En una apartada cabaña vivían Margarita
con sus tres hijos, Sebastián de 10 años, Baldomero
de 8 y María José de 7 años. Su entorno se
circunscribía a la casucha rústica de techo de
tabayo tejido, paredes de adobe enjarradas con lodo, pintadas de
color blanco con cal y una cocina siempre humeante, cuyo techo
brillaba de un color negro, producto de la hornilla que
servía para preparar la comida y para calentarse de los
fríos intensos de los días inclementes de invierno.
Sus paredes parecían serpentear por la vara prieta tejida,
cubierta por las manitas de los niños que untaban el lodo
para tapar los hoyos por donde entraba el sol y el aire
frio.
Todas las mañanas Margarita se levantaba al salir
el alba, se dirigía a atizar la hornilla con leña
que cortaba con sus ásperas y callosas manos. Ponía
a hervir el oloroso café de talega que tostaba y
molía dos veces por semana, y que por su rico y oloroso
sabor, tenía entregas con doña Lichita, Chuyita y
Don Gumaro, señor de la tercera edad, que vivía
solo con sus vacas y borregos. Viudo, cuyo retiro a esta morada
le sirvió para curar su dolor que sintió por la
inesperada muerte de su esposa Clarita. Una vez sanado su
corazón, se convirtió en el protector y enamorado
silencioso de Margarita. Por ello le compraba el café,
para tener la cercanía con ella y sus traviesos
mocosos.
Mientras el agua hervía en la cafetera negra,
manchada por el humo de leña de mezquite, ella
ordeñaba a Tencha -la vaca- y la
chipilona -la chiva-. Mientras ordeñaba, ella le
platicaba sus angustias y sus miedos. La vaca con un mugido
replicaba la plática. De vez en vez, la chiva se aventaba
sus berridos para festejar las puntadas que Margarita le
decía a Tencha. Después le tocaba a la
chipilona aportar su leche para el sustento de la
familia. Ella no platicaba como lo hacia Tencha, ella se
aventaba una sinfonía de berridos, que parecía que
describía la tanda húngara de los novios
el día de su boda.
Una vez terminada la labor, Margarita de dirigía
a la cocina a servirse el café. En la mesa se encontraba
Sebastián, niño de tez blanca, regordete de ojos
pequeños y de sonrisa picara. Baldomero de tez blanca, de
orejas aladas y ojos azules hambrientos de aprender todo lo que
ocurría a su alrededor; y María José la
niña mimada y protegida de sus dos escuderos hermanos,
tenía el cabello largo de color negro como su madre y los
labios carnosos siempre dispuestos a regalar una sonrisa. Los
tres estaban sentados en la mesa a la espera de un oloroso
café de talega con un chorro de leche recién
ordeñada. No ocupaban que los levantaran. El despertador
de la chipilona y los regaños que su madre le
daba a la chiva por llorona, eran la atenta invitación a
la mesa que no podían dejar de pasar.
-Buen días, mis niños hermosos-
decía Margarita. Y en coro le respondían. –Buen
día hermosa Mamá Vita, -como le decían
de cariño. -¿Cómo los trató diosito
en sus sueños? -Muy bien; respondieron en coro. –Otra
vez volví a soñar a papá. -dijo
Sebastián. En el sueño me decía:
–Tú eres el hombre de la casa, cuida a tu madre y tus
hermanos. Luego se alejaba y se perdía en la
lejanía.
–Así es mi niño, contestó
Mamá Vita. -Tú eres el mayor y nos sentimos
protegidos por ti. Por eso algún día serás
un gran hombre de bien, para que nosotros estemos orgullosos de
ti, -le dijo su mamá.
-Si mamá, quiero trabajar y comprarte una bella
casa para que ya no trabajes, y comprarte ropas y cremas para tu
cara y tus manos. Yo se que papá desde el cielo nos
ayudará para que todo salga bien.
–Anden, anden… tomen su cafecito que las
gordas con frijol están calientitas.
Margarita tomaba aire para no llorar enfrente de sus
hijos, y se centraba en las labores de la casa tratando de
olvidar la muerte de su amado esposo, que hacía dos
años había muerto al resbalar de un acantilado, al
encontrarse cuidando su sembradío, ante el desespero de
buscar dinero para salvar a María José de una
muerte inminente por una pulmonía de los crudos inviernos
que llegaban al distante poblado. Sin embargo, Margarita mostraba
su fortaleza y les expresaba la cara sonriente para que sus hijos
no sufrieran por la pérdida de su padre.
La muerte de su esposo la había convertido en una
valiente mujer.
Mientras comían todos, Margarita aprovechaba y
les daba lecciones de educación. Ya los había
enseñado a leer y escribir. Hacían cuentas con las
matemáticas. Y en la mesa usaba dilemas para analizar la
escala de valores. Todo esto sin ir todavía a la escuela.
Sin embargo, se acercaba el momento en que sus tres hijos
entraran a estudiar a una primaria multigrado del próximo
poblado, al cual se tenían que desplazar por más de
cuatro horas para llegar.
-A ver, -dijo Margarita- ¿Qué
harías tu, si tu hijo estuviera a punto de morir, y
necesitaras comprar medicinas y no tuvieras dinero….
Robarías? -Si…………. -contesta
Baldomero. –No seas bárbaro -le dice María
José- ¿Qué no sabes que robar es malo?
Mamá Vita siempre nos ha aconsejado no robar.
Además, en la biblia dice No robarás. -Pos
si… pero mijo está a punto de morir….
Refutó entre dientes el inquieto Baldomero.
-Ay amá!… usted siempre nos pone a pensar
mucho.
-Claroooo! Es la única manera de activar su
mente. Aprender a resolver los problemas de la escuela y de la
vida es la única manera de desarrollar su inteligencia.
Ahora, en la forma de resolverlos radica la eficacia del
pensamiento.
-Por ejemplo, si ves unas cucarachas, tu
Sebastián las matas a balazos; tu Baldomero a pisotones y
tu MaJo con insecticida en spray. ¿Quién fue
más inteligente? -María José!!!!…
exclamaron todos.
–No… pos si, -contesta Baldomero,
rascándose la cabeza. Entonces eso de la inteligencia
está bien, pero ocupamos más problemitas de
esos.
-Bueno… bueno, terminen de almorzar, después le
dan de comer a los animales, y tu MaJo ayúdame con la
cocina y a barrer el patio. Luego nos vamos a buscar un poco de
leña porque los aires fríos ya se empiezan a sentir
y no quiero que nos agarre el invierno sin la provisión de
leña y yesca para encender la lumbre.
–Si amá, respondieron al
unísono.
Y al son de la canción de viajera…
?Viajera que vas por cielo y por mar. Dejando en los
corazones. Latir de pasión, vibrar
de canción. Y luego mil decepciones. A mi me
tocó, quererte
también…..laralaralalarala.
-¿De qué te acuerdas amá?
-preguntó Sebastián, mientras caminaban por la
ladera de las verdes montañas. -De tu abuelo Elián,
él siempre comentó que cuando él muriera se
la tocáramos en el panteón. Me llena de nostalgia
las bellas notas de la canción, y desde niña la
canto. Después de que murió mi viejo, la canto para
sentir su cercanía. -Yo sé que vienes aquí
con nosotros, acompañándonos, con tu paso lento y
balanceado, siempre sonriendo y jugando con mis niños,
-decía Margarita con voz quebrada por la
emoción.
-Bueno, no se me separen mucho, vamos a cortar
leña. MaJo vente conmigo, y ustedes dos mucho cuidado,
sobre todo tú Sebastián, que la otra vez ya casi le
arrancas la oreja a Baldomero con la trucha.
-Pos como no amá, si está
retearto de orejón el muchacho.
Jajajaja.
Después de juntar toda la leña, Margarita
armó su tercio, y se puso a contar los demás palos
de leña. A ver, tu Sebastián por ser el mayor te
llevarás un tercio grande, tu Baldomero te llevarás
la mitad de las que lleva tu hermano Sebastián, y tu MaJo
por ser la menor y ser mujercita te llevarás la mitad de
las que lleva Baldomero. Si MaJo se llevará ocho
leños, ¿me podrían decir el total de
leña que se llevarán entre los tres?
De esa manera Mama Vita -como le decían de
cariño sus hijos-, no perdía la oportunidad de
plantearles problemas que le hicieran reflexionar y pensar un
poco a manera de suplir la ausencia de educación por no
tener una escuela cercana que les brindara la preciada
educación a la cual todo individuo tiene derecho. Ella
sabía que el ciclo escolar se aproximaba y que
tendría que llevar a la comunidad más cercana a sus
hijos para que estudiaran. Ya Don Gumaro les había
ofrecido llevarlos al internado de San José del Rio para
que estudiaran.
Mientras tanto ella ya les había escolarizado en
algunas asignaturas de manera informal, pero con una ventaja,
ella educaba con amor, utilizando los afectos, donde el trato
humano y respetuoso había hecho de su familia un hogar
lleno de amor. Había formado una familia
amorosa.
Una vez que llegaron de cortar la leña,
Sebastián dijo. -Amá ahorita venimos, vamos a ir a
ver los sorcales pa´ver cuantas cholis cayeron.
-Anden vayan, con mucho cuidado -dijo Mamá Vita. Mientras
me pondré a preparar una salsa de molcajete para preparar
las cholis que tanto les gustan a ustedes. -Mira mi
viejo, la comida que tanto te gustaba, ahora tus hijos la
disfrutan al igual que tu lo hacías. Margarita miraba al
lejano horizonte buscando encontrar el rostro sonriente de su
amado esposo o de su señor padre, el bonachón
Elián. Suspiraba. Se cristalizaban sus bellos ojos al
evocar recuerdos tan bellos de sus seres queridos.
-Amá… amá.. Mira cuántas
cholis agarré en el sorcal. Las voy a desplumar
para que las prepares. Y comer hasta que se me hinche el ombligo
-dijo Sebastián con sus ojitos entrecerrados por la
emoción de haber atrapado a las plumíferas
corredoras y apetitosas aves.
Margarita no sentía el cansancio. Trabajaba con
una vocación de servir y atender a sus hijos, de tal
manera que nunca se le encontraba cansada ni indispuesta. Ni
había enfermedad que le disminuyera la chispa, la actitud
de servir. Todo trabajo y quehacer lo hacia con una sonrisa
pintada en su rostro. Por ello les hacia tortillas de nixtamal,
tortillas de harina, tostaba café, lo molía y lo
servía con un chorro de leche de vaca. Hacía
panelas, quesos, juntaba las natas. Atendía a sus flores
de jardín, abonaba sus hortalizas. Daba de comer a sus
animales de granja: pollos, gallinas, guajolotes, vacas, chivas.
Ella y sus hijos tenían una mística incansable
hacia el trabajo.
A la mañana siguiente Margarita y sus hijos se
alistaron para salir muy temprano a pueblo de San José del
Rio a vender un poco de los productos que cosechaban.
Ring… ring.. el despertador ha sonado
justo a las 4:00 de la mañana.
-Arriba mis niños…. Que el deber nos
llama… gritó Margarita.
-Sebastián tráete a tatalacha y
pónselo a la carreta. Hay que ir a San José del Rio
a vender un poco de leña, natas, quesos, panelas,
café de talega, hortalizas, y con el dinero que salga,
traemos un poco de provisiones. Hay que surtir la despensa y
comprarles unas garras, porque están creciendo mucho. Voy
a aprovechar pa´ir con el maestro Cayetano y preguntarles
qué necesito pa´inscribirlos a los tres, y de paso
vamos a la iglesia pa´llevarles estas flores a mi morenita
que nos cuida desde arriba. Ustedes dos -le dijo a Baldomero y
María José- ayúdenme a cargar la carrucha. Y
al rebuznido del bonachón burro, salió la familia
rumbo al pueblo.
Se respiraba un profundo amor, y despertaba una gran
ternura ver a la valerosa madre y sus inseparables hijos. No los
quebrantaba ni el dolor, ni la soledad, ni la necesidad. Su
actitud hacia la vida nos inspiraba a robarles un poco de su
radiante energía como una muestra de desafío y
valentía hacia la vida. Aun cuando el entorno
parecía adverso, ellos nos decían de manera
silenciosa lo maravilloso que es tener una familia unida y
amorosa.
Y así la pequeña familia se perdía
en la ladera verde del bello bosque cantando en
coro…?Viajera que vas por cielo y por mar. Dejando
en los corazones. Latir de pasión, vibrar
de canción, y luego mil decepciones. A mi me
tocó, quererte
también…..laralaralalarala.
Al llegar al pueblo de San José del Rio empezaron
descargar la carreta y poner sobre la banqueta todo el producto
para empezar a vender.
Y a grito en pecho, Sebastián y Baldomero
pregonaban: -"pasenleeeeee… se acabannnn…
panelas, quesos, café de talega, leñaaaaa….",
no se me hagan bolaaaa… de uno por uno…
pa´todos hay.
Mientras tanto MaJo decía: -"las verduras
más frescas de la región… cebolla, cilantro,
calabaza, tomateeee…".
Margarita se encargaba de vender y cobrar;
atendía a sus clientes, cautivos quizá por la
calidad de los productos que vendían o quizá por el
amor que irradiaban, vendiendo todo el producto que cosechaban de
sus huertos y lo que le ofrecía la propia
naturaleza.
Antes del medio día se había vendido todo
lo que llevaban. Pronto recogieron sus manteles, canastos y lo
echaron a la carreta.
Margarita, seguida de sus fieles escuderos, se
dirigió a la antigua iglesia hecha de cantera, con patios
enlajados, a dejar un ramo de flores cortadas de su
jardín. Pidió al creador por todos sus pendientes y
preocupaciones. Sus hijos hicieron sus oraciones. Se persignaron.
Dejaron unas cuantas monedas a la virgen de Guadalupe. Luego se
encaminaron a buscar la pintoresca escuela, de color crema y
cornisa rojo oxido, que había sido donde había
estudiado Margarita, a buscar al viejo maestro.
-Buenas tardes maestro Cayetano. Buenas tardes
Margarita! -contestó el maestro con una sonrisa de
bienvenida. -Ya esperaba tu visita desde hacia tiempo. Que gusto
verte, siempre sonriente. Cuando me trae a sus
niños?
-A eso vengo. A preguntarle cuándo inician las
clases y qué necesito para inscribirlos. -Pásele a
la Dirección para explicarles un poco de lo que
necesita.
-Maestro cómo me acuerdo de usted. Recuerdo de
sus clases. Me gustaba mucho cuando nos daba matemáticas.
Nos ponía acertijos, y entre juego y juego nos
ponía a trabajar. A razonar, porque siempre nos dijo que
las matemáticas no nomás servían para
resolver problemas. Nos ayudaban a razonar y activar nuestra
mente.
-Siempre he procurado hacer de las clases de
matemáticas un espacio donde el alumno aprenda a razonar,
que desarrolle el razonamiento hipotético – deductivo a
través de la geometría. A trabajar la
abstracción reflexiva que nos brinda el álgebra, a
aplicar las habilidades operatorias que nos regala la
aritmética. Y a jugar, para que aprendan jugando. Y
empiecen a querer ésta bella ciencia.
-Recuerdo mucho la nobleza de su grupo. Cuando se le
llamaba la atención, bajaban la cabeza. El regaño
lo aceptaban sin responder. No retaban la autoridad del maestro.
Ahora todo ha cambiado, y eso lo entiendo. Nada es
estático. He visto hogares donde la autoridad la llevan
los jóvenes de 12 o 13 años. Donde ellos deciden
qué hacer. Si no hacen tareas, la mamá echa
mentiras solo por cubrir a su hijo, para que éste no sea
castigado. No saben el daño que les hacen a estos
jóvenes al cubrir sus irresponsabilidades. A ustedes
todavía les tocó un ambiente mejor. Sin la
influencia de las redes sociales y los celulares, que llegaron
para quedarse en este hermoso pueblo. En fin! es parte del avance
de la tecnología y la sociedad.
-Cómo pasa el tiempo! Ahora tus hijos
serán mis alumnos.
-Nosotros vamos a ir a dar la vuelta. Con su permiso
profesor. Sirve que de paso le echamos un ojo a la escuela para
conocerla un poco. -Dijo Baldomero al tiempo que tomaba de la
mano a MaJo y a Sebastián. Se asomaban a cada salón
por el que pasaban. Recorrían pasillos y patios con la
ilusión, no muy lejana, de formar parte de la
institución dentro de poco tiempo.
-Hermano, hermanoooo. Ahí adentro está un
muerto -dijo MaJo. -Dónde… dónde?
-Ahííí.
-Jajajaja, es un esqueleto, no te asustes. Está
hecho de plástico, no son huesos de verdad. Lo usan para
conocer los huesos que tenemos en el cuerpo.
-Ufff me asusté, nunca había visto uno de
esos.
-Ya ves, por eso tenemos que venir a estudiar. Hay
muchas cosas que no conocemos. Mamá nos ha enseñado
muchas cosas, pero hay cosas que nosotros
desconocemos.
De regreso a la casa, al ritmo lento de la carreta,
Baldomero como era costumbre, rompió el silencio y
comentó: -Amá yo quiero estudiar mucho. Por la
ventana de la escuela me asomé y miré que en las
paredes estaba lleno de mapas, figuras, números, todo se
me hizo muy bonito. Y ahorita venía pensando en que yo era
el maestro de la escuela, y que enseñaba a muchos
niños.
-Yo no castigaría ni regañaría a
mis alumnos. Los trataría con mucho amor y respeto,
así como usted nos trata a nosotros.
-Así nos enseñaba el maestro Cayetano. Y
bendito dios que también les enseñará a
ustedes. Siempre respetuoso, atento, con buen sentido del humor.
Un gran maestro que siempre llevaré en mi corazón,
por ese gran don que dios le dio.
Margarita sonreía al ver el entusiasmo de su
hijo.
-A ver, dijo Sebastián, ¿Qué hay
más amarillo o verde?
–Mmmm pos sabe. Yo creo que verde, porque la
naturaleza es verde. Dijo Baldomero.
-Pero esos trigales que tu ves, dentro de poco
serán amarillos, dijo Majo.
-¿De donde sacas esas preguntas hermano?
Expresó Baldomero.
-No sé. Son preguntas que a veces yo me hago, y
me pongo a darle vueltas, y vueltas y, créeme que ni yo la
puedo contestar. Jajajajaja.
-Ay muchacho loco!!!, solo a ti se te ocurren semejantes
ideas. Pero es bueno que hagas este tipo de ejercicios. Yo
siempre he dicho que tenemos que entrenar a nuestra mente a
pensar lo impensable, resolver lo irresoluble, trabajar lo
difícil y razonar lo ilógico. Es una buena manera
de sacudir los "sesos" y prepararnos hacia lo inesperado.
Verás que cuando lleguen esos casos, ya tendremos la forma
de tratarlos, afrontarlos y salir victoriosos.
-Le doy gracias a Dios por tener esta familia tan
hermosa y amorosa. Contamos con dos ángeles que nos cuidan
y nos guían desde allá arriba. Demos gracias a tu
padre y al abuelo Elián que se han convertido en nuestros
protectores. Nos hacen mucha falta, pero se que tenían una
misión importante que cumplir en el paraíso. A
veces me desconozco de donde saco fuerzas para salir adelante.
Creo que es parte de la enseñanza que me han dado. Ahora
que mis hijos se vayan al internado y me quede sola, voy a ocupar
de todo su apoyo. Gracias padre celestial por darme la
oportunidad de educar a mis grandes amores. Te pido que me
permitas verlos crecer y verlos realizados.
Y secándose las lágrimas miró al
cielo. Sonrió, acarició la cabeza a sus tres hijos.
Les dijo lo mucho que los amaba, y en coro empezaron a cantar
aquel himno que los identificaba y los unía aun más
como una familia amorosa.
Al paso del burro tatalacha se oía en el
horizonte aquella canción que inspirara al abuelo
Elián a cantar… ?Viajera que vas por cielo
y por mar. Dejando en los corazones. Latir de pasión,
vibrar de canción, y luego mil decepciones.
A mi me tocó, quererte también, amarte y
después perderte…. laralaralalarala.
Autor:
Elías González
Espinoza.