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Los misterios de Albiña




    Albiña, pueblo sin corbata blanca –
    Monografias.com

    Albiña, pueblo sin corbata
    blanca

    Era invierno, una tarde de sol refulgente y
    polvoriento.

    Las hojas y ramas de
    los árboles estaban hastiadas de polvo y
    yacía adherida en ellas tanta quietud que parecían
    no tener vida. Esto era a causa de la poca presencia de viento
    que soplaba en los días de agosto en el
    Albiña.

    Valentina Mejía sentada en una
    rústica butaca que miraba frente a su casa Observaba
    celosamente las flores de un gran árbol de Ceiba de tallo
    voluminoso y frondoso. Sus hebras blancas interrumpían
    sutilmente su visión pero ésta con un soplido de su
    aliento las apartaba sin quitar la mirada del gran árbol.
    Veía por un momento bajo la presencia de un milagroso
    viento cómo caían al suelo algunas hojas
    y flores de él. De repente dirigió su mirada al
    otro extremo de la Ceiba, directamente hacia un par de azulejos
    que con cantos de alegría construían su nido
    de amor. Recordaba los momentos más felices de su
    vida, en los que construía su sueño con el ser
    amado. Era tanto el encanto en esa hora que su mente huyó
    de su realidad, sus ojos parecían como de culebra
    hambrienta y su piel se erizó.

    Evocaba el tiempo en el que
    vivía en San Urrutia, su tierra de origen, en la
    cual vivió muchos años hasta llegar a
    Albiña. Trajo a la memoria los abrazos de su
    madre que tanto amó y de su hija Elvira quien fallece
    cuando solo tenía 39 años.

    Inmortalizaba su primer amor, las salidas a
    escondidas con sus amigas, sus buceos en la ciénaga
    sanurrutiana, su llenura de pescado frito y guisado,
    los volcanes de vela que alteraban en fuego
    con agua. Advertía como todo era encanto en su vida
    de juventud. Se observaba tomada de la mano con su primer
    novio caminando por la orilla de la ciénaga diáfana
    con una gran lumbrera rosada parada al final de las aguas con una
    figura de corazón que proyectaba en conjunto con
    un gran arco iris multicolor. Sus rostros estaban tan
    florecientes y llenos de gracia que
    parecían Ángeles recién
    descendidos de los cielos.

    De repente escucha una voz remota que
    decía:

    -"Se quema el arroz Valentina, el arroz se
    quema" -a ella le parecía familiar esa voz, pero no
    quería renunciar a aquel hechizo. Sintió que su
    hombro era sacudido desesperadamente y nuevamente la voz que
    insistía:

    "-se quema el arroz Valentina, el arroz se
    quema. -Era su esposo, Luís Arrieta, de cabello liso y
    blanco, estatura baja y pecho hundido. Usaba unas abarcas
    de cuero con plumas desgastadas, una camisa sin
    bolsillos y una rula en su vaina.

    Valentina corrió exasperadamente a
    retirar el cardero de arroz del fogón de adobe. Mientras
    atravesaba la calle tropezó con una piedra y calló
    boca abajo. Llena de mucha ira se levantó con una de sus
    chancletas de caucho reventadas y su pollera de varias
    telas de colores diferentes llenas de aquel polvo
    amarillo. -mira lo que me pasó por hacer lo que tu no eres
    capaz de hacer, ¿acaso no podías quitar el cardero
    del fogón? ¿Qué clase de marido
    tengo? -El señor luís con su humor insaciable
    replicó

    -No es bueno alisar la calle con la
    barriga, déjale ese trabajo a las
    cata pilas. Valentina exhaló profundamente para
    aminorar su ira, se dio vuelta y entró a su casa sin
    pronunciar palabra alguna, pues su vergüenza era
    única, algunos de sus vecinos presenciaron el
    hecho.

    Al llegar al patio hasta el fogón de
    adobe, todo estaba lleno de humo, Valentina entonces,
    retiró el cardero y lo dejó caer de
    inmediato.

    — ¡ay carajo me quemé!
    Saliendo de entre el humo con sus pupilas rojas y lacrimosas.
    Luís al verla lanzó una carcajada a los cuatro
    extremos de la tierra mostrando sus dientes picados y
    sus caninos de color platina señalándola
    con el dedo índice

    –¡ay Vale, pareces una burra
    trasnochada! -Impotente y ante la burla de su esposo, Valentina
    le lanzó una leña ardida en fuego
    arrebatándole el tabaco de su boca cayendo
    éste en una butaca llena de moscas.

    -eso es para que respetes.
    -pronunció Valentina.

    -perdóname mi Vale, profirió
    Luis acompañado de una sonrisa astuta entre sus
    dientes.

    Siendo las seis de la tarde se sentaron a
    cenar. – ¿sólo yuca con suero?

    –¿Es que acaso tu bajaste el
    cardero de arroz cuando se estaba quemando? -Respondió
    valentina aun enojada, ¡ves jáctate de
    burla!.

    En la noche, a las diez, Luís no
    paraba de carcajear y burlarse recordando lo sucedido al medio
    día con Valentina quien Profundamente molesta
    dijo:

    –en vez de ser tan charlatán y
    hacerme volar la piedra porque más bien no piensas que en
    este pueblo tan maluco y pequeño ya van seis muertos en
    sietes noches y no hay nada de nada del que está matando.
    La policía de San Urrutia ha llegado mil millones de veces
    aquí pero no hace nada, se ponen es a comer frito donde
    Rodrigo. A ellos no les importa nada de eso. Somos nosotros los
    que debemos más bien cogernos a ese matón. Toda la
    gente de aquí ahora recoge sus chemelecos tempranos y se
    encierran en sus casa porque tienen miedo; y ¿qué
    hace la policía?, ¡pues nada! El señor de los
    fritos, ya no se queda hasta las diez de la noche como antes
    vendiendo sus fritos, la señora Aura ya no saca a sus
    nietos a pasear al parque y nuestra gran vecina ya no anda de
    casa en casa soplando chisme.- Dichas estas palabras,
    reinó un silencio profundo y solo se escuchaba el canto de
    los sapos y grillos.

    –tengo calor– dijo
    Luís.

    – Te la aguantas porque no podemos abrir la
    ventana con tantas cosas malucas que están pasando. Yo
    también tengo calor y me la aguanto, ¿acaso no eres
    macho para aguantar más calor que yo? -Concluyó con
    un tono irónico. Luís permaneció callado por
    un largo momento agitándose impaciente es su cama sin
    toldo, escuchando el zumbido de los mosquitos en sus
    oídos. De repente afirmó: –yo voy a averiguar
    quien ese matón desgraciado y estoy más
    que seguro que es de este pueblo. Mi compadre Rodrigo
    solía decirme que aquí hay
    una persona que siempre ha estado inconforme
    con su gente y costumbres, que es un hombre enfermo y
    antisocial, y que probablemente sea el matón.
    Incómodo con el calor y las picaduras de los mosquitos
    abrió una puerta de la ventana.

    -No lo hagas Luís, acuérdate
    cómo está el pueblo. -Seguro de sí mismo,
    Luís le respondió: –te juro y garantizó que
    no pasará nada,

    — ¿y cómo puedes estar tan
    seguro?

    –pues, porque no logro sentir la mala
    hora, pues tengo el poder de sentir el bien y el mal.
    -Valentina musitó casi en silencio:

    -Eso es lo malo de llegar a
    viejo.

    Por un instante miraron el cielo el cual
    estaba gris y una gran luna algo nublada admirándolos
    compasivamente. Sentían que ella respiraba al ritmo de
    ellos. De esa manera, se quedaron dormidos.

    Valentina tuvo pesadillas y despertó
    turbada:

    — ¡Luís, Luís! –
    grito, pero Luís no respondía. Tentó en la
    oscuridad toda la cama pero él no estaba. Nuevamente lo
    llamó, pero persistía el espeso silencio. Se
    levantó y la asustó un enorme sapo que pisó
    al pie de la cama.

    -Malditos sapos, — dijo para sí
    misma, lo tomó con una bolsa en sus manos y lo
    arrojó por la ventana. Luego encendió un
    mechón e iluminó por toda la casa. Salió
    nerviosamente al patio y alumbró el baño
    imaginándose que posiblemente Luís estaría
    en él. Pero no lo encontró. Solo escuchó al
    fondo, al otro lado de la cerca de alambre púa algo que
    atropellaba la paja con su cuerpo. Valentina temió en gran
    manera y un solitario sudor frío bajó de su pela
    diente derecho el cual se disolvía a medida que acariciaba
    el inicio de su cuello arrugado. Entró a la casa,
    alumbró el reloj. Eran las 4 de la mañana.
    –¿dónde estará metido Luís? – se
    preguntó. En esa espera se quedó
    dormida.

    Despertada por el canto de los
    pájaros que tenían enjaulado, se levantó.
    -Luís, Luís.

    -aquí estoy, ¿qué
    pasa?

    — ¿dónde estabas?

    –estaba arrancando
    un majado de yuca.

    –¿a las 4 de la
    mañana?

    — si, si, es que decidí arrancarlo
    a esa hora porque a esa hora ya no tenía
    sueño.

    Media hora después se sentaron a la
    mesa ya habitada por una cantidad de moscas.
    El café estaba servido en la mesa. Luís
    lo probó y ligeramente lo escupió.

    –¡ay carajo, me quemé
    la lengua! -Valentina soltó una risotada.

    –Eso es para que respetes,
    acuérdate cuando me quemé las manos en el
    fogón y tú te burlaste de mí.- Luís
    no pronunció nada al respecto y dijo para sus
    adentros:

    –esa me las paga. Media hora
    después:

    –Valentina te buscan en la
    puerta.

    –¿Quién es?

    –La señora Aura, –dijo mintiendo.
    Al salir ésta a atender supuestamente a la señora
    Aura, Luis atravesó el pie y valentina calló boca
    abajo. Inmediatamente soltó una algazara que tal vez se
    escuchó en toda Albiña. Furiosamente Valentina se
    incorporó y tomó entre sus manos una escoba de
    barbasco. Luis al ver que su esposa le iba a lanzar la escoba se
    apresuró a salir del patio muerto de la risa y en vano
    Valentina se la arrojó, pues hasta mató unos
    pichones de cotorras que tenía en un recipiente de
    totuma.

    –Un día de estos te arranco las
    muelotas brillantes que tienes en tu puerca boca.

    Después del desayuno el señor
    Luís salió a buscar la comida del día.
    Él era trabajador de oficios varios. Sabía levantar
    cercas de patios, cortar el sucio de la hierba, ordeñar,
    entre otros oficios propios de un hombre de sus
    características.

    Llegada las nueve de la mañana se
    encontró con Rodrigo Domínguez, fritanguero, quien
    ya no salía por las noches a hacer su trabajo por temor.
    Éste era conocido en el pueblo por su gran sombrero
    vueltiao, sus abarcas rojas, su camisa desbotonada a la altura
    del ombligo presiona por el volumen de su
    estómago. Además lo diferenciaban por sus saludos
    matinales mientras vendía su producto.

    — ¿Cómo ha pasado viejo
    Luís? -saludo Rodrigo Domínguez dando tres
    palmaditas en la espalda de Luis.

    — muy bien y mal.

    — ¿y por qué bien y
    mal?

    — bien porque estoy vivo y porque como no
    tenía nada para comer hoy ya me encontré un
    cerdo.

    –¿cuál cerdo?

    –pues uno que me acaba de golpear la
    espalda hace un minuto. Rodrigo Domínguez un tanto
    ofendido distorsionó el comentario y pregunto:

    — ¿y por qué mal?

    — porque salí desde las seis y
    media de la mañana a rebuscarme algo por ahí y no
    he encontrado nada de nada.-

    – vez al Bar de Billar y averíguate
    ahí si el dueño está buscando a alguien que
    alimente a sus cerdos, me parece haber escuchado que él
    está necesitando a alguien que le haga ese
    trabajo.

    –Está bien voy a ir para ver como
    es la vaina — concluyó Luís replicando a musitadas
    un poco desanimado por el trabajo.

    Atravesando el parque principal vio debajo
    del árbol de Ceiba un grupo de vecinos como
    discutiendo sobre algún asunto. Entre ellos estaba la
    señora Enriqueta, la señora Aura, el hijo del
    propietario del Bar de Billar y su esposa Valentina. Se
    acercó curiosamente y escuchó que hablaban acerca
    de los misteriosos asesinatos. De un momento a otro el hijo del
    propietario del Bar de Billar con sus ojos llenos de amargura se
    puso en pie sobre la butaca y emitió la siguiente
    alocución:

    –todos escuchen, reuniré a todos
    los hombres de éste pueblo para agarrar al desgraciado
    asesino, ¿están conmigo?

    –¡si! -respondió el pueblo a
    una sola voz.

    – entonces nos reuniremos mañana en
    este mismo lugar a las 9 de la mañana para planear como
    agarrarlo. Así que vayan craneando ideas para escoger las
    mejores, ¡Ha! Una vez en nuestras manos no tendremos
    compasión de él. ¡Lo quemaremos
    vivo!

    A lo lejos Luís capturó
    la atención de Valentina y con una seña
    la hizo venir hasta él.

    — ¿y tu que haces aquí?
    -Preguntó Valentina,–pensé que estabas trabajando.
    -concluyó-.

    –voy para el Bar de Billar a hacer un
    trabajo y como no tenemos nada para comer esta tarde y en la
    noche voy a apresurarme.

    — ¡Bien!, pero cuando llegues a la
    casa te voy a decir lo que está sucediendo
    últimamente.

    — ¡listo! Respondió Luis
    saliendo de entre la gente.

    Al llegar al Bar de Billar encontró
    la puerta cerrada. Era una puerta roja con un enorme candado
    de hierro entre las bisagras platinas. Con un gesto
    insípido golpeó el suelo con sus abarcas pero
    reaccionó inmediatamente acordándose que sus
    plantillas estaban sumamente deterioradas y que desde
    hacían 4 años no compraba unas nuevas. En las que
    usaba se descubría parte de sus talones y la parte
    posterior de éstas estaban amarradas con pita
    chinú. Por un instante evocó la situación
    por la que atravesaba su vida sumergida en la pobreza y
    la miseria, testigo de ellas, la triste Albiña.

    Trajo a la memoria los
    años de su vida en San Urrutia. En él tenía
    un sustento estable. Vivía con su esposa Valentina y un
    nieto de tres años llamado Alberto. La casa en la que
    vivían era propia y aunque eran pobres no atravesaban la
    desdicha en la que hoy día vivían deprimidos. Ese
    recordar lo había chocado contra aquella realidad
    inhóspita, de la cal quería escapar. El
    sol apretó con mayor ímpetu su calor y a lo
    largo de la calle veía la tierra llena de vapor, como
    hirviendo y al final de ésta se formó
    inesperadamente un remolino que se paró entre dos
    pimientos y huyó luego dejando a su paso hojas secas
    volando inocentemente a la altura de un poste.

    Él sabía que desde muchos
    años anteriores había trazado su destino. Cuando
    era joven le nacieron tres hijos con una sobrina suya, quienes
    hoy día lo rechazan al no aceptar que su madre sea su
    propia sobrina. Y los que actualmente tiene con Valentina se
    fueron muy lejos, pues, ellos fueron quienes presenciaron aquella
    escena en la cama con su sobrina engañada por él
    mismo. Durante considerable tiempo el trató de que
    éstos callasen, pero un día cualquiera cuando ya
    eran de edades razonables huyeron de su casa dejando
    una carta a la familia más cercana de
    Luís, quienes enterados de la noticia se apartaron de
    él. Con la única que contaba era con Ramona, su
    nieta adoptiva quien vivía regularmente cómoda en
    San Urrutia y que le ayudaba en todo cuanto podía. Ramona
    realmente los auxiliaba no por él, sino por su abuela
    Valentina, madre de su madre.

    Un día desesperado viajó a
    Barranquilla mintiéndole a Valentina explicando que
    viajaría a María navaja a hacer un
    trabajo.

    En Barraquilla conocía a un viejo
    amigo de la infancia quien le había propuesto
    venderle una casa en esa ciudad por un precio menor a
    la que tenía en San Urrutia. Éste le había
    prometido un trabajo en el que pagaban bien.

    Fue así como Luis cerró trato
    con su viejo amigo.

    De regreso a San Urrutia le contó la
    verdad a Valentina a quien le fue difícil aceptarlo, sin
    embargo, terminó resignándose.

    Vendida la casa, Ramona le pidió
    prestado un dinero que le devolvería 10
    días después. Luis se lo prometió
    diciéndo que mandara a uno de su hijo por él al
    amanecer siguiente, un día antes de su partida a
    Barraquilla.

    Muy temprano de mañana, Ramona
    envió a su hijo por el dinero como se lo
    pidió Luís. El niño tocó varias veces
    la puerta y un vecino que escuchó los golpes le dijo que
    dejara de insistir porque Luis y Valentina habían viajado
    muy temprano en un camión a Barranquilla con todas sus
    pertenencias.

    Ramona, única nieta incondicional
    con quien ellos contaban no podía creer lo que su abuelo
    le había hecho y desplomándose de la tristeza
    lloró amargamente. Ella no cuestionó a su abuela
    porque sabía que no tenía nada que ver en el
    asunto. Valentina solo era victima de su esposo que junto con su
    nieta Ramona nunca tuvieron de acuerdo con la mudanza.

    Dos meses después tocaron la puerta
    de Ramona y cuando ésta abrió se llevó una
    sorpresa.

    — ¿Y qué hace usted
    aquí? -preguntó Ramona
    extrañadísima.

    — nos engañaron, –respondió
    Luis mirando al suelo, con una mirada perdida.

    Ellos habían enviado el dinero de la
    casa cuatro días antes de la mudanza. Llegados a
    Barranquilla no encontraron rastro de su aparente viejo amigo, ni
    casa, ni trabajo, ni alimento. De suerte uno de sus hijos que
    había huido de ellos los alojó pero, al cabo de
    unos meses les dijo que debían regresar porque la
    situación económica no le era favorable. Al
    despedirse de su hijo, éste les dijo que no quería
    tener más en su casa unos pobres arrimados.

    Ellos habían regresado a San Urrutia
    absolutamente sin nada. Lo que se habían llevado lo
    vendieron para poder sostenerse. Acabado todo, se les
    obligó regresar.

    Luis rogó a Ramona para que ellos se
    quedasen allí por un tiempo mientras solucionaban su
    situación. Ella con todo el dolor de su corazón les
    negó el favor.

    Luis desesperado, con su rostro
    lánguido no hallaba que hacer. Sin familia, sin
    dinero, sin alimento, sin casa y ahora sin el respaldo de
    Ramona.

    Su nieta percibiendo la precaria
    situación, habló con el alcalde para que los
    ayudara. Después de un tiempo el alcalde resolvió
    ubicarlos en Albiña. Luis aceptó con pocas ganas la
    ayuda ya que no quería vivir en aquel pueblo, pero no
    tenía otra opción.

    Fue así como llegaron a
    Albiña, pueblo sin calles pavimentadas y poco a poco
    fueron adaptándose a ella.

    Luís y Valentina habitaban
    allí desde hacía 15 años. Su nieto Alberto a
    sus 19 viajó muy lejos en busca de mejores
    destinos.

    Luís era muy conocido de todo el
    pueblo por su insatisfecho sentido del humor, constantemente
    sobresalía por su gran sonrisa la cual adornaba su rostro.
    Hacía bromas con todos en Albiña, se reía,
    divertía. Por las mañana salía a saludar a
    sus vecinos y éstos le recibían con totumitas de
    café.

    Todos quienes lo conocían, lo
    apreciaban mucho. En los concursos de chistes que se
    realizaban todos los años en el pueblo, en Julio,
    él participaba y había ganado muchos de
    ellos.

    Una triste nostalgia se apoderó de
    Luis. Extenuado y con ánimo enjuto huyó por un
    instante de su apenada realidad. Lo despertó un repentino
    viento solano que golpeó su pecho. –¡maldita sea!,
    –dijo. ¿Para qué existo, para que Dios me
    creó? Yo no debería estar viviendo esta vida de
    miserable que Dios sabía que iba vivir. –¿por
    qué me creaste Dios? ¡Maldita sea esta vida tan
    pobre!

    Sentado en la terraza del piso bruto del
    billar escribía con su dedo índice sobre la tierra
    el nombre de su madre, a quien tanto amó con furor. Era
    tanto el amor que sentía por ella que cuando
    vivían bajo el mismo techo, él no le
    permitía a ella que hiciera oficio hogareño alguno,
    ni siquiera que lavara sus propios interiores. Por las
    mañanas al despertarse, él le llevaba el desayuno a
    la cama y todo el aseo ya estaba hecho. Ella no tenía
    necesidad de tender su cama, pues, él se la tendía,
    incluso, tampoco transportaba el agua del poso al
    baño para bañarse, todo se lo hacía
    él, producto de ese amor inefable de hijo a
    madre. Desde el día que murió, Luís nunca
    fue el mismo hombre fructuoso, dadivoso y transparente. Aunque
    habían pasado 30 años de su muerte aun la
    recordaba como si hubiera muerto el día anterior y la
    lloraba inundando su cántaro de lágrimas y
    ahogándose en ellas y la contemplaba y le expresaba a
    solas: MAMÁ TE AMO.

    Su mundo oculto y turbio era desconocido de
    todos los que le conocían, pues en su interior se
    aglutinaba una pena y quejares inmedicables como si tuviera
    incrustada una estaca es su pecho y luego siguiera viviendo
    así. La ausencia de su madre y la desgracia en la que se
    encontraba recóndito se aglomeraban
    con violencia en las paredes más susceptibles de
    su corazón. En realidad Luís sentía gigantes
    olas de melancolías ytristezas y mucho odio a la
    vida.

    Una solitaria lágrima por cada
    pupila cayó a tierra en el nombre de su madre y cada letra
    inscrita brilló como el sol del medio día, sus
    manos temblaban y sus ojos entonces no paraban de llorar. De
    repente el sol se ocultó entre las nubes, volvió el
    viento frío y solano, el cielo estaba gris y
    las aves cantaban con sufrimiento como si sintieran el
    dolor de Luís.

    Eran las 11 de la mañana.

    -va a llover, será mejor que me
    vaya.

    Cinco pasos recorría cuando a sus
    espaldas escuchó.

    -señor Luis, ¿cómo
    está?, ¿necesitaba algo?

    –si, si, dijo sonriendo y
    enjugándose las lágrimas. Es que estoy buscando una
    chambita por ahí y como por ahí escuché que
    usted está buscando a alguien que le hiciera un trabajo,
    entonces por eso yo vine.

    –si, si, en efecto, –respondió
    Eusebio Bracamonte, propietario del Bar de Billar.

    — ¿y en qué consiste el
    trabajo?

    — venga y vea. Lo llevó hasta el
    patio Y le señaló tres grandes cerdos yersis
    traídos de Europa.

    –¿ve los tres cerdos que
    están allá?

    — si señor, los veo.

    –bien, quiero que me les recoja la
    mierda, la meta en el saco que está en la puerta
    del chiquero y la bote al playón. Luís
    sintiéndose miserable, aceptó
    resignadamente.

    — ¿y los guantes?

    –no, no, señor Luís, yo no
    entrego esas cosas, quien me haga este trabajo se las tiene que
    arreglar como pueda. Por un momento pensó no hacer ese
    trabajo tan vil, pero instantáneamente recordaba que ya
    eran las doce de la tarde y no había conseguido nada para
    la comida del día.

    — está bien, – acepto
    Luís.

    Cuando fue la una de la tarde,
    terminó el trabajo.

    –Listo Don Eusebio, ya
    terminé.

    — ¡ajá! ¿Y
    cuánto le debo?

    –2.000 pesos.

    –¡qué!, si yo escasamente
    pago por ese trabajito 1.000 pesos y usted ahora me sale con que
    son $2.000, ¿de dónde saca usted eso
    hombe?

    –pero Don Eusebio, 1.000 pesos no alcanzan
    más que para una libra de arroz y un cuarto de manteca, y
    yo necesito para almorzar y cenar.

    — eso es lo que yo siempre pago,
    además, ese no es mi problema. Al final Luís
    aceptó el dinero ofrecido.

    — me tocó recoger toda esa mierda
    de cerdo casi que con las manos peladas, por unos miserables
    1.000 pesos, más el olor que me tocó de soportar.
    Esto lo decía para sus adentros mientras se dirigía
    camino a su casa.

    Cuando llegó no entró por la
    puerta de la sala sino por el portoncito del patio.
    Acercándose al fogón de adobe, vio a Valentina
    comiéndose un plato de arroz con frijoles y yuca
    harinosa.

    — ¿Dónde conseguiste todo
    eso?, — preguntó extrañado el señor
    Luís.

    — Rodrigo Domínguez nos lo
    regaló junto con otros vecinos de su cuadra.

    –seguramente fue porque le dije que estaba
    buscando chamba para la comida de hoy y como presintió que
    no iba a conseguir nada en este día tan difícil nos
    regalo todo esto.

    ¡Gloria a Dios! Concluyó
    Luís con sus ojos húmedos.

    Valentina le sirvió a la mesa un
    plato con arroz, frijoles y yuca que éste consumió
    en menos de lo que canta un gallo.

    — ¿tenías bastante hambre
    verdad?

    — si, hoy tuve un día muy
    difícil de trabajo. Ten estos 1.000 pesos para
    mañana.

    — ¿dónde los
    conseguiste?

    — Amarrando una cerca, –respondió
    mintiendo.

    –¡Aja vele! ¿Qué era
    lo que me ibas a decir?

    –¡Ha!, qué… -fue
    interrumpida por la señora Aura parada en medio de la
    entrada:

    ¡Qué desgracia Dios
    mío, acaban de encontrar muerto al hijo de la
    señora Dolores cerquita al Caño.

    –¡Qué! ¡Eso no puede
    ser posible! ¿Por qué le hicieron eso a ese pobre
    muchacho que no se metía con nadie? —y maldijo al
    asesino caminando hacia la terraza.

    –Me duele y me da tristeza la
    muerte de toda esta gente inocente.

    –¿y qué podemos hacer?
    -preguntó Valentina.

    –pues nada, ni la policía ni nada
    pueden hacer algo porque a ellos no les importa nuestras vidas en
    este pueblo, pero si se tratara de la familia del alcalde hay si
    se preocuparan o la de don Vergara Pénate, el de la 19 de
    San Urrutia — ¡Bueno ya!, — interrumpió Valentina,
    —mejor durmamos un rato para reposarnos la comida.

    Afuera en la calle pasaba el carro de la
    policía con el cadáver del hijo de doña
    Dolores en su interior. Había un sinnúmero de
    habitantes de Albiña que gritaba unánimemente por
    la parte trasera del carro policial: –¡justicia,
    justicia!;¡ agarren y maten al asesino!

    Luís se levantó y se
    animó y se unió a la protesta. Toda la tarde fue de
    reproche hasta las 6, porque a esa hora todos se encerraban en
    sus casas y en las calles de Albiña no se percibía
    la presencia ni siquiera de un alma.

    Siendo las 10 de la noche Valentina
    extendía su toldo a la altura de una persona medido desde
    la faz de la colchoneta.

    Luís trataba de dormir. Escuchaba
    los susurros de los rezos de su esposa.

    –Ya duérmete Vale.

    — Ya casi termino, no te preocupes, rezo
    para que no maten más gente en Albiña.

    El amanecer, fue interrumpido por los
    gritos de angustia de la señora Aura, su hija y la de su
    yerno. Todo el pueblo los consolaba. Luis preguntó a uno
    de los que estaba en el parque lo que sucedía. El joven le
    respondió que habían matado a los nietos de 5 y 7
    años de la señora Aura. Ellos no podían
    concebir el hecho. Se acercaron a la señora Aura y en
    medio de abrazos, dolores y lágrimas la
    consolaron.

    No era fácil soportar el asesinato
    de los niños inocentes y menos para su abuela y
    padres.

    Aun se lamentaba la precariedad en el
    parque cuando el pueblo vio llegar el carro de la policía
    con el cadáver del hijo de Eusebio Bracamonte. Su cuerpo
    estaba acribillado con más de 20 puñaladas.
    Detrás de la brutalidad de su muerte se ocultaba la
    crueldad de su asesino. Tal homicidio quizá
    obedecería a lo pronunciado por éste en el
    parque.

    Ya eran 11 los muertos y lo más
    curioso era que todos habían sido muertos con un arma
    blanca muy afilada y larga.

    Dada esta situación la
    policía decidió establecer un pequeño
    comando policial hasta que fuese necesario.

    Al siguiente día se efectuó
    el sepelio de los nietos de Aura y del hijo de Eusebio Bracamonte
    quien no cesaba de llorar. Ese mismo día se cumplía
    la primera noche de velorio.

    Albiña
    era ambiente sepulcral. Podía percibirse el olor
    a muerte, a tristeza, a luto, a venganza, a perfume de infierno.
    El dolor era tan grande que el duelo se burlaba de la
    alegría y la muerte censuraba a la vida.

    El 16 de agosto se vestía de
    ornamentos grises teñidos por el sereno incansable del
    invierno. La policía inicia requisas de casa en casa en
    busca del o los responsables de las precariedades en el pueblo o
    al menos pruebas o abducciones que los condujeran a
    éstos.

    En esta tarea hallaron varios cuchillos con
    las características del que usaba el
    antisocial.

    Llegados a la vivienda de Don Eusebio
    Bracamonte encontraron un cuchillo con tales cualidades en la
    cocina con manchas de sangre. De esta manera fue capturado y
    llevado esposado al comando de la policía de San Urrutia.
    En su defensa Eusebio Bracamonte alegaba ser inocente bajo la
    afirmación de que las manchas del cuchillo era sangre de
    un gallo que había matado el día anterior, no
    obstante el comandante decidió trasladarlo ya que
    ponía en consideración la necesidad de una prueba
    en el laboratorio de la sangre adherida en el
    cuchillo.

    Transcurrieron varios meses. La
    tranquilidad había regresado y también Eusebio
    Bracamonte, a quien no le encontraron pruebas. Pese a esto, la
    policía decidió quitar el comando que había
    establecido en aquel pueblo.

    Quienes aún entristecidos
    poseían el corazón negro del luto, como la
    señora Dolores y la señora Aura, no estaban
    conforme con la decisión de las autoridades, pues, nada
    garantizaba la tranquilidad absoluta para el pueblo.

    Con sus ojos aceitados de lágrimas y
    teñidos de sufrimiento, manifestaron su inconformismo con
    la justicia del país. Al respecto, la señora
    Dolores afirmó:

    –Claro, como somos personas pobres y
    vivimos en este pueblo no le importamos al gobierno! Solo se
    interesan cuando los viejos esos políticos llegan a hacer
    politiquería, mostrándose buenos y cariñosos
    y prometiendo mentiras. Cuando ganan las elecciones no nos
    visitan ni por equivocación. Pero si ellos no hacen
    Justicia, nosotros si la haremos con nuestras propias
    manos-.

    Algunos que escucharon lo qué
    ésta decía sintieron resentimientos por la
    injusticia de la justicia y de la vida misma y prometieron no
    creer nunca más en ella, ni en políticos mentirosos
    ni en el gobierno. Fue tanta la influencia
    del discurso , que muchos de ellos se llenaron de un
    espíritu de resentimiento y odio hacia todo lo que oliera
    o pareciera gobierno. De ellos se supo que habían decidido
    incorporarse a grupos ilegales, al margen de
    la Ley. Nunca se supo la suerte de ellos.

    Una mañana cualquiera, unos varones
    jóvenes del pueblo se reunieron clandestinamente, y
    acordaron vigilar muchas noches por turno para atrapar a aquel
    misterioso criminal, pues, estos varones no dudaban que
    éste aparecería en cualquier momento. Tal
    vigilancia era desconocida del resto de la comunidad.

    Pasaron 2 meses de guardia. No pasaba nada
    en el pueblo hasta tal punto, que resolvieron desistir. Sin
    embargo, fue la última noche que se escucharon gritos
    horrorosos provenientes del llamado playón de
    Albiña. Los varones vigilantes se acercaron afanosamente
    al lugar de los hechos con escopetas en las manos. Un adolescente
    trataba de sobrevivir a la furia de un hombre que le propinaba
    tantas heridas con un cuchillo muy afilado. Los varones armados
    le dispararon varias veces vulnerando las fuerzas de aquel hombre
    misterioso, qué muy herido trataba de huir. En medio de la
    oscuridad provenía de su boca un brillo
    de luz que delataba su ubicación. Se quejaba de
    dolor. No podía un paso más y resignó su
    huida. Los varones, lo golpearon tanto como pudieron. No lograron
    reconocerlo dada a la espesa oscuridad que los circundaba y a su
    rostro cubierto. Uno de los jóvenes lo baño con
    gasolina y le prendió fuego con un fósforo.
    Éste agonizaba en medio de la turbulencia del ardor y el
    dolor de sentir que la piel es consumda en el fuego gritando:
    -perdónenme Albiña, perdónenme
    Albiña-. Con estas palabras expiró.

    El pueblo alegre por el suceso nunca dio
    parte a la policía y escupían el cadáver
    quemado del supuesto asesino. De él, únicamente se
    había rescatado el cuchillo y un librito con más de
    cincuenta pensamientos. Uno de ellos con manchas de sangre en la
    primera portada que decía: "Por tú muerte
    y mi desgracia, abandonado por mi propia suerte, me
    convertí en el Yo, aquel monstruo que mi alma detesta y
    que se metió en mí alma como demonio destructor que
    asecha con furor".

     

     

    Autor:

    Álvaro Villacob
    Ochoa.

    Licenciado en educación
    básica énfasis en Español e
    Inglés.

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