El poeta del virreinato del Perú, Juan del Valle
y Caviedes, nace en España, en Jaén, en 1645
y—según su biógrafo Guillermo Lohmann
Villena–se traslada de muy temprana edad al virreinato del
Perú, donde permanece hasta su muerte en 1698 (Valle y
Caviedes, ed. Cáceres 20 y pássim). En este ensayo
quisiera aproximarme a un asunto que se reitera constantemente en
manuales de literatura o en estudios sobre el autor pero que, en
realidad, no se elabora en gran detalle. Se trata de la
relación de dependencia literaria que el poeta virreinal
pudo tener para con Francisco de Quevedo, con quien tiene muchos
puntos de contacto. Emilio Carilla, por ejemplo, llama a Valle el
"Quevedo limeño" (223) y anota varias correspondencias
entre los dos. De modo similar, aunque con cierta
valorización negativa, Mariano Picón Salas lo llama
un "Quevedo menor y mucho más lego" (140)
Entre las obras de Valle y Caviedes hay varias
referencias muy directas a que Quevedo–quizás en especial
su sátira (pero no sólo)–era una importante
presencia en el autor virreinal. Hay, por ejemplo, un poema en el
cual expresa una relación con el peninsular que nos
recuerda lo que Harold Bloom llamó la "ansiedad de la
influencia." Es un texto cuyo título reza, con algunas
variaciones en los manuscritos originales, "Los efectos del
protomedicato de don Francisco de Bermejo sabrá el curioso
en este romance, escrito por el alma de Quevedo, que anda penando
en sátiras" (Valle, ed. Cáceres
378-86)).[1] Es una referencia consciente, algo
jocosa, a su imitación del escritor español, pero
imitación posiblemente compleja ya que "penar" era, y es,
en el Perú, una referencia al "fantasma o alma que anda en
pena" (RA).[2] Este poema, como muchos otros de
Valle, tiene como blanco satírico–algo muy tópico
del género–a la medicina, profesión que
también satiriza Quevedo en muchas ocasiones; entre ellas,
por ejemplo, en El sueño del juicio final, El
sueño del infierno, y El sueño de la
muerte (Sueños y discursos 73-79, 158, 188),
pero, como espero mostrar, entre los dos autores hay ciertas
diferencias.
Ambos recogen tópicos satíricos muy
semejantes, pero el escritor virreinal parece acercarse a la
crítica de la medicina con mayor proximidad a su realidad
social. No sólo se burla de la medicina en general, sino
que ataca directamente a un número de médicos
contemporáneos e identificados con sus nombres verdaderos.
Para el caso de Quevedo, Ignacio Arellano ha mostrado que su
sátira de la medicina se remonta a una tradición
muy antigua, pero sugiere a la vez que esa tradición se
recontextualiza en el momento del autor ya que, nos dice, hay en
su obra una "hiperbolización de los atributos reales de
médicos del siglo XVII" (Jacinto Alonso Maluenda
88). Algo igual veo en Valle y Caviedes, pero con una diferencia
que lo impulsa a la agresión personal. Se sabe que Quevedo
con su sátira llevó a cabo ataques ad
hominem, pero eran ataques dirigidos a ciertos personajes
que entroncaban con su vida y sus relaciones cortesanas o
literarias como, por ejemplo, Góngora.[3]
En el virreinato del Perú, algunos de los médicos
satirizados por Valle y Caviedes tenían puestos de
importancia, como el que va mencionado en el título del
poema escrito por el "alma de Quevedo," es decir, Francisco de
Bermejo, poema en el cual también se satiriza a otro
médico, Miguel de Ossera. Lo que hay que notar es que
estos dos personajes habrían formado parte–en Lima–de
más de una controversia en lo tocante a sus herencias
culturales–ya criollas o peninsulares– y, por lo tanto, sus
correspondientes méritos para recibir puestos oficiales,
como el del Protomedicato del Perú.[4]
Quevedo y Valle y Caviedes se acercan satíricamente a la
medicina, pero, como sugeriré, con propósitos
diferentes. ¿Qué pudo pensar Valle y Caviedes sobre
lo que hoy llamaríamos, si quisiéramos ser algo
anacrónicos– su "dependencia" para con Quevedo–? No nos
olvidamos que la imitatio era todavía una
práctica literaria de importancia, pero hay, sospecho,
gato encerrado en la imitación vallecavediana.
Pasemos primero, entonces, a un poema en el que la
persona satírica de Valle y Caviedes,
autodenominándose "doctor de médicos," le aclara al
lector que su vituperación de la medicina ha de tomarse en
serio. Esto, claro está, no sin una típica mueca
burlona:
No son capricho mis versos,
como los médicos piensan
y publican que es manía
y agudo ingenioso tema.
Y porque vean se engañan,
traeré aquí los que cooperan
conmigo en este dictamen,
para apoyo de mi idea (43.
141-48).[5]
Y de inmediato el poema enumera una serie de escritores
y satíricos que se han enfrentado con la medicina. Hay
cuarenta, desde San Agustín, pasando, entre otros, por
Sócrates, Plutarco, Diógenes, Cicerón, Tito
Livio, Juvenal, Epicteto, Alfonso el Sabio, Quevedo,
Cáncer, Villamediana, hasta llegar a parar en el
dramaturgo Moreto. Lo que es notorio es que en este poema, en el
cual se enumera la tradición, Quevedo es sólo uno
de cuarenta, y merece sólo cuatro versos. Hay que
preguntarse, entonces, si esto no es un intento de relativizar la
importancia de Quevedo en su obra.
Regresemos al poema que se dice haber sido escrito por
el "alma de Quevedo." De allí se rescatan varias
coincidencias tópicas entre los dos autores. Un primer
ejemplo sería la burla de la pretensión de las
vestimentas prescriptas por ley para los médicos: sus
ropas, adornos, anillos y collares; y también una mofa del
uso de latinajos y aforismos por parte del llamado "médico
latino:"[6]: En Valle leemos los siguientes
versos, en burla del médico Bermejo:
Empuñó el puesto, y muy grave,
dando al Cielo gracias, dijo:
gratias a Deum en su
mal latín de solecismos.
. . .
Autorizóse de galas,
y multiplicando anillos,
añadió esta liga docta
a su ignorante esportillo.
Nuevo aderezo a la mula,
también de gala le hizo,
porque lo bruto quedase
de todo punto vestido.
(44. 9-32).[7]
Sin negar que éstas son burlas tópicas, no
nos olvidamos que Valle sí tenía presente a
Quevedo. No sería descabellado pensar en algún eco
o recuerdo de ciertos pasajes del Sueño de la
muerte del autor peninsular: "fueron entrando unos
médicos a caballo en unas mulas . . . guantes en
infusión, doblados como los que curan; sortijón en
el pulgar con piedra tan grande, que cuando toma el pulso
pronostica al enfermo la losa." Y allí mismo añade
Quevedo que los médicos
ensartan nombres de simples que parecen invocaciones de
demonios: buphthalmos, opopanax, leontopetalon, . . .
petroselinum, . . . . Y sabido qué quiere decir esta
espantosa barahúnda de voces tan rellenas de letrones, son
zanahoria, rábanos y perejil, y otras suciedades"
(Sueños 187-89).
Hay, entonces, una coincidencia tópica entre los
dos segmentos citados–algo que Carilla, sin embargo, ve como
imitación directa–(225-26). Son, sin duda, coincidencias,
pero, sugiero yo, con una diferencia importante. Si en el caso de
Quevedo se trata de una sátira general de los
médicos, ya sea tópica o sobre las prácticas
medicinales de su momento, en Valle y Caviedes la temática
crítica–o ideológica–recae fuertemente sobre el
Perú y sus conocidas contiendas entre criollos y
peninsulares.[8] Don José Miguel de Ossera
y Estella–uno de los médicos satirizados en el
poema–había nacido en Zaragoza y había sido
médico de Don Juan José de Austria antes de llegar
al Nuevo Mundo–hacia 1688–con el séquito del Virrey
Conde de la Monclova; esto en calidad de Médico de
Cámara. Luego, rápidamente, alcanza el cargo de
"Protomédico de Lima." El poema de Valle se mofa de la
inteligencia de este médico, diciéndonos que
"Protoverdugo de herencia / Osera a Bermejo hizo, / por su
última y postrera / disposición de jüicio"
(44.104). En estos versos la referencia a la "postrera
disposición" o agilidad mental de Ossera se lee,
escatológicamente, como una última
evacuación intestinal. Aquí la visión
burlesca de Valle parece asumir una voz anti-peninsular al unirse
a ciertas críticas del momento que alegaban que este
médico Ossera, habiendo venido de España,
"desconocía el temperamento de la tierra y la virtualidad
de los fármacos locales" (Valle y Caviedes 865). Por otro
lado, Francisco Bermejo y Roldán, el otro médico
satirizado en el poema por su despliegue de vestimentas y
latinajos, después de mucha solicitud a la corona,
también alcanza el puesto de Protomédico de Lima en
1692. Este otro era un hidalgo criollo y personaje de importancia
dentro del sistema virreinal peruano; es decir, un buen
representante de la hidalguía criolla que ejercía
presión para asumir lugares de importancia y poder. La
visión satírica de Valle, sin embargo, como hemos
visto, arremete también contra el criollo (recordemos los
versos ya leídos sobre la ostentación en el vestir
y el hablar).
Ahora, como he mostrado en otro lugar, aunque a primera
vista esta doble crítica podría verse como una
contradicción ideológica por parte del poeta
virreinal, no lo es: más bien forma parte del proceso
satírico de Valle y Caviedes, quien no toma una
posición crítica unidimensional, sino que recoge
las múltiples y contradictorias opiniones y voces que se
escuchaban en su contorno virreinal peruano.[9] Lo
que nos concierne aquí, sin embargo, es apuntar que el eco
satírico que se podría escuchar de Quevedo, en
Valle y Caviedes se nutre de un referente propiamente americano.
Se "americaniza," por así decirlo. Veamos.
Hay otro poema que reiteradamente se ha visto como
"emulación" por parte de Valle y Caviedes. Se trata de una
tópica burla de la prostituta infectada por la enfermedad
venérea. En palabras de Emilio Carilla
Caviedes imita en diversas oportunidades poemas
quevedescos. No exagera, sin embargo, los préstamos,
prestamos que, por otra parte, se mezclan ingeniosamente a la
pluma ágil de 'el poeta de la ribera.' [es decir, Valle].
Un ejemplo: el romance A la bella Arnada esta calcado en
gran parte sobre uno de Quevedo (Cura una moza en
Antón Martín la tela que mantuvo)"
La comparación o préstamo lo halla Carilla
en el cotejo de las siguientes estrofas. En Valle y
Caviedes:
Purgando estaba sus culpas
Arnada en el hospital,
que estos pecados en vida
y en muerte se han de purgar . .
Y en Quevedo,
Tomando estaba sudores
Marica en el hospital,
que el tomar era costumbre
y el remedio es el sudar. . ."
(Carilla 224-25).
A pesar de posibles coincidencias entre los dos autores,
es claro que, como en el caso anterior, también se trata
de tópicos literarios. Esté o no imitando
directamente a Quevedo en esos poemas –algo posible–es
importante ver que Valle y Caviedes nuevamente recontextualiza la
herencia literaria en una situación crítica
directamente relacionada al virreinato.
En otro lugar, aunque no en lo tocante a Quevedo, ya me
había acercado a este poema sobre la mujer
sifilítica, titulado "A una dama que por serlo paró
en la caridad." [10]No voy a repetir mi
análisis, que mostraba una visión bastante
particular de la misoginia de Valle, pero sí vale la pena
sugerir que, aunque sea o no una imitación directa de
Quevedo, sí es una imitación que se remonta, por
extensión, a esa "alma" o "sombra" de Quevedo que andaba
penando al escritor virreinal; y es un poema que conlleva un
jocoso suplemento referencial sobre los conflictos que se daban
en torno a la minería en el virreinato del Perú.
Los versos del poema de Valle pasan revista jocosa y grotesca a
los estragos del llamado mal de bubas, en estrecha
relación con el negocio de la prostituta y su deseo de
recuperar la lozanía que le permitiese continuar sus
ganancias. La metaforización que usa el poeta combina
varios códigos: la sexualidad, la enfermedad y sus
posibles curaciones, el negocio y la minería. Reitero que
no voy a repetir mi análisis, pero hay que mirar algunas
cosas de cerca. En Quevedo la referencia a la cura de la
sífilis de la mujer, como vimos arriba, es la "de tomar
sudores," y– añadimos–tal cura se llevaría a cabo
con el llamado "palo santo" o "guayaco" traído de las
Indias (recordemos, como lo hace también Carilla, el
conocido episodio del soldado que tomaba "sudores" en el
Coloquio de los perros de Cervantes).
La cura que recibe la "dama" limeña, sin embargo,
es otra: es la que se hacía con el frote de mercurio,
asunto que le lleva a Valle y Caviedes a elaborar un serie de
chistes en torno a la descripción de la mujer en
términos astrológicos (v.g. la estrella, los
luceros, Venus, y Mercurio). [11]Cito una
estrofa:
De su estrella se lamenta
porque en luceros peligra.
si cuanto causó la Venus
con el mercurio no quitan (81. 33-36).
Pero más importante para nuestro asunto
aquí, es la siguiente estrofa:
A puro azogue, presume,
la tiene de volver piña
. . . .
la que tiene mas estacas
que todas las de las Indias (81. 89-96).
La dama peruana, estropeada por el llamado "mal de
bubas," desea recuperar la juventud que su profesión
requiere, y se imagina que el azogue puede ser la solución
para convertirla nuevamente en una fruta fresca, en una
"piña." Es una fruta, sin embargo, que se halla cubierta
de espinas, algo que en el poema de Valle alude a las marcas que
la mujer tendría en la cara, pero aun de mayor importancia
es el hecho de que se trata de una fruta americana– y bautizada
así por Gonzalo Fernández de
Oviedo–.[12] Pero la palabra piña,
según el Diccionario de autoridades, era
también "una porción de plata pura;" es decir, la
depurada por el azogue. Hay, entonces, una burla de la "pureza"
de la dama, pero en diálogo semántico con su
sexualidad y la naturaleza americana. Tal cruce se observa
también en el siguiente verso, donde leemos que la mujer
tiene "más estacas que todas las de las Indias." ¿A
qué se refiere el poema con tener estacas? Podría
ser una alusión fálica, o una referencia jocosa a
las espinas de la piña con la cual se quiere asociar, pero
la palabra "estaca" también tenía una
significación relacionada a la riqueza minera del Nuevo
Mundo, y del Perú. En el Diccionario de la
Academia leemos que "estaca" indica la "pertenencia de una
mina que se concede a los peticionarios mediante ciertos
trámites."[13] Sobre el cuerpo de la dama
se escriben y se inscriben, entonces, las riquezas y las
enfermedades del nuevo continente. De inmediato, el posible
diálogo que establece el poema entre las bubas y las
abundantes venas minerales del Perú se intensifica, cuando
leemos que en el caso de esta "dama,"
Venganza es de las estafas,
si a sus amantes decía:
"El alma den," cuyo azogue
devengó Huancavelica (81. 101-04).
Estos versos del poema hacen referencia a la competencia
que existía, en la época, entre las minas peruanas
de Huancavelica y las españolas de Almadén. La dama
o prostituta le pide a sus clientes que "el alma den,"
expresión que reverbera sobre la explotación
económica, el desvarío moral, y, quizás, la
muerte como resultado final del contagio venéreo. El poema
de Valle enlaza, entonces, un tópico literario, usado
por–entre muchos otros–Quevedo, con una realidad muy
americana.
Atemos algunos cabos. Tanto este último poema
como en el anterior que se burlaba de la ropa y los latinajos de
los médicos, han sido vistos por varios críticos
como ejemplo bastante directo de la influencia de un autor sobre
el otro. Lo que observamos, sin embargo, si es que hay
imitación directa, es que se trata de una imitación
que al recontextualizar los temas en una realidad americana,
expresan la contradictoria situación del sujeto
novomundano en relación con el peninsular. Se
podría pensar, entonces, que estos ejemplos textuales
conllevan ecos –conscientes o no–de esa "sombra" de Quevedo
que–como nos dice Valle–andaba penando su producción
literaria. Me atrevo a conjeturar que sí. Pero, ¿se
trata acaso un deseo de sobrepujar, o criticar la escritura de
Quevedo? ¿Habría algo en la producción tan
copiosa de su precursor que le podría haber disgustado a
Valle? No lo creo.
Un oteo a la crítica en torno a la obra de
Quevedo–y una mirada sumaria a su obra–muestra que en realidad
las preocupaciones del autor en torno a la Indias Occidentales,
es decir, América, se concentran más que nada en
una reflexión moral y
crítica–estoico-cristiana–sobre la codicia,
emblematizada por el conquistador que llega al Nuevo Mundo. Las
lecturas que pudo hacer Valle de Quevedo, entonces, no le
darían razón para quejarse del autor español
y su aproximación ideológica hacia el nuevo mundo.
Si bien el autor peninsular pudo tener una visión
convencional de la época sobre la inferioridad del
indígena (Riandière La Roche 15 y pássim),
su escasa referencia al Nuevo Mundo no comparte las denigraciones
que algunos peninsulares hacían del criollo. Sugiero
aquí–y es algo que debe seguir elaborándose–es
que la relación de Valle hacia Quevedo es, por un lado, de
orden literario, pero por otro, al hablarse de una "sombra que
anda en pena;" es decir, molestando, pareciera aludirse a
posibles complejidades en torno a la relación o
apreciación que el escritor del Nuevo Mundo tenía
ante sus precursores, o contemporáneos
peninsulares.
Para argumentar este último punto valdría
la pena recordar ciertas quejas del contemporáneo peruano
de Valle, Juan de Espinosa y Medrano, "el Lunarejo." Este se
lamentaba de la situación marginal del letrado o escritor
virreinal peruano con relación a al peninsular. En su
conocido despliegue de envidiable erudición, su
Apologético en favor de Don Luis de
Góngora, por ejemplo, en la dedicatoria al Conde
Duque de Olivares, le recuerda que vive muy "distante del
corazón de la monarquía," y añade que, por
lo tanto, él y sus compatriotas se hallan "poco alentados
del calor preciso con que viven las letras, y se animan los
ingenios" (126). Simultáneamente, en su advertencia al
lector, recuerda que los criollos como él viven "muy lejos
. . . y, si no traen las alas del interés, perezosamente
nos visitan las cosas de España;" y de inmediato se
percibe una nota de sarcasmo: "¿Pero qué puede
haber bueno en las Indias? ¿Qué puede haber que
contente a los europeos que desta suerte dudan? Sátiros
nos juzgan, tritones nos presumen, que brutos del alma: en vano
se alientan a desmentirnos máscaras de humanidad" (127) La
queja de Espinosa y Medrano se dirige, en parte, a la poca
importancia o reconocimiento que se le da al hombre de letras en
el virreinato del Perú. La posición criolla de
Espinosa y Medrano no es anti-española. Su libro se abre
con una alabanza a la corona y al Conde Duque de Olivares y,
recordemos, se trata de una defensa de Góngora. El
Lunarejo, sin embargo, aquí, y también en su
"Prefacio al lector" del volumen correspondiente a la
Lógica, de su Philosophia Tomisthica, en
palabras de Mabel Moraña, expresa una incipiente "voluntad
de identificación de un estilo hispanoamericano de
época, de claras connotaciones ideológicas"
(Viaje al silencio 40).
Ahora, no propongo que Valle y Caviedes exprese una
inseguridad o queja similar a la del Lunarejo, pero sí
creo que mirando bien su producción poética, tanto
satírica como seria, se puede rescatar una toma de
conciencia en torno a la conflictiva relación que el
ejercicio de su escritura pudo tener para con la creación
literaria peninsular; relación que se posa sobre la
memoria o alma de Francisco de Quevedo. Finalmente, hay que
sugerir que esta escritura doble, que imita pero que imita con
cierta preocupación nos lleva a nosotros a recapacitar, en
un sentido más general, sobre las relaciones culturales de
dependencia entre la periferia virreinal y la metrópolis
peninsular que se daban en el momento y que se intensificaron con
el pasar del tiempo.
Obras Citadas
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Diputación Provincial de Jaén, 1993 y
1994.
Autor:
Pedro Lasarte
Boston University
[1] En la edición de
García-Abrines el título dice que el poema fue
escrito por el "ánima" de Quevedo. Debemos notar que
bajo "penar," en el Diccionario de la Real Academia, leemos:
"Perú y Ven. Dicho de un fantasma o un alma en pena:
Aparecerse o manifestarse." Nuestra referencia a Harold Bloom
podría sin duda dar lugar a muchas dudas. Inicialmente
Bloom pensaba en su concepto de "ansiedad" más bien como
algo aplicable a la poesía posterior al neoclasicismo, y
así posterior a la práctica de la imitatio. En
sus ediciones más recientes, sin embargo, amplía
su concepto para hablar de las relaciones conflictivas entre
autores como Shakesperare y Christopher Marlowe, para postular
una coexistencia de la imitación tradicional con su
concepto de "ansiedad de la influencia." Véase en
particular el prefacio a su segunda edición (1997).
[2] La relación intertextual (o
imitación directa, quizás) entre algunos poemas
de Valle y sus (paratextos?) ha sido abordada en cierto detalle
por Carilla, quien nos dice, por ejemplo, que, entre otras, el
romance "A la bella Arnada (sic?) está calzado en gran
parte sobre uno de Quevedo (Cura una moza de Antón
Martín la tela que mantuvo) (224-25). Paloma Calvo
Villanueva lo explica mejor (con referencia a los poemas de la
edición de Blecua): "Caviedes hereda de Quevedo . . .
situaciones concretas que dan lugar a un poema, como la
prostituta prostrada en el hospital afectada de una enfermedad
venérea, que Quevedo desarrolla en sus romances 694 y
695 "Cura una moza en Antón Martín la tela que
tuvo" y "Segunda parte de 'Marica en el hospital,' y primera en
lo ingenioso," y Caviedes reelabora el romance 81, "A una dama
que por serlo paró en la Caridad." (34)
[3] Según Ignacio Arellano, de la obra
de Quevedo, "el grupo de 'sátiras personales' de la
edición de Blecua apenas alcanza un 3,5% del total
burlesco" (Poesía 122).
[4] Véase Lasarte 192-200
[5] A menos que se indique algo diferente,
las citas a la obra de Valle y Caviedes refieren al numero
correspondiente en le edición de Cáceres et
al.
[6] Las categorías de la medicina eran
físico o doctor en medicina, cirujano latino, cirujano
romancista, flebotomista y boticario o farmacéutico
(García Cáceres 52).
[7] García Cáceres nos recuerda
que "durante el virreinato de don Luis Jerónimo
Fernández de Cabrera y Bobadilla, mejor conocido como el
Conde de Chinchón, en la primera mitad del siglo XVII,
décadas antes de la maduración de Caviedes, se
estableció la obligación de los doctores en
medicina de vestir con ciertos atuendos;" y añade que
esto fue descrito por Valdizán en La Facultad de
Medicina de Lima, 1811-1911 (143, n. 44). Véase
también Daniel Reedy.
[8] Esto es algo que ha sido bien tratado por
la crítica cultural. Sugiero, entre otras
aproximaciones, los trabajos de José Antonio
Mazzotti.
[9] Véase Lasarte 21-23
[10] Véase Lasarte 137-145
[11] En los siguientes versos el conceptismo
satírico de Valle y Caviedes recoge la conocida
metaforización enaltecedora de la belleza femenina en
función de astros celestiales, pero es una
descripción que dialoga con la actividad sexual. Vemos
que la mujer se queja de su "estrella," expresión que
tiene varias connotaciones. Es, literalmente, un lamento ante
su destino, sus "astros," pero el lamento
simultáneamente encierra otra significación que
nos conduce a la enfermedad venérea. Para el caso
habría que recordar que los astros andaban muy
estrechamente relacionados con la sífilis. Francisco
López de Villalobos explica que Astrólogos dicen
que por conjunción De Saturno y Marte, el tal
daño ha sido; Saturno es señor de la adusta
pasión, Y Marte de los miembros de la generación,
Por donde este mal en el comienzo ha venido (455).
[12] A la piña le dedica todo un
capítulo, y entre los elogios leemos que "es
única . . . en hermosura de vista, en sabor, en olor;
porque todas estas partes en un subjeto o fructa no lo he visto
así en otra fructa alguna (191).
[13] En el diccionario de 1780 ya se
veía que "estacarse" era "aplicarse, apropiarse,
señalarse y tomar para sí algún . . .
espacio de tierra en las vetas de las minas."