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La era de la desigualdad (¿Consecuencia directa del imperialismo monetario?) Parte II (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Sin embargo, otros descubrimientos han empezado a
influenciar el debate actual sobre el crecimiento: las personas
pobres de un país son menos felices que las personas
ricas. En otras palabras, una vez satisfechas las necesidades
básicas, los niveles de felicidad de las personas dependen
mucho menos de su ingreso que de su ingreso en comparación
con algún grupo de referencia. Constantemente comparamos
nuestro bienestar con el de otros y podemos sentirnos superiores
o inferiores cualquiera que sea nuestro nivel de ingreso; el
bienestar depende mucho más de cómo se distribuyen
los frutos de ese crecimiento que de la cantidad
absoluta.

En otras palabras, lo que es importante
para el sentimiento de satisfacción es el crecimiento del
ingreso mediano y no del ingreso medio -el ingreso de una persona
típica. Pensemos en una población de diez personas
(digamos, una fábrica) cuyo director ejecutivo gana
150,000 dólares al año y las otras nueve personas
ganan 10,000 dólares cada una. La media de sus ingresos es
25,000 dólares, pero el 90% gana 10,000 dólares.
Con este tipo de distribución del ingreso, sería
sorprendente si el crecimiento aumentara el sentimiento de
bienestar de una persona típica.

No es un ejemplo vano. En las
últimas tres décadas, los ingresos medios han
estado aumentando constantemente en las sociedades ricas, pero
los ingresos típicos se han estancado o incluso reducido.
Es decir, una minoría -una muy pequeña
minoría en países como los Estados Unidos y Gran
Bretaña- han absorbido la mayor parte de los rendimientos
del crecimiento. En esos lugares no queremos más
crecimiento sino más igualdad.

Más igualdad no solo
produciría la satisfacción que resulta de
más seguridad y más salud, sino también la
satisfacción que se origina de tener más
esparcimiento, más tiempo para estar con la familia y
amigos, más respeto de nuestros semejantes y más
opciones de vida. Una gran desigualdad nos hacen ávidos de
bienes porque constantemente estamos pensando que tenemos menos
que los demás. Vivimos en una sociedad agresiva con padres
súper dinámicos y madres protectoras, que se
presionan mutuamente e impulsan a sus hijos a "salir
adelante".

El filósofo del siglo XIX, John Stuart Mill,
tenía una visión más civilizada:

"Confieso que no me fascina el ideal de
vida que adoptan aquellos que piensan…que atropellar,
aplastar, dar codazos y obstaculizarse mutuamente, que en
sí constituye el tipo de vida social existente, sea el
destino más deseable para la humanidad… El mejor
estado de la naturaleza humana es uno en el que si bien nadie es
pobre tampoco nadie desea ser más rico y nadie tiene
motivos para temer que los esfuerzos de otros para progresar lo
hagan retroceder".

Esa lección ahora la han olvidado muchos
economistas, pero no el rey de Bután -o las muchas
personas que han entendido los límites de la riqueza
cuantificable.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political
Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy
in history and economics, is a member of the British House of
Lords. The author o…)

La
distribución de la renta y la
crisis: antes y
después (I) (Fedea – 20/6/12)

(Por Javier Andrés)

La OCDE ha publicado recientemente un
estudio sobre la evolución de la desigualdad de renta en
sus países miembros, sus causas y la relación que
las políticas encaminadas a reducirla tienen con el
crecimiento económico. La conclusión general es que
la desigualdad, medida por los índices de Gini para
diversas definiciones de renta disponible -individual, familiar-
ha aumentado entre 1980 y 2008, a pesar de que este periodo ha
sido uno de los de más rápido crecimiento en la
región.

Entre las principales causas de esta
evolución el estudio identifica los cambios en las tasas
de desempleo, que han afectado de forma desigual a los diferentes
grupos sociales, la polarización de los salarios entre los
trabajadores empleados a tiempo completo y las diferencias en la
situación contractual –contratos temporales, a tiempo
parcial. Estos cambios vienen asociados en parte al propio
proceso de globalización y al progreso técnico
sesgado en favor del empleo cualificado, y ante ellos no todos
los países han acertado con el diseño adecuado de
las políticas sociales, con lo que la distribución
de la renta se ha hecho más desigual incluso una vez
corregida por transferencias.

El ritmo de desarrollo de muchas economías
emergentes ha permitido una convergencia en renta per
cápita a escala global. Sin embargo el aumento de las
desigualdades en países que han hecho bandera del estado
del bienestar ha sido identificado en una serie reciente del
Financial Times sobre "Capitalism in Crisis" como uno de los
principales factores de deslegitimación del capitalismo en
la actualidad, por lo que la preocupación por la
distribución de la renta debe ser prioritaria en el
proceso de salida de la crisis.

La desigualdad y la crisis financiera
están relacionadas de forma compleja. David Moss muestra
en el siguiente gráfico una correlación
significativa entre ambos fenómenos para Estados Unidos.
No está muy claro qué causa a qué pero se
observa que las dos grandes crisis han venido precedidas por una
notable concentración de la renta en manos del 10% de la
población con los ingresos más altos. Esta
concentración alcanzó una de sus cotas
máximas precisamente en 1928 para reducirse después
paulatinamente hasta los años 70 y aumentar de nuevo
continuamente hasta 2007. Una posible explicación de esta
observación la aporta Raghuram Rajan en su artículo
"The True Lessons of the Recession" para quien los shocks de
precios del petróleo y la caída en el crecimiento
de la productividad tras la posguerra terminaron con buena parte
de la base industrial de las economías avanzadas y con la
fase de crecimiento rápido e integrador en la que una mano
de obra no excesivamente cualificada era el recurso necesario
para el crecimiento. El traslado de muchas de estas actividades a
países emergentes, y el shock que supuso la
incorporación a la producción industrial de
millones de trabajadores en estos países, dieron lugar a
una polarización de la demanda de trabajo que abrió
la brecha salarial y aumentó las tasas de desempleo y/o la
precarización de los trabajadores de cualificación
media y baja.

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Los países desarrollados se enfrentaron a este
incremento de la desigualdad con estrategias muy diferentes.
Algunos fueron a la raíz del problema mediante la
aplicación de reformas de mercados diseñadas para
mantener una base industrial con costes laborales unitarios
competitivos –Alemania por ejemplo- y otros, como los
países escandinavos, mejoraron además el
diseño de los esquemas de protección social y la
eficiencia de su estado del bienestar. En otros países
fueron el sector público y el sector financiero los que
jugaron este papel mitigador de las diferencias, en ambos casos
recurriendo al endeudamiento -lo que es consistente con los
resultados de Azzimonti, de Francisco y Quadrini. En el caso de
los gobiernos mediante políticas monetarias y fiscales
expansivas que mantuvieron el empleo público, compensando
la presión de la competencia exterior. Para autores como
Brender y Pisani es la preeminencia del objetivo de pleno empleo,
más que la superioridad en la producción de activos
financieros, lo que explica el elevado déficit exterior de
Estados Unidos y de otros países avanzados.

En cuanto al papel del mercado
financiero, es cierto que el acceso al crédito barato
permitió mitigar las diferencias en consumo -en
comparación con las de renta- y la percepción de la
desigualdad, pero la dirección de causalidad está
siendo objeto de un debate con argumentos más
políticos. Así, Rajan defiende que la
política de crédito barato fue una respuesta
deliberada a la desigualdad por parte de los gobiernos, aplicado
por agencias semipúblicas -en el caso de Estados Unidos,
Freddie Mac y Fannie Mae. Krugman y Acemoglou consideran, por el
contrario, que la acumulación de desequilibrios
financieros y la desigualdad fueron el resultado conjunto de la
desregulación que favoreció la expansión del
crédito y la acumulación de riesgos por parte del
sector privado, al tiempo que provocaba una progresiva
concentración de rentas en muy pocos perceptores debida a
la separación progresiva entre la propiedad y la
gestión en muchas grandes corporaciones, en particular en
el sector financiero -Wolf.

Independientemente de si el sector público
erró por querer favorecer a los más pobres o por
hacerlo con los más ricos -cuestión que no es
trivial pero que no me toca discutir aquí- el hecho es que
el endeudamiento y las disparidades de renta evolucionaron
conjuntamente, como lo hicieron en los años previos a la
Gran Depresión. La cuestión es si, como entonces,
es posible salir de la crisis con una mejor distribución
de la renta. Las perspectivas no son muy halagüeñas
debido al aumento del desempleo entre los trabajadores menos
cualificados. El propio informe de la OCDE clasifica las
distintas políticas de crecimiento en función de su
efecto sobre la distribución. Entre las que pueden
favorecer ambos objetivos están las dirigidas a fomentar
el acceso a la educación en todas sus formas -incluidas
las políticas activas de empleo- así como la
eliminación de las diferencias profundas entre tipos de
contratos indefinidos y temporales. Por el contrario, para
recuperar la competitividad y reconstruir parte del tejido
productivo es necesario un realineamiento rápido entre los
ingresos laborales y la productividad que difícilmente
puede tener éxito sin ampliar la brecha salarial.
Además no parece que la elevada deuda pública
acumulada permita que la contribución del estado del
bienestar a la reducción de la desigualdad pueda ser tan
determinante como lo fue tras la depresión del siglo
pasado.

Las ganancias del periodo de crecimiento
no se han repartido por igual entre los distintos sectores
sociales, siendo los trabajadores menos cualificados del mundo
desarrollado los que han visto empeorar su posición
relativa. La única solución sostenible al dilema
crecimiento y/o igualdad debe provenir de la educación y
de un uso eficiente de los recursos públicos destinados al
bienestar. Si Europa acaba superando la fase crítica en la
integración en la que se encuentra en la actualidad,
deberá atender a las disparidades en este terreno con la
misma intensidad con la que está empezando a aplicarse en
otros tipos de desequilibrios.

– La distribución de la renta y la crisis (II) (Fedea
31/10/12)

(Por Javier Andrés)

En la primera entrega de Inequality in Focus de abril de
2012 del Banco Mundial se afirmaba que 2011 será recordado
como el año en el que la desigualdad en la
distribución de la renta volvió a ocupar un lugar
central entre las preocupaciones de política
económica y social, y el exhaustivo informe reciente de
The Economist viene a corroborar esta preocupación. La
crisis financiera tiene desde luego buena culpa de este renovado
interés, pero la desigualdad en la distribución de
la renta lleva más de dos décadas en aumento en la
mayoría de los países del planeta, en particular en
los más desarrollados.

Son numerosos los estudios que muestran
que la distribución de la renta en el mundo ha empeorado
en los últimos años. Y esto a pesar de la
convergencia entre países que no ha podido compensar el
aumento de las disparidades dentro de muchos de ellos. El
índice de Gini, que mide la distribución de la
renta -con valores extremos 0, cuando todos los individuos de la
muestra tienen la misma renta, y 100 si un individuo acumula toda
la renta- ha aumentado entre 1995 y 2007 en dos tercios de los
141 países analizados por Ortiz y Cummins. Todavía
más preocupante es el hecho de que desde 1980 el 20% de la
población mundial con renta más alta acumula
más del 80% de la renta total mientras que el 40%
más pobre apenas recibe el 3% de la misma y que el
índice de Gini de distribución de la riqueza es
sustancialmente mayor que el de la renta, lo que indica que estas
diferencias pueden ser muy persistentes.

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Por regiones, las disparidades de renta
han tendido a corregirse en aquellas en las que las diferencias
eran más acusadas –América Latina, África– y
a empeorar en la mayoría de los países
asiáticos y en particular en los más desarrollados,
como se recoge en el Gráfico 1 -de los mismos autores- que
refleja el índice de Gini y su tasa de variación
desde los años 1990 y 2000 hasta 2008. Esto podría
interpretarse como una tendencia a la convergencia en la
desigualdad hacia un nivel socialmente aceptable y
económicamente eficiente, que incentivaría la
especialización y la acumulación de capital humano
de quienes quieren escapar de la pobreza, como muestra, por
ejemplo, el análisis clásico de West para Estados
Unidos -gracias Juanfran por recordarme este trabajo. Sin embargo
hay otros datos relativos a la evolución de la desigualdad
que no son consistentes con esta interpretación y que
indican que las grandes diferencias de renta no van
necesariamente asociadas a una mayor eficiencia y por lo tanto
que no tienen por qué ser un factor que ayude al
crecimiento en el futuro.

Por una parte el incremento de la desigualdad ha tenido
lugar fundamentalmente en los extremos de la distribución.
Como calcula Bonesmo Fredriksen -Gráfico 2- el rasgo
principal de esta distribución es la polarización
de la renta con un fuerte crecimiento en el decil superior y un
estancamiento cuando no disminución de la renta en el
decil más bajo. En este periodo el aumento de la renta
disponible ha sido similar para el resto de grupos de la
población en la Unión Europea y, en menor medida,
en Estados Unidos. De los factores habitualmente citados como
explicativos del crecimiento de la desigualdad, la
expansión del sector financiero y un tratamiento fiscal
más favorable parecen haber contribuido más a la
polarización en la parte alta de la distribución
que el comercio internacional o el progreso
técnico.

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En segundo lugar, esta desigualdad de
rentas incorpora un componente nada desdeñable de
desigualdad de oportunidades que no sólo no incentiva una
mejor asignación de recursos sino que la dificulta
perpetuando las diferencias sociales. No resulta sencillo
distinguir entre la proporción de la dispersión de
rentas que se debe a factores exógenos a los individuos
("circunstancias") de aquella causada por factores sobre los que
estos tienen algún control ("esfuerzo"). Los factores
circunstanciales conforman lo que entendemos por desigualdad de
oportunidades y el propio informe de The Economist señala
que su contribución a la desigualdad observada de la renta
es muy diferente por países. Así en Noruega y
Suecia las circunstancias ajenas a la elección de los
individuos explican entre el 3% y el 11% de la dispersión
de la renta, mientras que en Guatemala o Brasil esta
proporción supera el 30%. E incluso estas estimaciones
constituyen un límite inferior porque las circunstancias
no son todas fácilmente observables e influyen con
frecuencia en el esfuerzo de los individuos por mejorar su
posición en la escala social. Como muestran Checchi,
Peragine y Serlenga en diversos trabajos las diferencias de
oportunidades son también una causa fundamental de la
desigualdad de rentas observada en la Unión Europea, en
particular en la Europa Mediterránea y Central -con la
excepción de algunos países del Este- llegando a
explicar el 25% del total en algunos casos.

Y para poner las cosas más
difíciles está el efecto de la crisis que muy
previsiblemente no seguirá las pautas de la de 1929 en
Estados Unidos, tras la cual la desigualdad de la renta, que
había empeorado sustancialmente como ahora, mejoró
durante varias décadas. En Europa, y aunque no tenemos
aún una perspectiva temporal suficiente, los datos de
Eurostat -sobre los que me ha llamado la atención Samuel-
muestran que la crisis ya ha hecho mella en la
distribución de la renta. Como se puede observar en el
Gráfico 3 el cociente entre la media de renta del quintil
superior y la del inferior -Q80/Q20- de la distribución ha
aumentado significativamente entre los países más
desarrollados -UE(15) y Eurozona- desde los valores anteriores a
la crisis, mientras que disminuye entre los nuevos países
miembros de la UE.

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En un estudio muy completo para el Programa de
Desarrollo de la Naciones Unidas Atkinson y Morelli, concluyen
que no hay un patrón inequívoco sobre la
relación entre crisis financieras y distribución de
la renta. Las desigualdades sociales efectivamente disminuyeron
tras algunas crisis importantes, pero también aumentaron
en otros casos, lo que indica que las estrategias alternativas de
política económica para combatir la recesión
inciden en la desigualdad. En la misma dirección apuntan
los resultados del reciente informe del Fondo Monetario
Internacional, Taking Stock: A Progress Report on Fiscal
Adjustment que señala que el ajuste fiscal -la forma que
adopta y su intensidad- es determinante en el impacto que las
recesiones tienen sobre la distribución de la renta. El
informe analiza una muestra de 48 países emergentes y
desarrollados entre 1980 y 2010 y encuentra una clara influencia
negativa sobre la igualdad de las tecnologías de la
información -como proxy del progreso tecnológico
sesgado en favor de la cualificación- del comercio
internacional -aunque en este caso la relación con la
desigualdad es muy no lineal y la evidencia no es concluyente- y
de algunos cambios en los impuestos y en el gasto público
que han dado lugar a una estructura fiscal más regresiva.
Pero junto a ello, el informe encuentra para el conjunto de la
muestra y en especial para la OCDE que las consolidaciones
fiscales como tales han contribuido a empeorar la
distribución de la renta, en particular cuando el ajuste
ha sido muy intenso y cuando este se ha basado fundamentalmente
en el gasto productivo y social.

Toda esta evidencia añade otra restricción
más -y ya van muchas- a las decisiones de política
económica que tienen que tomar los países
más afectados por la recesión actual. Entre los
muchos deberes que no se hicieron en el pasado está el no
haber aprovechado para promover un crecimiento más
integrador. El FMI advierte que sus resultados no deben
interpretarse como que el ajuste fiscal no es necesario, sino en
el sentido de incorporar la variable social y de desigualdad a
las decisiones macroeconómicas para evitar un mayor
deterioro del equilibrio social en algunos países. El
informe de The Economist concluye con una propuesta que denomina
True Progresivism cuyo objetivo es compatibilizar la
reducción de las desigualdades con el crecimiento
necesario para superar la recesión y mantener la senda de
crecimiento de años atrás. Algunas de estas
medidas, como la educación, son cruciales pero sólo
efectivas a largo plazo. A corto plazo es preciso
rediseñar el proceso de ajuste fiscal para hacerlo
financiera y socialmente sostenible.

La desigualdad
está acabando con el capitalismo (Project Syndicate –
21/11/12)

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- Hay un consenso general de que los
créditos bancarios excesivos provocaron la crisis de
2008-2009, y que la imposibilidad para recuperarse adecuadamente
de dicha recesión radica en el rechazo de los bancos a
otorgar créditos debido a sus hojas de balance
"quebradas".

La historia típica preferida de partidarios de
Friedrich von Hayek y la escuela austriaca de economía
cuenta que en el periodo previo a la crisis los bancos ofrecieron
más créditos a los prestatarios de lo que los
ahorradores habrían estado dispuestos a dar, gracias al
crédito barato que dieron los bancos centrales, en
particular, la Reserva Federal estadounidense. El dinero de los
bancos centrales abundaba en los bancos comerciales, que daban
créditos para muchos proyectos malos de inversión,
y la explosión de la innovación financiera
(especialmente de instrumentos derivados) estimulaba el
frenesí crediticio.

Esta pirámide invertida de deuda se
colapsó cuando la Reserva finalmente frenó la
fiebre de gasto mediante un aumento de las tasas de
interés. (La Reserva incrementó la tasa de los
fondos federales de referencia de 1% en 2004 a 5.25% en 2006 y
así la mantuvo hasta agosto de 2007). Como resultado, los
precios de las viviendas cayeron dejando una estela de bancos
zombis (cuyos pasivos superaban por mucho sus activos) y
arruinaron a los prestatarios.

Ahora parece que el problema es de volver a lanzar los
créditos bancarios. Los bancos dañados que no
quieren otorgar préstamos de algún modo tienen que
sanearse. Este ha sido el objetivo de los vastos rescates en los
Estados Unidos y en Europa, seguidos de varias rondas de
facilitación cuantitativa, que sirvieron a los bancos
centrales para imprimir dinero e inyectarlo al sistema bancario a
través de una serie de canales poco ortodoxos. (Los
Hayekianos se oponían a dicho método porque
señalaban que el crédito excesivo había
provocado la crisis y no se podía salir de ella otorgando
más crédito).

Asimismo, los sistemas regulatorios se han endurecido en
todas partes para evitar que los bancos pongan en riesgo
nuevamente el sistema financiero. Por ejemplo, además de
su mandato de estabilizar los precios, al Banco de Inglaterra se
le ha encomendado la nueva tarea de mantener "la estabilidad del
sistema financiero".

Este análisis aparentemente
verosímil, depende de la idea de que la oferta de
crédito es esencial para un buen funcionamiento de la
economía: mucho dinero la arruina, y muy poco la
destruye.

No obstante, se puede ver desde otro punto de vista: que
la demanda de crédito en lugar de la oferta es un motor
crucial de la economía. Después de todo, los bancos
están obligados a dar crédito sobre la base de aval
adecuado; y previo a la crisis, los precios crecientes de la
vivienda fungieron como tal. En otras palabras, la oferta de
crédito resultó de la demanda de
crédito.

Así pues, la cuestión del
origen de la crisis adquiere otro enfoque. La culpa no fue tanto
de los acreedores depredadores sino de los deudores imprudentes o
engañados. Entonces, la pregunta que surge es: ¿Por
qué las personas querían tanto crédito?
¿Por qué en los días anteriores a la
recesión el coeficiente deuda-ingreso de los hogares se
elevó a niveles nunca antes vistos?

Supongamos que las personas son
ambiciosas y que siempre quieren más de lo que les
permiten sus posibilidades. Entonces, ¿por qué se
manifestó de modo tan obsesivo esta
ambición?

Para dar una respuesta debemos ver lo
que está pasando con la distribución del ingreso.
El mundo se estaba volviendo gradualmente rico, pero la
distribución del ingreso entre países se estaba
haciendo cada vez más desigual. Los ingresos medios se han
estancado o incluso han caído en los últimos
treinta años, incluso cuando el PIB per cápita ha
aumentado. Esto significa que los ricos han estado acaparando una
proporción enorme del crecimiento de la
productividad.

¿Y qué hicieron los
relativamente pobres para estar a la altura en este mundo de
expectativas crecientes? Hicieron lo que los pobres siempre han
hecho: endeudarse. En tiempos pasados se endeudaban con los
prestamistas; ahora se endeudan con los bancos o con las
compañías de tarjetas de crédito.
Además, como su pobreza era relativa y los precios de las
viviendas aumentaban rápidamente, los acreedores con gusto
les permitían endeudarse cada vez
más.

Por supuesto, algunos estaban inquietos por la
caída de la tasa de ahorro de los hogares, pero pocos
estaban demasiado preocupados. En uno de sus últimos
artículos, Milton Friedman, escribió que hoy los
ahorros se hacen en forma de casas.

Para mí, este punto de vista explica mucho mejor
que el enfoque ortodoxo por qué después de todo el
dinero que los bancos centrales han inyectado, los bancos
comerciales no han reanudado el crédito, y por qué
la recuperación económica se ha desacelerado.
Así como los prestamistas no obligaron al público a
obtener créditos antes de la crisis, ahora tampoco pueden
obligar a los hogares fuertemente endeudados a obtener
créditos, o a las empresas a solicitar préstamos
para expandir la producción cuando los mercados
están inactivos o contrayéndose.

En resumen, la recuperación no
solo es responsabilidad de la Reserva, el Banco Central Europeo o
el Banco de Inglaterra. Necesita la participación activa
de los responsables del diseño de políticas
fiscales. Nuestra situación actual no requiere
prestamistas de último recurso, sino gastadores de
último recurso, y ese papel solo lo pueden
desempeñar los gobiernos.

Si los gobiernos, con sus ya elevados
niveles de endeudamiento, creen que ya no pueden pedir más
crédito al público, entonces deben pedir
crédito a sus bancos centrales y gastar los fondos
excedentes en obras públicas y proyectos de
infraestructura. Esta es la única forma de reactivar las
grandes economías occidentales.

Sin embargo, más allá
de esto, no podemos mantener un sistema que permite que una parte
tan grande del ingreso nacional se concentre en tan pocas manos.
La redistribución concertada de la riqueza y el ingreso ha
sido a menudo esencial para la supervivencia a largo plazo del
capitalismo. Estamos a punto de volver a aprender esa
lección.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political
Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy
in history and economics, is a member of the British House of
Lords. The author o…)

El estallido que
viene (El País – 30/11/12)

El mundo que prometía un
bienestar sostenido está roto y la sociedad avanza hacia
mayores cotas de desigualdad. Nos están preparando para
aceptar sin violencia un gran retroceso en las conquistas
sociales

(Por Adolfo García Ortega)

Lo habrá, tarde o temprano lo
habrá. Habrá un estallido social. El mundo que
prometía un bienestar sostenido está roto. Los
políticos no lo ven, o no lo saben o quizá sea que
han llegado a ese estado de ceguera, necedad y estupidez que les
impide salir de su discurso hueco, repetido y refractario. Es el
bloqueo del poder partitocrático tal como lo conocemos. E
intuyo que lo que se prepara es el control del
estallido.

Como ciudadano pensante podría hacer un
análisis negativo, incluso muy negativo, y no
dejaría de ser realista. Pero se impone partir de una
esperanza: la sociedad europea, sobre todo la del sur o
medio-sur, sigue viva, avanza, crece, palpita, mira hacia el
horizonte y no se resiste. Lucha. Esto también es
real.

Ahora lo que recorre Europa es una luz.
No una de esas luces de final del túnel, sino una luz
pequeña, una ligera claridad, una luz de linterna que
alumbra, por fin, el interior de lo que pasa. Lo primero que
ilumina esa luz es que Europa tiene un problema político
que no ha sabido resolver todavía. Y a esto se
añade otro aspecto, trágico: los serios problemas
de ciertos estratos de su población, tales como los
mayores, los jóvenes, los inmigrantes, los parados,
etcétera, pendientes cada uno de su inhóspito y
tambaleante futuro. Y esto conduce a nuestro mayor problema:
somos más viejos, somos más pobres, pero los ricos
son más ricos. Hay, pues, un brote agresivo de injusticia
y desigualdad.

Aunque surgen recelos por todas partes, y más con
el maquillaje del Premio Nobel de la Paz a la UE (seguro que en
Bosnia aún se ríen de esta broma de mal gusto), hay
que reconocer que existe un camino que la sociedad europea en su
conjunto ha recorrido modélicamente, un camino
común hacia una identidad común, un bienestar
común y una cultura diversificadamente común; un
camino que no han recorrido por igual los políticos.
Porque ahora hay un abismo entre la sociedad europea y sus
políticos.

Es más, asumamos de una vez, con decisión,
que la clase política es el gran problema que impide
modificar la realidad en Europa. ¿Por qué? Porque
los políticos no han contribuido a eliminar los prejuicios
de unos sobre otros, sino que los han aumentado; y tampoco han
articulado los mecanismos reales contra la injusticia, para lo
cual, básicamente, estaban elegidos. Han entregado a los
ciudadanos a los bancos, a las instituciones financieras, a los
principios inmorales de un capitalismo sin control. Y esto todos:
los políticos de derecha y los políticos de
izquierda. Porque, en este sentido, en la Europa en crisis,
derecha e izquierda han terminado por ser parodias
recíprocas. O, lo que es peor, cómplices de una
vieja dramaturgia, la de su propia supervivencia.

Y al no haber una política económica
verdaderamente común (salvo la malhadada monetaria), se
han evidenciado, en cada país, las miserias de esos mismos
políticos: la corrupción, la ineptitud, la mala
gestión, la incapacidad práctica e intelectual y el
error sistemático. Esto ha llevado a cuestionar, y
más que nunca y con más razones que nunca, su papel
delegado de representatividad.

¿Cuáles son los verdaderos males que
aquejan a Europa? A mi modo de ver, son los siguientes: 1. La
fractura del equilibrio económico sostenible, que requiere
actualmente redimensionarse. 2. Las diferencias entre Estados,
aumentadas por la quiebra entre el Norte y el Sur. 3. La
corrupción (tanto en el Norte como en el Sur) tan
capilarmente extendida. 4. La política estandarizada y
necia. 5. La codicia financiera, estimulada por una banca abusiva
en extremo. 6. La falta de futuro nítido. 7. El
vertiginoso incremento del paro y el desempleo, que ha de verse
en términos no ya económicos sino de
población. Y 8. El desvío o traspaso de
responsabilidades y cargas a las capas más débiles
o clases medias de la sociedad (ciudadanos, profesionales,
trabajadores, parados) y no a la banca, ni a los grandes
empresarios ni a la clase política, con el consiguiente
aumento de la injusticia social generalizada.

Es decir, es imperativo asumir sin eufemismos si existe
o no una respuesta a la cuestión capital de la
redistribución de la riqueza y del sistema productivo y de
consumo. Si la respuesta es inequitativa, toda revolución
debería ser inminente. Si es equitativa, ha de formularse
una eficaz respuesta política de carácter
legislativo. Estamos lejos de esto. Porque esto lleva a pensar (y
a propugnar) que es necesaria otra forma de vida, que
partiría de esta sencilla pregunta que nadie se hace:
¿por qué las cosas valen lo que algunos dicen que
valen y por qué no valen menos? Es decir, ¿por
qué prima la ganancia y el beneficio por encima de la vida
misma?

Se ve venir una crisis de la democracia, tal como la
hemos concebido hasta ahora, y es una crisis sistémica. La
representatividad y el modo de acceso a ella, sobre todo en
algunos países, está cuestionada, y con
razón. Es, por tanto, una crisis política. Una
crisis en la que otra vez sobrevuela por Europa el fantasma de la
intolerancia, del radicalismo nacionalista (de izquierda y de
derecha), y otra vez se silencian las voces que,
mayoritariamente, se declaran no sectarias, aplicándoles
la categoría de "alternativas", como estigma de lo que no
es una opción viable. ¡Y ya lo creo que lo
es!

Es urgente preguntarse si hay un futuro real para
Europa. Y la respuesta siempre sería positiva, obviamente:
hay, sin duda alguna, un futuro porque la gente existe, la gente
vive. Sin embargo, no es tan fácil. Hay tres escenarios de
futuro: uno deseable, otro indeseable y otro
lamentable.

El futuro deseable pasa por una total
unión política, la creación de unos Estados
Unidos de Europa reales. Eso permitiría conseguir una
globalidad y una corresponsabilidad económica y social,
con la creación de un plan de crecimiento y
racionalización de recursos, producción y consumo;
y no una política de austeridad que suponga la
exclusión y la tortura social. En este sentido, faltan
nuevas ideas y nuevos nombres que las procuren.

El futuro indeseable es aquel que
conlleve ruptura de tratados que garantizan grandes
márgenes de libertad, el avance de posturas muy radicales
(ya las hay en Grecia, Finlandia, Hungría, Holanda,
Francia…), la negatividad de la multiculturalidad, es
decir, su fracaso, y, sobre todo, la desvinculación de la
sociedad de los millones de parados, jóvenes en especial,
dando por sentada una sobrecogedora falta de
solidaridad.

Pero hay un futuro lamentable que me
temo más cercano; un futuro probable y resultadista.
Será el de una Europa sin influencia estratégica
mundial, con grandes carencias en las conquistas sociales, con un
adelgazamiento brutal de la garantía igualitaria que
ofrece "lo público". Será una Europa en la que
cualquier mejoría se anunciará para plazos cada vez
más lejanos, bajo la amenaza de que "lo peor aún
está por llegar", causando desaliento. Será una
Europa dividida en dos, la que funciona y la que no. Y
habrá países de esa Europa fractal en los que
invertir será un chollo: ya se podrá comprar a
centavo el dólar, ya se podrá comprar un
país (y lo que contiene) muy barato, aceptando gustosos
una inversión en industrias que exigirán unas
condiciones laborales muy desprotegidas, con sueldos muy bajos.
Que la sociedad vuelva a escalar clases sociales, desde
posiciones muy bajas también.

Nos están preparando para esto, para aceptar sin
violencia estas duras condiciones, y para que nos parezcan una
necesidad inevitable. No de otro modo se entiende la gran
presión que sufren las clases medias, una auténtica
incertidumbre social, y la brutal represión de todas las
manifestaciones de protesta con el fin de atemorizar. Es decir,
se está controlando el estallido, se está modulando
su impacto y su alcance.

Ante todo esto, desolador sin duda, creo que la
única esperanza, la única vía de salida,
radica en ir en dirección contraria a la que vamos. Eso lo
saben los políticos. Y si no lo saben, que dejen de ser
políticos, porque solo serán
imbéciles.

(Adolfo García Ortega es escritor)

– Estados Unidos espera en vano (Project Syndicate –
6/12/12)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Nueva York.- Después de una dura campaña
electoral cuyo costo superó holgadamente los 2 mil
millones de dólares, para muchos observadores los cambios
en la política estadounidense no fueron tantos: Barack
Obama aún es presidente, los republicanos todavía
controlan la Cámara de Representantes y los
demócratas mantienen su mayoría en el Senado.
Estados Unidos enfrenta un "precipicio fiscal" -aumentos en los
impuestos y recortes en el gasto automáticos a partir de
principios de 2013, que muy probablemente llevarán a la
economía a una recesión a menos que se logre un
acuerdo bipartidario sobre una alternativa fiscal-
¿podría haber algo peor que una parálisis
política ininterrumpida?

De hecho, la elección tuvo varios
efectos saludables -más allá de mostrar que el
gasto corporativo desenfrenado no puede comprar una
elección y que los cambios demográficos en EEUU
pueden condenar al extremismo republicano. La campaña
explícita de los republicanos en algunos estados para
privar del derecho al voto a ciertas personas -como en
Pensilvania, donde intentaron dificultar que los afroamericanos y
latinos se registrasen para votar- resultó
contraproducente: quienes vieron sus derechos amenazados
encontraron motivos para entrar en acción y ejercerlos. En
Massachusetts, Elizabeth Warren, una profesora de derecho de
Harvard e incansable defensora de reformas para proteger al
ciudadano común de las prácticas abusivas de los
bancos, ganó una banca en el Senado.

Algunos de los asesores de Mitt Romney parecieron
desconcertados por la victoria de Obama: ¿no se
definían las elecciones con los temas económicos?
Confiaban en que los estadounidenses olvidarían que el
afán desregulador de los republicanos había llevado
a la economía al borde de la ruina, y en que los votantes
no hubiesen notado como su intransigencia en el Congreso
había evitado la implementación de políticas
más eficaces tras la crisis de 2008. Los votantes,
supusieron, se centrarían solo en el malestar
económico del momento.

Los republicanos debieron prever el interés
estadounidense por cuestiones como la quita del derecho al voto y
la igualdad para ambos sexos, pero no lo hicieron. Si bien estos
temas se refieren al núcleo de los valores del país
-lo que implica para nosotros la democracia y los límites
a la intromisión gubernamental en las vidas de las
personas- también son cuestiones económicas. Como
explico en mi libro The Price of Inequality (El precio de la
desigualdad), gran parte del aumento de la desigualdad
económica en EEUU puede atribuirse a un gobierno en el
cual los ricos tienen una influencia desproporcionada -y la usan
para afianzarse. Obviamente, cuestiones como los derechos
reproductivos y el casamiento homosexual también tienen
grandes consecuencias económicas.

En términos de la política
económica para los próximos cuatro años, la
causa principal de celebración poselectoral es que los
EEUU ha evitado medidas que hubieran impulsado el país
hacia la recesión, aumentado desigualdad, impuesto
más penurias a los ancianos e impedido el acceso al
cuidado de la salud a millones de estadounidenses.

Más allá de eso, esto es
lo que los estadounidenses deberían esperar: una ley
sólida de "empleo" -basada en inversiones en
educación, atención sanitaria, tecnología e
infraestructura- que estimule la economía, restablezca el
crecimiento, reduzca el desempleo y genere ingresos impositivos
que superen a sus costos con un amplio margen para mejorar la
posición fiscal del país. También pueden
esperar un programa de vivienda que finalmente se ocupe de la
crisis estadounidense de las ejecuciones de hipotecas.

Además es necesario un programa
integral para aumentar las oportunidades económicas y
reducir la desigualdad -su meta será eliminar durante la
próxima década el dudoso honor estadounidense de
ser el país avanzado con la mayor desigualdad y la menor
movilidad social. Esto implica, entre otras cosas, un sistema
impositivo justo, más progresivo y que elimine las
distorsiones y los vacíos legales que permiten a los
especuladores pagar impuestos a tasas efectivas menores que las
que deben afrontar quienes trabajan para ganarse la vida, y que
los ricos usen las Islas Caimán para evitar pagar la
contribución que les corresponde.

Estados Unidos -y el mundo- también se
beneficiarían con una política energética
que reduzca su dependencia de las importaciones, tanto por un
aumento de su producción local como por la
reducción del consumo, y que reconozca los riesgos que
implica el calentamiento global. Además, la
política de ciencia y tecnología estadounidense
debe reflejar que los aumentos de largo plazo en los
estándares de vida dependen del crecimiento de la
productividad, que refleja el progreso tecnológico que
supone cimientos sólidos en la investigación
básica.

Finalmente, EEUU necesita un sistema
financiero que sirva a toda la sociedad en vez de funcionar como
un fin en sí mismo. Eso significa que el foco del sistema
debe desplazarse de los intercambios especulativos y las
negociaciones con cartera propia a los préstamos y la
creación de empleos, algo que implica reformas en la
regulación del sector financiero y de las leyes
antimonopolio y de gobierno corporativo, junto con la
cohesión necesaria para garantizar que los mercados no se
conviertan en casinos manipulados.

La globalización ha llevado a que
todos los países sean más interdependientes y
requieran una mayor cooperación mundial. Podríamos
esperar que Estados Unidos muestre un mayor liderazgo en la
reforma del sistema financiero global abogando por una
regulación internacional más fuerte, un sistema de
reserva mundial y mejores formas para reestructurar la deuda
soberana; en ocuparse del calentamiento global; en democratizar
las instituciones económicas internacionales; y en
proporcionar asistencia a los países más
pobres.

Los estadounidenses deberían esperar todo esto,
aunque no soy muy optimista sobre las probabilidades de que lo
obtengan. Es más probable que Estados Unidos
continúe con sus enredos –aquí otro
pequeño programa para los estudiantes y propietarios en
dificultades, allá el final de los recortes impositivos de
la era Bush para los millonarios, pero sin una reforma impositiva
completa, recortes importantes en el gasto en defensa ni
progresos significativos sobre el calentamiento
global.

Con la crisis del euro que probablemente
continuará incólume, el continuo malestar
estadounidense no augura nada bueno para el crecimiento mundial.
Lo que es aún peor, en ausencia de un sólido
liderazgo estadounidense, los problemas globales de larga data
–desde el cambio climático hasta las urgentemente
necesarias reformas del sistema monetario internacional–
continuarán enconándose. De todas formas, debemos
estar agradecidos: es mejor seguir en el mismo lugar que avanzar
en la dirección equivocada.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and
University Professor at Columbia University, was Chairman of
President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served
as Senior Vice Pr…)

Los millones
olvidados (El País – 9/12/12)

(Por Paul Krugman)

Vamos a dejar clara una cosa: Estados Unidos no se
enfrenta a una crisis fiscal. Sin embargo, sigue sufriendo en
gran medida una crisis de empleo.

Resulta fácil confundirse con la cuestión
fiscal, ya que todo el mundo habla del "precipicio fiscal". De
hecho, una encuesta reciente indica que una gran mayoría
de los ciudadanos cree que el déficit presupuestario
aumentará si caemos por ese precipicio.

En la práctica, cómo no,
es justo lo contrario: el peligro es que el déficit se
reduzca en exceso y demasiado deprisa. Y los motivos por los que
podría suceder eso son puramente políticos;
podríamos estar a punto de recortar drásticamente
el gasto y subir los impuestos no porque los mercados lo exijan,
sino porque los republicanos han estado usando el chantaje como
estrategia de negociación, y el presidente parece
dispuesto a ponerles en evidencia.

Es más, a pesar de años de
advertencias por parte de los sospechosos habituales acerca de
los peligros de los déficits y de la deuda, nuestro
Gobierno puede adquirir préstamos a unos tipos de
interés increíblemente bajos (los tipos de
interés sobre los bonos de EE UU protegidos contra la
inflación son de hecho negativos, de modo que los
inversores pagan al Gobierno para que haga uso de su dinero). Y
no me digan que los mercados podrían volverse contra
nosotros de repente. Recuerden que el Gobierno de EEUU no puede
quedarse sin efectivo (él imprime los billetes), de modo
que lo peor que podría pasar sería que cayese el
dólar, lo cual no sería tan terrible y de hecho
podría ayudar a la economía.

No obstante, hay todo un sector construido en torno al
fomento del pánico al déficit. Hay grupos
empresariales espléndidamente financiados que no paran de
exagerar el peligro de la deuda gubernamental y la urgencia de
reducir el déficit ya, ya mismo; solo que, de repente,
esos mismos grupos nos advierten de los peligros de una
reducción excesiva del déficit. No es de
extrañar que los ciudadanos estén confusos. Por
otro lado, no hay prácticamente ninguna presión
organizada que se ocupe de algo terrible que de hecho está
ocurriendo ahora mismo, concretamente, el paro a gran escala.
Sí, hemos hecho algunos avances durante el último
año. Pero el desempleo a largo plazo sigue a unos niveles
que no se habían visto desde la Gran Depresión: en
octubre, 4,9 millones de estadounidenses llevaban más de
seis meses en paro y 3,6 millones llevaban más de un
año sin trabajar.

Cuando vean cifras como esas, tengan
presente que estamos contemplando millones de tragedias humanas:
a individuos y familias cuyas vidas están quedando
destrozadas porque no pueden encontrar trabajo, ahorros agotados,
casas perdidas y sueños destruidos. Y cuanto más se
prolongue esto, mayor será la tragedia.

Nuestra crisis de empleo aún no
superada también tiene un coste económico enorme.
Cuando los ciudadanos dispuestos a trabajar tienen que soportar
una inactividad impuesta, la sociedad en su conjunto sufre la
pérdida de su esfuerzo y de su talento. La Oficina
Presupuestaria del Congreso calcula que lo que realmente estamos
produciendo está por debajo de lo que podríamos y
deberíamos producir, con una diferencia de alrededor del
6% del PIB, o 900.000 millones de dólares al
año.

Y lo que es aún peor, hay buenos motivos para
creer que el paro elevado está socavando también
nuestro crecimiento futuro, a medida que los parados de larga
duración pasan a ser considerados imposibles de emplear,
ya que la inversión se reduce como consecuencia de la
escasez de ventas.

¿Qué se puede hacer? El pánico en
relación con el precipicio fiscal ha sido revelador. Pone
de manifiesto que incluso los gruñones del déficit
son keynesianos encubiertos. Es decir, creen que en estos
momentos los recortes del gasto y las subidas de impuestos
destruirán puestos de trabajo; es imposible afirmar eso a
la vez que se niega que los aumentos del gasto y las bajadas de
impuestos temporales crean empleo. Sí, nuestra
economía todavía deprimida necesita más
estímulo fiscal.

Y, dicho sea en su favor, el presidente Obama ha
incluido una pequeña cantidad de estímulo
económico en su oferta presupuestaria inicial; la Casa
Blanca, al menos, no se ha olvidado por completo de los parados.
Desgraciadamente, casi nadie espera que esos planes de
estímulo se incluyan en el acuerdo que finalmente se
alcance, sea cual sea.

De modo que ¿por qué no
estamos ayudando a los parados? No es porque no podamos
permitírnoslo. Dados los costes tan bajos que tienen los
préstamos y el daño que el paro está
haciendo a nuestra economía y, por tanto, a la base
tributaria, resulta bastante fácil defender el argumento
de que gastar más para crear empleo ahora realmente
mejoraría nuestra situación fiscal a largo
plazo.

Tampoco es, creo yo, un problema realmente
ideológico. Hasta los republicanos, cuando se oponen a los
recortes en el presupuesto de defensa, empiezan a hablar
inmediatamente de cómo esos recortes destruirían
puestos de trabajo (y lo siento, pero el keynesianismo
armamentístico, la afirmación de que el gasto
público crea empleo, pero solo si se destina al
Ejército, no tiene sentido).

No, al final resulta difícil no
llegar a la conclusión de que es un problema de clases. A
la gente influyente de Washington no le preocupa perder su
empleo; la gran mayoría ni siquiera conoce a alguien que
esté en paro. La difícil situación de los
parados simplemente no ocupa un lugar predominante en sus
pensamientos y, por supuesto, los desempleados no contratan
grupos de presión ni hacen grandes contribuciones a las
campañas electorales.

Así que la crisis del paro se
prolonga más y más, a pesar de que tenemos tanto
los conocimientos como los medios para resolverla. Es una inmensa
tragedia, y también es un escándalo.

(Paul Krugman es profesor de Economía en
Princeton y premio Nobel de 2008. © New York Times Service
2012)

– EEUU: el ascenso social va en descenso (The Wall
Street Journal – 17/12/12)

(Por Sean Coughlan)

La idea de ir a la universidad -y la expectativa de que
la próxima generación estará mejor educada y
será más próspera que su predecesora- ha
sido durante años una de las ambiciones innatas de la
clase media del país.

Sin embargo, ahora existe una profunda
preocupación, debido a que esta movilidad ascendente va en
sentido inverso.

Andreas Schleicher, asesor especial de
educación en la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), dice
que Estados Unidos es actualmente la única gran
economía del mundo en la que la generación
más joven no estará mejor educada que la
anterior.

"Es un asunto de gran importancia porque gran parte del
poder económico actual de EEUU se basa en el alto grado de
capacitación de los adultos, que ahora está en
riesgo", dice Schleicher.

"Estas habilidades son el motor de la economía de
EEUU y ahora ese motor está fallando", agrega Schleicher,
uno de los expertos más influyentes del mundo en
educación internacional.

Potencia universitaria

Las estadísticas del informe
anual de la OCDE muestran que sólo uno de cada cinco
adultos jóvenes de EEUU consigue un nivel educativo
más alto que el de sus padres.

Este es uno de los índices
más bajos de ascenso social en el mundo
desarrollado.

A pesar de ser un país cuya imagen está
basada en el optimismo y la oportunidad, EEUU es ahora un lugar
en el que es poco probable que un hijo con padres poco educados
llegue a la universidad. Mucho menos probable que en cualquier
otro país industrializado.

Es exactamente lo contrario a un final
feliz de Hollywood.

Además, sólo uno de cada cinco
jóvenes adultos en EEUU se identifica ahora en
términos educativos con la "movilidad descendente", pues a
pesar de tener padres con posgrados, ellos no pueden alcanzar ese
nivel universitario.

Mientras la educación superior del mundo busca la
rápida expansión y el aumento del número de
graduados, una potencia como Estados Unidos está a punto
de moverse en el sentido contrario.

Muchas veces se pasa por alto el predominio de la
educación universitaria de EEUU en la era posterior a la
guerra o en qué medida estaba vinculada a su papel como
superpotencia económica, científica y
militar.

EEUU tuvo la primera gran participación masiva
del sistema universitario. El proyecto de ley GI, que
proporcionó subsidios para una generación de
veteranos de la Segunda Guerra Mundial, apoyó a tres veces
más personas de las que se encuentran actualmente en todo
el sector universitario del Reino Unido.

Un estadounidense nacido en la década de 1950
tenía el doble de probabilidades de convertirse en un
graduado que cualquier otra persona del resto del mundo
industrializado.

Meritocracia

Pero el sistema universitario de EEUU ya no es el
más sobresaliente. En la actualidad, ha sido superado por
rivales en Asia y Europa.

Los jóvenes estadounidenses de
hoy tienen menos de la mitad de oportunidades de graduarse, en
comparación con otras economías
industrializadas.

En un discurso reciente, el secretario de
Educación de EEUU, Arne Duncan, se preguntó
cómo EEUU solía ocupar el primer lugar en cantidad
de graduados del mundo y ahora -en apenas una generación-
se encuentra en el puesto 14.

¿Qué salió mal?

El creciente costo de la educación superior en
Estados Unidos se cita a menudo como uno de los impedimentos,
debido a que la deuda colectiva de estudiantes ya supera el
billón de dólares.

Sin embargo, Andreas Schleicher sostiene
que es un problema más profundo que radica en las
desigualdades del sistema escolar.

Schleicher dice que el nivel de
segregación social y la excesiva relación entre el
contexto familiar y el éxito en la escuela está
"cortando el camino" entre la escuela secundaria y la
universidad.

La meritocracia ya no opera en el
sistema escolar.

"Si se pierde la confianza en la idea de que el esfuerzo
y la inversión en la educación puede cambiar las
oportunidades de vida, tendremos un problema muy serio", dice
Schleicher.

Inseguridad

Un estudio realizado por el Centro Pew
examinó el fenómeno del descenso social y
encontró que un tercio de los adultos de clase media
abandonará ese estatus en algún momento de su vida
adulta.

Los hallazgos reflejan una
percepción de inseguridad moderna, pues las familias ya no
pueden suponer que sus hijos serán prósperos. De
hecho, se espera que aproximadamente una cuarta parte de los
niños nacidos en la clase media bajen de
estatus.

Nada de esto encaja con la imagen de EEUU como lugar
ideal para empezar de cero y de millonarios que se hacen a
sí mismos.

Las dificultades actuales, sin embargo, no deben
asociarse con señales de una supuesta decadencia del
imperio, dice Philip Altbach, director del Centro para la
Educación Superior Internacional del Boston
College.

En su lugar, él cree que es una cuestión
más práctica: el creciente costo de la
educación superior es un elemento de disuasión. Y
hay un problema más amplio de financiación de la
educación superior a nivel estatal.

También dice que hay otro "pequeño secreto
sucio" de la educación superior en EEUU y es que muchas
personas que se matriculan en la universidad no se
gradúan, y eso reduce la tasa de graduados.

Recuperación

Andreas Schleicher también dice que hay razones
para el optimismo: EEUU cuenta con recursos financieros,
capacidad y flexibilidad para cambiar de rumbo rápidamente
y ponerse al día, casi más que cualquier otro
país.

Y como parte de esta campaña, la American
Asociation of Community Colleges posee un proyecto llamado "El
reclamo del sueño americano", con un ambicioso plan para
crear cinco millones más de plazas
universitarias.

Pero es una aspiración, en medio de un panorama
sombrío.

"El sueño americano se ha
estancado", dice el informe de la asociación que
además describe a una sociedad en donde los ingresos
familiares han caído durante más de una
década.

"Es más probable que un
niño que nace pobre en Estados Unidos hoy en día,
siga siendo pobre el resto de su vida, mucho más que en
ningún otro momento de nuestra historia. Muchas otras
naciones ahora nos superan en nivel de estudio y movilidad
económica. La clase media estadounidense se está
encogiendo ante nuestros ojos"…

– 36 Facts Which Prove The American Dream Is Turning
Into A Nightmare For The Middle Class (Business Insider –
4/5/11)

(Michael Snyder, The American Dream)

The U.S. middle class is being shredded, ripped apart
and systematically wiped out. If you doubt this, just check out
the statistics.

The American Dream is being transformed into an absolute
nightmare.

Once upon a time, the rest of the world knew that most
Americans were able to live a middle class lifestyle. Most
American families had nice homes, most American families had a
car or two, most American families had nice clothes, most
American families had an overabundance of food and most American
families could even look forward to sending their children to
college if that is what the kids wanted to do. There was an
implicit promise that this was the way that it was always going
to be.

Most of us grew up believing that if we worked really
hard in school and that if we stayed out of trouble and that if
we did everything that "the system" told us to do that there
would be a place for us in the middle class too. Well, it turns
out that "the system" is breaking down. There aren't enough good
jobs for all of us anymore. In fact, there aren't very many
crappy jobs either. Millions are out of work, millions have lost
their homes and nearly all of the long-term economic trends just
keep getting worse and worse. So is there any hope for the U.S.
middle class?

No, there is not.

Unless fundamental changes are made economically,
financially and politically, the long-term trends that are
destroying the U.S. middle class will continue to do
so.

The number of good jobs has been declining for a long
time. The good jobs that have been lost are being replaced by a
smaller number of low paying "service jobs".

Meanwhile, the cost of everything is going up. It is
getting really hard for American families to be able to afford to
put food on the table and to put gas in the tank. Health care
costs are absolutely outrageous and college tuition is now out of
reach for millions of American families.

Every single month more American families fall out of
the middle class. Today there are 18 million more Americans on
food stamps than there were just four years ago. More than one
out of every five U.S. children is living in poverty. Things are
getting really, really bad out there.

(Read more:
http://www.businessinsider.com/american-dream-middle-class-2011-5#ixzz1LSS0Qizg)

36 Statistics Which Prove That The American Dream Is Turning
Into An Absolute Nightmare For The Middle Class

The U.S. middle class is being shredded, ripped apart
and systematically wiped out. If you doubt this, just check out
the statistics below. The American Dream is being transformed
into an absolute nightmare. Once upon a time, the rest of the
world knew that most Americans were able to live a middle class
lifestyle. Most American families had nice homes, most American
families had a car or two, most American families had nice
clothes, most American families had an overabundance of food and
most American families could even look forward to sending their
children to college if that is what the kids wanted to do. There
was an implicit promise that this was the way that it was always
going to be. Most of us grew up believing that if we worked
really hard in school and that if we stayed out of trouble and
that if we did everything that "the system" told us to do that
there would be a place for us in the middle class too. Well, it
turns out that "the system" is breaking down. There aren't enough
good jobs for all of us anymore. In fact, there aren't very many
crappy jobs either. Millions are out of work, millions have lost
their homes and nearly all of the long-term economic trends just
keep getting worse and worse. So is there any hope for the U.S.
middle class?

No, there is not.

Unless fundamental changes are made economically,
financially and politically, the long-term trends that are
destroying the U.S. middle class will continue to do
so.

The number of good jobs has been declining for a long
time. The good jobs that have been lost are being replaced by a
smaller number of low paying "service jobs".

Meanwhile, the cost of everything is going up. It is
getting really hard for American families to be able to afford to
put food on the table and to put gas in the tank. Health care
costs are absolutely outrageous and college tuition is now out of
reach for millions of American families.

Every single month more American families fall out of
the middle class. Today there are 18 million more Americans on
food stamps than there were just four years ago. More than one
out of every five U.S. children is living in poverty. Things are
getting really, really bad out there.

The following are 36 statistics which prove that the
American Dream is turning into an absolute nightmare for the
middle class….

#1 The competition for decent jobs in America has
gotten absolutely insane. There have been reports of people
actually getting down on their knees and begging for jobs. Many
Americans are starting to wonder if they will ever get a decent
job again. According to the U.S. Bureau of Labor Statistics, the
average duration of unemployment in the United States is now an
all-time record 39 weeks….

Monografias.com

#2 According to the Wall Street Journal, there
are 5.5 million Americans that are unemployed and yet are
not receiving unemployment benefits.

#3 The number of "low income jobs" in the U.S.
has risen steadily over the past 30 years and they now account
for 41 percent of all jobs in the United States.

#4 Only 66.8% of American men had a job last
year. That was the lowest level that has ever been recorded in
all of U.S. history.

#5 Once upon a time, anyone could get hired at
McDonald's. But today McDonald's turns away a higher percentage
of applicants than Harvard does. Approximately 7 percent of all
those that apply to get into Harvard are accepted. At a recent
"National Hiring Day" held by McDonald's only about 6.2 percent
of the one million Americans that applied for a job were
hired.

#6 There are now about 7.25 million fewer jobs in
America than when the recession began back in 2007.

#7 The United States has lost an average of about
50,000 manufacturing jobs per month since China joined
the World Trade Organization in 2001.

#8 A New York post analysis has found that the
rate of inflation in New York City has been about 14 percent over
the past year.

#9 The average price of a gallon of gasoline in
the United States is now up to $ 3.91 a gallon.

#10 Over the past 12 months the average price of
gasoline in the United States has gone up by about
30%.

#11 Spending on energy now accounts for more than
6 percent of all consumer spending. Every time this has happened
since 1970 we have also had a recession that followed.

#12 The average American driver will spend
somewhere around $ 750 more for gasoline in 2011. Unfortunately,
it seems likely that the price of oil is going to go up even
higher. Already the price of oil is closing in on the all-time
record….

Monografias.com

#13 In the United States, over 20 percent of all
children are living in poverty. In the UK and in France that
figure is well under 10 percent.

#14 According to the U.S. Census, the number of
children living in poverty has gone up by about 2 million in just
the past 2 years.

#15 The wealthiest 1% of all Americans now own
more than a third of all the wealth in the United
States.

#16 The poorest 50% collectively own just 2.5% of
all the wealth in the United States.

#17 The wealthiest 1% of all Americans own over
50% of all the stocks and bonds.

#18 According to a new report from the AFL-CIO,
the average CEO made 343 times more money than the average
American did last year.

#19 In 1980, government transfer payments
accounted for just 11.7% of all income. Today, government
transfer payments account for 18.4% of all income.

#20 U.S. households are now receiving more income
from the U.S. government than they are paying to the government
in taxes.

#21 59 percent of all Americans now receive money
from the federal government in one form or another.

#22 The average cost of tuition, room and board
at America's public universities is now $16,000 a year. For
America's private universities, that figure is, $ 37,000 a
year.

#23 The cost of college tuition in the United
States has gone up by over 900 percent since 1978.

#24 Approximately two-thirds of all college
students graduate with student loan debt.

#25 17 million college graduates are doing jobs
that do not even require a college degree.

#26 According to the Bureau of Economic Analysis,
health care costs accounted for just 9.5% of all personal
consumption back in 1980. Today they account for approximately
16.3%.

#27 One study found that approximately 41 percent
of working age Americans either have medical bill problems or are
currently paying off medical debt.

#28 Back in 1965, only one out of every 50
Americans was on Medicaid. Today, one out of every 6 Americans is
on Medicaid.

#29 Total credit card debt in the United States
is now more than 8 times larger than it was just 30 years
ago.

#30 During the first three months of this year,
less new homes were sold in the U.S. than in any three month
period ever recorded.

#31 Now home sales in the United States are now
down 80% from the peak in July 2005.

#32 U.S. home prices have now declined 32% from
the peak of the housing bubble.

#33 For most middle class families, the family
home is the number one financial asset. Unfortunately, U.S. home
values have declined an astounding 6.3 trillion dollars since the
housing crisis first began.

#34 According to a recent census report, 13% of
all homes in the United States are currently sitting
empty.

#35 The housing crisis just seems to keep on
getting worse. 31 percent of the homeowners that responded to a
recent Rasmussen Reports survey indicated that they are
"underwater" on their mortgages.

#36 Unfortunately, it looks like millions more
middle class Americans could soon be in danger of losing their
homes. According to the Mortgage Bankers Association, at least 8
million Americans are at least one month behind on their mortgage
payments at this point.

– La clase media paga los errores de la banca (El
Economista – 13/1/12)

(Por Simon Johnson)

En un punto, todas las crisis
financieras son iguales. Un grupo relativamente pequeño de
individuos, normalmente banqueros, encuentra la oportunidad de
correr riesgos muy grandes. Durante un tiempo, el sector
financiero exhibe beneficios elevados, que justifican los precios
al alza de las acciones y las grandes bonificaciones para sus
ejecutivos.

Sin embargo, esos beneficios nunca se
ajustan como corresponde a lo que se materializará
realmente a lo largo de cinco a diez años.

Generalmente, suele haber rendimientos
mayores a corto plazo si se corre un mayor riesgo; basta ver el
sistema bancario islandés después de 2003. Se
autorizó a tres bancos a emprender grandes negocios en el
exterior, acumulando un balance general combinado que era diez
veces el tamaño del PIB de Islandia, apoyado sobre todo en
la financiación a corto plazo.

Los políticos islandeses pensaron que
habían encontrado un nuevo camino hacia la
prosperidad.
Pero en octubre de 2008 descubrieron una verdad
eterna: los beneficios gigantescos implican riesgos gigantescos.
Los bancos de Islandia se derrumbaron, y hundieron a la
economía en una profunda recesión.

El intento islandés de manejar un
país como un sofisticado fondo de inversión puede
hacernos reír o llorar. Pero la triste verdad es que EEUU
y muchos países de la UE hicieron algo similar al permitir
o incentivar que algunos segmentos del sector financiero
asumieran demasiado riesgo. Y esto se plasmó en
préstamos excesivos a Gobiernos, promotores inmobiliarios
y hogares.

Alguien debe pagar

Podemos no coincidir respecto a las
causas concretas de cualquier crisis. Algunos culpan del reciente
ciclo expansión-contracción-rescate en Europa y
EEUU a los banqueros por haber cautivado los corazones y mentes
de los funcionarios gubernamentales; otros hacen hincapié
en la culpabilidad de dichos funcionarios. Más allá
de la visión de cada uno, deberíamos coincidir en
una cosa: alguien tiene que pagar por el desmadre.

Hay tres potenciales pagadores.
Primero
, es natural señalar con el dedo a quienes
estuvieron en el epicentro del desastre, los que construyeron las
grandes instituciones financieras y manejaron mal los riesgos. El
problema es que, aunque se pudieran recuperar las ganancias de
ese grupo, el hecho es que no cuentan con el suficiente efectivo
como para cambiar la situación.

Los profesores de Finanzas Sanjai Bhagat de la
Universidad de Colorado en Boulder, y Brian J. Bolton, de la
Portland State University, calcularon el año pasado que
los máximos responsables ejecutivos de las 14 mayores
sociedades financieras estadounidenses recibieron unos 2.500
millones de dólares en efectivo (salario, bonificaciones y
opciones de compra de acciones ejercitadas) de 2000 a 2008.
Aunque sea una paga sustancial, ésta supone una gota en el
océano si se consideran los daños causados en el
balance social del país. Según la Oficina
Parlamentaria del Presupuesto, el coeficiente deuda/PIB a medio
plazo creció un 50%, o sea, aproximadamente unos 7
billones de dólares, debido a la crisis.

Los verdaderos daños
económicos son obviamente mucho mayores
cuando se
tienen en cuenta el crecimiento económico más bajo,
la pérdida de empleos y los trastornos en la vida de las
personas. Y parte de la deuda más alta será
traspasada a las generaciones futuras, con la esperanza de que
serán más ricas, o quizá más
afortunadas, que nosotros.

De todos modos, los niveles de deuda/PIB en muchos
países industrializados ya eran altos, y el aumento
repentino de la deuda -en su mayor parte causado por ingresos
fiscales perdidos debido a la recesión- nos ha empujado a
la zona de los números rojos.

Nunca es suficiente

Necesitamos rebajar nuestro
déficit y orientar la deuda por un cauce más
sostenible. Pero la triste verdad es que los responsables de la
crisis nunca tienen suficiente dinero para satisfacer al
resto.

Segundo, se podría gravar
a las rentas menos altas. Tal vez parezca una sugerencia
escandalosa, pero normalmente quienes se encuentran en el extremo
más bajo de la distribución del ingreso y la
riqueza son aplastados después de las grandes crisis
financieras. No están bien organizados y carecen de
influencia política. Sus prestaciones se recortan
reduciendo el acceso a la salud, por ejemplo, o despidiendo
docentes, lo que afecta la calidad de la educación
pública.

El único político al que oí abordar
esta cuestión directamente es el ministro de Finanzas de
Islandia, Steingrimur Sigfusson. En un contundente discurso
durante una conferencia del Fondo Monetario Internacional en
Reykiavik el 27 de octubre, Sigfusson dejó bien claro que
hará todo lo posible por proteger a la población
islandesa de menor renta.

El ministro de Finanzas Sigfusson es geólogo, ex
camionero y un político duro. Su partido no está
implicado en el fiasco financiero y es posible que se salga con
la suya con respecto a sus prioridades políticas. Los
otros ministros de Finanzas no tienen, en general, su claridad de
pensamiento sobre este asunto.

Demasiado caro

Pero aunque estemos dispuestos a
aplastar hasta cierto punto a los pobres, la factura sigue siendo
demasiado cara.
Grecia no puede llevar su Presupuesto a una
posición sostenible simplemente recortando los subsidios a
los pobres, razón por la que en las calles se ve a
sindicatos del sector público y a gente relativamente
acomodada.

El tercer grupo, naturalmente,
somos todos los demás. La clase media en EEUU y Europa es
grande y, según todos los parámetros, pudiente. La
gente podría pagar más impuestos o recibir menos
prestaciones del Estado. En el caso de EEUU, no es tan
difícil equilibrar el Presupuesto. Con no extender los
recortes fiscales de la época de Bush, que vencen a fin de
año, se daría un paso muy importante.

¿Cuál es, sin embargo,
la legitimidad para tal o cual recorte de los beneficios o un
aumento de los impuestos de algún colectivo? Ninguno de
nosotros causó la crisis. Y muchos ni siquiera gastamos en
exceso durante el auge.

Seamos francos: todos estamos esforzándonos ahora
por mantener nuestras prestaciones y nuestros beneficios
fiscales. Islandia no tiene más remedio que hacer
recortes; la magnitud de su desastre era abrumadora. Grecia
camina en la misma dirección. Países como Italia y
Francia podrían seguirla pronto. Permitir que los
mercados financieros nos inculquen la austeridad no es
inteligente. Es una forma muy costosa e ineficiente de hacer
ajustes fiscales. Pero a veces es el único modo de salir
del atolladero político y obligar a tomar decisiones
difíciles
, algo de lo que Islandia y Grecia pueden dar
testimonio.

(Simon Johnson, ex economista jefe del FMI, profesor en
la Sloan School of Management del MIT, miembro del Peterson
Institute y columnista de Bloomberg)

– La trampa de la desigualdad (Project Syndicate –
8/3/12)

(Por Kemal Dervis)

Washington DC.- A medida que crece la evidencia de
que en todas partes del mundo está aumentando la
desigualdad de los ingresos, el problema recibe una mayor
atención de los académicos y responsables del
diseño de políticas. Por ejemplo, en los Estados
Unidos, la participación en los ingresos del 1% de la
población que más gana se ha más que
duplicado desde los años setenta, pasando de un 8% del PIB
anual a más del 20% en fechas recientes, un nivel que no
se había alcanzado desde los años
veinte.

Si bien hay razones éticas y sociales para
inquietarse por la desigualdad, éstas no tienen una fuerte
relación con la política macroeconómica per
se. Esa relación se observó en los primeros
años del siglo XX: algunos señalaban que el
capitalismo tendía a generar una debilidad crónica
de la demanda efectiva debido a la concentración creciente
del ingreso que conducía a una superabundancia de ahorros
porque los excesivamente ricos ahorraban mucho. Esto
alimentaría "guerras comerciales" porque los países
tratarían de buscar más demanda en el
extranjero.

Sin embargo, a partir de los años treinta este
argumento desapareció porque las economías de
mercado de Occidente crecieron rápidamente en el periodo
posterior a la Segunda Guerra Mundial y la distribución
del ingreso se volvió más uniforme. Mientras
existiera un ciclo de negocios no aparecía una tendencia
perceptible hacia la debilidad crónica de la demanda. Las
tasas de interés de corto plazo, diría la
mayoría de los macroeconomistas, podrían
establecerse en un nivel suficientemente bajo como para generar
tasas razonables de empleo y demanda.

Sin embargo, ahora, cuando la
desigualdad está aumentando nuevamente, los argumentos que
relacionan la concentración del ingreso con los problemas
macroeconómicos se escuchan otra vez. Raghuram Rajan, de
la Universidad de Chicago, y ex economista en jefe del Fondo
Monetario Internacional, ofrece una explicación razonable
sobre la relación entre la desigualdad en el ingreso y la
crisis financiera de 2008 en su más reciente libro, Fault
Lines, que ha sido premiado.

Rajan argumenta que en los Estados
Unidos la enorme concentración del ingreso en los que
más tienen condujo a diseñar políticas
destinadas a promover el crédito insostenible en los
grupos de ingresos medios y bajos, mediante subsidios y
garantías de crédito en el sector de la vivienda y
una política monetaria laxa. También hubo una
explosión de deuda de tarjetas de crédito. Estos
grupos protegieron el aumento del consumo al que se habían
acostumbrado mediante un mayor endeudamiento. Indirectamente, los
más ricos, algunos de ellos fuera de los Estados Unidos,
ofrecieron créditos a los otros grupos de ingreso en donde
el sector financiero actuó, con métodos agresivos,
como intermediario. Este proceso insostenible se vio interrumpido
abruptamente en 2008.

Joseph Stiglitz y Robert Reich han hecho argumentos
similares en sus libros, Freefall y Aftershock, respectivamente,
mientras que los economistas Michael Kumhof y Romain Ranciere han
diseñado una versión matemática formal de la
posible relación entre la concentración del ingreso
y la crisis financiera. Mientras que los modelos de base
difieren, las versiones keynesianas hacen hincapié en que
si los muy ricos ahorran demasiado se puede prever que el aumento
constante de la concentración del ingreso conducirá
a un exceso crónico de ahorros programados con respecto a
la inversión.

La política
macroeconómica puede servir para compensar mediante un
gasto deficitario y tasas de interés muy bajas. O, un tipo
de cambio subvaluado puede ayudar a exportar la falta de demanda
interna. No obstante, si la participación de los grupos de
ingreso más altos sigue aumentando, el problema
seguirá siendo crónico. Y en algún momento,
cuando la deuda pública haya crecido mucho como para
permitir un gasto deficitario continuo, o que las tasas de
interés estén muy cercanas a su límite
inferior de cero, el sistema se quedará sin
soluciones.

Este argumento tiene una parte contradictoria.
¿Acaso en los Estados Unidos el problema era más
bien que se ahorraba muy poco y no lo contrario? ¿No es
cierto que el déficit sistemático en la cuenta
corriente del país refleje un consumo excesivo, en lugar
de una demanda efectiva débil?

El trabajo reciente de Rajan, Stiglitz, Kumhof y
Ranciere, y otros, explica la aparente paradoja: los de los
niveles muy altos de ingresos financiaron la demanda de todos,
que permitió altas tasas de empleo y déficits
elevados de la cuenta corriente. Cuando estalló el
problema en 2008, la expansión monetaria y fiscal masiva
impidió que el consumo de los Estados Unidos se
derrumbara. Sin embargo, ¿resolvió el problema de
fondo?

Aunque la dinámica que condujo
a una mayor concentración del ingreso no ha cambiado,
ahora ya no es fácil obtener créditos, y en ese
sentido es improbable otro ciclo de auge y crisis. Sin embargo,
ello genera otra dificultad. Cuando se les pregunta por
qué ya no están invirtiendo, gran parte de las
empresas dicen que se debe a una demanda insuficiente.
¿Pero cómo puede haber una fuerte demanda interna
si el ingreso se sigue concentrando en los niveles
superiores?

Es improbable que con la demanda de
consumo de bienes de lujo se resuelva el problema. Además,
las tasas de interés no pueden ser negativas en valores
nominales, y la deuda pública creciente puede inhibir cada
vez más la política fiscal.

Entonces, si la dinámica que
estimula la concentración del ingreso no se puede
revertir, los más ricos ahorran una gran proporción
de sus ingresos, los bienes de lujo no pueden estimular una
demanda suficiente, los grupos de más bajos ingresos ya no
pueden obtener créditos, las políticas monetaria y
fiscal han llegado a su límite, y el desempleo no se puede
exportar; la economía se puede estancar.

El temprano repunte de 2012 de la
actividad económica de los Estados Unidos se debe en mucho
a la política monetaria extraordinariamente expansiva y
los insostenibles déficits fiscales. Si se pudiera reducir
la concentración del ingreso como se hizo con el
déficit presupuestal, la demanda podría financiarse
con una amplia base de ingresos privados. Se podría
reducir la deuda pública sin temor a una recesión
porque la demanda privada sería más fuerte. La
inversión aumentaría a medida que las perspectivas
de demanda mejoran.

Este tipo de razonamiento es particularmente relevante
en el caso de los Estados Unidos, dada la magnitud de la
concentración del ingreso y los desafíos fiscales
por venir. Sin embargo, la gran tendencia hacia mayores
proporciones del ingreso en los que más tienen es global,
y las dificultades que puede representar para la política
macroeconómica no deberían seguir sin
atenderse.

(Kemal Dervis, ex ministro de Asuntos Económicos
de Turquía y director del Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo, es vicepresidente y director del Programa de
Desarrollo y Economía Global de la Brookings Institution.
Copyright: Project Syndicate, 2012)

– El precio de la desigualdad (Project Syndicate –
5/6/12)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15
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