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"La mirada y el vértigo"- Obra Poética- Carlos Kuraiem




Enviado por Marta Goddio



  1. Perfiles
  2. La
    vida devaluada
  3. Poesía argentina

Carlos Kuraiem

Buenos Aires, 1956

Poeta, Escritor, Músico
(compositor, guitarrista y songster)

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Perfiles

SU OBRA abarca poesía, novela y canciones,
comprende la producción de cuarenta años
(1974-2014), completada, acrecentada y perfeccionada
continuamente por su autor. Con el título La mirada y
el vértigo
, se reúne por primera vez su Obra
poética. La acompañan fragmentos de recuerdos,
observaciones, cronología, retrato del poeta, notas y
comentarios, apreciaciones y críticas sobre Kuraiem,
recogidos de las palabras y de los escritos de sus
contemporáneos más próximos.

SU VIDA es uno de los relatos más
dolorosos de este tiempo.

RECLUÍDO a los diez años en un
hospital de curas, se fuga varias veces.

PIERDE LOS CINCO DEDOS de su mano derecha a los
quince años trabajando en una
carnicería.

USANDO UN UÑERO en lo que quedó de
su pulgar, exploró nuevas formas y técnicas de
digitación para sus propias composiciones.

EN 1974, sorprende cómo ataca las cuerdas
y el grito agudo en un tema dedicado a su amigo Luis Ángel
Ramos, que muere de un disparo en el pecho mientras
cumplía el servicio militar.

A LOS DIECIESIETE, rechaza la seguridad de un
empleo y se inclina a su vocación
artística.

IMPEDIDO DE ESCRIBIR narra a dos amigos los
primeros borradores de El Hombre del Traje a Cuadros de Diez
Colores
… Al mismo tiempo hace anotaciones de puño y
letra en un cuaderno hasta dominar la grafía y sigue solo
desarrollando su obra.

GOLPEANDO LAS TECLAS de una Olivetti con un solo
dedo, el índice de la mano izquierda, pasa en limpio la
nouvelle.

RESILIENCIA porfió su vocación a la
desgracia ganándole la partida. Le torció la
intención al destino buscando a profesores que llamaron
locura a su obstinación, la que sostiene encendida e
inalterable su obra, en la elipsis del tiempo.

EL HOMBRE DEL TRAJE A CUADROS DE DIEZ COLORES QUE
LLEGÓ EN LA CARROZA DE LOS DÍAS PATRIOS

Escrita entre 1978 y 1983, esta obra nos muestra en acción
al narrador, mientras elige, ordena, distribuye sus materiales, y
se apega a su idea, durante el forcejeo de la invención.
Kuraiem incursiona en el género lírico y en el
dramático, prácticamente cada uno de los breves
capítulos son verdaderas escenas teatrales. Desde el
título, desafiantemente extenso, la obra ya aparece como
yuxtapositiva, complementada y descriptivamente generosa. Esta
novela impacta por la vigencia de sus contenidos,
mostrándonos secuencias de este presente
problemático en donde todos los poderes están
enfrentados, con sus divisiones, sus resentimientos y sus odios.
En los macizos Cuadros del Agasajo vuelven a escucharse
expresiones como "los de arriba y los de abajo" y la Casa Negra,
que no es menos siniestra que la Casa Rosada, que ya desde sus
orígenes lució una pintura teñida de sangre.
Hay frecuentaciones al "balcón" y uniformes y
jerarquías, y comerciantes y Consejeros, y no falta el
General Plenipotente (que nos transporta a la Guerra de
Secesión de los EEUU), ni los golpes, las luchas de
ascensos, la "leña", el aniquilamiento. Mister Black es
una máscara de la opresión, Oligarzo,
Despotín y Monseñor Papirillo son un acto de
justicia poética, servidores del poder, puestos en
evidencia por la pluma despiadada de Kuraiem que se toma revancha
desde la palabra. La reacción del poder es borrar la
historia de Solista, silenciarlo, prohibir su nombre, que ni los
carteles queden como recuerdo. La narración está
enriquecida por un excelente manejo del léxico y por una
hábil capacidad perifrástica que sustituye la
metáfora tradicional, como en el caso de la
descripción de Los próceres. Hay asimismo
pensamientos de hondura y trascendencia universal.

EL POETA SALIÓ A PELEAR LA REALIDAD Entre
los días 2, 3 y 4 de abril de 1982, escribe con toda la
sangre revuelta, bajo el fuego de dos bandos estos poemas
alegóricos, emblemáticos, con el estilo implacable
que esgrime en sus versos. El poeta abre la realidad observada
desde ciertos ángulos de riesgo de la conciencia, pero no
retrocede y su valor aumenta: "… y veo con los ojos de mi
tiempo", "esta guerra es una llaga/ que hay un invasor que invade
adentro / y otro invade desde afuera…" Bajo el título
Que los tengo a mis pies, Kuraiem escucha y traduce el
ultrasonido del peligro, y nos deja conteniendo la
respiración mientras perfora los bordes oscuros de ese
tiempo: "¿Qué viven probándose los zapatos
de los demás? / ¿Qué todos los
números son de ellos?/ ¿Qué se prueban mis
zapatos?/ ¿Qué pisan la tierra que piso?/
¡Que los piso!". Contrariamente a otros poetas, Carlos
Kuraiem propone el diálogo en la cultura, en el arte, en
la literatura y, en particular, en la poesía, y muestra la
realidad, su realidad, para depositarla en el espacio del
intercambio, y también la "pelea", que descontextualizada
de la cruenta Guerra de Malvinas, manifiesta en el impecable
verso "el poeta salió a pelear la realidad". Kuraiem ve
"con los ojos de su tiempo". En él no hay reveses, su
discurso es frontal y sincero y, a veces, arriesgado: "que los
poetas en esta tierra/ mueren apenas nacen".

OLVIDO es el poema que marca la impronta
en el film Rutz. Kuraiem solo, libre,
melancólico, pone la voz y declara: "Mi país es de
otros/ no le pertenezco."

AL ESCRIBIR EL HILO DE ARIADNA,
confesó: "En un instante perdí guitarra, amigo y
amor". Utilizó su inteligencia mordaz, su vocación
y sus cualidades para ubicar su potencia lírica, su
hálito creativo por encima de condicionamientos y
tragedias. En "¡Ay Carlos!", sorprende el nivel de
cita y la originalidad de la enunciación. Real,
irrefutable, duro, doloroso, audaz, evocativo, atrapante,
equilibrado, honesto…y sin puntos.

TRADUCIDO AL ITALIANO se aprecia una nueva
sonoridad para la palabra y la música de las palabras de
Carlos Kuraiem, en un idioma bellísimo, altamente sonoro y
alegre, pese a lo que diga. Pudo ser este libro de Kuraiem, un
poemario persa o hindú, o quizás, pudo estar
compuesto para haber sido acompañado con el sonido de los
crótalos árabes, o ser parte del Cancionero de Juan
de la Encina, o de los Madrigales del Marqués de
Santillana, o estar incluido entre los audaces versos del
Arcipreste de Hita. Tal vez pudo ser un cuestionamiento del
romancero eterno, o un decidido planteo romántico. Por
qué no una manifestación de las vanguardias…
Quizás pudieron movilizar estos sentimientos los versos
homéricos o acompañar en su viaje a Dante por el
Infierno, probablemente con esta misma pasión se
escribió la Canción desesperada de
Neruda.

KURAIEM, EL GUITAR PLAYER se alza en la
destreza de un furioso bluesmaster que mantiene su toque
impecable en la progresión de acordes, en la
invención de conversaciones rítmicas, en el timbre
de su voz que se instala en un ámbito de fuerte
ligazón emocional y sus letras que tienen todo el peso de
lo cotidiano y real. La serie musical conformada por I am
blues
, Guitar solo y Crazy horse (off-key
blues
) es demoledora al oído, una inconfundible
fusión de blues, jazz y flamenco con pasajes
clásicos y metálicos. Sus canciones están
reunidas en los discos I Am Blues, Folk Fusion
Lyrics
y The bridge. En sus inicios, al solo
acompañamiento de su guitarra, cantó en teatros su
legendary song libertaria, donde combina balada,
rock, beat, el country, folk y la
milonga como géneros transitivos. El cambio entre las
partes está acompañado por un cambio en el estilo
musical y junto con él, con otros parámetros como
velocidad, métrica, rítmica y carácter. Este
punto está también influenciado por el texto
original. Introducción: comienzo de la obra como lamento,
rock, balada: momento reflexivo y calmo (en el final, con
liberación) rock and roll: momento revolucionario
repentino, "se dice "¡basta!".

LA POESÍA es inherente a Carlos Kuraiem y
tan ineludible como la realidad misma.

SU ESCRITURA, un delicado universo de simple
apariencia y compleja construcción.

SUS IMÁGENES casi imposibles.

DESARROLLÓ UNA ORIGINAL capacidad para
trasgredir el lenguaje y penetrar las armaduras de la
indiferencia.

LA RAMA INQUEBRANTABLE "Su poema para la
eternidad", lo escribió a los 28 años, pulseando el
reto con un poeta amigo. Que cada uno descifre el mensaje de la
dedicatoria, lo cierto es que su nombre, que no se dice,
está escrito en las líneas de la vida.

EL CANTO DEL GALLO ROJO Un grito contra
toda forma cotidiana de opresión. No intenta quedar bien
con nadie. Ni la escuela -último pilar del viejo estado
se salva. Sin embargo hay un gesto de ternura. Lenguaje coloquial
pero no chabacano. Cuidado. Formas propias de la intriga que
pueden chocar contra la poesía entendida como arte del
silencio. Hay una vuelta a la vieja costumbre de contar. Es un
desafío que intenta apresar en el fluir de la
acción la maravilla de las percepciones y los movimientos
interiores del lenguaje involucrados estrechamente con el pensar
lo cotidiano. Busca la complicidad, la solidaridad del lector no
de forma pasiva sino desde el nivel de las expresiones y no
simplemente del contenido.

RETRATO DEL POETA: "Kuraiem, gitano y negro,
anda, y túnicas amplias caminan con él. Terrible
boca su amor. Gitano avieso, con mucho de mujer. Estará
siempre lejos de los hielos, la rúbrica, la
estética sin tiempo ni lugar -a veces se agita un pobre
viejo en él-. Es sol quemando inopias, simiente de oscuro
corazón."

LOS AMIGOS atribuyen a Las Lomas el don de su
honda visión de las almas humanas y la habilidad para
ordenar las constelaciones a su antojo, pero su espíritu
solitario y su magnetismo tienen otras génesis.

SU GUITARRA la ciruela encantadora con cuerdas
entorchadas, se la robaron cuando iba a un ensayo, después
de dispararle dos tiros que no acertaron.

KURAIEM dice: "Nací en un hogar sin libros
ni guitarra."

SU PADRE, Alfredo Kraeme, un obrero que
tendía cables de teléfono.

SU MADRE, Eufemia Surace, una calabresa a la que
le gustaba andar descalza por la casa, le contaba historias y
entonaba canzonettas con su dulce voz.

LOS "KURAIEM". Adoptó el nombre "Kuraiem",
rescatando su apellido original que sufrió las
deformaciones de Kreiem y Kraeme en los distintos registros
oficiales. Sabía de la existencia de familiares en Brasil
que lo conservaron, a diferencia de su abuelo árabe, quien
con su abuela Nazza Abud se radicó en Santiago del Estero.
Una antigua fotografía habla del carácter de ese
hombre que andaba con revólver a la cintura y
atendía "La Media Luna", su almacén de Ramos
Generales, y que pidió dar la última pitada a su
cigarro antes de morir. De él se cuenta que mientras
apostaba a los caballos, mandó quemar la forrajería
para cobrar el seguro, y que dejó a su nieto la herencia
de un carisma que se impone provocando la antinomia de ser el
"gorrión de lesbia" para unos o el "árabe maldito"
para otros.

DE LAUDES Y MISTOLES. En él
está la vibración de una rodaja de luna sobre las
cañas. El poeta se muestra solitario y melancólico
en una primavera que no parecía prometedora.
Todavía lo apesadumbraba la muerte de su padre, se
consiguió una libreta de almacenero de lomo grueso, con
tapa negra y brillosa, que cabía en un bolsillo y no se
separó de ella. Leía y escribía todo el
tiempo, ahí volcó los versos que componen este
libro donde roza casi el canto original de la memoria. El extenso
poema que le da el título lo escribió de un solo
impulso y recorre un periplo franco, preciso y sentido de sus
antepasados y su familia primera: Tilo, Emilia, Rosa, Romelia,
Lucy, Cadio, Cristina "La pelada". En un lenguaje capaz de
restituir el peso de la presencia, la Obra poética de
Carlos Kuraiem opone a las tropas virtuales su mano, su gesto y
una sombra que se proyecta sobre la realidad y la ilumina. A lo
largo de toda su evolución, su poesía es una
muestra de profundidad reflexiva, sin mecanismos efectistas,
poesía que no saca los pies de la tierra,
visualización de los juegos cotidianos que conducen al
des-cubrimiento de la geografía humana, su
abnegación y sus dolores tan profundos como antiguos.
Replegado sobre sí, en De Laúdes y
Mistoles,
aumenta la densidad de la sangre. Pero el poeta
mira, no puede dejar de mirar, y sigue la huella. Kuraiem detecta
el fluido aromatizado que deforma el presente, contamina el
futuro, impone la creencia de "lo inevitable" y prevenido
confiesa: "Nada ni nadie/ me sacará / de esta soledad
buscada/ con la vana promesa/ de cumplir uno solo/ de mis
sueños/…". Poesía de quien sabe habitar el
silencio, la Obra poética de Carlos Kuraiem es un
acontecimiento del que se nutren los sentidos y se revitaliza el
pensamiento, no ante la imagen conspicua de "la verdad" sino ante
la provocación de lo que está siendo
verdadero.

LA MADRE, LA LOCURA, EL HERPES, LA MUERTE La
locura de sus hermanas, Rosa y Mabel, se agudiza tras la muerte
del padre. Desatendida la madre, enferma de herpes y pasa a su
cuidado hasta que un día se escapa, tropieza en la calle y
a los pocos días muere.

OTRA PÉRDIDA Alejo, el hijo que
murió antes de nacer.

LA CANCIÓN DEL BORRACHO La
estoica soledad del personaje que no precisa de ningún
auditorio para contar su historia. De hecho, ya la contó
mucho antes de que apareciera el supuesto público. Son
poemas que sugieren un mundo real y potente. En una carta al
autor se define el impacto de esta obra. "Querido Carlos:
Hermosísima
La Canción del Borracho.
Hacía mucho tiempo que sólo leía novelas o
cuentos y me devolviste el encanto por esa muchacha bien
torneada. Más allá del tema o más
acá, no sé, me zambulliste en la forma, ese ritmo
tan particular que tenés para hilvanar e ir contando o
cantando o entonando. Uno se mete de cabeza en la intimidad de su
propia desolación, en un clima que hace aparecer
escenografías de la nada, piecitas del Once, olores,
sillas desvencijadas, sacos oscuros y mugrosos. Y, sin embargo,
la belleza, las ganas de que los números sigan para seguir
leyendo…"

LA ORIGINALIDAD tal vez no sólo resida en
la particular manera de calibrar la guitarra y la voz sino
fundamentalmente en la asociación que hace de la
poesía y la música. En este sentido su recorrido se
orienta hacia el acervo popular de la poesía, la
música y el arte.

PRESENCIA Auténtico, expansivo,
insoportable, fascinante, por donde pisa siembra una estremecida
y comunitaria emoción.

EN ESTA EFERVESCENCIA constante se afirma su
trayectoria, se gesta y crece el Kuraiem que disuelve
ideologías.

UN AUTOR que escribió siempre al fragor de
las circunstancias que relata.

LA VIDA DEVALUADA Una obra de tono audaz y
develador, sumamente original por su estructura y profundamente
significativa. Al tiempo que va exhibiendo la historia personal
de su autor, con pinceladas a veces muy vivas y otras más
difusas, ingresa en el significado y en el valor y mérito
de la palabra, del poema, de la poesía /canto que parecen
ser en él una unidad. Kuraiem allí, en la altura de
la palabra poética sin los artilugios del lenguaje,
poesía pura que todo lo redime, que todo lo sublima, que
todo lo incorpora como energía nueva.

Son muy interesantes las diferencias de extensión
de cada capítulo de esta nouvelle y encierran una
razón que constituye un desafío a
desentrañar en futuras lecturas. En efecto poetiza,
describe, narra. Las piezas componen un conjunto distinto y tan
real… Es una trampa que atrae como un abismo. Es naturalmente
convocante. La novela es ÉL mismo, es Carlos Kuraiem,
aunque no hubiera aparecido un solo YO.

Celebremos su camino de salvación, que ha sido de
protección y lucha, a través de la
palabra.

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La vida
devaluada

nouvelle

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La vida devaluada

La vida devaluada, el ladrido silenciado de Muelques,
Pablo y su repentina soledad, los que excluyen la poesía,
la desaparición de Mabel, Nazareno al que la
religión volvió loco, el ronroneo de la gata que se
fue, y mi guitar blues que mece a Gretchen como un
huracán en un paisaje ausente de trenes, sin negros en la
estación ni campos de algodón, contra los afinados
del mundo…

La realidad cojea en la pierna de Don
Ernesto.

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Extranjero

Atravieso la historia con el aliento de quien
recién llega y mira las cosas de una manera nueva. La
lluvia es un film sonoro.

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Recluso

Desde la terraza divisé la cúpula de Don
Bosco. Antenas, chimeneas, tendederos, zapatillas colgadas de los
cables. La obra en construcción, el Tanque de Boca,
ventanas encendidas, luna, ladridos. El Lungo, mi vecino bruto,
se balancea. El campamento del circo. La difusa arboleda. Olor a
zanja, grillos, mi medio pan. Voces. Vi estrellas. Un fuerte
dolor en la rodilla me inmovilizó la pierna. Mi
papá, que reparaba las rajaduras del techo con
alquitrán, soltó la lata y el pincel embreado y,
sujetándome con su brazo, me bajó por la escalera
empinada y enclenque hasta el vaciadero del patio. Mamá
cocinaba, gritó mi nombre asustada y, delantal en mano,
corrió. Al otro día, me internaron en un hospital,
donde me tuvieron recluso más de un año y
sufrí insólitas crueldades por parte de los curas.
Una vez, llegó al lugar un grupo de jóvenes que
recorrían Hogares llevando distracción a los
enfermos. Uno de ellos traía una guitarra criolla, que yo
le pedí y él dejó en mis manos.

Apenas se fueron los visitantes, el Hermano Ángel
pasó recolectando los regalos. Yo resistí abrazado
al instrumento. "¡Soltala, Gitano!", gritó el
religioso y en el forcejeo tiró de la guitarra con tanta
furia que la golpeó y le abrió la caja. Juré
vengarme algún día. Después me
llevaría de carnada a recorrer los chalets de las familias
pudientes de Ramos Mejía, para conseguir buenas
donaciones, en la rueda del té. Recuerdo el loquero por
Luján, a la Señorita Graciela y a los
compañeros que venían a verme, al Padre Benito que
me obligó a tomar la comunión convencido de que
así me iba a reformar, a los médicos que
deliberaban alrededor de un enorme quiste. Mi padre que se
había negado a mi encierro estaba ausente, mis hermanas
borrosas entre mi mamá y mis tías llegaban con
paquetes de refrigerios y los ojos clavados en mi inocencia, la
muela picada me hacía retorcer por las noches. Salidas en
camioneta al mercado, jaulas de verdura para abastecer. Aire,
cielo, ruidos, música, aeroplanos sobrevolando mi
claustro. Recuperado de la operación en mi pierna,
trepé los alambrados, el castaño testigo, la torre
del campanario, comí los kakis prohibidos de la China y me
castigaron con Fe.

Una mañana, de tanto extrañar el barrio,
me escabullí, me fugué con el piyama puesto.
Pasé despacio junto a los convalecientes que
dormían: Samaniego el rengo con muleta y Hugo que
tenía la mitad de su cuerpo paralizado por una bala. En un
rato más estarían todos tomando el mate cocido con
leche. Bajé las escaleras de mármol, llegué
a la entrada sin ser advertido. Por el frío de las
baldosas me di cuenta de que estaba descalzo. Pensé en el
Mono, Gallareta, la Tetona, Dientudo, el almacén de la
Sorda, Pomelo, Conejo, el Gallego, Huevo, un tal Montaña y
el Orejón. A través de la puerta vidriada vi a un
guardia de seguridad, el jardín, los perros y la vereda
desolada. Se me cruzó la sala de cirugía y cinco
encapuchados de negro presionando con sus manos la máscara
colocada sobre mi cara intentando dormirme con la anestesia
mientras yo lanzaba patadas.

Me escondí detrás de unas macetas
gigantes, la silueta de una sombra se deslizó por el
pasillo hacia el ascensor. Tomé impulso, crucé la
puerta y corrí sin parar hasta la reja. La trepé y
salté del otro lado. Oí la alarma del hospital
dando aviso de mi escape. Al llegar al cruce de vías
pedí unas monedas al guardabarrera para viajar.

El colectivo iba repleto. Yo era un niño
acurrucado entre la gente que se dirigía a sus trabajos.
Brazos colgando del pasamano. Algunos leyendo el diario de
parado. Bolsos, sombreros, llaves, sacos, radios, zapatos.
Perdido lloré. Algunas voces me consolaron. Pusieron
billetes, monedas, vueltos, en mi mano. "San Martín y
Mosconi", gritó el chofer. Alentado por todos,
salté desde el estribo. Reconocí la farmacia de la
esquina y caminé buscando mi casa entre el pasto crecido y
el flojo dintel. Mirada desde aquel hospital la vida daba
pánico.

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Me contradigo

El desmantelado cuarto donde me siento a escribir. Hogar
sin libros ni guitarra, tardes de fuego. Ilustración. Mi
vida sostiene su armonía en nada. Mi madre, lo cruel que
fui con ella. Extrañado. Perdido. Me quebré.
Aprendí. Fraterno. Me salvé. Cobré lo que no
era mío. Cirujié. Un tango me alegró. Mudo,
indiferente, me afirmo y contrapongo. Desprecio las armaduras.
Aún escucho a Rosa pedaleando en su máquina de
coser y las burlas de Vito el funebrero. Tiemblo. Me despejo. Me
avergüenzo insondable. Discuto. Intrigo. Desbordo. Toco la
belleza. Rocé el conocimiento. Caí. Rodé. No
vuelvo. Me contradigo y escribo a pesar de todo.

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El mirador del fuego

Tendré que subir y bajar tantas veces como sea
necesario. Medir la inclemencia de una copa a otra de cada
árbol; de una frente a otra de cada hombre. A ras del
suelo, salir a caminar, ganarme el día, pero,
¿dónde?, ¿cómo? Tendré que
estar a la altura de las estrellas, trenzar la luz en cada mirada
y tirar la línea lejos. En medio de la guerra, suelto un
tierno mugido por Alejo. Deambulo por una tierra sembrada de
tachuelas, que puede ser cualquier país del mundo. Parece
fácil ver cómo se va formando la mañana,
pero ¿cómo se hace una mañana? ¿De
cuántos disímiles sonidos se crea el canto?
¿Qué Dios o Demonio con cara de cerdo nos gobierna?
¿Quién lo puso ahí para nuestro castigo?
¿Quién lo sentó a la mesa a comerse a
nuestros hijos? Algo, no sé bien qué ni
quién, quiso que mis ojos se entristecieran. Estoy
poseído, arreo en mi fuego el dolor de todos.

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Entre maderas y diamantes

Bajo las cenizas resiste el fuego. La poesía me
elije entre todos. De puro animal gimo un sueño que no se
vende, una canción que nadie compra. Tengo el
corazón y mis zapatos. Dejo que el mundo me asombre, que
ella me desvista insaciable sin interrumpir el devenir. Escalo un
pie, beso una mano, toco un rostro. Yo, herido entre maderas y
diamantes, los abrazo con mi airada melancolía. Nada
más necesito. Yo con mi voz chillona que me delata, ELLA
con su susurro imperceptible acariciando las sílabas que
me nombran. Sueltos, tocándonos. Juntos a veces, separados
otras. Descubro mi perfil y soporto a cada paso las embestidas de
los hombres yermos.

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Un hombre de silencios se envuelve en
palabras

Rompo el cristal, desalojo las palabras de su lecho
cálido y seguro y las llevo a mi terreno donde sé
usarlas hasta aturdir. Después callo. Recuesto mi espina
en el sol de una pared. Cabizbajo espero. Leo, miro, escribo,
río. Hay un mundo en mí que rueda hacia todos.
Soplo, tomo aliento. Con tono fuerte construyo un ejército
invencible. Avanzo entretenido con mi canto descarnado y amoroso.
Vibrante guitarrear. Apuesto. Armo historias carcelarias,
hogareñas, barriales, purísimas y crueles de amor
inaferrable. Yo escribo desde el desdén de una humanidad
que me cachetea y me condena cuando intento decirle un piropo,
darle un beso o simplemente abrazarla.

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La mirada, la sangre, las palabras

Cruzo la fábrica de remaches, zigzagueo por el
íntimo jardín de Enriqueta, cavilo en la cocina
donde lloraba la Alemana, salto el tenso tejido y entro en el
galpón embrujado. "Este se quebró la rodilla
jugando al fútbol y empezó a escribir
". Ella
pasó toda su infancia atacada por el asma que la persigue
de por vida. Andrés, al que le regalé Las
Rubaiyatas
y vislumbró el destino. Ricardo, hijo
único de padres extranjeros que no conocieron los libros.
Leonardo, que vivió en una villa y escribía una
novela. Omar, siempre malhumorado, de palabras duras y manos de
tornero. José, pescador de bajura y maître
d'hôtel
. Susana, el amor por las letras y su
inconsolable pena. Centelleos. Murió la belleza de
María. Yo paso ocultando en la manga de mi túnica,
el alimento de todos atrapado en mi red.

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La seducción de las palabras

Yo sé de la seducción que tienen las
palabras y las elijo cuidadosamente en el barullo de la feria,
las cargo de sentido, las trastoco, las invierto, las dejo
circular libres, orgullosas y desafiantes. Nací en un
mundo de versos desiguales. Discurro del lado de mi perfil
más sarcástico. Esas lápidas son mi propia
sombra. Las tallo para que no olviden la lección: la
poesía es justiciera. Soy un espíritu carcomido.
Urdo mi monólogo, tramo mi discurso desde la
simulación, actúo en el espejo antes de salir a
escena con mi mejor traje, ensayo el tema, el hallazgo de cada
frase, el ritmo quebradizo, la magia, el clima de suspenso,
quiero demoler los oídos. Yo juego a romperme en la
entrega, a desarmarme. Pruebo la integridad de la poesía
en cada palabra.

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De la manzana de Newton a mis
gravitaciones

Esta historia se gesta en el universo de la sangre y la
memoria. Por lo ancho de una calle mi padre y yo y sus
años de soltero en el barrio de Versalles. Dejo caer el
peso de una confesión. Trueno y relámpago, mi decir
y el deslumbramiento. Hablo de mi vida contemplada como un hogar
ajeno. Yo visto a las palabras de mascotas para la soledad, de
emboscadas para los incautos. El paisaje es hostil, el cuerpo
vulnerable, quebradizo, fugaz entre las sábanas. Me siento
un personaje extraño, un espíritu que gravita sobre
el dolor que lo atrae. Mi padre agoniza. En su boca la noche
espuma estrellas.

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Cambios

Cambio de vientos, de posición, no de ideas,
cambio de caminos probados; de esas palabras que ya no me
expresan. Me salgo de esta silla, de esta llave que ha extraviado
su puerta, de esta pena por otra que me duela, de este tiempo por
otro más seguro. Mudo de mis dientes, de la gente y los
anzuelos que me tienden. Mudo de la vida hacia la muerte, de la
casa de mis padres, que aquí se quedan con mi ropa, mis
muebles y mis pobres amigos. Jamás me iré del todo
para mis vecinos. Mudo de estas cuatro paredes en las que todos
me creían sepultado. Cambio de cajones mis
poemas.

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Deslizándome

Mis temas, el enamoramiento, los hijos del
corazón y su leche, los desatinos del pueblo, la vecina de
al lado. Mi voz, sonora e irreverente. Mi verso, brusco y
desaliñado aunque carnal, atractivo y sanguíneo.
Siempre deslizándome en el filo contestatario de un gesto
o una palabra. Cuando no explico, seduzco, es casi inevitable
escuchar mi reclamo.

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Mi pie sin horizontes

Frente a lo brutal del momento, no vacilo; aunque mis
imágenes partan del dolor, no lo busco ni lo justifico.
Estoy cruzado por criaturas que siempre están llegando o a
punto de partir, las descubro con la mirada y las sostengo en sus
fantasías, maltratadas, confundidas, indefensas. Sin estar
ajeno a esa realidad, tocado por el desaliento, no caigo nunca en
la desesperanza. Emprendo el viaje de lo cotidiano a lo
íntimo, de la piedra a la arena desasida; del río
que pasa a las manos juntas, donde abrevamos.

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El Chupatijera

La escopeta de Don Franco recostada a un lado de la
mesa. El tufo del agujero en su pie. El hijo tartamudo dice algo.
En el tubo del pasillo un mural pintoresco. Vino, mazo de cartas,
insultos. El aparato a todo volumen. Pascual que asiente y fuma.
La gorda Mirta se asoma con el vestido mojado. ¿Y esas
criaturas a las que él mantiene presas? Mueren de sed y
hambre, abandonadas hasta el otro día y ese macho forzudo,
humillado, tratando de quebrar entre sus bíceps un palito.
El Chupatijera despliega toda la crueldad de su mente asesina
delante de una platea que lo festeja, empala perros y con cables
pelados picanea en su taller mecánico a las pobres
criaturas que no hicieron nada, que no tienen culpa.

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Una mezcla de sangre, huesos y
realidades

Sin complacencias, sin amiguismos, canto lo que me
hiere, amor o bolsillo. Voy uniendo. Desafío de mirarnos a
la cara. Soy una mezcla de sangre, huesos y realidades. Un mal
ejemplo de pureza, lo sé. No puedo dejar nada quieto, nada
en el lugar en que otros lo ponen. Me trenzo, me duelo. Quiero
saber más. Levantar los ojos y contemplar de arriba abajo.
Estar, salir, comprobar hasta dónde soy libre. Ser feliz a
propósito. Alzo mi voz bordeando el río sucio donde
viven las sirenas. Entre bultos de pastos altos, cardos y
estrellas, me pongo a caminar con el sueño bajo el brazo.
El paisaje humano es mi compromiso. Mi voz un papel. El Poema una
melodía conocida.

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El puño cortado del arquero

Yo sigo escribiendo. Emotividad. Acción. Continuo
cambio de escenarios. Instantes engarzados. Lugares. Las piernas
de una mujer me pinzan. Secuencias. Unos brillan amables, otros,
sombríos o cómicos. Enfrentamientos. Yo, el
protagonista inquieto, viajero, camuflado en las hojas de un
libro. Mi niñez feliz y lastimada. Mi desencuentro en la
escuela. La vez que me descubrieron infraganti. Desnudo. El
primer trabajo mal pago. La vida devaluada y el puño
cortado del arquero. Desde ese día, ELLA y yo, carne y
fuego, y el largo beso que nos damos. Yo sirviéndome de la
mesa solitariamente. Mis cortinas de hilo peruano y el rollo del
fotógrafo esotérico. Desparramo mi mundo. Sostengo
mi andar desprevenido, alucinado. Yo, Carlos, apenas
llegué a descubrir algunos pasajes de este laberinto
enmarañado donde practico ser bueno. Erguido, me
aventuré en el sueño y la sangre, me perdí
para siempre. Toda vida en su interior contiene un poema, un
diario y un cuento.

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Recortes

En este lugar donde las piedras son el camino, canto.

Una pala ancha como un corazón se arrastra por el
piso. José maldice el dinero, se entrega al trabajo por un
vino y sueña morir al pie de su montaña. Las
cañas siguen creciendo bajo el cielo, otros ladrilleros
son enterrados en una huella y por encima pasan carretas cargadas
de piedras. Tiempo de fogaratas, mucho antes de que mi amigo
Popey me llevara a trabajar en la fundición de vidrio y de
que Doña Blanca llorara a sus hijos muertos.

Uno está solo cuando se queda sin canto y el
camino pasa a su lado y no lo lleva.

Música es el beso de mi madre, la
tintorería de Lorenzo, mi tío Armando a quien
perseguían los espíritus y le gustaba bromear; el
gesto de Don Romero, el canto del gallo rojo, el carro de Blas
entrando de culata y el grito brutal que ordena, Panga y el
camión de los repartos, la calle Perú donde
nací, la hermana del turco que murió quemada y las
luces del Arca que marean.

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Estar conmigo

Me queda estar conmigo en total desacuerdo o en
armonía de guitarra afinada con el canto de los
pájaros. Los caminos que nunca pisé, los poemas que
escribí y no mostré, los que rompí, los que
ahora voy rumiando. Me queda un buen recuerdo, para qué
más. Las veces que me repetí, los días que
quemé en un descampado. Los hijos de un amor, los amigos.
Evito largos discursos que estropean la voz. Estoy en los libros
donde me pueden encontrar a cualquier hora.

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Escucho la música de la materia y el
sueño

Yo, el de la abultada cabellera y los numerosos
recursos, convivo bajo mi techo. Absurdo sentencio, fabulo
alegórico, bíblico, escribo cartas, contesto.
Amante del envase y el contenido, investigador y coleccionista
del rico abecedario, rindo culto en los antros del lenguaje.
Indago. Mi historia es un cigarrillo que se prende con el pucho
que otro está por apagar. Procesión colorida,
vicio, adoración de imágenes. Me perdonarán
la vida, después de muerto. Excéntrico,
hermético, concreto, surrealista, prosaico, raro,
novelesco, lleno de escondrijos, de infinitas puntas, suspendido
y rancio. Un día me palpo y estoy hablando con espectros.
La despensa de Cata, el reparto de Ardilla, la carpa de los
gitanos, el médico que me inventó un dedo, el
equipo de Don Ocampo y yo jugando solo de wing
izquierdo. Soy un engranaje trabado, casi perfecto. Todos miran
como diciendo y se esfuman en el peor de los desiertos.
Ironías, risas, nunca un final feliz. Escucho la
música de la materia y el sueño. Me bajo, abandono
a tiempo. Los paisajes, los plafones, los decorados de esta vida
devaluada se tiñen de alucinación y
fantasía. Todos desfilan con un gesto de pesarosa
incertidumbre. Tal vez no se escribe porque pasan cosas, sino
para que empiecen a pasar.

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Yo, tan silvestre me deshojo en tus
manos

Soy pura expresión. Inocente. Irónico.
Juego. Descubro. Pongo de manifiesto algo que era secreto. Un
estado de confusión y complicidad envuelve al mundo. Me
asfixia. Yo, tan silvestre me deshojo en tus manos. Descifro los
sonidos. Palabras. Penumbra del lenguaje subterráneo. Vivo
en este estado en el que me encuentro. Un cuerpo sometido a la
acción de fuerzas opuestas. Me tensiono. Provoco. Me
contengo. Espero la reacción del otro. Me deslizo
travieso, curioso. Perturbo. Desfilan otros personajes raros. Los
japoneses de la plantación de frutillas y su jugoso
bistec. La del lunar que le afeaba la cara y el trágico
final, el acordeón de Banko, la viuda que hacía de
las suyas y Mario que atropella con su camión. Me enamoro.
La luna me pone su perfil triste. Extiendo mi brazo. La envuelvo
en mi palma y me la llevo. Magistral lección para mi
pecho. Soy un nombre, un símbolo, una ansiedad. Surjo. Me
agito. Me expongo a las amenazas de las criaturas destructivas y
voraces, y conozco los círculos de los castigados: la
prepotencia de Salvador, la vileza de "Bolita" en el taller de
encolado, la curandera que se quedó con el anillo de mi
padre, el aguijón de Don Emilio, la mordida del perro de
la carbonera, la lengua de Aida, el odio de las bibliotecarias y,
en la escuela de música el resentimiento de "Santos". Soy
una compañía, un niño movedizo. Mi aspecto
es desaliñado. Mi filosofía, la ingenuidad. Astuto,
dependo, sobrevivo. Sé que el lugar más seguro es
mi imaginación.

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Reparto mis pedazos

 Mi camisa leñadora que
ella remendó, mi perro Sultán, mi hacha, mi
rifle. Un día que nunca usé. La calle, una escuela
para ingenuos.  Las veces que robé y no me vieron,
las que caí solito.  El  1º C, un
frasco de cucarachas. Mis tías calabresas, un enjambre de
avispas africanas. Fui un ciego. No fui soldado ni
profesor. Los mil golpes por hora que di en el
balancín de Rubén. Las mentiras que dije, el amigo
que perdí, el libro que no volví a leer. El tordo
azabache, el cardenal que solté ayer como tu vida. Minga,
Gina, Gloria, Yoli, Elsa, Nilda, Mirta, Beta y Hugo, Horacio,
Aurelio, José, Néstor y Daniel. Una pirámide
de sueños y despojos. La navaja de Godoy, los días
que comí solo. El pesebre de Miguel… Su banco de
carpintero era el camino hacia Belén. La última vez
que vi a mi padre, olor de ramas recién cortadas. Mis
hermanas, su locura que ahora me salpica. Mi madre
sofocándose. Mi guitarra, mi uñero de carey. Horas
irrepetibles, rimero de versos. Reparto mis pedazos: la
alegría del tiempo, la tristeza del mundo, la espada
legendaria de Excalibur, las Mil y Una Noches, las hojas
de Whitman, el alfabeto fenicio, el río Amazonas y otras
miniaturas. Mis hijos en el brillo de mis ojos y en mi voz firme
y clara. Despejo negros nubarrones y cierro el paraguas seguro de
mis manos.

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Respiro de este aire hasta el
límite

Escribo sobre un enorme territorio de palabras franjeado
por un largo poema. Mis ideas en rojo y negro. La vida cruje,
mientras la muerte es un FAL apuntando a la cabeza de todos. Miro
increpante. Bultos o cuerpos luchan y sufren, asentados,
derritiéndose otra noche más en su cubil. Estalla
la luz por los resquicios. Esos ojos preguntan el porqué
de tanto odio. Intervengo, digo por mi cuenta sentencias y
presagios. Yo que rechacé un trabajo seguro. Y hay
más. Lo marginal está ahí, en ese punto de
inflexión. Rapiño y devoro el hígado de esta
sociedad despiadada. Su estandarte es el abandono, y su ley, la
tierra y la propiedad. Juego a encestar monedas en el sombrero
volteado de San Martín. Yo, el oscuro, el converso. Yo,
inexorable, respiro de este aire hasta el límite de cada
vida que imprimo.

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Ventura

Mis largas tribulaciones. Mi palabra ligada al clan. Mis
diálogos agudos y tendenciosos. Mis suspicacias. Mi
venganza. Mis juegos de seducción y engaño. Mis
andanzas. Aturdido entre el sueño y el recuerdo, escribo,
corrijo, leo ocasionalmente en voz alta mi vida. Amo el
desafío. Me alejo, a pie como siempre. Insospechado.
Lógico. Complejo. Inexpugnable a las heridas. Solo me
aventuré a estas orillas. Corto los candados y libero a la
joven prisionera. Mi médula expuesta. Mis emociones. Mi
oscuridad. Mi final iluminado.

Poesía
argentina

Carlos Kuraiem. La mirada y el vértigo. Obra
poética (224 pág. Editorial Dunken).
Investigación y edición: Marta Goddio. Dibujo de
tapa: Graciela Favot. Traducción al italiano: Marcela
Filippi Plaza. Traducción al inglés: Film Rutz.

Incluye los ibros:

El canto del gallo rojo, El poeta salió a
pelear la realidad, De laúdes y mistoles, La
canción del borracho, El cuello de la noche, El hilo de
Ariadna, Poblado de ella, Un río nos separa,
Fundación de la vereda y La vida
devaluada.

Separatas:

Olvido / Forgotten.

Canción, Soy de un pueblo que nunca edifica,
Los libros.

La rama inquebrantable -Elegía- / Il ramo
incrollabile –elegia-.

Una mesa fundada con el amor de los
dos.

Poesía escrita a la altura de los
árboles, Hogar, La casa del Mirador,
Lecturas.

Entre cuatro paredes.

 

Enviado por:

Marta Goddio

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