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Ideología y cultura. Acercamientos



    La relación teórica entre los conceptos
    cultura e ideología debe concebirse en dos sentidos, desde
    la forma en que los estudios culturales tratan el tema de la
    ideología o en sentido contrario, desde el análisis
    de cómo los ideólogos conciben el papel de la
    cultura. En ambos casos existen puntos de contacto que es preciso
    tener en cuenta en la presente investigación además
    de que es importante discernir que se trata del análisis
    de la teoría y no de la praxis y la gestión
    cultural frecuentes como objeto de estudio en el último
    siglo.

    La ideología como concepto comienza a definirse a
    partir de 1796 por Destutt de Tracy, como ciencia que estudia las
    ideas, su carácter, origen y las leyes que las rigen.
    Tiene antecedentes directos en las concepciones
    filosóficas sobre lo ideal, la idealidad y las ideas.
    Concebidas estas últimas por Platón como
    universales teóricas existentes independientemente de la
    voluntad humana individual y por tanto con carácter
    objetivo.

    La visión de los primeros estudiosos de la
    ideología es "psicologista", relativa a la forma en que el
    hombre interioriza factores externos y los complementa con un yo
    interior. En el marco de empirismo (Locke, Berkeley, Hume) lo
    ideal refiere a la psiquis y ocurre en el marco limitado de la
    mente humana. Esta es una visión que no contempla el
    carácter ideal de muchos objetos que existen fuera de la
    cabeza del hombre y que por su carácter esencialmente
    simbólico han de entenderse también desde el
    estudio de lo ideal. Tal es el caso de la obra artística
    que aun cuando se afilie al realismo como estilo, no es
    más que una representación de la realidad y como
    tal no es la propia realidad sino un espejo de esta que pretende
    recrearla.

    Estas limitaciones son superadas por una
    interpretación más abarcadora y contextual de este
    proceso que se enfoca en la influencia de la vida social, en la
    conformación de las ideas de los hombres, ya no como
    individuos aislados sino como seres sociales.

    En la filosofía clásica alemana el
    escenario en que las ideas se conjugan y definen, antes ocupado
    por la psiquis, pasa a ser tomado por la conciencia social o
    conciencia colectiva, que se conforma históricamente como
    razón colectiva. Esta pasa a ser la fuente de toda
    representación ideal y como tal la medida para que por
    ella se rija la moral y la ética de los hombres. Esta es
    una idea expresada en la obra hegeliana, a partir de la
    definición de la relación entre lo ideal y lo
    material.

    Según la percepción de Hegel lo ideal no
    puede comprenderse como la sumatoria de las psiquis individuales
    o del alma singular[1]sino como una
    realidad que trasciende la propia existencia de las almas
    individuales. Esto a lo que Hegel llama idealidad en
    general
    o lo espiritual es el basamento para la
    teoría marxista al respecto de la conciencia social y el
    ser social.

    Para la teoría marxista existe una
    relación estrecha entre la conciencia individual y la
    conciencia colectiva, y radica en que la primera no es innata, se
    conforma a partir de la educación y la cultura, por tanto
    a partir de lo que el hombre hereda en su contacto con la
    conciencia colectiva. Esta no es concebida por sus receptores
    como lo ideal sino como real e incuestionable, natural y
    como tal es asumida, pasando por el prisma de la individualidad.
    En este sentido se suman concepciones al respecto de la
    influencia determinante que tienen en esta relación la
    conciencia de clases y la circunstancia económica en la
    que se desarrolla esta conciencia individual y esa
    producción espiritual.

    Según el filósofo ruso Edward
    Vasílievich Iliénkov lo ideal sólo
    existe en el movimiento que conduce al encuentro mutuo de dos
    "metamorfosis" opuestas, en la transformación mutua,
    dialécticamente contradictoria, de la forma de la
    actividad y de la forma de la
    cosa
    [2]Cualquier percepción subjetiva
    es ideal, puesto que es la representación de una realidad
    en una idea determinada, que en un principio se
    comportaría como simple representación-reflejo para
    adquirir, inmediatamente, un significado mediado por
    determinantes culturales propias de toda
    representación.

    El hombre se apropia del plano "ideal" de su actividad
    vital única y exclusivamente en el curso de su
    familiarización con las formas en desarrollo
    histórico de la actividad social, solamente de conjunto
    con el plano social de existencia, con la cultura. La "idealidad"
    no es otra cosa que un aspecto de la cultura, una
    dimensión (determinación, propiedad) suya. En
    relación con la psiquis (con la actividad psíquica
    del cerebro, "lo ideal" es una realidad tan objetiva como las
    montañas y los árboles, como la luna y el cielo
    estrellado, como los procesos metabólicos, en el propio
    cuerpo orgánico del
    individuo.[3]

    La diferencia entre idealidad e ideología radica
    en que la primera se encarga de la subjetivización de la
    realidad, de la construcción de lo sígnico en
    simbólico, mientras la segunda se encarga de los
    mecanismos de reproducción de esta subjetividad y de su
    transformación en valores legitimados a nivel social. La
    ideología participa de la arquitectura simbólica de
    la realidad en relación a un ideal social construido y
    legitimado, que rige la moralidad, la ética, la
    política, de manera que los seres humanos, seres sociales,
    participan siempre de cierta idealidad y de determinada idealidad
    convertida en ideología.

    La producción de sentidos no solo orienta los
    esquemas de percepción individuales existentes de
    antemano, también los construye mediante el discurso,
    produciendo al mismo tiempo aquello que expresa. Nombrar
    determinado fenómeno o cosa es poseerlo, ahí radica
    la fuerza ideológica del lenguaje, que es todavía
    mayor cuando se constituye en discurso articulado, estructurado
    desde su inicio con un objetivo específico.

    La ideología debe entenderse en su
    relación directa con la producción y
    reproducción del ideal social, en su función de
    formar la subjetividad humana correspondiente a los esquemas
    ideales establecidos socialmente por grupos determinados. Posee
    un carácter excluyente, establecido por su origen
    clasista, dimensionado en dos relaciones: la oposición
    nosotros-ellos y la oposición caos-cosmos, que pretende,
    asimismo, la conversión, legitima o no, de los valores
    particulares de la clase que la sustenta en valores universales
    válidos para el resto de la sociedad,
    estableciéndose, consecuentemente, como determinante de la
    producción espiritual y por tanto cultural. La
    ideología posee un papel preciso en la dirección de
    toda actividad humana, a partir de su carácter impulsor en
    la producción y reproducción social; es a
    través de ella que el hombre no solo reproduce su
    circunstancia social, sino lo que él mismo es ante
    sí y ante la sociedad.

    La manifestación de las ideologías solo
    puede entenderse en relación a la circunstancia social en
    la que surgen. De ahí que exista una relación de
    aparente carácter superficial o simple entre la
    ideología, la política y la cultura,
    específicamente con la producción intelectual. Pero
    esta relación aparente no es simple, es bastante compleja
    y rebasa la teoría atendiendo a las particularidades de su
    propio contexto.

    La praxis sociocultural humana es precedida por el
    cúmulo de conocimientos, principios y normas, ideales,
    valores en los cuales el hombre concreto se educa, y asimila,
    para poder integrarse a la sociedad humanamente, como sujeto
    activo. La función de la ideología es formar esa
    subjetividad humana en correspondencia con esos esquemas ideales
    que norman o deben normar el comportamiento socialmente
    significativo de grupos, clases y comunidades históricas
    de hombres. Su desti es sujetar a los individuos a un ideal
    social —realizado, realizable, irrealizable o por
    realizarse y capacitarlos para la acción conducente a su
    afirmación como un valor
    absoluto.[4]

    Los estudios culturales son mucho más
    tardíos que los estudios sobre la ideología. Los
    padres fundadores Richard Hoggart, Raymond Williams y Edward
    Thompson, poseían una definición humanista y
    tradicional de cultura. Se referían a esta como
    espíritu popular, pero la definición de
    cultura ha cambiado mucho y la forma en que se ha estudiado
    también.

    Ahora bien, toda cultura manifiesta carácter
    ideológico y necesariamente toda ideología es parte
    de una cultura y puede proyectarse a partir de la
    producción y consumo del arte. Esto no ocurre, por
    supuesto, de forma mecánica, las formas de conciencia y
    las manifestaciones del pensamiento no son simples espejos de las
    relaciones y los modos de producción social. Es por ello
    que es importante aclarar que la cultura artística no
    refleja la realidad, la re-crea, contemplando en ella, no
    necesariamente a primera vista, toda la subjetividad y toda la
    ideología del que la produce primero, del que la
    interpreta luego.

    La manera de reflexionar entorno a la cultura
    está vinculada estrechamente a las tradiciones nacionales
    y a los intereses sociales y de clase. Los estudiosos del tema
    han tratado por mucho tiempo de establecer como contribuciones
    universales, cuestiones y saberes nacionales. Las Cultural
    Studies
    aparecen como un paradigma y un planteamiento
    teórico coherente a partir del siglo XIX. Es entonces que
    se instaura una consideración, en los estudios culturales,
    más abarcadora de la cultura que supera el vínculo
    estrecho de esta a los intereses nacionales hacia una
    visión de la cultura de los grupos sociales. En esta
    percepción, la connotación política de la
    cultura radica en la posible repercusión de los distintos
    grupos sociales y clases, en la aceptación,
    contribución o resistencia ante las relaciones de poder
    establecidas. En esta relación la hegemonía
    cultural tiene un papel fundamental.

    Según Gramsci, el poder real de las clases
    dominantes sobre el resto de la sociedad no está en el
    dominio de los aparatos represivos del Estado sino en el poder
    cultural y la manipulación que por consiguiente puede
    emplear sobre el proletariado, es decir en la "hegemonía"
    cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las
    clases sometidas. Esta se logra a partir del control y
    re-dirección, en el caso necesario, del sistema educativo,
    de las instituciones religiosas y de los medios de
    comunicación. Todos sistemas, instituciones y medios a
    través de los cuales se configura la educación de
    los dominados para que estos no cuestionen su sometimiento, pero
    sobre todo, para que comprendan (acepten) la ventaja de los que
    están en el poder (social, cultural, político) como
    natural incuestionable. De esta forma, en nombre de un proyecto
    nacional se genera en el pueblo el sentimiento de pertenencia;
    construido a partir de la narración de un pasado, la
    descripción de un enemigo externo, la articulación
    de metas y futuro común ("destino nacional"), etc. Se
    conforma así, según Gramsci, un "bloque
    hegemónico" que amalgama a todas las clases sociales en
    torno a un proyecto burgués.

    La ideología es la categoría
    analítica más traída a colación en
    los estudios culturales en los años setenta del siglo XX,
    entendida esta en su relación con el poder en todas sus
    formas. Louis Althusser es uno de los investigadores que
    más aporta durante esta etapa en la comprensión del
    papel de la ideología en la cultura y en una
    concepción amplia de esta última. La propuesta de
    Althusser versa alrededor de la forma en que determinados
    factores sociales, llamados por él instituciones sociales:
    la familia, la escuela, la iglesia, el arte, se convierten en
    aparatos ideológicos de estado, devenidos en instrumentos
    para que el poder político se legitime. Esta es una
    relación que no se da en un solo sentido, la cultura no
    solo permite la legitimación del poder político
    sino que promueve además el proceso de resistencia a este.
    Es en este sentido entonces que existe una disputa en el
    escenario de la cultura al respecto de la dominación y
    hegemonía sobre todo lo simbólico y sobre el poder
    de determinar sus significados. En este sentido primero el
    lenguaje, con su forma artística más cercana: la
    literatura y más adelante los medios, pasan a jugar un
    papel primordial en la legitimación ideológica y en
    la praxis política que la acompaña.

    De la misma forma la ideología modifica y
    representa las relaciones clasistas, las establece como naturales
    retirándoles todo contenido evidentemente político
    o ideológico, haciéndolas parecer cuestión
    de naturaleza, cuestión de moral o cuestión de
    cultura. El capitalismo ha dotado a la clase media de
    limitaciones insuperables, puesto que son concebidas como
    limitaciones culturales (los inmigrantes), raciales (los
    afro-descendientes), religiosas (los musulmanes); todas por
    separado y en conjunto conforman un muro impenetrable entre la
    clase media y la alta burguesía capitalista, esta
    diferencia es complementada con el mito, tan cultural como
    ideológico, de que aquel que no avance en la sociedad
    capitalista lo hace bajo su propia incapacidad ante un sistema
    lleno de oportunidades y cuando se encuentra a solo un paso del
    prometido ascenso. El sistema permite la asimilación de un
    ideal como figura social inalcanzable para la clase media, que es
    además la que se encuentra en bombardeo cultural
    mediático constante, la mayoría de las veces, y
    para bien del sistema, sin juicios de valor correctamente
    guiados.

    En su carácter clasista, la ideología es
    parte de la conciencia social que permite la articulación
    y cumplimiento de las normas sociales planteadas por las clases
    ante la sociedad. De esta forma las ideologías pueden
    convivir en la misma sociedad aun cuando la que posee la
    hegemonía haga cumplir a través de la praxis
    política y cultural, aquello que ella ha determinado como
    adecuado según sus intereses. Este cumplimiento a veces
    acontece a través de la violencia, aunque la
    mayoría de las ocasiones sucede en forma de
    manipulación en la que la cultura es
    primordial.

    La ideología es poder, es el poder de configurar
    el universo mental de los hombres y mujeres, modelar sus esquemas
    de pensamiento, organizar su actividad psíquica con
    arreglo a determinados fines, establecer los límites de la
    experiencia e, incluso, de la percepción, conferir sentido
    a las nociones del bien y el mal, lo bello y lo feo, lo legal y
    lo ilegal, lo profano y lo sagrado, es el poder de consagrar la
    hegemonía de una clase o grupo social sobre los restantes,
    de manera tal que la realidad de esta hegemonía resulte
    incontestable, sea dada por sentada (repárese en esto: sea
    dada por sentada) para la conciencia[5]

    La cultura, entonces, participa de la
    reproducción del ideal social, puesto que no es sino un
    conjunto de símbolos y significados codificados en una
    lengua, costumbres y formas de expresión
    específicas y el conjunto de recursos necesarios para la
    interpretación de estos códigos. Muchas
    investigaciones se han encargado de dilucidar esta
    relación, no solo con propósitos académicos
    sino como parte de la praxis política que abarca una
    visión instrumental de la cultura, que cada vez es
    más común en la sociedad
    contemporánea.

    La forma específica en que se da la cultura como
    proceso, es la de asimilación progresiva de la experiencia
    atesorada de generación en generación, no de forma
    mecánica y acumulativa, sino por vía de la praxis
    creadora del propio hombre. En este proceso de
    construcción de la memoria colectiva, la
    codificación de los elementos a heredar posee mucha
    importancia, al igual que los procesos de socialización en
    los que estos códigos se crean, interpretan,
    re-funcionalizan en algunos casos.

    La concepción materialista de la historia-dice
    Zardoya- comienza allí donde la vida social, en toda la
    diversidad de sus formas de existencia, se identifica con la
    producción, con el proceso por el cual el hombre, inserto
    en un sistema concreto de relaciones sociales, produce y
    reproduce sus propias condiciones de vida, sus nexos sociales,
    las formas históricas de organización de la
    actividad humana, su propia Humanidad. Es por lo anterior que el
    marxismo encuentra la práctica social como el elemento
    fundamental a través del cual el hombre toma
    posesión de aquello que la sociedad le hereda en forma de
    cultura, pero que rebasa la cultura artística, lo
    tradicional, los hábitos sociales o la
    moralidad.

    Es en el marco de una cultura que se organiza
    socialmente la estructura productiva de una sociedad; de este
    modo, la cultura (tanto material como espiritual) expresa la
    estructura profunda de organización económica de la
    sociedad —dicho de otro modo, la cultura es una
    función especial de esa estructura—; a través
    de la cultura se interpreta y acepta (o no) el modo de
    producción de una sociedad. Por eso mismo, a través
    de la cultura se interpretan y aceptan (o no) las necesidades de
    seguridad —colectivas, clasistas, sociogrupales,
    individuales— de una sociedad; de este modo, los sistemas
    de represión estatal y de organización judicial, se
    expresan, se consolidan y se difunden socialmente sobre todo a
    través de la cultura. Así pues, además de
    las relaciones productivas y, en general, del factor
    económico como elemento fundamental, la cultura constituye
    un poderoso mecanismo, espiritual y material, de
    socialización, es decir, de estructuración,
    consolidación y desarrollo de la sociedad, por cuanto la
    cultura no es meramente un resultado o producto, sino una
    actividad humana de carácter a la vez colectivo e
    individual[6]

    Las funciones de la cultura son muchas pero una de las
    más importantes es la función reguladora, que tiene
    que ver con la forma en que esta determina, codifica y trasmite
    lo socialmente correcto o lo indebido. Esto solo funciona porque
    "la cultura espiritual constituye un complejo conjunto de
    aspectos que conforman el acervo cognitivo e ideológico de
    una sociedad"[7] y en consecuencia este acervo
    participa en la construcción de los ideales individuales y
    colectivos. Además la cultura ofrece un sistema de
    organización social a partir incluso de su propia
    determinación en cultura de elite (coincidente
    generalmente con el poder ideológico) y cultura popular
    (perteneciente a las clases medias y bajas de la sociedad). Esta
    es una realidad que ha impulsado la creencia, muchas veces, de
    que el ascenso social puede hacerse por medio del ascenso
    cultural, solo que en este caso se concibe lo cultural de una
    manera estrecha, en vinculación con la propiedad sobre
    obras de arte, en relación con la participación en
    la industria cultural o la posibilidad de pertenecer a
    determinados espacios culturales.

    Cierto es que la cultura, el dominio sobre ella,
    determina el status social que se posee, permite la
    expresión de este status y su consolidación. En
    épocas de revolución, como es el caso de enero del
    59 en Cuba, la lucha por el escenario de la cultura significa la
    lucha por el dominio ideológico y por tanto
    político, es por ello que la intelectualidad juega un
    papel primordial en la legitimación de determinado
    pensamiento y estado de cosas.

    La ideología no es un discurso por sí
    misma, es en sí un nivel de significación
    expresado, no siempre explícitamente en los diferentes
    discursos y por lo tanto, es condición de la cultura. No
    es una simple concepción o el prisma a partir del que se
    vislumbran los matices e interpreta la sociedad en la que se
    vive; es el nivel de significación que se otorga a los
    acontecimientos de la vida social, con los mitos, ritos, fetiches
    y con el consecuente efecto político que estas
    significaciones aportan como herramientas de legitimación
    y reproducción de dicho mundo social en su
    condición de excluyente y desigual; construyendo o
    legitimando las relaciones de clase que devienen,
    inevitablemente, en prácticas que los simbólico y
    las significaciones legitiman, presuponen e impulsan de forma
    sistemática.

    La cultura es el marco objetivo de referencia en la
    sociedad, no es homogéneo pues está enmarcado en la
    sociedad de clases y determinado hegemónicamente. Es sin
    dudas, instrumento de dominación ideológica y por
    ende política.

    En cuanto elaboración sistemática de las
    experiencias, necesidades y aspiraciones de las distintas clases
    sociales "no habitan simplemente en la cultura, sino que
    intervienen activamente en la selección,
    jerarquización y estructuración de sus
    componentes". O, dicho de otro modo, la cultura, entendida en su
    sentido más general y abstracto de marco objetivo de
    referencias, constituye la condición dada que encuentran
    las ideologías para su cimentación y desarrollo, al
    mismo tiempo que las ideologías son la condición
    dada que requiere una cultura para existir y proyectarse en forma
    concreta. De manera que, en la práctica, los elementos
    culturales nunca se encuentran "sueltos", sino siempre
    diversamente articulados en el marco de ideologías
    concretas. E, inversamente, éstas se configuran siempre
    con base en la apropiación, reelaboración y
    transformación de elementos culturales ya
    dados.[8]

    Hasta aquí se pueden situar algunas regularidades
    de la relación ideología y cultura. Primero es
    importante entender que los estudios sobre ambos conceptos son
    diversos y no siempre se puede encontrar una línea de
    análisis coherente que los relacione. En segundo lugar que
    lo cultural como proceso de acumulación conserva las
    huellas de sus condiciones históricas de producción
    y de las relaciones de clase que así lo permiten; y por
    último que el papel articulador de las ideologías
    al interior de la cultura, radica en la selección,
    orientación y naturalización de los elementos
    existentes.

    Ahora bien, entendida la relación entre la
    cultura en general y la ideología, cabe preguntarse
    ¿qué papel juega el discurso en esta
    relación?

    El discurso es concebido, de acuerdo a las diversas
    ciencias que lo estudian, como forma de lenguaje (la
    lingüística), evento comunicativo (la
    antropología), sistema social de pensamiento o ideas (la
    filosofía). A la práctica discursiva y su
    concreción el discurso, anteceden y acompañan
    procedimientos específicos[9]encargados de
    la reproducción de determinado estado de relaciones: la
    ideología.

    En este paso de lo "abstracto" de la(s)
    ideología(s) a lo "concreto" del discurso median una serie
    de hechos importantes. En primer lugar, la regularidad más
    o menos estructural de las ideologías (que como tales
    remiten a las estructuras y los procesos sociales) y el
    carácter más o menos coyuntural de los discursos
    (aunque unos — los políticos— son más
    "coyunturales" que otros — el literario o el
    filosófico) Carácter más o menos coyuntural
    que los coloca "más cerca" de las prácticas y
    contradicciones concretas del proceso histórico por ellos
    aprehendidas, y que implica la movilización de elementos
    referenciales, cuya presencia en el interior del discurso puede
    llegar incluso a cuestionar la propia matriz ideológica
    que le subyace. Y carácter coyuntural que, por otra parte,
    instaura una dimensión "pragmática" que involucra
    la presencia más o menos explícita de un debate y
    una toma de posición frente a las contra- dicciones de lo
    real y con respecto a la "coyuntura" conceptual de la cual parte
    necesariamente todo discurso (inscripción concreta en
    formaciones ideológicas y discursivas
    precisas).[10]

    Cabe concebir entonces que es, en la práctica
    discursiva, donde se expresa con mayor claridad el debate
    ideológico. Esto sucede no solo en el orden del discurso
    político explícito, sino, incluso con más
    fuerza en el discurso literario, puesto que en su afán por
    no ser evidentemente tendencioso, admite toda suerte de
    correlatos ideológicos. Es por lo anterior que la
    semiótica supone lo ideológico como un
    sub-código del lenguaje[11]y en
    consecuencia no existen formas "vacías de significado" en
    el discurso. Este existe siempre en debate con otros discursos y
    con la realidad social que re-crea, niega, re-formula; siendo el
    puente entre las relaciones sociales y culturales y la
    ideología que las justifica.

    La significación de los elementos culturales
    movilizados en el interior de un discurso concreto resulta de la
    forma de articulación en el interior de éste
    (según las estrategias discursivas que se utilicen); de la
    posible intertextualidad con respecto al resto de los discursos;
    de la declaración ideológica que se realice en el
    texto discursivo y de la relación con el contexto
    ideológico en que se pronuncie. Al respecto de este
    último aspecto es importante aclarar que ningún
    discurso aislado da pie para un análisis
    ideológico, ya que la ideología o las
    ideologías que le subyacen no se deducen de su
    organización semántico-formal[12]Es
    decir, una misma circunstancia ideológica e incluso
    política puede suscitar diversos "corpus" discursivos
    contrarios entre sí, puesto que como se ha dicho antes no
    son espejos que reflejan determinada realidad sino sistemas de
    ideas que re-crean singular sistema de relaciones, con sus
    matices y contradicciones. A la vez, el análisis
    ideológico del discurso literario debe contemplar
    elementos que desbordan el texto en sus características
    lingüísticas e incluso semánticas.

    Es en este sentido que Rubén Zardoya plantea que
    "…cada forma de pensamiento adquiere una relativa
    independencia con respecto a las restantes formas sociales, se
    agencia de cierta autonomía, se contrapone a aquellas y
    resulta capaz de las más imprevisibles metamorfosis que
    las hacen, con frecuencia, avanzar por cauces opuestos a la
    vía magistral del movimiento integral de la sociedad en
    una época histórica determinada, y a la
    lógica objetiva y necesaria de su
    desarrollo".[13]

    Entonces, por un lado, la cultura es la principal
    encargada de elaborar y re-producir las identidades individuales
    y colectivas, identidades que no escapan a la ideología
    del grupo que las enarbola y, por otro lado, esta
    ideología tiende a enmascarase en formas culturales,
    generalmente artísticas, asequibles a grupos diversos,
    formas que permiten la transmisión soslayada de sus
    principios.

    Analizar la connotación y los contenidos
    ideológicos en determinada manifestación cultural,
    sea artística o no, parte del cuestionamiento al respecto
    de cuál es la propuesta que formulan los sistemas de
    ideales y las representaciones específicas de estos, en
    relación al status quo. Y en consecuencia: ¿es la
    relación propuesta una relación de
    aceptación o de resistencia?; finalmente
    ¿Cuáles son los símbolos que favorecen la
    conformación de esa concepción?

    La forma en que el discurso literario re-crea y legitima
    cierta ideología está determinada por las
    características de esa ideología en
    específico, porque los caminos que esta encuentra para
    discursar, las metáforas que utiliza, los símbolos,
    las estrategias discursivas, son diversas de acuerdo a las
    dinámicas internas y las relaciones que se gestan en el
    ámbito social e ideológico. Pero en todos los casos
    entender el papel que la cultura posee en esta relación y
    los impactos de la misma y hacia la misma por lo
    ideológico, resulta harto importante.

     

     

    Autor:

    Jeisil Aguilar Santos

    [1] Ver: EvaldIliénkov: “La
    dialéctica de lo ideal”.

    [2] Ver: EvaldIliénkov: “La
    dialéctica de lo ideal”.

    [3] Ver: EvaldIliénkov: “La
    dialéctica de lo ideal”.

    [4] Ver: Evald Iliénkov: “La
    dialéctica de lo ideal”.

    [5] Rubén Zardoya. “Idealidad,
    ideales, ideología”, en Contracorriente, N° 5,
    1996.

    [6] Luis Álvarez Álvarez
    “Reflexión sobre la cultura”. Circunvalar el
    arte. La investigación cualitativa sobre la cultura y el
    arte. Editorial Oriente.

    [7] Luis Álvarez Álvarez
    “Reflexión sobre la cultura”. Circunvalar el
    arte. La investigación cualitativa sobre la cultura y el
    arte. Editorial Oriente.

    [8] Françoise Perus, Cultura,
    ideología, formaciones ideológicas y practicas
    discursivas

    [9] Michel Foucault, El orden del
    discurso

    [10] Françoise Perus, Cultura,
    ideología, formaciones ideológicas y practicas
    discursivas

    [11] Umberto Eco, Tratado de semiótica
    general.

    [12] Françoise Perus, Cultura,
    ideología, formaciones ideológicas y practicas
    discursivas

    [13] Rubén Zardoya. “La
    producción espiritual en el sistema de la
    producción. Libro de texto de Filosofía y
    Sociedad. Inédito.

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