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Aprehensión hermenéutica de la identidad



    Aprehensión hermenéutica
    de la identidad

    "La memoria es la dueña del tiempo -refrán
    yoruba que destaca Barnet-(…) Hay una amnesia colectiva del
    capitalismo, y el antídoto para rescatar ese gran tesoro
    es la memoria, de ahí la importancia de la identidad
    nacional" (Barnet, M. Memoria dueña del tiempo. Clausura
    del Consejo Nacional de la UNEAC, Periódico Granma, 27 de
    Febrero/2001, p. 7.)

    "¿Qué es la tradición?" -Pregunta
    M. Vitier, sin intentar hacer definiciones completas que tanto
    rehúye por ineficaces- Por lo pronto, muchos la entienden
    mal. No es compromiso total con el pasado para repetir y
    perpetuar los criterios de antaño. Amar la
    tradición no implica adherirse sistemáticamente a
    las normas de períodos que tuvieron sus problemas muy
    diferentes de los nuestros. Significa sentir la continuidad de
    las altas aspiraciones humanas y reconocer que ya antes que
    nosotros hubo quienes se preocuparon por elevar la
    condición del país. Significa sentirnos ligados en
    el tiempo y en el propósito a una obra de salvación
    nacional, aunque con medios distintos, y significa, en fin, un
    tributo moral a la virtud de los antepasados" (Vitier, M.
    Valoraciones I. Universidad Central de Las Villas, 1960, p.
    246).

    Una aprehensión hermenéutica de la
    identidad, en tanto fenómeno cultural y complejo, no puede
    perder de vista las diversas relaciones textuales en que deviene.
    Por eso, al asumirla, es necesario poner en acción la
    sutileza como método aprehensivo- interpretativo, en el
    propio acto hermenéutico. Se trata de un texto, cuyas
    significaciones están mediadas por disímiles
    preconceptos, creencias, prejuicios, tradiciones, en fin
    expresiones histórico – culturales, que en última
    instancia, determinan la interpretación.

    Por eso, se requiere de una hermenéutica que no
    pierda de vista el fundamento histórico –
    ontológico, la historia, la tradición, es decir, su
    referente ontológico.

    Dice Gadamer: "Escuchar la tradición y permanecer
    en la tradición es sin duda el camino de la verdad que es
    preciso encontrar en las ciencias del espíritu. Aun la
    crítica a la tradición que hacemos como
    historiadores sirve en definitiva al objetivo de adherirse a la
    auténtica tradición en la que permanecemos. El
    condicionamiento no es, pues, una tara del conocimiento
    histórico, sino un momento de la verdad misma. Debe
    tenerse en cuenta incluso cuando no se está conforme con
    él. Lo "científico' es aquí justamente
    destruir la verdad de una quimera de una verdad desligada del
    punto de vista del sujeto cognoscente. Es el signo de nuestra
    finitud, que conviene no olvidar para tener a raya la
    ilusión. La creencia ingenua en la objetividad del
    método histórico fue una ilusión. Pero lo
    que viene a sustituirlo no es un insulso relativismo. No es
    arbitrario no caprichoso algo que somos nosotros mismos y podemos
    escuchar del pasado"[1]

    Una hermenéutica analógica resulta
    imprescindible para penetrar en la identidad, en tanto tal, pues
    tal y como señala Mauricio Beuchot "(…) el
    interpretar, en las ciencias humanas, puede definirse como
    reintegrar un texto humanístico a su contexto vivo.
    Reintegrar significa aquí no tanto integrar, que eso suena
    algo impositivo, sino ayudar al texto a cobrar al menos en parte
    el sentido inicial que tuvo, por medio de la recuperación
    parcial también de la intencionalidad del autor. Hay una
    especie de lucha entre el autor y el lector en la arena del
    texto. Algunos humanistas creen que necesariamente ganará
    el lector, y que siempre la interpretación será
    subjetiva. Hay otros que se empeñan en darle el triunfo al
    autor y esperan que la interpretación sea objetiva. Pero
    yo prefiero pensar que más bien hay un entrecruce entre lo
    objetivo y lo subjetivo. No se puede alcanzar la plena
    objetividad, pero tampoco tenemos que renunciar a ella y
    abandonarnos al subjetivismo. Hay lo que yo llamo una
    interpretación limítrofe, que reúne en una
    línea lo subjetivo y lo objetivo, y que, aun aceptando la
    intromisión de la subjetividad, nos deja la suficiente
    objetividad para que podamos decir que no traicionamos al autor
    cuyo texto estamos interpretando. No creo que sea válido
    el escepticismo de algunos que ya no aceptan nada como objetivo,
    y hacen toda interpretación completamente relativa a la
    subjetividad del intérprete. Hay que luchar por la
    objetividad para la hermenéutica, a pesar de que haya que
    reconocer la injerencia de la subjetividad. Ciertamente no se
    puede obtener una lectura de un texto completamente
    unívoca y como una copia de la que originalmente quiso el
    autor; pero ello no autoriza para caer en una lectura
    completamente equívoca y desdibujada. Algo se puede
    alcanzar, a saber, una lectura intermedia, que no carezca de
    objetividad, pero que tampoco tenga pretensiones desmedidas.
    Ahora que muchos, en las ciencias humanas, renuncian a la
    objetividad y se entregan a la lectura subjetiva, desentendida y
    despreocupada, yo quisiera defender aún la objetividad,
    aunque sea de una manera moderada. Una defensa módica pero
    suficiente"[2], sobre la base de una
    hermenéutica analógica que no pierda de vista los
    referentes ontológicos de los textos.

    Pasemos a analizar algunas lecturas de la identidad en
    su devenir histórico.

    La primera definición corresponde a
    Aristóteles, para el cual "en sentido esencial, las cosas
    son idénticas del mismo modo en que son unidad, ya que son
    idénticas cuando es una sola su materia (en espacio o en
    número) o cuando su sustancia es una. Es, por lo tanto
    evidente que la identidad de cualquier modo es una unidad, ya sea
    que la unidad se refiera a pluralidad de cosas, ya sea que se
    refiera a una única cosa, considerada como dos, como
    resulta cuando se dice que la cosa es idéntica a si
    misma".6

    En Aristóteles la identidad esencial presupone la
    unidad de la sustancia o su definición en tanto
    tal.

    La segunda definición encuentra su
    determinación en Leibniz, el cual la aproxima al concepto
    de igualdad, es decir, la identidad entre las cosas está
    dada en el hecho que pueden sustituirse unas por otras. Esta
    concepción la continúa Wolff, en el sentido de que
    son idénticas las cosas que pueden sustituirse una a la
    otra, permaneciendo a salvo cualquiera de sus
    predicados.7

    Esta concepción ha sido asumida en general por la
    lógica contemporánea.

    En la tercera concepción de la identidad, se
    parte del criterio de convencionalidad. "Según esta
    concepción no se puede afirmar de una vez por todas el
    significado de la identidad o el criterio para reconocerla, pero
    se puede, en el ámbito de un determinado sistema
    lingüístico, determinar de modo convencional, pero
    apropiado, tal criterio (…) Desde el punto de vista de esta
    concepción, lo importante es declarar, cuando se habla de
    identidad, el criterio que se adopta o al que se hace
    referencia."8

    Sin embargo, la concepción de la identidad como
    unidad de la sustancia, expuesta por Aristóteles, es
    continuada por Hegel y desarrollada hasta presentar la esencia
    como identidad consigo mismo, y la identidad como coincidencia o
    unidad de la esencia consigo misma. Pero una identidad que
    presupone la diferencia en tanto le es intrínseca a ella
    misma en su mediación.

    Para Hegel la identidad sólo puede definirse por
    oposición a la diferencia y viceversa, por lo cual resulta
    unilateral y abstracto presentarlas como antítesis
    absolutas o en relación antitética. "Y más
    aún si se considera que todo lo que existe muestra en
    él mismo que en su igualdad consigo es desigual y
    contradictorio y que a pesar de su diferencia y
    contradicción es idéntico consigo mismo… al
    contrario, aquella identidad que debería estar fuera de la
    diferencia y aquella diferencia, que debería estar fuera
    de la identidad, son producto de la reflexión
    extrínseca y de la abstracción…"9 En fin de
    cuentas Hegel opone a la concepción de la identidad
    abstracta y unilateral su intelección de la identidad
    concreta, en tanto unidad de la identidad y la diferencia. De lo
    contrario la esencia, la realidad, carecería de
    fundamento. La realidad en su esencialidad incluye la semejanza,
    la diferencia y su devenir recíproco, como
    transición de una determinación a otra.

    Esta concepción que Hegel desarrolla en la
    Ciencia de la Lógica y la Enciclopedia es asumida y
    desarrollada por Marx, Engels y Lenin.

    En los Cuadernos filosóficos, Lenin dedica una
    gran parte de sus reflexiones al problema de la identidad,
    destacando la existencia en ella de la diferencia y la
    contradicción,10 como momentos intrínsecos a su
    devenir real y concreto.

    La realidad, en su naturaleza sistémica, en su
    esencialidad en despliegue no es estática. Es una
    totalidad mediada por múltiples transiciones,
    determinaciones y conexiones recíprocas que llevan a cada
    momento a su contrario dentro del todo y respecto de él.
    Presentar la identidad pura es abstraerse del devenir y de la
    vitalidad real en que opera el proceso. Por eso, "la
    manifestación singular no puede existir más que
    dentro de la conexión universal de la totalidad, y de que
    ella alcanza su función, su sentido y su ser, y se vuelve
    concreta, únicamente por medio de su inclusión
    dentro del proceso de la totalidad".11

    Concebir la identidad pura, absoluta, fuera de la
    totalidad y del contexto en que transcurre un fenómeno o
    proceso conduce inexorablemente al error. No es posible poner la
    realidad, tanto lo material como lo pensado entre
    paréntesis, y olvidar las conexiones reales en que deviene
    el todo y sus vínculos y transiciones recíprocas.
    Lo idéntico, es único, existe porque existe lo
    diferente, lo diverso. Se trata de la realidad, y ella opera como
    esencia contradictoria que presupone en su interior tendencias
    contrarias. "Contradiciendo a la identidad rígida, la
    ciencia ha llegado a determinar que todo proceso del Universo se
    encuentra en constante transformación y que, por lo tanto,
    constituye un conflicto entre lo que ya ha sido y aquello que
    llegará a ser. Toda manifestación, -continúa
    Eli de Gortari- corresponde, entonces, a una unificación
    transitoria entre opuestos; y, en primer término, a la
    identidad ya lograda con la diversidad en que se está
    convirtiendo."12

    Lo único, lo diverso, son dos polos de una misma
    unidad que los presupone en movimiento y síntesis: Operar
    con términos lógicos formales, perdería de
    vista que "la diversidad que se acusa en la identidad es, por
    sí misma, la falta de identidad, es decir, la desigualdad.
    Entonces, -enfatiza el filósofo mexicano- junto con el
    principio de identidad es indispensable considerar el principio
    de diversidad".13

    La identidad, tanto en su expresión
    filosófica general, como en sus determinaciones, cuyos
    fenómenos abarcados sean más restringidos, requiere
    ser considerada en su dinámica real y contradictoria. En
    su expresión sociofilosófica y culturaL, cuando se
    refiere a procesos sociales, resulta necesario abordar la
    identidad en los marcos de la dialéctica de lo general, lo
    particular y lo singular. De lo contrario el análisis
    pierde sustantividad y no reproduce objetivamente el
    fenómeno o proceso en su devenir real.

    Es necesario pensar el problema de la identidad a partir
    de una concepción sistémica que reproduzca lo
    más aproximadamente posible la realidad en su
    dinámica contextual, espacial y temporal. Pensar la
    realidad social, y más aún cuando indagamos en
    torno a problemas formacionales, ya sea el surgimiento de la
    nacionalidad, la nación y su contenido cultural, requiere
    de un enfoque que incluya las transiciones y condicionamientos en
    que transcurre el fenómeno o proceso, lo que equivale a
    revelar su movimiento real. Esto encuentra nacionalidad
    conceptual si se comprende lo general…"como una ley o principio
    de concatenación…"14 como "el vínculo regular de
    dos (o más) individuos singulares, que los transforma en
    momentos de una misma unidad real concreta. Y esta unidad es
    mucho más razonable presentarla como una totalidad de
    momentos singulares distintos, que en forma de una multitud
    indeterminada de unidades indiferentes una con
    otra".15

    Esta perspectiva de análisis permite asumir la
    historia y la cultura de modo concreto, así como explicar
    con sólidos fundamentos la identidad nacional en su
    dinámica específica, sobre la base de la
    dialéctica de lo general y lo singular en sus formas
    originarias y en su proceso de desarrollo y enriquecimiento de la
    cultura.

    En los últimos tiempos, la categoría
    identidad en su connotación sociofilosófica y
    cultural, como identidad nacional ha adquirido gran importancia.
    Constantemente aparecen artículos especializados, donde de
    una forma u otra se aborda. En algunos casos se vincula con la
    cultura, en otros con la conciencia nacional o algún
    aspecto relacionado con la nación, su existencia y el modo
    como se piensa su ser esencial.16 En algunas ocasiones se define
    el concepto y se determina su expresión real. Es
    característico encontrar una absolutización tal de
    lo común en la identidad, que no deja lugar a lo diverso,
    presentándose su devenir de modo lineal y abstracto, al
    margen del proceso vital mismo. Se encuentra también una
    ponderación excesiva de lo singular y autóctono,
    como si pudiera existir y desarrollarse al margen de lo
    general.

    Naturalmente, dilucidar este problema no constituye una
    empresa fácil. Es tan complejo como la cultura misma, en
    tanto resultado de la actividad humana.

    Para otros autores, la categoría identidad
    resulta errática, confusa y presta a instrumentaciones
    ideológicas,17 independientemente que se asuma, buscando
    lo común en lo diverso.

    Algunos, incluso, absolutizan tanto las posibilidades de
    "manipulación ideológica de su entidad conceptual,
    que la definen como doctrina nacionalista.18 Pero, sin revelar la
    esencia de la categoría identidad nacional, y al margen de
    un contexto histórico-concreto, ya de antemano se vicia el
    análisis y hace estériles las posibilidades
    teórico-metodológicas de dicho concepto. El
    nacionalismo extremo no es un fenómeno inmanente a la
    identidad nacional y a su conciencia histórica. Revelar
    sus causas presupone un análisis concreto, de una realidad
    concreta, que incluye las fuerzas sociales que actúan en
    el escenario político, así como los intereses y
    aspiraciones que puedan condicionar o no la manipulación
    ideológica de la identidad nacional.

    Sin embargo, existen otros autores que reconocen el
    valor teórico-metodológico y práctico de
    esta categoría, para abordar la realidad nacional.
    Según Saúl Rivas: "La identidad alude la
    especificidad sociocultural e histórica de cada pueblo, en
    un constante proceso de endoculturación y de
    interculturación. La identidad -continúa Rivas-
    como todo concepto histórico ofrece posibilidades y
    limitaciones; no es omniabarcante, ni está basado en un
    fundamento expansivo…"19 El autor destaca la importancia del
    concepto para la convivencia y la liberación y define el
    chauvinismo y la xenofobia como caricaturización de la
    identidad, o expresiones que guardan una relación de
    antítesis.

    Para el autor, a pesar de que diferencia los conceptos
    identidad nacional y cultural, considera que no hay identidad
    nacional sin identidad cultural.20 Vincula correctamente la
    identidad al agente histórico, pues "de nada vale una
    identidad si el pueblo que la tiene no es el sujeto
    histórico de su gestión y
    autodeterminación".21

    En la propia obra, Esteban E. Mosonyi, al abordar la
    dialéctica de la identidad nacional, lo define como "…el
    conjunto dialéctico de especificidades, tanto objetivas
    como subjetivas, actuantes dentro de una sociedad, por
    pequeña que ella sea y por menores que sean sus
    diferencias aparentes respecto de otras
    colectividades".22

    En sus determinaciones conceptuales, al asumir la
    dialéctica de la identidad nacional el autor trata de
    vincular estrechamente los aspectos objetivos y subjetivos de
    dicha entidad, así como aclarar y perfilar algunos
    problemas de enfoques:

    1. Es falso que un pueblo -refiere a Venezuela– carezca
    de identidad.

    2. Es falso que al hablar de identidad e
    identificación nos remita a la noción de lo
    uniforme y de lo inmutable.

    3. La identidad nacional no tiene por qué
    privilegiar a cualquiera de sus componentes
    étnicos.

    4. Pese a la importancia extraordinaria del mestizaje,
    la identidad nacional no se agota en ese proceso.

    5. Es falso e inoperante situar la identidad nacional en
    el plano del presente con prescindencia del pasado.

    6. Es incierto que la afirmación de la identidad
    constituya, de por sí un planteamiento patriotero o
    chauvinista.

    7. No es verdad que la identidad nacional sea un
    concepto políticamente limitante. Por el contrario,
    asumirla plenamente es una exigencia impostergable de nuestro
    porvenir como pueblo.23

    El tratamiento y enfoque del problema de la identidad
    nacional por este autor venezolano, pone de manifiesto la
    existencia de un estudio sistematizado, sobre tan importante
    objeto, a partir de una visión pancrónica, pues
    diacronía y sincronía no son planos separados, sino
    caras distintas de una misma totalidad
    dialéctica.24

    La asunción de la identidad nacional en todas sus
    facetas y determinaciones, pone de manifiesto la riqueza que
    encierra dicha categoría filosófico-cultural,
    así como las posibilidades
    teórico-metodológicas para explicar con fundamentos
    sólidos la existencia de nuestros pueblos 25 y proyectar
    su ser existencial hacia la búsqueda de todo lo que nos
    une a lo latinoamericano, así como rechazar con fuerza
    todo lo que nos divide y aliena frente al enemigo común,
    pues, "La capacidad latinoamericana y de cada uno de sus pueblos
    para determinar su propio destino depende de su identidad, es
    decir, de la comprensión de las tres dimensiones de
    nuestro ser concreto dentro del continuo:
    pasado-presente-porvenir. La identidad es lo que confiere al
    cambio la esencia de continuidad, autodeterminación y
    razón del sujeto, mientras el cambio le permite a ello la
    permanencia de su esencia".26

    Ahora bien, una visión de la identidad, donde se
    vea lo diverso en la unidad y la unidad en la diversidad, o donde
    se unifique lo diverso y se diversifique lo único, sobre
    la base del diálogo, la comprensión y la
    tolerancia. El diálogo cultural se impone por necesidad,
    en un mundo donde la globalización neoliberal trata por
    todos los medios de desarraigarnos e incomunicarnos.

     

     

    Autor:

    Dr. Sc. Rigoberto Pupo
    Pupo.

     

    [1] H.-G. Gadamer. “La verdad en las
    ciencias del espíritu (1953)”, en el mismo, Verdad
    y método II , Salamanca: Sígueme, 1992, p. 46.
    Gadamer llega a decir que las ciencias humanas y las ciencias
    naturales reducen con la técnica su separación y
    diferencia; cf. el mismo, “Sobre la transformación
    de las ciencias humanas (1985)”, en el mismo, El giro
    hermenéutico , Madrid, Cátedra, 1998, pp.
    128-129.

    [2] . Beuchot, M. Perfiles de la
    hermenéutica. En: Mauricio Beuchot. Tratado de
    hermenéutica analógica, México: UNAM,
    1997, pp. 4- 5.

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