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La vida después de la muerte según la Biblia (página 2)



Partes: 1, 2

En definitiva, ante la perspectiva de que la muerte
representa la destrucción de cualquier obra o de cualquier
objetivo que el hombre se proponga, en cuanto el escritor de
Eclesiastés tiene la convicción de que no
hay un "más allá de la muerte", una nueva vida que
de algún modo confiera pleno sentido y valor a cuanto
hacemos, en esa medida son muchos los pasajes en los que se
repite esta frase cargada de nihilismo, que se sigue repitiendo
todavía en nuestros días: "Todo es vanidad", que
viene a significar que no hay nada por lo que valga la pena
luchar o esforzarse, pues con la muerte todo termina y se
desvanece.

2.3. "Carpe diem"

Sin embargo y en contraposición con los
planteamientos nihilistas anteriores, en esta misma obra,
Eclesiastés, y en algunas otras, aparecen
planteamientos, similares a los del "carpe diem" de la Edad
Media, que se rebelan contra el nihilismo y se aferran a esta
vida terrena buscando vivir intensamente cada momento,
precisamente como consecuencia de la comprensión de su
misma fugacidad, de que con la muerte todo termina, tal como se
indica en los textos siguientes:

-"Todo lo que encuentres a mano hazlo con empeño,
porque no hay obra, ni razón, ni ciencia, ni
sabiduría en el abismo a donde
vas"[62].

– "Da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que
esperar deleite en el abismo. Todo viviente se gasta como un
vestido, porque es ley eterna que hay que morir… Toda obra
corruptible perece, y su autor se va tras
ella"[63].

Por ese mismo motivo en los textos siguientes aparece
una valoración positiva de todo aquello que contribuye de
algún modo al disfrute de los placeres de la vida. De
ahí proviene ese elogio tan llamativo del vino en el
siguiente pasaje: "¿Qué es la vida si falta el
vino?", que sugiere claramente que sin los placeres cotidianos,
la vida carecería de sentido. En efecto se dice en
Eclasiástico:

– "El vino es bueno para el hombre, si se bebe con
mode-ración. ¿Qué es la vida si falta el
vino? Fue creado para alegrar a los hombres. Contento del
corazón y alegría del
alma"[64].

Igualmente el pasaje siguiente representa una
generalización del anterior al afirmarse en él que
"la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en
comer, beber y disfrutar", de manera que no hay que hacer nada
confiando en un "más allá", haciendo depender el
valor de lo que hacemos de su relación con tal supuesto,
ya que es ésta la única vida de que
disponemos:

-"…yo alabo la alegría, porque la
única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer,
beber y disfrutar, pues eso le acompañará en los
días de vida que Dios le conceda bajo el
sol"[65].

2.4. Vida eterna para los fieles a
Yahvéiiiii

Sin embargo, con el paso del tiempo algunos de los
autores bíblicos se atrevieron a olvidar aquellas
teorías acerca de la muerte como destino del hombre y
tuvieron la audacia de introducir en sus doctrinas la idea de la
vida eterna, aunque sólo para quienes hubieran
sido fieles a Yahvé, mientras que los impíos
morirían para siempre.

Y finalmente se completó este proceso de osada
fantasía afirmando ya la inmortalidad también para
los impíos, pero una inmortalidad ideada con la finalidad
de mostrar al impío un castigo infinitamente superior al
de su misma muerte y a la de sus descendientes hasta la tercera y
cuarta generación, ya que se trataría de una
inmortalidad ideada con el fin de amedrentar a quienes no
obedeciesen a Yahvé –o más exactamente a sus
sacerdotes, los dirigentes del pueblo de Israel– con la amenaza
de que su sufrimiento no tendría fin sino que sería
eterno. Y así, si en otros libros del Antiguo
Testamento
la venganza de Yahvé sólo
podía alcanzar hasta la muerte del impío o hasta la
de su descendencia hasta la tercera y la cuarta
generación, ahora por fin los escritores bíblicos
habían encontrado el medio más refinado de que
Yahvé pudiera aplicar su venganza mediante un castigo
superior a cualquier otro imaginable, un castigo que nunca
tendría fin.

En efecto, como antes se ha dicho, en algunos pasajes de
los últimos libros del Antiguo Testamento
comienza a surgir la idea de que la recompensa de Yahvé a
quienes hayan seguido sus preceptos será la vida
eterna
, y esta idea es la que será pos-teriormente
adoptada por los dirigentes de la secta cristiana de manera
definitiva.

Así, en Daniel, escrito a mediados del
siglo II antes de nuestra era, se habla de la resurrección
y de una vida eterna en ese doble sentido, buena para quienes han
sido fieles al "Señor", y mala para quienes han vivido al
margen de sus leyes. No obstante, el texto es algo ambiguo en
cuanto no habla de la resurrección de todos sino de la de
"muchos", como si el autor de esta obra todavía dudase
acerca de cómo sería aquel más allá
sobre cuya posibilidad habían comenzado a fantasear
algunos autores bíblicos y su duda le hubiese llevado a
reducir el número de los que resucitarían
dejándolo en "muchos" pero no en "todos", dejando sin
explicar el motivo de tal restricción, y no especificando
por el momento en qué consistiría ese castigo
eterno. En efecto, se dice en dicho libro:

"Y muchos de los que duermen en el polvo de la
tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros
para la vergüenza, para el castigo
eterno"[66].

Por su parte, en 2 Macabeos, obra de finales
del siglo II antes de nuestra era, se habla de una vida eterna
para quienes han sido fieles a Dios, pero, a diferencia de lo que
se dice en Daniel, no se habla de un castigo eterno para
quienes no lo han sido, lo cual parece indicar que, al igual que
en otros libros bíblicos, a los malvados simplemente les
espera la muerte en un sentido definitivo:

"…tú me quitas la vida presente, pero el
Rey del universo nos resucitará a una vida eterna a los
que morimos por su ley"[67].

En el siguiente pasaje, perteneciente a
Eclesiástico, coincidiendo con el autor de 2
Macabeos
, se habla de la inmortalidad, referida en exclusiva
a quienes siguen los mandatos de Dios, y nada se dice respecto a
una posible resurrección de quienes no le hayan sido
fieles, aunque dicha resurrección tuviera como finalidad
la de ser torturados con el fuego eterno o con cualquier otro
tipo de castigo. Parece evidente, pues, que en el pasaje citado
el autor todavía no cree en la vida y en el castigo eterno
para quienes no hayan vivido de acuerdo con la ley de
Yahvé:

"Conocer los mandatos del Señor es fuente de
vida; los que hacen lo que le agrada obtendrán los frutos
del árbol de la
inmortalidad"[68].

2.4.1. Vida eterna para todos

Finalmente, ya en el Nuevo Testamento, la
atrevida y fantástica doctrina de la existencia de una
vida eterna es asumida de manera definitiva y en su
doble sentido: Vida eterna de felicidad para quienes creen en
Jesús como hijo de Dios y siguen sus preceptos, y vida
eterna de castigo en el Infierno para quienes no creen en
Jesús como Hijo de Dios o no cumplen sus
preceptos.

En efecto, en este sentido y en relación con el
futuro de quienes han vivido alejados de los preceptos divinos,
se dice en Mateo:

"Así será el fin del mundo: saldrán
los ángeles, y apartarán a los malos de entre los
justos, y los echarán al horno de fuego; allí
será el llanto y el crujir de
dientes"[69].

Sin embargo, tal como se verá a
continuación, el evangelio de Juan representa una
importante excepción en la que no sé si alguien ha
reparado, pues mientras de un modo claro y evidente defiende la
idea de la vida eterna en un sentido positivo para quienes hayan
creído en Jesús y hayan puesto en práctica
sus enseñanzas, sin embargo, de acuerdo con el punto de
vista de 2 Macabeos y de Eclesiástico,
no defiende la existencia de una vida eterna en el Infierno para
quienes no hayan creído o no hayan cumplido los preceptos
divinos, sino que en este último caso, aunque haya
algún pasaje algo ambiguo si se lo considera al margen de
los otros, juzga que el único castigo para los malvados
consistirá en su muerte definitiva, pues efectivamente
Juan el Anciano, autor de este evangelio, contrapone la vida
eterna de los creyentes con el perecer o con la "condena" de los
incrédulos, diciendo que "el que no cree en él, ya
está condenado", pero sin aclarar en ningún momento
en qué sentido utiliza el término traducido como
"condenado". Éste puede significar simplemente que no
recibirá la vida eterna, como sucede en los textos de
2 Macabeo y de Eclesiástico antes
citados, donde en diversas ocasiones se niega la vida eterna para
el malvado, consistiendo su castigo en morir para siempre, o en
que, aunque resucite, será para ser "condenado" al fuego
eterno del Infierno. Ahora bien, en el evangelio de Juan
nunca se menciona el Infierno
y en ocasiones se contrapone
la vida eterna a la muerte, pero no a una vida
igualmente eterna en el Infierno[70]Tal vez Juan
el Anciano comprendió que, si la bondad divina era
compatible con la gracia de una vida eterna y feliz, era
incompatible con la absurda idea de un castigo eterno que no iba
a ser de ninguna utilidad, salvo la de representar una
continuidad de la Ley del Talión, pero elevada a la
máxima potencia e incompatible por tanto con la supuesta
bondad infinita de Yahvé.

Veamos a continuación algunos pasajes que pueden
servir para confirmar el valor de lo que aquí se
comenta:

"…el Hijo del hombre tiene que ser levantado en
alto, para que todo el que crea en él tenga vida
eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna […] El que crea en
él no será condenado; por el contrario, el que no
cree en él, ya está
condenado"[71].

Como ya se ha comentado, aquí aparece el verbo
"perecer", que significa simplemente morir, pero también
aparece la palabra "condenado", que podría significar
"condenado a morir" o "condenado al Infierno"; sin embargo,
ninguna de ambas especificaciones aparecen en el
texto.

De nuevo en el texto siguiente aparece la palabra
"condenado", que no aclara a qué tipo de condena se
refiere: ¿Condenado a morir definitivamente?,
¿condenado al Infierno? Pero el Infierno no se nombra en
ningún momento en el evangelio de Juan, ni
siquiera para referirse a él como la morada del demonio.
Se dice en este pasaje:

"El que en él [= el Hijo] cree, no es condenado;
pero el que no cree, ya ha sido
condenado"[72].

En el pasaje siguiente se contrapone la vida
eterna
a su negación, es decir, a la muerte, al
decirse que "el que rehúsa creer en el Hijo no verá
la vida". El añadido "la ira de Dios está sobre
él" no tiene por qué significar otra cosa que la
referencia al motivo por el cual quien no cree "no verá la
vida", es decir, no gozará de la vida eterna:

"El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que
rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios está sobre
él"[73].

Puede observarse nuevamente en este pasaje el
antropomorfismo infantil que supone hablar de la "ira de
Dios", pues la inmutabilidad divina es incompatible con esos
cambios de humor que sufrimos los humanos. Y lo que ya es el
colmo del orgullo o de la ignorancia es suponer que esos
supuestos cambios pudieran estar provocados por la actitud o por
el comportamiento del hombre, como si un ser perfecto pudiera ser
afectado por lo que el simple ser humano hiciera o dejase de
hacer, por lo que el hombre creyera o dejara de creer. Es
evidente que el dios judeo-cristiano, por muy poderoso que nos lo
presenten, está muy lejos de la perfección del dios
aristotélico y más lejos todavía de un dios
que se identificase con la perfección absoluta, pues la
perfección de ese dios sería incompatible no
sólo con su relación con el hombre sino
también con el hecho de haber creado el Universo como si
le faltara algo o como si hubiera sentido el deseo –es
decir, cierta forma de necesidad- de crearlo, pues sólo se
desea aquello que el propio organismo necesita, pero un ser
perfecto no necesita nada y, por lo tanto, nada desea, y, si nada
desea, nada hace.

2.5. La vida eterna como premio

Los pasajes que a continuación se exponen tienen
el interés especial de referirse en exclusiva a
aquéllos a quienes Jesús concederá la vida
eterna por creer en él o por cumplir con sus preceptos,
mientras que nada dicen respecto a quien no crea o no cumpla
tales preceptos. Este hecho es muy significativo en el sentido de
que para el autor de este evangelio Dios premia a unos con la
vida eterna, mientras que a quienes no creen en Jesús o no
cumplen sus preceptos simplemente les deja que sucumban a la
muerte, que por sí misma es ya suficiente
condena:

a) "Y ésta es la voluntad del que me ha enviado:
Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida
eterna; y yo le resucitaré en el día
postrero"[74].

b) "El que cree en mí tiene vida
eterna"[75].

c) "Éste es el pan que desciende del cielo, para
que el que de él come, no
muera"[76].

d) "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo;
si alguno comiere de este pan, vivirá para
siempre"[77].

Los pasajes que siguen a continuación son
especialmente importantes en un sentido similar al de los
anteriores, pero son todavía más claros, pues en
ellos se contrapone de un modo explícito la vida
eterna
, con la que Dios premia a quien cree y sigue su
palabra, y la muerte eterna, que representa simplemente
la negación de la resurrección para la vida eterna
a aquellos que no han creído en Jesús o no han
cumplido sus preceptos:

a) "…el que guarda mi palabra, nunca
verá muerte
"[78].

b) "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás
"[79].

c) "Le dijo Jesús [a Marta]: Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque
esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree
en mí, no morirá
eternamente
"[80].

d) "Y todo aquel que vive y cree en mí, no
morirá eternamente
"[81].

En los dos pasajes que siguen a continuación se
habla de "condenación", de "resurrección de vida" y
de "resurrección de condenación", pero sigue sin
aclararse el sentido en que se emplea la palabra traducida como
"condenación", pues la "resu-rrección" hace
referencia al momento del "fin de los tiempos" en que todos
serán juzgados, para bien o para mal, para vida eterna o
para muerte eterna. Sin embargo, teniendo en cuanta la serie de
pasajes antes citada, en la que ni una sola vez se hace
referencia al Infierno, sería realmente aventurado suponer
que en estos momentos, cuando Jesús habla de "condena", se
esté refiriendo al Infierno y no simplemente a la muerte
definitiva, a que hacía referencia en los anteriores
pasajes, y con mayor motivo si se tiene en cuenta que a
continuación, en el siguiente texto a, se
establece un paralelismo entre el par de conceptos "vida eterna"
y "condenación", y el par "vida" y "muerte". Por otra
parte, el hecho de que en el texto b se hable de
"resurrección de condenación" no implica
necesariamente que se resucite para vivir eternamente condenado
al Infierno, sino que, desde el momento en que en diversas
ocasiones, como especialmente en el Apocalipsis, se ha
hablado de un "juicio universal" al final de los tiempos, para
que éste se produzca es necesario que todos resuciten,
aunque luego sólo los fieles a Jesús, reciban la
vida eterna, mientras que los "condenados" regresen al polvo del
que proceden, a la muerte eterna. De hecho, al final del texto
a se dice: "El que oye mi palabra, y cree al que me
envió […] ha pasado de muerte a vida", y un momento
antes se ha referido al tipo de vida que tendrá: "vida
eterna".

a) "El que oye mi palabra, y cree al que me
envió, tiene vida eterna; y no vendrá a
condenación, mas ha pasado de muerte a
vida"[82].

b) "…y los que hicieron lo bueno, saldrán
a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a
resurrección de
condenación"[83].

Finalmente en el pasaje siguiente se menciona la muerte
de modo explícito como castigo y destino de aquellos que
no crean que Jesús provenga del Cielo:

-"…si no creéis que yo soy de
arriba [del Cielo], en vuestros pecados
moriréis"[84].

En consecuencia, parece claro que Juan el Anciano no
habla en ningún caso del Infierno –al que sí
hacen referencia los otros evangelios en múltiples
ocasiones-, sino sólo de la "muerte eterna" como castigo
divino para quienes no han creído en
Jesús.

Resulta digno de destacar que sea éste el
único evangelio que no mencione el Infierno, a pesar de
ser el más tardío de los cuatro evangelios
canónicos, escrito hacia el año cien. Parece que la
formación de Juan el Anciano en la cultura griega pudo ser
determinante de esta diferencia de enfoque con respecto al de los
demás evangelistas, al margen de que tuviera la prudencia
de no decir de manera expresa nada en contra de la existencia de
ese castigo eterno manteniendo cierta ambigüedad en sus
escritos.

2.6. Resurrección y vida
eternai

La idea de la resurrección y con ella la de la
bienaventuranza eterna o la del castigo eterno del Infierno se
generalizan a partir del Nuevo Testamento, y son las que
han prevalecido en el cristianismo, a pesar de que, en
teoría, tanto esta doctrina como la de que la muerte
terrenal es una muerte definitiva, a pesar de ser contradictorias
entre sí, aparecen ambas en la Biblia.

Como se ha podido ver, la doctrina de la
bienaventuranza eterna no era algo totalmente nuevo,
surgido a partir del Nuevo Testamento, pues, a pesar de
que la doctrina dominante en el Antiguo Testamento era
la de que la muerte representaba el regreso del hombre al polvo
del que procedía y, por ello mismo, el fin absoluto de su
limitada vida, ya en varios libros de esta parte de la
Biblia algunos autores tuvieron la audacia de comenzar a
defender la existencia de una vida eterna, tal como
sucede en algún pasaje de Isaías, de
Daniel o de 2 Macabeos. Hay que señalar
además la existencia de una diferencia entre estos pasajes
del Antiguo Testamento y los del nuevo, diferencia
consistente en que mientras en los primeros –al menos en
Daniel- se habla de castigo eterno sin
especificar de qué tipo de castigo se trata, en el
Nuevo Testamento, alcanzando la fantasía
terrorífica de los escritores bíblicos su
máximo nivel de audacia, se especifica ya claramente que
ese castigo consistirá en el fuego
eterno.

Así, se dice en
Isaías:

"Pero revivirán tus muertos, los cadáveres
se levantarán, se despertarán jubilosos los
habitantes del polvo, pues rocío de luz es tu
rocío, y los muertos resurgirán de la
tierra"[85];

igualmente se dice en Daniel:

"Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se
despertarán, unos para la vida eterna, otros para la
vergüenza, para el castigo
eterno"[86];

y, del mismo modo, se dice en 2
Macabeos:

– "[Judas Macabeo] actuó recta y noblemente,
pensando en la resurrección. Pues si él no hubiera
creído que los muertos habían de resucitar,
habría sido ridículo y superfluo rezar por
ellos"[87].

Sin embargo, es en el Nuevo Testamento donde la
creencia en la resurrección y en la vida eterna, para bien
o para mal, se presenta de un modo ya generalizado, tanto en los
evangelios como en el conjunto de sus libros en general, tan
esenciales para la fijación de la dogmática del
cristianismo.

Dicha vida eterna aparece ya claramente asociada o bien
con la idea de la bienaventuranza eterna, que viene
generalmente relacionada con la fe en Jesús como Hijo de
Dios así como también con las acciones del hombre,
aunque valoradas por algunos autores importantes, como Pablo de
Tarso o como Martín Lutero, de modo secundario, o bien con
la eterna condenación en el Infierno, defendida
ya definitivamente en el Nuevo Testamento, y defendida
igualmente como dogma de fe por la secta católica, con la
probable excepción ya mencionada del evangelio de
Juan, donde se defiende la bienaventuranza eterna para
quienes creen en Jesús y la condena a la muerte
eterna
para quienes no hayan creído.

A continuación se muestran algunos pasajes del
Nuevo Testamento en los que se habla de la
condenación eterna[88]

– "Te conviene más perder uno de tus miembros que
ser echado todo entero al fuego
eterno"[89].

– "Así será el fin del mundo.
Saldrán los ángeles a separar a los malos de los
buenos, y los echarán al horno del fuego; allí
llorarán y les rechinarán los
dientes"[90].

– "Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios
que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde
[…] el fuego no se
extingue"[91].

– "Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas,
levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán
y a Lazaro en su seno. Y gritó "Padre Abrahán, ten
piedad de mí y envía a Lázaro para que moje
en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no
soporto estas llamas". Abrahán respondió:
"Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y
Lázaro, en cambio, males. Ahora él está
aquí consolado mientras tú estás aquí
atormentado […]"[92].

– "Apartaos de mí, id al fuego eterno, preparado
para el diablo y sus
ángeles"[93].

– "En cuanto a los cobardes, los incrédulos, los
depravados, los criminales, los lujuriosos, los hechiceros, los
idólatras y los embusteros todos, están destinados
al lago ardiente de fuego y azufre, que es la segunda
muerte"[94].

Igualmente y por lo que se refiere a la bienaventuranza
eterna, existe una referencia a ella en algunos pasajes del
Antiguo Testamento, pero es especialmente su
afirmación inequívoca en el Nuevo
testamento
lo que determinará que dicha doctrina
quede fijada como uno de los dogmas centrales del cristianismo.
Veamos algunos ejemplos:

– "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión
del reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me
disteis de beber […]"[95]

-"Jesús le dijo:

-Te aseguro que hoy estarás conmigo en el
paraíso"[96].

-"el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto,
para que todo el que crea en él tenga la vida
eterna"[97].

-"si proclamas con tu boca que Jesús es el
Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha
resucitado de entre los muertos, te
salvarás"[98].

-"Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la
ley, sino a través de la fe en
Jesucristo"[99].

-"Quien alcance la salvación por la fe, ese
vivirá"[100].

-"el hombre alcanza la salvación por la fe y no
por el cumplimiento de la ley"[101].

-"Y si por el delito de uno solo la muerte
inauguró su reinado universal, mucho más por obra
de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que
acogen la sobreabundancia de la gracia y del don de la
salvación"[102].

Con la introducción de las ideas
fantásticas de la eterna salvación y de la eterna
condenación el cristianismo alcanzó los
máximos extremos de osadía en su búsqueda de
doctrinas sugerentes para realizar su acción de
proselitismo entre los israelitas y, sobre todo, entre los
gentiles, donde el cristianismo, apoyándose en la
esperanza de la bienaventuranza eterna y en el temor al castigo
eterno del Infierno, se abrió camino en poco tiempo hasta
llegar a convertirse, a finales del siglo IV, en la
religión oficial del imperio romano.

 

 

Autor:

Antonio García
Ninet

Doctor en Filosofía

 

[1] Pues, aunque sólo he manejado dos
traducciones de ellos, dichas traducciones han sido aprobadas
por la propia secta católica a través de la
autodenominada “Conferencia Episcopal
Española”.

[2] Génesis, 3:23-24.

[3] 1 Reyes, 14.

[4] Deuteronomio, 8:1.

[5] Génesis, 26:2-4.

[6] Génesis, 28:14.

[7] 2 Samuel, 7:12:

[8] Salmos, 115, 14-17.

[9] Jeremías, 33, 22.

[10] Deuteronomio, 6:18-19.

[11] Salmos, 37:9.

[12] Salmos, 37:22.

[13] Génesis, 3:19.

[14] Salmos, 90:3.

[15] Job, 10:9.

[16] Job, 17:13.

[17] Job, 17:16.

[18] Eclesiástico, 17:1. La cursiva es
mía.

[19] Eclesiástico, 17:28. La cursiva
es mía.

[20] Eclesiástico, 38:21-22. La
cursiva es mía.

[21] Eclesiástico, 40:11. La cursiva
es mía.

[22] Eclesiástico, 41:3-4. La cursiva
es mía.

[23] Job, 14:12

[24] Job, 21:13.

[25] Génesis, 1:8-9.

[26] Génesis, 26:2-4.

[27] Génesis, 28: 14.

[28] 2 Samuel, 14:14:

[29] 1 Crónicas, 27:15.

[30] 2 Reyes, 20:1. Yahvé se refiere
aquí a la ciudad de Jerusalén. La cursiva es
mía.

[31] Salmos, 39:14.

[32] Salmos, 90:10.

[33] Salmos, 103:14-15.

[34] Salmos, 144:4.

[35] Isaías, 2:22.

[36] Job, 7:16.

[37] B. Pascal: Pensamientos.

[38] Job, 10:7-9.

[39] Job, 10:20-22.

[40] Job, 14:5-6.

[41] Job, 14:10.

[42] La cursiva es mía.

[43] Eclesiástico, 18:9-12. La cursiva
es mía.

[44] Salmos, 39:14.

[45] Salmos, 116:15.

[46] Isaías, 2:22.

[47] Ezequiel, 31:14.

[48] Job, 7:9.

[49] Job, 17:15-16.

[50] Ezequiel, 26:19.

[51] Job, 7:9.

[52] Job, 21:23-25.

[53] Eclesiástico, 37:25.

[54] Salmos, 30:10.

[55] Salmos, 39:6-7.

[56] Job, 7:9.

[57] Eclesiastés, 2:16.

[58] Eclesiastés, 2:13-16.

[59] Eclesiastés, 3:19-20.

[60] Eclesiastés, 6:12.

[61] Eclesiastés, 11:8.

[62] Eclesiastés, 9:10.

[63] Eclesiástico, 14:16.

[64] Eclesiástico 31:27-28.

[65] Eclesiastés, 8:15.

[66] Daniel, 12:2. La cursiva es mía.
Lo que en este texto desconcierta es el pronombre
“muchos”, que designa a una parte importante del
pueblo de Israel -o incluso de la humanidad-, pero excluye a
otra sin explicar el motivo de tal exclusión, que parece
relacionado con la inseguridad del autor acerca del valor de
sus propias palabras.

[67] 2 Macabeos, 7:9.

[68] Eclesiástico, 19:19.

[69] Mateo. 13, 49-50.

[70] Por lo que se refiere a la
cuestión relacionada con la existencia de supues-tos
endemoniados y a Jesús expulsando tales demonios,
relatos que tantas veces aparecen en los otros evangelios, en
el evangelio de Juan sólo aparece una vez de manera
imprecisa en referencia a Judas, de quien el mismo Jesús
dice que es diablo (Juan, 6:70); también se nombra al
demonio en alguna ocasión (por ejemplo, en Juan, 8:44 y
en 17:15), y en otras los enemigos de Jesús llegan a
decir de él que está “poseído por un
espíritu malo” (Juan, 10:20).

[71] Juan, 3:14-15.

[72] Juan, 3:18. Traducción de
Reina-Valera (1960). La cursiva es mía.

[73] Juan, 3:36. La referencia a la ira de
Dios es un caso más de antropomorfismo, pues la idea de
que todo un Dios perfecto pueda tener sentimientos negativos
que además puedan depender y estar subordiandos a algo
humano, como el creer o no creer en él, implica una
visión muy limitada e imperfecta de ese Dios y, desde
luego, es incompatible con su hipotética omnipotencia e
inmutabilidad.

[74] Juan, 6:40.

[75] Juan, 6:47

[76] Juan, 6:50.

[77] Juan, 6:51.

[78] Juan, 8:51. La cursiva es
mía.

[79] Juan, 10:27-28. La cursiva es
mía.

[80] Juan, 11:25-26. Cuando aquí se
dice que quien cree en Jesús “no morirá
eternamente” se está diciendo de manera
implícita que el castigo de quien no cree
consistirá en que sí morirá eternamente.
La cursiva es mía.

[81] Juan, 11:26. La cursiva es
mía.

[82] Juan, 5:24.

[83] Juan, 5:29.

[84] Juan, 8:24. La cursiva es mía.
Puede observarse cómo en este pasaje, al igual que en
muchos otros, la salvación queda supeditada a la fe en
Jesús.

[85] Isaías, 26:19.

[86] Daniel, 12:2. Como ya se ha comentado en
páginas anteriores a propósito de esta misma
cita, lo que en este texto desconcierta es el pronombre
“muchos”, que designa a una parte importante del
pueblo de Israel o incluso de la humanidad, pero excluye a una
parte –ya que “muchos” no es
“todos”- sin explicar el motivo de esta
exclusión.

[87] 2 Macabeos, 12:43-44.

[88] Un estudio más amplio de esta
cuestión aparece en el capítulo correspondiente
de este mismo libro.

[89] Mateo, 5:29.

[90] Mateo, 12:49-50.

[91] Marcos, 9:47.

[92] Lucas, 16:23-25. Como en muchas otras
ocasiones el autor de este evangelio habla de toda una serie de
“sucesos” (?) como si hubiera sido testigo
presencial de ellos, a pesar de que, dado el carácter de
tales sucesos, tal presencia era realmente imposible.

[93] Mateo, 25:41.

[94] Apocalipis, 21:8.

[95] Mateo, 25:34-35.

[96] Lucas, 23:43.

[97] Juan, 3:14-15.

[98] Romanos, 10: 9.

[99] Gálatas, 2: 16.

[100] Romanos, 1: 17.

[101] Romanos, 3: 28.

[102] Romanos, 5: 17.

Partes: 1, 2
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