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El desencanto de Europa (impotencia, melancolía y suicidio económico) (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Esa visión, como todos los conceptos más
eficaces de Europa, sería una mezcla de ideas francesas y
alemanas. En este momento, Francia está rendida al
éxito impresionante del libro Capital in the Twenty-First
Century (El capital en el siglo XXI) del economista Thomas
Piketty, donde analiza el aumento de la desigualdad en ausencia
de niveles de crecimiento económico excepcionales. El
mensaje del libro (un llamado a hacerle frente al aumento de la
desigualdad y un alegato a favor de más crecimiento
económico) tiene importantes derivaciones en materia de
políticas. Pero lo que el pikettismo requiere no es tanto
impuestos a las ganancias sino a la riqueza.

La idea de usar un impuesto a la riqueza para superar la
crisis de deuda de Europa también cuenta con considerable
apoyo del lado oriental del río Rin, pero por otras
razones. A los alemanes todavía les preocupa que los
llamen al rescate de los sobreendeudados gobiernos del sur de
Europa. En opinión de Alemania, semejante transferencia de
deuda pública sería injusta, sobre todo porque el
alto endeudamiento público suele ir de la mano de mayores
niveles de riqueza de los particulares que en el norte de Europa.
Este argumento, planteado por el Bundesbank, parece favorable a
un impuesto a la riqueza.

De hecho, ese impuesto podría estimular la
actividad económica y el crecimiento. Las casas
vacías y los campos baldíos (una visión muy
frecuente en el sur de Europa) son una inversión
relativamente segura que, con lo poco que paga de impuestos, no
es demasiado costosa para sus propietarios. Elevar la tasa
impositiva alentaría la venta de esas propiedades, lo que
llevaría a una recuperación y mejora en el uso de
la tierra y las construcciones; en la práctica,
funcionaría como un enorme paquete de
estímulo.

Dado que el impuesto a la riqueza se usaría
más que nada para saldar grandes deudas públicas ya
contraídas, su implementación sería en el
nivel nacional. Al aplicarse a propiedades inmuebles,
sería más efectivo y controlable que los intentos
de gravar factores de producción móviles. Y
presentarlo como un gravamen por única vez orientado a
resolver la herencia de políticas erradas del siglo XX
serviría para evitar que desaliente la actividad
económica futura.

La inminente elección para el
Parlamento Europeo puede ser el llamado de atención que
los partidos proeuropeístas necesitan con urgencia.
Felizmente para ellos, hay una forma convincente de combinar la
preocupación, fundamentalmente francesa, por los peligros
de la desigualdad con la preocupación, fundamentalmente
alemana, por el exceso de deuda pública. Los impuestos a
la propiedad y a la riqueza pueden ser la base de una nueva
alineación política en Europa.

(Harold James is Professor of History and International
Affairs at Princeton University, Professor of History at the
European University Institute, Florence, and a senior fellow at
the Center for International Governance Innovation. A specialist
on German economic history and on
globalization…)

– ¿Los europeos realmente le tienen miedo a los
inmigrantes? (Project Syndicate – 21/5/14)

Londres.- Los partidos de extrema derecha van camino a
ganar una predominancia sustancial en la próxima
elección del Parlamento Europeo. Aunque los analistas
difieren respecto de si esta ola populista está cobrando
fuerza, si afectará seriamente la toma de decisiones
políticas de la Unión Europea y si se
mantendrá en las elecciones nacionales, tienden a
coincidir en una cosa por lo menos: el respaldo a esos partidos
suele basarse en un sentimiento anti-inmigrante. Sin embargo, las
apariencias y la creencia popular pueden
engañar.

El populismo adopta muchas formas, y la
lógica de su éxito varía de un lugar a otro.
Pero el descontento económico (muchas veces asociado con
el euro), el enojo ante el establishment político, el
renaciente encanto que ejerce el nacionalismo y el sentimiento
negativo hacia la UE son todos temas recurrentes, ya sea en el
Reino Unido, Francia, Hungría, Italia, Grecia, Holanda o
Dinamarca.

También es cierto que los
inmigrantes figuran de manera prominente en la retórica
populista en toda la UE. Pero sería peligrosamente
erróneo concluir que la mera presencia de inmigrantes en
Europa alimenta el apoyo a los extremistas. Se podría
argumentar con más fuerza que es precisamente la falta de
políticas efectivas para administrar la inmigración
lo que ha alienado a los votantes europeos.

Sorprendentemente, la extrema derecha solo tiene una
influencia débil en aquellos estados miembro de la UE que
han sido más proactivos a la hora de administrar la
inmigración y la integración de los inmigrantes.
Alemania, España, Suecia y Portugal, por ejemplo, han
hecho más que la mayoría para abrir canales legales
para la inmigración e invertir en la integración de
los inmigrantes.

En esos países, el populismo no está
cambiando fundamentalmente los contornos del debate
político. En España y Portugal, por ejemplo, donde
el desempleo es muy alto, los partidos populistas no están
tan afianzados.

De hecho, los ciudadanos de esos países por lo
general respaldan la inmigración legal y consideran
exitosos los esfuerzos de integración. En Alemania, el 62%
de las personas encuestadas por el German Marshall Fund perciben
a la inmigración más como una oportunidad que como
un problema; esa cifra llega al 68% en Suecia. En Portugal, ante
la consulta sobre si los inmigrantes de primera generación
están bien integrados, el 79% de los participantes
respondió que sí, al igual que el 63% de los
encuestados en España.

Al hablar abiertamente sobre la inmigración y
ocuparse de las preocupaciones legítimas de los votantes,
los políticos en estos países también han
ayudado a anclar el debate público en la realidad. Definen
a la inmigración como un desarrollo generalmente positivo
que ayuda a mitigar los problemas de las poblaciones que
envejecen y las brechas en el mercado laboral. En consecuencia,
el miedo se apacigua: cuando se les consultó si los
inmigrantes les roban empleos a los ciudadanos nacidos en el
país, el 80% de los alemanes y el 77% de los suecos
dijeron que no.

En lugares donde la retórica en torno a la
inmigración pierde los estribos, como en el Reino Unido,
las percepciones muchas veces son sumamente distorsionadas. El
británico promedio, por ejemplo, cree que el 31% de la
población del Reino Unido nació en el exterior,
mientras que la cifra real es 13%. En Suecia, en cambio, la
diferencia entre la percepción y la realidad es de apenas
tres puntos porcentuales. El debate y la adopción de
políticas basados en la realidad pueden transformar
fundamentalmente la dinámica negativa alrededor de la
inmigración.

Los europeos también tienen muchos menos
resquemores culturales sobre los inmigrantes de lo que
podría sugerir la cobertura de los medios: el 69% de los
europeos cree que los inmigrantes no plantean una amenaza
cultural. Por cierto, casi las dos terceras partes -incluido el
82% en Suecia y el 71% en Alemania- dicen que los inmigrantes
enriquecen su cultura nacional.

Por el contrario, los partidos de gobierno que no han
pensado progresivamente sobre la inmigración o que no
refutan la retórica populista de manera adecuada (o
directamente no lo hacen) son los que más sufren de cara a
la elección del Parlamento Europeo. En efecto, al hacer
poco por administrar la inmigración y la
integración, algunos gobiernos han cedido el control a
contrabandistas, traficantes y empleadores explotadores,
contribuyendo así a la división social y
enlenteciendo el crecimiento económico. No sólo
están dándole poder a los populistas; cada vez se
están pareciendo más a ellos.

Todavía hay tiempo para avanzar en una
dirección más sensata. Los europeos en todo el
continente siguen teniendo una postura equilibrada frente a la
inmigración. En general, según el German Marshall
Fund, al 62% de los europeos no le preocupa la inmigración
legal. Por otra parte, son muchos los que concuerdan en que "los
inmigrantes generalmente ayudan a resolver la escasez de mano de
obra en los mercados laborales". Estas visiones fundamentadas
demuestran que hay lugar para un debate honesto sobre el papel de
la inmigración en el futuro de Europa.

La escala de la inmigración debería ser
una cuestión de debate público iluminado, que
equilibre las consideraciones económicas, humanitarias y
sociales. Los políticos que tengan la valentía de
liderar una conversación de este tipo de manera
constructiva podrían sorprenderse con la respuesta de la
población.

(Peter Sutherland, Chairman of the London School of
Economics, non-executive Chairman of Goldman Sachs International,
and Special Representative of the UN Secretary-General for
International Migration and Development, is former Director
General of the World Trade Organization, EU Commissioner
for…)

– La amenaza capitalista para el capitalismo (Project
Syndicate – 23/5/14)

Londres.- Winston Churchill, como es sabido,
observó que la democracia es la peor forma de gobierno
-aparte de todas las demás que se han intentado-. Si hoy
estuviera vivo, podría pensar lo mismo del capitalismo
como un vehículo para el progreso económico y
social.

El capitalismo ha conducido a la economía mundial
a una prosperidad sin precedentes. Sin embargo, también
demostró ser sustancialmente disfuncional. Muchas veces
fomenta la visión cortoplacista, contribuye a disparidades
enormes entre ricos y pobres y tolera el trato insensato que se
le da al capital ambiental.

Si no se pueden controlar estos costos,
el respaldo al capitalismo quizá desaparezca -y con
él, la mejor esperanza de la humanidad de alcanzar
prosperidad y crecimiento económico-. Por lo tanto, es
hora de considerar los nuevos modelos de capitalismo que
están surgiendo en todo el mundo -específicamente,
el capitalismo consciente, el capitalismo moral y el capitalismo
inclusivo.

Estos esfuerzos por redefinir el
capitalismo reconocen que las empresas deben mirar más
allá de las ganancias y las pérdidas para mantener
el respaldo público a una economía de mercado.
Todos ellos comparten la presunción de que las
compañías deben ser conscientes de su papel en la
sociedad y esforzarse por asegurar que los beneficios del
crecimiento sean compartidos ampliamente y no impongan costos
ambientales y sociales inaceptables.

Como están dadas las cosas, a pesar del reciente
crecimiento de los mercados emergentes, la economía
mundial es un lugar de extremos sorprendentes. Los 1.200 millones
de personas más pobres del planeta representan apenas el
1% del consumo global, mientras que los 1.000 millones de
personas más ricas son responsables del 72%. Según
un estudio reciente, las 85 personas más ricas del mundo
han acumulado la misma riqueza que los 3.500 millones de personas
de la parte inferior de la pirámide. Una de cada ocho
personas se va a la cama con hambre todas las noches, mientras
que 1.400 millones de adultos están excedidos de
peso.

Cualquier sistema que genera este tipo
de excesos y excluye a tantos enfrenta el riesgo de un rechazo
público. Lo inquietante es que los efectos colaterales
negativos del capitalismo se están intensificando mientras
que la confianza en las instituciones públicas ha
decaído a un mínimo histórico. Según
el último Barómetro de Confianza de Edelman, menos
de la mitad de la población global confía en el
gobierno. A las empresas les va mejor, pero no mucho. Los
escándalos -desde las conspiraciones para enmendar tasas
financieras clave hasta el descubrimiento de carne de caballo en
la cadena alimenticia– minan la fe de la gente en las empresas
como agentes para el bien común.

Desilusionada tanto con el estado como
con el mercado, la gente cada vez más se pregunta si el
capitalismo, tal como lo practicamos, justifica los costos. Vemos
esto en movimientos como Día de la Tierra y Occupy Wall
Street. En muchas partes del mundo -desde los países de la
Primavera Árabe hasta Brasil, Turquía, Venezuela y
Ucrania, los pueblos frustrados están tomando las
calles.

Resolver las deficiencias del capitalismo moderno
exigirá un fuerte liderazgo y una amplia
cooperación entre empresas, gobiernos y ONG. Para empezar
a crear un sendero hacia adelante, estamos convocando a
líderes globales clave a Londres el 27 de mayo a una
conferencia sobre capitalismo inclusivo. Entre los asistentes
habrá máximos responsables ejecutivos de
instituciones que representan más de 30 billones de
dólares en activos invertibles -un tercio del total
mundial-. Su objetivo será establecer medidas tangibles
que las empresas puedan tomar para empezar a cambiar la manera en
que hacen negocios -y reconstruir la confianza pública en
el capitalismo.

Un esfuerzo de estas características puede rendir
frutos, como lo demuestran las propias acciones de Unilever.
Desde que abandonó la política de dar a conocer los
pronósticos y las ganancias trimestrales, la
compañía se ha esforzado por priorizar la
estrategia a largo plazo. Adoptó planes para impulsar el
crecimiento de la empresa y también reducir su impacto
ambiental y mejorar su impacto social positivo.

Muchas de sus marcas hoy tienen misiones sociales -por
ejemplo, los productos Dove son comercializados junto con una
campaña de autoestima de las mujeres, y el jabón
Lifebuoy apunta a enfermedades transmisibles con sus programas
que fomentan el lavado de manos a nivel global-. No sorprende,
tal vez, que éstas sean las marcas de más
rápido crecimiento de la
compañía.

Sin embargo, lo que cualquier empresa puede lograr tiene
un límite. El cambio transformacional sólo se
producirá si las empresas y otros actúan en
conjunto. Una vez más, tenemos esperanzas, porque se
está cobrando impulso. Se están formando
coaliciones para enfrentar cuestiones que van desde la
deforestación ilegal hasta la seguridad de los alimentos.
Organismos como el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo
Sostenible y el Foro de Bienes de Consumo global están
uniendo a actores esenciales de la industria y ejerciendo
presión sobre los gobiernos para aunar fuerzas en la
búsqueda de un capitalismo sustentable.

A medida que aumenta el costo de la inacción, los
gobiernos y las empresas deben seguir ofreciendo una respuesta.
Ninguno de nosotros puede prosperar en un mundo en el que mil
millones de personas se van a la cama con hambre todas las noches
y 2.300 millones de personas no tienen acceso a instalaciones
sanitarias básicas. Tampoco los negocios pueden prosperar
donde el optimismo público sobre el futuro y la confianza
en las instituciones están en sus valores más bajos
históricos.

Tenemos un largo camino por delante, pero creemos que la
transformación necesaria está comenzando. Un
creciente volumen de evidencia sugiere que nuevos modelos
comerciales pueden ofrecer un crecimiento responsable. La
Conferencia sobre Capitalismo Inclusivo representa otro paso
hacia adelante. Aunque nuestro trabajo recién haya
comenzado, estamos convencidos de que en una generación
vamos a poder redefinir el capitalismo y construir una
economía global sustentable y equitativa.

No tenemos tiempo que perder. Como
alguna vez dijo Mahatma Gandhi: "El futuro depende de lo que
hacemos en el presente".

(Paul Polman is the CEO of Unilever. Lynn Forester de
Rothschild is CEO of E.L. Rothschild and co-chair of the Henry
Jackson Initiative for Inclusive Capitalism)

– La geografía de los valores de Europa (Project
Syndicate – 26/5/14)

París.- ¿Cómo debería
reaccionar Europa ante la reafirmación por parte de Rusia
de su tradición imperial y los engañosos
métodos y reflejos del pasado soviético?
¿Debería conceder prioridad al "valor de la
geografía" o a la "geografía de los
valores"?

Quienes optan por lo primero lo hacen en nombre del
"realismo energético" a corto plazo, al sostener que
reviste importancia decisiva alcanzar un acuerdo con Rusia,
porque Europa carece del gas y del petróleo de esquisto de
los Estados Unidos. Según ese razonamiento, este
último país puede vivir sin Rusia, pero Europa
no.

Además, para los realistas el comportamiento
desafiante de los Estados Unidos con sus aliados más
antiguos y más fieles, reflejado en los recientes
escándalos de vigilancia en los que ha estado implicada la
Agencia Nacional de Seguridad, ha desacreditado la idea misma de
una "comunidad de valores". Si los Estados Unidos han dejado de
respetar los valores que profesan, ¿por qué
habría la Unión Europea de perder la buena voluntad
del Kremlin en nombre de su observancia?

Semejantes realistas afirman también que, al
alinear las posiciones de la UE con las de la OTAN, Europa ha
optado imprudentemente por humillar a Rusia, actitud
inútil y peligrosa. Ha llegado la hora –dicen–
de aplicar una política que concilie el sentido
común histórico y geográfico con la
necesidad de energía. El futuro de Europa está
inexorablemente vinculado con el de Rusia, mientras que los
Estados Unidos han dado la espalda a Europa, por
desinterés, si no desilusión. La
conmemoración de un pasado glorioso -el 70º
aniversario del Día D- no puede ocultar el presente
menguante: aunque Europa intente diversificar sus recursos
energéticos, no puede prescindir de Rusia en el futuro
previsible.

¿Por qué -dicen los realistas- se debe
morir por unos ucranianos que son aún más corruptos
y mucho menos civilizados que los propios rusos? Ucrania ha
tenido su oportunidad como Estado independiente y ha fracasado,
víctima de la venalidad de sus minorías
políticas dirigentes. Ha llegado la hora de cerrar ese
triste paréntesis.

Esa opinión no es teórica. Se ve, en
formas diversas, en toda la UE, en la derecha y la izquierda y en
personas de todas las creencias. La percepción de la
decadencia relativa de los EEUU y la profunda pérdida de
confianza de la UE en sus valores y modelos parecen legitimar una
posición basada en muchos casos en los restos de un
antiguo antiamericanismo.

La otra vía, que insiste en la geografía
de los valores por encima del valor de la geografía, fue
la elegida por los padres fundadores del proyecto europeo y la
OTAN. Según esa opinión, si no se reconocen los
designios imperiales de Putin, aumentará el riesgo de que
Europa sea presa de una forma de dependencia no
benévola.

Para Europa, prestar atención al canto de sirena
del Este -una melodía de complementariedad entre el poder
estratégico de Rusia y el poder económico de la UE-
sería como pagar a la Mafia para recibir protección
de ella. ¿Cómo podría un club de democracias
ser enteramente dependiente para su seguridad de una potencia
autoritaria que desprecia a las claras sus "débiles"
sistemas políticos?

No es coincidencia que esa actitud rusa de
oposición a la democracia, a los inmigrantes y a la
homosexualidad encuentre apoyo en los partidos más
conservadores, extremistas y nacionalistas de la UE. En cambio,
la fuerza y el atractivo del modelo de la UE dependen de su
carácter democrático. Los europeos que han dejado
de soñar con Europa, que dan por sentadas la paz, la
reconciliación y sobre todo la libertad no se dan cuenta
de lo que está en juego.

Adoptar una "raison d"état energética" que
deje a Europa dependiente de Rusia respecto de una tercera parte
de sus recursos energéticos sería suicida. Existen
opciones substitutivas. Europa puede decir "no" al Kremlin y a
Gazprom: basta con que tenga la voluntad necesaria para
hacerlo.

La única política posible
que puede ser a un tiempo realista y digna consiste en una
combinación de firmeza y resolución para poner
límites a la Rusia de Putin. Precisamente porque los
Estados Unidos ya no son lo que eran (pues hicieron demasiado
durante la presidencia de George W. Bush y demasiado poco durante
la de Barack Obama) es por lo que la alianza de Europa basada en
los valores es más indispensable que nunca.

Esos valores son los que propiciaron la caída del
Muro de Berlín y motivaron a los manifestantes en Kiev a
afrontar el brutal invierno ucraniano al aire libre en Maidan. De
Asia a África, los pueblos parecen tener una mejor
comprensión que los europeos de la importancia de los
valores europeos. Basta con oírlos elogiar al continente
de la paz, de la reconciliación e incluso de la igualdad
relativa (comparado con los EEUU).

Para la UE, la opción nunca ha estado más
clara. Para sobrevivir y prosperar, debe poner la
geografía de los valores por encima de todo.

(Dominique Moisi is Senior Adviser at The French
Institute for International Affairs (IFRI) and a professor at
L'Institut d"études politiques de Paris (Sciences Po). He
is the author of The Geopolitics of Emotion: How Cultures of
Fear, Humiliation, and Hope are reshaping the World)

– ¿Conseguirá Europa despertarse? (El
País – 27/5/14)

(Por Timothy Garton Ash)

El día en que el pueblo asaltó la
Bastilla, en 1789, el rey Luis XVI escribió ríen en
su diario. No creo que los dirigentes europeos escribieran "nada"
el domingo en sus tabletas, pero sí temo que no hagan nada
frente al grito revolucionario que se ha oído en todo el
continente. El ríen actual tiene un rostro y se llama
Juncker, Jean-Claude Juncker.

Si los líderes europeos designan
a Juncker -el candidato del PPE, el grupo de centro-derecha que
más escaños ha obtenido en el Parlamento Europeo-
como presidente de la Comisión Europea, estarán
mostrando una reacción desastrosa, ofreciendo más
de lo mismo. El astuto luxemburgués es el político
que durante más tiempo ha ocupado la jefatura de gobierno
de un Estado de la UE, y presidió el Eurogrupo durante los
peores momentos de la crisis. Aunque nadie duda de su habilidad
como político y negociador, encarna todo aquello de lo que
desconfían los votantes que, desde la izquierda y la
derecha, han querido protestar contra las élites europeas.
Es, por así decir, el Luis XVI de la Unión
Europea.

También es preocupante lo que puede suceder
dentro del Parlamento Europeo. Es más que probable que se
cree una especie de gran coalición implícita de los
grandes grupos actuales, el centro-derecha, el centro-izquierda,
los liberales y (al menos para ciertos temas) los verdes, con el
propósito de mantener a raya a todos los partidos
antisistema. Si hay otros partidos nacionalistas y
xenófobos dispuestos a aceptar el liderazgo de la
triunfadora Marine le Pen y su Frente Nacional y a obviar sus
diferencias para formar un grupo reconocido en el Parlamento, eso
les permitirá tener acceso a subvenciones (con dinero de
los contribuyentes europeos) y más poder en los
procedimientos parlamentarios, pero no los votos suficientes para
superar a esa posible gran coalición de centro.

Menos mal, ¿no? Sí, a corto plazo. Pero
solo si esa gran coalición impulsa una serie de reformas
decisivas en la Unión Europea. Para empezar -por su valor
simbólico-, debería negarse a seguir haciendo su
absurdo traslado periódico de la espaciosa sede de
Bruselas a la lujosa segunda sede en Estrasburgo -el Versalles de
la UE-, que cuesta alrededor de 180 millones de euros al
año. Si la gran coalición informal no ofrece en los
próximos cinco años las respuestas que tantos
europeos están pidiendo, solo servirá para reforzar
los votos contra la UE en los próximos comicios. Porque la
responsabilidad del fracaso se achacará a todos los
partidos tradicionales.

El único aspecto positivo de esta negra nube que
se cierne sobre el continente es que, por primera vez desde que
comenzaron las elecciones directas al PE, en 1979, parece que la
participación general no ha disminuido. La afluencia a las
urnas varía enormemente entre unos países y otros
-¡en Eslovaquia fue de alrededor del 13%!-, pero en
Francia, por ejemplo, fueron a votar muchos más ciudadanos
que en la última ocasión. Por fin se ha hecho
realidad lo que los europeístas llevan tanto tiempo
predicando: los ciudadanos europeos han participado activamente
en un proceso democrático de toda la UE. Lo irónico
es que lo han hecho para votar contra la UE.

¿Qué es lo que han querido decir los
europeos a sus dirigentes? El mensaje general lo ha resumido muy
bien el dibujante Chappatte en The International New York Times,
con una viñeta en la que un grupo de manifestantes
sostiene una pancarta que dice "descontentos" mientras uno de
ellos grita hacia una urna a través de un megáfono.
Hay 28 Estados miembros, y 28 variedades de descontentos. Algunos
de los partidos que han triunfado son de auténtica extrema
derecha: el húngaro Jobbik, por ejemplo, que ha obtenido
tres escaños y más del 14% de los votos. Otros -la
mayoría-, como el UKIP en Gran Bretaña, han
recibido votos de la izquierda y la derecha, por haber sabido
explotar los sentimientos expresados en eslóganes como
"Queremos que nos devuelvan nuestro país" y "Demasiados
extranjeros para tan pocos puestos de trabajo". Sin embargo, en
Grecia, el voto de protesta ha ido a parar a Syriza, un partido
de izquierda y contrario a las medidas de austeridad.

Simon Hicks, destacado experto en el Parlamento Europeo,
distingue tres grandes zonas de descontento: los europeos del
norte que no pertenecen al euro (británicos y daneses),
los europeos del norte que sí pertenecen al euro (como los
alemanes que han dado varios escaños a Alternativa por
Alemania, que se opone a la moneda única) y los europeos
del sur pertenecientes al euro (griegos y portugueses, sobre
todo). Aparte están los europeos del Este, muchos de los
cuales con sus propios motivos de insatisfacción. El hecho
de que los descontentos tengan procedencias tan variadas hace que
sea más difícil abordar el problema. La
política que el votante de Syriza desearía
implantar en la eurozona representa la peor pesadilla imaginable
para el votante de Alternativa por Alemania.

No obstante, todos tienen una cosa en
común: la inquietud por las oportunidades que van a tener
sus hijos. Hasta hace diez años, aproximadamente, lo
normal era pensar que la siguiente generación de europeos
tendría una vida mejor. Europa era un elemento
perteneciente a una historia general de progreso. Sin embargo,
según un Eurobarómetro de este mismo año,
más de la mitad de los entrevistados piensa que los que
hoy son niños en la UE tendrán una vida "más
difícil" que la suya. Ya existe una generación de
graduados europeos que sienten que se les ha robado ese futuro
mejor que les habían enseñado a esperar. Son los
miembros de una nueva clase: el precariado.

En este momento tan trascendental para el proyecto
europeo, merece la pena volver a los orígenes, al Congreso
de Europa de 1948, en el que el veterano paneuropeísta
Richard Coudenhove-Kalergi advirtió a sus colegas
fundadores: "No olvidemos nunca, amigos míos, que la
Unión Europea es un medio, y no un fin". Y así
sigue siendo hoy. La Unión Europea no es un fin. Es un
medio para lograr que sus ciudadanos tengan unas vidas mejores,
más prósperas, libres y seguras.

Lo que necesitamos ahora es centrarnos
por completo en eso. Basta ya de interminables debates
institucionales. Basta de "más Europa o menos Europa":
¿más qué, menos qué? Por ejemplo,
más mercado único de energía,
telecomunicaciones, Internet y servicios, pero quizá menos
Bruselas en pesca y cultura. Hay que tomar cualquier medida que
cree un puesto de trabajo para un desempleado. Hay que eliminar
cualquier burocracia que lleve a una persona al paro. No es el
momento de poner a políticos como Juncker. Necesitamos una
Comisión Europea formada por la gente de más
talento y de probada capacidad, personas como Pascal Lamy o
Christine Lagarde, que dediquen todos sus esfuerzos a convencer a
las legiones de descontentos de que sus hijos pueden tener un
futuro mejor y de que ese futuro está en
Europa.

Eso es lo que debería ocurrir. ¿Pero
ocurrirá? Tengo la terrible e íntima
sensación de que, en el futuro, tal vez, los historiadores
escribirán sobre las elecciones de mayo de 2014: "Fue la
señal de alarma que Europa no oyó".

(Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios
Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto
freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover
Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro
es Los hechos son subversivos: escritos políticos para una
década sin nombre)

– Europa y Antieuropa (Project Syndicate –
27/5/14)

Londres.- La elección para el Parlamento Europeo
ha puesto en marcha un doloroso proceso, en el que habrá
que reconsiderar no solamente el modo en que funciona la
Unión Europea, sino también cuál es su
significado profundo. El resultado de la elección
dejó en claro que ahora hay dos Europas: una donde la
lógica de la integración está profundamente
integrada al sistema político y otra que rechaza los
supuestos básicos de la soberanía
compartida.

La buena noticia es que la mayor parte de Europa entra
en la primera categoría; la mala noticia es que las
excepciones incluyen a dos países muy grandes y
poderosos.

El debate acerca de Europa no es simplemente una
discusión sobre los méritos de tal o cual
solución institucional o técnica a un problema de
coordinación política; es un debate acerca de
cómo pueden las sociedades organizarse exitosamente en un
mundo globalizado. En esto, se le viene prestando mucha
atención al diseño institucional, pero muy poca al
dinamismo social y la innovación.

Antes de la elección, los proeuropeos
consideraban que la votación inminente sería una
demostración del surgimiento de una nueva modalidad
democrática abarcadora de toda la Unión. Europa se
parecería más a un país, con partidos
políticos paneuropeos que propondrían un candidato
cabeza de lista (o Spitzenkandidat, como lo llaman los alemanes)
para futuro presidente de la Comisión Europea.

Los euroescépticos replicaban que el nuevo orden
político no funcionaría. Los votantes
usarían las elecciones como ya lo hicieron otras veces:
para protestar, no tanto contra Europa, sino contra sus propios
gobiernos nacionales. Además, votarían contra las
medidas de austeridad impuestas como parte de la estrategia de la
Unión Europea para defender la unión
monetaria.

Tanto los optimistas como los pesimistas
se equivocaron. Los resultados de la elección no
determinan un liderazgo claro para Europa, y es probable que las
negociaciones políticas para la designación del
próximo presidente de la Comisión sean prolongadas
y tengan poco de democráticas. Pero al mismo tiempo, y
aunque los titulares de los diarios sugieran lo contrario, no se
ha visto surgir una ola uniforme de antieuropeísmo o de
desilusión con el proyecto europeo.

De hecho, en muchos países, incluidos algunos de
los más golpeados por la crisis financiera y
económica, los votantes terminaron apoyando a sus
gobiernos y al proyecto europeo. Este efecto fue discernible en
España y, más dramáticamente, en Italia,
donde el nuevo gobierno reformista de Matteo Renzi
desmintió a los que creían que los italianos
emitirían un nuevo voto masivo de protesta. En Europa del
este, la Plataforma Cívica que gobierna a Polonia obtuvo
más votos que la oposición nacionalista, mientras
que en los estados bálticos, donde los efectos
económicos de las medidas de austeridad han sido los
más severos de toda la Unión Europea, los votantes
apoyaron a candidatos centristas para el Parlamento
Europeo.

La inesperada debilidad de la derecha populista en los
Países Bajos y la estupenda elección del partido
gobernante (la democracia cristiana) en Alemania son aspectos de
un mismo fenómeno: la consolidación de un nuevo
núcleo europeo políticamente estable y seguro de
sí mismo.

Pero del otro lado del Rin y del Canal de la Mancha, el
panorama es muy diferente. Tanto en Francia como en el Reino
Unido, el éxito de los partidos populistas insurgentes
sacudió la escena política: los partidos
gobernantes (socialista en Francia y conservador en el Reino
Unido) no solo perdieron la elección, sino que terminaron
en tercer lugar.

El primer ministro galo, Manuel Valls, describió
la victoria del ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen
como un "terremoto" político. Y aunque el caso
francés se podría adjudicar a la falta de
popularidad del presidente socialista François Hollande y
su gobierno, el triunfo del Partido de la Independencia del Reino
Unido (UKIP) no se puede explicar como un voto de protesta contra
la coalición gobernante, que en este momento está
dándole al país una recuperación
económica. La sorprendente victoria del UKIP fue
claramente un rechazo popular a Europa, y en particular a la
inmigración procedente de la Unión
Europea.

Los resultados de la elección en Francia y el
Reino Unido son un reflejo de las profundas diferencias que hay
entre ambos países y el resto de Europa. En primer lugar,
sus pasados imperiales los condicionan a actuar como grandes
potencias decimonónicas, no como integrantes del mundo
globalizado e interconectado del siglo XXI. Esto se ve en sus
modelos económicos. En el Reino Unido, hay una dependencia
excesiva de los servicios financieros, reflejo de la idea de que
las finanzas son la actividad coordinadora central de la vida
económica, una idea que tenía más sentido en
el siglo XIX que en la actualidad.

La debilidad equivalente en Francia es su
propensión al gigantismo corporativista: su
economía está formada por grandes empresas
industriales muy exitosas, la mayoría de ellas bien
conectadas políticamente, y minúsculos negocios
familiares que son vestigios de un país que ya no existe.
Pero falta casi por completo esa abundancia de pequeñas y
medianas empresas que hacen posible el éxito empresarial y
económico de Alemania y España.

Tanto en el Reino Unido como en Francia se discute
acaloradamente sobre el modo de cambiar el modelo
económico. Algunos reformistas en gobierno quieren
más sistemas de pasantías profesionales como los de
Alemania; también se habla de ofrecer exenciones
impositivas a las pequeñas empresas y de simplificar el
exceso de normas burocráticas agobiantes.

Ninguno de los dos países podrá sobrevivir
a base de nostalgia. Es esencial que Francia y el Reino Unido
encaren la tarea de reformarse, tanto como es esencial reformar
el complejo y vacilante orden político de Europa. Y esto
supone mucho más que retocar el gasto público y
lanzar algún que otro proyecto de infraestructura de alta
tecnología; de lo que se trata es de recrear las bases
para una sociedad más dinámica.

La reforma interna de las dos ex grandes
potencias imperiales de Europa también es un elemento
esencial para que Europa funcione. En el caso del Reino Unido, el
proyecto europeo tal vez podría sobrevivir sin él;
pero una Europa unida sin Francia es impensable.

(Harold James is Professor of History and International
Affairs at Princeton University, Professor of History at the
European University Institute, Florence, and a senior fellow at
the Center for International Governance Innovation. A specialist
on German economic history and on
globalization…)

– El salvavidas ucraniano de Europa (Project Syndicate –
28/5/14)

Nueva York.- Las elecciones al Parlamento Europeo y las
elecciones presidenciales de Ucrania celebradas el pasado fin de
semana produjeron resultados totalmente opuestos. Los votantes de
Europa expresaron su insatisfacción por la forma como
funciona actualmente la Unión Europea, mientras que el
pueblo de Ucrania demostró su deseo de asociación
con la UE. Los dirigentes y los ciudadanos europeos
deberían aprovechar esta oportunidad para examinar su
significado… y ver que la ayuda a Ucrania puede ayudar
también a Europa.

La UE fue concebida originalmente como
una asociación cada vez más estrecha de Estados
soberanos deseosos de mancomunar una parte cada vez mayor de su
soberanía en pro del bien común. Fue un experimento
audaz en materia de gobernación internacional y Estado de
derecho, encaminado a substituir al nacionalismo y al uso de la
fuerza.

Lamentablemente, la crisis del euro ha
transformado a la UE en algo radicalmente distinto: una
relación de países acreedores y deudores en la que
los primeros imponen condiciones que perpetúan su
predominio. En vista de la baja participación en las
elecciones al Parlamento Europeo y si sumáramos el apoyo
del Primer Ministro de Italia, Matteo Renzi, al voto anti-UE de
izquierda y de derecha, podríamos afirmar que la
mayoría de los ciudadanos se oponen a las condiciones
actuales.

Entretanto, justo cuando flaquea el audaz experimento de
Europa en materia de gobernación internacional, Rusia
está perfilándose como un rival peligroso de la UE,
un rival que tiene ambiciones geopolíticas mundiales y
está dispuesto a hacer uso de la fuerza. Putin está
aprovechando una ideología nacional étnica para
fortalecer su régimen. De hecho, el mes pasado en el
programa ruso de radio Línea directa ensalzó las
virtudes genéticas del pueblo ruso. La anexión de
Crimea le ha dado popularidad en su país y su
empeño por debilitar el predominio mundial de los Estados
Unidos, en parte procurando una alianza con China, ha resonado
favorablemente en el resto del mundo.

Pero el interés propio del régimen de
Putin está reñido con los intereses
estratégicos de Rusia; ésta se beneficiaría
más de una cooperación más estrecha con la
UE y los Estados Unidos, mientras que recurrir a la
represión en Rusia y Ucrania es claramente
contraproducente. Pese al elevado precio del petróleo, la
economía rusa está debilitándose por la
huida de capitales y talentos. La utilización de la
violencia en la plaza Maidan de Kiev ha propiciado el nacimiento
de una nueva Ucrania decidida a no formar parte de un nuevo
imperio ruso.

El éxito de la nueva Ucrania
constituiría una amenaza existencial para el gobierno de
Putin en Rusia. Ésa es la razón por la que se ha
empeñado tanto en desestabilizar a Ucrania fomentando las
autodeclaradas repúblicas separatistas de la Ucrania
oriental.

Con la movilización de las protestas contra los
separatistas por parte del mayor empleador de la región de
Donbas, el plan de Putin puede no dar resultado, por lo que ahora
es probable que acepte los resultados de las elecciones
presidenciales, con lo que se librará de sanciones
suplementarias, pero es probable que Rusia busque otras
vías para desestabilizar a la nueva Ucrania, cosa que no
ha de ser demasiado difícil, en vista de que las fuerzas
de seguridad, después de haber servido al régimen
corrupto del ex Presidente Viktor Yanukóvich, están
desmoralizadas y no necesariamente son leales a los nuevos
dirigentes del país.

Todo ello ha sucedido muy rápida y recientemente.
Tanto la UE como los EE.UU. están demasiado ocupados con
sus problemas internos y siguen sin ser demasiado conscientes de
la amenaza geopolítica e ideológica que representa
la Rusia de Putin. ¿Cómo deberían
reaccionar?

La primera tarea es la de contrarrestar los intentos por
parte de Rusia de desestabilizar a Ucrania. Como el "pacto
fiscal" y otras normas limitan las posibilidades de asistencia
gubernamental, es necesario un pensamiento innovador. La medida
más eficaz sería la de ofrecer seguros gratuitos
contra los riesgos políticos a quienes inviertan en
Ucrania o hagan negocios con ella. Así se
mantendría en marcha la economía, pese a la
agitación política, y se indicaría a los
ucranianos que la UE y los EEUU -tanto sus gobiernos como sus
inversores privados- están comprometidos con ellos. Si se
les compensaran plenamente las pérdidas causadas por los
sucesos políticos ajenos a su responsabilidad, las
empresas acudirían en tropel a un nuevo y prometedor
mercado abierto.

Los seguros contra los riesgos políticos pueden
parecer demasiado complejos para aplicarlos rápidamente.
En realidad, esos seguros ya existen. Aseguradores y
reaseguradores privados como Euler Hermes de Alemania llevan
años ofreciéndolos, además de instituciones
internacionales como el Organismo Multilateral de Garantía
de Inversiones del Banco Mundial y la Corporación de
Inversiones Privadas en el Extranjero del Gobierno de los Estados
Unidos. Sin embargo, tienen que cobrar primas importantes para
cubrir el costo de los reaseguros.

Ante unas primas elevadas, la mayoría de las
empresas se limitarían a esperar al margen hasta que
pasara la tormenta. Ésa es la razón por la que los
gobiernos interesados deben hacerse cargo de la función de
reaseguro y utilizar sus organismos sólo para administrar
las pólizas de seguros.

Podrían garantizar las pérdidas del mismo
modo que financian al Banco Mundial: cada gobierno haría
una modesta aportación de capital prorrateada y
comprometería el resto en forma de capital exigible, que
estaría disponible en caso de que se pagaran
pérdidas y cuando así fuera efectivamente. La UE
tendría que modificar el pacto fiscal para eximir el
capital exigible y permitir que se amortizaran las
pérdidas efectivas a lo largo de un número
determinado de años. Las garantías de esa clase
tienen una característica peculiar: cuanto más
convincentes son, menos probable es que se invoquen; es probable
que el reaseguro resulte muy económico. El Banco Mundial
es un ejemplo patente de ello.

Actuando pronta y convincentemente, la UE podría
salvar a Ucrania… y a sí misma. Lo que propongo para
Ucrania podría aplicarse también en el nivel
nacional. Mientras haya tantos recursos productivos
desaprovechados, tendría sentido eximir del pacto fiscal
las inversiones que con el tiempo se financiaran por sí
solas. Renzi, por ejemplo, está propugnando precisamente
esa medida.

Putin se propone convertir a Crimea en un escaparate
prodigándole 50.000 millones de euros en los
próximos años. Con el apoyo de Europa, Ucrania
podría superarla y, si esa iniciativa indicara el comienzo
de una política de crecimiento que tan apremiantemente
necesita Europa, ésta, al salvar a Ucrania, se
salvaría a sí misma.

(George Soros is Chairman of Soros Fund Management and
Chairman of the Open Society Foundations. A pioneer of the
hedge-fund industry, he is the author of many books, including
The Alchemy of Finance, The New Paradigm for Financial Markets:
The Credit Crisis of 2008 and What it…)

– Trabajar sin fronteras (Fedea –
29/5/14)

(Por Marcel Jansen)

Las elecciones europeas han producido un verdadero
seísmo político. Por primera vez en la historia,
partidos populistas como el FN en Francia y el UKIP en el Reino
Unido han ganado las elecciones en sus países.
Además, partidos anti-europeos ocuparán uno de cada
cuatro escaños en el nuevo parlamento europeo. En estas
circunstancias es de agradecer que IZA, el principal centro de
investigación en economía laboral en Europa, haya
tomado la iniciativa de distribuir un manifiesto en defensa de
una Europea libre e integrada, sin fronteras que obstaculizan la
libre circulación de sus ciudadanos. Hoy en día la
solución consiste en más integración europea
en vez de menos integración.

Abajo reproducimos el texto del manifiesto. El texto
merece una amplia difusión y con su reproducción me
quito la espina que tengo clavada desde mi reciente visita a
Berlín. El regalo de bienvenida de mi hotel era la revista
de arriba cuya portada reza algo como "¿Quién tiene
miedo a los españoles? en alusión a una supuesta
invasión de jóvenes españoles en
búsqueda de las generosas prestaciones sociales en
Alemania. Me parece una perfecta ilustración del creciente
populismo en el Norte de Europa que hay que combatir con
determinación. Y tras esta pequeña digresión
muy personal os dejo con el texto del manifiesto.

Una de las bases fundamentales de la integración
europea es la libre circulación de sus ciudadanos,
ciudadanas, trabajadores y trabajadoras. Dicho derecho
está englobado en los tratados de la Unión Europea.
En una Europa libre e integrada, no hay lugar para ciudadanos y
ciudadanas de primera y segunda categoría. A pesar de
ello, algunos estados miembros y grupos de interés
están considerando volver al pasado y restringir el
derecho de los ciudadanos y ciudadanas de trabajar en cualquier
lugar de la UE. Aunque esta idea sólo sea respaldada por
una minoría dentro de nuestro único mercado
Europeo, su desarrollo nos causa gran
preocupación.

El intento de limitar el derecho fundamental de la libre
circulación del trabajo se contradice con los intereses
europeos a favor de una economía dinámica y
próspera. Las llamadas a restringir esta libertad son
particularmente malignas en el contexto actual del debate
político en curso puesto que lo que pretenden es influir
en los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo en
2014. Un mercado de trabajo genuinamente europeo -uno sin
fronteras- también es un requisito previo para el buen
funcionamiento de la economía y la estabilidad del Euro.
Sin él, las perspectivas de crecimiento empeoran –
así como cualquier esperanza hacia una Europa que consiga
un ajuste de sus mercados más equilibrado.

Apoyar activamente el movimiento sin restricciones de
mano de obra tiene por lo tanto muchos beneficios. Además
de establecer un nuevo dinamismo económico en la
Unión Europea y de ayudar a superar los graves
desequilibrios económicos entre los estados miembros de la
UE, también reduce los efectos adversos de los cambios
demográficos. De hecho, la libre circulación del
trabajo no sólo contribuye a reducir las diferencias en
bienestar social entre países, sino que sirve como un
medio para mejorar la asignación del reducido capital
humano en la UE. En resumen, el libre movimiento del trabajo
puede ser útil para todos, puesto que promueve el
crecimiento económico y mejora la competitividad de
nuestros países.

Lidiar con otras restricciones No es el momento ahora de
mirar al pasado. Más bien al contrario. Ahora es el
momento de lidiar con todos los obstáculos que impiden un
mercado de trabajo europeo verdaderamente libre e integrado.
Sólo cuando dicho objetivo se convierta en realidad,
conseguiremos que las promesas centrales de la Unión
Europea -mejorar continuamente el nivel de vida de todos nuestros
ciudadanos- se realicen. Para conseguir nuestro compromiso,
debemos esforzarnos por tomar una serie de medidas
específicas:

1. Primero, necesitamos modificar nuestras leyes
fiscales y de la seguridad social allá donde sea necesario
– y mejorar la coordinación ocupacional y privada del
sistema de pensiones.

2. Segundo, necesitamos introducir un sistema de
búsqueda de empleo efectivo en toda Europa con el fin de
que los trabajadores y las trabajadoras puedan encontrar trabajo
incluso lejos de su país de origen.

3. Tercero, dicho sistema también necesita reglas
transparentes y efectivas para calcular los beneficios que los
individuos que buscan trabajo en otros países de la UE
tienen derecho a percibir durante su búsqueda.

4. Cuarto, debemos mejorar la movilidad por toda Europa
diseñando servicios de idiomas y reubicación
laboral asequibles. Una forma importante de animar a los
trabajadores y trabajadoras para probar suerte fuera de su
país es mejorando los programas de intercambio para
formadores y trabadores, y potenciar aún más los
modelos de intercambio internacional de estudiantes que ya
funcionan con éxito.

5. Quinto, debemos ponernos de acuerdo en los
estándares que permitan el reconocimiento a escala
comunitaria de las cualificaciones profesionales y
títulos, con el fin de que aquellos individuos con
títulos oficiales puedan buscar trabajo donde
quieran.

6. Sexto, debemos abrir nuestras mentes a una
Unión Europea donde incluso los empleos del sector
público en un Estado miembro puedan ser ocupados por
candidatos calificados de otro Estado de la UE.

7. Y séptimo, tenemos que mejorar la
información que reciben los ciudadanos de la UE sobre las
ventajas de trabajar en el extranjero y de recibir inmigrantes
que vienen a trabajar en su país.

Es por ello que solicitamos una Carta de
la UE que sirva como un compromiso conjunto para "Trabajar sin
Fronteras".

Para avanzar con decisión y de manera irrevocable
hacia ese objetivo, estamos dispuestos a apoyar la
creación de un comité de la UE integrado por
legisladores, representantes del sector privado y
académico.

Necesitamos unir fuerzas para potenciar el sueño
europeo, en lugar de cortarle las alas antes de que alce vuelo y
alcance todo su potencial.

– Qué ofrecer a los ciudadanos (Project Syndicate
30/5/14)

Madrid.- Las elecciones han mostrado la
frustración, el descontento y la desconfianza ciudadana.
Las nuevas instituciones comunitarias enfrentan una legislatura
crucial marcada por la salida de la crisis, los retos globales y
una creciente desafección hacia la Unión Europea.
Hay que sacar lecciones profundas, incluyendo en innegable
impacto que tendrá el auge euroescéptico en las
políticas nacionales. La UE debe escuchar, renovarse y
actuar en consecuencia para no dejar a buena parte de la
ciudadanía atrás. Para ello se necesita un gran
programa de prioridades estratégicas.

La economía será, sin
duda, la primera de las prioridades. Se ha avanzado mucho en
nuevos mecanismos de integración, como el Mecanismo
Europeo de Estabilidad (MEDE) o la Unión Bancaria, pero
aún queda mucho por hacer. La nueva Comisión
tendrá que impulsar de manera decidida el crecimiento
económico y empleo, haciendo posible que los países
del sur puedan compatibilizar sus objetivos de reducción
de déficit y deuda con políticas de crecimiento,
que son las únicas que pueden permitir reducir la deuda a
largo plazo. El paro juvenil es una lacra que amenaza con crear
una generación perdida. La nueva Comisión debe
facilitar las condiciones para llevar a cabo políticas
activas de empleo en los Estados Miembros, sobre todo hacia los
jóvenes, siguiendo el camino que abrió en noviembre
del año pasado cuando lanzó el plan de empleo
juvenil. La Comisión podría ampliar los fondos para
programas nacionales y regionales en este ámbito. De su
éxito depende que se recupere el consumo, el dinamismo y
el crecimiento.

Las políticas de crecimiento deben ser
prioritarias y entre ellas no hay ninguna más importante
que la de impulsar la I+D, tanto pública como privada. La
UE debe hacer un esfuerzo presupuestario en este sentido y
facilitarlo también a los países miembros,
permitiendo por ejemplo que el gasto en I+D o el gasto en algunas
políticas activas de empleo orientadas hacia los
jóvenes no computen para el déficit. Si se ha hecho
con las ayudas al sector financiero, debiera poderse hacer para
la inversión. Además, la propia Unión debe
potenciar sus propias actividades en este ámbito. Pero
para ello es imprescindible que se incremente su
presupuesto.

Las propuestas de cómo hacerlo son varias, desde
la creación de un impuesto comunitario al incremento de la
contribución a través de impuestos nacionales.
Habrá que apostar por aquéllas que sean
técnica y políticamente más viables.
Además, en materia fiscal, Europa requiere una
mínima homogeneización, por lo menos en las bases
del impuesto de sociedades. De esta manera se podrá evitar
que se explote de manera perniciosa las diferencias entre
países miembros.

Finalmente, ahora que lo peor de la tormenta parece
haber pasado, es fundamental que se arreglen los fallos en el
diseño de la arquitectura institucional del euro. Los
avances en la unión bancaria son importantes pero quedan
dos elementos por cerrar: un verdadero saneamiento del sistema
bancario europeo que facilite el flujo del crédito y aleje
el fantasma de la deflación y algún tipo de
mecanismo de mutualización de la deuda que proteja a los
países más vulnerables de los vaivenes de los
mercados. El papel del Banco Central Europeo en ambos es
fundamental, como lo es en seguir potenciar el crecimiento
mediante una política monetaria expansiva y facilitando el
acceso a los mercados de aquellos países vulnerables y que
aún dependen de la garantía implícita del
BCE para poder financiarse.

Pero es más que la economía: el mundo no
se para a esperar. Asuntos como la conclusión del Tratado
de Libre Comercio con Estados Unidos, la negociación con
Irán o la Cumbre sobre Cambio Climático de
París en 2015 serán claves para los próximos
años. La oportunidad de replantear la política
exterior europea es clara. La mirada europea al entorno global
debe girar en torno a tres ejes que se corresponden con los retos
que plantean nuestras tres vecindades. Tendremos que ganarnos
nuestro sitio en un contexto mundial volátil, inestable y
cambiante; tratando de implicarnos de manera activa y resuelta
para asegurar una gobernanza global positiva y aceptable para
todos.

La primera vecindad, la oriental, está marcada
por la crisis en Ucrania. Tras la anexión -ilegal- de
Crimea por parte de Rusia y la compleja aproximación de
Moscú basada en esferas de influencia, hay que repensar la
relación con la Rusia de Putin. La dependencia
energética, los lazos históricos y la proximidad
geográfica hacen que Rusia sea un socio clave para el
futuro del continente, pero la política exterior que ha
puesto en marcha el Kremlin representa un gran desafío
para la seguridad y unidad europea.

La segunda vecindad, la meridional, sigue enfrascada en
un proceso de transición difícilmente clasificable,
muy exitoso en algunos casos -Túnez- y desalentador en
otros -Siria-. Se detecta una suerte de abandono de la presencia
europea en la ribera sur del Mediterráneo, suplida en
parte por la presencia de otros países árabes. La
ayuda económica que están proporcionando los
países del Golfo es una enorme novedad en el mundo
árabe, que había sido reacio -como en el caso de
Palestina, sostenida fundamentalmente con dinero europeo- a
mostrar solidaridad entre sí. Pese a lo positivo del
cambio de tendencia, será muy difícil llenar de
nuevo el vacío de presencia europea si no se apuesta por
recuperar pronto el espacio.

La tercera vecindad, la más difícil de
gestionar, es la vecindad determinada por la interdependencia. La
interdependencia nos hace a todos vecinos. Este tipo de vecindad
no está condicionada por la geografía sino por los
crecientes lazos económicos, políticos y sociales
con otras zonas del mundo, cada vez más complejos e
interrelacionados. Dentro de esta red de interdependencia
están nuestros más importantes socios, desde
Estados Unidos a China, pasando por otros emergentes y actores no
estatales. Su gestión requiere de una apuesta clara y sin
complejos por la gobernanza global y el multilateralismo eficaz,
a todos los niveles.

La interdependencia, para Europa, tiene una clara
correlación con la dependencia energética. Avanzar
hacia una unión energética es fundamental y debiera
ser uno de los grandes objetivos de la nueva Comisión.
Necesitamos una política energética común.
Dicha política comprende dos ámbitos fundamentales:
el mercado único y la planificación colectiva de
inversiones, del mix energético y de compra de
energía a terceros. Para el mercado único es clave
avanzar hacia una verdadera regulación única en el
continente -demasiado intergubernamental debido al diseño
de la agencia europea HACER-. Europa necesita más
infraestructuras que conecten a los Estados Miembros entre
sí, con más interconexiones de líneas
eléctricas y de gaseoductos. Para ello hay que
intensificar la ejecución de los planes TEN-E (Redes
Trans-Europeas de Infraestructuras Energéticas). Por
último la Unión Europea debe contemplar la
posibilidad de centralizar la compra de energía a terceros
-tal como propuso el Primer Ministro polaco Donald Tusk-. En caso
contrario se necesita, como mínimo, de una mayor
transparencia en las compras que hace cada uno de los Estados
Miembros a terceros. Ahora mismo, por ejemplo, los contratos
entre las empresas compradoras de los distintos Estados Miembros
con Gazprom son confidenciales. En este proceso de
integración energética, la Unión Bancaria
ofrece pistas sobre cómo asegurar el interés
comunitario pero a la vez manteniendo un equilibrio entre las
distintas instituciones europeas: la Comisión, el
Parlamento, el Consejo y el BCE.

La nueva Comisión tendrá, además,
que asegurarse de trazar una política migratoria
común, especialmente necesaria para acallar a los
xenófobos y dotar de coherencia al espacio Schengen de
libre circulación; uno de los mayores -e irrenunciables,
pese a estar últimamente cuestionado- logros
europeos.

Necesitamos un continente innovador con un nuevo impulso
transformador que aliente una nueva edad dorada europea. Las
instituciones europeas necesitan renovarse y recuperar el apoyo
de todos los ciudadanos de la Unión. No lo lograrán
sin demostrar su eficacia.

(Javier Solana was EU High Representative for Foreign
and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign
Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center
for Global Economy and Geopolitics and Distinguished Fellow at
the Brookings Institution)

– El malestar de Europa (El País –
30/5/14)

(Por Jordi Gual)

Las elecciones del pasado fin de semana, con su elevada
abstención y el auge de los partidos extremistas y
aislacionistas, son una muestra más del gradual proceso de
distanciamiento entre la ciudadanía y el proyecto de
integración del continente impulsado por las élites
políticas y económicas. El creciente peso de los
partidos que reclaman el refuerzo de las naciones-Estado y la
devolución de competencias desde Bruselas tiene muchas
explicaciones.

Desde la vertiente política, el
complejo engranaje comunitario, impulsado de hecho por los
propios Estados miembros, carece de suficiente
legitimación democrática. El ciudadano siente que
decisiones muy importantes sobre su vida diaria se adoptan desde
instancias tecnocráticas, que no están sujetas al
control democrático. Esta percepción, que
sólo es parcialmente cierta, se refuerza cuando las
autoridades políticas locales se escudan en Europa para
introducir medidas impopulares.

Más allá de la perspectiva
política, la creciente desafección hacia Europa
tiene también profundas raíces económicas.
No me refiero aquí ni a la crisis de deuda soberana y la
consiguiente recaída en recesión de la zona euro,
ni tampoco a la incipiente y heterogénea
recuperación económica que apuntan los datos de
crecimiento del PIB del primer trimestre en la eurozona. El
problema es más estructural.

El fracaso de Europa queda patente si
examinamos los resultados económicos más a largo
plazo, por ejemplo desde 1997, año en el que los tipos de
cambio de las monedas que formaron el euro quedaron
definitivamente establecidos. La comparativa para este periodo
entre los Estados Unidos y la eurozona es concluyente. En media,
a lo largo de estos años la economía norteamericana
ha aventajado a la europea en un 1% anual en tasa de crecimiento
del PIB. La eurozona ha crecido un mísero 1,4% al
año.

Este diferencial es el resultado tanto del escaso
crecimiento de la productividad en la eurozona (cada año
0,7% menos que los EEUU y a fecha de hoy ya con una desventaja
del 23%), como de la menor capacidad de generar empleo. En EEUU
en estos años las horas trabajadas han aumentado a una
tasa anual del 0,6%, mientras que en Europa nos hemos quedado en
un raquítico 0,3%. En Europa trabajamos menos, ¡pero
no precisamente porque seamos más productivos!

Estos magros resultados en crecimiento y
empleo son, qué duda cabe, factores determinantes del
malestar europeo, puesto que el modelo social del continente, su
Estado de bienestar, es insostenible de mantenerse estas
tendencias en el futuro.

Es tentador achacar los pobres resultados
económicos de Europa precisamente a las disfunciones que
genera su peculiar modelo socio-económico. Sin embargo, la
evidencia muestra que algunos de los países más
exitosos del planeta, por ejemplo Suecia, se basan exactamente en
este modelo, adecuadamente gestionado, para alcanzar sus elevados
niveles de competitividad. En el seno de la propia Unión
Europea, por otro lado, conviven países con diversos
grados de intervencionismo estatal en la economía y
desarrollo del Estado de bienestar. No parece existir un modelo
que domine claramente en términos de resultados de
crecimiento y empleo.

También es tentador atribuir el fracaso de Europa
a la propia introducción de la moneda única.
Especialmente cuando aún estamos sufriendo los coletazos
de una gran recesión, que en la zona euro ha sido
especialmente dura debido a la recaída de los años
2012-2013. Es cierto que la introducción del euro ha
estado en la raíz del brutal ciclo económico que ha
vivido el continente. Sin embargo, estos perversos efectos
cíclicos son el resultado de los graves errores de
diseño de la Unión Económica y Monetaria.
Son la consecuencia de haber avanzado agresivamente en la
integración económica de Europa sin hacerlo en
paralelo con una imprescindible mayor integración
política: en el seno de una unión económica
y monetaria las divergencias persistentes de competitividad solo
pueden resolverse con cierto grado de control político
central que permita, o bien imponer desde el centro reformas
estructurales que corrijan los desajustes, o financiar
fiscalmente las transferencias entre países para aliviar
el impacto de los desequilibrios de productividad en los niveles
de vida de la población.

Los pobres resultados de Europa en los
últimos 15 años son también consecuencia de
la falta de liderazgo político para avanzar de una manera
sólida en la principal política de oferta
comunitaria: la creación de un verdadero mercado interior
único, comparable al de los EEUU. En todos aquellos
sectores económicos en los que por su naturaleza el
Gobierno continúa teniendo un papel significativo
(sectores regulados como, por ejemplo, las telecomunicaciones, el
energético o el transporte) los avances en la
integración europea han sido a todas luces insuficientes.
Ello se traduce en la persistencia de mercados fragmentados y
empresas poco competitivas a escala global.

Las razones por las que las empresas
europeas de estos sectores son comparativamente pequeñas
son muy claras: son sectores en los que las fusiones
transfronterizas son complejas y a menudo politizadas, cuando no
bloqueadas directamente por intereses nacionales. Son sectores
con regulaciones aún poco armonizadas, con predominio de
legislación no comunitaria y reguladores locales. En
muchos casos se requieren interconexiones y recursos compartidos
a nivel de la UE, que los Estados miembros no han concedido. En
definitiva, la soberanía nacional remanente, que
aún es muy significativa, es la que impide la
unificación del mercado y la verdadera integración
económica del continente.

Es irónico. El voto favorable a
la renacionalización de competencias crece en Europa, en
parte como rechazo a los pobres resultados económicos del
continente. Sin embargo, es precisamente la
nacionalización de facto de muchas de las políticas
clave de la Unión la que está conduciendo a la UE a
una crónica e insostenible situación de bajo
crecimiento y bajo empleo.

Serán necesarias dosis enormes de liderazgo y
creatividad para dar la vuelta a esta situación. Se
empieza a instalar en el imaginario colectivo la idea de que
Europa no es tanto la solución, sino el problema. Va a ser
difícil cambiar esta narrativa, pues, al fin y al cabo,
son muchos los interesados, en todos los Estados miembros, en que
la integración no avance, no fuera a poner en peligro su
privilegiada situación.

(Jordi Gual es profesor del IESE y economista jefe de La
Caixa)

– El fortalecimiento del limitado poder de
Europa (Project Syndicate – 30/5/14)

París.- Los resultados de las últimas
elecciones al Parlamento Europeo son tan desconcertantes como
escandalosos. No hay una sola teoría para explicar la
variedad de los resultados nacionales.

En Alemania, donde las políticas de la
Unión Europea han sido muy polémicas desde 2008,
las campaña electoral fue notablemente insulsa, pero en
Francia, donde ni la asistencia financiera ni las iniciativas del
Banco Central Europeo para luchar contra la crisis inspiraron
discrepancia, destacaron los temas anti-UE.

Ni las variables económicas, como el crecimiento
del PIB, ni las sociales, como, por ejemplo, el desempleo,
explican por qué Italia votó en masa a favor del
Partido Democrático, de centro-izquierda, del Primer
Ministro, Mateo Renzi, mientras que Francia apoyó al
Frente Nacional, de extrema derecha, de Marine Le Pen.

Entre los países que cuentan con
superávits, los euroescépticos resultaron fuertes
en Austria, pero débiles en Alemania. Entre los
países afectados por la crisis, Grecia se volvió
hacia la coalición de extrema izquierda Syriza de Alexis
Tsipras, mientras que los antiguos partidos predominantes, Nueva
Democracia y PASOK, obtuvieron conjuntamente menos de la tercera
parte del voto popular, pero en Portugal no se impugnó el
predominio de los partidos tradicionales.

Cuanto más se examinan los números,
más desconcertantes resultan. El historiador Harold James
sostiene que la tónica dominante es la de que donde
más fuerte es la derecha nacionalista es en los dos
países de la UE más obsesionados por sus herencias
imperiales, Francia y el Reino Unido. Puede ser, pero,
¿qué decir de Dinamarca, cuya derecha anti-UE
ganó con gran diferencia?

Aunque en los últimos años la
conversación sobre Europa ha cobrado importancia en todas
partes, la verdad es que los europeos no mantienen la misma
conversación. Se trata de un problema grave para los
dirigentes de Europa: el terremoto electoral es lo bastante
grande para que se sientan obligados a reaccionar ante el
descontento político y económico de sus ciudadanos,
pero no saben cuál debe ser su reacción.

En el frente económico, los
primeros debates posteriores a las elecciones indican una
coincidencia en que se debe hacer más para impulsar el
crecimiento y el empleo. No cabe duda de que eso es cierto. Los
resultados recientes en materia de crecimiento en Europa han sido
desconsoladores, sobre todo en comparación con los de los
Estados Unidos, que sufrieron la misma sacudida hace seis
años, pero han experimentado una recuperación mucho
más fuerte en producción y empleo. La UE es
también responsable en parte de ese resultado; el de no
limpiar los balances de los bancos antes de la
consolidación fiscal fue un error colectivo.

Sin embargo, resulta igualmente importante que los
dirigentes europeos se abstengan de hacer promesas que no puedan
cumplir. Europa tiene una larga tradición de iniciativas
grandilocuentes en materia de crecimiento cuyo único
resultado es la decepción.

Por ejemplo, unos miles de millones aquí o
allí no se notan en una economía de trece billones
de euros (17,7 billones de dólares). Otro llamamiento al
Banco Europeo de Inversiones para que apoye la inversión y
la innovación no lo hará menos reacio al riesgo y
un renovado compromiso con unas finanzas saneadas no
volverá gastadoras alegres a unas familias europeas
cautas.

Si los dirigentes de la UE están
comprometidos con el crecimiento y los puestos de trabajo, deben
esforzarse por reparar un mercado único europeo que en
varios sectores sólo es "único" de nombre para que
empresas más innovadoras y eficientes crezcan más
rápidamente. También deben idear planes para
financiar infraestructuras fundamentales: no trenes de gran
velocidad con trayectos absurdos, sino interconexiones para los
sistemas energéticos y columnas vertebrales de las
comunicaciones de la era de la información.

Además, deben acordar un plan que dé como
resultado una vía futura creíble para el precio del
carbono, que brindaría al sector privado la previsibilidad
que necesita a fin de invertir en ahorro de energía y
energía limpia, y deben idear un mecanismo para nivelar
las diferencias del costo del crédito en el norte y en el
sur de la zona del euro.

Los dirigentes de la UE deben fomentar también la
inversión privada en los sectores de bienes
comercializables de sus Estados miembros meridionales, con lo que
ayudarían a esas economías a reconstruir más
rápidamente su base de exportación, y deben dedicar
fondos reales a iniciativas encaminadas a capacitar a los
jóvenes desempleados y alentarlos a aceptar más la
movilidad.

Por último -y no se trata de lo menos
importante-, las autoridades europeas deben examinar una forma de
limitar el exceso de ahorro en la zona del euro para poner freno
a la presión que hace aumentar el tipo de cambio de la
divisa común, pero, si no se ponen de acuerdo sobre lo que
hacer, deben resistirse a la tentación de poner parches a
sus diferencias.

En el frente político, el debate versa sobre lo
que la UE debería aspirar a ser y la tentación
posterior a las elecciones es la de dar sólo una
respuesta: menos. Sería un error comprensible, pero, aun
así, un error. Los ciudadanos pueden estar divididos en
cuanto al grado de integración deseable en última
instancia, pero una preocupación que comparten es la de
que el Gobierno, en todos los niveles, debe obtener resultados,
incluida la UE, en particular en lo relativo al euro.

De hecho, según una reciente encuesta de
opinión, tres cuartas partes del público
francés dudan que el euro fuera una iniciativa
válida, pero la misma proporción exactamente se
opone a abandonar la moneda común. El mensaje para las
instituciones de la UE está claro: puede haber sido un
error encomendaros esa tarea, pero la decisión fue
adoptada, por lo que ahora vuestro papel es hacer que el euro
funcione.

Dicho de otro modo, los ciudadanos de Europa no
respaldarán, desde luego, planes para ampliar el alcance
de las políticas y la autoridad de la UE, pero, por la
misma razón, son totalmente conscientes de la necesidad de
una UE que cumpla con las obligaciones que sí que
tiene.

Poco antes de su muerte, Tommaso Padoa-Schioppa, ex
miembro de la Junta de Gobierno del BCE y ministro de Hacienda de
Italia, lo expuso con claridad. Con frecuencia se confunde
–dijo- el poder limitado con el poder débil, el que
carece de los instrumentos necesarios para actuar dentro de su
esfera de autoridad, pero lo que se debe limitar es esta
última, no la capacidad para actuar dentro de esos
límites.

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