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El desencanto de Europa (impotencia, melancolía y suicidio económico) (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Los dirigentes de Europa deberían adoptar esa
máxima como su lema: éste no es el momento de
lograr más Europa, sino el de una Europa que cumpla su
mandato. Puede entrañar la necesidad de privarla de
determinadas tareas innecesarias para las que la UE carece de
legitimidad o no está bien equipada. También puede
entrañar la necesidad de conceder a la UE el poder
necesario para que tenga éxito en lo que ya está
encargada de hacer.

Ese programa pragmático puede parecer poco
apasionante y probablemente lo sea, pero también es
probable que ofrezca la mejor posibilidad de reconciliar a la
población de Europa con la UE.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School
of Governance in Berlin, and currently serves as the French
government's Commissioner-General for Policy Planning. He is a
former director of Bruegel, the Brussels-based economic think
tank)

– La gran reacción contraria (Project Syndicate –
31/5/14)

Nueva York.- En el momento inmediatamente posterior a la
crisis financiera mundial de 2008, el éxito de las
autoridades en impedir que la "gran recesión" se
convirtiera en la "gran depresión II" mantuvo a raya las
peticiones de proteccionismo y las medidas aislacionistas, pero
ahora ha llegado la reacción contra la
mundialización y la mayor libertad de circulación
de bienes, servicios, capital, mano de obra y tecnologías
que la acompañó.

Ese nuevo nacionalismo adopta formas económicas
diferentes: obstáculos al comercio, protección de
activos, reacción contra la inversión extranjera
directa, políticas que favorecen a los trabajadores y las
empresas nacionales, medidas antiinmigración, capitalismo
de Estado y nacionalismo en materia de recursos. En la esfera
política, están subiendo los partidos populistas,
antimundialización, antiinmigración y, en algunos
casos, claramente racistas y antisemitas.

Esas fuerzas aborrecen la sopa de letras de
instituciones de la gobernación supranacional -la UE, las
NNUU, la OMC y el FMI, entre otras- que requiere la
mundialización. Incluso la red Internet, epitome de la
mundialización durante los dos últimos decenios,
corre el riesgo de resultar balcanizada a medida que
países más autoritarios -incluidos China, el
Irán, Turquía y Rusia– intentan limitar el acceso a
los medios de comunicación social y reprimen la
expresión libre.

Las causas principales de esas
tendencias están claras. Una recuperación
económica anémica ha brindado una oportunidad a los
partidos populistas, que promueven políticas
proteccionistas, para achacar al libre comercio y a los
trabajadores extranjeros el prolongado malestar. Si a ello
sumamos el aumento de la desigualdad en materia de ingresos y
riqueza en la mayoría de los países, no es de
extrañar que se haya generalizado la impresión de
que se trata de una economía en la que el ganador se lleva
toda la banca, los beneficiados son sólo las
minorías privilegiadas y se distorsiona el sistema
político. En la actualidad, tanto las economías
avanzadas (como los Estados Unidos, donde una financiación
ilimitada de las autoridades democráticamente elegidas por
parte de intereses empresariales financieramente poderosos es una
simple corrupción legalizada) como en los mercados en
ascenso (donde los oligarcas dominan con frecuencia la
economía y el sistema político) parecen estar al
servicio de minorías.

En cambio, para las mayorías sólo ha
habido un estancamiento prolongado, con una reducción del
empleo y unos salarios estancados. Donde la inseguridad
económica resultante para las clases trabajadoras y medias
es más acuciante es en Europa y en la zona del euro, en
muchos de cuyos países los partidos políticos
–principalmente de derechas– superaron en votos a las
fuerzas centrales en las elecciones al Parlamento Europeo del
pasado fin de semana. Como en el decenio de 1930, cuando la "gran
depresión" propició la aparición de
gobiernos autoritarios en Italia, Alemania y España, una
tendencia similar podría estar en marcha.

Si no se recupera pronto el aumento de los ingresos y de
los puestos de trabajo, los partidos populistas podrían
acercarse más al poder en el nivel nacional de Europa y
los sentimientos anti-UE podrían paralizar la
integración económica y política europea.
Peor aún: la zona del euro podría volver a estar en
riesgo; algunos países (el Reino Unido) podrían
salir de la UE; otros (el Reino Unido, España y
Bélgica) podrían acabar
desmembrándose.

Incluso en los EEUU se ve que la inseguridad
económica de una gran clase marginal blanca que se siente
amenazada por la inmigración y el comercio mundial
está influyendo cada vez más en las facciones de
extrema derecha y del Tea Party dentro del Partido Republicano.
Esos grupos se caracterizan por el nativismo económico,
las inclinaciones antiinmigración y proteccionistas, el
fanatismo religioso y el aislacionismo
geopolítico.

Se ve una variante de esa dinámica en Rusia y en
muchas partes de la Europa oriental y del Asia occidental, donde
la caída del Muro de Berlín no dio pasó a la
democracia, la liberalización económica y un
rápido aumento de la producción, sino que
regímenes nacionalistas y autoritarios llevan en el poder
la mayor parte del último cuarto de siglo aplicando
modelos de crecimiento propios del capitalismo de Estado, que
sólo garantizan unos resultados económicos
mediocres. En ese marco, no se puede separar la
desestabilización de Ucrania por parte del Presidente de
Rusia, Vladimir Putin, de su sueño de encabezar una
"Unión Eurasiática", intento mal disimulado de
recrear la antigua Unión Soviética.

También en Asia resurge el nacionalismo. Los
nuevos dirigentes del Japón, China, Corea del Sur y ahora
de la India son nacionalistas políticos en regiones en las
que las disputas territoriales siguen siendo graves y se
están enconando agravios históricos muy antiguos.
Dichos dirigentes -además de los de Tailandia, Malasia e
Indonesia, que avanzan en una dirección nacionalista
similar- deben abordar imperativos importantes en materia de
reformas estructurales para poder reavivar el crecimiento
económico en disminución y, en el caso de los
mercados en ascenso, evitar la trampa de los ingresos medios. El
fracaso económico podría contribuir a intensificar
aún más las tendencias nacionalistas y
xenófobas… e incluso desencadenar conflictos
militares.

Entretanto, Oriente Medio sigue siendo una región
empantanada en el atraso. La "primavera árabe",
desencadenada por un crecimiento lento, un elevado desempleo
juvenil y una desesperación económica generalizada,
ha dado paso a un largo invierno en Egipto y en Libia, donde las
opciones substitutivas son un regreso de los caudillos
autoritarios y el caos político. En Siria y el Yemen hay
una guerra civil; el Líbano y el Iraq podrían
afrontar una suerte similar; el Irán es a un tiempo
inestable y peligroso para otros países y el
Afganistán y el Pakistán parecen cada vez
más Estados fallidos.

En todos esos casos, el fracaso económico y la
falta de oportunidades y esperanzas para los pobres y los
jóvenes están fomentando el extremismo religioso y
político, el resentimiento contra Occidente y en algunos
casos un terrorismo declarado.

En el decenio de 1930, la incapacidad para prevenir la
"gran depresión" facilitó la llegada al poder de
regímenes autoritarios en Europa y Asia, lo que
acabó propiciando el estallido de la segunda guerra
mundial. Esta vez el daño causado por la gran
recesión está sometiendo a las economías
avanzadas a un estancamiento prolongado y creando grandes
dificultades para el crecimiento estructural en los mercados en
ascenso.

Es un terreno ideal para que el
nacionalismo político y económico arraigue y
prospere. Se debe ver la reacción actual contra el
comercio y la mundialización en el marco de lo que, como
sabemos por experiencia, podría venir a
continuación.

(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of
Business and Chairman of Roubini Global Economics, was Senior
Economist for International Affairs in the White House's Council
of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has
worked for the International Monetary Fund…)

– Los nacionalistas de Europa están en marcha
(Project Syndicate – 31/5/14)

Berlín.- Europa se compone de naciones, y
así ha se mantenido durante cientos de años. Esto
es lo que hace que la unificación del continente sea una
tarea política tan difícil, incluso hoy en
día. Sin embargo, el nacionalismo no es el principio para
la construcción de Europa; por el contrario, ha sido, y
sigue siendo, el principio para la deconstrucción de
Europa. Esa es la principal lección que puede extraerse de
los dramáticos ascensos logrados por los partidos
populistas antieuropeos en las elecciones al Parlamento Europeo
de la semana pasada.

Esta es una lección que todos los europeos
deberían haber aprendido a estas alturas. Las guerras del
siglo XX en Europa, al fin de cuentas, se pelearon bajo la
bandera del nacionalismo – y casi destruyen completamente el
continente. En su discurso de despedida ante el Parlamento
Europeo, François Mitterrand destila toda una vida de
experiencias políticas en una sola frase: "El nacionalismo
es la guerra".

Este verano, Europa va a conmemorar el centenario del
inicio de la Primera Guerra Mundial, guerra que sumió a
Europa en el abismo de la violencia nacionalista moderna. Europa
también conmemorará el 70º aniversario del
desembarco aliado en Normandía, que fue el evento que
llegaría a decidir la Segunda Guerra Mundial en favor de
la democracia en Europa occidental (y posteriormente,
después del fin de la Guerra Fría, en favor de la
democracia en toda Europa).

La reciente historia europea está llena de este
tipo de conmemoraciones y aniversarios, todos ellos estrechamente
relacionados con el nacionalismo. Y aun así, las
esperanzas de muchos europeos parecen encontrar su
expresión, una vez más, en dicho nacionalismo,
mientras que una Europa unificada, que en los hechos es la
garante de la paz entre los pueblos de Europa desde el año
1945, es vista como una carga y una amenaza. Este es el verdadero
significado de los resultados de las elecciones al Parlamento
Europeo.

Pero los números y porcentajes por sí
solos no expresan la magnitud de la derrota sufrida por la UE. A
lo sumo, en su calidad de elecciones democráticas, estas
definen mayorías y minorías -y por lo tanto la
distribución del poder por un período de tiempo- no
siempre garantizan una evaluación correcta de la
situación política. Las elecciones ofrecen una
fotografía instantánea – un momento congelado en el
tiempo; para comprender las tendencias a largo plazo, tenemos que
examinar el cambio en el porcentaje de votos que reciben diversos
partidos entre una elección y la siguiente.

Si el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo
fuese a ser juzgado exclusivamente por el hecho de que una
abrumadora mayoría de los ciudadanos de Europa
emitió sus votos por los partidos pro-UE, el punto
más fundamental -el dramático aumento del apoyo a
los partidos nacionalistas euroescépticos en Estados como
Francia, el Reino Unido, Dinamarca, Austria, Grecia y
Hungría- sería pasado por alto. Si esta tendencia
continúa, se convertirá en una amenaza existencial
para la UE, ya que bloqueará una mayor integración,
que es urgentemente necesaria, y destruirá la idea de
Europa desde dentro.

Francia, en especial, es motivo de gran
preocupación, debido a que su Frente Nacional se ha
consolidado como la tercera fuerza política del
país. "¡Conquistar Francia, destruir Europa!" se ha
convertido en el próximo objetivo electoral del Frente.
Sin Francia, poco o nada sucede en la UE; junto con Alemania,
este país es indispensable para el futuro de la UE. Y sin
lugar a duda, el Frente y sus electores hablan en
serio.

En el corazón de la crisis
política de Europa se encuentra el malestar
económico y financiero de la eurozona, mismo que ni los
gobiernos nacionales ni las instituciones de la UE parecen poder
abordar. En lugar de fortalecer la solidaridad paneuropea, la
angustia económica ha dado lugar a un conflicto masivo con
respecto a la distribución. La que anteriormente fue una
relación entre iguales ha dado paso a un enfrentamiento
entre deudores y acreedores.

La desconfianza mutua que caracteriza a este conflicto
puede dañar irreparablemente el alma de la Unión y
de todo el proyecto europeo. El norte de Europa está
plagado de temores de expropiación; el sur de Europa se
encuentra aprisionado por una crisis económica
aparentemente interminable y por un alto nivel de desempleo que
no tiene precedentes, del cual los ciudadanos del sur
responsabilizan a los países de norte – especialmente a
Alemania. La crisis de la deuda en el sur, junto con las
consecuencias sociales causadas por las duras medidas de
austeridad, se ven en el sur, simplemente, como el abandono del
principio de solidaridad por parte de un norte de Europa que es
rico.

Dentro de este clima en el cual la
solidaridad va en disminución, el anticuado nacionalismo
recibió sus victorias prácticamente en bandeja de
plata. En los hechos, el chovinismo nacionalista y la xenofobia
ganaban estrategias electorales con cada asunto que culpabilizaba
a la UE por el colapso del bienestar de la clase
media.

Dada la actual debilidad de Francia y el resultado
dramático de las elecciones en dicho país,
así como también la ruta extraña que toma el
Reino Unido hacia una salida de la UE, el papel de liderazgo de
Alemania continuará en aumento, lo cual no es ni bueno
para la propia Alemania, ni para la UE. Alemania nunca
aspiró a desempeñar dicho papel; la fortaleza
económica del país y su estabilidad institucional
han hecho que para Alemania aceptar dicho papel sea algo
inevitable. Sin embargo, la reticencia de Alemania a liderar
sigue siendo un gran problema.

Todos los europeos tienen en sus genes políticos
la capacidad para oponerse instintivamente -y también de
manera racional- a cualquier forma de hegemonía. Esto
también se aplica a Alemania. Sin embargo, responsabilizar
a la hegemonía alemana de las políticas de
austeridad en el sur solamente se justifica en parte; el gobierno
alemán no obligó a los países afectados a
constituir altos niveles de deuda pública.

De lo que sí se puede
responsabilizar a Alemania es por la insistencia de sus
líderes en cuanto a simultáneamente reducir la
deuda y aplicar las reformas estructurales, como también
por su objeción a casi todas las políticas
orientadas al crecimiento de la eurozona. Por otra parte, ninguno
de los bandos políticos de Alemania está dispuesto
a reconocer "el problema alemán" de la unión
monetaria (es decir, la fortaleza relativa que tiene este
país, que no la ha utilizado para el bien del proyecto
europeo en su conjunto).

En la actualidad la pregunta candente es cuánto
hará Alemania por ayudar a Francia con el objetivo de
salvar a Europa. La presión que se ejerce sobre la
canciller alemana, Ángela Merkel, y sobre el presidente
del Banco Central Europeo, Mario Draghi, aumentará sin
duda y dicha presión no provendrá solamente desde
París, sino también desde Roma, Atenas y otras
capitales.

La alternativa que en la actualidad tiene Alemania, en
contraposición a cambiar de rumbo, es esperar a que los
países deudores de Europa elijan gobiernos que cuestionen
su obligación de pagar. En Grecia, la suerte ya
está echada. Para Europa, esto sería un desastre;
para Alemania, ello sería simplemente tonto.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice
Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong
support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by
its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral
politics after participating in the
anti-establishment…)

– Decadencia de Occidente (El País –
1/6/14)

Tras las elecciones europeas, irrumpen torrencialmente
los enemigos populistas del euro y de la UE; mientras tanto,
Estados Unidos se está retirando discretamente del
liderazgo democrático y liberal

(Por Mario Vargas Llosa)

Aunque en apariencia los partidos tradicionales
-populares y socialistas- han ganado las elecciones al Parlamento
Europeo, la verdad es que ambos han perdido muchos millones de
votos y que el hecho central de esta elección es la
irrupción torrencial en casi toda Europa de partidos
ultraderechistas o ultraizquierdistas, enemigos del euro y de la
Unión Europea, a los que quieren destruir, para resucitar
las viejas naciones, cerrar las fronteras a la inmigración
y proclamar sin rubor su xenofobia, su nacionalismo, su
filiación antidemocrática y su racismo. Que haya
matices y diferencias entre ellos no disimula la tendencia
general de una corriente política que hasta ahora
parecía minoritaria y marginal y que, en esta justa
electoral, ha demostrado un crecimiento espectacular.

Los casos más emblemáticos son los de
Francia y Gran Bretaña. El Front National de Marine Le
Pen, que, hasta hace pocos años era un grupúsculo
excéntrico, es ahora el primer partido político
francés -de no tener un solo diputado europeo tiene ahora
24- y el UKIP, Partido de la Independencia de Reino Unido, luego
de derrotar a conservadores y laboristas, se convierte en la
formación política más votada y popular de
la cuna de la democracia. Ambas organizaciones son enemigas
declaradas de la construcción europea y quieren enterrarla
a la vez que acabar con la moneda común y levantar
barreras inexpugnables contra una inmigración a la que
hacen responsable del empobrecimiento, el paro y la subida de la
delincuencia en toda Europa occidental. La extrema derecha
triunfa también en Dinamarca, en Austria los
eurófobos del FPÖ alcanzan el 20%, y en Grecia el
ultraizquierdista antieuropeo Syriza gana las elecciones y el
partido neonazi Amanecer Dorado (10% de los votos) envía
tres diputados al Parlamento Europeo. Catástrofes
parecidas, aunque en porcentajes algo menores, ocurren en
Hungría, Finlandia, Polonia y demás países
europeos donde el populismo y el nacionalismo aumentan
también su fuerza electoral.

Algunos comentaristas se consuelan
afirmando que estos resultados denotan un voto de rabia, una
protesta momentánea, más que una
transformación ideológica del viejo continente.
Pero como es seguro que la crisis de la que han resultado los
altos niveles de desempleo y la caída del nivel de vida
tardará todavía algunos años en quedar
atrás, todo indica que el vuelco político que
muestran estas elecciones en vez de ser pasajero, probablemente
durará y acaso se agravará. ¿Con qué
consecuencias? La más obvia es que la integración
europea, si no se frena del todo, será mucho más
lenta de lo previsto, con la casi seguridad de que habrá
desenganches entre los países miembros, empezando por el
británico, que parece ya casi irreversible. Y, acosada por
unos movimientos antisistema cada vez más robustos y
operando en su seno como una quinta columna, la Unión
Europea estará cada vez más desunida y conmovida
por crisis, políticas fallidas y una contestación
permanente que, a la corta o a la larga, podrían
enterrarla. De este modo, el más ambicioso proyecto
democrático internacional se iría a pique y la
Europa de las naciones encrespadas regresaría curiosamente
a los extremismos y paroxismos de los que resultaron las matanzas
vertiginosas de la II Guerra Mundial. Pero, incluso si no se
llega al cataclismo de una guerra, su decadencia económica
y política seguiría siendo inevitable, a la sombra
vigilante del nuevo (y viejo) imperio ruso.

Al mismo tiempo que me enteraba de los resultados de las
elecciones europeas yo leía, en el último
número de The American Interest, la revista que dirige
Francis Fukuyama (May/June 2014), una fascinante encuesta
titulada America self-contained? (que podría traducirse
como ¿América ensimismada?), en la que una quincena
de destacados analistas estadounidenses de distintas tendencias
examinan la política exterior del Gobierno del presidente
Obama. Las coincidencias saltaban a la vista. No porque en
Estados Unidos haya hecho irrupción el populismo
nacionalista y fascistón que podría acabar con
Europa, sino porque, con métodos muy distintos, el
país que hasta ahora había asumido el liderazgo del
Occidente democrático y liberal, discretamente iba
eximiéndose de semejante responsabilidad para confinarse,
sin traumas ni nostalgia, en políticas internas cada vez
más desconectadas del mundo exterior y aceptando, en este
globalizado planeta de nuestros días, su condición
de país destronado y menor.

Sobre las razones de esta "decadencia" los
críticos discrepan, pero todos están de acuerdo que
esta última se refleja en una política exterior en
la que Obama, con el apoyo inequívoco de una
mayoría de la opinión pública, se
desembaraza de manera sistemática de asumir
responsabilidades internacionales: su retiro de Irak, primero, y,
ahora, de Afganistán, tras dos fracasos evidentes, pues en
ambos países el islamismo más destructor y
fanático sigue haciendo de las suyas y llenando las calles
de cadáveres. De otro lado, el Gobierno de Estados Unidos
se dejó derrotar pacíficamente por Rusia y China
cuando amenazó con intervenir en Siria para poner fin al
bombardeo con gases venenosos a la población civil por
parte del Gobierno de El Asad y no sólo no lo hizo sino
toleró sin protestar que aquellas dos potencias siguieran
suministrando armamento letal a la corrupta dictadura. Incluso
Israel se dio el lujo de humillar al Gobierno norteamericano
cuando éste, a través de los empeños del
secretario de Estado Kerry, intentó una vez más
resucitar las negociaciones con los palestinos,
saboteándolas abiertamente.

Según la encuesta de The American Interest nada
de esto es casual, ni se puede atribuir exclusivamente al
Gobierno de Obama. Se trata, más bien, de una tendencia
que viene de muy atrás y que, aunque soterrada y discreta
por buen tiempo, encontró a raíz de la crisis
financiera que golpeó con tanta fuerza al pueblo
estadounidense ocasión de crecer y manifestarse a
través de un Gobierno que se ha atrevido a materializarla.
Aunque la idea de que Estados Unidos se enrosque en solucionar
sus propios problemas y, a fin de acelerar su desarrollo
económico y devolver a su sociedad los altos niveles de
vida que alcanzó en el pasado, renuncie al liderazgo de
Occidente y a intervenir en asuntos que no le conciernan
directamente ni representen una amenaza inmediata a su seguridad,
sea objeto de críticas entre la élite y la
oposición republicana, ella tiene un apoyo popular muy
grande, la de los hombres y mujeres comunes y corrientes,
convencidos de que Estados Unidos debe dejar de sacrificarse por
los "otros", enfrascándose en costosísimas guerras
donde dilapida sus recursos y sacrifica a sus jóvenes, en
tanto que escasea el trabajo y la vida se vuelve cada vez
más dura para el ciudadano común. Uno de los
ensayos de la encuesta muestra cómo cada uno de los
importantes recortes en gastos militares que ha hecho Obama ha
merecido el respaldo aplastante de la
ciudadanía.

¿Qué conclusiones sacar de
todo esto? La primera es que el mundo ha cambiado ya mucho
más de lo que creíamos y que la decadencia de
Occidente, tantas veces pronosticada en la historia por
intelectuales sibilinos y amantes de las catástrofes, ha
pasado por fin a ser una realidad de nuestros días.
¿Decadencia en qué sentido? Ante todo, en el papel
director, de avanzada, que tuvieron Europa y Estados Unidos en el
pasado mediato e inmediato, para muchas cosas buenas y algunas
malas. La dinámica de la historia ya no sólo nace
allí sino, también, en otras regiones y
países que, poco a poco, van imponiendo sus modelos, usos,
métodos, al resto del mundo. Esta descentralización
de la hegemonía política no estaría mal si,
como creía Francis Fukuyama luego de la caída del
muro de Berlín, la democracia liberal se expandiera por
todo el planeta erradicando la tradición autoritaria para
siempre. Por desgracia no ha sido así sino, más
bien, al revés. Nuevas formas de autoritarismo, como los
representados por la Rusia y China de nuestros días, han
sustituido a las antiguas, y es más bien la democracia la
que empieza a retroceder y a encogerse por doquier, debilitada
por los caballos de Troya que han comenzado a infiltrarse en las
que creíamos ciudadelas de la libertad.

– La burbuja del euro explotará si no se detiene
(El Economista – 2/6/14)

(Por Matthew Lynn)

En Francia, el país que creó la
Unión Europea y el euro, los votantes han respaldado a un
partido que se propone acabar con todo ello. En Gran
Bretaña, otro partido entregado a salir de la UE fue el
primero en las urnas y se ha convertido en una fuerza
política de masas. En España aparecen nuevos
partidos anti-austeridad y Alemania ha instalado en el cargo a
sus primeros políticos opuestos a la moneda única.
Por todo el continente, los políticos que hacen
campaña contra la mayor integración necesaria para
que el euro funcione han obtenido grandes victorias.

A medio plazo, la zona euro se ha vuelto
ingobernable. Pero hay un dato curioso: a los mercados por lo
visto les da igual. Las acciones han subido, los bonos apenas se
han movido y los rendimientos se sitúan en niveles
mínimos históricos. Por supuesto, los mercados
podrían tener razón en el sentido de que las
elecciones no son más que un ruido de fondo, sin
importancia a largo plazo pero lo más plausible es que
esto sea una burbuja.

Si la definición del mercado que sufre de
exuberancia irracional es aquél que cierra los
oídos a las malas noticias y sólo cree en lo que
quiere creer, los mercados de la Eurozona han llegado a ese
punto. La UE y el euro podrían estar condenados aunque,
paradójicamente, por el momento hay una fiebre de compras.
Esta burbuja, como todas las demás, podría durar
algún tiempo.

Catástrofe para la moneda única

Los resultados de las elecciones
europeas del fin de semana sólo se pueden interpretar como
una catástrofe para la moneda única. Fueron los
políticos franceses los que originalmente diseñaron
la UE y su presidente Mitterrand quien abogó por el euro.
Ahora, ese mismo país ha votado al Frente Nacional de
Marine Le Pen, que ha prometido restaurar el franco.
 

Gran Bretaña ha votado al Partido de la
Independencia del Reino Unido, la primera agrupación nueva
que lidera unos comicios nacionales desde hace más de un
siglo. Los partidos anti-UE han triunfado en las urnas griegas y
en Dinamarca.

En Alemania, el escéptico Alternativa por
Alemania ha salido elegido por primera vez, en un primer paso
hacia otorgar respetabilidad a la oposición del euro en el
país. En España, hasta ahora inmune al populismo
anti-UE, los partidos opuestos a la austeridad que exige la
membresía del euro han logrado importantes victorias. Los
partidos establecidos han visto cómo su porcentaje de
votos caía del 81% al 49%. Alemania y España
están en la situación de Gran Bretaña y
Francia hace una década: comienzan el recorrido hacia la
victoria en las urnas de los partidos anti-UE.

El parlamento europeo podrá tener poca influencia
pero los votos todavía cuentan porque para sobrevivir a
medio plazo, la Eurozona necesita más integración.
Hace falta una unión bancaria completa para que se pueda
rescatar a las entidades financieras que lo necesiten y el
sistema no se desmorone. También es necesaria una
política fiscal común para que el gasto tributario
pueda nivelar los altibajos entre las regiones y países
(en lugar de que un país como Alemania prospere mientras
otros como Italia siguen anclados en una recesión
permanente). En resumidas cuentas, la moneda única
necesita un gobierno único que la apoye. La Eurozona debe
ponerse manos a la obra enseguida.

Pero no lo hará. Los partidos anti-UE no han
obtenido mayoría absoluta en el parlamento ni tienen
demasiado poder y los gobiernos nacionales pueden seguir
avanzando hacia la integración si quieren pero, en una
democracia, el electorado importa. ¿Cuántos
políticos querrán presentar a sus ciudadanos un
plan de unión bancaria cocinado en Bruselas? Para eso que
dimitan y se pongan a buscar trabajo. Se ahorrarían la
molestia de que les echen en las urnas. Cualquier medida
importante hacia la integración requerirá cambios
de tratados que deben ratificarse en referendo en casi todo el
continente. Y no se aprobará ninguno, ni ahora ni en un
futuro próximo.

La Eurozona no se integrará
más y sin más integración, no puede
sobrevivir. Se anquilosará en una depresión
constante hasta que los países se cansen del crecimiento
cero y el desempleo masivo, y empiecen a separarse. Fin de la
historia. Los mercados parecen pintar otro cuadro. Las acciones
europeas subieron el lunes por la mañana según se
iban conociendo los resultados. El mercado italiano creció
más del 2,5% por el alivio de que al cómico
convertido en político Beppe Grillo no le haya ido mejor.
Y se ha duplicado desde las profundidades de la crisis del euro.
El DAX ascendió a su máximo histórico, al
igual que el CAC-40 francés. Los mercados de bonos
europeos han sido aún más fuertes. España,
casi en la quiebra hace tres años, puede pedir prestado
casi tan barato como EEUU. El rendimiento de un bono griego a
diez años bajó al 6,5%. En 2012 superaba el
30%.

Una locura. Cualquiera que compre el CAC-40 se introduce
en un mercado donde el partido más popular promete un
cambio caótico de moneda, junto a una muralla
proteccionista de barreras arancelarias. Lo que ocurra con las
acciones de Airbus u L'Oreal mejor ni pensarlo. El que compre
bonos griegos está apostando por un país con deudas
crecientes, todavía en recesión y que acaba de
votar a la extrema izquierda y la extrema derecha,
deshaciéndose de los moderados. Más nos
valdría llevarnos el dinero al casino (y de paso nos
divertimos un rato).

Una burbuja es un mercado que ha dejado de mirar los
hechos y sólo se escucha a sí mismo. Si el mercado
actuase con racionalidad, se fijaría en los resultados
electorales, admitiría que implican que el euro tiene
problemas a medio plazo y empezaría a revalorar las
acciones y los bonos en consecuencia. No es lo que está
ocurriendo. Al contrario, los activos de la zona euro se han
vuelto una burbuja autopropulsada, con una ola de dinero global y
la especulación cada vez más frenética de
que el Banco Central Europeo desatará su propia
versión de la flexibilización cuantitativa el mes
que viene. Lo que hemos aprendido de las burbujas en las dos
últimas décadas es que pueden durar mucho tiempo. A
ésta especialmente le queda mucha vida aunque, como todas
las demás, un día explotará. Si los
resultados electorales no han parado la estampida hacia los
activos de la zona euro, nada lo hará (al menos en los
próximos años). Paradójicamente,
todavía se puede ganar mucho dinero en Europa, aunque
sólo los inversores lo bastante inteligentes como para
marcharse a tiempo.

(Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy
Economics)

– Europa: ¿regreso al pasado? (GEES –
2/6/14)

(Por Rafael L. Bardají)

(Publicado en el Diario de las Américas, 1 de
Junio de 2014)

Puede parecer una paradoja que 2014, el año en
que Europa esperaba conmemorar el 25 aniversario de la
caída del muro de Berlín, vaya a estar dominado por
la tensión con la Rusia de Putin sobre el destino de
Ucrania y otros países que en su día estuvieron
bajo el totalitarismo soviético.

Lejos de ser 2014 la celebración de la
reunificación europea y de la expansión de la
libertad, pasará a ser el año en que volvimos a una
"little Cold War". Pero no sólo. El salto al pasado no se
queda en 1989 o 1947, fechas del final y el arranque de la Guerra
Fría de verdad.

Tras los resultados de las elecciones al parlamento
europeo del pasado 25 de mayo, Europa parece haber retrocedido
hasta los años veinte y treinta, cuando la inestabilidad
política y la crisis económica se llevó por
delante la República de Weimar y dejó paso libre al
nazismo y la Segunda Guerra Mundial.

La elección europea ha
traído por primera vez en su historia un panorama
político harto problemático: los partidos
tradicionales, conservadores y socialdemócratas, han sido
duramente castigados por unos ciudadanos distanciados de unas
instituciones que sólo les prometen peores salarios o
paro.

La crisis económica ha alimentado
no sólo la frustración sino el auge de radicalismos
de todo tipo, en la izquierda y en la derecha, una importante
fragmentación política y un aumento significativo
del nihilismo antisistema.

Terribles acontecimientos como el atentado en el museo
judío de Bruselas, con cuatro muertos, los ataques en
plena calle en Francia contra estudiantes judíos o los
numerosos tuits de índole antisemita tras la victoria por
el Macabi de Tel Aviv del campeonato europeo de básquet,
sólo pueden explicarse por el caldo de cultivo que
está generando la cultura de los extremos en
Europa.

Cierto que el sistema electoral al Parlamento Europeo
favorece un tipo de voto que no siempre encuentra acomodo en las
elecciones de los estados miembros de la UE.

Pero hay dos rasgos de estas elecciones que las hacen
diferentes: la victoria del Frente Nacional en Francia hace
peligrar la senda de la austeridad recientemente inaugurada por
el nuevo primer ministro Valls.

Es más que imaginable que para contrarrestar su
caída, Hollande se vuelva más expansionista en el
gasto público, no más austero y con ello no
sólo acabe por hundir definitivamente la economía
gala, sino que haga peligrar el futuro del euro otra
vez.

En segundo lugar, el auge del independentismo en
España va a acrecentar las expectativas de los catalanes
que esperan decidir sobre su futuro fuera de España en el
próximo mes de noviembre.

En un momento de frágil recuperación
económica, lo que ni Francia ni España ni Europa
necesitan es mayor ingobernabilidad e inestabilidad. Pero eso es
lo que van a tener tras estas elecciones.

– Elecciones al Parlamento Europeo: ¿y ahora
qué? (Real Instituto Elcano – 3/6/14)

(Por Salvador Llaudes)

¿Quién ha ganado las elecciones? Sin duda,
el gran vencedor de los comicios europeos de la última
semana de mayo es, nuevamente, la abstención. Si bien es
cierto que en esta ocasión se ha invertido la tendencia
hacia una menor participación a nivel europeo, la mejora
ha sido muy leve, alcanzándose una cifra del 43,09% de
votantes del censo, incluyendo casos tan dramáticos como
el 13% de Eslovaquia, el 19,5% de la República Checa (a
pesar de que las mesas estuvieron abiertas durante dos
días) y el 20,96% de Eslovenia. Estos números
contrastan con unos porcentajes que rondan el 90% en
Bélgica y Luxemburgo, cuyo motivo no es otro que la
obligatoriedad del voto. España, por su parte, se
colocó por encima de la media europea, aumentando muy
levemente su participación de hace cinco años, con
un total de votantes del 45,9% del electorado.

Dejando a un lado la alta abstención, que se ha
producido pese a ser las primeras elecciones en las que
existían varias candidaturas a la Presidencia de la
Comisión, el vencedor de las elecciones (y
paradójicamente el mayor derrotado, pues ha perdido un
total de 60 eurodiputados) ha sido el Partido Popular Europeo
(PPE), con un total de 214 escaños. Dentro de dicho grupo
los alemanes de la CDU casi duplican a los segundos, la UMP
francesa. Tras el PPE, y con menos apoyo del que le daban los
sondeos, ha quedado el grupo de los Socialistas y
Demócratas (S&D), con 191 escaños (pierden
cinco y el partido con más peso pasa a ser el Partido
Demócrata italiano). En tercera posición quedan los
liberales de ALDE, con 64 eurodiputados. En cuarta, los Verdes
(52). A continuación, y por este orden, Conservadores y
Reformistas Europeos (46), Izquierda Unitaria Europea (45), No
Inscritos (41) y Europa de la Libertad y de la Democracia (38).
Fuera de todos estos grupos se sitúan hasta 60
eurodiputados que buscarán dónde integrarse, con lo
que la composición de los grupos puede -y va a-
alterarse.

Pero la realidad es que los que han sido
considerados como grandes vencedores han sido los partidos
euroescépticos o eurófobos. La corriente
euroescéptica ha venido desde Marine Le Pen y su Frente
Nacional en Francia (donde ha vencido con 24 escaños por
20 del partido de centro-derecha UMP y 13 del Partido Socialista)
hasta Nigel Farage y su United Kingdom Independence Party o UKIP
(que ha derrotado a laboristas y conservadores; hecho
histórico, pues en los últimos 100 años
ningún partido diferente a uno de estos dos había
ganado cualquier tipo de elección en el Reino Unido),
pasando por los neonazis de Amanecer Dorado en Grecia (con tres
eurodiputados) y el PVV neerlandés de Geert Wilders (con
cuatro eurodiputados). Igualmente, en Dinamarca ha vencido las
elecciones el euroescéptico Partido Popular Danés,
mientras que en Italia el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo
ha logrado una segunda plaza que le va a proporcionar 17
eurodiputados que van a ser muy cortejados. En Alemania, por su
parte, el AfD, partido anti-euro, ha logrado hacerse con siete
eurodiputados y el NPD, partido de extrema-derecha, se queda con
un eurodiputado.

No obstante y aunque los euroescépticos
tendrán más voz que nunca, no se van a configurar
como un grupo homogéneo. Así, Nigel Farage ha
declarado ya su negativa a formar grupo con Marine Le Pen, y
está intentando atraer al Movimiento 5 Estrellas para el
grupo que lidera, Europa de la Libertad y de la Democracia. Por
su parte, la líder del Frente Nacional pretende crear un
nuevo grupo en el Parlamento Europeo, la Alianza Europea para la
Libertad. Para ello, necesita de 25 eurodiputados de siete
países distintos. Esto no va a ser tan sencillo, pues de
momento únicamente tiene asegurado el apoyo del PVV
holandés, del VB belga y del FPÖ Austriaco. Le Pen ha
rechazado ya cooperar con varios partidos por considerarlos
extremistas: Amanecer Dorado, el NPD y Jobbik, partido
húngaro. Estos últimos partidos, con bastante
probabilidad, no logren asociarse a ningún grupo y acaben
figurando en los "No Inscritos".

Ante una cámara de 751 eurodiputados, y con tal
cantidad de euroescépticos, lo cierto es que la victoria
del Partido Popular se antoja muy corta. Sus 214 eurodiputados no
serían en ningún caso suficientes para poder
imponer a su candidato a presidir la Comisión Europea,
Jean-Claude Juncker. Para ello, necesitarían, al menos,
llegar a los 376 eurodiputados, con lo que se impone como
absolutamente imprescindible un consenso entre las dos fuerzas
políticas principales europeas, sin obviar que es posible
que a ese acuerdo se sumen tanto liberales como verdes. Para
garantizar la gobernabilidad del Parlamento es más que
probable que los grupos principales de la cámara opten por
trabajar más estrechamente que nunca a lo largo de la
legislatura.

En cualquier caso, y como es conocido,
ahora es el turno del Consejo Europeo, que tiene que presentar
candidato a presidente de la Comisión para que el
Parlamento lo refrende. Todos los grupos que presentaron
candidato a presidente de la Comisión (PPE, S&D, ALDE,
Verdes e Izquierda Unitaria Europea) han dicho que en
ningún caso aceptarán a un candidato que no fuese
uno de los cinco que ha estado debatiendo en las últimas
semanas. Pero existen tensiones entre los líderes
europeos: David Cameron, primer ministro británico no
quiere a Juncker (tampoco el húngaro, Viktor Orban, ni el
sueco, Frederik Reinfeldt) y Merkel duda en qué hacer para
mantener a los británicos en el barco europeo. En un
primer momento, dejó bien claro que la victoria del PPE en
las elecciones no significaba automáticamente que Juncker
fuese a ser el candidato del Consejo Europeo, abriendo la
posibilidad de buscar a alguien de consenso, aunque más
tarde se desdijo, argumentando que se tendría que tener el
resultado de los comicios muy en cuenta.

Todo dependerá en realidad de cómo se
negocie el reparto de los puestos de responsabilidad, que
está por producirse. Además del presidente y de la
composición del resto de la Comisión Europea, hay
en juego interesantes premios: la presidencia del Parlamento
Europeo y la posición de alto representante para la
Política Exterior Europea, donde el ministro de Asuntos
Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, acaba de ser "nominado"
por su país.

(Salvador Llaudes es ayudante de investigación
del Real Instituto Elcano)

– A Manifesto for European Change (Project Syndicate –
3/6/14)

London.- Interpreting election results, especially when
turnout is not high, is always a risky business. And, in the case
of the recent European Parliament election, the results were not
uniform. The most spectacular result was in Italy, where a
pro-reform, pro-Europe party led by Prime Minister Matteo Renzi
won more than 40% of the vote. Chancellor Angela Merkel"s
Christian Democrats won in Germany and there was a strong vote
for the Social Democrats there also. In some cases, the vote
simply tracked domestic politics.

But the victories of the United Kingdom Independence
Party (UKIP) and the National Front in France and the success of
explicitly anti-status quo parties across the continent cannot be
ignored. They point to a deep anxiety, distrust, and alienation
from Europe"s institutions and core philosophy.

So now the EU must think carefully about where it goes
from here, how it reconnects with its citizens" concerns, and how
it can better realize its ideals in a changing world. Complacency
about the far right"s showing, on the grounds that there remains
a pro-European majority, is dangerous. Even ardent supporters of
Europe think there must be change.

Many factors have combined to increase the number and
complexity of challenges facing Europe, along with uncertainty
and unpredictability about Europe"s ability to meet them. There
has been the vast ambition of the single currency, with its
intrinsic design flaws; the agony of the financial crisis and its
aftermath; and the link between the two in the sovereign debt
crisis. There has also been the European Union"s enlargement from
15 member states to 28 in a decade – a decade, moreover, of rapid
change in technology, trade, and geopolitics.

Within the eurozone, the EU suddenly went from being
merely important to determining, bluntly and in plain view,
countries" future budgets and other economic policies. Indeed,
given the pain of deep expenditure cuts without the flexibility
of exchange-rate adjustment, the real surprise is that the outcry
has not been greater. Even those of us outside the eurozone have
been profoundly affected as European institutions have become
both more visible and more under attack.

In an increasingly multipolar world, in which GDP and
population will increasingly be correlated, the rationale for
Europe is stronger than ever. Together, Europe"s peoples can
wield genuine influence. Alone, they will over time decline in
relative importance. The twenty-first-century world order will be
dramatically different from that of the twentieth century. The
rationale for Europe today is not peace; it is power.

If we are to realize the EU"s potential, and avoid a
retreat by Britain to its sidelines, the balance between the EU
and its member states will have to be re-addressed from first
principles, with European institutions redesigned to make them
truly more accountable and closer to those that they
govern.

Understandably, fragile national governments struggling
against economic malaise -and under intense political pressure to
succeed- have no desire at the moment for such a root-and-branch
debate. So we must distinguish between long-term and immediate
action. The immediate challenge is to obtain the most change
possible within the existing framework of European institutions
and treaties. Meeting it requires a new approach and a new
agenda.

The new approach should begin with the European Council
asserting its responsibility to give Europe direction by setting
a clear, focused, and convincing platform of change that connects
with European citizens" concerns and transforms the view of what
Europe can actively, not reactively, achieve. The Council must
match the EU"s policy ambitions with a set of concrete proposals
to realize them, and then task the incoming European Commission
in specific terms with implementing the platform.

The European Parliament will debate the necessary
measures and will have to legislate accordingly. Here, the
Council and the Commission must work in unison, adopting a method
of engagement with the Parliament that does not leave individual
Commissioners swinging in the wind when they come under
attack.

The agenda for reform should address the overarching
issues that the EU"s member states are unable to advance in their
interests. Within the eurozone, this means an explicit
arrangement by which, in exchange for member states" continuation
and deepening of structural reform, there will be greater fiscal
flexibility and monetary-policy action to allow stronger growth
and avoid deflation.

Selling reform to each EU country will be easier if it
is part of a grand bargain in which pain and gain are seen to be
fairly balanced. For the Union as a whole, progress on
consolidating the single market is needed, especially in the
service sector; and policymakers should make a big push for the
Transatlantic Trade and Investment Partnership. Moreover, the
best ideas concerning infrastructure and a European jobs program
should be incorporated into the agenda for change. Efforts on
these fronts should be directed toward showing how the jobs and
industry of the future can be created by concerted European
action.

Likewise, energy policy is now of vital importance, not
only for Europe"s competitiveness, but also as a result of events
in Eastern Europe and Ukraine. The EU has never pursued a common
energy policy with the vigor that it requires; yet its impact
would be transformative. A common energy policy and integrated
energy markets would benefit businesses and consumers (not least
in the UK) and reduce Europe"s dependence on foreign
supplies.

Finally, if Europe wants to exercise power commensurate
with its economic weight, it must have the capacity to play its
part both in military operations and in the essential role of
security-sector building in potential partners emerging from
turmoil or conflict. This is not just about spending. It is also
about synergies. Recent experience from North and Sub-Saharan
Africa shows how such a capability could be used.

Of course, one central part of this agenda would be a
program of subsidiarity, along the lines for which the British
government and others are agitating. Again, there is a wealth of
suggestions on how such a program would work. The mood and timing
is right, and action in this area would address an element of
European governance that causes anger across the political
spectrum.

I want to be clear about what I mean about this reform
agenda for Europe. I do not mean the normal Council conclusions
put together at the last minute of a packed and routine meeting.
I mean a proper and precise program -call it a manifesto for
change- that tells the Commission exactly what it is supposed to
do and gives the Commissioners the support they need to do
it.

(Tony Blair, Prime Minister of the United Kingdom from
1997 to 2007, is Special Envoy for the Middle East Quartet. Since
leaving office, he has founded the Tony Blair Faith Foundation
and the Faith and Globalization Initiative)

– El desencanto de Europa (Project Syndicate –
5/6/14)

Londres.- Las recién celebradas elecciones del
Parlamento europeo estuvieron marcadas por la desilusión y
el desencanto. Tan solo 43% de los europeos acudieron a votar
-además, muchos de ellos abandonaron los partidos
principales y en muchos casos optaron por los partidos radicales
antieuropeos. En efecto, los resultados oficiales no reflejan la
magnitud del desencanto popular; muchas personas que continuaron
votando por partidos tradicionales lo hicieron de muy mala gana,
faute de mieux.

Son muchas las razones que explican este
terremoto político, pero las principales son la miseria
permanente, los estándares de vida reducidos, las tasas de
desempleo de dos dígitos, y las esperanzas mermadas en el
futuro. La fuerte crisis de Europa ha dañado la confianza
en la capacidad y los motivos de los responsables del
diseño de políticas, que no pudieron prevenirla,
que tampoco han logrado resolverla por el momento y que
rescataron a los bancos y sus acreedores mientras causaban
sufrimiento a los votantes (pero no a sí
mismos).

La crisis ha durado tanto tiempo que gran parte de los
partidos gobernantes (y tecnócratas) se han mostrado
incapaces. En la eurozona, los gobiernos sucesivos de todas las
tendencias han sido acosados para poner en aplicación
políticas sesgadas e injustas exigidas por el gobierno
alemán e impuestas por la Comisión Europea. Aunque
la Canciller, Angela Merkel, califica el auge del respaldo a los
partidos radicales de "lamentable", su administración -y
las instituciones de la UE más generalmente- son
esencialmente responsables de ello.

En primer lugar veamos el caso de Grecia. Merkel junto
con la Comisión Europea y el Banco Central Europeo,
amenazaron con impedir a los griegos el uso de su propia moneda,
el euro, a menos que su gobierno aceptara condiciones punitivas.
Se obligó a los griegos a aceptar medidas de austeridad
brutales a fin de continuar pagando una deuda insoportable, para
limitar así las pérdidas de los bancos franceses y
alemanes y de los contribuyentes de la eurozona cuyos
préstamos a Grecia rescataron a esos bancos.

En consecuencia, Grecia ha sufrido una depresión
peor que la de Alemania en los años treinta. ¿Es
verdaderamente una sorpresa que el apoyo popular a los partidos
gobernantes que obedecieron este dictado haya caído del
69% en las elecciones del Parlamento Europeo en 2009 a 31% en las
de 2014? ¿Qué una coalición de partidos
radicales de izquierda que exigía que se hiciera justicia
en el manejo de la deuda encabezara las votaciones? ¿O que
el partido neonazi, Golden Dawn, fuera el tercero más
votado?

En Irlanda, Portugal y España los créditos
tóxicos de los bancos alemanes y franceses durante los
años de la burbuja se hicieron principalmente a bancos
locales y no al gobierno. Sin embargo, también en este
caso el eje Berlín-Bruselas-Frankfurt chantajeó a
los contribuyentes locales para que pagaran por los errores de
los bancos extranjeros -lo que significó presentarles a
los irlandeses una factura de 64 mil millones de euros (87 mil
millones de dólares), alrededor 14 mil euros por persona,
por concepto de la deuda tóxica de los bancos- y al mismo
tiempo impuso una austeridad masiva.

El apoyo a los partidos principales que cumplieron
cayó en consecuencia -del 81% en 2009 al 49% en 2014 en
España. Afortunadamente los recuerdos de las dictaduras
fascistas pueden haber inoculado a España y Portugal
contra el virus de la extrema derecha, con lo que se beneficiaron
partidos de izquierda antiausteridad y regionalistas. En Irlanda,
los independentistas resultaron victoriosos.

La idea errónea de que los contribuyentes de
Europa del norte están rescatando a los del sur,
también provocó una reacción en Finlandia,
donde los finlandeses de extrema derecha ganaron 13% de los
votos, y en Alemania, donde la Alternative für Deutschland,
antieuropea obtuvo el 7%.

A instancias de Merkel y con la complicidad del BCE, que
esperó hasta julio de 2012 para extinguir el pánico
en el mercado de bonos provocado por los errores de los
responsables del diseño de políticas de la
eurozona, la Comisión también impuso una austeridad
en dicha región, lo que causó una pérdida
acumulada de casi el 10% del PIB entre 2011 y 2013 según
el modelo económico de la propia Comisión. Al
hundir a Italia en una profunda recesión (de la que
aún no se recupera), la austeridad acabó con la
amplia coalición del primer ministro, Mario Monti, e
impulsó al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo,
antisistema y antieuropeo, que obtuvo el segundo lugar en las
elecciones parlamentarias europeas.

Merkel también exigió una camisa de fuerza
fiscal asfixiante y no democrática para la UE, que la
Comisión aplica en consecuencia. Así pues, cuando
los votantes deponen a un gobierno, el encargado de hacer
respetar la política fiscal de la UE, Olli Rehn,
inmediatamente insiste en que la nueva administración
mantenga las políticas fallidas de su predecesor, y
provoca que los electores se alejen de la UE y se vayan a los
extremos.

Veamos el ejemplo de Francia. Después de que
François Hollande llegara a la presidencia en 2012 con la
promesa de acabar con la austeridad, su Partido Socialista
ganó una amplia mayoría en las elecciones
parlamentarias. No obstante, Berlín lo forzó a
aumentar la austeridad. Ahora, los partidos de centro derecha y
de centro izquierda están desacreditados -en conjunto
consiguieron únicamente el 35% del voto popular- y la
agrupación racista, Front Nacional de Marine Le Pen
encabezó la votación mediante promesas de cambio
radical.

Además, de una crisis
económica crónica, Europa tiene ahora una aguda
crisis política. Con todo, las clases dirigentes de la UE
parecen estar decididas a seguir haciendo las cosas como hasta
ahora. En el Parlamento, es probable que una minoría
ruidosa pero fragmentada de críticos, excéntricos y
racistas presione a los partidos de centro derecha y de centro
izquierda, que aún tienen una mayoría combinada, a
unirse más.

La baja participación y el debilitamiento de los
partidos principales dan al Consejo Europeo -los dirigentes
nacionales de los estados miembros de la UE- una excusa para
seguir llegando a acuerdos en salones aislados. En primer lugar,
está la elección del próximo presidente de
la Comisión Europea. El presidente saliente, José
Manuel Barroso, afirma que "las fuerzas políticas que
encabezaron y apoyaron… la respuesta conjunta de la
Unión a la crisis… han ganado generalmente otra
vez." Merkel quiere mantener las políticas actuales que no
han logrado crear crecimiento ni empleo.

Tal vez la persona que pueda cambiar las cosas sea
Matteo Renzi, el dinámico primer ministro de Italia de 39
años. En el poder desde febrero, obtuvo un contundente 41%
de la votación, el doble de que lo alcanzó su rival
más cercano. Además de estar ya comprometido a
reformar el capitalismo criminal de su país, ahora tiene
el mandato de desafiar la respuesta a la crisis de Merkel. El
momento es ideal: Italia se hace cargo de la presidencia rotativa
de la UE en julio. Renzi ya ha pedido un aumento de 150 mil
millones de euros de inversión de la UE y una mayor
flexibilidad fiscal.

En lugar de una eurozona limitada por
los intereses miopes de Alemania como acreedor, Europa necesita
una unión monetaria que funcione para todos sus
ciudadanos. Es necesario reestructurar los bancos zombis,
cancelar las deudas excesivas (públicas y privadas) y
combinar un aumento de la inversión con reformas que
promuevan la productividad (y de ese modo, los salarios). Se debe
eliminar la camisa de fuerza fiscal y se debe permitir que los
gobiernos que se endeudan demasiado declaren impagos. En
última instancia, la eurozona más justa, más
libre y más rica que surgiría también
sería de interés para Alemania.

Los europeos también deben tener
una mayor capacidad de decisión sobre la dirección
que tome la UE –y el derecho a cambiar de rumbo. Necesitan
una primavera europea de renovación económica y
política.

(Philippe Legrain, an economic adviser to the President
of the European Commission until February 2014, is the author of
European Spring: Why Our Economies and Politics are in a Mess –
and How to Put Them Right)

– Europa se mantiene en pie (Project Syndicate –
5/6/14)

Bruselas.- A juzgar por los titulares, uno podría
tener la impresión de que los 400 millones de ciudadanos
con derecho a participar en las últimas elecciones al
Parlamento Europeo votaron masivamente en contra de la
Unión Europea. Es cierto que los partidos que van contra
el sistema establecido, en su mayoría
euroescépticos, ganaron alrededor de una quinta parte de
los votos. Sin embargo, caracterizar el resultado electoral como
un rechazo de Europa no representa una evaluación muy
precisa (o justa).

Para empezar, si bien se ha hablado mucho sobre el
argumento que señala que la UE está demasiado
alejada de sus ciudadanos, las encuestas de opinión han
mostrado, consistentemente, que la confianza pública en
las principales instituciones europeas se mantiene en un nivel
más alto en comparación con la confianza que se
tiene en las instituciones nacionales. En toda la UE, el
Parlamento Europeo aún tiene, en promedio, calificaciones
de aprobación más altas en comparación con
las otorgadas a los parlamentos nacionales. A pesar de que la
brecha de confianza se ha reducido ligeramente en los
últimos años, incluso la recesión continua
-a la cual a menudo se atribuye la austeridad impuesta por la
Unión Europea y la crisis de la eurozona- ha reducido
solamente de manera marginal la ventaja que tiene el Parlamento
Europeo sobre los parlamentos nacionales.

Encuestas recientes indican que, a lo largo de toda
Europa, alrededor del 40% de la población aún
confía en el Parlamento Europeo, mientras que
únicamente el 25% confía en sus parlamentos
nacionales. Además, el Parlamento Europeo mantiene un
nivel de confianza mucho más alto que el Congreso de EEUU,
que al presente tiene índices de aprobación que se
encuentran por debajo del 10%. Dada la pérdida general de
confianza en las instituciones parlamentarias en ambos lados del
Atlántico, el Parlamento Europeo lo está haciendo
relativamente bien.

Monografias.com

Es más, no todos los partidos que protestan
rechazan a la UE. En los países de Europa que se
encuentran afligidos por la crisis, los jóvenes, quienes
han sido los más afectados, votaron en masa por los
partidos de izquierda "anti-austeridad", sobre todo en Grecia.
Pero, estos partidos no rechazan a la UE. Por el contrario,
quieren una mayor solidaridad por parte de la UE, lo que
permitiría gastar más a sus gobiernos.

El voto de protesta anti-austeridad es más fuerte
en los lugares donde los gobiernos no han sido capaces de
implementar las reformas de manera efectiva (por ejemplo, en
Grecia), a diferencia de lo que ocurre en Portugal y
España, países cuyas economías se
están recuperando aprovechando los beneficios que
conllevan sus sólidas exportaciones. En Italia, el nuevo
gobierno del primer ministro Matteo Renzi ha sido capaz de
detener la oleada de euroescepticismo al emprender reformas
concretas y no culpar a la UE por cada uno de los problemas que
el país enfrenta.

El rechazo a la UE parece ser más fundamental en
partes del norte de Europa en las cuales los ancianos tienden a
votar por partidos populistas de derecha. Especialmente en el
Reino Unido y Francia, el desempleo y la percepción de
falta de control sobre las fronteras han jugado un papel
importante en el fomento de la desafección con la UE. Esto
es particularmente preocupante, debido a que los problemas de
ambos países tienen poco que ver con las políticas
de la UE. No se puede culpar por el malestar económico que
sufre Francia a la austeridad impuesta desde Bruselas, y el Reino
Unido ni siquiera se encuentra dentro de eurozona.

Los populistas de ambos países llevaron a cabo
exitosas campañas basándose en temas que no tienen
mayor importancia. Todos los estudios disponibles muestran que
"el turismo para la obtención de prestaciones sociales" es
un fenómeno limitado, y que la inmigración fomenta
el crecimiento económico. Pero estos hechos no cuentan
cuando los salarios se han estancado (como ocurre en el Reino
Unido) o el desempleo sigue en aumento (como en Francia). Los
populistas pueden proyectar estos problemas con facilidad
culpabilizando a "Europa", que en este caso, simplemente
representa al miedo general de enfrentar al mundo
exterior.

Por lo tanto, la UE se halla atrapada entre las demandas
de mayor solidaridad que realizan los jóvenes en los
Estados miembros del sur y la insatisfacción con la
apertura de fronteras entre las personas mayores en el norte. Es
tentador tratar de apaciguar a ambos grupos mediante la
relajación de la austeridad y el abandonando del espacio
sin fronteras Schengen. No obstante, es muy poco probable que
ello incline el péndulo político,
retornándolo en dirección de Europa, especialmente
en países como Francia y el Reino Unido.

Las raíces más profundas de la oleada de
partidos euroescépticos y de otros partidos de protesta se
originan en la insatisfacción generalizada con la
situación de la economía y los sistemas
políticos nacionales disfuncionales. Tratar de arreglar
las cosas mediante medidas de austeridad o cambios en el derecho
fundamental de libre circulación dentro de la UE no
marcará mucha diferencia. Se necesita reformar la propia
casa, en las capitales nacionales.

En este contexto, la elección del próximo
presidente de la Comisión Europea -que hoy en día
es el centro de bastante atención– es un
espectáculo secundario. La persona que vaya a ser elegida
podrá hacer que la UE funcione sólo si el
presidente francés François Hollande puede
construir un consenso nacional a favor de la reforma y el primer
ministro británico David Cameron puede convencer a su
electorado de que los inmigrantes (solamente una tercera parte de
dichos inmigrantes provienen de los Estados miembros de la UE que
son más pobres) benefician a la economía del Reino
Unido.

La UE no tiene un gran presupuesto, y a lo mucho puede
establecer un marco general de normas económicas y
sociales, mismas que varían ampliamente a lo largo de un
continente grande y diverso. En gran medida, el éxito y el
fracaso se determinan a nivel nacional. Allí es donde se
encuentran los problemas y en dicho nivel es donde estos
problemas se deben resolver. Lo que ha tomado la forma de un voto
contra la UE, en realidad es una protesta contra los problemas
socio-económicos en casa.

(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center
for European Policy Studies. He has worked for the International
Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European
Commission, the European Parliament, and the French prime
minister and finance minister…)

– El gran error sobre el crédito (Project
Syndicate – 6/6/14)

Londres.- Antes de que estallara la crisis financiera en
2008, el crédito privado en la mayoría de las
economías desarrolladas creció más
rápidamente que el PIB y después se
desplomó. La de si aquel descenso reflejó una
demanda escasa de crédito o una oferta limitada puede
parecer una cuestión técnica, pero la respuesta
encierra importantes consecuencias para las autoridades y para
las perspectivas de crecimiento económico y la
reacción de aquéllas probablemente sea
errónea.

La opinión predominante ha solido subrayar las
limitaciones de la oferta y las políticas necesarias para
resolverlas. Según se afirma, un sistema bancario
dañado priva a las empresas, en particular las
pequeñas y medianas (PYME), de los fondos que necesitan
para ampliarse. En septiembre de 2008, el Presidente de los
Estados Unidos George W. Bush quería "que los bancos
contaran con todos los medios para reanudar la corriente de
crédito destinado a las familias y las empresas
americanas."

Las pruebas de solvencia y las recapitalizaciones de los
bancos de los EEUU llevadas a cabo en 2009 fueron aclamadas
posteriormente por considerárselas decisivas para la
recuperación tanto del sistema bancario como de la
economía. En cambio, las insuficientemente rigurosas
pruebas de solvencia llevadas a cabo en 2010 por el Banco Central
Europeo recibieron un vapuleo generalizado por haber mantenido
unos bancos de la zona del euro demasiado débiles para
facilitar un crédito suficiente.

En el Reino Unido, se ha criticado a los bancos por no
prestar a la economía real las reservas creadas por la
relajación cuantitativa, lo que obligó al Banco de
Inglaterra a introducir su plan de "financiación para el
préstamo" en 2012. En la zona del euro, se espera que el
examen de la calidad de los activos de este año y las
pruebas de solvencia disipen, por fin. las preocupaciones sobre
la solvencia de los bancos y permitan la oferta de
crédito.

Una "crisis crediticia" -en particular en materia de
financiación del comercio- fue, desde luego, una
razón fundamental por la que la crisis financiera produjo
una recesión en la economía real. Los rescates de
bancos financiados por los contribuyentes, unos mayores
requisitos de capital mínimo de los bancos y una
política monetaria enormemente relajada han sido -todos
ellos- decisivos para superar las limitaciones de los bancos en
materia de capital, pero existen pruebas sólidas de que,
una vez que se acabó la crisis inmediata, la falta de
demanda de crédito desempeñó un papel mucho
más importante que la limitación de la oferta en la
obstaculización del crecimiento
económico.

Ese argumento es el que expusieron
convincentemente Atif Mian y Amir Sufi en House of Debt, nuevo e
importante libro en el que se analizan los datos de los EEUU
condado por condado. Mian y Sufi muestran que la causa de la
recesión fue un desplome del consumo de los hogares y que
donde más disminuyó el consumo fue en los condados
en los que el endeudamiento anterior a la crisis y los precios de
las viviendas posteriores a ella fueron las causas de que
correspondiera a los hogares afrontar las mayores pérdidas
relativas de riqueza neta.

También en esos condados de los EEUU fue donde
las empresas locales redujeron el empleo más intensamente.
Para las PYME, la escasez de clientes -y no una escasez de
crédito- fue lo que limitó el endeudamiento, el
empleo y la producción. Y los clientes no acudieron porque
el auge crediticio anterior a la crisis los había dejado
excesivamente apalancados.

En el Reino Unido, muchas encuestas de
opinión hechas a empresas en el período 2009-2012
revelaron la misma situación. Una demanda escasa de los
clientes contó mucho más, como limitación
del crecimiento, que la disponibilidad de
crédito.

De hecho, el crecimiento económico puede seguir
gravemente debilitado por un endeudamiento excesivo, aun cuando
la oferta de crédito sea ilimitada y barata. Muchas
empresas japonesas quedaron excesivamente apalancadas por el auge
del crédito y de la vivienda y su crisis posterior en el
decenio de 1980 y comienzos del de 1990. Al final de este
último, el sistema bancario japonés estaba
ofreciendo a las empresas préstamos con tipos de
interés cercanos a cero, pero, en lugar de endeudarse para
invertir, las empresas redujeron la inversión para pagar
la deuda, lo que produjo dos decenios de estancamiento y
deflación.

Desde 2011, el análisis del débil
crecimiento de la zona del euro hecho por el BCE ha subrayado las
negativas consecuencias de un sistema financiero dañado y
fragmentado en un momento en el que unos réditos de los
bonos soberanos y unos costos de financiación elevados
para los bancos dieron como resultado unas condiciones
prohibitivas para los créditos en los países
periféricos. Ya se han logrado importantes avances en la
resolución de esos problemas.

El último Boletín mensual del BCE lo
documenta, citando múltiples indicadores de una mayor
disponibilidad de crédito y una mejor fijación de
su precio. Aun así, a lo largo del último
año se ha acelerado la tasa de disminución de los
préstamos del sector privado -del -0,6 por ciento al -2
por ciento- y se reconoce que la escasa demanda es la causa
principal de débil crecimiento del crédito. Un
desapalancamiento privado y una consolidación fiscal
simultáneos están limitando el crecimiento de la
zona del euro mucho más que las restricciones de la oferta
de crédito que aún persisten.

Sin embargo, pese a la propia documentación del
BCE, su política sigue centrada en la resolución
del problema de la oferta de crédito mediante el examen de
la calidad de los activos, las pruebas de solvencia y la propia
versión del plan de financiación para el
préstamo del BCE, anunciado el 5 de junio, lo que refleja
una tendencia recurrente en los debates oficiales sobre
políticas, en particular en la zona del euro, a centrarse
en los problemas resolubles con exclusión de asuntos
más difíciles.

La reparación de los sistemas
bancarios dañados después de una crisis es a un
tiempo esencial y alcanzable. Además, aun cuando los
costos de los rescates públicos son inevitables, suelen
ser de poca monta en comparación con el daño
económico causado por la crisis financiera y la
recesión posterior. En cambio, un gran endeudamiento puede
resultar muy arduo de resolver sin poner en entredicho las
ortodoxias normativas.

El Japón compensó el desapalancamiento
privado en el decenio de 1990 acumulando déficits
públicos enormes. Los EEUU han salido de la
recesión más rápidamente que la zona del
euro no sólo -o incluso primordialmente- porque repararon
sus sistema bancario más rápidamente, sino
también porque aplicaron unas políticas fiscales
más estimuladoras.

Pero el estímulo fiscal está limitado
dentro de la zona del euro, cuyos países miembros han
dejado de emitir su propia moneda y, por tanto, la deuda
"soberana" entraña riesgo de suspensión de pagos.
La expansión monetaria muy intensa mediante la
relajación cuantitativa es también más
complicada y políticamente polémica en una zona
monetaria sin una deuda federal que el banco central compre. Para
sobrevivir y prosperar, la zona del euro habrá de estar
más centralizada, con algunos ingresos fiscales, gastos y
deudas comunes.

Naturalmente, esa situación hipotética
entraña opciones políticas inmensamente
difíciles, pero el punto de partida para el debate debe
ser una visión realista de la naturaleza y la severidad de
los problemas que afronta la zona del euro. Si la política
de la zona del euro da por sentado que con la reparación
de los bancos se reparará la economía, los diez
próximos años podrían ser en Europa como el
decenio de 1990 en el Japón.

(Adair Turner, former Chairman of the
United Kingdom"s Financial Services Authority, is a member of the
UK"s Financial Policy Committee and the House of
Lords)

– Europa en un mundo multipolar (Project
Syndicate – 9/6/14)

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