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Mitología Nórdica 9. Balder



  1. El
    dios más amado
  2. El
    Sueño de Balder
  3. La
    Profecía de la Vala
  4. Los
    Juegos de los Dioses
  5. La
    Muerte de Balder
  6. La
    Pira Funeraria
  7. La
    Misión de Hermod
  8. La
    Condición para la Liberación de
    Balder
  9. El
    Regreso de Hermod
  10. Vali
    el Vengador
  11. El
    Culto a Balder

El dios
más amado

De Odín y Frigg,
se dice, nacieron hijos gemelos tan diferentes en carácter
y aspecto físico como era posible que lo fueran dos
niños. Hodur, dios de la oscuridad, era
sombrío, taciturno y ciego, como la oscuridad del pecado,
la cual se suponía que simbolizaba; mientras que su
hermano Balder, el bello, era venerado como el
dios puro y radiante de la inocencia y la luz. De su frente
blanca y cabellos dorados parecían irradiar rayos de Sol
que alegraban los corazones de dioses y hombres, por los que era
igualmente amado.

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El joven Balder alcanzó su
mayoría de edad con maravillosa rapidez y fue admitido muy
pronto en la asamblea de los dioses. Fijó su residencia en
el palacio de Breidablik, cuyo techo de plata
descansaba sobre pilares de oro y cuya pureza era tal que a nada
que fuese, vulgar o impuro se le permitía su presencia
dentro de sus recintos, y allí vivía en perfecta
armonía junto a su joven esposa Nanna
(flor), la hija de Nip (brote), una bella y
encantadora diosa.

El dios de la luz estaba bien versado en la ciencia de
las runas, que estaban escritas en su lengua; él
conocía bien las diversas virtudes de las flores, una de
las cuales, la camomila, era llamada "la frente de Balder",
porque era tan inmaculadamente pura como esa parte de su rostro.
La única cosa oculta ante los radiantes ojos de
Balder era la percepción de su propio
destino.

El Sueño
de Balder

Ya que era tan natural que Balder el
hermoso estuviera sonriente y feliz, los dioses comenzaron a
darse cuenta de un cambio en su comportamiento. La luz se fue
gradualmente de sus ojos azules, una expresión de ansiedad
invadió su rostro y sus pasos se volvieron pesados y
lentos. Odín y Frigg,
percatándose del evidente abatimiento de su amado hijo, le
rogaron con ternura que les revelara la causa de su
tristeza.

Todos los Aesir vinieron

rápidamente al consejo,

también las Asynjur,

todos en cónclave,

todas las potencias meditaron

por qué Balder estaba

angustiado con sueños de mal
agüero

Balder fue cediendo finalmente a sus
anhelantes ruegos, confesó que sus sueños, en vez
de ser tranquilos y reparadores como antaño, se
habían visto extrañamente alterados por oscuras y
opresivas pesadillas, las cuales, aunque no podía
recordarlas cuando se despertaba, le perseguían
constantemente con una vaga sensación de miedo.

Cuando Odín y
Frigg oyeron esto, se sintieron muy
desasosegados, aunque prometieron que nada dañaría
a su universalmente amado hijo. Sin embargo, cuando los inquietos
padres discutieron posteriormente el asunto, confesaron que
también ellos se habían visto asaltados por
extraños presentimientos y, llegando finalmente a creer
que la vida de Balder estaba seriamente
amenazada, procedieron a tomar medidas para evitar el
peligro.

Frigg envió a sus sirvientes en
todas direcciones, con órdenes estrictas para exigir a
todas las criaturas vivientes, todas las plantas, metales,
piedras, de hecho, toda cosa animada o inanimada, que
pronunciaran el solemne juramento de no hacerle daño
alguno a Balder. Toda la creación hizo
enseguida su juramento, ya que no existía nada sobre la
tierra que no amara al radiante dios. Los sirvientes regresaron
hasta Frigg, informándole que todos
habían jurado debidamente, excepto el muérdago que
crecía sobre el tronco del roble a las puertas del
Valhalla, aunque era, añadieron, una cosa
tan inofensiva e insignificante que no había nada que
temer. Frigg reanudó entonces su hilado
con gran alegría, ya que estaba segura de que nada
podría perjudicar a su hijo que amaba por encima de
todo.

La
Profecía de la Vala

Odín, mientras tanto,
había decidido consultar con una de las profetisas o
valas muertas. Montado sobre su corcel de ocho
patas Sleipnir, cabalgó a través
del palpitante puente Bifrost y por el
accidentado camino que conduce a Gjallar y la
entrada de Niflheim, donde, tras dejar
atrás a Helgate y el perro
Garm, penetró en la oscura morada de
Hel.

Para su sorpresa, Odín vio que un
festín se estaba preparando en este oscuro reino y que los
sillones habían sido cubiertos con tapices y anillos de
oro, como si se esperara a algún importante invitado. Pero
él siguió corriendo sin descanso, hasta que
llegó hasta el lugar donde la vala
había descansado sin ser perturbada durante muchos
años. Entonces Odín comenzó
a entonar un hechizo mágico y a trazar las runas que
tenían el poder de revivir a los muertos.

La tumba se abrió súbitamente y su
profetisa se incorporó lentamente, preguntando
quién había osado interrumpir su sueño.
Odín, que no deseaba que supiera que
él era el poderoso padre de dioses y hombres,
respondió que era Vegtam, hijo de
Valtam, y que la había despertado para
informarse sobre el personaje para el que Hel
estaba sacando sus divanes y preparando un banquete festivo. Con
voz sepulcral, la profetisa confirmó todos sus temores
contándole que el invitado al que esperaban era
Balder, que estaba destinado a ser muerto por
Hodur, su hermano, el dios ciego de la
oscuridad.

A pesar de la evidente reticencia de la
vala para seguir hablando,
Odín no quedó aún satisfecho
y le exigió que le dijera quién vengaría al
dios asesinado y daría cuenta de su asesino. La venganza y
la represalia eran consideradas como deberes sagrados por las
razas nórdicas.

Entonces la profetisa le relató como
Rossthiof había ya pronosticado que
Rinda, la diosa tierra, tendría un hijo de
Odín y que Vali, como se
llamaría el niño, no se lavaría el rostro ni
se peinaría los cabellos hasta que hubiese vengado en
Hodur la muerte de
Balder.

Una vez hubo dicho esto la reacia vala,
Odín preguntó:
"¿Quién rehusará llorar la muerte de
Balder?". Esta imprudente pregunta
demostró un conocimiento del futuro que ningún
mortal podía poseer, lo cual le reveló
inmediatamente a la vala la indentidad de su
visitante. Consiguientemente, rehusando decir una sola palabra
más, volvió a hundirse en el silencio de la tumba,
declarando que nadie sería capaz de volver a sacarla de
nuevo hasta que llegara el fin del mundo.

Tras enterarse de los designios de Orlog
(destino), que él sabía que no podían ser
anulados, Odín volvió a montar en
su caballo y emprendió triste el camino de vuelta a
Asgard, pensando en la hora, no lejana, en al que
su amado hijo dejara de ser visto en las moradas celestiales, y
cuando la luz de su presencia se hubiera desvanecido por siempre.
Al entrar en Gladsheim, sin embargo,
Odín se vio algo tranquilizado por las
noticias, rápidamente comunicadas por
Frigg, referentes a que todas las cosas bajo el
Sol habían prometido que no dañarían a
Balder y, sintiéndose convencido de que si
nada iba a matar a su hijo, seguramente iba a continuar alegrando
a los dioses y a los hombres con su presencia, dejó a un
lado las preocupaciones y se entregó a los placeres del
festín.

Los Juegos de los
Dioses

El campo de recreo de los dioses estaba situado en las
verdes llanuras de Ida, y tenía el nombre
de Idavold. Allí se trasladaban los dioses
cuando estaban de buen humor y su juego favorito era el de lanzar
sus discos de oro, lo cual hacían con gran habilidad.
Habían vuelto a la práctica de este acostumbrado
pasatiempo con entusiasmo redoblado desde que
Frigg hubiera dispersado con sus precauciones la
nube que había oprimido sus espíritus. Sin embargo,
cansados al final de este juego, pensaron en idear
otro.

Habían averiguado que ningún proyectil
podía dañar a Balder, por lo que se
entretuvieron lanzándole toda clase de flechas, lanzas,
espadas, hachas y piedras, con la certeza de que no importaba
cuánto se afanaran, pues los objetos, habiendo jurado no
dañarle, errarían su objeto o caerían cortos
de distancia. Esta nueva diversión demostró ser tan
fascinante que pronto todos los dioses se congregaron alrededor
de Balder, recibiendo cada nuevo fallo en
acertarle con prolongadas risas.

La Muerte de
Balder

Estos arranques de jolgorio despertaron la curiosidad de
Frigg, quien se encontraba hilvanando sentada en
Fensalir, y, viendo a una anciana pasar delante
de su morada, le pidió que se detuviera y que le contara
qué estaban haciendo los dioses para provocar tanto
barullo. La anciana no era otra que Loki
disfrazado, quien respondió que los dioses estaban
lanzando contra Balder piedras y otros
proyectiles, embotados y afilados, mientras que éste
permanecía entre ellos sonriente e ileso,
retándoles a que le acertaran.

La diosa sonrió y reanudó su labor,
diciendo que era bastante natural que nada pudiera dañar a
Balder, ya que todas las cosas amaban la luz, del
cual él era su símbolo, y habían jurado
solemnemente no dañarle.

Loki, la personificación del
fuego, se disgustó mucho al oír esto, ya que estaba
celoso de Balder, el Sol, que le había
eclipsado por completo y era amado por todos, mientras que a
él se le temía y se le evitaba todo lo posible.
Pero él ocultó astutamente su irritación y
le preguntó a Frigg si estaba segura de
que todos los objetos se habían unido al
convenio.

Ella respondió orgullosa que había
obtenido el solemne juramento de todas las cosas, excepto el de
un pequeño e inofensivo parásito, el
muérdago, que crecía en el roble cerca de las
puertas del Valhalla y era demasiado
pequeño e insignificante como para ser temido. Esta
información era todo lo que Loki
quería saber y, tras despedirse de Frigg,
se alejó. Sin embargo, tan pronto como estuvo fuera del
alcance de su vista, recuperó su forma habitual y
tomó el muérdago que Frigg
había mencionado. Entonces, con sus artes mágicas
le confirió al muérdago un tamaño y una
dureza bastante fuera de lo común.

Del tallo de madera así obtenido fabricó
diestramente una flecha con la que regresó corriendo hasta
Idavold, donde los dioses aún le estaban
lanzando proyectiles a Balder, estando mientras
tanto únicamente Hodur apoyado tristemente
contra un árbol, sin participar en el juego.
Loki se aproximó discretamente hasta el
dios ciego y, fingiendo interés, le preguntó acerca
de la causa de su melancolía, insinuando astutamente al
mismo tiempo que eran el orgullo y la indiferencia lo que le
prevenían de participar en el juego.

En respuestas a estas afirmaciones,
Hodur alegó que sólo su ceguera le
impedía tomar parte en el nuevo juego y cuando
Loki puso la flecha de muérdago en su mano
y lo guió hacia el centro del círculo,
indicándole la dirección de la insólita
diana, Hodur disparó su flecha
enérgicamente. Pero para su consternación, en vez
de las sonoras risas que esperaba, un escalofriante grito de
horror atravesó sus oídos, pues
Balder el hermoso había caído al
suelo, atravesado por el fatal muérdago.

Con terrible preocupación se reunieron los dioses
alrededor de su querido compañero, pero su vida
había sido extinguida y todos sus esfuerzos para revivir
al dios Sol caído fueron inútiles. Desconsolados
por su pérdida, se volvieron furiosos hacia
Hodur, a quien hubieran matado allí mismo
de no haber sido refrenados por la ley de los dioses, que
impedía que ningún acto deliberado de violencia
profanara sus lugares sagrados.

El sonido de sus altos lamentos atrajo con gran rapidez
a las diosas hasta el terrible lugar, y cuando
Frigg vio que su hijo estaba muerto, rogó
vehementemente a los dioses que fueran hasta
Niflheim para implorarle a Hel
que liberara a su víctima, ya que la tierra no
podría existir felizmente sin él.

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Ya que el camino era extremadamente, fatigoso y
accidentado, ninguno de los dioses se ofreció a ir al
principio. Pero cuando Frigg prometió que
ella y Odín recompensarían al
mensajero amándole por encima de todos los
Aesir, Hermod mostró su
disposición a ejecutar la misión. A fin de
capacitarle para ello, Odín le
prestó a Sleipnir, y el noble caballo, que
no solía dejar que nadie lo montara excepto
Odín, partió sin demora hacia la
oscura trayectoria que sus cascos ya habían cabalgado en
dos ocasiones anteriormente.

Mientras tanto, Odín
ordenó que el cuerpo de Balder fuera
trasladado de Breidablik y envió a los
dioses al bosque para que cortaran enormes pinos con los que
construir una pira funeraria digna.

La Pira
Funeraria

Mientras Hermod cabalgaba a
través del sombrío camino que conducía al
Niflheim, los dioses cortaron y acarrearon hasta
la costa una gran cantidad de leña, la cual amontonaron
sobre la cubierta del buque dragón de
Balder, Ringhorn, construyendo
una elaborada pira funeraria. Según la costumbre,
ésta era decorada con tapices colgantes, coronas de
flores, copas y armas de todas clases, anillos de oro e
incontables objetos de valor, antes de que el inmaculado
cadáver, ricamente ataviado, fuera traído y echado
sobre ella.

Uno tras otro, los dioses se acercaron entonces a
ofrecer un último adiós a su amado compañero
y cuando Nanna se encorvó hacia él,
su tierno corazón se rompió, cayendo sin vida a su
lado. Tras ver esto, los dioses la situaron respetuosamente al
lado de su esposo, para que pudiera acompañarle incluso en
la muerte. Tras haber dado muerte a su caballo y a sus sabuesos,
y haber rodeado la pira con espinas, los emblemas del
sueño, Odín, el último de
los dioses, se acercó,

Como muestra de afecto por el difunto, y de dolor por su
pérdida, todos habían echado sus más
preciadas posesiones sobre la pira y Odín,
inclinándose, añadió entonces a las ofrendas
su anillo mágico Draupnir. Los dioses
congregados percibieron que estaba susurrándole algo al
oído de su hijo muerto, pero ninguno estaba lo
suficientemente cerca para escuchar lo que había
dicho.

Tras haber concluido estos tristes preliminares, los
dioses se dispusieron entonces a botar el barco, pero se
encontraron con que la pesada carga de leña y joyas se
resistía a sus esfuerzos combinados, por lo que no
pudieron moverlo ni un centímetro. Los gigantes de las
montañas, presenciando la escena desde lejos, y
percatándose de su apuro, se acercaron y dijeron conocer a
una giganta de nombre Hyrrokin, que vivía
en Jotunheim y que era lo suficientemente fuerte
como para botar la embarcación sin ninguna otra
ayuda.

Consecuentemente, los dioses le pidieron a uno de los
gigantes de la tormenta que se acercaran a buscar a
Hyrrokin. Ella hizo acto de presencia con
rapidez, montada sobre un lobo gigantesco, al cual ella guiaba
con una rienda hecha de serpientes que se retorcían.
Dirigiéndose hacia la costa, la giganta desmontó y
mostró arrogantemente su disposición de
proporcionar la ayuda requerida, si mientras tanto, los dioses se
hacían cargo de su montura, Odín
envió inmediatamente a cuatro berserks,
sus más enloquecidas fieras, para que entretuvieran al
lobo, pero, a pesar de su excepcional fuerza, no pudieron
refrenar a la monstruosa criatura hasta que la giganta la hubo
arrojado al suelo y atado a conciencia.

Hyrrokin, viendo que ahora serían
capaces de manejar a su obstinada montura, se dirigió
hasta donde, en lo alto del borde del agua, se erigía
Ringhorn, el poderoso barco de
Balder. Apoyando su hombro contra su popa, lo
envió al agua con un supremo esfuerzo. Tal era el peso de
la carga y la rapidez con la que fue arrojado al mar, que la
tierra tembló como si se tratase de un terremoto, y los
troncos sobre los que el barco se deslizó ardieron en
llamas debido a la fricción.

El inesperado temblor, casi causó que los dioses
perdieran el equilibrio, lo cual encolerizó tanto a
Thor que alzó su martillo y estuvo a punto
de matar a la giganta, si no le hubieran contenido sus
compañeros. Fácilmente apaciguado, como era
habitual, pues el temperamento de Thor, aunque
fácilmente suscitado, era fugaz, subió en el barco
de nuevo para consagrar la pira funeraria con su martillo sagrado
Mjollnir. Mientras realizaba esta ceremonia, el
enano Lit irrumpió de un modo irritante en
su camino, después de lo cual, Thor que no
había recuperado completamente su calma, le arrojó
al fuego que había acabado de encender con una espina, y
el enano ardió hasta quedar reducido a cenizas junto a los
cuerpos de la divina pareja.

El impresionante barco se introdujo entonces en el mar y
las llamas de la pira ofrecieron un espectáculo majestuoso
que asumía una gloria mayor con cada momento que pasaba,
hasta que, cuando el barco se aproximó al horizonte del
Oeste, pareció que el mar y el cielo ardieran en llamas.
Los dioses contemplaron tristes el resplandeciente barco y su
preciosa carga, hasta que se sumergió súbitamente
entre las olas y desapareció; no regresaron a
Asgard hasta que la última chispa de luz
se hubo desvanecido, y el mundo, como muestra de pesar por
Balder el bondadoso, se envolvió en un
manto de oscuridad.

La Misión
de Hermod

Los dioses entraron en Asgard tristes,
donde ningún sonido de alegría o festejos
recibieron los oídos, pues todos los corazones estaban
llenos de inquietante preocupación por el fin de todas las
cosas, el cual se sentía inminente. Y, ciertamente, la
idea del terrible invierno de Fimbulvetr, el cual
sería el heraldo de sus muertes, bastaba para desasosegar
a los dioses.

Sólo Frigg albergó
esperanzas y esperó ansiosa el regreso de
Hermod el veloz, el cual, mientras tanto,
había atravesado el palpitante puente y el oscuro camino
de Hel, hasta que, a la décima noche,
había cruzado las rápidas corrientes del río
Gjoll. Allí fue interrogado por
Modgud, quien le preguntó por qué
el puente Gjallar temblaba más bajo el
cabalgar de su caballo que cuando pasaba todo un ejército,
y le preguntó por qué él, un jinete vivo,
pretendía entrar en los tenebrosos dominios de
Hel.

Hermod le explicó a
Modgud la razón de su visita y, tras
averiguar que Balder y Nanna
habían pasado por el puente antes que él, se
apresuró a seguir su camino hasta que llegó a las
puertas que se erigían imponentes ante
él.

Sin desalentarse ante esta barrera,
Hermod desmontó sobre el suave hielo y,
ajusfando las correas de su silla, volvió a montar y,
clavando sus espuelas en los brillantes costados de
Sleipnir, le indujo a que diera un brinco
prodigioso, aterrizando ileso al otro lado de la puerta de
Hel.

La
Condición para la Liberación de
Balder

En vano le informó Hermod a su
hermano que había venido para rescatarlo.
Balder negó triste con la cabeza, diciendo
que sabía que debía permanecer en su lúgubre
morada hasta la llegada del Ultimo Día, pero le
imploró a Hermod que se llevara con
él a Nanna, pues el hogar de las sombras
no era lugar para una criatura tan bella y brillante. Pero cuando
Nanna escuchó esta petición, se
aferró más al lado de su esposo, jurando que nada
lograría separarla de él y que permanecería
por siempre a su lado, incluso en
Niflheim.

La noche se agotó con la conversación,
antes de que Hermod buscara a Hel
para implorarle que liberara a Balder. La hosca
diosa escuchó en silencio su petición, declarando
finalmente que permitiría a su víctima marcharse a
condición de que todas las cosas animadas e inanimadas
mostraran su pesar por su pérdida derramando
lágrimas.

Esta respuesta estaba llena de esperanzas, pues toda la
Naturaleza lamentaba la pérdida de Balder
y seguramente no había nada en toda la creación que
fuera a negar el tributo de una lágrima. Por tanto,
Hermod salió feliz del oscuro reino de
Hel, llevándose con él el anillo
Draupnir, que Balder le
devolvía a su padre, una alfombra bordada de
Nanna para Frigg y un anillo para
Fulla.

El Regreso de
Hermod

Los dioses se reunieron en asamblea ansiosamente
alrededor de Hermod cuando éste
regresó, y una vez hubo entregado los mensajes y los
regalos, los Aesir enviaron heraldos a todas las
partes del mundo para pedir a todas las cosas animadas e
inanimadas que lloraran la muerte de
Balder.

Al Norte, al Sur, al Este y al Oeste se dirigieron los
heraldos y a su paso caían las lágrimas de todos
los animales, las plantas y los árboles, por lo que el
suelo se vio saturado de humedad; y los metales y piedras, a
pesar de sus duros corazones, lloraron también.

De camino de vuelta finalmente hacia
Asgard, los mensajeros vieron acurrucada en una
oscura cueva a un giganta de nombre Thokk, que
algunos mitólogos supusieron que era Loki
disfrazado. Cuando se le pidió que derramara una
lágrima, se burló de los heraldos e,
introduciéndose en los oscuros nichos de su cueva,
declaró que ninguna lágrima caería de sus
ojos y que a ella poco le importaba que Hel
retuviera a su presa por siempre.

Lágrimas secas son las que

Se desprenderán de Thokk

en la pira funeraria de Balder.

Vivo o muerto, jamás

el hijo de Odín me ha
servido,

dejemos que Hel

retenga lo que es suyo.

Tan pronto como los mensajeros llegaron a
Asgard, los dioses se congregaron a su alrededor
para conocer el resultado de su misión. Pero sus rostros,
iluminados con la alegría de la anticipación, se
oscurecieron por la desesperación cuando supieron que una
criatura había rehusado al tributo de las lágrimas,
por lo que no podrían tener nunca más a
Balder en Asgard,

Vali el
Vengador

Los decretos del destino aún no habían
sido del todo consumados, y el acto final de la tragedia
será brevemente resumido.

Vali el Vengador, como fue llamado, hijo
de Odín y de Rinda,
entró en Asgard el día de su
nacimiento y aquel mismo día dio muerte a
Hodur con una flecha de un haz que al parecer
había acarreado para ese propósito. Así, el
asesino de Balder, a pesar de que había
sido un instrumento inconsciente, expió por el crimen con
su sangre, según el código de los verdaderos
nórdicos.

En las moradas occidentales,

Vali, nacerá de Rinda.

Cuando tenga edad de una noche,

vengará al hijo de
Odín.

No se lavará las manos,

No se peinará el cabello,

hasta que el asesino de Balder

sea quemado en la pira

El Culto a
Balder

Uno de los más importantes festivales se
celebraba en el solsticio de verano, o día de San Juan, en
honor a Balder el bondadoso, ya que era
considerado el aniversario de su muerte y de su descendencia al
inframundo. En ese día, el más largo del
año, la gente se congregaba en el exterior, hacía
grandes hogueras y contemplaba el Sol, que en las latitudes
nórdicas extremas apenas se oculta bajo el horizonte antes
de volver a elevarse en un nuevo amanecer. Desde el solsticio,
los días se iban haciendo gradualmente más cortos y
los rayos del Sol se hacían menos cálidos, hasta el
solsticio de invierno, que se conocía como la "noche
Madre", ya ¿fue era la noche más larga del
año. El solsticio de verano, una vez celebrado en honor a
Balder, se llama ahora día de San Juan,
tras haber suplantado aquel santo de la tradición
cristiana a Balder.

 

 

Autor:

Allan Alvarado Aguayo,
MSc

 

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