en este libro.

En el mes de Mayo de 1877, poco después de que yo
funcio-naba como Secretario del Tesoro y Crédito Nacional,
el Sr. Parra pidió a la Corte Suprema licencia para
separarse del ejercicio de la Presidencia con el fin de
restablecer su salud, quebrantada por las faenas de la
revolución.

En víspera de ausentarse para su hacienda de San
Vicente, nos cruzamos las siguientes cartas:

Casa de Ud., Mayo 14 de 1877, Mi apreciado Doctor
Quijano:

Dentro de pocos días me iré para San
Vicente, para tratar de aliviar de estos achaques que algo me
preocupan y me mortifi-can mucho, pero ha de saber que estoy
incóngruo porque los tées de Palacio y otros
gastillos extraordinarios durante la guerra me han llenado de
pequeñas cuitas de que deseo salir antes de
irme.

Vea Ud. si es posible, ya que en tan pocos
días está sacando a flote nuestro
flaco tesoro, que se me pague el medio sueldo pendiente del mes
pasado y se me anticipe los de dos meses más, con el
descuento corriente en el Banco de Bogotá. Yo le
daré garantías suficientes para la
devolución del dinero en casó de que, por
algún acontecimiento imprevisto, no pueda devengar la
anticipación con el desempeño de mi
destino.

Suyo. afmo. amigo

AQUILEO PARRA.

CONTESTACIÓN.

Mayo 15 de 1877.

Señor Dr. Aquileo Parra. Presente.

Mi respetado amigo:

Contesto su apreciable de ayer que anoche recibí.
Conforme a disposiciones expresas del Código fiscal
(Capítulo V. Departa-mento del Tesoro) no se puede hacer
anticipaciones de sueldos, con descuento o sin él, a los
empleados públicos. Así, pues no me es posible
complacer a Ud. respecto de lo que me pide en su carta. Pero yo
le ofrezco mi firma particular para obtener en préstamo el
dinero que necesita en el Banco de Bogotá
(¡).

Su respetuoso amigo y servidor.

J. M. QUIJANO W.

El Dr. Parra llevó su delicadeza hasta no aceptar
mi firma por ser yo su Secretario del Tesoro y obtuvo un
préstamo de 2.000 pesos en el Banco, con la firma del Dr.
Jósé Ignacio Escobar.

Parra entonces era Dictador por gracia del
artículo 91de la Constitución, y el orden
público no estaba restablecido. O tem-pra. O
mores!

El Señor Parra se separó de la Presidencia
durante tres meses para descansar de las fatigas de la guerra en
su pequeña propiedad de San Vicente y, en consecuencia, se
posesionó de la Presidencia como primer Designado el
General Sergio Camargo, quien desempeñó el alto
puesto, de Mayo a Agosto.

En este corto período, el gallardo y valeroso
General dio expansión a sus sentimientos generosos,
procurando cerrar las he-ridas causadas en el país por la
guerra y tratando a los venci-dos como a colombianos extraviados,
que no a rebeldes criminales.

Esta correspondencia aparece también publicada en
el Prólogo del Dr. Esguerra. No la he suprimido en este
Capítulo por no dislocar la paginación ni alterar
el orden y continuidad de la obra.

En los salones del Palacio Presidencial se
veían departir familiarmente a los Generales Urdaneta y
Briceño con el Jefe de la República, como si no
hubieran mediado hechos de armas entre vencedores y vencidos. El
Presidente llevó su magnanimidad hasta devolver las
pensiones a Jefes rebeldes que las habían perdido, en
virtud de la ley por su carácter de
revolucionarios.

En mi calidad de Secretario del Tesoro, a cuyo Despacho
estaba adscrito el ramo de pensiones, me fué grato
colaborar con el General Camargo en esos actos de clemencia, que
honran siem-pre a los vencedores que no abusan de la
victoria.

También tuve la satisfacción de devolver
en esa época las propiedades embargadas, como medio
coercitivo para el pago de empréstitos forzosos, a los
Sres. José M. Portocarrero, Vicente Ortiz Duran,
Bartolomé Chaves y otros respetables
conservadores.

Recuerdo también otro incidente que merece
mención especial. La nueva ley sobre pensiones dispuso que
solo tenían de-recho a esta gracia del Tesoro
público, los hijos legítimos de los individuos que
hubieran muerto en los campos de batalla en de-fensa del Gobierno
y como no se reconocía entonces como legí-timos
sino a los que hubieren nacido de matrimonio civil, único
legal, porque el eclesiástico estaba repudiado por la
Constitu-ción, de esa ley se derivaba la enorme injusticia
de privar de la gracia de la pensión a los hijos de padres
que se hubieren casado conforme a los ritos de la Iglesia
católica, la cual era la práctica general seguida
para la unión matrimonial en un país eminentemente
católico como es Colombia. Hice presente al Ge-neral
Camargo la injusticia que entrañaba la disposición
de la nueva ley sobre pensiones, y le propuse que
dirigiéramos un Men-saje al Congreso, con objeciones, para
solicitar una reforma en el sentido de hacer extensiva la
pensión a los hijos del matri-monio eclesiástico,
aunque no hubiera sido ratificado ante las au-toridades civiles.
El General acogió mi insinuación con el entu-siasmo
con que siempre apoyaba todo lo que era noble y
ge-neroso.

El Congreso asintió a esa reforma en virtud del
Mensaje que firmó el Presidente Camargo.

Sirva esta acción buena para atemperar la falta
que yo había cometido como miembro de la Cámara de
representantes, llevado de la pasión política, al
apoyar y votar el inicuo Acto legislativo en virtud del cual
fueron desterrados los Obispos de Antioquia, Medellín,
Pasto y Popayán por su participación en la
revolución.

Los miembros del Congreso que tal ley
dictamos, incurri-mos en violación de la
Constitución, en desconocimiento ab-soluto de las
doctrinas liberales y en un acto contrario a todo principio de
buen gobierno y de buena distribución en los Pode-res
públicos, al convertir el Cuerpo legislativo, cuya
misión única es la de dictar leyes o reglas para la
administración de los asun-tos públicos, en
Tribunal militar para castigar a individuos revo-lucionarios, por
métodos excepcionales, sin estar los responsables
presentes y sin oírlos ni vencerlos en juicio. Cuán
cierto es que la pasión política produce una
especie de embriaguez en el espíritu mejor equilibrado, y
de extravío de los criterios mas
sólidos.

Como una manifestación de mi sinceridad en
reconocer la falta en que incurrí con mis
compañeros, en 1877, al dictar esa ley sentencia, hago
este recuerdo en forma de confesión expiatoria.

Antes de separarse de la Presidencia el Señor
Parra, tuvie-ron lugar dos incidentes que vienen a mi memoria, y
los cuales honran a los personajes que a ellos se
refieren.

Después de la Capitulación de Manizales el
pequeño ejér-cito del General Quintero
Calderón y los revolucionarios de Pasto se acogieron a la
expresada Capitulación y depusieron las armas no quedando
en pié, como los últimos rebeldes, sino las fuerzas
comandadas por los Generales Urdaneta y Briceño en las
serranías que contornan la Sabana de
Bogotá.

Dichos jefes, altivos y valientes no quisieron someterse
lisa y llanamente a la Capitulación de Manizales para
completar la pacificación del País, sino que
pretendieron ser reconocidos como beligerantes para celebrar un
Convenio de paz separado con el Gobierno de la República.
Al efecto se entendieron privadamente con el Sr. Dr. Salvador
Camacho Roldán (hombre siempre rebosante de sentimientos
generosos, nobles y benévolos) para que sirviese de
intermediario con el Gobierno de la Nación.

El Dr. Camacho aceptó con entusiasmo, (puesto que
se tra-taba de un acto pacifista), la comisión de los
jefes revoluciona-rios e inmediatamente pidió una
audiencia al Sr. Parra, con el objeto de que, reunido en Consejo
con sus cuatro Secretarios (Ge-nerales Salgar y Acosta, Don Luis
Bernal y yo) oyésemos las Pro-posiciones que iba a hacer
en nombre de Urdaneta y Briceño.

Reunidos a las 7 de la noche en la sala de Despacho del
Palacio Presidencial, el ujier de servicio anunció la
llegada del Dr. Camacho Roldán.

Introducido al Despacho el Dr. Camacho, quien iba con
ves-tido de etiqueta (frac y corbata blanca) porque él era
celoso observador de las prácticas sociales de los Centros
civilizados, saludó a los miembros del Gobierno como
Plenipotenciario del Comandante General del ejército
revolucionario de Occidente y propuso, en nombre de éste,
al Gobierno un Convenio de paz, en los términos del que
había celebrado el General Trujillo con el Gobernador del
Estado de Antioquia.

A pesar de la intimidad personal y de la
camaradería po-lítica que tanto al Sr. Parra como a
sus Secretarios, nos ligaban al Dr. Camacho, éste en su
actitud, en sus gestos y en su len-guaje asumió el
carácter de Enviado diplomático para tratar un
asunto de alta importancia, con el fin sin duda de obtener mas
fácilmente el resultado que esperaba, dando a su
actuación la mayor solemnidad posible. El Señor
Parra contestó, con aire so-carrón y al mismo
tiempo serio, las palabras siguientes:

Señor Plenipotenciario de los jefes
del ejército revolucionario de Occidente: El Gobierno de
la República reconoció la belige-rancia de
Antioquia e hizo un Tratado de Paz con ésta porque trataba
con un Gobierno constituido y organizado de Estado so-berano;
pero no puede hacer lo mismo con el grupo de rebeldes que quedan
en armas en los páramos de Cundinamarca.

– Entonces qué debo contestar a mis
poderdantes? preguntó el Doctor Camacho.

– Que se sometan a la Capitulación
de Manizales y de-pongan las armas. Así disfrutarán
de los beneficios derivados de aquel Pacto, contestó el
Presidente.

– Pero no es mejor, Señor Presidente
pacificar el país por el medio expedito y generoso que yo
propongo, apartándonos de las fórmulas y de la
etiqueta oficial, para conseguir el mismo fin? insistió
Camacho.

– En el desempeño de las funciones
oficiales, las fórmulas son indispensables, y la
Constitución y las leyes no son otra cosa que
fórmulas o formas fijadas por el Legislador para el
cum-plimiento de los deberes de los Jefes de un Estado, y el
Go-bierno no puede acceder a lo que solicitan los revolucionarios
de Cundinamarca, sin faltar a las obligaciones que tiene como
Presidente de la República y sin comprometer la autoridad
del Puesto, dijo Parra.

¿Y qué hará el
Gobierno en caso de no tratar con los revolucionarios, y de que
éstos no se acojan a la Capitulación de Manizales
ni depongan las armas? repuso Camacho.

– Los declarará cuadrillas de
malhechores y los hará perseguir y exterminar por la
Guardia colombiana, contestó Parra con firmeza.

– Señor Presidente (replicó el Dr. Camacho
con tono aira-do y poniéndose de pié), mas vale una
gota de sangre colom-biano inútilmente derramada que un
tonel de orgullo burocrático.

– Mas respetable es un átomo de la dignidad del
Gobierno de la República, que todas las pretensiones y el
orgullo de los guerrilleros de Guasca, dijo Parra, también
de pié, pero con actitud tranquila.

No pudiendo soportar la contrariedad, el Dr. Camacho
aban-donó las fórmulas diplomáticas y,
asumiendo el tratamiento fami-liar que llevaba siempre con su
amigo el Dr. Parra, pronuncio con gesto enojado y agregando a las
frases una señal con la mano derecha, como para denotar la
pequeña talla de un sujeto, estas palabras:

– Aquileo, Aquileo, te veo tan chiquitico
así.

– Salvador, Salvador, contestó Parra levantando
la mano cuanto le permitía su brazo, te veo tan godo
así (el nombre po-pular que entonces tenían entre
los liberales los conservadores era el de godos, aludiendo a las
tradiciones coloniales de España).

El Doctor Camacho tomó su sombrero, saludó
ceremoniosa-mente y se retiró.

Así terminó esta célebre
conferencia que había empezado con todas las – ceremonias
de una entrevista diplomática, y termi-naba con un gesto
enteramente familiar y democrático.

Los revolucionarios de Cundinamarca se sometieron a la
Capitulación de Manizales, gozaron de los beneficios de
ésta y volvieron tranquilamente a sus hogares. Como dejo
dicho Briceño y Urdaneta concurrieron al Palacio
Presidencial de la Re-pública a departir amistosamente con
el General Camargo.

Aun cuando no se había declarado oficialmente
restablecido el orden público porque se esperaba la
completa pacificación del país y el licenciamiento
del ejército, la paz se impuso como por encanto en toda la
Nación. En la misma capital apareció un
pe-riódico contra el Gobierno con caricaturas y
sangrientas ironías enderazadas a los jefes de la
Administración, debidos al lápiz del artista
espiritual, caballero de sangre y de porte, gallardo y
sim-pático sin igual Don Alberto Urdaneta hermano del
General Carlos Urdaneta, Comandante de las fuerzas
revolucionarias de Cundinamarca.

Los liberales exaltados se irritaron porque
un grupo de conservadores se permitiera insultar al Presidente de
la República, cuando aun no se hallaban completamente
apagados los restos del incendio en que la revolución
había sumido la República, y. en un día
aciago, atropellaron la imprenta de Urdaneta, rompie-ron los
tipos y suspendieron violentamente el periódico que
lla-maban el « Mochuelo » aludiendo al nombre popular
con que se había bautizado a las aguerridas partidas
revolucionarias de Cun-dinamarca.

Yo siempre he condenado estas medidas violentas que han
tenido lugar en Bogotá, y en otros puntos de la
República, contra los periódicos, a los cuales debe
oponerse otros periódicos para combatir las ideas que
ellos contienen, y no a los pasivos tipos de prensa por medio de
los cuales se publican. Profanación es llevar el tumulto y
la agresión hasta los lugares sagrados, y la imprenta es
el Templo de la Idea.

El General Camargo declaró restablecido el orden
público el 7 de Agosto 1877 para conmemorar con este acto
la célebre batalla de Boyacá en 1819.

Con motivo de la declaratoria del restablecimiento del
orden público, decretada por un Jefe militar y no por el
Presidente Dr. Parra, hombre civil, circuló el siguiente
cuarteto en una hoja vo-lante, que se llamaba «
Apéndice al Mochuelo».

« En Colombia que es la tierra

De los hechos singulares,

Dan la paz los militares

Y los civiles dan guerra ».

Cuando un profesional de la política y de la
guerra, de esos desheredados de la fortuna y del trabajo, de esos
parásitos que levanta el huracán de las
revoluciones, leía el decreto de decla-ratoria del
restablecimiento del orden público en una de las es-quinas
de las calles de Bogotá, no pudo contenerse y
exclamó;

« Ya viene la paz con todos sus
horrores ».

La Administración Parra continuó
tranquilamente tratando de restañar las heridas de la
nación y de reparar los desastres causados por la guerra,
durante los meses que siguieron al res-tablecimiento del orden
público, con el ejercicio de un gobierno netamente
republicano y patriota.

La opinión general designaba como sucesor al
General Julian Trujillo, el jefe invicto que había
pacificado la República, con sus gloriosos hechos de armas
en Los Chancos, Arenillo y Manizales, y con este motivo tuvo
lugar el incidente que paso a referir y que demuestra la
perspicacia política del Dr. Murrillo.

Los miembros del Gobierno del Sr. Parra teníamos
la cos-tumbre de despachar reunidos todos los asuntos
administrativos que cursaban en las cuatro Secretarías del
Estado. La mañana la destinábamos a dar curso en
nuestros respectivos despachos a los asuntos de nuestro
Departamento con los Jefes de Secciones. A las 2:30 nos
juntábamos en la Sala de Despacho del Palacio de San
Carlos y, por turno y colectivamente, dábamos
evasión a todos los negocios que así eran
consultados y resueltos en Con-sejo de Gobierno, como se practica
en la Confederación Suiza.

Reunidos alguna tarde del mes de Mayo, antes de
ausentarse el Sr. Parra, el oficial de órdenes del
Presidente anunció la vi-sita del Dr. Murillo.

La alta posición política de este Jefe
incontestado del Libe-ralismo, le abría todas las puertas
de las Oficinas del Gobierno y el jefe de la guardia tenía
instrucciones de introducir al Doctor Murillo a cualquiera hora
en que se presentara en el Palacio Pre-sidencial, aunque fuera en
el momento en que el Presidente, en unión de sus
Secretarios o Ministros, se ocupaba, a puerta ce-rrada, de
despachar los asuntos públicos.

Al oír el nombre del Dr. Murillo suspendimos la
discusión del asunto en que nos ocupábamos y
después de recibir con todo el respeto debido al gran
Doctor liberal, se entabló entre el Pre-sidente Parra y el
Dr. Murillo, el diálogo siguiente:

« Seré breve, dijo Murillo, para tratar el
asunto importante que me ha impulsado a interrumpir vuestras
altas funciones ofi-ciales en esta hora, que he escogido
expresamente para poder con-versar con el Presidente y sus dignos
Secretarios, He oído decir, Señor Presidente, que
el Gobierno ha acogido y apoya la candi-datura del General
Trujillo para la Presidencia en el próximo
pe-ríodo. No puedo creerlo porque con la elección
de ese Caudillo, mos-querista y nuñista, terminará
la dominación liberal en la República.

Señor Doctor Murillo, contestó Parra, el
Gobierno no ha acogido, ni apoya, ni combate la candidatura
Trujillo, ni otra alguna, porque su deber constitucional y la
moral política le prohiben perturbar la acción
popular en materia tan delicada, y no le per-miten proteger
ningún candidato.

Esas son buenas palabras, dijo Murillo, para el
editorial de un periódico político, pero no cumplen
a un hombre de Estado ni menos al Presidente de la
República" en las actuales críticas
cir-cunstancias.

El Presidente de la República, replicó
Parra, es el jefe de los colombianos y no de una parcialidad
política.

Frases hermosas pero vacías de sentido en la
práctica de la política, repitió Murillo. El
Presidente ocupa el dosel presiden-cial por el voto exclusivo de
los liberales y no por el de los ad-versarios. Antes que
Presidente, era figura del liberalismo. Así es, que su
primer deber es cuidar de los intereses del partido que lo ha
exaltado al Poder, y ser leal con sus copartidarios, sin
perjuicio de proteger después los derechos y dar
garantía a todos los ciuda-danos colombianos, inclusive
los rebeldes.

– ¿ Y porqué crée el Señor
Dr. Murillo, dijo el Presidente, que la elección del
General Trujillo lesiona los intereses y el dominio del
liberalismo, después de que ha alcanzado una victoria
completa contra los rebeldes del conservatismo?

– Por la sencilla razón de que el liberalismo
triunfante y dominando el país sin contrapeso ninguno, se
dividirá forzosamente, perderá el equilibrio y
caerá, si el elegido no es individuo de nuestra escuela
filosófica y radical para sostenerlo. Si el General
Trujillo es elegido repudiará los elementos que no le son
afines; se rodeará del antiguo mosquerismo y de los
adversarios a los Gobiernos radical que surgieron y han dominado
en el país después de la caída de Mosquera
en 1867, o sea durante la dé-cada que termina precisamente
en este mes. Detrás de Trujillo vendrá
Nuñez, y detrás de Nuñez los conservadores.
Y una vez que los conservadores se adueñen del poder por
la defección de Nuñez, a quien perpetuarán
en el Gobierno, apoyados por el clero que domina sin contrapeso
en la República y a quien siguen cie-gamente las masas
analfabetas de Colombia, todas las conquistas del liberalismo en
el decurso de yente y cinco años serán borradas de
nuestras instituciones; los sacrificios consumados y la sangre
derramada de 186o a 1863, y de 1876 a 1877, habrán sido
inútiles y estériles; la reacción
caótica del absolutismo colombiano, apoyado principalmente
en el fanatismo religioso, estenderá las sombras de una
noche infinita sobre la República.

El gran Tribuno pronunció estas palabras con voz
entre-cortada por la emoción y con tono de profunda
convicción, de tal manera que todos los que lo
escuchábamos quedamos im-presionados.

– Yo espero que tan lúgubres presentimientos,
contestó Parra, no se realicen. El partido liberal se ha
unido cordialmente para luchar contra el tradicional enemigo. El
General Trujillo ha sido Agente leal del Gobierno. No puedo creer
que él pretenda desunir a los liberales después de
que sea elegido con el voto de todos.

El Gobierno, después de haber vencido a los
conservadores, no puede entrar en campaña contra los
liberales. En el corto pe-ríodo de
administración» que le queda, tiene que prestar su
aten-ción a las grandes necesidades del país para
que pueda convalecer de los desastres de la guerra. Por otra
parte, el General Trujillo está elegido por la Victoria y
no le falta para llegar al do-sel presidencial sino el trascurso
de diez meses y la fórmula de la votación.
Cómo podríamos impedir su
elección?

– De la manera mas sencilla, contestó Murillo.
Enviar al General Trujillo a que complete la pacificación
del Sur del Cauca. Nombrar al General Acosta que está
aquí presente, y que es carne de nuestra carne, hueso de
nuestros huesos, Jefe civil y mi-litar de Antioquia y entregarle
el ejército. Yo proclamaré su can-didatura, y yo
respondo de la elección.

– No es posible esta combinación, dijo Parra,
porque una de las condiciones para la Capitulación de
Manizales es el nombra-miento del General Trujillo para
Gobernador de Antioquia, y porque estoy yo persuadido de que si
se combate la candidatura del Ge-neral Trujillo, puede sobrevenir
la guerra entre los liberales. Por lo demás, el Sr. Dr.
Murillo puede emprender los trabajos elec-torales que a bien
tenga, combatir la candidatura del General Trujillo y apoyar la
que merezca sus simpatías.

  • Sin el concurso oficial no se puede impedir la
    elec-ción de Trujillo y sus funestas e incalculables
    consecuencias, Así es que si el Gobierno resuelve
    estar pasivo en la próxima elec-ción, abrigo la
    convicción de que ésta será la
    última Administra-ción liberal de Colombia y de
    que, una vez adueñados del Go-bierno los
    conservadores, no habrá poder humano que pueda
    de-salojarlos de él. Después de los
    hosanas que con júbilo hemos entonado a las
    victorias del liberalismo en la guerra que ha ter-minado,
    preparémonos para entonar los De Profundis
    sobre su tumba. Cuanto a mí, me hallo, con mi salud
    quebrantada y en la noche de la vida, al borde del sepulcro,
    y mi próximo entierro me evitará asistir al de
    la Escuela política que tanto he amado, que tantas
    glorias y libertades ha dado a la Patria y a la cual he
    consagrado todas mis facultades y los esfuerzos todos de mi
    vi da. Pronto sucumbiré, pero juntamente con la
    bandera que juré desde niño.

Casi con lágrimas en los ojos. el
gran Apóstol se puso de pié, tomó su
sombrero y haciendo una reverencia a todos los del gobierno se
ausentó con paso vacilante y semblante
mor-tecino.

Tres años después, Murillo se
hundía en la tumba entre un nimbo de gloria, y
Nuñez se posesionaba de la Presidencia, izan-do la bandera
de la reacción y pronunciando una magistral oración
ante el cadáver del gran repúblico, quien
cumplía así su deseo de no presenciar la
caída del liberalismo.

El lector colombiano que conoce nuestra Historia
política contemporánea, podrá apreciar el
valor de las palabras proféticas de Murillo. Garantizo
sobre mi palabra la autenticidad de mi
narración.

Y en compensación de la triste relación
que acabo de hacer, vaya otra anécdota jocosa relacionada
con el mismo Dr. Murillo y que revela el espiritualismo,
beaumarchiano que a veces mani-festaba con suma
sencillez el General Acosta.

En alguna otra ocasión, Murillo solicitó
del Presidente y de sus Ministros, una contribución para
publicar la traducción que había hecho de una obra
de Drapper, profesor de Historia en la Universidad de Nueva
York.

Esta interesante obra contiene una generalización
histórica, condensada y sintética, sobre los
orígenes y desarrollo del Cristianismo. Describe con
hermoso estilo las labores de los cristia-nos en las catacumbas,
las predicaciones de los apóstoles y las virtudes
sencillas y primitivas que distinguieron á aquellos
durante los tres primeros siglos, así como el valor y la
resignación con que sobrellevaron las persecuciones y
sufrieron los martirios. Pretende demostrar el Autor que desde
que Constantino, en el siglo IV, para pagar los servicios que los
cristianos le prestaron en su lucha contra Magencio,
convirtió la sencilla Iglesia y la su-blime doctrina
fundadas por Cristo en Iglesia oficial con todos los beneficios
terrestres que le proporcionaba el patrocinio del Em-perador y de
su Corte, el Cristianismo, erigido en entidad impe-rialista,
entró en conflictos con la Ciencia. De ahí el
nombre de la obra, cuyo título es: Conflictos entre la
Ciencia y la Religión ».

Cuando el Dr. Murillo solicitó nuestro apoyo para
la publi-cación de esa obra que quería repartir
gratuitamente a las Es-cuelas oficiales para quitar, como
decía, las telarañas a las inteli-gencias de los
niños en ciertas materias históricas, el General
A-costa estaba ausente del Despacho.

El Sr. Parra y los tres Secretarios que estábamos
presentes ofrecimos nuestras suscripciones. Y, al tiempo de
levantarse el Dr. Murillo para despedirse, después de
habernos dado las gra-cias, entró al Salón el
General Acosta.

– Y Ud. General le dijo Murillo, con cuanto
se suscri-be para publicar esta obra de Drapper, que es
interesante y respecto de la cual he escrito un prólogo?
(por cierto ma-gistral).

– Qué obra, Doctor?, preguntó
Acosta.

– Los Conflictos entre la Ciencia y la
Religión, contestó Murillo.

Yo, con nada, Doctor, replicó
Acosta, porque jamas he te-nido que hacer ni con la una, ni con
la otra.

Terminaré este capítulo haciendo constar
que alguna vez en Consejo de Gobierno, propuse a mis colegas que
en uso de las facultades dictatoriales que otorgaba el articulo
91 de la Consti-tución para el estado de guerra, decretase
el Gobierno la convo-catoria de una Convención nacional
para que reformase la Consti-tución, conforme a las
necesidades del país, ya que era imposible hacerlo por los
trámites fijados por la misma constitución, la cual
se dijo entonces con mucho esprit, que estaba atrancada
por den-tro. Me fundaba en que así podrían evitarse
una reacción total contra las instituciones liberales y
las constantes revueltas de las Secciones por carencia de
facultades del Gobierno nacional para intervenir en las luchas de
los Estados, y con el objeto tam-bién de avigorar el Poder
Central y recortar las ilimitadas libertades y otros defectos que
contenía el Código de Río Negro.

El Sr. Parra, poco inclinado a tocar el libro sagrado, a
cuya expedición había contribuido como convencional
de Río Negro, no manifestó entusiasmo por la
reforma. No obstante por complacer al General Salgar, quien
estaba de acuerdo en la misma idea, convocó a vatios
personajes del liberalismo, entre los cuales recuerdo a los Drs.
Santiago y Felipe Pérez, Gil Colunje, Jacobo
Sánchez y Francisco Eustaquio Alvarez, para consultarles
nuestros proyectos.

Después de una larga discusión, en la cual
manifestaron su asentimiento a la reforma los Sres. Pérez,
especialmente Don Felipe, la mayoría de los concurrentes,
se pronunció por la nega-tiva, y mi proyecto
fracasó. Esto debe constar en las actas del Consejo de
Ministros que diariamente se escribían en esa
época-.

Tal vez si se hubiera anticipado la reforma de la
Consti-tución por iniciativa del Gobierno liberal, la gran
reacción intentada por Nuñez no se habría
consumado.

CAPITULO XXII.

Manuel
Murillo

SUMARIO. – Boceto biográfico de este gran
Repúblico. – Su origen humilde y pobre. – Sus primeras
labores políticas. – Como Secretario o Ministro del
General López lleva a cabo grandes reformas
políticas. – En 1864 es elegido Presidente de la
República para suceder a Mosquera. – Murillo dirige todos
sus esfuerzos a devolver el reposo a la República. –
Reconoce el Gobierno conservador del Estado So-berano de
Antioquia. – Principales actos de la primera
Administración Murillo. – Durante otro Gobierno de
Mosquera, Murillo es perseguido por este Caudillo. – Segunda
Administración Murillo. – Célebre res-puesta que da
al General Mosquera, Gobernador del Cauca con motivo de las
Pastorales del Obispo de Pasto. – Misión
diplomática de Mu-rillo a Venezuela. – Retiro de Murillo
de la vida pública. – Su enfermedad y su muerte. -Dedico
especialmente este capitulo a hacer un boceto bio-gráfico
del gran Repúblico, en cuya tumba se hundió
también el partido político de quien fué
Apostol y Jefe esclarecido.

Murillo fué entre los liberales de Colombia la
figura mas distinguida, después de Santander, y en la
época moderna la mas alta entre sus
correligionarios.

Alto, seco, delgado, de color cetrino, ojos verdosos,
cabellos lacios y cara demacrada, Murillo parecía ser a
primera vista un cenobita o un filósofo de la antigua
Grecia pero examinándolos con atención se
descubría en los rasgos de su fisonomía fatigada al
Estadista de hondo pensamiento y de grandes
concepciones.

Con algunos de los datos escritos por el
Dr. Teodoro Valen-zuela, discípulo, amigo y admirador de
Murillo, paso a hacer a grandes pinceladas la historia de su
vida.

El 15 de Enero de 1916 nació Murillo en el pueblo
de El Chaparral, Estado del Tolima, en el seno de una familia
humilde y pobre.

Protegido por el Dr. Nicolas Ramirez, Cura
de Ortega, hizo

sus primeros estudios en el Colegio de San
Simón de Ibagué. Su familia hito sacrificios
pecuniarios en su modesto haber para enviar al jóven a
continuar sus estudios en la Capital, en donde, gracias a la
protección que le prestaron el Dr. Francisco

M. Quijano .y Don Lino de Pombo (el afamado
Ministro de Relaciones Exteriores), pudo concluir su carrera
profesional de abogado, recibiendo el correspondiente diploma y
titulo en 1836.

El Foro, no era profesión apropiada para los
talentos y las ambiciones del futuro estadista. Carecía de
locuacidad, y su pa-labra vacilante lo hacía inepto para
los estrados de los Tribunales. A fuerza de estudio y de labor,
Murillo pudo adquirir mas tarde las grandes dotes de orador que
le dieron tantos triunfos en las luchas
parlamentarias.

Siendo joven pobre, el nuevo abogado buscó como
medio de subsistencia los empleos públicos, y fué
oficial mayor de la Se-cretaría de la Cámara de
Representantes de 1837 a 1840. Mas tarde fué Secretario
General del malogrado Vezga, en la insur-rección de la
antigua provincia de Mariquita.

« Antes de ser revolucionario en el campo de
batalla había hecho sus estrenos por la prensa. Un
opúsculo sobre la Admi-nistración del Dr.
Márquez, que mereció el honor de ser atribuido a
Santander, jefe de la oposición y hábil polemista
político y va-rios artículos insertos en « La
Bandera Nacional » y « El Cor-reo », fueron las
primicias del talento de Murillo como escritor. Aquellos"
primeros trabajos fijaron la atención del mismo
Santan-der, y de los Dres. Soto y Azuero, quienes profetizaron
desde entonces al nuevo publicista una brillante carrera en los
negocios publicos (í).

En 1844 fué Secretario del Coronel
Anselmo Pineda, Go-bernador de Panamá.

De 1846 a 1849 concurrió a la
Cámara de Representantes como Diputado por las provincias
de Mariquita y Santa Marta.

En 1847 fundó en Santa Marta, con el
nombre de « Gaceta Mercantil » un periódico
que alcanzó desde el principio reputa-ción nacional
y fué la base de la brillante carrera de Murillo y de su
fama como publicista y hombre de Estado.

En 1849 fué elegido por el Congreso,
en una tempestuosa se-sión, el General López,
prócer eminente de la independencia, Ii-beral acendrado,
valeroso guerrero y hombre de grandes hechos y virtudes
públicas.

En el célebre Ministerio, netamente liberal que
formó el Ge-neral López al instalar su Gobierno que
debía ser un audaz re-volucionario en la paz,
culminó Murillo, como Ministro de Ha-cienda y más
tarde como Ministro de Relaciones Exteriores.

Hago pausa en este boceto biográfico para
tributar un ho-menaje especial al grande Estadista que fué
el alma política de esa histórica
Administración, con la reproducción de los
conceptos que emití sobre Murillo al celebrarse su
centenario y de los cua-les tomo los siguientes
apartes:

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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