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Enseñanzas del Christo (página 2)




Enviado por Alfonso Rosón Muñoz



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Nogadares.- Le dijo, ¿Qué es lo que temes? Nadie
alcanza sus objetivos sin derramar la sangre de los inocentes. He ahí
el ejemplo dado por el emperador Constancio. Dentro de unos años nos
veremos de nuevo y mi profecía se habrá cumplido.

Helvidio.- Le replicó, ya veremos, y mandó formar
a la tropa emprendiendo el camino a la fortaleza de Macelo.

El centurión Marco Scuda, al oír el mensaje
del meda, comprendió que se le presentaba la ocasión propicia
para congraciarse con el prefecto.

Antes de llegar a Macelo tomó la decisión de
matar esa misma noche a los hijos de Julio Constancio.

Discurrió que de esta forma le hacía un favor
a Helvidio, a quien quedaría agradecido el emperador, porque era una
secreto a voces que los chicos eran un estorbo para sus planes. Y al mismo tiempo
conseguiría que el prefecto le debiera un favor por el que estaría
en deuda con él.

Decidió emborrachar a un par de legionarios, durante
la cena, y llevarlos después a la habitación de los muchachos
para que les dieran muerte.

Cuando llegaron a la fortaleza, otrora palacio de los señores
de Capadocia, ya casi era noche cerrada.

La gran alcoba del palacio había sido dividida en
dos partes, separadas por un gran biombo de bastidor de madera de encina y pieles
de toro, una parte la ocupaba la gran cama blanda y muelle de Galo, que era
tan blando de cuerpo y espíritu como su propia cama. A Galo le aburrían
los estudios y aborrecía el esfuerzo de los ejercicios militares a que
era sometido a diario, y que él trataba de eludir con las disculpas más
extrañas.

La otra mitad de la gran estancia estaba dividida, a su vez,
en dos zonas. Delante de la ventana habían colocado una gran mesa para
estudiar, y junto a ella estanterías que llegaban hasta el techo, repletas
de libros de historia, de Capadocia, de Roma, de la Galia, de Hispania, de Britania,
de Cartago y de Egipto, así como de un pequeño país llamado
Judea. También disponía de una biblia arriana y de otro libro,
con las conclusiones del Concilio de Nicea del año 325, dirigido por
Constantino I.

Además, tenía algunos libros de Filosofía
escondidos tras los libros de historia.

Los libros del emperador Marco Aurelio, (apodado El Sabio),
eran sus preferidos, en especial Meditaciones, que había ojeado
en casa de sus padres sin poder llegar a comprender todo su contenido.

En un rincón tenía un camastro estrecho y duro,
de pieles de pantera, donde dormía las pocas horas que le dejaban libres
los estudios de filosofía, a la luz de las velas, hasta que cantaba el
gallo a la llegada del alba.

Juliano disfrutaba con las enseñanzas de Mardonio,
un viejo filósofo, admirador de Máximo de Éfeso, quien
a su vez era un alumno aventajado de Jámblico de Calcis.

Jámblico acababa de morir, en el 330 a la edad de 80
años, 1 año antes del nacimiento de Juliano.

Esa misma noche la vieja Labda penetró en la estancia
de Juliano, como tenía por costumbre, usando una puerta secreta disimulada
en la pared, que a través de un angosto corredor conducía a los
establos, lejos de la zona noble de los dormitorios.

Al oír el ligero ruido que provocaba el deslizamiento
de la puerta en el muro, Juliano se volvió para ver a la vieja haya que
siempre le llevaba galletas de miel, por la noche, porque según ella
estaba demasiado delgado por culpa del austero Mardonio.

Después de que Juliano se comiera las galletas, Labda
se fue, una vez que hubo conseguido que el niño se acostara en su camastro.

Labda le había contado noche tras noche, con todo
lujo de detalles, los terribles sucesos de la familia de los Flavios, y en especial
el del asesinato de Prisco, el hijo mayor de Constantino I, a instancia de su
segunda esposa, Fausta, celosa de que el pueblo lo prefiriera antes que a sus
propios hijos.

Este suceso se confundía un poco, en su mente infantil,
con los acontecimientos de la noche en que su primo Constancio dio muerte a
su propio padre Julio Constancio. Aquella terrible noche, Labda, al percatarse
de la situación, lo había ocultado, junto con su hermano Galo,
en el subterráneo del panteón de la familia, pero hasta allí
llegaron los esbirros disfrazados de monjes.

El obispo de Nicomedia rugió: ¡¡En el nombre
del padre, del Hijo y del Espíritu Santo!! ¿Quién está
ahí? Los falsos monjes golpeaban y pinchaban con sus espadas cualquier
bulto, o cosa que les parecía sospechosa. Cuando los descubrieron y se
disponían a darles muerte, Labda se interpuso entre los asesinos y los
niños, suplicando al obispo Eusebio por la vida de los inocentes infantes.

El obispo Eusebio, tan primo de los dos niños como
de Constancio, impresionado por el ejemplo de Labda se propuso velar por ellos.
Les pidió que besaran la cruz que llevaba en las manos y que prestaran
juramento de acatar las órdenes del nuevo Emperador Romano de Oriente,
Constancio, asegurándoles que a partir de ese momento iba a ser su ángel
guardián.

La cruz estaba manchada de sangre, Juliano pensó que
tal vez esa sangre era la de su propio padre, o quizá de alguno de sus
primos asesinados en el mismo acto criminal.

Y pensó aún más, pensó que su
primo Constancio había subido al trono masacrando a su propia familia
en el nombre del crucificado.

Se preguntó, ¿cómo era esto posible?
Pero no supo qué decir, que justificara tal masacre.

Este hecho criminal lo llenó de miedo, al darse cuenta
de que su vida dependía de la insania de su asesino primo. Se le revolvieron
las tripas.

En ese momento tomó la decisión de vivir a toda
costa, quería saber la verdad, que intuía, y saber cómo
era posible que el Póntifex Máximus de la Religión
del Amor, según le habían enseñado, era capaz de semejantes
actos criminales.

Así fui consciente del clima de fanatismo religioso
galileo, y terror familiar, en el que he vivido mi infancia y mi juventud.

Constancio ordenó muchas más muertes para asegurarse
un lugar en la historia.

Juliano debió de quedarse dormido con las historias
que le había contado la vieja mujer dando vueltas en su cabeza.

De pronto oyó ruidos lejanos que no sabía si
eran fruto de su sueño, o si eran reales y propios de aquel momento de
la noche, el miedo le hizo un nudo en el estómago.

La voz cascada de su preceptor Mardonio sonó a lo lejos,
aumentada por el eco de los altos techos de la fortaleza, despertándolo
de golpe. Juliano se levantó de un salto con una sensación de
irrealidad, no sabiendo muy bien si la voz de Mardonio sonaba esta noche, o
formaba parte también de los lúgubres recuerdos de la noche en
que los asesinos a sueldo de Constancio mataron a sus familiares.

Mardonio se precipitó en el dormitorio descalzo, y
los escasos pelos de su cabeza gris en desorden, vistiendo una corta camisa
de dormir que le hacía parecer un bufón de la corte, a la vez
que resoban las sandalias claveteadas de un grupo de soldados.

Quiso interponerse entre los dos chicos y los soldados, pero
se dio cuenta de que su intento era ridículo y desistió, colocándose
al lado de los prisioneros, con la espada en las manos.

Marco Scuda soltó una sonora carcajada al ver al viejo
maestro y dirigiéndose a Mardonio le dijo que él, como tribuno
de la legión de los Fratenses, se hacía cargo de la custodia de
Galo y Juliano, hijos del Patricio Julio Constancio.

Era la primera vez que veía a los primos del emperador.

Galo era alto y fuerte, con el pelo rubio y los ojos azules
de los constantinos pero, a sus 12 años era un niño asustado,
a punto de echarse a llorar.

En cambio Juliano era flaco y enfermizo, con el pelo negro
y al contrario que los ojos de su hermano, los suyos expresaban determinación,
sacudiendo el miedo producido por el desconcierto del primer momento, cuadró
los hombros y apretó los dientes mirando fijo a los ojos del tribuno,
con cólera contenida. Con su mano sujetaba el puñal que tenía
escondido entre las pieles con que se había cubierto. El puñal,
regalo de familia tenía un potente veneno en su punta. Un soldado, al
ver su expresión, le dijo a Scuda que el pequeño era peligroso.

Mardonio, al darse cuenta de que Scuda se dirigía
hacia Juliano, con cara de pocos amigos, tiró la espada y se agarró
de su manto gritando, ¿Qué pretendéis miserables? Tengo
encargo de conducir a estos dos jóvenes a la corte del emperador, el
Augusto los ha devuelto su gracia. ¿Acaso osaréis infringirles
algún daño?

Aquí tengo la orden de Constantinopla.

Scuda preguntó, ¿Qué orden es esa? Y
se fijó en la cara de Mardonio, que era la de un eunuco, y sabía
que los eunucos gozaban de privilegios especiales en la corte.

El viejo, tuvo una idea luminosa, y sacó un pergamino
de un cajón y se lo enseñó al tribuno, quien solo llegó
a leer el encabezamiento de un edicto que comenzaba:

"Nuestra Eternidad充充充充充兮."

Al ver el gran sello imperial, con hilos de oro sujetos con
el lacre de la corte, se le nublaron los ojos y no pudo seguir leyendo el edicto,
que nada tenía que ver con lo manifestado por Mardonio.

El lobo Scuda se tornó, de golpe, en un tierno cordero
que pidió disculpas ..嬠diciendo; perdonad, perdonad, ha sido un error
y dio orden a sus hombres de salir de la estancia.

Mardonio, recuperado el aplomo, les gritó; marchaos,宭archaos宬
el emperador lo sabrá todo, quitando el edicto de las manos del centurión.

La voz del tribuno se volvió suplicante al decir; no
nos pierdas, todos somos hermanos, te lo ruego en el nombre del Cristo.

El viejo maestro le contestó; sé muy bien lo
que vosotros hacéis en nombre de Cristo. Marchaos de una vez, marchaos
y dejad que los chicos descansen.

Todos salieron.

Cuando el ruido de los pasos indicaba que los soldados estaban
lejos de la estancia, Mardonio cerró la puerta y lanzó una sonora
carcajada, que le ayudó a terminar de relajar sus nervios del todo. Y
todavía riendo se abrazó a los dos chicos, diciéndoles;
¡Gloria a Hermes!

¡¡¡ Los muy imbéciles no se han dado
cuenta de que lo que les he enseñado es un edicto anulado hace tres años!!!

Bueno ahora tranquilos, el peligro ya ha pasado por ahora,
pidamos a los dioses su protección para que esto no vuelva a suceder
y acostémonos de nuevo.

Todos durmieron hasta bien entrada la mañana.

Como todos los días el viejo fraile Mardonio los convocó,
más tarde que de costumbre, para impartirles la lección de catecismo.

Cuando estaban a punto de comenzar la clase apareció
el centurión Marco Scuda, con cara sonriente, quien les pidió
disculpas por el atropello de la noche anterior, producto de un error involuntario,宮宮según
dijo.

Les aseguró que él estaba allí para cuidar
de su seguridad e integridad personal y esperaba que hubieran dormido bien después
de haberse ido él de su dormitorio.

También les anunció que había traído
a una nueva cuidadora llamada Telenia para que estuvieran mejor atendidos, más
joven que la vieja Labda, una mujer griega de cierta erudición, por lo
que a partir de ahora iban a estar mejor cuidados.

Al punto apareció Telenia en compañía
de Dido, a quien presentó como la nueva cocinera. Las dos mujeres hicieron
una reverencia y Telenia les dijo, con voz melodiosa, que después de
la clase de religión con el fraile volvería para conocerlos mejor
y ponerse a su servicio. Pensó que Telenia parecía hábil
y precavida, lo que le gustó.

Las dos mujeres hicieron una reverencia y Telenia les dijo,
con voz melodiosa, que después de la clase de religión con Mardonio
volvería para conocerlos mejor y ponerse a su servicio.

Dido se dirigió a mí, diciéndome que
me veía demasiado delgado y que hablaría conmigo para ver cuáles
eran las comidas que más me gustan y las que son más convenientes
para mi desarrollo físico, a fin de de conseguir que cogiera unos kilos.

Juliano agradeció a las dos mujeres su buena disposición.

Las dos hicieron una nueva reverencia y salieron de la estancia.

Scuda pidió disculpas al fraile y a sus alumnos por
el retraso producido y los dejó solos.

El centurión pensó en la ocasión perdida
de congraciarse con el prefecto Helvidio, pero decidió que lo que lo
mejor que podía hacer, por el momento, era mostrarse cordial con los
dos hermanos hasta tanto saber con seguridad de donde soplaba el viento.

Juliano se dijo que la estratagema del viejo Mardonio había
dado sus frutos. En primer lugar les salvó la vida y en segundo lugar
había hecho que el rudo Scuda se volviera casi amable y atento, si bien
estaba claro que no podían fiarse de él.

En cuanto a Telenia, le habían gustado su voz y sus
modales, pero no pudo evitar pensar que solo era el medio para aislarlos aún
más en aquel lugar solitario.

Echaría de menos a la pobre Labda, quien los había
visto nacer, y los quería como si fueran sus propios hijos.

Juliano agradeció a las dos su buena disposición.

Las dos mujeres hicieron una nueva reverencia y salieron de
la estancia.

Cuando esa mañana Labda le llevó el desayuno
le dijo que la obligaban a irse y le pidió que no se preocupara por ella,
que se iría a casa de una sobrina que vivía con cierta holgura
en Antioquía, pero cuando le echó los brazos al cuello para despedirse
rompió a llorar desconsolada.

Juliano la quería casi como a la madre que no tenía,
había sido una cuidadora atenta y cariñosa durante años.
Sin duda la echaría mucho de menos.

Mardonio había sido su maestro en Constantinopla y
el responsable de hacerlos llegar sanos y salvos a Macelo, El Chambelán
Eusebio le había ordenado volver a la capital de inmediato para hacerse
cargo de los secretarios de la cancillería.

El obispo Eusebio de Nicomedia, seguiría siendo su
tutor religioso, como hasta ahora, si bien sería el obispo Jorge de Capadocia,
quien tenía su sede en la próxima Cesárea, quien ejercería
esa responsabilidad por estar más cerca de Macelo.

Por su parte el obispo Jorge, que solo podría venir
de vez en cuando a verlos para asegurarse de que su enseñanza era la
correcta, había designado al diácono local Eustaquio , un hombre
viejo, de escasa cultura y conocimiento, que era de modales rudos y de trato
desagradable como su maestro personal de religión.

Pensó que a partir de ese día tendría
que aprender cuáles eran los temas que le gustaban a Eustaquio, para
congraciarse con él y conseguir tener cierta libertad de movimientos
por la fortaleza.

Después de la comida subió a su habitación
con el propósito de descansar un rato antes de que llegara la griega
Telenia.

"Esta rutina se repetiría durante días,
que se convirtieron en semanas, más tarde en meses y por último
en años".

Se sentía algo más tranquilo y seguro según
iba pasando el tiempo, pero sabía que no podía descuidar el control
de sus palabras y sus actos. Por eso esta tarde, como todas las precedentes,
había subido a su cuarto después de comer.

Pero cuando se tumbó en el catre se agolparon en su
mente numerosas imágenes de su corta vida, y se dio cuenta de que desde
el día del asesinato de su padre había estado esperando la muerte
un día tras otro.

Ese miedo permanente le había impulsado a ser precavido
y a no confiar en nadie, por eso se había convertido en un ser prudente
y desconfiado.

A veces sorprendía una conversación que trataba
de él, o de su hermano Galo, y fingía que no se daba cuenta de
nada. Otras veces era una charla del fraile Eustaquio y algún espía
de Constancio que quería saber cuál era la conducta de Juliano.

De nuevo, el fingía no haber oído que decían,
"cachorros imperiales", o aparentaba no saber que se referían
a su hermano y a él mismo.

En ese momento llamó Telenia a la puerta pidiendo
permiso para entrar.

Juliano se levantó del lecho y le dijo que podía
pasar y acercó una silla a la mesa para que ella pudiera sentarse.

Telenia, después de hacer una reverencia, comenzó
a disculparse por si había sido inoportuna y lo había molestado
mientras descansaba, Juliano le aseguró que no lo había molestado
en absoluto, y que estaba contento de que hubiera venido.

Telenia.- Le pidió permiso para cerrar la puerta y
después de hacerlo se sentó en la silla que había acercado
juliano.

Enseguida le contó que estaba preocupada por él,
porque su amiga Dido le había dicho que el centurión Scuda quiso
asesinarlo la noche que llegaron, y que ella lo sabía porque se lo oyó
a un legionario borracho que iba diciéndolo a grandes voces cuando se
fueron de su dormitorio.

Añadió que estaba segura de que Helvidio no
conocía los planes de Scuda. Porque había notado que el prefecto
y el centurión no se llevaban bien.

Además durante el viaje no sorprendió ninguna
palabra, ninguna insinuación en tal sentido, y estaba segura de que a
ella no se le hubiera escapado de haberla escuchado.

A continuación le explicó la disputa que ella
había mantenido con Scuda en las termas, a cerca de las imágenes
del frontón de la fuente, y cómo el prefecto mandó callar
a Scuda y le dio la razón a ella.

También lo puso al corriente de la actuación
del mago meda, Nogadares, en el ventorro de Xilax, y el contenido del mensaje
que dio al prefecto.

Juliano.- Le dio las gracias por lo que acababa de decirle.

La Griega.- Le dijo también que a ella le parecía
que el intento de asesinato por parte de Scuda aquella noche, había sido
una actuación personal para congraciarse con el prefecto, y que gracias
a los dioses, algo, o alguien, le impidieron que lo llevara a cabo.

Juliano.- Guardó silencio durante unos momentos, meditando
sobre el verdadero significado de sus palabras, por si había un significado
oculto que se le escapaba, y llegó a la conclusión, en su mente
y en su corazón, de que eran sinceras.

Le dijo, Telenia, he perdido a Labda que era como una madre
para mí ya que me ha cuidado durante estos años como si fuera
su hijo, pero creo que he ganado una aliada en Dido que se muestra atenta y
afectuosa conmigo.

No sé qué es lo que la mueve a tener esa actitud
hacia mí, tal vez tú puedas aclararme lo que significa, yo he
pensado que solo se debe a que me ve como lo que soy un niño desvalido.

En cuanto a ti, Telenia, quiero que sepas que valoro cuanto
me dices de forma especial, y que algún día, cuando los dioses
me sean favorables, sabré agradecértelo.

Estoy seguro de que comprendes cuál es mi estado de
ánimo en estos momentos, rodeado de enemigos y fingiendo que no me doy
cuenta de sus murmuraciones, de sus miradas y de sus intenciones asesinas, que
apenas ocultan en mi presencia.

Solo tengo algo más de seis años de edad, es
cierto, pero te aseguro que las dificultades a las que me enfrento desde la
muerte alevosa de mi padre, lejos de deprimirme, me espolean a superarlas, si
bien es cierto que el miedo a la muerte es mi compañero más constante.

Tus palabras me animan a considerarte una aliada, tal vez
los dioses han escuchado mis plegarias al enviarte a mi lado, una aliada de
la que estoy tan necesitado.

Por eso no quiero ofenderte con lo que voy a decirte ahora,
pero comprenderás que necesito estar seguro de poder confiar en ti con
absoluta certeza, por eso te pido que abras tu corazón y me digas cuál
es la razón de tu interés por mí.

Telenia.- Príncipe Juliano, ¿puedo llamarle
Príncipe?

Juliano.- Solo en la más estricta intimidad. No sabemos
cuántos oídos están intentando captar nuestras palabras
para descubrir cualquier deslealtad hacia el Augusto. Por eso es mejor que me
llames Juliano, nada más.

Telenia.- Bien, así lo haré, como ya sabéis
soy griega nacida en Eléusis, dentro de una familia acomodada de tradición
liberal en lo referente a la educación de los hijos, acudí a clases
de retórica y filosofía con el neoplatónico Libanio de
Antioquía, durante su estancia en Grecia, por eso he sido instruida en
lo misterios menores de Deméter y su hija Perséfone que enseñan
en los justamente célebres misterios eleusinos.

En mi primera juventud me enamoré de un bello romano
de nombre Eunapio, hombre bastante mayor que yo, que era el administrador de
la casa de tu padre. Cuando mi marido regresó a Constantinopla me vine
con él, estableciéndome junto a la casa de tu padre y su primera
esposa Gala quienes siempre me trataron como a una hija.

Gala me favoreció con su amistad y cuando mi marido
murió de unas fiebres, algunos años más tarde, me llevó
a vivir a su casa como su dama de compañía.

Al poco tiempo les nació una hija, quien unos años
más tarde, siendo casi una niña, se casó con Flavio Julio
Constancio, el actual emperador.

Tu padre me pidió que me trasladara a la villa de casada
de tu hermana, para que cuidara de ella, y le mantuviera informado del transcurrir
de su vida.

Por desgracia vuestra media hermana murió muy joven
y Constancio, ignorante de la amistad que me unía a tu familia y no queriendo
tener cerca de él a nadie que le recordara a su esposa, dispuso que las
personas de su servicio doméstico fuéramos enviadas a otros destinos.
Los asuntos domésticos los deja en manos del chambelán Eusebio,
que es quien dirige el Sagrado Palacio, y éste nos envió a Dido
y a mí a Macelo.

Cuando Constancio promovió el asesinato de tu padre
y todos sus hermanos, con la escusa de que los hijos de Teodora se habían
conjurado contra él, todas las personas que habíamos tenido relación
con los descendientes de Constancio I Cloro y su segunda esposa temimos por
nuestra suerte.

Pero, gracias a los dioses, parece que pensaron que carecíamos
de importancia y que seríamos más útiles vivas que muertas.
En cuanto a Dido puedo deciros que era la cocinera de la casa de vuestra hermana
y una buena amiga.

Durante esos pocos años que hemos convivido, y en el
tiempo que ha sido compañera de viaje, su comportamiento ha sido siempre
extraordinario. En cuanto a su interés por vuestro bienestar, según
me ha dicho ella, se debe a que está muy agradecida al trato que le dispensó
vuestra hermana. Creo que también podéis confiar en ella.

Juliano.- Gracias por darme información tan valiosa
como tranquilizadora.

Debo pedirte que te limites a sustituir a Labda, en sus tareas,
para no levantar las sospechas de nadie.

Telenia hizo una reverencia y salió de la habitación.

充充充充充充兮***充充充充充

A pesar de los meses que habían transcurrido desde
que se fuera Mardonio, su relación con Eustaquio no había mejorado.

El religioso insistía, a la menor ocasión, diciéndole
que debía tener pensamientos y sentimientos de gratitud hacia su bienhechor
el emperador Constancio, como si Eustaquio ignorara que el emperador era el
asesino de su padre y de toda su familia con excepción de Galo y de él
mismo.

Era un cristiano viejo y fanático, de escasas luces.
Al día siguiente, como todos los días, el viejo Eustaquio lo convocó
para impartirle la lección de catecismo.

Juliano se dio cuenta de que día tras día, insistía,
machaconamente, explicándole el texto arriano de la biblia en el que
había una alegoría apostólica sobre:

"la santa obediencia y la filial docilidad".

Cuando Juliano olvidaba un texto, o cometía otro error
al decir la lección, Eustaquio le daba un pellizco, o le retorcía
una oreja, con sádica complacencia. Cuando veía la cara lívida
de Juliano le decía; príncipe Juliano no permitirás que
la rabia, o el odio aniden en tu alma contra este pobre siervo tuyo, ¿verdad?

Pero lo que más exasperaba al muchacho era que le dijera
que el emperador le había otorgado grandes beneficios. En esos momentos
Juliano lo traspasaba con la mirada, no atreviéndose a decir lo que pensaba,
ya que de seguro le llevaría a la muerte.

Cuando sucedía esto el monje repetía de forma
invariable; "cuán bueno sería azotarlo como a todos los chicos
díscolos o perezosos porque, según dicen las Santas Escrituras,
es el mejor remedio para que se haga la luz en los espíritus tenebrosos".

Eustaquio lo decía para domar el carácter rebelde
y arrogante del muchacho, aunque ya se había dado cuenta, en el poco
tiempo que lo conocía, de que esa sería una tarea imposible ya
que juliano era un niño testarudo y orgulloso.

A menudo se enfrascaban en discusiones filosóficas,
o por mejor decir, Eustaquio solía reaccionar con furia ante cualquier
comentario filosófico que hiciera Juliano, culpando a Mardonio de conducir
al chico al abismo del paganismo leyéndole pasajes de los filósofos
griegos como Pitágoras, de quien decía que se había vuelto
loco cometiendo numerosas torpezas.

De Platón decía que había escrito teorías
malditas y de Sócrates que era irracional.

Y añadía, lee lo que Diógenes Laercio
opina de él.

Pero el que más le exasperaba era Epicuro, al que acusaba
de ser una bestia, un bruto esclavo de sus vicios.

Siempre solía terminar con un panegírico sobre
el dogma arriano y en contra de la iglesia ortodoxa y ecuménica, que
para él era herética.

Ese día, cuando terminó la lección de
la mañana Juliano tenía tanta hambre que fue a la cocina a ver
que podía llevarse a la boca hasta que fuera la hora de la comida. Nada
más entrar se encontró con Dido, que estaba trajinando en la cocina,
al verlo le hizo una reverencia y le preguntó si deseaba algo. Juliano
la saludó con un gesto de la mano y le dijo que había ido a la
cocina porque tenía hambre y quería alguna chuchería para
aguantar hasta la hora de la comida, sin que le doliera el estómago.

Dido sonrío y dijo que ya sabía por Labda que
le gustaban las galletas de miel y que ella había guardado una buena
cantidad de ellas en un lugar seguro.

Dido.- Si su Majestad espera un momento, ahora mismo le traigo
unas pocas, volviendo enseguida con algunas galletas en un cucurucho de papel
y que le entregó al niño.

Juliano.- Tan pronto como Dido volvió con las galletas,
le dijo en voz baja, no vuelvas llamarme con ningún título de
la realeza, ya que eso constituye alta traición y aunque no los veamos
hay espías en todas partes.

Dido.- Agradezco la advertencia y le aseguro que en el futuro
seré más cuidadosa.

Juliano cogió tres galletas y le dio las gracias a
Dido, quien respondió con una nueva reverencia. Se metió una galleta
en la boca y subió hasta su habitación.

Escogió un libro de entre todos los que guardaba en
secreto, El Symposion de Platón, libro prohibido por
la iglesia, como casi todos los libros de los Filósofos.

Cuando salía del edificio se tropezó con Eustaquio,
el fraile le pidió que le dejara ver qué libro llevaba para leer,
porque como su maestro de religión tenía la obligación
de asegurarse de que no leía libros perjudiciales para su alma.

Juliano puso cara de inocencia y le enseñó el
libro, en cuya cubierta leyó el fraile: Epístolas del Apóstol
San Pablo,
le dedicó una sonrisa de aprobación y se despidió
hasta el día siguiente.

Juliano, satisfecho con la estratagema de ponerle la cubierta
de un libro cristiano, que siempre le había dado el mismo buen resultado,
se dirigió a la zona más alejada de la casa caminando por un sendero,
entre los árboles, hasta llegar a una gruta solitaria junto a un estanque
presidido por una estatua del dios Pan.

Contempló durante unos minutos la gran llanura que
se extendía hasta Cesarea, allá a lo lejos, y comprobó
el gran precipicio que hacía inaccesible la fortaleza por ese lado.

Macelo había sido en otro tiempo el lugar preferido
del rey de Capadocia, Ariarafa, por el aire fresco que soplaba desde las cumbres
nevadas del monte Argos y los arroyuelos de aguas cristalinas que serpenteaban
entre los árboles de las laderas, hasta saltar despeñándose
en el desnivel del enorme barranco.

Cuando acabó de leer un nuevo capítulo de El
Symposion, tratando de comprender su significado, parte del cual se le escapaba
una y otra vez, cerró el libro y le puso de nuevo la cubierta de Las
Epístolas de San Pablo.

Pensó en Mardonio, el filósofo pagano siempre
comprensivo y dialogante, capaz de poner en riesgo su propia vida para salvar
la suya y la de su hermano, y en Eustaquio que sentía gran satisfacción
en hacerle daño a la menor oportunidad. Un fraile cristiano que enseñaba
la doctrina del amor a Dios y al prójimo, siguiendo las enseñanzas
del rabí Jesús de Galilea, y que no dudaría en arrebatarle
la vida si Constancio se lo ordenara. El hilo de sus pensamientos le llevó
a plantearse cuán distintos son los hombres y cuán distinto es
su comportamiento en la vida.

El análisis de la conducta de los dos profesores, por
un lado el fraile cristiano Eustaquio y por el otro filósofo pagano Mardonio,
aunque galileo, le obligaban a plantearse la validez de las distintas enseñanzas
que los dos impartían.

Los resultados de las dos doctrinas eran muy distintos e incluso
opuestos, por eso llegó a la conclusión de que:

La filosofía natural es superior y preferible
al cristianismo
.

Se dijo que si algún día llegaba a emperador
de los romanos, cosa más que dudosa, trataría de implantar de
nuevo la filosofía pagana por todos los medios a su alcance, comprendiendo
que antes tenía la obligación de estudiar a fondo sus enseñanzas
y las de los galileos, para actuar con justicia.

En ese momento tomó la decisión de buscar la
manera de poder estudiar la filosofía.

Pensó que sería difícil conseguir que
Eustaquio no supiera de los estudios paganos, por tanto debería ser muy
cuidadoso al procurarse los libros prohibidos.

Juliano se dijo que era un reto difícil y por eso se
propuso estudiarlo en profundidad, analizando todas las implicaciones hasta
encontrar una solución adecuada. Su mente infantil no podía vislumbrar
qué pasaría en el futuro cercano y menos aún en un futuro
lejano.

Miró al cielo y comprobó que el sol ya estaba
llegando al cenit de su carrera, de forma que tenía que darse prisa para
llegar a tiempo al gran comedor, no quería llamar la atención
demasiado llegando tarde y despertar las posibles sospechas de alguien.

Llegó a la fortaleza y subió a dejar el libro
en el lugar de costumbre.

Cuando bajaba por las escaleras para dirigirse a comer se
encontró con la griega Telenia quien lo saludó con una gran sonrisa,
lo llamó por su nombre anteponiendo el apelativo de Señor, diciéndole
que había estado buscándolo por si necesitaba de sus servicios
pero que Dido le había comentado su conversación en la cocina.

Añadió que la vieja Labda, antes de irse, le
había contado las difíciles circunstancias en que se había
desarrollado su vida hasta el día de hoy.

Juliano le agradeció sus cariñosas palabras
pero se abstuvo de hacer comentarios, porque sabía que en Macelo reinaban
las intrigas, las murmuraciones y las sospechas entre todos los servidores,
y él no sabía aún si podía confiar en ella.

Toda la servidumbre, sabedora de que los dos príncipes
habían caído en desgracia ante el emperador, vigilaba y espiaba
a los dos hermanos a la espera de descubrir cualquier indicio de conducta sospechosa
de traición a Constancio, que le permitiera ganarse el favor de la corte.

Se alegró de haberse encontrado con Telenia y de entrar
hablando con ella en el comedor, ya que su compañía disipaba cualquier
sospecha. Telenia le dijo que, si le parecía bien, subiría a su
habitación por la tarde para seguir hablando con él en privado.

Al principio de la comida, de ese día, el prefecto
Helvidio se dirigió a saludarlo, diciéndole que lamentaba que
sus ocupaciones le hubieran impedido cumplimentarlo antes, y que se ponía
a su entera disposición para cualquier cosa que necesitara.

La mente de Juliano pensó en aprovechar la ocasión
para denunciar a Scuda, por la actuación de la noche en que llegaron
a Macelo, pero surgió un pensamiento en su mente, como un relámpago,
que le advirtió de que eso podía ser un grave error toda vez que
no sabía si los dos hombres actuaban de mutuo acuerdo.

En vez de eso el niño le dio las gracias y le dijo
con tono firme que no cabía esperar menos de él, como responsable
de la guarnición de Macelo.

Por la tarde Eustaquio se dirigió a la iglesia con
Juliano para que hiciera una nueva lectura desde el púlpito. Después
de los rituales religiosos se encaminaron de nuevo a Macelo. El diácono
aprovechaba cualquier ocasión para decirle a Juliano que debía
tener pensamientos y sentimientos de gratitud hacia su bienhechor el emperador
Constancio. Como si ya se le hubiera olvidado que el emperador era el asesino
de su padre y de toda su familia, salvo Galo y él mismo.

Eustaquio era un cristiano viejo y fanático de escasas
luces.

Insistía, machaconamente, día tras día,
explicándole el texto arriano de la biblia en el que había una
alegoría apostólica sobre, "la santa obediencia y la
filial docilidad".

Los días, las semanas y los meses fueron pasando de
forma lenta e inexorable. De vez en cuando le llegaban noticias del mundo exterior.
Así fue enterándose de algunos de los acontecimientos del imperio.

Los cuidados de Dido y Telenia dieron sus frutos. Cada vez
se encontraba más seguro de sí mismo, y aunque de complexión
delgada, se sentía fuerte y era capaz de competir, en destreza, con su
hermano Galo, que desde luego era superior en el manejo de las armas, que él
casi no había utilizado.

Pensó que sus mejores armas serían los libros,
al menos de momento.

CAPÍTULO III

Vida de Flavio Claudio Juliano

CONTINUACIÓN, "DINASTÍA CONSTANTINIANA"

Una mañana en la que Juliano estaba paseando por el
bosque, cerca de la gruta del terraplén, se encontró con el Prefecto.
Helvidio le preguntó qué estaba haciendo en aquel paraje, Juliano
le contestó que, como sin duda sabía ya, le gustaba dar largos
paseos por el bosque, porque era un lugar tranquilo, donde podía estudiar
sin ser interrumpido por nadie.

Helvidio.- sí estoy enterado, como es mi obligación,
de vuestra costumbre de pasear y estudiar por la linde del bosque. No me extraña
que lo hagáis si queréis disfrutar de tranquilidad para vuestros
estudios. Además en los días despejados se puede ver Cesárea,
desde aquí, allá, a lo lejos.

Al ver que llevaba un libro bajo el brazo se interesó
por saber de qué se trataba.

Juliano.- le alargó un libro de historia escrito en
griego, que era la lengua culta del imperio, y como el Prefecto le dijo que
él no hablaba la lengua de la diplomacia, Juliano le hizo un resumen,
de lo que decía el libro, diciendo:

Mi abuelo Flavio Valerio Constancio I Cloro, nació
en el año 250 de la nueva era, fue hijo adoptivo del emperador Maximiano,
y Diocleciano lo elevó a la dignidad de Cesar en el año 293, recibiendo
el gobierno de Hispania, Galia y Britania.

Cuando dimitieron Diocleciano y Maximiano fue nombrado Augusto
junto a Galerio en el año 305.

Galerio se encargó de nombrar nuevos Césares,
dejando fuera del nombramiento a Magencio hijo de Maximiano y a Constantino
hijo de Constancio I Cloro y su mujer, o más bien su amante, Elena, a
quien la nueva religión ha subido a los altares.

Tales nombramientos crearon una grave crisis política
que se acrecentó cuando mi abuelo murió a cusa de unas fiebres,
mientras luchaba contra los Pitios en la lejana isla de Britania, en el verano
del año 306.

Te supongo sabedor de que mi tío Constantino fue nombrado
Cesar por Galerio el 29 de Julio del 306, siendo Augusto Valerio, pero de acuerdo
con Maximiano rechazó el nombramiento de Cesar.

El día 29 de Octubre del año 312 fue promocionado,
por sus tropas, a la dignidad de Augusto de Occidente, desempeñó
el cargo hasta el 19 de Septiembre del 324.

En esta fecha del año 324 derrotó a Licinio,
emperador de Oriente, a quien mantuvo prisionero en Bizancio, hasta que le llegaron
noticias de que Licinio intentaba formar un nuevo ejército con las tribus
de los bárbaros. Decretó su muerte, y la del hijo de Licinio,
y ejerció como emperador en solitario hasta el 22 de Mayo del 337.

Como también estarás al corriente de su famoso
sueño en el cual, según se dice, vio una bandera con el dibujo
de una cruz con la inscripción:

"In hoc signo vinces".

Esa cruz le permitió enrolar a las masas cristianas
en sus filas, acrecentando su ejército en gran número, y conseguir
la victoria.

Con este estandarte como enseña ganó la batalla
del Puente Milvio contra Magencio.

Seguramente sabes que Constantino I mandó asesinar
a su propio hijo Crispo, al que tuvo con su primera esposa Minervina.

Unos dicen que el motivo fueron los celos que tenía
su segunda esposa, Fausta, de Prisco, ya que se distinguían por encima
de sus propios hijos y era querido y aclamado por las multitudes, él
fue el artífice de la victoria naval de Constantino sobre Licinio en
Adrianópolis,y otros dicen que la causa de la muerte fueron los celos
que sentía Constantino por las habladurías que circulaban a cerca
de las relaciones que Crispo mantenía con ella, 宮Según cuenta
otra historia.

En el año 313 legalizó la religión cristiana
mediante el Edicto de Milán, firmado también por Licinio, Augusto
de Oriente.

Después de derrotar a Licinio refundó la ciudad
de Bizancio, a la que llamó Nueva Roma, o Constantinopla, (Constantini-polis).

En el año 325 convocó el Primer Concilio Ecuménico
de la religión cristiana, en Nicea, para aunar criterios religiosos y
otorgar legitimidad, como Religión de Estado, a la nueva religión
cristiana por primera vez en el Imperio, lo que fue esencial para la expansión
de esta religión.

A la muerte de Constantino I, en el año 337, los tres
hijos de su segunda esposa Fausta se repartieron el imperio conforme a su testamento.

A Constantino II, el mayor de los tres, le tocaron la Galia,
Britania e Hispania.

Constante, el más joven, recibió Italia y África,
e Ilíria esa región situada entre el mar Adriático y Macedonia,
como seguramente sabéis.

En el año 340 Constantino II invadió la península
italiana, enfrentándose a su hermano en Aquilea, donde perdió
la batalla y la vida.

Desde entonces Constante es emperador en solitario de Occidente.

Tanto Constantino II como Constante fueron educados en la
religión que surgió del Concilio de Nicea en el año 325,
convocado, promocionado, financiado y dirigido por Constantino I.

Constancio II, en cambio, habitante y emperador de Oriente,
sigue los ritos de los cristianos según la doctrina Arriana.

Helvidio.- Juliano, ya veo que sabe bien la historia del
últimos siglo de nuestro imperio, sobre todo la concierne a vuestra familia,
espero que dentro de unos días tengamos la oportunidad de charlar sobre
otros sucesos de la historia de Roma.

Ahora debo deciros que he venido a buscaros para comunicaros
que el obispo Jorge de Capadocia se ha presentado sin previo aviso y quiere
veros.

Juliano.- ¿Sabéis porqué quiere verme?
¿Os ha dicho si ocurre algo preocupante, o si por el contrario se trata
de una visita rutinaria?

Helvidio.- No creo que debáis alarmaros. Hay rumores
de que en breve vamos a recibir la visita del emperador, que se encuentra en
Antioquía, de camino a Constantinopla. Pero como ya he dicho no hay noticias
preocupantes. Vayamos a palacio.

Nada más llegar a la fortaleza, juliano se dirigió
a los aposentos reservados para el obispo. Cuando el secretario abrió
la puerta del despacho del obispo Jorge, Juliano vio que Galo ya estaba allí,
saludó al obispo y se acercó a besarle el anillo, preguntándole
si había tenido buen viaje.

Obispo Jorge.- Príncipe Juliano, gracias por preguntarme
por el viaje, sois muy atento, como sabéis el viaje es corto y tranquilo,
poco más que un largo paseo.

Espero no haberos alarmado al pedir al prefecto Helvidio que
fuera a buscaros.

El emperador, vuestro primo, vendrá dentro de unos
diez días, quiere veros, a Galo y a Vos, para saber de primera mano cómo
van vuestros estudios.

Como veis, a pesar de todas sus ocupaciones, hace el esfuerzo
de venir para comprobar en persona el desarrollo de las enseñanzas que
recibís.

Juliano se mantuvo callado, pensando cuál sería
el verdadero motivo del viaje de su primo, ya que era la primera vez que venía
en seis años.

Galo.- Obispo Jorge, ya sabéis que Juliano sueña
con ser sacerdote. Es toda su vida. No hace otra cosa que leer.

Juliano.- Pero yo leo filosofía宮, comenzó
a decir.

Obispo Jorge.- Así era yo a vuestra edad, dijo con
una sonrisa. Eso hacemos todos al principio, pero luego llegamos a la historia
de Jesús, que es el principio y el fin de todo conocimiento.

Según tenía por costumbre el obispo Jorge paseaba
de un lado para otro con las manos a la espalda, mientras hablaba.

Se paró para mirarme y me preguntó:

Homoiousios. ¿Qué significa?

Juliano.- Quiere decir que Jesús, el hijo, es de una
substancia similar a Dios, el Padre.

Ob. Jorge.- Homoousius. ¿Qué significa?

Juliano.- Que Jesús, el Hijo, es una substancia con
Dios, el Padre.

Ob. Jorge.- ¿Cuál es la diferencia?

Juliano.- Según el primer argumento, Jesús fue
creado por el Padre antes de que este mundo comenzase a existir. Es hijo de
Dios por la gracia, pero no por la naturaleza.

Ob. Jorge.- ¿Porqué?

Juliano.- Porque Dios es uno. Por definición singular.
Dios no puede ser muchos, como sostuvo el difunto obispo Arrio en el concilio
de Nicea.

Ob. Jorge.- Estupendo. Homoousius es esa perniciosa doctrina
en la que el Padre, el Hijo y Espíritu Santo son uno y el mismo. ¡¡Lo
que no puede ser!!

Juliano.- Repitió dócilmente; "lo que no
puede ser", como dijo mi primo Eusebio, obispo de Nicomedia en los días
del concilio de Nicea.

Ahora es el obispo de Constantinopla.

En el año 325 Atanasio obispo de Alejandría,
que era entonces un simple diácono, se opuso a los obispos Arrio y Eusebio,
secundando al obispo Osio de Córdoba.

Ob. Jorge.- Pero la batalla está lejos de terminar.
Todos los años ganamos terreno. Nuestro sabio Augusto tiene nuestras
mismas creencias. Hace dos años los obispos de Oriente nos reunimos en
Antioquía para apoyar la verdadera doctrina.

Este año nos reuniremos en Sárdica, con la ayuda
del emperador "los verdaderos creyentes" destruiremos de una vez por
todas las doctrinas de Atanasio.

Durante una semana el obispo Jorge y un diácono que
lo acompañaba, les impartieron lecciones de religión arriana por
la mañana y por la tarde. #7

El obispo Jorge tenía el propósito de que el
emperador Constancio, cuando llegara en unos días, estuviera satisfecho
con la educción religiosa que estaban recibiendo sus sobrinos.

Admití, tampoco había otra posibilidad, la tesis
arriana de que un Dios (cuya existencia aceptamos todos) produjo un hijo judío,
que se convirtió en maestro y al final de su vida fue ejecutado por el
estado, por razones nada claras, a pesar de los esfuerzos del obispo Jorge por
aclararlo.

Pero yo no podía dejar de comparar el bárbaro
y rústico lenguaje de Mateo, Marcos, Lucas y Juan con la prosa clara
de Platón.

Una tarde en la que el diácono me cantaba canciones
del obispo Arrio, unas tontas baladas que probaban que el hijo era el hijo y
el padre era el padre, elogié su canto cuando terminó la canción,
y él dijo que lo que importa es el espíritu. En ese momento mencionó
a Plotino diciendo que era un pretendido filósofo del siglo anterior
que era causa de anatema. Un discípulo de Platón. Un enemigo de
la Iglesia, era favorito del emperador Gordiano y maestro de Porfirio.

Juliano.- ¿Porfirio?

Diácono.- ¡Aún peor que Plotino! Porfirio
procedía de Tiro. Estudió en Atenas. Se autoproclamó filósofo;
pero solo era un ateo. Atacó a la Iglesia con sus libros.

Juliano.- ¿Con qué argumentos?

Diácono.- ¿Cómo puedo saberlo? Nunca
he leído sus libros. Ningún cristiano debe hacerlo. El diácono
mantenía una posición firme.

Juliano.- Pero seguramente Porfirio habrá tenido alguna
razón充宼/font>

Diácono.- El diablo entró en él. Ésa
es una razón suficiente.

Juliano.- Fue entonces cuando tomé la decisión
de hacerme con sus escritos. #8

Al día siguiente llegó la corte imperial, un
día antes que Constancio, constituida por una muchedumbre enorme, había
centenares de secretarios y notarios, numerosos magnates del imperio, cierta
cantidad de dignatarios eclesiásticos, y una turba de esclavos, además
de la gran escolta militar o, debería decir, ejército.

El obispo Jorge era un experto del protocolo, conocía
a todos y sabía cómo dirigirse a cada uno. Los dos cónsules
anuales, todos los cónsules anteriores, los prefectos pretorios y gran
parte del Senado.

Los illustris Los claríssimi, los spectábilis,
los
宮, el conde de la Sagrada Dádiva. Etc. Etc.

El último funcionario en llegar fue el más importante
de todos: el gran chambelán del Sagrado Palacio, el eunuco Eusebio. Era
tan grande y orondo que se necesitaban dos esclavos para sacarlo de la litera,
estaba sobrecargado de joyas y perfumes.

Tan pronto como nos vio supo quiénes éramos,
así de exactos eran los informes que recibía a menudo de nosotros,
nos llamó . Lo cuál era un buen principio.

Al día siguiente llegó nuestro primo, el Augusto:
Constancio II.

Cuando llegó el momento de presentarnos a Constancio,
el obispo Jorge nos condujo hasta el estrado donde se hizo cargo de nosotros
el maestro de ceremonias, quien nos presentó al emperador y asesino de
nuestro padre.

Cuando me tocó el turno le oí decir a Constancio:

.

Juliano.-Yo balbucí un discurso formal, que acababa
de enseñarme el obispo.

Constancio.- Debéis saber que nos alegra vuestra voluntad
de ingresar en el servicio de Dios. No es habitual que los príncipes
decidan alejarse del mundo, pero tampoco es habitual que los hombres sean llamados
por el cielo.

Juliano.- Pensé, así que un sacerdote no es
una amenaza para él. Por tanto sería sacerdote, tendré
que ser sacerdote.

Constancio.- El obispo Jorge me ha dicho que habéis
estudiado profundamente las disputas que por desgracia dividen a la iglesia.
Me asegura que en vuestro estudio de los temas sagrados habéis visto
la verdad y creéis.

Pero no podéis ser un simple sacerdote. Como miembro
de la familia imperial debéis tener responsabilidades. En la iglesia
ya sois un lector. Vuestra educción debe continuar en Constantinopla,
donde podéis tener la esperanza de ordenaros. #9

Eso fue todo. Una semana más tarde el emperador y
todo el mundo cortesano se fueron a Constantinopla y Macelo quedó vacío.

Durante el tiempo en que la corte estuvo en Macelo tuve la
oportunidad de conocer a un tribuno, un oficial galileo llamado Víctor,
al que me presentó Galo.

Víctor.- Se dirigió a mí, diciendo: ¿Es
éste el nobilísimo Juliano?

Me preguntó si iré a servir en las tropas nacionales.

Galo.-Antes de que yo dijera nada contestó por mí;
nó, será sacerdote.

En ese momento un hombre que no había visto antes,
me preguntó:

¿De verdad seréis sacerdote?

Juliano.- No, dije.

Bien, dijo con una sonrisa. Era un hombre joven, con penetrantes
ojos azules, civil.

Juliano.- ¿Quién sois?, pregunté:

Oribasio de Pérgamo, médico del divino Augusto.
#10

El obispo Jorge se quedó muy contrariado porque no
fue recibido por Constancio en audiencia personal, ni pudo lucirse haciéndonos
preguntas sobre religión como él esperaba. Al día siguiente
de partir la corte se fue a Cesárea.

El día de su partida le entregué una carta,
muy política, en la que le explicaba que me había enterado de
la existencia de Plotino, Porfirio y otros filósofos enemigos de la iglesia
y sabedor de la importancia de la biblioteca de Capadocia le pedía consejo
y que me prestara, si le parecía bien, los libros que él considerara
más adecuados, como mi mentor religioso, para mi instrucción.

Para mi sorpresa el obispo Jorge me envió de inmediato
las obras completas de Plotino así como el ataque de Porfirio contra
la cristiandad. En compañía de una carta en la que decía:
.

Fueron pasando las semanas y los meses y el obispo Jorge
no recibía ninguna noticia de la corte. Los sueños que se había
forjado de un ascenso en la iglesia se fueron diluyendo, y él fue perdiendo
el interés por nosotros.

CAPITULO IV

Vida de Flavio Caludio Juliano -Segunda parte, pubertad

De pronto llegó su decimotercer cumpleaños.

Dido le hizo una comida especial, Telenia había conseguido
permiso del prefecto Helvidio para que comiera en su propia habitación,
acompañado de las dos mujeres, por lo que el almuerzo resultó
lo más parecido a un cumpleaños celebrado en familia.

Después de comer el postre, consistente en una bebida
de hidromiel, que Dido sabía hacer como nadie, acompañada de galletas
de miel, las dos mujeres lo felicitaron efusivamente.

Dido le regaló un viejo códice que había
sido propiedad de su familia por generaciones.

Le dijo que era un relato etíope sobre el Arca de la
Alianza de los judíos y de cómo el hijo de Salomón y la
reina de Saba, llamado Manelik I, llevó el arca a su país, años
más tarde, ocultándola en un lugar seguro. Ante las protestas
de Juliano que no quería que ella se quedara sin el pergamino, le dijo
que ella era la última de su fmilia y por eso quería que Juliano
lo tuviera para que no se perdiera y pudiera hacer uso de él cómo
y cuándo creyera oportuno.

Juliano terminó aceptando el regalo como muestra de
buena voluntad, por parte de Dido.

 

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(2)

ARCA DE LA ALIANZA, ETÍOPE

Cuando Juliano se disponía a guardar un regalo tan
especial en su librería secreta, Telenia le entregó un libro de
Platón, que llevaba oculto, de título El Banquete. Antes
de que Juliano comenzara a protestar, le dijo que ella tampoco tenía
hijos y que sabía que a él le interesaban los libros de los buenos
filósofos griegos.

Añadiendo que desde el primer día de su llegada
a Macelo lo consideraba como si fuera su propio hijo, que quería tratarlo
como a tal, si él se lo permitía, agradecida por el buen trato
que le dispensó su padre Julio Constancio y su madre Basilina, a la que
por cierto se parecía bastante, según le dijo.

Y que le estaría muy agradecida si aceptaba su regalo,
al igual que el de Dido.

Las dos mujeres se abrazaron a él y a Juliano se le
saltaron las lágrimas.

Cuando las mujeres lo dejaron solo, y se calmaron sus emociones,
se puso a pensar en el hecho de que la presencia de Telenia y Dido cambiaba
un poco la situación en que se encontraba. Seguía siendo prisionero
de su primo y estaba a expensas de él, eso estaba claro, pero le pareció
que la presencia de las dos mujeres era como un rayo de luz en la obscuridad
de su existencia. Decidió que era mejor dejar pasar un poco de tiempo,
antes de llegar a conclusiones que podían ser precipitadas, dejar que
las cosas se asentaran por sí mismas, para poder pensar con claridad
sobre el tema.

Casi sin darse cuenta se encontró ojeando los dos libros
que le habían regalado sus nuevas amigas. El códice etíope
era toda una sorpresa, describía algo parecido a una caja, o un arcón
especial, fabricada por el pueblo judío unos 1.200 años antes.
No entendía el idioma en que estaba escrito, ni comprendía para
qué podía servir.

Se dio cuenta de que ese era el pueblo del que había
surgido, hacía unos 350 años, un

Nuevo Maestro del conocimiento. Alguien que había enseñado
una nueva doctrina:

La doctrina del Amor. Que se resumía en la
siguiente fórmula:

"Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a ti mismo".

Se dijo: El prójimo es cualquier persona distinta de
uno mismo.

Por tanto: El prójimo y el enemigo son uno y el
mismo
.

Lo que le llevó a preguntarse:

¿Cómo es posible que siendo el mensaje central
de su enseñanza el Amor al prójimo y a los enemigos,
como le enseñaba su maestro, el freile Eustaquio, al igual que antes
que él había hecho Mardonio, sus seguidores lo hayan olvidado
tan pronto y estén de forma constante en el odio y el rencor? ¿Qué
ha pasado para que en solo 300 años la sublime doctrina del Amor
al prójimo
del rabí galileo se haya pervertido hasta este
punto?

Ninguno de los galileos que él conocía practicaba
sus enseñanzas, aunque todos tenían sus palabras en la boca todo
el tiempo, sobre todo para juzgar y zaherir a los que no eran sus seguidores,
y a todos los que pensaban de otra forma.

Se dijo que los obispos estaban más obligados, por
ser los directores de las iglesias provinciales, a dar testimonio de amor al
prójimo, como decía su mensaje, y no pudo evitar recordar que
los obispos que había conocido, su primo Eusebio de Nicomedia, Jorge
de Cesárea y antes que él Eusebio, y por lo que sabía todos
los demás bendecían a su primo, el emperador Constancio, otro
seguidor del galileo, el asesino de su familia.

Recordó que cuando tenía 6 años, en vida
de su padre, estando paseando una tarde por Constantinopla con Galo y Mardonio,
fue testigo de cómo unos frailes seguidores de Arrio persiguieron y dieron
una paliza a otros cristianos seguidores de Atanasio, mientras acusaban a éste
de haber asesinado al obispo Arrio.

Llegó a la conclusión de que es peligroso unirse
a cualquiera de las facciones galileas, ya que tienden a destruir y encubrir
las cosas verdaderas. #11

Tomó la determinación de estudiar a fondo las
enseñanzas del galileo.

Decidió que por hoy ya había tenido bastante,
y se fue a dar un paseo hasta su lugar favorito, la gruta que había junto
al despeñadero, allí se sentía libre, sin nadie que lo
vigilara de cerca.

Pensó en su hermano Galo, a quién había
visto un momento por la mañana en el desayuno, y que ahora estaría
ejercitándose en el arte ecuestre.

Se disponía a empezar a leer el Banquete, de Platón,
cuando oyó que alguien gritaba su nombre, salió de la gruta y
se encaminó hacia la fortaleza y enseguida encontró a un criado
que lo estaba buscando, por orden del fraile Eustaquio, para ir a la iglesia.

Por lo visto las complicaciones no habían terminado
aún.

Los dos se dirigieron al antiguo palacio, el criado tres
pasos de respeto por detrás de Juliano, donde se encontró con
el viejo Eustaquio que lo apremió para que se pusiera una sotana para
ir a la iglesia a celebrar las ceremonias vespertinas.

El monje vio la cubierta del libro que llevaba el niño,
sin necesidad de pedírselo, y su cara se iluminó con una sonrisa.

Cinco minutos más tarde se dirigieron los dos, acompañados
de Galo, hacia la basílica arriana de San Mauricio, que había
sido construida con las piedras procedentes del templo de Apolo, "destruido
por los cristianos". La habían levantado en el mismo lugar conservando
su misma estructura desde el arranque de los cimientos.

En el gran atrio del templo pagano, ahora iglesia cristiana,
brotaba una fuente donde los fieles hacían sus abluciones antes de entrar
en la iglesia. En uno de los pórticos laterales estaba la vieja tumba
de San Mamesio. Santo con fama de milagroso.

Juliano sabía que uno de los frailes se dedicaba a
pesar ¿y vender? trocitos de tela, de diferentes tejidos, a los enfermos
que pasaban toda la noche en oración, y ponían los trocitos de
tela sobre la tumba y los pesaban de nuevo por la mañana y si, gracias
al rocío, pesaban más que la víspera confirmaba que la
petición, del poseedor del trozo de tela había sido escuchada.

Según le había comentado Mardonio, este proceder
era un engaño usurero, y un abuso de la ignorancia del pueblo, por el
que se enriquecía la iglesia a costa de los pobres enfermos. Rezaban
toda la noche y dejaban los trozos de tela en el exterior y a la mañana
siguiente aquellos trocitos que pesaban más que en la víspera
indicaban que Dios había oído sus plegarias.

La conclusión de Mardonio era que el peso del trozo
de tela, por la mañana, dependía del tejido de la misma y de la
cantidad de rocío que hubiera en el ambiente, lo que a su vez fluctuaba
con las noches y las estaciones.

""Todo un engaño de la iglesia"".

Los tres eligieron para penetrar en la iglesia la puerta central,
reservada para los monjes y el clero.

Juliano subió al púlpito arriano. Los devotos
de San Mamesio llenaban el templo, produciendo una atmósfera irrespirable,
que junto con el incienso, en gran cantidad para aplacar el hedor de la gente,
cosquilleaba la nariz, produciendo una sensación desagradable. Una gran
mayoría de los asistentes al acto religioso eran personas enfermas, cojos,
ciegos, mancos, paralíticos, lisiados y un largo etc., que iban a pedir
a San Mamesio la curación de sus dolencias.

Cuando el coro dejó de cantar Juliano comenzó
la lectura de El Apocalipsis, este relato escrito por San Juan en el S. II,
impresionaba de forma extraordinaria a los fieles.

Al finalizar el oficio, dos horas más tarde, Juliano
bajó del púlpito reuniéndose con Eustaquio y Galo, algunos
fieles se acercaron a Juliano para expresarle su admiración por lo bien
que había leído el apocalipsis, el niño les dio las gracias.

Todos salían contritos del templo, buscando en su conciencia
el grado de culpabilidad de sus vidas, por temor a que el apocalipsis tuviera
lugar de un momento a otro.

El fraile y los dos hermanos se pusieron en camino hacia
el palacio prisión, a donde querían llegar a tiempo para la cena,
Eustaquio bendijo la mesa en día tan señalado. Durante la cena
el prefecto y los centuriones se acercaron a felicitar a Juliano, quien cenó
tan poco como tenía por costumbre. Después de la noche trágica
en que sus padres fueron asesinados, deseaba robustecer su mente y su alma más
que su cuerpo físico. Tan pronto como pudo, después de saludar
a Telenia y a Dido, y despedirse de ellas hasta el día siguiente, sin
que nadie lo viera subió a su habitación con el propósito
de leer a Platón en, El Banquete.

Su hermano se quedó bebiendo vino con los legionarios
y compartiendo sus groseras chanzas, hablando de mujeres, como gustaba hacer
en los últimos meses, para sentirse más hombre.

Así fue pasando el tiempo, llegaron los calores del
verano mitigados por la brisa fresca que soplaba desde el monte Argos, y cuando
quiso darse cuenta había pasó el verano.

Un buen día el fraile les dijo que al día siguiente
se iría de viaje, para cumplir cierto encargo del obispo, y que por tal
motivo estaría fuera unos días.

A la mañana siguiente, libre de la tiranía
de Eustaquio, salió de la fortaleza y se dirigió al templo de
Afrodita, próximo a la iglesia de San Mauricio.

Le encantaba el bosque sagrado de la diosa, donde podía
respirar libre, sin miedo a ser espiado por ojos traicioneros. Como era muy
temprano se dirigió a la humilde morada del cuidador y sacerdote del
templo, Olimpiador, quien estaba desayunando con su esposa Diofana y su hermosa
hija de 17 años llamada Amarilis.

Los tres se alegraron mucho de verlo. Sabedores de que el
día anterior había cumplido trece años lo felicitaron con
grandes muestras de cariño.

Cuando la hermosa Amarilis lo abrazó, contra su pecho
turgente, no pudo impedir que el rubor tiñera de rojo sus mejillas, lo
obligaron a sentarse a la mesa para compartir unos racimos de uvas, que es todo
lo que tenían para el desayuno.

Algo más tarde apareció la hija menor, Psiquis,
que ya no participaba de la alegría de la casa. Desde que se había
hecho seguidora del galileo, a escondidas, su carácter se había
vuelto melancólico, lo que tenía desazonada a toda la familia,
estaba triste y reservada como de costumbre, siempre pensado en el castigo divino,
y sus padres no sabían cómo hacer para que recobrara la alegría
de vivir.

Al parecer no le enseñaban el amor al prójimo
y a los enemigos en la iglesia, si no el pecado y a temer el castigo del infierno.

Cada vez que Juliano venía a verlos se enteraba, por
Olimpiador, de cómo iba avanzando poco a poco la destrucción del
bosque sagrado para ampliar el cementerio cristiano adosado a la iglesia de
San Mauricio.

Nadie hacía nada para impedir ese atropello, por el
contrario, el gobernador de la provincia, hecho cristiano por conveniencia política
sabedor de los vientos religiosos que soplaban en la corte, había convenido
con el obispo ir eliminando, sin prisa pero sin pausa, toda la propiedad del
templo pagano de Afrodita que pasaría a poder del templo cristiano.

Cuando la conversación fue decayendo, después
de ponerse al día sobre los recientes acontecimientos, salieron al patio
de la casa rodeada de viejas parras que estaban cargadas de grandes racimos
de hermosas uvas dulces y penetraron en el atrio del templo.

En el centro, del cual, hay un manantial de aguas salutíferas
dedicado al dios Apolo, una estatua de mármol blanco, del dios, despide
rayos de luz dorada al ser besada por los primeros rayos del sol.

Olimpiador le dedica una breve plegaria y penetra con Juliano
en el templo de Afrodita

Anadiomena, para recargar de incienso el pebetero de la diosa,
que luce su desnudez marmórea, saliendo de las aguas del mar.

Juliano se queda extasiado contemplando la perfección
del cuerpo de la diosa emergiendo del mar, le parece increíble que las
manos del hombre sean capaces de conseguir realizar obra de tan refinada belleza,
y se declara rendido admirador de la diosa del amor.

Llega a la conclusión de que la filosofía tiene
razón, cuando dice que solo le es posible al hombre alcanzar tal perfección
cuando se hace uno con la naturaleza, que es la expresión divina en la
tierra.

Discurre que cuando el hombre es capaz de aunarse con Dios,
como dice Jámblico, se convierte en expresión de lo divino en
pensamiento, palabra y obra, y cuando no es sí expresa la animalidad
propia de las bajas pasiones como el egoísmo, la envidia, el odio, el
rencor, y los miedos, sin fundamento, que manifiesta en sus obras destructivas.

La mañana discurre veloz y se consume como un suspiro
sin darse cuenta de ello hasta que Olimpiador, viendo el arrobamiento de Juliano,
le toca en un hombro volviéndolo a la realidad. Advirtiendo que el sol
pronto alcanzará el zenit, se despide del sacerdote sacrificador, y dirige
sus pasos a la fortaleza.

Por la tarde Telenia se reúne con él, en su
habitación, quien le dice que se ha enterado de que circular rumores
entre los soldados, sobre grandes preparativos en Antioquía para la guerra
con los persas.

Juliano recuerda los sucesos que tuvieron lugar el año
340, cuando él tenía 9 años, hubo grandes rumores sobre
los preparativos que su primo Constantino II hizo en Hispania y La Galia para
la invasión de Italia, pretendiendo derrocar a su joven hermano Constante.
Pero el resultado de la guerra fue que Constantino II perdió la guerra
y la vida en la batalla de Aquilea.

Juliano le agradece la información y le dice que lo
bueno de vivir desterrados en Macelo es que están lejos de cualquier
sitio.

A primeros de Diciembre llegó la orden del Sagrado
Palacio invitándole a trasladarse a Constantinopla. Debía presentarse
al chambelán Eusebio para acordar las condiciones de su estancia en la
capital.

La orden incluía la sugerencia de que llevara con él
a un reducido grupo de personas para su servicio

Juliano hizo los arreglos necesarios, con la ayuda del contrariado
obispo Jorge que según parecía iba a seguir en Capadocia, en lugar
de ir a Alejandría a sustituir al obispo Atanasio quien seguía
siendo el gran enemigo del arrianismo. Devolvió al obispo Jorge todos
sus libros, después de haber encargado hacer copias de ellos, reunió
sus escasas pertenencias y en compañía de las dos mujeres y un
pequeño destacamento de legionarios a las órdenes de un decurión,
puestos a su disposición por el prefecto Helvidio, se encaminó
a la ciudad que le viera nacer hacía cerca de tres lustros.

Después de dejar a sus acompañantes en la casa
de su tío Juliano se dirigió al gran Sagrado Palacio, desde el
cual el orondo eunuco Eusebio desplegaba sus órdenes por el mundo como
si fuera el mismo Augusto, claro que según parece era el gobernante de
hecho.

Cuando llegó al enorme palacio con su escolta personal,
presentó sus credenciales al portero quien lo acompañó
al despacho de Eccebolio, un favorito de Constancio, quien se encargaría
de su instrucción académica a partir de este momento.

Eccebolio había sido mi tutor mientras estudié,
de niño, en la escuela de patricios, y quería saber lo que había
aprendido durante mi larga estancia en Macelo, así que pasé varis
horas declamando miles de versos aprendidos de memoria de Herodoto, Platón,
Hesíodo, Teognis, Homero, Plotino y Baquíledes. Mi antiguo mentor
estaba asombrado de mi capacidad para recordar tantas enseñanzas.

Le pregunté por Mardonio, me contestó que estaba
bien, que seguía al frente del departamento de secretarios y copistas,
que ahora iba a llevarme al despacho del chambelán y luego le haríamos
una visita.

Eusebio me recibió en su departamento del Sagrado Palacio.

Se levantó para saludarme, aunque era el segundo en
rango en todo el imperio, solo era un illustris y yo pertenecía
a un estrato superior. Estaba bañado en perfume de rosas. Me preguntó
si estaba cómodo en la casa de mi tío Juliano, prefecto de Egipto,
le contesté que sí, que estaba muy cómodo.

Dijo que no podía asignarme una renta. Le contesté
que no se preocupara por ese detalle, ya que, gracias a los dioses, tenía
rentas propias de las propiedades de mi abuela y de mi madre.

Eusebio.- Eccebolio me ha dicho que tenéis cualidades
para la retórica y propone que sigáis un curso de gramática
con Nicocles. Estoy de acuerdo con él.

Juliano.- Me parece muy bien. Mi interés es la filosofía.
Mi meta la universidad de Atenas, faro del mundo. Me gustaría dedicarme
a la literatura, la filosofía. Como escribe Esquilo:

.

Pero naturalmente nosotros conocemos a Dios como no pudieron
conocerlo nuestros antepasados. Jesús vino al mundo por una gracia
especial
para salvarnos. Es como su padre, aunque no de la misma substancia,
según Arrio.

Sin embargo es bueno estudiar las antiguas costumbres para
conocer y hablar de todos los asuntos, incluso sobre el error. Como escribe
Eurípedes:

.

¿Me había pasado con las citas? Es posible,
mi exposición pretendía hacerle creer que yo era inofensivo, como
lo era.

Eusebio.- Haremos todo lo posible para que el Divino Augusto,
su Santidad, el Eterno, vuestro primo Constancio, preste atención a vuestro
deseo.

Por el momento debéis continuar aquí vuestros
estudios. Os enviaré a Euterio dos veces por semana para que os de clases
de ceremonia, tan necesaria para saber qué hacer en el Sagrado Palacio.
Dio por terminada la visita haciendo sonar una campanilla de plata.

Ahora si me perdonáis nobilísimo príncipe
Juliano debo reunirme con el Sagrado Consistorio.

Al punto apareció mi antiguo tutor Mardonio en el vano
de la puerta.

Nos abrazamos emocionados, habían pasado más
de seis años desde que me dejó en Macelo.

Mardonio es mi brazo derecho, añadió Eusebio.

Es el jefe de mi equipo de secretarios. Un clasicista notable,
un hombre leal, un buen cristiano de inconmovible fe, un amigo vuestro, Vos
lo conocéis bien ya que ha sido vuestro maestro, él os acompañará
hasta la puerta de salida.

Nos levantamos y nos despedimos.

Nunca más volví a ver a Eusebio.

Cuando quedamos solos le dije a Mardonio:

.

Mardonio se puso pálido como un cadáver. Aquí
no,宠susurró, el palacio宮, agentes secretos en todas partes.

Hablamos de cosas intrascendentes mientras caminábamos
por los pasillos de mármol hasta la salida del palacio. Le invité
a ir a mi casa, el día siguiente por la tarde, después de terminar
sus ocupaciones.

Al día siguiente, Mardonio se presentó puntual
a la cita en el palacio de su tío Julio donde podían hablar sin
tener miedo de ser espiados por nadie.

Juliano.- Mardonio, ¿Qué podéis decirme
de Euterio, del que me habló Eusebio como maestro de etiqueta?

Mardonio.- Es un buen hombre, os gustará, es armenio,
no creo que se preste a una delación. En cualquier caso nunca critiquéis
al emperador.

Juliano.-Eso lo sé bien, Mardonio. Como veis me las
he ingeniado para seguir viviendo.

Mardonio.- Pero esto es Constantinopla, no Macelo.

Juliano.- ¿Sabes qué piensan hacer de mí?

Mardonio.-Que yo sepa el emperador aún no lo ha decidido
y añadió que todos mis trabajos de estudiante estaban guardados
en palacio. Así elaboran sus argumentos para las delaciones.

Juliano.- Me quedé atónito.

Mardonio.- Mostraos inofensivo, os lo ruego.

Juliano.- Mardonio, puedo aseguraros que en eso soy todo un
experto.

De mi primo, el emperador Constancio, aprendí a disimular
y disfrazar mis verdaderos pensamientos. Una terrible lección, pero,
de no haberla aprendido, no hubiera vivido todos estos años. #12

Mardonio.- Príncipe Juliano, aquí en Constantinopla
deberéis ser más cauto todavía, detrás de cada árbol,
en cada esquina y cada sombra hay un espía del Sagrado Palacio, que como
os he dicho no tiene nada de sagrado, más bien es un, un…宬 un antro
de vicio y perversión.

Juliano.- Le dije a Mardonio que sus palabras me habían
hecho recordar la experiencia que vivimos en la calle, poco antes del asesinato
de mi padre, cuando súbitamente se abrió la puerta del osario
y salieron corriendo dos ancianos perseguidos por una docena de monjes, armados
con bastones, Los ancianos llegaron hasta la arcada donde nos hallábamos
y entonces los monjes les dieron alcance. Los tiraron al suelo y empezaron a
pegarles mientras gritaban: ¡Herejes!, ¡Herejes!

Yo te pregunté, ¿porqué les pegan?

Y tú suspiraste y me respondiste: Porque son herejes.

Galo, mayor que yo ya estaba al corriente de esas cuestiones
y te preguntó:

¿Asquerosos Atanasianos?

Tú contestaste; eso creo, será mejor que nos
vayamos.

Yo era curioso. Quería saber quiénes eran una
Atanasiano. Después de un momento de duda, me respondiste, locos que
creen que Jesús y Dios son lo mismo, exactamente lo mismo.

Galo.- Añadió, por su cuenta, cuando todos saben
que solo son similares.

Mardonio.- Exacto. Como nos enseñó el obispo
Arrio, tan admirado por vuestro primo el divino emperador.

Galo.- Apostilló; ellos envenenaron al obispo Arrio.

Juliano.- Lo cierto es, querido Mardonio, que la religión
de los galileos me parece un cúmulo de despropósitos y contradicciones,
aunque reconozco que no soy aún experto en su estudio. Hablando de religiones,
voy a enseñarte un códice antiguo de origen etíope, que
habla de la religión de los judíos.

En ese momento saque el Kebra Nagast y se lo enseñé
a Marcelo, diciéndole que me lo había regalado Dido, en Macelo,
por mi cumpleaños.

Mardonio.- Hojeó el pergamino observando muy atento
los detalles, me comenta que el códice debe de ser un ejemplar único,
de gran valor, y añade, sin duda Dido os aprecia mucho, príncipe
Juliano.

En cuanto al arca en sí me parece una copia de antiguos
arcones egipcios que eran muy similares, tanto en cuanto a las medidas, como
a la disposición de los distintos elementos constructivos, incluidas
las anillas laterales para poder trasladarlos usando dos largas varas.

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