La relación teórica entre los conceptos
cultura e ideología debe concebirse en dos sentidos, desde
la forma en que los estudios culturales tratan el tema de la
ideología o en sentido contrario, desde el análisis
de cómo los ideólogos conciben el papel de la
cultura. En ambos casos existen puntos de contacto que es preciso
tener en cuenta en la presente investigación además
de que es importante discernir que se trata del análisis
de la teoría y no de la praxis y la gestión
cultural frecuentes como objeto de estudio en el último
siglo.
La ideología como concepto comienza a definirse a
partir de 1796 por Destutt de Tracy, como ciencia que estudia las
ideas, su carácter, origen y las leyes que las rigen.
Tiene antecedentes directos en las concepciones
filosóficas sobre lo ideal, la idealidad y las ideas.
Concebidas estas últimas por Platón como
universales teóricas existentes independientemente de la
voluntad humana individual y por tanto con carácter
objetivo.
La visión de los primeros estudiosos de la
ideología es "psicologista", relativa a la forma en que el
hombre interioriza factores externos y los complementa con un yo
interior. En el marco de empirismo (Locke, Berkeley, Hume) lo
ideal refiere a la psiquis y ocurre en el marco limitado de la
mente humana. Esta es una visión que no contempla el
carácter ideal de muchos objetos que existen fuera de la
cabeza del hombre y que por su carácter esencialmente
simbólico han de entenderse también desde el
estudio de lo ideal. Tal es el caso de la obra artística
que aun cuando se afilie al realismo como estilo, no es
más que una representación de la realidad y como
tal no es la propia realidad sino un espejo de esta que pretende
recrearla.
Estas limitaciones son superadas por una
interpretación más abarcadora y contextual de este
proceso que se enfoca en la influencia de la vida social, en la
conformación de las ideas de los hombres, ya no como
individuos aislados sino como seres sociales.
En la filosofía clásica alemana el
escenario en que las ideas se conjugan y definen, antes ocupado
por la psiquis, pasa a ser tomado por la conciencia social o
conciencia colectiva, que se conforma históricamente como
razón colectiva. Esta pasa a ser la fuente de toda
representación ideal y como tal la medida para que por
ella se rija la moral y la ética de los hombres. Esta es
una idea expresada en la obra hegeliana, a partir de la
definición de la relación entre lo ideal y lo
material.
Según la percepción de Hegel lo ideal no
puede comprenderse como la sumatoria de las psiquis individuales
o del alma singular[1]sino como una
realidad que trasciende la propia existencia de las almas
individuales. Esto a lo que Hegel llama idealidad en
general o lo espiritual es el basamento para la
teoría marxista al respecto de la conciencia social y el
ser social.
Para la teoría marxista existe una
relación estrecha entre la conciencia individual y la
conciencia colectiva, y radica en que la primera no es innata, se
conforma a partir de la educación y la cultura, por tanto
a partir de lo que el hombre hereda en su contacto con la
conciencia colectiva. Esta no es concebida por sus receptores
como lo ideal sino como real e incuestionable, natural y
como tal es asumida, pasando por el prisma de la individualidad.
En este sentido se suman concepciones al respecto de la
influencia determinante que tienen en esta relación la
conciencia de clases y la circunstancia económica en la
que se desarrolla esta conciencia individual y esa
producción espiritual.
Según el filósofo ruso Edward
Vasílievich Iliénkov lo ideal sólo
existe en el movimiento que conduce al encuentro mutuo de dos
"metamorfosis" opuestas, en la transformación mutua,
dialécticamente contradictoria, de la forma de la
actividad y de la forma de la
cosa[2]Cualquier percepción subjetiva
es ideal, puesto que es la representación de una realidad
en una idea determinada, que en un principio se
comportaría como simple representación-reflejo para
adquirir, inmediatamente, un significado mediado por
determinantes culturales propias de toda
representación.
El hombre se apropia del plano "ideal" de su actividad
vital única y exclusivamente en el curso de su
familiarización con las formas en desarrollo
histórico de la actividad social, solamente de conjunto
con el plano social de existencia, con la cultura. La "idealidad"
no es otra cosa que un aspecto de la cultura, una
dimensión (determinación, propiedad) suya. En
relación con la psiquis (con la actividad psíquica
del cerebro, "lo ideal" es una realidad tan objetiva como las
montañas y los árboles, como la luna y el cielo
estrellado, como los procesos metabólicos, en el propio
cuerpo orgánico del
individuo.[3]
La diferencia entre idealidad e ideología radica
en que la primera se encarga de la subjetivización de la
realidad, de la construcción de lo sígnico en
simbólico, mientras la segunda se encarga de los
mecanismos de reproducción de esta subjetividad y de su
transformación en valores legitimados a nivel social. La
ideología participa de la arquitectura simbólica de
la realidad en relación a un ideal social construido y
legitimado, que rige la moralidad, la ética, la
política, de manera que los seres humanos, seres sociales,
participan siempre de cierta idealidad y de determinada idealidad
convertida en ideología.
La producción de sentidos no solo orienta los
esquemas de percepción individuales existentes de
antemano, también los construye mediante el discurso,
produciendo al mismo tiempo aquello que expresa. Nombrar
determinado fenómeno o cosa es poseerlo, ahí radica
la fuerza ideológica del lenguaje, que es todavía
mayor cuando se constituye en discurso articulado, estructurado
desde su inicio con un objetivo específico.
La ideología debe entenderse en su
relación directa con la producción y
reproducción del ideal social, en su función de
formar la subjetividad humana correspondiente a los esquemas
ideales establecidos socialmente por grupos determinados. Posee
un carácter excluyente, establecido por su origen
clasista, dimensionado en dos relaciones: la oposición
nosotros-ellos y la oposición caos-cosmos, que pretende,
asimismo, la conversión, legitima o no, de los valores
particulares de la clase que la sustenta en valores universales
válidos para el resto de la sociedad,
estableciéndose, consecuentemente, como determinante de la
producción espiritual y por tanto cultural. La
ideología posee un papel preciso en la dirección de
toda actividad humana, a partir de su carácter impulsor en
la producción y reproducción social; es a
través de ella que el hombre no solo reproduce su
circunstancia social, sino lo que él mismo es ante
sí y ante la sociedad.
La manifestación de las ideologías solo
puede entenderse en relación a la circunstancia social en
la que surgen. De ahí que exista una relación de
aparente carácter superficial o simple entre la
ideología, la política y la cultura,
específicamente con la producción intelectual. Pero
esta relación aparente no es simple, es bastante compleja
y rebasa la teoría atendiendo a las particularidades de su
propio contexto.
La praxis sociocultural humana es precedida por el
cúmulo de conocimientos, principios y normas, ideales,
valores en los cuales el hombre concreto se educa, y asimila,
para poder integrarse a la sociedad humanamente, como sujeto
activo. La función de la ideología es formar esa
subjetividad humana en correspondencia con esos esquemas ideales
que norman o deben normar el comportamiento socialmente
significativo de grupos, clases y comunidades históricas
de hombres. Su desti es sujetar a los individuos a un ideal
social —realizado, realizable, irrealizable o por
realizarse y capacitarlos para la acción conducente a su
afirmación como un valor
absoluto.[4]
Los estudios culturales son mucho más
tardíos que los estudios sobre la ideología. Los
padres fundadores Richard Hoggart, Raymond Williams y Edward
Thompson, poseían una definición humanista y
tradicional de cultura. Se referían a esta como
espíritu popular, pero la definición de
cultura ha cambiado mucho y la forma en que se ha estudiado
también.
Ahora bien, toda cultura manifiesta carácter
ideológico y necesariamente toda ideología es parte
de una cultura y puede proyectarse a partir de la
producción y consumo del arte. Esto no ocurre, por
supuesto, de forma mecánica, las formas de conciencia y
las manifestaciones del pensamiento no son simples espejos de las
relaciones y los modos de producción social. Es por ello
que es importante aclarar que la cultura artística no
refleja la realidad, la re-crea, contemplando en ella, no
necesariamente a primera vista, toda la subjetividad y toda la
ideología del que la produce primero, del que la
interpreta luego.
La manera de reflexionar entorno a la cultura
está vinculada estrechamente a las tradiciones nacionales
y a los intereses sociales y de clase. Los estudiosos del tema
han tratado por mucho tiempo de establecer como contribuciones
universales, cuestiones y saberes nacionales. Las Cultural
Studies aparecen como un paradigma y un planteamiento
teórico coherente a partir del siglo XIX. Es entonces que
se instaura una consideración, en los estudios culturales,
más abarcadora de la cultura que supera el vínculo
estrecho de esta a los intereses nacionales hacia una
visión de la cultura de los grupos sociales. En esta
percepción, la connotación política de la
cultura radica en la posible repercusión de los distintos
grupos sociales y clases, en la aceptación,
contribución o resistencia ante las relaciones de poder
establecidas. En esta relación la hegemonía
cultural tiene un papel fundamental.
Según Gramsci, el poder real de las clases
dominantes sobre el resto de la sociedad no está en el
dominio de los aparatos represivos del Estado sino en el poder
cultural y la manipulación que por consiguiente puede
emplear sobre el proletariado, es decir en la "hegemonía"
cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las
clases sometidas. Esta se logra a partir del control y
re-dirección, en el caso necesario, del sistema educativo,
de las instituciones religiosas y de los medios de
comunicación. Todos sistemas, instituciones y medios a
través de los cuales se configura la educación de
los dominados para que estos no cuestionen su sometimiento, pero
sobre todo, para que comprendan (acepten) la ventaja de los que
están en el poder (social, cultural, político) como
natural incuestionable. De esta forma, en nombre de un proyecto
nacional se genera en el pueblo el sentimiento de pertenencia;
construido a partir de la narración de un pasado, la
descripción de un enemigo externo, la articulación
de metas y futuro común ("destino nacional"), etc. Se
conforma así, según Gramsci, un "bloque
hegemónico" que amalgama a todas las clases sociales en
torno a un proyecto burgués.
La ideología es la categoría
analítica más traída a colación en
los estudios culturales en los años setenta del siglo XX,
entendida esta en su relación con el poder en todas sus
formas. Louis Althusser es uno de los investigadores que
más aporta durante esta etapa en la comprensión del
papel de la ideología en la cultura y en una
concepción amplia de esta última. La propuesta de
Althusser versa alrededor de la forma en que determinados
factores sociales, llamados por él instituciones sociales:
la familia, la escuela, la iglesia, el arte, se convierten en
aparatos ideológicos de estado, devenidos en instrumentos
para que el poder político se legitime. Esta es una
relación que no se da en un solo sentido, la cultura no
solo permite la legitimación del poder político
sino que promueve además el proceso de resistencia a este.
Es en este sentido entonces que existe una disputa en el
escenario de la cultura al respecto de la dominación y
hegemonía sobre todo lo simbólico y sobre el poder
de determinar sus significados. En este sentido primero el
lenguaje, con su forma artística más cercana: la
literatura y más adelante los medios, pasan a jugar un
papel primordial en la legitimación ideológica y en
la praxis política que la acompaña.
De la misma forma la ideología modifica y
representa las relaciones clasistas, las establece como naturales
retirándoles todo contenido evidentemente político
o ideológico, haciéndolas parecer cuestión
de naturaleza, cuestión de moral o cuestión de
cultura. El capitalismo ha dotado a la clase media de
limitaciones insuperables, puesto que son concebidas como
limitaciones culturales (los inmigrantes), raciales (los
afro-descendientes), religiosas (los musulmanes); todas por
separado y en conjunto conforman un muro impenetrable entre la
clase media y la alta burguesía capitalista, esta
diferencia es complementada con el mito, tan cultural como
ideológico, de que aquel que no avance en la sociedad
capitalista lo hace bajo su propia incapacidad ante un sistema
lleno de oportunidades y cuando se encuentra a solo un paso del
prometido ascenso. El sistema permite la asimilación de un
ideal como figura social inalcanzable para la clase media, que es
además la que se encuentra en bombardeo cultural
mediático constante, la mayoría de las veces, y
para bien del sistema, sin juicios de valor correctamente
guiados.
En su carácter clasista, la ideología es
parte de la conciencia social que permite la articulación
y cumplimiento de las normas sociales planteadas por las clases
ante la sociedad. De esta forma las ideologías pueden
convivir en la misma sociedad aun cuando la que posee la
hegemonía haga cumplir a través de la praxis
política y cultural, aquello que ella ha determinado como
adecuado según sus intereses. Este cumplimiento a veces
acontece a través de la violencia, aunque la
mayoría de las ocasiones sucede en forma de
manipulación en la que la cultura es
primordial.
La ideología es poder, es el poder de configurar
el universo mental de los hombres y mujeres, modelar sus esquemas
de pensamiento, organizar su actividad psíquica con
arreglo a determinados fines, establecer los límites de la
experiencia e, incluso, de la percepción, conferir sentido
a las nociones del bien y el mal, lo bello y lo feo, lo legal y
lo ilegal, lo profano y lo sagrado, es el poder de consagrar la
hegemonía de una clase o grupo social sobre los restantes,
de manera tal que la realidad de esta hegemonía resulte
incontestable, sea dada por sentada (repárese en esto: sea
dada por sentada) para la conciencia[5]
La cultura, entonces, participa de la
reproducción del ideal social, puesto que no es sino un
conjunto de símbolos y significados codificados en una
lengua, costumbres y formas de expresión
específicas y el conjunto de recursos necesarios para la
interpretación de estos códigos. Muchas
investigaciones se han encargado de dilucidar esta
relación, no solo con propósitos académicos
sino como parte de la praxis política que abarca una
visión instrumental de la cultura, que cada vez es
más común en la sociedad
contemporánea.
La forma específica en que se da la cultura como
proceso, es la de asimilación progresiva de la experiencia
atesorada de generación en generación, no de forma
mecánica y acumulativa, sino por vía de la praxis
creadora del propio hombre. En este proceso de
construcción de la memoria colectiva, la
codificación de los elementos a heredar posee mucha
importancia, al igual que los procesos de socialización en
los que estos códigos se crean, interpretan,
re-funcionalizan en algunos casos.
La concepción materialista de la historia-dice
Zardoya- comienza allí donde la vida social, en toda la
diversidad de sus formas de existencia, se identifica con la
producción, con el proceso por el cual el hombre, inserto
en un sistema concreto de relaciones sociales, produce y
reproduce sus propias condiciones de vida, sus nexos sociales,
las formas históricas de organización de la
actividad humana, su propia Humanidad. Es por lo anterior que el
marxismo encuentra la práctica social como el elemento
fundamental a través del cual el hombre toma
posesión de aquello que la sociedad le hereda en forma de
cultura, pero que rebasa la cultura artística, lo
tradicional, los hábitos sociales o la
moralidad.
Es en el marco de una cultura que se organiza
socialmente la estructura productiva de una sociedad; de este
modo, la cultura (tanto material como espiritual) expresa la
estructura profunda de organización económica de la
sociedad —dicho de otro modo, la cultura es una
función especial de esa estructura—; a través
de la cultura se interpreta y acepta (o no) el modo de
producción de una sociedad. Por eso mismo, a través
de la cultura se interpretan y aceptan (o no) las necesidades de
seguridad —colectivas, clasistas, sociogrupales,
individuales— de una sociedad; de este modo, los sistemas
de represión estatal y de organización judicial, se
expresan, se consolidan y se difunden socialmente sobre todo a
través de la cultura. Así pues, además de
las relaciones productivas y, en general, del factor
económico como elemento fundamental, la cultura constituye
un poderoso mecanismo, espiritual y material, de
socialización, es decir, de estructuración,
consolidación y desarrollo de la sociedad, por cuanto la
cultura no es meramente un resultado o producto, sino una
actividad humana de carácter a la vez colectivo e
individual[6]
Las funciones de la cultura son muchas pero una de las
más importantes es la función reguladora, que tiene
que ver con la forma en que esta determina, codifica y trasmite
lo socialmente correcto o lo indebido. Esto solo funciona porque
"la cultura espiritual constituye un complejo conjunto de
aspectos que conforman el acervo cognitivo e ideológico de
una sociedad"[7] y en consecuencia este acervo
participa en la construcción de los ideales individuales y
colectivos. Además la cultura ofrece un sistema de
organización social a partir incluso de su propia
determinación en cultura de elite (coincidente
generalmente con el poder ideológico) y cultura popular
(perteneciente a las clases medias y bajas de la sociedad). Esta
es una realidad que ha impulsado la creencia, muchas veces, de
que el ascenso social puede hacerse por medio del ascenso
cultural, solo que en este caso se concibe lo cultural de una
manera estrecha, en vinculación con la propiedad sobre
obras de arte, en relación con la participación en
la industria cultural o la posibilidad de pertenecer a
determinados espacios culturales.
Cierto es que la cultura, el dominio sobre ella,
determina el status social que se posee, permite la
expresión de este status y su consolidación. En
épocas de revolución, como es el caso de enero del
59 en Cuba, la lucha por el escenario de la cultura significa la
lucha por el dominio ideológico y por tanto
político, es por ello que la intelectualidad juega un
papel primordial en la legitimación de determinado
pensamiento y estado de cosas.
La ideología no es un discurso por sí
misma, es en sí un nivel de significación
expresado, no siempre explícitamente en los diferentes
discursos y por lo tanto, es condición de la cultura. No
es una simple concepción o el prisma a partir del que se
vislumbran los matices e interpreta la sociedad en la que se
vive; es el nivel de significación que se otorga a los
acontecimientos de la vida social, con los mitos, ritos, fetiches
y con el consecuente efecto político que estas
significaciones aportan como herramientas de legitimación
y reproducción de dicho mundo social en su
condición de excluyente y desigual; construyendo o
legitimando las relaciones de clase que devienen,
inevitablemente, en prácticas que los simbólico y
las significaciones legitiman, presuponen e impulsan de forma
sistemática.
La cultura es el marco objetivo de referencia en la
sociedad, no es homogéneo pues está enmarcado en la
sociedad de clases y determinado hegemónicamente. Es sin
dudas, instrumento de dominación ideológica y por
ende política.
En cuanto elaboración sistemática de las
experiencias, necesidades y aspiraciones de las distintas clases
sociales "no habitan simplemente en la cultura, sino que
intervienen activamente en la selección,
jerarquización y estructuración de sus
componentes". O, dicho de otro modo, la cultura, entendida en su
sentido más general y abstracto de marco objetivo de
referencias, constituye la condición dada que encuentran
las ideologías para su cimentación y desarrollo, al
mismo tiempo que las ideologías son la condición
dada que requiere una cultura para existir y proyectarse en forma
concreta. De manera que, en la práctica, los elementos
culturales nunca se encuentran "sueltos", sino siempre
diversamente articulados en el marco de ideologías
concretas. E, inversamente, éstas se configuran siempre
con base en la apropiación, reelaboración y
transformación de elementos culturales ya
dados.[8]
Hasta aquí se pueden situar algunas regularidades
de la relación ideología y cultura. Primero es
importante entender que los estudios sobre ambos conceptos son
diversos y no siempre se puede encontrar una línea de
análisis coherente que los relacione. En segundo lugar que
lo cultural como proceso de acumulación conserva las
huellas de sus condiciones históricas de producción
y de las relaciones de clase que así lo permiten; y por
último que el papel articulador de las ideologías
al interior de la cultura, radica en la selección,
orientación y naturalización de los elementos
existentes.
Ahora bien, entendida la relación entre la
cultura en general y la ideología, cabe preguntarse
¿qué papel juega el discurso en esta
relación?
El discurso es concebido, de acuerdo a las diversas
ciencias que lo estudian, como forma de lenguaje (la
lingüística), evento comunicativo (la
antropología), sistema social de pensamiento o ideas (la
filosofía). A la práctica discursiva y su
concreción el discurso, anteceden y acompañan
procedimientos específicos[9]encargados de
la reproducción de determinado estado de relaciones: la
ideología.
En este paso de lo "abstracto" de la(s)
ideología(s) a lo "concreto" del discurso median una serie
de hechos importantes. En primer lugar, la regularidad más
o menos estructural de las ideologías (que como tales
remiten a las estructuras y los procesos sociales) y el
carácter más o menos coyuntural de los discursos
(aunque unos — los políticos— son más
"coyunturales" que otros — el literario o el
filosófico) Carácter más o menos coyuntural
que los coloca "más cerca" de las prácticas y
contradicciones concretas del proceso histórico por ellos
aprehendidas, y que implica la movilización de elementos
referenciales, cuya presencia en el interior del discurso puede
llegar incluso a cuestionar la propia matriz ideológica
que le subyace. Y carácter coyuntural que, por otra parte,
instaura una dimensión "pragmática" que involucra
la presencia más o menos explícita de un debate y
una toma de posición frente a las contra- dicciones de lo
real y con respecto a la "coyuntura" conceptual de la cual parte
necesariamente todo discurso (inscripción concreta en
formaciones ideológicas y discursivas
precisas).[10]
Cabe concebir entonces que es, en la práctica
discursiva, donde se expresa con mayor claridad el debate
ideológico. Esto sucede no solo en el orden del discurso
político explícito, sino, incluso con más
fuerza en el discurso literario, puesto que en su afán por
no ser evidentemente tendencioso, admite toda suerte de
correlatos ideológicos. Es por lo anterior que la
semiótica supone lo ideológico como un
sub-código del lenguaje[11]y en
consecuencia no existen formas "vacías de significado" en
el discurso. Este existe siempre en debate con otros discursos y
con la realidad social que re-crea, niega, re-formula; siendo el
puente entre las relaciones sociales y culturales y la
ideología que las justifica.
La significación de los elementos culturales
movilizados en el interior de un discurso concreto resulta de la
forma de articulación en el interior de éste
(según las estrategias discursivas que se utilicen); de la
posible intertextualidad con respecto al resto de los discursos;
de la declaración ideológica que se realice en el
texto discursivo y de la relación con el contexto
ideológico en que se pronuncie. Al respecto de este
último aspecto es importante aclarar que ningún
discurso aislado da pie para un análisis
ideológico, ya que la ideología o las
ideologías que le subyacen no se deducen de su
organización semántico-formal[12]Es
decir, una misma circunstancia ideológica e incluso
política puede suscitar diversos "corpus" discursivos
contrarios entre sí, puesto que como se ha dicho antes no
son espejos que reflejan determinada realidad sino sistemas de
ideas que re-crean singular sistema de relaciones, con sus
matices y contradicciones. A la vez, el análisis
ideológico del discurso literario debe contemplar
elementos que desbordan el texto en sus características
lingüísticas e incluso semánticas.
Es en este sentido que Rubén Zardoya plantea que
"…cada forma de pensamiento adquiere una relativa
independencia con respecto a las restantes formas sociales, se
agencia de cierta autonomía, se contrapone a aquellas y
resulta capaz de las más imprevisibles metamorfosis que
las hacen, con frecuencia, avanzar por cauces opuestos a la
vía magistral del movimiento integral de la sociedad en
una época histórica determinada, y a la
lógica objetiva y necesaria de su
desarrollo".[13]
Entonces, por un lado, la cultura es la principal
encargada de elaborar y re-producir las identidades individuales
y colectivas, identidades que no escapan a la ideología
del grupo que las enarbola y, por otro lado, esta
ideología tiende a enmascarase en formas culturales,
generalmente artísticas, asequibles a grupos diversos,
formas que permiten la transmisión soslayada de sus
principios.
Analizar la connotación y los contenidos
ideológicos en determinada manifestación cultural,
sea artística o no, parte del cuestionamiento al respecto
de cuál es la propuesta que formulan los sistemas de
ideales y las representaciones específicas de estos, en
relación al status quo. Y en consecuencia: ¿es la
relación propuesta una relación de
aceptación o de resistencia?; finalmente
¿Cuáles son los símbolos que favorecen la
conformación de esa concepción?
La forma en que el discurso literario re-crea y legitima
cierta ideología está determinada por las
características de esa ideología en
específico, porque los caminos que esta encuentra para
discursar, las metáforas que utiliza, los símbolos,
las estrategias discursivas, son diversas de acuerdo a las
dinámicas internas y las relaciones que se gestan en el
ámbito social e ideológico. Pero en todos los casos
entender el papel que la cultura posee en esta relación y
los impactos de la misma y hacia la misma por lo
ideológico, resulta harto importante.
Autor:
Jeisil Aguilar Santos
[1] Ver: EvaldIliénkov: “La
dialéctica de lo ideal”.
[2] Ver: EvaldIliénkov: “La
dialéctica de lo ideal”.
[3] Ver: EvaldIliénkov: “La
dialéctica de lo ideal”.
[4] Ver: Evald Iliénkov: “La
dialéctica de lo ideal”.
[5] Rubén Zardoya. “Idealidad,
ideales, ideología”, en Contracorriente, N° 5,
1996.
[6] Luis Álvarez Álvarez
“Reflexión sobre la cultura”. Circunvalar el
arte. La investigación cualitativa sobre la cultura y el
arte. Editorial Oriente.
[7] Luis Álvarez Álvarez
“Reflexión sobre la cultura”. Circunvalar el
arte. La investigación cualitativa sobre la cultura y el
arte. Editorial Oriente.
[8] Françoise Perus, Cultura,
ideología, formaciones ideológicas y practicas
discursivas
[9] Michel Foucault, El orden del
discurso
[10] Françoise Perus, Cultura,
ideología, formaciones ideológicas y practicas
discursivas
[11] Umberto Eco, Tratado de semiótica
general.
[12] Françoise Perus, Cultura,
ideología, formaciones ideológicas y practicas
discursivas
[13] Rubén Zardoya. “La
producción espiritual en el sistema de la
producción. Libro de texto de Filosofía y
Sociedad. Inédito.