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Historia de un poderoso caballero… El dinero



  1. México y los
    tributos
  2. El crédito
    en la Nueva España

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Dice un aforismo medieval: "Un hombre sin dinero es la
viva imagen de la muerte". La sentencia, untando brutal, no se
encuentra, sin embargo muy lejos de la realidad, puesto que, a lo
largo de la historia, pocos valores materiales han provocado
sobre los individuos transformaciones sociales y morales tan
intensas. De hecho, conceptos como riqueza y poder suelen
relacionarse directamente con "ese poderoso caballero que
es Don Dinero", como bien aseveraba Francisco de
Quevedo.

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Por su parte, el Arcipreste de Hita apostillaba con
ironía en su Libro del Buen Amor: "Al torpe hace discreto,
hombre de respetar; hace correr al cojo, al mudo le hace hablar;
el que no tiene manos bien lo quiere tomar".

Con el establecimiento, en el IV milenio A. de C., de
las primeras dos grandes civilizaciones de la historia, Egipto y
Mesopotamia, los sistemas de intercambio de mercancías
alcanzaron una mayor sofisticación debido al creciente
desarrollo del comercio. Ello propicio que, junto al trueque,
convivieran formas toscas de dinero en forma de diminutos
objetos, primero a partir del cobre y, más adelante, del
oro y la plata.

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Aunque los egipcios pagaban sus tributos y sueldos en
especie, también solían utilizar en sus
transacciones comerciales diversas unidades de intercambio
económico. Una de ellas era el deben, un lingote de cobre
cuyo peso era de 90 gramos. Así, un ganadero podía
ofrecer una vaca cuyo valor era de un deben y medio a cambio de
una hectárea de tierra. Otra unidad de cambio era el khar,
cuyo valor se expresaba en comparación con un saco de
grano de 65 kilos de peso. La moneda propiamente dicha no la
utilizaron hasta épocas muy tardías, cuando el rey
macedonio Alejandro Magno (356-323 a. C.) ocupó el
país del Nilo y dio a conocer la acuñación
del metal.

Hasta ese momento los egipcios continuaron desarrollando
diversos sistemas de intercambio basados en el trueque, incluso
en sus relaciones comerciales con el exterior. Por ejemplo, dado
que carecían de madera para sus barcos, muebles y
sarcófagos, se veían obligados a intercambiar con
Siria o Líano diversos productos autóctonos por
ingentes cantidades de madera.

La civilización Mesopotámica, menos
aislada geográficamente que Egipto, desarrolló un
comercio tan intenso que incluso mantenía rutas hacia el
valle del Indo y el Caucaso. Su dinero, al principio, era la
cebada, un producto agrícola muy abundante en
Mesopotamía"

Pero los caprichos de la economía ya
hacían de las suyas por aquel entonces; debido a las
fluctuaciones de las cosechas de cereal, la moneda sufría
constantes cambios de valor, por lo que finalmente optaron por el
cobre y otros metales. De hecho, ya en tiempos del rey
babilónico hammurabi (1728 – 1686 a. de C)
existían en circulación lingotes de plata llamados
ciclos, cuyo peso por unidad era de 8 gramos.

La notable capacidad comercial de que hizo gala
Mesopotamia propició también la creación de
diversas formas de organización bancaria, ciertamente
evolucionadas para la época, tanto que los antiguos
mesopotámicos fueron quizá los primeros en
instituir los préstamos con intereses. Y un
interés, por cierto, bastante elevado: si un
préstamo era de productos agrícolas, un 33.33 por
ciento anual; si era de metal, el prestamista se llevaba un 20%.
De igual modo, también inventaron diversos conceptos
financieros, como el depósito, la orden de pago, la fianza
o la comisión. El hombre de negocios era un personaje
importante en la sociedad y vida mesopotámicas; de
él dependían varios o muchos empleados. Con
frecuencia trabajaba como agente del tesoro real, pero
también podía hacerlo por cuenta de otros hombres
libres o en nombre propio. Desde la I dinastía
babilónica es el lejano antecesor del moderno
banquero.

Aunque como hemos visto, egipcios y babilonios idearon
eficaces formas primigenias de dinero, lo cierto es que
jamás llegaron a acuñar monedas. Eso sucedió
en el siglo VI a.C., en un país del este de Asia Menor:
Lidia, los lidios eran inmensamente ricos, o mejor dicho, la
monarquía reinante. Poseían numerosos yacimientos
de oro y, según relata el cronista griego Herodoto, fueron
los primeros kapeloi o revendedores al detalle. En efecto, Lidia
se encontraba en plena ruta comercial entre Oriente y las
ciudades griegas de la costa, por lo que existía un
numeroso colectivo profesional de mercaderes. Estos al parecer,
decidieron un día poner un poco de orden en sus
operaciones de compraventa. Conscientes del caos comercial
–o por lo menos de la incomodidad- que suponía la
proliferación de marcas, anillos y lingotes utilizados en
las transacciones y cuyo uso se había generalizado desde
los tiempos mesopotámicos, idearon un sistema más
unitario, práctico y eficaz: la acuñación de
monedas en piezas de electro, una aleación natural de oro
y plata.

John Kenneth Galbraith en su obra El dinero: de donde
vino, a dónde fue, "siempre se consideró degradante
que judas entregase a Jesús por treinta monedas de plata.
El hecho de que fuesen de plata sólo indica que se trataba
de una transacción comercial normal; si hubiesen sido tres
piezas de oro, proporción plausible en la antigüedad,
el trato habría sido algo excepcional".

Dicen que detrás de toda gran fortuna se esconde
un crimen, y en el caso de aquellas abultadas cuentas corrientes
se ocultaba muchas veces la mano negra de la estafa y la
falsificación, lo que sin duda proporcionó a muchos
–incluido el Estado– grandes beneficios.

Los romanos fueron grandes maestros cuando se trataba de
mermar la cantidad de metal noble de sus monedas o
confeccionarlas en calidad inferior, con lo que podían
comprar lo mismo con menos cantidad de oro y plata. Ya lo
decía el poeta latino Horacio (65-8 a. C.) cuando en sus
epístolas aconsejaba, no sin cierto cinismo, lo siguiente:
"Procúrate dinero; si puedes, procúratelo
honradamente; si no, procúratelo de cualquier
modo.

En Génova se crea la primera gran banca de la
historia, símbolo de los nuevos tiempos y piedra angular
de lo que no tardaría en convertirse –hasta la
irrupción de la Bolsa- en el santuario del dinero por
excelencia; el sistema bancario. La banca genovesa cambiaba
moneda, realizaba préstamos con interés y, con
mayor innovación, introdujo el contrato de cambio,
antecedente histórico de la letra de cambio. Es decir, la
firma de un ciudadano equivalía ya a dinero constante y
sonante, siempre y cuando tuviera los suficientes fondos en
depósito, es decir, que fuera solvente. Y esto solamente
era el comienzo. El desarrollo de las ciudades, la
proliferación de las sociedades mercantiles y el comercio
establecido con Oriente a través de los grandes puertos
europeos transformó el dinero en un potente factor
económico y social que como bien señalaba el
aforismo medieval antes mencionado, convertía a un a
persona sin él "en la viva imagen de la muerte"

Sin duda las clases más desfavorecidas
debían contemplar con estupor y perplejidad el vasto
mercadeo financiero que bullía en los grandes Wall Street
de las ciudades de Brujas, Venecia, Génova, Milán o
Florencia. En esta última ciudad desarrolló su
influencia, ya en el Renacimiento, la celebre familia
Médici, al igual que otros banqueros florentinos,
financiaban y manejaban las arcas de las cortes europeas
más importantes y remuneraban las sumas confiadas por sus
clientes con un interés cercano al 10%, mientras que el de
los préstamos podía incluso superar el
25%

Cuando en el año 1492 Cristóbal
Colón llegó a América, poco podían
sospechar los europeos que con ello aparecería en escena
uno de los caballos de batalla –antes y ahora- de la
macroeconomía: la inflación. En efecto la conquista
del nuevo mundo trajo consigo un gran flujo de metales preciosos
de América a Europa. Esto provocó considerables
aumentos en los precios, sobre todo en España, a donde
llegaba el metal y desde donde se distribuía al resto del
viejo mundo. Baste decir a modo de ejemplo, que entre 1500 y 1600
se quintuplicaron los precios en Andalucía y se
triplicaron en Francia, Holanda e Inglaterra.

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Fue a principios del siglo XVIII cuando el papel moneda,
tal como lo conocemos ahora, hizo su aparición en el
mercado financiero europeo. Sin embargo, el primer billete de la
historia se puso en circulación en China de la
Dinastía Ming, en el siglo XIV. Su valor era de mil
monedas de cobre e incluía una advertencia que aún
hoy puede leerse: "Aquel que falsifique papel dinero o ponga
en circulación papel dinero falso, será decapitado.
Aquel que denuncie y aprese a un falsificador recibirá 250
monedas de plata como recompensa, además de todo el
patrimonio del criminal".

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La creación del billete moderno se debe a un
curioso personaje escocés llamado John Law, quien
llegó a Francia en 1716 tras haber dilapidado su fortuna y
cuya profesión era, en esos momentos, la de jugador de
cartas. Muy hábil, sin duda, debía ser Law para que
al poco tiempo de instalarse consiguiera una autorización,
por decreto de ley, para fundar en París un banco con un
capital inicial de seis millones de libras facultado para emitir
y conceder préstamos con ellos. En sólo tres
años emitió papel moneda por un valor de 2,600
millones de francos, cuyo beneficio, al parecer, fue a parar a
operaciones comerciales en América que resultaron
desastrosas. En 1720 La Banque Royale, que así se llamaba,
se declaró en bancarrota, mientras Law huía al
extranjero dejando tras de sí innumerables fortunas
arruinadas. Sin embargo, su hazaña dejo el camino abonado
para la creación de billetes por parte de los propios
bancos, en base a sus depósitos de metal, oro y
plata.

México y
los tributos

Tenochtitlan se convirtió en la potencia
más temida y respetada de su época, al combinar dos
elementos que estaban firmemente arraigados en los pueblos de
Mesoamerica: la religión y el sistema tributario. A cada
pueblo que conquistaban, además de victimas para el
sacrificio, debía de pagarles un alto tributo si no
quería verse aniquilado.

Los calpixque o recaudadores de tributos,
recogían infinidad de productos agrícolas, de
pesca, materias primas y cautivos.

En los palacios del tlatoani se almacenaban los
tributos. Actuaba el Estado como una suerte de banco en el que se
depositaban las riquezas obtenidas y que a su vez se encargaban
de distribuirlas entre la población, quedándose las
clases altas, como es de suponer, con la mayor parte.

El Consulado de la Cd. De México o Universidad de
Mercaderes se fundó en 1584. Estos comerciantes se
encargaban de introducir en el territorio novohispano, con
amplios márgenes de ganancia, las mercancías
–vinos, ropa, paños, sedería,
mercadería, armas, herramientas, acero, ferretería
y demás- que llegaban a Veracruz procedentes de
Cádiz, unico puerto autorizado a enviar la flota a la
Nueva España hasta 1778 cuando se abrió el comercio
a otros puertos de la Peninsula. Tambien comerciaron con los
productos –sedería, marfil, porcelana, joyas,
especias, telas de algodón– que a partir de 1565 llegaron
al puerto de Acapulco desde las Islas Filipinas; productos que en
gran parte iban a dar a España, no sin antes haber pasado
por sus bodegas. La Nao de China hizo de México punto
intermedio de un verdadero comercio mundial que no se vio
interrumpido, pese a los piratas, las armadas enemigas y los
tifones y huracanes, durante más de 250 años;
verdadero record en la historia del comercio.

El crédito
en la Nueva España

Para España sus colonias representaban una
especie de organismos económicos complementarios, de ellas
recibia los productos de que carecía y el oro y la plata
que le permitían embarcarse en sus aventuras belicas en
Europa. A su vez, enviaba a las colonias los excedentes de las
mercancías que se producían en la península,
vigilando severamente que no se elaboraran en ellas. Esta
política expoliadora y monopolista fue un pesado fardo
para la economía de la Nueva España, siempre
cargada de restricciones, prohibiciones y gravámenes. Si a
esto agregamos su aislamiento del resto del mundo, las
pésimas comunicaciones internas y el exceso del
circulante

Crédito a los campesinos

Los repartimentos. Eran tiendas oficiales
mediante las cuales la Corona, a través de estos
funcionarios conocidos como alcaldes mayores, repartía
entre las comunidades indígenas bienes de consumo que
debían ser pagados con sus respectivos intereses al
término de la cosecha. Generalmente los bienes eran caros
y de mala calidad y muy altos intereses que les cobraban. Incluso
muchas veces inservibles para el indio: cuenta una
anécdota que al entrar un español al jacal de un
indio, encontró que éste tenía más de
quince pares de botines, que le habían dado en los
repartimientos. Esta vil forma de explotación disfrazada
de crédito desapareció por órdenes reales en
1786.

La tienda de raya. Es sin duda la más
conocida forma de crédito a los trabajadores del campo.
Esto se debe a que sobrevivió a la Colonia y se
siguió empleando durante todo el siglo pasado hasta que
desapareció, junto con las haciendas, al triunfar la
Revolución. Eran las tiendas de raya almacenes que
existían en todas las haciendas; allí los peones
cobraban cada semana su salario, la raya. Sin embargo, en
realidad no recibían un céntimo: el encargado del
almacén se limitaba a abonar el salario del peón en
la cuenta del adeudo que éste tenía con la tienda,
pues en ella adquiría a crédito sus bienes de
consumo.

Los precios de estos bienes y los intereses sobre los
préstamos estaban calculados de tal forma que siempre
sobrepasaban por mucho la capacidad de compra del salario del
trabajador; esto lo orillaba a estar endeudado de por vida. En la
mayoría de los casos, el adeudo pasaba de padres a hijos,
quienes desde que empezaban a trabajar ya cargaban el lastre de
una deuda que les impedía abandonar la hacienda. La tienda
de raya de triste memoria, está considerada como uno de
los más oscuros y vergonzosos capítulos en la
historia del crédito de nuestro país.

El crédito piadoso. En solemne ceremonia,
el 25 de febrero de 1775 fue inaugurado el Monte de Piedad de
Ánimas. Cristalizaba así un viejo sueño de
su fundador y promotor, don Pedro Romero de Terreros. Se avecindo
en la Nueva España en la década de los treinta. En
1743 se asocio con José Bustamante, dueño de varias
minas en Real del Monte, Pachuca, y al morir su socio, en 1750,
Don Pedro quedó como único propietario de las
minas; de ellas obtendría en pocos años una inmensa
fortuna.

Hombre en extremo devoto, gastó una buena parte
de sus bienes en limosnas, obras piadosas y generosas donaciones
a la Iglesia, siempre ávida de dinero para construir sus
magníficos edificios. Pero pronto comprendió que
por cuantiosa que fuera su fortuna, no duraría mucho si la
dedicaba a la caridad, ya que aunque con ello beneficiaba a mucha
gente, muchisimos más continuaban desvalidos. De
ahí la idea de crear un Monte Pío que pudiera
aliviar por la vía del préstamo, por un
módico premio, las necesidades de todas las clases
sociales.

El monte de Piedad empezó a trabajar con un
patrimonio de 300 mil pesos, cedido por su fundador. Su
funcionamiento era prácticamente el mismo que hoy en
día: se valuaba el objeto entregado en prenda; con ello se
determinaba el importe del préstamo, y se le entregaba al
interesado junto con una papeleta. Si al cabo de cierto tiempo de
seis a ocho meses, no se recogía la prenda o no se
refrendaba el préstamo, ésta era subastada. El
importe recibido de la almoneda se entregaba al dueño de
la prenda, después de hber sido descontado el monto del
préstamo. Podrá acudir al Monte cualquier persona,
sin importar su rango o clase social.

El Monte de Piedad de Ánimas, hoy Nacional Monte
de Piedad, junto con la Loteria Nacional para la Asistencia
Pública, son de las pocas instituciones fundadas en la
Colonia que han subsistido hasta nuestros días; y, a
diferencia de lo ocurrido en las tiendas de raya, el del Monte de
Piedad es uno de los capítulos más luminosos y
generosos en la historia del crédito en el
país.

Por lo que respecta a "la era del dinero de
plástico" comienza en 1949, a raíz de la iniciativa
de Frank Mc Namara, un hombre de negocios de New York, quien un
día al asistir a un lugar a comer, a la hora de pagar se
dio cuenta que había olvidado el dinero, e ideó un
procedimiento que le permitiría comer en alguno de los
mejores restaurantes de la ciudad sin tener que llevar en el
bolsillo dinero en efectivo: creo una organización que
garantizará el pago de los consumos realizados por sus
socios y la llamo Diners Club (en español podría
traducirse como el Club de los Comensales). Muy pronto se
incluyeron hoteles y grandes almacenes entre los establecimientos
afiliados al club. Hacia 1951 eran tantos los agremiados, que fue
necesario fabricar tarjetas de cartulina que contenían el
nombre y la firma del socio, así como una lista de los
establecimientos en donde eran aceptadas. A partir de entonces el
concepto de tarjeta Diners se extendió rápidamente,
rebasó los limites de la Urbe de Hierro y las propias
fronteras de los Estados Unidos, para dar vuelta al
mundo.

El uso de tarjetas con banda magnética represento
un notabilísimo avance en términos de automatizar
el proceso de las transacciones y reducir los riesgos de
operaciones fraudulentas. No obstante las cintas
magnéticas se pueden llegar a borrar y son relativamente
sencillas de falsificar; esto les da una confiabilidad de
aproximadamente 80%, altísima si se compara con
aquélla que reporta el uso de listas impresas,
además hay que agregar los altísimos costos que
implican la instalación y la utilización de los
sistemas de telecomunicaciones que permiten hacer funcionar la
red.

Frente a esta problemática, lo que se
empezó a buscar entonces en el mundo de la
electrónica y el dinero de plástico fue sustituir
este costoso sistema –que dependía de la
comunicación con una central- por otro que redujera o
evitará en la medida de lo posible el empleo de las redes
telefónicas para autorizar y realizar transacciones: un
sistema basado en terminales capaces de leer los datos que la
propia tarjeta procese y almacene. Se está hablando pues,
de las tarjetas chip y de las tarjetas inteligentes.

El origen de las tarjetas chip se encuentra en Francia,
país donde el uso de las telecomunicaciones es
particularmente caro. Lo que se hizo fue integrar en las tarjetas
un microprocesador o microchip capaz de almacenar datos y,
además, de interactuar con un equipo o terminar que
–una vez efectuada la operación graba en él
nueva información. El proceso es similar al de las
tarjetas con banda magnética, pero, a diferencia e
éstas, las tarjetas chip registran saldos que se van
descontando o aumentando en funci´`on de las transacciones
que con ellas se realizan.

Existen, por ejemplo, tarjetas chip para la
adquisición de gasolina. El microchip tiene registrado en
su memoria el saldo inicial o la cantidad en metálico que
se depositó en cuenta al adquirir la tarjeta; cuando el
tarjetahabiente va a la gasolinera y llena su tanque de
combustible, simplemente inserta la tarjeta en una Terminal que
automáticamente registra el pago y lo descuenta del saldo
origínal en el chip de la tarjeta.

Por medio de los parámetros y saldos almacenados
en el chip, la transacción se efectúa sin necesidad
de hacer una llamada telefónica para obtener
autorización. Una vez que el consumidor ha agotado los
fondos de su tarjeta, simplemente la tira y compra otra, en el
caso de que posea una tarjeta desechable, o bien, cuando
ésta sea de tipo reutilizable, acude a la
institución bancaria para hacer un nuevo depósito y
recargar su chip.

Las que están llamadas a ser el instrumento
crediticio y financiero del futuro son, sin duda, las tarjetas
inteligentes o superinteligentes. Su tecnología es, en
principio, la misma que la de las tarjetas chip –de
ahí la frecuente confusión de llamar a estas
últimas "tarjetas inteligentes", cuando en realidad no lo
son-: tienen integrado un microprocesador mucho más
poderoso que les permite calcular saldos, restar, sumar y
realizar otras operaciones por sí mismas. La gran
diferencia con las tarjetas de banda magnética o con las
tarjets chip, es que las tarjetas inteligentes no dependen de la
Terminal o del comnutador central para realizar las
transacciones, sino que todo el procesamiento de datos se efectua
en la propia tarjeta, en tanto que las terminales simplemente
registran la operación.

En el caso de as tarjetas con banda magnética,
para realizar una transacción es necesario insertar la
tarjeta en una Terminal conectada por medio de una línea
telefónica a la computadora central del sistema. La
Terminal lee el número de tarjeta; se le digita el tipo y
el monto de la operación, y entonces transmite la
información al computador central. Segundos
después, una vez recibida la autorización, la
Terminal registra la transacción y la envía
nuevamente al centro de cómputo para su captura. Este
proceso es muy costoso; además depende completamente de
las comunicaciones: si éstas se interrumpen, la Terminal
no funciona.

Lo que se busca, pues, con tas tarjetas chip y las
inteligentes es que la propia tarjeta contenga la
información y se realice en ella la transacción.
Para ello, es necesario contar con terminales programadas para
afectar o grabar información sobre las tarjeta. –sea
de crédito, de débito o de prepago-; a
través de estas terminales alimentadoras simplemente se
"recargan" las tarjetas, pero las transacciones se llevan a cabo
en el propio plástico, con lo que se evita la dependencia
de toda una red de telecomunicaciones.

Las tarjets inteligentes permiten al usuario realizar
todo tipo de comprs y de adquisiciones; efectuar traspasos o
retiros de efectivo; calcular saldos; cambiar su número
confidencial o de identificación personal (NIP) cuantas
veces lo desee; además se pueden conectar en casa a una
computadora personal para obtener balances y estados de cuenta,
lo que implica obvias ventajas en cuanto a tiempo y
costos.

 

 

Autor:

L.C. y M.C. Miguel Ángel
Bolaños Moreno 1

 

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