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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15

A continuación se presenta una selección
de "Lecturas recomendadas" de prestigiosos
académicos "nobelados" y, algún que otro
"novelero", que opinan sobre el desempleo, la distribución
de la renta, la desigualdad en la crisis, la disparidad de
oportunidades, el avance del malestar, los juegos del hambre y el
nuevo mapa de la pobreza.

Anexo: "Lecturas recomendadas" (la opinión de
los que saben, o eso se supone)

– La peor década económica de Estados
Unidos está a punto de comenzar (El Economista –
5/1/11)

Muchos han escrito que los diez
últimos años que hemos dejado atrás han
supuesto la década perdida para la economía de
Estados Unidos. Cambiábamos de siglo con la
explosión de la burbuja tecnológica y
despedíamos 2010 todavía recuperándonos de
la peor recesión desde los años 30. A día de
hoy, con aires renovados, cierto optimismo comienza a aflorar
entre inversores y economistas sin embargo, para otros, lo peor
todavía está por llegar.

A modo irónico, Paul B. Farrell, columnista de
MarketWatch viajaba al futuro y se situaba en 2020 para hacer
balance de los próximos diez años que nos esperan,
basando sus cábalas en posibles predicciones que desde ya
mismo circulan en la trastienda del sector financiero
norteamericano. Un cúmulo de acontecimientos que
desatará nuevas crisis y pondrá de nuevo al
capitalismo al borde del abismo.

Según cita el profesor de Economía de
Columbia, Robert Lieberman, en el Foreign Affairs Journal, "la
economía de EEUU comienza a mostrar grietas que presagian
su ruptura". "El desempleo se sitúa casi al 10%, su mayor
nivel en 30 años, mientras que los ingresos sólo
aumentan para la clase adinerada y se estanca para la clase
trabajadora", añade.

Bajo estas circunstancias, Farrell señala que
comenzamos la nueva década como antes del descalabro de
2008: liderados de nuevo por Wall Street, la euforia alcista y
sin pensar a largo plazo. No hay que olvidar que el sector
financiero perdió en la primera década del siglo
XXI cerca del 20% de los ahorros de los estadounidenses, por lo
que esta misma historia corre el riesgo de repetirse.

¿Tropezaremos dos veces sobre la misma
piedra?

Pero, ¿cómo llegaremos de nuevo a repetir
de nuevo los errores y acabar peor de lo que estábamos?
Farrell resume año por año lo que podría
desencadenar una nueva hecatombe para la primera economía
del mundo. Realidad o ficción, el desenlace no es nada
optimista.

2011: Wall Street invierte miles de
millones de dólares para controlar Washington

Con un nuevo Congreso republicano y el Supremo revocando
la ley que obligaba a las empresas a dar conocimiento de
cuánto dinero invertían en campañas
electorales, la astucia de los lobbistas financieros
volverá a imponerse en el Capitolio, controlando
así en cierta forma las decisiones que los legisladores
lleven o no a cabo.

2012: Las clases adineradas se hacen con
el poder político de EEUU

Debido a la labor de los lobbys, las rentas más
altas se hacen con el control a través de sus donaciones
políticas tanto de la presidencia, el Congreso, el
Senado… Volvemos a la era de Reagan donde el dinero y el poder
van íntimamente relacionados. Las elecciones
presidenciales cobran un segundo plano, al fin y al cabo el
presidente es una mera marioneta de las rentas altas.

2013: La III Guerra Mundial: la batalla
de las commodities

No, la III Guerra Mundial no será un conflicto
geopolítico. Vendrá determinado por los cambios
climáticos, su impacto en la agricultura y, por supuesto,
el aumento de la inflación en productos alimenticios y
agrícolas. Esta situación desatará tensiones
mundiales.

2014: La burbuja del crecimiento mundial
se dispara

La población mundial se dispara creciendo a un
ritmo de más de 100 millones de personas al año,
algo que la clase alta aprovecha para enriquecerse a
través de la globalización. Sin embargo, un aumento
desmesurado de la población también implica un
reparto limitado de recursos, que puede ligarse al aumento del
precio de las commodities… una bomba de
relojería.

2015: El imperio de EEUU comienza su
decadencia

Como ya predijo el historiador Kevin Phillips, las
grandes naciones se vuelven arrogantes en el punto álgido
de su poderío económico. A estas alturas, EEUU
comienza su decadencia, ha desperdiciado recursos, cuenta con una
gran deuda y ha quemado sus últimas balas de influencia
internacional.

2016: Wall Street se autodestruye y un
efecto dominó destruye al sector financiero

Como ya apuntaba el economista Robert Schiller en su
libro "Irrational Exhuberance", el excesivo optimismo financiero
desata una nueva depresión y una nueva tormenta
financiera. Por su parte, el economista Niall Ferguson apunta que
quizás la próxima ralentización ocurra de
forma repentina, sin ser esperada y desate el colapso
financiero.

2017: La revolución de la clase
media: Buffett y los multimillonarios pierden la
batalla

Warren Buffett ya lo veía venir. Finalmente la
clase media y obrera desata una guerra de clases contra los
multimillonarios y la economía de EEUU se
colapsa.

2018: El capitalismo colapsa,
adiós a las clases adineradas

La bautizada como "Crisis de 2018" desata una nueva
revolución cultural. Una llamada de atención a los
políticos que a partir de ahora deberán centrarse
en los intereses públicos a largo plazo y no en su
enriquecimiento personal.

2019: La guerra de las commodities se
recrudece y mueren millones de personas

Con una deuda que supera los 30 billones de
dólares, el mercado de deuda y el sistema fiscal de EEUU
se desintegran. El alto precio de los alimentos, el aumento de la
población, y la falta de recursos provocan cientos de
millones de muertes. Esto provoca, además, la
desaparición de programas sociales como pensiones,
seguridad social, etc.

2020: El dominio del hombre desaparece y
comienza un nuevo matriarcado

Las mujeres se erigen como las nuevas figuras del poder.
Los líderes masculinos han conseguido sabotear la
prosperidad mundial y las mujeres se perfilan como las personas
más capacitadas para pensar a largo plazo y recuperar a
EEUU de la peor década de su historia…

– ¿Los pobres son los causantes de la crisis?
(Project Syndicate – 19/1/11)

(Por Simon Johnson)

Washington, DC.- Estados Unidos sigue desgarrado por un
acalorado debate sobre las causas de la crisis financiera de
2007-2009. ¿Hay que echarle la culpa al gobierno por lo
que salió mal? Y, si fuera así, ¿de
qué manera?

En diciembre, la minoría
republicana en la Comisión de Investigación de la
Crisis Financiera (FCIC, por su sigla en inglés) intervino
con una narrativa de disenso preventiva. De acuerdo con este
grupo, las políticas equivocadas del gobierno, destinadas
a aumentar la cantidad de propietarios de viviendas entre la
gente relativamente pobre, empujó a demasiada gente a
contraer hipotecas de alto riesgo que no podían
pagar.

Potencialmente, esta narrativa puede ganar mucho
respaldo, especialmente en la Cámara de Representantes
controlada por los republicanos y en las vísperas de la
elección presidencial de 2012. Pero, mientras que los
republicanos de la FCIC escriben elocuentemente, ¿tienen
alguna prueba para respaldar sus aseveraciones? ¿La gente
pobre en Estados Unidos es responsable de causar la crisis global
más grave en más de una
generación?

No, según Daron Acemoglu del MIT (y autor junto
conmigo en otros temas), que presentó sus conclusiones en
la reunión anual de la Asociación de Finanzas de
Estados Unidos a principios de enero. (Las diapositivas
están en su sitio web del MIT.)

Acemoglu desglosa la narración
republicana en tres interrogantes diferentes. Primero,
¿hay pruebas de que los políticos estadounidenses
responden a las preferencias o deseos de los votantes de menores
ingresos?

La evidencia en este punto no es tan
definitiva como a uno le gustaría, pero lo que tenemos
-por ejemplo, a partir del trabajo de Larry Bartels de la
Universidad de Princeton- sugiere que, en los últimos 50
años, prácticamente toda la élite
política estadounidense dejó de compartir las
preferencias de los votantes de ingresos bajos o medios. Las
opiniones de los funcionarios se acercaron mucho más a las
que comúnmente se hacen oír en la cima de la
distribución de ingresos.

Existen varias teorías con
respecto a por qué se produjo este cambio. En nuestro
libro 13 banqueros, James Kwak y yo destacamos una
combinación del creciente papel que juegan los aportes de
campaña, la puerta giratoria entre Wall Street y
Washington, y, sobre todo, un cambio ideológico hacia la
idea de que las finanzas son buenas, que más finanzas es
mejor y que lo mejor son las finanzas sin control. Existe un
corolario claro: las voces e intereses de la gente relativamente
pobre poco cuentan en la política
norteamericana.

La evaluación que hace Acemoglu
de la investigación reciente sobre el lobby es que las
partes del sector privado querían que se relajaran las
reglas financieras -y trabajaron duro e invirtieron mucho dinero
para obtener este resultado-. El ímpetu por un gran
mercado de hipotecas de alto riesgo surgió del interior
del sector privado: "innovación" por parte de prestadores
hipotecarios gigantes como Countrywide, Ameriquest y muchos
otros, respaldados por los grandes bancos de inversión. Y,
para hablar sin rodeos, fueron algunos de los mayores jugadores
de Wall Street, no los propietarios excesivamente endeudados, los
que recibieron rescates gubernamentales después de la
crisis.

Acemoglu luego pregunta si existen
pruebas de que la distribución de ingresos en Estados
Unidos empeoró a fines de los años 1990, lo que
llevó a los políticos a aflojar las riendas en lo
que concierne a prestarle dinero a gente que estaba "rezagada".
Los ingresos en Estados Unidos, efectivamente, se volvieron mucho
más desiguales en los últimos 40 años, pero
el momento elegido no encaja con esta historia en
absoluto.

Por ejemplo, a partir del trabajo que
hizo Acemoglu con David Autor (también del MIT), sabemos
que los ingresos correspondientes al 10% que más gana
subieron marcadamente durante los años 1980. Los ingresos
semanales crecieron lentamente en el caso del 50% que menos gana
y del 10% que menos ganaba en ese momento, pero al sector menos
favorecido en la distribución de ingresos en realidad le
fue relativamente bien en la segunda mitad de los años
1990. De modo que nadie tuvo que pelearla más que este
segmento en la víspera de la locura de las hipotecas de
alto riesgo, que se produjo a principios de los años
2000.

A partir de datos de Thomas Piketty y
Emmanuel Saez, Acemoglu también señala que la
dinámica de la distribución de ingresos para el 1%
que más gana en Estados Unidos parece diferente. Como
sugirieron Thomas Philippon y Ariell Reshef, el marcado
incremento de este grupo en el poder de ingresos parece
más relacionado con la desregulación de las
finanzas (y quizás otros sectores). En otras palabras, los
grandes ganadores de la "innovación financiera" de todo
tipo en las últimas tres décadas no fueron los
pobres (ni siquiera la clase media), sino los ricos -la gente que
ya cobraba mucho.

Finalmente, Acemoglu examina el papel
del respaldo del gobierno federal a la vivienda. Sin duda,
Estados Unidos durante mucho tiempo ofreció subsidios a la
vivienda ocupada por sus dueños -principalmente a
través de una deducción impositiva para los
intereses hipotecarios-. Pero este subsidio en absoluto explica
el momento del auge del sector inmobiliario y de los
descabellados préstamos hipotecarios.

Los republicanos de la FCIC acusan con firmeza a Fannie
Mae, Freddie Mac y otras empresas patrocinadas por el gobierno
que respaldaron los préstamos para la vivienda mediante
garantías de diferentes tipos. Tienen razón cuando
dicen que Fannie y Freddie eran "demasiado grandes para quebrar",
lo que les permitió pedir dinero prestado a un menor costo
y asumir más riesgo -con un escaso financiamiento de
capital para respaldar su exposición.

Pero, si bien Fannie y Freddie se lanzaron a hipotecas
dudosas (particularmente aquellas conocidas como Alt-A) e
hicieron operaciones con prestadores de alto riesgo, esto
representaba algo relativamente pequeño y surgió
tarde en el ciclo (por ejemplo, 2004-2005). El principal
ímpetu para el auge surgió de toda la maquinaria de
la securitización de "sello privado", que era justamente
eso: privado. De hecho, como señala Acemoglu, los
poderosos jugadores del sector privado consistentemente
intentaron marginar a Fannie y Freddie y excluirlas de los
segmentos de mercado en rápida
expansión.

Los republicanos de la FCIC están
en lo cierto al ubicar al gobierno en el centro de lo que
salió mal. Pero este no fue un caso de
sobrerregulación o de exceso de alcance. Por el contrario,
30 años de desregulación financiera, que fue
posible gracias a que se cautivó el corazón y la
mente de los reguladores, y de políticos tanto
republicanos como demócratas, le dieron a una estrecha
élite del sector privado -principalmente en Wall Street-
casi todas las ventajas del auge inmobiliario.

La parte negativa recayó en el resto de la
sociedad, en especial en las personas de bajo nivel educativo y
mal remuneradas, que ahora perdieron sus casas, sus empleos, las
esperanzas para sus hijos o todo a la vez. Esta gente no
causó la crisis. Pero está pagando por
ella.

(Simon Johnson, ex economista principal del FMI, es
cofundador de un importante blog de economía,
http://BaselineScenario.com, profesor en el MIT Sloan y miembro
sénior en el Instituto Peterson para la Economía
Internacional. Su libro, 13 banqueros, que escribió junto
con James Kwak, está actualmente disponible en tapa
blanda. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– Atravesando como sonámbulos la crisis de
desempleo de Estados Unidos (Project Syndicate –
1/5/11)

(Por Mohamed A. El-Erian)

Newport Beach.- Fue relegada a una sesión de
preguntas y respuestas, en lugar de quedar expuesta de manera
prominente en la declaración de apertura, en la primera
conferencia de prensa de la historia que ofreció Ben
Bernanke, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos,
la semana pasada. Es una cuestión que muchos en Washington
D.C. están deseosos por descartar como "transitoria", a
pesar de la evidencia visible que indica todo lo contrario. Es
extremadamente vulnerable a los elevados precios del
petróleo y los alimentos. Y socava las presunciones
operacionales que apuntalan la caracterización de larga
data de la economía estadounidense como una
economía vibrante y receptiva.

La cuestión es la magnitud y la
composición del desempleo en Estados Unidos -un problema
que todavía no ha sido reconocido como corresponde por su
impacto cada vez más perjudicial en el tejido social del
país, su potencial económico y su posición
fiscal y dinámica de deuda, ya bastante
frágil.

Empecemos por los datos:

· En un 8,8% casi tres años después
del estallido de la crisis financiera global, la tasa de
desempleo de Estados Unidos sigue tenazmente (e inusualmente)
alta;

· En lugar de reflejar una creación de
empleos, gran parte de las mejoras de los últimos meses
(con respecto al 9.8% en noviembre del año pasado) se
deben a los trabajadores que salieron de la fuerza laboral, lo
que llevó la participación de la fuerza laboral a
un mínimo de 64,2%, que no se registraba desde
hacía muchos años;

· Si se incluyen los trabajadores de tiempo
parcial ansiosos por trabajar jornada completa, casi uno de cada
seis trabajadores en Estados Unidos están subempleados o
directamente desempleados;

· Más de seis millones de trabajadores han
estado desempleados durante más de seis meses, y cuatro
millones, por más de un año;

· El desempleo entre los jóvenes de 16 a
19 años está en un asombroso 24%;

· Prácticamente sin ingresos generados y
con ahorros menguantes, los desempleados están en peores
condiciones para poder hacer frente al alza de los precios del
combustible y los alimentos, decididamente no tienen acceso al
crédito y muchos tienen una deuda hipotecaria que excede
el valor de sus viviendas.

Estos y otros muchos factores hablan de una realidad
desagradable e inusual para Estados Unidos. El país ahora
tiene un problema de desempleo que es grande en magnitud y cada
vez más estructural en naturaleza. Las consecuencias son
multifacéticas e implican una angustia personal inmediata,
crecientes tensiones sociales y políticas, pérdidas
económicas y presiones presupuestarias.

Esto es mucho más que un problema
para el aquí y ahora. Un desempleo alto e inextricable
tiene serias consecuencias negativas a largo plazo que amenazan
con volverse exponencialmente peores. Esto es una
crisis.

La investigación internacional sustancial
demuestra que cuanto más tiempo uno está
desempleado, más cuesta conseguir un empleo. Esto erosiona
la base de habilidades de una economía y mina sus
capacidades productivas a largo plazo. Y, si el desempleo es
particularmente profundo entre los jóvenes, como sucede
hoy en día, un alto porcentaje de los desempleados corren
el riesgo de volverse inempleables.

Sin duda, la Gran Recesión desatada por la crisis
financiera global contribuyó a agravar esta
situación preocupante. Desafortunadamente, el problema es
mucho más profundo, ya que se venía gestando desde
hacía mucho tiempo.

En su origen, la crisis de empleos de Estados Unidos es
el resultado de muchos años de desinversión en
recursos humanos y en los sectores sociales. El sistema educativo
estuvo rezagado respecto del progreso registrado en otros
países. Las iniciativas de reentrenamiento laboral han
sido deplorablemente inadecuadas. La movilidad laboral viene
registrando una caída. Y se ha dedicado una
atención insuficiente a mantener una adecuada red de
seguridad social.

Estas realidades se vieron empañadas por la
locura que caracterizó a la "Edad de Oro" del
apalancamiento, el crédito y el derecho de endeudamiento
previa al 2008 en Estados Unidos, que alimentó un auge
gigantesco pero insostenible en la construcción, la
vivienda, el ocio y el comercio minorista. La resultante
creación de empleos, aunque temporaria, adormeció a
los responsables de las políticas hasta caer en la
complacencia sobre lo que realmente estaba sucediendo en el
mercado laboral. Cuando el auge se convirtió en un
descalabro prolongado, las ineficiencias de la situación
laboral a más largo plazo se volvieron visibles a los ojos
de cualquiera que se preocupara por mirar, y son
alarmantes.

Librado a sus propios mecanismos, el problema del
desempleo de Estados Unidos se profundizará. Esto
ampliará la ya importante brecha entre los que tienen y
los que no tienen en el país. Socavará las
capacidades y la productividad del mercado laboral.
Acentuará la carga impuesta a la cantidad cada vez menor
de personas que permanecen en la fuerza laboral y tienen empleos.
Y hará que resulte aún más difícil
encontrar una solución a mediano plazo para la
dinámica de deuda pública y déficit que es
cada vez peor en Estados Unidos.

El gobierno estadunidense tiene poco tiempo que perder
si quiere evitar un problema de desempleo más prolongado y
arraigado. Debe tomar medidas ahora para abordar las causas del
problema a través de programas de muchos años que
van desde la reestructuración educativa y el
reentrenamiento de los trabajadores hasta una mejora de la
productividad y una reforma del sector de la vivienda. Y debe
hacerlo al mismo tiempo que protege mejor a quienes están
desempleados desde hace mucho tiempo, muchos de los cuales tienen
escasa responsabilidad por sus aprietos actuales, alguna vez
impensables y desafortunadamente de larga data.

Ya es hora de que Estados Unidos se
despierte y enfrente de una manera holística su crisis de
desempleo. Como sabe cualquiera que alguna vez haya tenido un
trabajo indigerible, apagar el despertador y taparse la cabeza
con la sábana no es la solución.

(Mohamed A. El-Erian es máximo responsable
ejecutivo (CEO) y máximo responsable de información
(CIO) de PIMCO, y autor del éxito de ventas When Markets
Collide. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– A tropezones con el trabajo (Project Syndicate –
19/5/11)

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- Mientras el mundo se recupera de la Gran
Recesión, se ha vuelto cada vez más difícil
discernir la verdadera tendencia de los acontecimientos. Por un
lado, medimos la recuperación según nuestro
éxito en volver a los niveles de crecimiento,
producción y empleo previos a la recesión. Por otro
lado, existe la inquietante sensación de que la "nueva
normalidad" de hoy puede ser un crecimiento más lento y
mayores niveles de desempleo.

Así que el reto ahora es formular
políticas para dar trabajo a todos quienes lo deseen en
las economías que, tal como están organizadas en la
actualidad, pueden no ser capaces de hacerlo. Este problema es
mucho más agudo en los países desarrollados que en
los países en desarrollo, si bien la interdependencia hace
que, en cierta medida, se trate de un problema
común.

El problema tiene dos aspectos. A medida que los
países se vuelven más prósperos, cabe
esperar que sus tasas de crecimiento sean más lentas. En
épocas anteriores, el crecimiento era impulsado por la
escasez de capital: la inversión de capital atraía
una alta tasa de retorno, y esto creaba un círculo
virtuoso de ahorro e inversión.

Hoy, el capital en el mundo desarrollado es abundante;
la tasa de ahorro disminuye a medida que la gente consume
más, y la producción se centra cada vez más
en los servicios, donde los aumentos de productividad son
limitados. Por lo tanto el crecimiento económico el
aumento de los ingresos reales se desacelera. Esto ya estaba
ocurriendo antes de la Gran Recesión, por lo que la
generación de empleos a tiempo completo que paguen
salarios decentes se estaba volviendo cada vez más
difícil. De ahí el crecimiento de empleos
informales, discontinuos y a tiempo parcial.

El otro aspecto del problema es el aumento a largo plazo
del desempleo impulsado por la tecnología, en gran parte
debido a la automatización. En cierto modo, esto es un
signo de progreso económico: la producción de cada
unidad de trabajo está en constante aumento. Pero
también significa que se necesitan menos unidades de
trabajo para producir la misma cantidad de bienes.

La solución del mercado es
redistribuir la mano de obra desplazada hacia el área de
servicios. Sin embargo, muchas ramas del sector de servicios son
un sumidero de puestos de trabajo sin proyecciones ni
esperanza.

La inmigración exacerba ambos aspectos del
problema. Gran parte de la migración, especialmente en la
Unión Europea, es casual: hoy aquí, mañana
no, con ninguno de los costos asociados con la
contratación a tiempo completo. Esto la vuelve atractiva
para los empleadores, pero se trata de un trabajo de baja
productividad y aumenta la dificultad de encontrar un empleo
estable para la mayoría de los trabajadores de un
país.

Entonces, ¿estamos condenados a
una recuperación sin empleo? ¿Es el futuro uno en
el que los trabajos son tan escasos que muchos trabajadores
tendrán que aceptar una miseria para encontrar un empleo,
y volverse cada vez más dependientes de las transferencias
sociales a medida que los salarios del mercado caen por debajo
del nivel de subsistencia? ¿O deberían las
sociedades occidentales esperar una nueva ronda de magia
tecnológica, como la revolución de Internet, que
produzca una nueva ola de creación de empleo y
prosperidad?

Sería insensato descartar a priori la
última posibilidad. El capitalismo tiene un gran talento
para reinventarse a sí mismo. Ha visto desaparecer a todos
sus rivales y no hay otros nuevos a la vista. Más
aún, nadie puede predecir el descubrimiento de nuevos
conocimientos; si se pudiera, ya habrían sido
descubiertos. Pero también hay una posibilidad más
inquietante: si, por proseguir nuestro actual camino de
despilfarro, acabamos por hacer escasos los recursos naturales,
necesitaremos una nueva ola de la tecnología que, sin
importar el coste, nos rescate de la calamidad.

Pero hagamos a un lado estas
sombrías perspectivas y reflexionemos sobre lo que
sería una solución civilizada al problema del
desempleo generado por la tecnología. La respuesta, sin
duda, es compartir el trabajo. Para el economista
anglo-estadounidense típico, cualquier propuesta de este
tipo equivale a anatema, porque suena a la temida falacia de la
"masa de trabajo": la idea, una vez popular en los
círculos sindicales, que existe sólo una cierta
cantidad de trabajo que debe ser compartida de manera
justa.

Por supuesto, esto es una falacia cuando los recursos
son escasos, pero ni siquiera los economistas han pensado que el
crecimiento prosiga por siempre. Los fundadores de la disciplina
esperaban que, en algún momento en el futuro, la humanidad
pudiera alcanzar un "estado estacionario" de crecimiento cero.
Entonces sólo requeriríamos una cierta cantidad de
trabajo -mucho menos de lo que se realiza ahora- para satisfacer
todas las necesidades razonables. Las opciones serían un
desempleo ilimitado impulsado por la tecnología o
distribución del trabajo por hacer.

Sólo un adicto al trabajo
preferiría la primera. Lamentablemente, personas
así parecen estar a cargo de las políticas en los
Estados Unidos y Gran Bretaña. Muchos países
europeos están adoptando la segunda solución. Los
sistemas de trabajo compartido, en muchas formas diferentes, se
están convirtiendo en la norma en Holanda y Dinamarca, y
han hecho avances en Francia y Alemania.

El elemento clave en este enfoque es separar el trabajo
de los ingresos. Una ley promulgada en 1993 en Dinamarca reconoce
el derecho a trabajar de forma discontinua, al tiempo que
reconoce el derecho de las personas a un ingreso continuo.
Permite a los empleados elegir un "año sabático",
que se puede dividir en períodos más cortos, cada
cuatro o siete años.

Las personas desempleadas tomarían el lugar de
quienes están ausentes, que por su parte recibirían
el 70% de la prestación por desempleo que
obtendrían si perdieran sus puestos de trabajo (por lo
general, el 90% de su salario). Los sindicatos daneses han
logrado utilizar estos derechos individuales establecidos por ley
para reducir las horas de trabajo de la plantilla de empresas
enteras, y así aumentar el número de puestos de
trabajo permanentes. La idea de una renta básica universal
que reciben todos los ciudadanos, independientemente de su
posición en el mercado de trabajo, es uno de los pasos que
se derivan lógicamente de esto.

Esto no será del gusto de todos. Y, como ya he
sugerido anteriormente, todos los planes destinados a aliviar la
carga de trabajo y aumentar la cantidad del tiempo de ocio corren
el riesgo de fracasar ante nuestra gran habilidad para conjurar
nuevos desastres. Después de todo, tanto el capitalismo y
la economía necesitan la escasez para justificar su
existencia y no renunciarán a ella
fácilmente.

(Robert Skidelsky, miembro de la Cámara
británica de los Lores, es Profesor Emérito de
Economía Política en la Universidad de Warwick.
Copyright: Project Syndicate, 2011)

– La verdad sobre la economía de EEUU (El
Economista – 4/6/11)

(Por Robert Reich)

El ex secretario de Trabajo con Clinton
y canciller de la Universidad de Berkeley, Robert Reich, sostiene
que no es posible una economía creciente y vibrante sin
una clase media creciente y vibrante, por lo que insta a
"restaurar la enorme clase media estadounidense" para volver a la
senda de la recuperación económica.

La economía estadounidense sigue
estancada. El consumo es bajo. Los salarios, también. Es
vital que comprendamos cómo hemos pasado de la Gran
Depresión a 30 años de Gran Prosperidad; de
ahí a 30 años de ingresos estancados y crecientes
desigualdades, para terminar en la Gran Recesión, y de
ésta a una recuperación anémica.

Desde 1947 a 1977, la nación aplicó lo que
podría denominarse una negociación básica
con los trabajadores estadounidenses. Los empresarios les pagaban
lo suficiente para comprar lo que producían. La
producción y el consumo en masa demostraron ser
complementos perfectos. Casi cualquiera que quería un
trabajo podía encontrarlo con un salario decente. Durante
estas tres décadas crecieron los sueldos de todos, no
sólo de quienes estaban arriba. Y el Gobierno hizo cumplir
esa negociación básica de muchas maneras.
Utilizó una política keynesiana para conseguir casi
el pleno empleo. Brindó a los trabajadores comunes
más capacidad de negociación. Proporcionó el
seguro social. Y amplió la inversión
pública. Por consiguiente, creció la parte de los
ingresos que iba a la clase media mientras mermó la
porción destinada a lo más alto. Pero no
consistía en un juego de suma cero: a medida que la
economía crecía, casi todo el mundo mejoró,
también los que estaban en lo más alto.

La paga de los trabajadores incluidos en
el 20 por ciento más pobre creció un 116 por ciento
en estos años, más rápido que los ingresos
del 20 por ciento más rico (que subió un 99 por
ciento). La productividad también subió más
rápido. El rendimiento por hora trabajada se dobló,
así como los ingresos medios. Expresadas en dólares
de 1997, las rentas de una familia media se elevaron de unos
25.000 a 55.000 dólares. La clase media tenía los
medios para comprar, y al hacerlo creaba nuevos empleos. A medida
que la economía crecía, la deuda nacional
reducía su peso.

La Gran Prosperidad también trajo una
reorganización del trabajo. A los empresarios se les
exigía por ley dar una paga extra -la hora y un 50 por
ciento más- por lo que rebasara las 40 horas a la semana.
Esto creó un incentivo para que se contrataran más
trabajadores cuando la demanda repuntaba. Además, estaban
obligados a abonar un salario mínimo, lo que mejoró
los sueldos más pobres. Cuando se despedía,
normalmente durante una recesión, el Gobierno
concedía prestaciones por desempleo que solían
durar hasta la recuperación. Lo que no sólo sacaba
a las familias del apuro, sino que les dejaba seguir comprando,
un estabilizador automático para una economía en
receso.

Quizá lo más significativo sea que el
Gobierno elevó la fuerza negociadora del trabajador
común. Se le garantizaba el derecho a afiliarse a
sindicatos, con los que los empresarios tenían que
negociar de buena fe. A mediados de los 50, más de un
tercio de los empleados del sector privado estaba afiliado. Y los
sindicatos exigían una ración justa del pastel. Las
compañías sin sindicatos, temiendo que sus
trabajadores quisieran uno, ofrecían tratos
similares.

Los estadounidenses también disfrutaban de una
seguridad económica frente a los riesgos, no sólo
con prestaciones de desempleo, sino también a
través de la Seguridad Social, el seguro por discapacidad,
por pérdida del sostén económico de la
familia, por lesión en el lugar de trabajo o por
incapacidad de ahorrar lo suficiente para la jubilación.
En 1965, llegó el seguro sanitario para las personas
mayores y pobres (Medicare y Medicaid). La seguridad
económica fomentó la prosperidad. Al exigir a los
estadounidenses compartir los costes de la adversidad, les
permitía compartir los beneficios de la tranquilidad. Y
eso los dejaba libres para consumir los frutos de su
trabajo.

El Gobierno patrocinó los sueños de las
familias estadounidenses de tener su hogar en propiedad,
facilitando hipotecas de bajo coste y deducciones de los
intereses. En muchas zonas del país, subvencionó la
electricidad y el agua para que las casas fueran habitables. Y
construyó carreteras que conectaban sus hogares con los
principales centros comerciales.

El Gobierno también amplió el acceso a la
educación superior. Pagó la de quienes
volvían de la guerra. Y la expansión de las
universidades públicas hizo que la clase media pudiera
acceder a ella. El Estado sufragó todo con los ingresos
fiscales procedentes de la creciente clase media. Los ingresos
también se vieron impulsados por quienes estaban en lo
alto de la escala de ingresos, cuyos impuestos marginales eran
mucho más altos. El tipo marginal máximo del
impuesto sobre la renta durante la II Guerra Mundial era superior
al 68 por ciento. En los años 50, con Eisenhower, a quien
pocos llamarían un radical, subió al 91 por ciento.
En la década hasta 1970, el tipo marginal máximo
estaba en torno al 70. Incluso después de explotar todas
las posibles deducciones y créditos, el contribuyente
medio de ingresos altos pagaba un impuesto federal marginal de
más del 50 por ciento. Pero en contra de lo que los
conservadores habían predicho, los altos tipos no
redujeron el crecimiento. Al contrario, permitieron ampliar la
prosperidad de la clase media.

Durante la Gran Prosperidad de 1947-1977, la
negociación básica había garantizado que la
paga de los trabajadores estadounidenses coincidiese con su
rendimiento. Pero después de este punto, el rendimiento
por hora siguió subiendo. Sin embargo, se dejó que
la retribución real por hora se estancase. Es fácil
echarle la culpa a la globalización, pero los avances
tecnológicos han desempeñado un papel equivalente.
Las fábricas que quedan en EEUU han ido echando
trabajadores según se automatizan. Y lo mismo le ha
ocurrido al sector servicios. Pero en contra de lo que dice la
mitología popular, el negocio y la tecnología no
han reducido el número de trabajos estadounidenses. Su
efecto más profundo ha sido sobre la paga. En lugar de
quedarse sin empleo, la mayoría de los estadounidenses se
ha contentado con salarios reales inferiores o que se han elevado
más lentamente que el crecimiento de la economía.
Aunque el desempleo que vino después de la Gran
Recesión sigue siendo alto, los puestos de trabajo
lentamente vuelven. Pero, para conseguirlos, muchos tienen que
aceptar una paga inferior.

Hace más de tres décadas,
el comercio y la tecnología empezaron a abrir una brecha
entre las ganancias del nivel más alto y las demás.
La paga de los titulados por prestigiosas universidades ha
remontado el vuelo. Pero la paga y prestaciones de la
mayoría de los trabajadores se han mantenido o bajado. Y
la consiguiente división también ha hecho que las
familias estadounidenses de clase media se sientan menos
seguras.

El Gobierno podría haber hecho cumplir la
negociación básica. Pero hizo lo contrario. Redujo
drásticamente los bienes públicos y las
inversiones, golpeando los presupuestos escolares, incrementando
el coste de la educación pública superior,
reduciendo la formación laboral, recortando el transporte
público y dejando que los puentes, puertos y autopistas se
deterioraran.

Hizo trizas las redes de seguridad,
reduciendo la ayuda para las familias desempleadas con hijos,
endureciendo las condiciones para optar a los cupones de
alimentos, y recortando el seguro de desempleo tanto que, en
2007, sólo el 40 por ciento de los parados estaba
cubierto. Redujo a la mitad el tipo máximo del impuesto
sobre la renta, pasando del ámbito del 70-90 que
prevalecía durante la Gran Prosperidad al del 28-35 por
ciento; permitió a muchos ricos tratar sus ingresos como
ganancias de capital sometidas a un impuesto del 15 por ciento; y
contrajo los impuestos de sucesiones que sólo afectaban al
1,5 por ciento de los asalariados del máximo nivel. Pero
al mismo tiempo, EEUU impulsó los impuestos sobre el
consumo y las nóminas, que se llevaron un trozo de la paga
de la clase media y los pobres mayor que de los ricos.

Tres mecanismos de supervivencia

Pero Estados Unidos siguió
comprando mediante tres mecanismos de supervivencia. El primero:
las mujeres entran en el trabajo retribuido a partir de finales
de los 70, y subiendo en los 80 y 90. Para la parte relativamente
pequeña de mujeres con títulos universitarios, era
la consecuencia natural de oportunidades educativas más
amplias y de las nuevas leyes contra la discriminación,
las cuales abrieron posibilidades profesionales. Pero la gran
mayoría lo hizo para aumentar los ingresos familiares
cuando los hogares se vieron golpeados por el estancamiento de
los salarios de los hombres. Esta transición de la mujer
al trabajo remunerado ha sido uno de los cambios sociales y
económicos más importantes de las últimas
décadas. En 1966, el 20 por ciento de las madres con hijos
pequeños trabajaba fuera de casa. A finales de los 90, la
proporción se había elevado al 60. Para las mujeres
casadas con hijos de menos de 6 años, la
transformación ha sido aún más
dramática, del 12 de finales de los 60 al 55 por ciento a
finales del siglo XX.

Mecanismo de supervivencia número
dos: todos trabajan más horas. En 2005, no era
extraño que los hombres trabajaran más de 60 horas
a la semana y las mujeres, más de 50. Es decir, el
estadounidense medio hacía más de 2.200 horas al
año, 350 por encima del europeo medio, más incluso
que un japonés.

Mecanismo de supervivencia número
tres: gastarse los ahorros y tomar prestado hasta las cejas. Tras
agotar los dos primeros mecanismos, era la única forma en
que los estadounidenses podían seguir consumiendo como
antes. Durante la Gran Prosperidad, la clase media ahorraba el 9
por ciento de sus ingresos. A finales de los 80 y principios de
los 90, esa parte se había cercenado al 7 por ciento.
Después, la tasa de ahorro cayó al 6 en 1994, y
siguió bajando hasta el 3 en 1999. En 2008, los
estadounidenses no ahorraron nada. Mientras, la deuda de los
hogares explotó. En 2007, el estadounidense medio
debía el 138 por ciento de sus ingresos después de
impuestos.

Los tres mecanismos se han agotado. El
desafío consiste en restaurar la enorme clase media
estadounidense. Esto exige resucitar la negociación
básica que relaciona los salarios con las ganancias
generales, y facilitarle a la clase media una porción de
la tarta suficiente. Como deberíamos haber aprendido de La
Gran Prosperidad, no es posible una economía creciente y
vibrante sin una clase media creciente y vibrante.

"The Truth About the Economy"

En un video llamado "The Truth About the Economy"
(17/6/11) Robert Bernard Reich un economista que estuvo en
el gobierno de Bill Clinton, antiguo profesor de Harvard y
actualmente en la Universidad de California en Berkeley, expone
lo que considera es la verdad sobre la economía actual,
sobre cuál es el principal error que estamos
cometiendo.

El razonamiento que se realiza, con datos válidos
para Estados Unidos, es el siguiente. En los últimos 30
años el PIB se ha doblado, pero, paradójicamente,
los sueldos se han estancado y son prácticamente iguales
que por aquel entonces. ¿Quién es el responsable?
La inflación, ganamos más nominalmente pero no
realmente. Entonces, ¿a dónde van las ganancias?
Según el Sr. Reich a los "super rich" (súper
ricos), que identifica como los que están en la cima de la
pirámide cuando de dinero hablamos. Lo justifica con los
datos de ingresos, hace treinta años el 1% más rico
de la población se llevaba a su casa el 10% de los
ingresos totales, hoy es el 20% y poseen el 40% de la riqueza del
país.

Monografias.com

Monografias.com

Vemos que el "top 20%" gana un 59.1% de los ingresos
totales, pero por la contra paga el 64.3% de los
impuestos.

La cuestión no son tanto los tipos impositivos
como la creciente divergencia entre "ricos y pobres", no es que
los ricos paguen poco, es que "los pobres" ganan poco.

Más datos interesantes, cómo evoluciona el
sueldo de un CEO en relación al empleado medio:

Monografias.com

¿Curioso, no? Actualmente un CEO gana unas 350
veces más que un empleado medio mientras el ratio
histórico es inferior a las 100 veces. Además vemos
que los sueldos en la parte alta de la jerarquía suben muy
por encima de los beneficios a la par que los de los trabajadores
se estancan. Y si bien es simplificar demasiado centrarse en los
"CEO" vamos enfocando el problema.

¿En dónde converge todo esto?
Globalización… Observen el siguiente
gráfico.

Monografias.com

Si bien los resultados del 40% son puntuales, el
progresivo menor porcentaje sobre el total por el impuesto de
sociedades es un hecho. A raíz de la Segunda Guerra
Mundial y coincidiendo con la apertura de mercados y fronteras
parece que las empresas han buscado la forma de "optimizar" su
carga fiscal aprovechando esta circunstancia, llegando a
mínimos del 10% sobre el total o incluso menos.

Claro, con un tipo marginal de los más altos del
mundo en Estados Unidos la "optimización" puede
entenderse, donde ya jugamos a algo peligroso es cuando una
empresa como Google tributa el 2.4% gracias a Irlanda pero sus
beneficios vienen de otros lugares con altos impuestos. Es decir,
hago mis negocios gracias a unos pero les doy el dinero a otros.
Y si bien es injusto personificar en Google porque muchas lo
hacen, es un ejemplo que muestra perfectamente lo que está
ocurriendo globalmente.

Los viejos paradigmas tributarios están "KO". Es
cierto que las empresas crean riqueza, pero el Estado no puede
sustentarse gracias a los sueldos que generan, salvo aplicando
tipos de tinte confiscatorio, y por tanto se necesita
también una parte de sus beneficios. Algo francamente
difícil tal y como están las cosas.

– ¿Por qué falla la máquina de
empleos de EEUU? (The Wall Street Journal –
29/7/11)

Las empresas producen y ganan
más, pero no aumentan su personal

(Por David Wessel)

He aquí algunos números del
desempeño de las empresas y el mercado laboral en Estados
Unidos que sirven de barómetros clave de la
economía del país. En los últimos 10
años:

– La producción de bienes y servicios se ha
expandido 19%.

– Las ganancias de las empresas que no pertenecen al
sector financiero han aumentado 85%.

– La fuerza laboral ha crecido en 10,1 millones de
empleos.

– El número de puestos de trabajo del sector
privado, sin embargo, se ha reducido en casi dos
millones.

– Y el porcentaje de adultos estadounidenses con trabajo
se ha reducido a 58,2%, un nivel que no se había visto
desde 1983.

¿Por qué está fallando la
máquina de empleos estadounidense? Como
señaló hace poco Greg Hayes, director financiero de
United Technologies Corp., "las ventas han regresado, pero la
gente no".

En gran parte, eso ocurre porque la economía
crece demasiado despacio o como para absorber la fuerza laboral
disponible, y los sectores que suelen contratar en las primeras
etapas de la recuperación -como la construcción y
la pequeña empresa- se vieron paralizados por el
descalabro del crédito.

También hay que considerar el factor de la
confianza. Si los empleadores estuvieran seguros de que
podrían vender más, contratarían a
más personas. Si estuvieran menos inseguros de la
durabilidad de la recuperación y otros factores,
estarían más inclinados a incrementar sus niveles
de contratación.

Hay, además, un fenómeno
que precede a la recesión y que ha persistido a lo largo
de ella. Se trata de los cambios en la forma en que funciona el
mercado y cómo los empleadores ven a su fuerza
laboral.

Trabajadores desechables

Los ejecutivos lo llaman
"reducción estructural de costos" o "flexibilidad". El
economista Robert Gordon, de la Universidad de Northwestern, lo
llama el surgimiento de "los trabajadores desechables", una
abreviación de una estrategia de las empresas para reducir
costos laborales dondequiera que puedan, a un nivel sin
precedentes.

El economista Alan Krueger, de la Universidad de
Princeton, calcula que 70% de la escasez de trabajo actual es
simplemente cíclica, el resultado de una decepcionante
recuperación de una profunda recesión. Sin embargo,
atribuye 30% a cambios en el mercado laboral que comenzaron una
década atrás o más.

Consideremos lo siguiente:

En la recesión más reciente y en las dos
anteriores -1990-91 y 2001- los empleadores han sido más
rápidos a la hora de despedir empleados y recortar sus
horas de trabajo que en las recesiones que las habían
precedido. Muchos de ellos también fueron más
lentos para volver a contratar. Como resultado, la
"recuperación sin empleo" se ha convertido en la
norma.

En el pasado, cuando los negocios se desplomaban, las
empresas reducían personal y aceptaban menos trabajo por
empleado. Durante la profunda recesión de principios de la
década del 70, la producción estadounidense de
bienes y servicios se redujo en 5% y el empleo en 2,5%. Los
economistas trataban de comprender el "acaparamiento laboral", la
tendencia de las empresas a retener a los empleados que no
necesitaban.

Pero ya nadie piensa así. Entre
finales de 2007 (cuando el empleo estadounidense alcanzó
su mayor pico) y finales de 2009 (cuando tocó fondo), la
producción estadounidense de bienes y servicios
disminuyó 4,5%, pero el número de trabajadores se
redujo mucho más: 8,3%. El rompecabezas de hoy es
entonces: ¿cómo y por qué los empleadores
lograron aumentar la productividad, o la producción por
hora de trabajo, como nunca antes durante la peor recesión
en décadas?

La nueva norma

En una época anterior, cuando
más estadounidenses trabajaban en líneas de
ensamblaje, muchos despidos eran temporales. Cuando el negocio se
recuperaba, los trabajadores volvían a ser convocados, a
menudo debido a garantías sindicales.

En el peor momento de la recesión
de 1980-82, uno de cada cinco desempleados correspondía a
un "despido temporal". En la reciente recesión, la
proporción de despidos temporales nunca fue superior a uno
de cada 10. Eso se debe en parte a que menos estadounidenses
trabajan en fábricas. Hoy, en cambio, si un restaurante no
tiene suficientes clientes, quiebra.

"Cuando los despidos son temporales, las
recontrataciones pueden realizarse muy rápido", comentan
los economistas Erica Groshen y Simon Potter, de la Reserva
Federal de Nueva York.

Cuando los despidos son permanentes, la
recuperación del empleo es lenta, añaden. Si el
empleador quiere contratar, debe embarcarse en la tarea de
revisar currículos, lo que consume mucho
tiempo.

Las empresas, con sus ojos fijos en
el precio de las acciones y en las ganancias, valoran más
que nunca la flexibilidad encima de la estabilidad. La
recesión les demostró que podían hacer
más con menos trabajadores de lo que muchos de ellos
creían.

En una encuesta a 2.000 empresas a
principios de este año, McKinsey Global Institute, el
centro de estudios de la enorme empresa de consultoría,
encontró que 58% de los empleadores esperaba tener
más trabajadores a tiempo parcial, temporales o
subcontratados en los próximos cinco años y
más de 21,5% trabajadores "tercerizados o
externos".

"La tecnología", señala McKinsey, "permite
a las empresas gestionar el empleo como un aporte variable. Con
el uso de nuevos sistemas de programación de recursos, se
pueden proveer de personal sólo cuando lo necesitan, ya
sea por un día completo o unas pocas horas".

Las agencias de ayuda temporal juegan un papel cada vez
más importante, desde la provisión de personal
fabril y administrativo hasta enfermeras e ingenieros.

Black & Veatch, una empresa de ingeniería de
Missouri, que antes de la recesión contaba con 9.600
empleados y los redujo luego a los 8.700 que tiene hoy, contrata
alrededor de 100 trabajadores por mes. Cerca de 10% de sus
empleados son temporales, indica Jim Lewis, jefe de recursos
humanos de la empresa. "Esa es una forma rápida de traer
gente, y da un poco de tiempo para saber si el crecimiento se
mantendrá o no", explica.

También facilita volver a recortar en tiempos
difíciles. Los trabajadores, en pocas palabras, ahora
pueden ser contratados "en el momento preciso". Y aparentemente,
muchos empleadores no creen que todavía sea el momento.
Debido a que "pueden contratar personal temporal casi al
instante, hay poca necesidad de contratar a la espera de una
recuperación en los negocios".

Cuando sí reclutan personal, las
grandes empresas multinacionales con sede en EEUU están en
mejor condición de y más dispuestas a contratar en
el exterior, en parte porque los salarios son a menudo más
baratos, pero también porque es allí donde
están sus clientes.

En la década de los 90, las
multinacionales incorporaron en EEUU casi dos puestos de trabajo
por cada nuevo empleo fuera del país; en tanto que en la
década siguiente, recortaron 2,9 millones de empleos
estadounidenses, mientras que aumentaron 2,4 millones en el
extranjero, de acuerdo con el Departamento de Comercio de
EEUU.

Hal Sirkin, de Boston Consulting Group (BCG), afirma que
el aumento de los salarios en China resta un poco de atractivo al
país. En 2000, los salarios de los trabajadores chinos
promediaron 3% de los de sus contrapartes estadounidenses. Hoy en
día, representan 9%, y la firma de consultoría
espera que la cifra llegue a 15% en 2015.
Sirkin predice que
ello impulsará a muchos fabricantes a devolver el trabajo
a EEUU. ¿Cuántos? Sirkin todavía trabaja en
un cálculo.

Aun cuando el gobierno cuenta 4,68 trabajadores
desempleados por cada puesto que se abre, algunos empleadores
insisten en que no pueden encontrar empleados con las habilidades
que necesitan a los salarios que pueden pagar…

– El declive de los empleos industriales en EEUU
(BBCMundo – 8/8/12)

(Por Jonny Dymond)

En la planta de AMI, una productora de pilas de
combustible con base en Michigan, Estados Unidos, se puede
escuchar el futuro de la manufactura.

Es muy, muy silencioso.

El ruido más fuerte es el sonido de un ascensor
hidráulico utilizado para reemplazar bombillas.

El contraste con la manufactura tradicional es fuerte:
casi no hay ruido, casi no hay mugre, hay poco esfuerzo
físico. Y los requisitos para los trabajadores son muy
diferentes.

"Hay que tener personas listas que ayudan a construirla
de abajo a arriba", dice el presidente de AMI, Aaron
Crum.

"No forjamos más las cosas. Usamos láser
para cortar metal, extrudamos cerámica, hacemos cosas que
son diferentes. Y entonces, por eso, necesitamos una fuerza
laboral distinta para hacerlo realidad".

Décadas de pérdidas

En Estados Unidos, la industria
manufacturera está experimentando la misma
revolución tecnológica que envió a los
trabajadores de la agricultura a la industria al final del siglo
XIX, dice Lou Glazer, del grupo consultor Michigan Future
Inc.

En los años 50, dice, los
trabajos de fábrica correspondían a un tercio del
trabajo total en Estados Unidos. Ahora son menos del
10%.

Aunque el empleo industrial ha aumentado ligeramente en
los últimos meses -añadiendo 30.000 empleos desde
marzo- los beneficios palidecen junto a las pérdidas de la
última década.

En diez años han desaparecido 3,5
millones de empleos en el sector, lo que lleva el total a poco
menos de 12 millones.

Pero mientras el empleo ha caído,
la productividad se ha disparado.

No en vano, la Asociación Nacional de
Manufactureros de Estados Unidos se precia de que los
trabajadores de fábrica estadounidenses sean "los
más productivos del mundo".

A unos 30 minutos en auto de la planta de AMI
está el fantasma del pasado manufacturero: Willow
Run.

Es una planta increíblemente grande con
más de 460.000 metros cuadrados, que alguna vez produjo
aviones bombarderos Liberator, luego autos Kaiser, luego
transmisores y cuerpos de vehículos para General
Motors.

Willow Run cerró en 2010 cuando General Motors
quebró y buena parte de la fábrica es un
recordatorio impresionante de lo que era la manufactura: pesadas
prensas del tamaño de una casa de tres pisos se llenan de
polvo, los corredores serpentean sin fin aparente hacia la
penumbra y el aire es denso por el olor del aceite para
máquinas.

"No se necesitaba diploma"

Reunidos en una mesa en un restaurante cercano, antiguos
trabajadores de Willow Run recuerdan sus primeros días en
la planta.

Ahora cuando tienen alrededor de 50 años, ellos
explican cómo consiguieron el trabajo en la
planta.

"No se necesitaba un diploma de secundaria", dice
Sterling Mullins.

"Uno sólo debía ser un buen trabajador",
dice Gerry Gardner, "y debía ir todos los días,
pues no era un trabajo fácil".

Tom White creció en una finca, "así que
las habilidades que tenía no eran muy
aplicables".

Era la época en que la
manufactura servía a los hombres poco educados para
incluirse en la clase media industrial de Estados
Unidos.

"Uno podía meter a los hijos a la
universidad, teníamos un par de semanas de vacaciones",
dice Gardner.

"Y uno tenía suficiente dinero
para salir a comprar un auto nuevo. No éramos ricos -no
conduzco un Rolls Royce ni nada- pero sí me compré
un auto de General Motors".

Cambios

Los trabajos manufactureros
todavía son bien remunerados, con un promedio en 2010 de
US$ 77.186 en pagos y beneficios. Pero hay muchos menos y
están cambiando, según Glazer, el
consultor.

"La vía hacia el trabajo masivo
de clase media se ha ido", dice.

"El único trabajo de
fábrica con altos salarios va a ser para personas que
pueden programar y mantener máquinas. Ese trabajo va a ser
bien remunerado pero requiere habilidades más
desarrolladas".

Estados Unidos todavía es un jugador importante
en la industria manufacturera. Más del 18% de la
producción global manufacturera viene de fábricas
estadounidenses.

E incluso aunque la manufactura en Estados Unidos ha
tropezado un poco recientemente a causa de la caída en
órdenes de trabajo desde la eurozona, muchos de los
fabricantes de Michigan son optimistas sobre el
futuro.

Pero el genio no puede volver a meterse
en la botella.

La manufactura en Estados Unidos ya
cambió y continuará cambiando, presionada por un
lado por la tecnología y por el otro por la
globalización.

Será muy difícil que
los trabajadores estadounidenses menos hábiles obtengan un
estilo de vida similar al que obtuvo la generación que los
precedió.

¿Podrá
el nuevo iPhone impulsar la economía de EEUU? (The Wall
Street Journal – 11/9/12)

(Por Sudeep Reddy)

El próximo iPhone, que Apple Inc.
planea dar a conocer el miércoles, podría lograr lo
que le ha costado trabajo a la Casa Blanca, el Congreso y la
Reserva Federal de Estados Unidos: impulsar la principal
economía del mundo.

Las ventas del nuevo teléfono
podrían sumar entre un cuarto de punto porcentual y medio
punto porcentual a la tasa anual de crecimiento económico
en EEUU en el cuarto trimestre,
estima Michael Feroli,
economista jefe para el país de J.P. Morgan Chase &
Co. Esto podría proteger la débil economía
estadounidense frente a otros riesgos durante los últimos
meses del año.

En una nota enviada a clientes (titulada "¿Puede
un pequeño teléfono tener un impacto sobre el
PIB?"), Feroli hace las cuentas: los analistas de valores de J.P.
Morgan esperan que Apple venda unos ocho millones de unidades del
nuevo iPhone en los últimos tres meses del año. Si
el teléfono se vende por unos US$ 600, con unos US$ 200
que se cuentan como componente importados, entonces US$ 400 por
teléfono figurarían en la medida del gobierno de
Producto Interno Bruto.

Aunque los consumidores no pagan esa cifra por el
aparato, gracias a los subsidios que aplican los operadores de
telefonía celular, Feroli explica que las empresas a
menudo reportan las ventas de los teléfonos con base en el
precio independiente del producto.

En conclusión: las ventas del
nuevo iPhone podrían representar un auge de US$ 3.200
millones para el PIB en el cuarto trimestre, o US$ 12.800
millones a una tasa anual. Esto es un aumento de 0,33 puntos
porcentuales en la tasa anualizada de crecimiento del PIB. El
analista dice que el incremento podría ser incluso mayor.
Un tercio de un punto porcentual limitaría el riesgo de
que la economía se expanda más lento que las
proyecciones de crecimiento de 2% para el cuarto trimestre que
tiene J.P. Morgan.

Feroli advierte que la estimación "parece
bastante amplia, y por ese motivo debería ser tratada con
escepticismo" pero agrega: "Creemos que la evidencia reciente es
consistente con esta proyección".

Una pista es que cuando el iPhone 4S salió al
mercado en octubre de 2011, más de la mitad del aumento de
0,8% en las ventas básicas minoristas (que excluyen autos,
gasolina y materiales de construcción) se registraron en
las categorías de ventas en línea y ventas de
computadoras y software. Las dos categorías combinadas
registraron su mayor aumento mensual registrado. El analista
estima que el crecimiento de las ventas se debió al
iPhone, que impulsó el PIB entre un décimo y un
quinto de punto porcentual. El lanzamiento del nuevo iPhone
será aún mayor que eso, proyecta, lo que
haría que la estimación más reciente sea
"razonable".

Durante el cuarto trimestre de 2011 la economía
de EEUU se expandió rápidamente a una tasa
anualizada de 4,1%, y luego se desaceleró
significativamente a 2% durante el primer trimestre de este
año y a 1,7% en el segundo trimestre.

Muchos analistas han reducido sus previsiones de
crecimiento económico para el segundo semestre por razones
que incluyen la sequía en zonas agrícolas, el alza
en los precios del petróleo e incertidumbre sobre las
políticas presupuestales de EEUU. La semana pasada, la
firma de pronósticos Macroeconomic Advisors redujo sus
previsiones para el crecimiento del PIB de EEUU en el tercer
trimestre a 1,5% y el cuarto trimestre a 1,4%.

La dura verdad sobre
el crecimiento mundial (Project Syndicate – 14/9/12)

(Por Michael Spence)

Nueva York.- Los países con altos ingresos tienen
problemas económicos, en su mayoría relacionados
con el crecimiento y el empleo. Actualmente, sus dificultades se
extienden a las economías en desarrollo.
¿Qué factores subyacen a los problemas actuales y
cuán apropiadas son las probables políticas de
respuesta?

El primer factor importante es el
desapalancamiento y la consiguiente reducción en la
demanda agregada. Desde el comienzo de la crisis financiera en
2008, varios países desarrollados, luego de mantener la
demanda con apalancamiento y consumo excesivos, tuvieron que
recomponer tanto sus balances públicos como privados, algo
que lleva tiempo –y que los perjudicó en
términos de crecimiento y empleo.

El sector no transable de cualquier economía
avanzada es importante (aproximadamente dos tercios de la
actividad total). Para este gran sector, no hay posibilidad de
sustituir la demanda local. El sector transable podría
contrarrestar parte del déficit, pero no es lo
suficientemente grande como para compensarlo completamente. En
principio, los gobiernos podrían eliminar esa brecha, pero
la elevada (y creciente) deuda limita su capacidad para ello (si
bien el grado de las limitaciones es cuestión de acalorado
debate).

En definitiva, el desapalancamiento implicará que
el crecimiento sea modesto, en el mejor de los casos, en el corto
y mediano plazo. Si la situación en Europa se deteriora, o
se llega a un punto muerto respecto del "precipicio fiscal"
estadounidense a principios de 2013 (cuando expiren los recortes
impositivos y entren en vigor las restricciones
automáticas del gasto), será mucho más
probable que la economía empeore.

El segundo factor que subyace a los
problemas actuales está relacionado con la
inversión El crecimiento de más largo plazo
requiere inversión por parte de las personas (en
educación y habilidades), de los gobiernos y del sector
privado. La inversión insuficiente eventualmente disminuye
el crecimiento y las oportunidades de empleo. La dura verdad es
que la contracara del modelo impulsado por el consumo que
prevaleció antes de la crisis ha sido una inversión
deficiente, en especial por parte del sector
público.

Si se recorta la inversión para reequilibrar las
cuentas fiscales, sufrirá el crecimiento en el mediano y
largo plazo, reduciendo las oportunidades de empleo para los
jóvenes que se incorporen al mercado laboral. Mantener la
inversión, por otro lado, tiene un costo inmediato:
implica posponer el consumo.

¿Pero el consumo de quién? Si casi todos
están de acuerdo en la necesidad de más inversiones
para aumentar y mantener el crecimiento, pero la mayoría
cree que otros deben pagar por ello, la inversión
será víctima de un impasse en términos de la
responsabilidad sobre la deuda -que se reflejará en el
proceso político, las decisiones electorales, y la
formulación de medidas de estabilización
fiscal.

El tema principal son los impuestos. Si la
inversión del sector público tuviese que aumentar
sin incidir sobre los impuestos, los recortes presupuestarios
necesarios en otras partidas para evitar el crecimiento
insostenible de la deuda serían inverosímilmente
abultados.

El desafío más
difícil es el de la inclusión: ¿cómo
se distribuirán los beneficios del crecimiento? Se trata
de un desafío de larga data que, especialmente en Estados
Unidos, se remonta al menos hasta dos décadas antes de la
crisis; no fue atendido y ahora atenta contra la cohesión
social.

El crecimiento del ingreso de la
clase media en la mayoría de los países avanzados
se mantuvo estancado, y las oportunidades de empleo han
disminuido, especialmente en el sector transable de la
economía. La porción del ingreso que se destina al
capital ha aumentado, a expensas del trabajo. En especial en
EEUU, la generación de empleo ha sido desproporcionada en
favor del sector no transable.

Estas tendencias reflejan una combinación de las
fuerzas tecnológicas y de mercado globales, que actuaron
durante las últimas dos décadas. En cuanto a la
tecnología, las innovaciones para ahorrar mano de obra en
el procesamiento de la información basado en redes y la
automatización de transacciones han ayudado a abrir una
brecha entre el crecimiento y la generación de empleo,
tanto en el sector transable como en el no transable.

En el sector transable de las economías
avanzadas, la automatización de la manufactura -que
incluye la ampliación de las capacidades robóticas
y la eventual impresión 3D- se ha combinado con la
integración de millones de nuevos participantes a las
cadenas globales de aprovisionamiento en rápida
evolución para limitar el crecimiento del empleo. La
creciente capacidad de las empresas multinacionales para
descomponer estas cadenas globales de aprovisionamiento
según sus funciones y geografía para luego
reintegrarlas con costos de transacción aún
menores, elimina la protección de los mercados de trabajo
que solía provenir de la competencia local por los
trabajadores.

Este desafío es especialmente
difícil, ya que la política económica no se
ha centrado en las tendencias distributivas adversas que surgen
de los cambiantes resultados de los mercados globales. Sin
embargo, las distribuciones del ingreso en las economías
avanzadas, presumiblemente sujetas a fuerzas tecnológicas
y de mercado globales similares son, de hecho, sorprendentemente
diferentes. Esto sugiere que una combinación de
políticas sociales y normas sociales diferentes
efectivamente tiene un impacto distributivo. Si bien la
teoría del impuesto óptimo sobre los ingresos se
ocupa directamente de la relación inversa entre los
incentivos a la eficiencia y sus consecuencias distributivas,
aún falta mucho para alcanzar el equilibrio
adecuado.

Un balance estatal saludable podría ayudar, ya
que parte del ingreso que fluye hacia el capital iría al
estado. Pero, con la excepción de China, las posiciones
fiscales en todo el mundo son actualmente
débiles.

Como resultado, el desapalancamiento
continúa como una clara prioridad en muchos países,
reduciendo el crecimiento, con contramedidas fiscales limitadas
por las elevadas o crecientes deudas y déficits
gubernamentales. Hasta ahora, hay poca evidencia de la voluntad
por parte de los políticos, responsables de
políticas y, tal vez, del público, para reducir
aún más el consumo actual mediante impuestos y
obtener margen para mayores inversiones orientadas al
crecimiento.

De hecho, con presión fiscal, es más
probable que ocurra lo contrario. En EEUU pocas medidas
prácticas que se ocupan del desafío distributivo
parecen haber sido incluidas en la agenda electoral de ambos
partidos mayoritarios, más allá de la
retórica en sentido contrario.

En la medida que esto también sea
así en otras economías avanzadas, la
economía mundial enfrenta un período extendido de
varios años de bajo crecimiento, con un riesgo residual de
resultados peores de lo previsto proveniente de los errores y el
punto muerto en las políticas europeas, estadounidenses y
de otros sitios. Ese escenario implica un menor crecimiento
–posiblemente entre 1 y 1,5 puntos porcentuales
menos– para los países en desarrollo, incluida
China, nuevamente con preponderancia del riesgo a la
baja.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is
currently Chairman of the Commission on Growth and Development,
an international body charged with charting opportunities for
global economic growth. He is also Professor of Economics at
NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at
the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover
Institution at Stanford University, and Academic Board Chairman
of the Fung Global Institute in Hong Kong. He was previously Dean
of Stanford"s School of Business and Professor of Economics at
Harvard University)

– Un caso de mala praxis macroeconómica (Project
Syndicate – 30/9/12)

(Por Stephen S. Roach)

New Haven. – A la economía de Estados Unidos le
están dando el remedio equivocado. Los responsables
políticos diagnosticaron mal la enfermedad y recetaron una
medicina experimental, de eficacia no comprobada y que
podría tener efectos secundarios graves.

El paciente es el consumidor
estadounidense, el mayor del mundo con creces, pero debilitado
ahora por los rigores de la peor crisis que ha habido desde la
Gran Depresión. Los últimos datos sobre el gasto de
los consumidores en Estados Unidos son desalentadores. En el
segundo trimestre de 2012, el crecimiento del consumo personal de
los estadounidenses (ajustado según la inflación)
cayó hasta el 1,5%, y todo indica que en el tercer
trimestre seguirá igual de alicaído.

Por si fuera poco, estas cifras son solamente las
últimas dentro de una tendencia que ya lleva cuatro
años y medio. Entre el primer trimestre de 2008 y el
segundo trimestre de 2012 incluido, el crecimiento anualizado
promedio del gasto real en consumo llegó apenas al 0,7%,
una cifra incluso más extraordinaria si se la compara con
el 3,6% de la tendencia previa a la crisis, durante el decenio
terminado en 2007.

La enfermedad es una prolongada
recesión de balances que convirtió a una
generación de consumidores estadounidenses en zombis:
muertos vivientes en términos económicos. Es como
lo que pasó en Japón en los noventa, solo que
allí los zombis eran las corporaciones, que entonces
prefiguraron lo que sería la primera de varias
décadas perdidas en Japón; y ahora los consumidores
estadounidenses están haciendo lo mismo con la
economía de Estados Unidos.

Todo empezó después de una
década de consumo excesivo, alentada por dos burbujas (la
inmobiliaria y la crediticia). En 2007 las dos burbujas
estallaron y las familias estadounidenses quedaron
comprensiblemente concentradas en reparar los daños, es
decir, pagar las deudas y volver a acumular ahorros, lo que
explica la prolongada caída de la demanda de los
consumidores.

Pero el remedio recetado sólo
empeoró las cosas. La Reserva Federal se obstina en tratar
la enfermedad como si se tratara de un problema cíclico y
está empleando toda su capacidad de flexibilización
monetaria para compensar lo que en su opinión es una
caída transitoria de la demanda agregada.

Esta estrategia esconde una
lógica retorcida, muy preocupante no solo para los Estados
Unidos, sino también para la economía global. No
hay nada de cíclico en los efectos duraderos de una
recesión de balances que ya llevan casi cinco años.
La realidad es que las familias estadounidenses apenas
están empezando a sanear sus balances. En agosto de 2012,
la tasa de ahorro personal no superó el 3,7%; si bien esto
representa un alza respecto del mínimo de 1,5% registrado
en 2005, es apenas la mitad del 7,5% promedio de las
últimas tres décadas del siglo XX.

Encima, sobre las economías
familiares aún gravita el peso de una deuda enorme. A
mediados de 2012, el nivel general de endeudamiento de los
hogares se redujo hasta el 113% de la renta personal disponible,
lo cual representa una disminución de 21 puntos
porcentuales respecto del máximo de 134% registrado antes
de la crisis en 2007, pero sigue muy por arriba del 75%
aproximado que fue la norma del período 1970-1999. Dicho
de otro modo, a los estadounidenses todavía les falta
andar mucho camino antes de sanear sus balances, y eso
difícilmente puede ser señal de una caída
temporal o cíclica de la demanda de los
consumidores.

Además, el método empleado
por la Reserva Federal enfrenta un obstáculo serio, el
llamado límite inferior cero de la tasa de interés.
Como ya no tiene margen para reducir más las tasas, ahora
la Reserva Federal se volcó a la dimensión
cuantitativa del ciclo crediticio y procura inyectar enormes
dosis de liquidez en las ya maltrechas venas de los consumidores
zombis.

Para justificar la eficacia de este
método, la Reserva Federal cambió el discurso sobre
el mecanismo de transmisión de la política
monetaria cuantitativa. Si antaño se decía que
reducir las tasas de interés incentiva la toma de
préstamos, hoy se supone que la "flexibilización
cuantitativa" actuará como estímulo para los
mercados financieros y de activos, y que en los así
revigorizados mercados financieros se generarán efectos
riqueza que despertarán los adormecidos "espíritus
animales" (las expectativas económicas) y
estimularán a los consumidores a volver a gastar,
cualesquiera sean las restricciones impuestas por sus problemas
de balance pendientes.

No solo eso: según este
razonamiento, una vez resuelto el problema de la demanda, las
empresas comenzarán otra vez a contratar personal.
Entonces, como por arte de magia, una solución no
convencional habrá servido para cumplir con el largamente
descuidado mandato de la Reserva Federal de combatir el
desempleo.

Pero la apuesta política de la
Reserva Federal está llevando a los Estados Unidos por el
camino equivocado: es insistir con un método que nos
conduce a recrear la locura de un modelo de consumo dependiente
de los mercados de activos y de crédito, el mismo error
que llevó a la economía estadounidense al borde del
precipicio durante el período 2003-2006.

Si dos rondas previas de
flexibilización cuantitativa no pudieron ayudar a las
familias estadounidenses a sanear sus balances más
rápido, nada indica que la tercera sea la vencida. La
flexibilización cuantitativa es como mucho un arma sin
filo, con un mecanismo de transmisión muy retorcido y, por
ende, imprevisible. Y sobre todo, no hace prácticamente
nada por resolver los problemas gemelos del apalancamiento
excesivo y la falta de ahorro
. Si en cambio se aplicaran
políticas que apunten directamente al perdón de las
deudas y a aumentar los incentivos al ahorro (que sin duda
serían medidas controvertidas) al menos así se
atacarían los problemas financieros de los consumidores
zombis.

Además, la
flexibilización cuantitativa tiene serios efectos
secundarios. Uno que preocupa a muchos es que haya una escalada
de la inflación, pero la economía mundial
experimenta en este momento una caída de la actividad de
tal magnitud (y que probablemente perdurará varios
años más) que a mí no me parece tan
importante.

Incluso más desconcertante es la
facilidad con que los grandes bancos centrales (no solamente la
Reserva Federal, sino también el Banco Central Europeo, el
Banco de Inglaterra y el Banco de Japón) están
dispuestos a inyectar en los mercados de activos excesos de
liquidez enormes, que las debilitadas economías reales no
pueden absorber. Esto coloca a los bancos centrales en la
desestabilizadora posición de renunciar al control de los
mercados financieros. Y en un mundo acosado por lo que parece ser
una inestabilidad financiera endémica, tal vez esta sea la
peor de las noticias.

Los países en vías de desarrollo han
cerrado filas contra las tácticas imprudentes de los
grandes bancos centrales. Los líderes de las
economías emergentes temen que se produzcan efectos
derrame sobre los mercados de commodities y distorsiones de los
tipos de cambio y de los flujos de capital que supongan un riesgo
para aquello que más les preocupa, la estabilidad
financiera. Seguir la pista de los flujos transfronterizos que
pueda impulsar la flexibilización cuantitativa en los
países llamados avanzados es sin duda difícil, pero
estos temores no están para nada infundados. Inyectar
liquidez en los países desarrollados, donde las tasas de
interés son nulas, alentará a los inversores
famélicos de rendimientos a irse a competir por
oportunidades de crecimiento en otra parte.

La economía global lleva
varios años de crisis en crisis, y el remedio ya es parte
de la enfermedad. En una época de tasas de interés
nulas y flexibilización cuantitativa, la política
macroeconómica perdió contacto con la dura realidad
que nos dejó la crisis. Y mientras los médicos usan
una medicina no comprobada para tratar la dolencia equivocada,
nadie le presta atención al paciente, que sigue tan
enfermo como siempre.

(Stephen S. Roach was Chairman of Morgan Stanley Asia
and the firm's Chief Economist, and currently is a senior fellow
at Yale University"s Jackson Institute of Global Affairs and a
senior lecturer …)

– La felicidad es igualdad (Project Syndicate –
19/10/12)

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- El rey de Bután quiere hacernos felices
a todos. Señala que los gobiernos deberían
dedicarse a maximizar el Producto Nacional de Felicidad de
sus poblaciones en lugar del PNB. ¿Este nuevo
hincapié en la felicidad representa un viraje o solo es
una moda pasajera?

Es fácil entender por qué los gobiernos
deberían dejar de centrarse en el crecimiento
económico cuando éste se vuelve inaprensible. Las
perspectivas de crecimiento este año para la eurozona son
nulas. La economía británica y la griega se
están contrayendo, aunque en Grecia llevan más
años de contracción. Incluso las previsiones
apuntan a una desaceleración de la economía china.
¿Por qué no dejar de lado el crecimiento y mejor
disfrutar lo que tenemos?

Sin duda, este sentimiento pasará cuando se
restablezca el crecimiento, lo que seguramente sucederá.
No obstante, se ha producido un cambio profundo en la forma de
concebir el crecimiento, que probablemente le quitará
importancia al crecimiento en el futuro –en especial en los
países ricos.

El primer elemento que influyó para dejar de
lograr el crecimiento fue la preocupación en torno a su
sostenibilidad. ¿Podremos seguir creciendo a tasas como
las de antes sin poner en riesgo nuestro futuro?

Cuando las personas empezaron a hablar de los
límites "naturales" del crecimiento en los años
setenta, se referían al inminente agotamiento de alimentos
y recursos naturales no renovables. Recientemente el debate se ha
centrado en las emisiones de carbono. Como se destaca en el
Informe Stern de 2006, debemos sacrificar crecimiento ahora para
asegurar que en el futuro no terminemos fritos.

Curiosamente, un tema tabú de este debate es la
población. Entre menos personas haya menor será el
riesgo de calentamiento del planeta. Sin embargo, en lugar de
aceptar el declive natural de sus poblaciones, los gobiernos de
los países ricos absorben más y más personas
para frenar los salarios y por ende crecer más
rápidamente.

Hay inquietudes más recientes que se refieren a
lo decepcionante que resulta el crecimiento. Se va entendiendo
cada vez más que el crecimiento no necesariamente aumenta
nuestro sentido de bienestar. Entonces, ¿por qué
seguir creciendo?

La base de este planteamiento se hizo hace tiempo. En
1974 el economista Richard Easterlin publicó un famoso
artículo, "Does Economic Growth Improve the Human Lot?
Some Empirical Evidence." (¿Mejora el crecimiento
económico el bienestar humano? Evidencia empírica).
Después de correlacionar el ingreso per cápita y
los niveles de percepción de felicidad en varios
países, llegó a la asombrosa conclusión: tal
vez no.

Easterlin no encontró correlación entre la
felicidad y el PNB per cápita una vez logrado superar un
nivel bajo de ingresos (suficiente para satisfacer las
necesidades básicas). En otras palabras, el PNB es una
medida insuficiente del sentimiento de satisfacción
personal.

Ese resultado fomentó nuevos esfuerzos para
concebir índices alternativos. En 1972, dos economistas,
William Nordhaus y James Tobin introdujeron una medida que
denominaron "Bienestar Económico Neto (BEN)", que se
calcula descontando las "malas" entradas del PNB, como la
contaminación y se le suma las actividades externas del
mercado como el esparcimiento. Mostraron que una sociedad con
más esparcimiento y menos trabajo podría tener el
mismo bienestar que una con más trabajo -y por ende
más PNB- y menos esparcimiento.

Medidas más recientes han tratado de incorporar
una serie más amplia de indicadores de "calidad de vida".
El problema es que uno puede medir muchas cosas pero no la
calidad de vida. Cómo podemos combinar cantidad y calidad
en algún índice de "sentimiento de
satisfacción personal" es una cuestión de moral y
no de economía, por lo que no sorprende que la mayor parte
de los economistas se apeguen a sus medidas cuantitativas de
"bienestar".

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15
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