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La máquina del tiempo de H. G. Wells (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

 -No lo sé – respondió
Bogart – no conozco París en absoluto.  Mientras esto
ocurría, Mata-Hari ya había sido informada por
Monet de que eran  amigos que pretendían salvarla del
fusilamiento, a lo que ella respondió:  
 -Conozco un sitio perfecto para escondernos. La iglesia del
Sagrado Corazón  posee una cripta adecuada para ello.
Allí es donde tenían montada su emisora  los
espías alemanes. Si no les han encontrado a ellos, tampoco
lo  conseguirán con nosotros.  Velozmente
atravesaron las calles de París, ahora casi totalmente
vacías por  el fusilamiento público que se iba
a celebrar próximamente. Su protagonista  principal,
Mata-Hari, sonreía mirando por la ventana a la gente que
acudía  presurosa hasta la plaza donde supuestamente
iba a ser ajusticiada. Ahora  estaba a salvo,
acompañada por cuatro personas que habían
demostrado ser más  eficaces que los policías
franceses que la custodiaban. Dentro de una hora
 exactamente debería caer muerta bajo las balas del
pelotón de fusilamiento,  pero ahora estaba a salvo y
custodiada por unos amigos.  Todos estaban satisfechos menos
Wells, preocupado por las paradojas del  destino y su
repercusión en la historia de la Humanidad. No
sabía las  consecuencias por alterar un hecho
histórico, ni qué les podría ocurrir a
 ellos si la policía les detenía. Acusados de
espías y cómplices de la fuga de  Mata-Hari
seguramente serían fusilados inmediatamente, algo
incomprensible  puesto que no pertenecían a esa
época ni lugar. Bogart tenía aún que llegar
a  ser un popular actor de cine y a él le quedaban
todavía muchos viajes en el  tiempo que realizar. Si
morían ahora, ¿quiénes eran los que estaban
en el año  1938?   Sin encontrar una
respuesta a sus interrogantes, miró su reloj y se dio
cuenta  de algo aún más terrible: estaba a
punto de finalizar la energía de la máquina
 del tiempo y cuando esto ocurriera regresarían
bruscamente. Si ocurría  mientras Bogart estaba
conduciendo el coche, al quedarse sin conductor se
 estrellarían y es posible que muriesen todos,
mientras ellos regresaban a  salvo a su época.
 

 -¡Bogart! – dijo nervioso –
detenga el coche rápidamente. ¡Hágalo!.
 Su tono de voz no dejaban lugar a dudas sobre la necesidad
para detenerse y  aparcándolo en un lugar discreto
Bogart esperó la explicación de Wells.  
 -Aguarden aquí un momento – dijo a sus
acompañantes – mi amigo y yo tenemos    que
hablar a solas urgentemente.  Ambos se bajaron del coche y
mientras Bogart interrogaba con la mirada a  Wells,
intentando adivinar qué es lo que ocurría, los tres
ocupantes del coche  hablaban entre ellos asustados por el
suceso. La brusca detención del coche y  la salida de
nuestros amigos para hablar a solas, no eran el mejor presagio
 para quienes huían de la policía.
Desconfiando de ellos, especialmente por la  poca
simpatía que Bogart tenía hacia los comunistas, y
sin esperar una  respuesta, Picasso, Monet y Mata-Hari
salieron presurosos del coche, corriendo  calle abajo para
escapar de Bogart y Wells, a quienes suponían ya miembros
de  los servicios secretos americanos. Si querían
capturarles deberían  perseguirlos corriendo
más que ellos.  Pero Wells trataba de explicar a
Bogart que estaban a punto de retornar a su  época y
no se percató de la huida de sus hasta ahora amigos. En
ese momento,  una tenue luz les envolvió y se
encontraron inmediatamente dentro de la  máquina del
tiempo de Wells, de nuevo en el año 1938. El peligro para
ellos  había pasado.  Unos pocos minutos
después, Mata-Hari era detenida de nuevo por la
policía de  París cuando intentaba entrar en
la iglesia del Sagrado Corazón. Atrás habían
 quedado Monet y Picasso, después que ella les diera
esquinazo sospechando que  eran igualmente fascistas al
servicio de Alemania. Su desconfianza la había
 llevado a cometer un grave error y ser apresada de nuevo,
mientras que ellos  habían conseguido ponerse a salvo
refugiándose en su buhardilla de Montmartre.  Y
así, una gran muchedumbre, concentrada en París la
mañana del 15 de octubre  de 1917, vio por
última vez a Mata-Hari, ahora con un sencillo pero
elegante  vestido, delante del pelotón de
fusilamiento. Ella se negó por dos veces a que  la
vendaran los ojos y a que le ataran las manos a la espalda, y
envió un beso  al pelotón de fusilamiento
antes de que ellos apretaran el gatillo. Dicen que  uno de
los soldados, emocionado por este beso, y apesadumbrado por haber
 tenido que disparar la bala fatal, se desmayó
allí mismo.

CAPÍTULO NUEVE: 
 

 Un desconcertante regreso y un
encuentro increíble

 Aturdidos, no tanto por el viaje como
por las
emociones de la aventura, Wells y Bogart estuvieron
unos minutos sin hablar, tratando de revivir aún los
 momentos más apasionantes del viaje. Bogart
pidió enseguida un cigarrillo y un  vaso de whisky,
mientras que Wells comenzó a tomar apuntes y a comprobar
el  tiempo transcurrido.  El reloj de su muñeca
dejaba bien claro que esta vez habían estado en el
 pasado durante más de tres días, pero el
implacable reloj de cuco de su  biblioteca, así como
el periódico del día, le indicaban que
seguían en el  mismo día y hora que antes de
emprender al viaje en el tiempo. Todo permanecía
 igual y hasta era posible que no hubieran envejecido ni un
segundo más.  

 -¿Está usted seguro, amigo
Wells – preguntó Bogart – que no ha sido todo un  
 sueño o un trance hipnótico producido por
esta endiablada máquina suya?  

 -Es difícil que dos personas
compartan el mismo sueño, especialmente de  
 manera simultánea. Además, hay una prueba
irrefutable y son nuestros relojes    de pulsera. Si
comprueba el suyo verá que
marca una hora y una fecha
   distinta a cuantos se encuentran en esta casa,
señal inequívoca de que    ciertamente
hay dos universos paralelos en los cuales nos estamos moviendo.
   En uno, ese viaje al pasado, el tiempo sigue su
curso, lo mismo que la    historia. En el otro
también avanza el tiempo, pero no para nosotros, puesto
   que no estamos en este momento ni en esta
dimensión.    

-Creo
que saldré de dudas cuando regrese a mi casa y vea el
recibimiento de    mi
mujer. (Sonriendo) Si la
encuentro durmiendo con otro hombre y me echa de  
 casa, es seguro que su teoría es una solemne
tontería. (Ahora, más serio) A    lo
mejor aquí han pasado doscientos años y ya no tengo
familia ni amigos y    posiblemente mi casa haya sido
derruida para construir apartamentos de lujo.    -Si es
así no se apene, puesto que por lo menos conocerá
ya su destino y    sabrá si su presencia en el
cine ha dejado huella. Además, siempre nos  
 quedará París.  

 -Me gusta esa frase; es posible que la
incluya en alguna de mis películas.  Bogart se
marchó para acudir presuroso a su fiesta de bodas, si es
que aún  continuaba, mientras que Wells apuntaba en
su diario todos los detalles del  fabuloso viaje al pasado.
Simultáneamente, empezaba ya a realizar los planes
 para su próxima aventura, tratando de encontrar un
lugar o unas personas lo  suficientemente importantes como
para que el viaje mereciera la pena. No  estaba seguro si lo
mejor era limitarse a ser un simple espectador de la
 historia contemporánea, sin tomar parte en
ningún acontecimiento, o intentar,  una vez
más, modificar los hechos históricos en bien de la
Humanidad. Su  intento fallido para rescatar a Mata-Hari de
su cruel destino le había dejado  apesadumbrado,
aunque estaba convencido de que solamente el inoportuno regreso
 a su época era la causa del fracaso.  Pero
otras dudas le asaltaban y le preocupaban, especialmente sobre la
 posibilidad de morir en uno de esos viajes, o cuando
tuviera la oportunidad de  estar frente a frente a sí
mismo o su familia. No sabía qué modificaciones se
 podrían dar en su vida actual si algo de esto
llegara a suceder, puesto que  los
libros de ciencia ni
siquiera contemplaban hipotéticamente esa
 posibilidad.

 Confundido en relación con
aquello que había narrado en su
novela "La máquina
 del tiempo", tan diferente a lo que en realidad
ocurría, se le ocurrió la idea  de hacer una
segunda parte, ahora viajando al pasado, pero contando fielmente
 todas sus vivencias. Sabía que al menos así
millones de lectores disfrutarían  y vibrarían
de emoción por estos viajes al pasado, aunque siempre lo
 considerarían como pura ficción. Triste
destino para una persona que había  inventado la
máquina más asombrosa de todos los tiempos, pero
que no podía  mostrarla públicamente ni ganar
fama y prestigio por ello. Incluso su primer
 compañero, Humphrey Bogart, dudaba que hubiera sido
real y probablemente ni  siquiera podría volver a
contar con él para otro viaje. Una vez en los brazos
 amorosos de su esposa y con varias películas a punto
de rodarse, seguramente  ni se cuestionaría efectuar
un nuevo viaje. Necesitaba, pues, otro compañero  de
fatigas.  Su aturdimiento le llevó a deambular por
las calles de Nueva York, esperando  que algún
acontecimiento le indicara cuál debería ser su
camino desde este  momento. Tenía claro que el viaje
no podría hacerlo en solitario y tampoco le
 interesaba, puesto que emocionalmente quería
compartir la experiencia y  necesitaba testigos, aunque
fueran tan incrédulos como Bogart. Sentado en un
 banco se dedicó a contemplar la gente que pasaba,
hasta que su vista se posó  en una sala de cine que
tenía casi enfrente. Allí estaban proyectando la
 película "Room Service", de los Hermanos Marx, unos
cómicos que le habían  apasionado desde que
vio "The Cocoanuts". No era mala idea distraerse un poco
 hasta que las ideas surgieran más precisas en su
mente.  Escogió una butaca trasera, alejada del
público, y asistió más relajado a la
 proyección de la película, ahora ya bastante
avanzada. Su mente no lograba  concentrarse, no tanto porque
su imaginación volaba frecuentemente desde allí
 hasta sus vivencias en París, sino porque justo
detrás de él estaban sentados  dos
espectadores que gustaban de manifestar su opinión en voz
alta.    

-Este
argumento hace aguas por todos los sitios – dijo uno -, parece
   solamente una excusa para intercalar los
chistes.
   -Por lo menos no son tan malos como los que
tú escribes – le replicó su  
 compañero -.    

-Cierto, son tan malos que he pensado dejar de
escribir chistes y dedicarme    a elaborar citaciones
de Hacienda. Así por lo menos la gente los leería.
 

 -¡Vaya!, casi sin
proponértelo te ha salido algo gracioso.
 

 -Pero es que es cierto. Estoy convencido
de que en el departamento de  Hacienda es donde más
admiradores tengo. Todos quieren un autógrafo mío
en  un
cheque.    

-Si al
menos pagaras tus
impuestos de vez en cuando…
 

 -Es que me tienen acorralado y hasta
sueño con embargos y citaciones. El  otro día
fui a comer a un restaurante de lujo y me pusieron cangrejo, pero
 no lo comí por si acaso era un inspector de Hacienda
disfrazado.    -Deberías haber escogido otra
profesión, así conseguirías comer los
 cangrejos sin
problemas.  

 -Mira, yo siempre he querido ser
médico, más que nada para tener guapas
 enfermeras a mi alrededor, pero ya sabes que mamá me
quitó esa idea de la  cabeza. Decía que era
algo perverso, especialmente si me dedicaba a la
 ginecología.    -Ahora comprendo tu
interés en hacer papeles de médico en las
películas.  

 -Exacto, pero en ésta se nota la
mano maquiavélica de Zeppo en el guión y no
 me ha dejado realizar ninguna de mis exploraciones
anatómicas preferidas.    Estoy convencido que
por ello la película será un fracaso total.
 La conversación ya no dejaba lugar a dudas sobre sus
protagonistas y Wells se volvió convencido de que
detrás de él estaban, al menos, dos de los Hermanos
Marx. Efectivamente, y aunque menos reconocibles que con sus
habituales trajes  de las películas, allí
estaban en persona Groucho y Harpo Marx.  

 -¡Eh, usted! – gritó
Groucho a Wells – ¿es que acaso tengo monos en la
 cara?; al menos yo les doy cacahuetes de vez en cuando.
   -(Wells, cortado por la respuesta) Perdone, es que
he creído que…  

 -Fascinante. Ahora cuéntemelo con
más detalle.  

 -Le decía que…
 

 -Eso sí que no lo entiendo.
Repítamelo.    

-(Levantándose nervioso) Está
bien, ya me voy, no he querido molestarles, es solo que…  
 

-¡Espere!, no puede dejarnos ahora
aquí plantados. Si lo hace tendrá que pasar por
encima de mi cadáver. Pensándolo mejor, si se
marcha seguiré  viendo esta horrible película
y le dejaré que acuda a mi funeral otro día
 que yo no esté allí.  Wells sale
presuroso de la sala, pero en el hall es detenido suavemente por
 Groucho, quien esbozando la mejor de sus sonrisas, le dice:
   -Perdóneme, era una broma. Solamente
suelo
discutir de 3 a 4 de la tarde y  así el resto del
día me parece maravilloso. (Extendiéndole la mano)
Soy  Groucho Marx y este ratón sin queso que
está a mi lado es mi hermano Harpo.    -(Wells,
aún aturdido) Debo confesarles que durante un momento
creí que  estaban verdaderamente enfadados.
 

 -Es que nos molesta mucho que nos
confundan con los Hermanos Marx. A Harpo,  por ejemplo,
siempre le confunden con Harpo y eso es denigrante para
él.  

 -Pero, ¿son o no son ustedes los
Hermanos Marx?    

 -(Groucho, tomando aliento) Lo cierto es
que cuando yo nací quería llamarme  Robinson,
pero mis padres fueron más rápidos que yo y me
pusieron Julius. Lo  de Groucho fue culpa de mi madre y es
que ella pensaba que así me  confundirían con
uno de los Hermanos Marx y tendríamos más
trabajo.
¡Pobre    mujer!, era una infeliz; se
murió sin poder ir antes al servicio.
 

 -(Wells, ya más tranquilo) Y
usted señor Harpo, ¿cómo ha logrado mantener
el  
mito de que es mudo?  Personalmente siempre he
creído que era cierto.  

 -(Groucho, sin dejarle hablar a su
hermano) Es que este hermano mío es tonto  como un
zorro, un
carácter sin alma ni profundidad, un hombre
admirablemente  sencillo. Un día se le olvidó
el guión durante una obra de teatro y siguió
 actuando sin articular palabra. Le aplaudieron tanto, por
primera vez, que    decidió seguir así
toda la vida. ¿Y usted quién es?   
 

-Me
llamo H. G. Wells.  

 -¡Claro, por eso su cara me
recordaba a usted!. Conozco a un escritor que es  igual que
usted y que se llama como usted. Bien, no tiene ningún
mérito que  me mire así, pero todavía
insisto en que hay una gran semejanza entre H. G.  
 Wells y usted. ¿Cómo dijo que se llamaba?
  

 -Sigo siendo H. G. Wells.
 

 -Bueno, pues ya que después de
habernos presentado seguimos siendo unos  perfectos
desconocidos me gustaría invitarle a mi casa, pero mi
mujer me ha  amenazado con reconciliarse conmigo si lo hago.
   -Podemos ir a un restaurante.  

 -¡Estupendo!, aunque quiero
advertirle que siempre que voy a comer fuera de  casa voy al
mismo restaurante. Ya me conocen y me ponen cerca de la puerta
 de la cocina y en lugar de servilletas me traen un
delantal.  

 -Si lo prefieren, mi casa está
cerca y tendré mucho gusto en invitarles a  cenar.
   -(Harpo, por primera vez) Si me perdonáis, yo
no puedo ir con vosotros, he  quedado con una amiga.
 

 -Oiga a mi hermano – comentó
Groucho – para una vez que habla es para darme  envidia con
sus ligues. Te recomiendo que si quieres volver temprano a casa
 te olvides la cartera encima del piano.  
 -(Wells) Si usted señor Groucho también tiene
algún compromiso con una amiga  la puede traer a mi
casa. Por mí no hay ningún inconveniente.
 

 -Por desgracia ya no tengo ni perrito
que me ladre. Me di cuenta que ya no  ligaba como antes
cuando un día abrí el buzón y solamente
recogí
propaganda;    antes encontraba bragas de
colores. Bueno, ¡en marcha!.  Durante el corto
trayecto hasta la casa de Wells, Groucho no paraba de hacer
 chistes, aunque hubo un momento en el cual recuperó
su aliento para  preguntarle sobre sus novelas y confesarse
un entusiasta de ellas.  

 -La que más me gustó fue
"La vuelta al mundo en ochenta días" – dijo -.  
 

-Pero
esa la escribió Julio Verne y yo soy H. G. Wells.
 

 -Ya me parecía que su cara me era
familiar.  

 -¿Sabe que no ha parado de hablar
desde que salimos del cine?     

-Desde
que entramos en el cine, amigo Wells, desde que entramos en el
cine.    Mi madre me decía que era porque me
había tragado una aguja de fonógrafo.  Wells
se preguntaba ahora si habría sido acertada la
elección de Groucho como  nuevo acompañante en
su viaje en el tiempo. Todavía no había escuchado
una  palabra o comentario serio de ese hombre y empezaba a
pensar que meterle de  lleno en la historia, con los
peligros que ello conllevaría, podía ocasionar
 cuando menos un caos imposible de descifrar luego por los
historiadores y  bió
grafos. Quería que en cada
viaje estuviera asistido por una personalidad  diferente,
puesto que así tendría mejor oportunidad para
evaluar los  acontecimientos y la utilidad de su
máquina del tiempo, pero empezaba a  considerar a
Groucho como una mala opción.    

-Groucho – preguntó Wells – ¿no
es usted capaz de decir dos palabras unidas  sin hacer un
chiste?  ¿No hay nada en su vida que le merezca estar
serio?   

 -Imposible. El sentido del humor es lo
que nos ayuda a soportar la estupidez  que supone estar
vivos. ¿Cómo explica nuestro deseo de permanecer
nueve  meses dentro de nuestra madre y que para sacarnos
tengan que hacer tantos  esfuerzos?  Es obvio que no
queremos nacer y por eso lloramos a moco tendido  
 cuando un estúpido médico nos tira de la
cabeza para sacarnos al exterior.  

 -¿Pero no le gustaría
hacer algo trascendental en la vida?   
 

-¿Se refiere a poder comprar un gran
coche con un dólar o conseguir bailar  con una vaca?
 Ambas cosas ya las he intentado repetidas veces y si se
fija  atentamente en mi cara sabrá los resultados.
   -(Con paciencia) Intente ponerse serio por una vez.
Le estoy hablando de algo como hacer un viaje a un mundo
desconocido, salvar a la Humanidad de un  desastre o…
 

 -(Le interrumpe) O conseguir averiguar
cuál es el truco que tienen las  mujeres para
seducir. Bueno, en realidad todos sabemos dónde tienen
situado  su truco, pero a veces prefiero hacerme el
ignorante para que me lo enseñen.    -¡Por
favor, póngase serio una sola vez!.  

 -La última vez que lo hice fue
cuando escribí una
carta muy emotiva a una  amiga el
día de su funeral. -Le dije que esperaba que siguiera tan
guapa  como siempre y que deseaba verla muy pronto.
 

 -Veo que es inútil que deje de
bromear. Venga conmigo, quiero enseñarle algo  que
quizá le borre esa sonrisa de su boca.
 

 -¿Dónde me lleva?
    

-Al
sótano. (Bajando)    

-¿Sabe qué es lo mejor cuando se
nos inunda el sótano?  (Sin esperar respuesta) Que
podemos dedicarnos a pescar sin que nos pongan una multa.

 CAPÍTULO DIEZ: 
 

 Wall Street
  

Cuando
Wells encendió las luces que iluminaban la máquina
del tiempo,  mostrando el artefacto más
extraño que Groucho había visto nunca, se hizo el
 silencio durante unos segundos, algo que por lo menos
alivió el incipiente  dolor de cabeza de Wells.
Groucho se enderezó, posiblemente por primera vez en
 su vida, escudriñó la máquina, se
quitó las gafas dos veces y colocándose el
 bigote dijo:  

 -Siempre he creído que la hierba
crece más verde en casa de mi vecino, pero  
 ahora veo que es cierto.    

-(Welles, lógicamente, sin
comprenderle) ¿No tiene interés en saber qué
es    este aparato?     -Creo que se
trata de una idea maravillosa.    

-Pero… aún no le he explicado
qué es y para qué sirve.  

 -Pues me sigue pareciendo maravillosa.
 

 -(Tratando de ser contundente) Esto es
una máquina del tiempo, con ella  podemos viajar al
pasado.    ¡Oh!.  

 -He realizado ya varios viajes con
éxito y quisiera que usted me acompañase
 ahora. Mi último compañero fue el actor
Humphrey Bogart, pero su nuevo  matrimonio le impide volver
a viajar conmigo.    -¿Sabe una cosa?, eso del
matrimonio es algo extraño. Por ejemplo: yo  siempre
pensé que mi sobrina era tan tonta que acabaría
casándose con un  caballo. El mes pasado me
confirmó que era cierto y ahora se dedican los dos  a
correr el Derby.    

-¡Por favor, amigo, estoy intentando que
me tome en serio!. No le quiero  gastar una broma. Esta es
verdaderamente una máquina del tiempo y funciona
 perfectamente. Quisiera poder demostrárselo.
 

 -¿Y podríamos escaparnos
de los inspectores de hacienda que visten de gris?   
 Si es así ¿dónde hay que sacar el
billete para este viaje?     

-¡Espere, espere!, aún no hemos
decidido dónde podemos ir.    

-Vayamos a cualquier lugar en donde no tenga
que escuchar ópera. Cada vez  que tengo que ir a la
ópera le pido al cochero que vaya despacio. Me sienta
 bastante mal que un cochero me lleve justo cuando
aún no ha terminado la  
función.  
 

-Me
parece que tendré que tomar yo mismo la decisión.
¿Qué le parece si  viajamos al año
1929, un par de días antes del colapso de Wall Street?
    

-Bien,
pero creo que a mi hermano Harpo no le va agradar la idea.
 

 -¿Por qué?   
 -Ese día acompañé a su mujer a casa y
aún no ha regresado.

 Esbozando por fin una sonrisa ante el
delirio cómico de Groucho Marx, Wells preparó
adecuadamente la máquina del tiempo poniendo una
fotografía del  edificio de la bolsa de Nueva York,
en cuyas inmediaciones se encontraban  cientos de personas
preocupadas por sus ahorros. Puso en marcha el generador  de
energía y rápidamente los rayos X incidieron en la
foto. Después,  atravesaron los cuerpos de los dos
amigos y la imagen se fundió perfectamente  en el
tubo de rayos catódicos, llevándoles de nuevo en un
rápido viaje a  través de la historia.
 Cuando llegaron, el alboroto de las personas concentradas
en la calle era  intenso, puesto que las noticias que
llegaban desde el interior eran sumamente  confusas. El
precio de las acciones subía y bajaba escandalosamente
cada  minuto, mientras que los pequeños ahorradores
pasaban de la pobreza a la  riqueza con la misma facilidad.
Con la mayoría de las acciones sobrevaloradas  a
causa del gran crecimiento económico de la posguerra, los
norteamericanos se  habían dejado engañar por
los agentes de bolsa y pidieron créditos a los
 bancos para comprar acciones que suponían seguras.
En ese momento, más de un  millón de personas
estaban endeudadas con los bancos y no lograban pagar sus
 créditos por la gran fluctuación de las
acciones.  Cuando Wells y Groucho aparecieron bruscamente en
medio del griterío, nadie  les prestó la menor
atención.  

 -Tenía que haber viajado en
primera
clase – protestó Groucho – este viaje me  
 ha mareado un poco.  

 -No se preocupe, los efectos de la
radiación se le pasarán pronto. Ahora es  
 importante que planifiquemos bien nuestro tiempo disponible
puesto que la    máquina funcionará
apenas tres días. ¿Dónde le parece que
vayamos en primer  lugar?    

 -Me gustaría ir a visitar a mi
mujer para ver si es cierto que me engaña con  ese
gran hombre que se llama Groucho Marx. Me han dicho que es una
fiera  haciendo
el amor.    -Debería
tomarse este salto en el tiempo con mayor seriedad. Mi consejo es
 que no intervenga en su propio destino; las consecuencias
son imprevisibles.    

-¡Oh, no se preocupe por eso!. Mi mujer
ha decidido quitarse años en cada  cumpleaños
y si tengo suerte dentro de poco ni siquiera estaremos casados y
 podré visitarla en su bautizo. Será como
visitar a mi nieta.    -Espere un poco, tiene que
meditar las consecuencias de sus actos y  aprovechar bien
este viaje en el tiempo. Creo que lo primero es vender todas
 nuestras acciones, ahora que todavía tienen cierto
valor. Dentro de dos  días, justo el 24 de octubre,
se pondrán a la venta más de 13 millones de
 acciones y ninguna valdrá más de un centavo.
Tenemos que ir ahora mismo al  banco para que las vendan al
mejor precio.  -La operación bursátil de venta
no constituyó ningún problema para ninguno
de los dos, puesto que bastó con su
identificación personal para poner en venta todas sus
acciones y que el dinero resultante se depositara
automáticamente en  sus cuentas corrientes.
 

 -¡Ahora que recuerdo! -dijo
Groucho bruscamente al salir del banco – mañana  es
el día en que murió mi madre y en ese momento no
pude estar a su lado. Me  gustaría ir a mi casa para
estar presente.    -Ya sabe que no es prudente que vea
a su familia ni a nadie conocido. Tenga  en cuenta que hemos
viajado nueve años al pasado y toda su familia será
diez  años más joven, incluido usted.  
 

-Gracias por el piropo.  

 -No me ha entendido. ¿Qué
cree que ocurriría si su familia le viese ahora,
 envejecido súbitamente nueve años?
  

 -¿Pero no me ha dicho que
estaré nueve años más joven?   
 

-Me
refería a su otro yo, el que vive en 1929. Usted sigue
siendo el mismo  porque pertenece al 1938.
 

 -Me alegro que me lo explique con esa
claridad porque ahora ya sé que yo no  soy Groucho
Marx el joven sino Groucho Marx el viejo. De todas formas, si me
 miro al espejo seguro que me pareceré a Groucho Marx
y creo que entre los  dos habrá una gran semejanza.
También estoy seguro que si voy a casa de mi  
 esposa ella no notará la diferencia, a menos que
esté conmigo en la cama. Se  me ocurre una idea:
¿por qué no va usted a mi casa para ver si mi mujer
me    está engañando conmigo?
  

 -(Irritado) Si he de ser sincero, debo
confesarle que nunca debí traerle conmigo a este viaje en
el tiempo. Me tiene aturdido con sus chistes.  
 

-¿Sabe usted por qué me
casé con Ruth?     -Me temo que me lo
dirá aunque no me interese, así que…
 

 -Un día me hizo beber
champán en uno de sus zapatos. Calza el 38 y cuando
 iba por la mitad la miré a los ojos y me
enamoré de ella. Brillaban como mis  pantalones
azules cuando están sucios. Hubo un momento en que en
lugar de  ojos veía ballenas y el champán
tenía ya un gusto intenso a arenques  
 podridos. Fue una noche maravillosa.  

 -(Claramente mareado) Está bien,
usted gana. Iremos a ver a su familia    
 

 Pero cuando por fin llegan, tratando de
permanecer ocultos ante los ojos de  los vecinos, un
féretro portado a hombros de unas personas les indican sin
 lugar a dudas que habían llegado tarde. Su madre
emprendía ya su último viaje  en esta vida,
ahora más aclamada que durante toda su anterior vida como
 actriz. A su alrededor estaban los cinco hermanos Marx,
numerosos parientes  venidos de todos los estados
americanos, la
prensa y docenas de aficionados  que
habían acudido con el deseo de poder estar cerca de los ya
populares  Hermanos Marx.  Groucho intentó
acercarse, pero la férrea mano de Wells sujetándole
le hizo  reflexionar. Su semblante pasó del inicial
abatimiento a mostrar su habitual  ironía mordaz.
    

 -Mire, ahí están mis
hermanos. Chico es aquel con aspecto de caballo y que  
 parece que le duelen los pies, y Harpo el que se
está comiendo la bandeja  entera de pasteles. A quien
no conozco es aquel joven tan elegante y apuesto  que se
parece al príncipe de Gales.    

-¿Es posible que no se reconozca a
sí mismo?     

-¿Qué?, ¡Eso que dice es
un insulto!. Si no fuera mayor que usted le pegaría por
eso que ha dicho.  

 -Pero si yo soy más grande que
usted…  

 -Así ya podrá.  
 -(Nuevamente alterado) Señor Marx, está
consiguiendo que termine hablando  las mismas
tonterías que usted. Esperaba que asistir de nuevo a la
muerte de su madre le hiciera ponerse más serio, pero veo
que es incorregible.    

-Es
que sería la primera vez en la vida que alguien llorase
dos veces en el mismo entierro, especialmente si se han celebrado
con nueve años de  diferencia.  

 -(Nervioso) Creo que ha llegado el
momento que hagamos algo más útil por
la Humanidad que seguir diciendo chistes y
despropósitos. Lo primero es marcharnos de este lugar,
puesto que nos pueden reconocer.  

 -Bien, yo propongo que vayamos a comer a
un restaurante italiano. ¿Sabe usted que mi hermano Chico
no era italiano?  Bueno, yo tampoco lo soy y  nunca he
presumido de ello, pero al menos sé hacerme entender en
perfecto  italiano. Conozco cuatro palabras claves para
moverme sin problemas por el centro de
Roma: "Bésame,
rápido", "¡Ayuda, me ha mordido una serpiente!",
 "Tengo que alimentar a mi gato" y "¡Vaya, otra
multa!".  

 -(Desanimado) Está bien, me
rindo. Iremos a comer a un restaurante italiano.    
 

 Little Italy era el lugar donde
residían la mayor parte de los inmigrantes  italianos
y su aroma se dejaba notar incluso en los barrios
periféricos.  Pegado al también
emblemático Chinatown, ambos modos de vida lograron
convivir  sin problemas hasta que la llegada de los
gángsteres les complicó seriamente  la
existencia. El restaurante elegido fue el Umberto"s Clam House,
situado en  Hester Street, un lugar famoso por su exquisito
marisco.       

-Groucho, ¿no cree que este lugar es
demasiado caro para nosotros?     

-Para
mí, no; quizá para usted que es quien va a pagar.
De todas formas, nos  pondremos cerca de la salida por si
acaso. No olvide aquello de "las mujeres  y los
niños
primero"; en ocasiones yo me siento como si fuera un bebé.
 

 -Espero que las monedas de nuestra
época se hayan acuñado hace tiempo y sean
 igualmente válidas ahora.  

 -Tiene que confiar más en la
gente, amigo Wells. Hay que dar una oportunidad  a los
centavos que tiene en el bolsillo. Son como una gran familia
deseando  ser útiles.    

-Desde
ese punto de vista no me parece una mala idea.
 

 -Pues olvídela y comience a comer
esos raviollis con
tomate, no esperará que
 además de pagar usted tenga que comerme yo su
comida.      

 CAPÍTULO
ONCE: 
 

 Al Capone

 Todo parecía transcurrir con
normalidad y hasta H. G. Wells empezó a pensar que
precisamente la presencia de Groucho Marx le podía aportar
mayores  beneficios de los planeados. Su carácter y
su punto de vista para juzgar los  acontecimientos
proporcionaban una visión de la historia de la Humanidad
nueva  y reconfortante. Con un margen todavía de dos
días para poder realizar  acciones y visitas a Nueva
York, antes de que la máquina del tiempo les  hiciera
retornar a su época, podrían tratar de avisar al
mundo de posibles  desgracias y alertarles sobre el peligro
que supone el avance al poder de  algunos líderes
políticos.  Les podría advertir del expolio
que sufrirían los
judíos residentes en
 Alemania que les privaría de todos sus derechos y
bienes, o de la desastrosa  marcha de Mao Zedong hacia la
provincia de Shaanxi que provocaría la muerte de
 90.000 hombres.

También sabía la futura
invasión de Abisinia por parte de  
Italia, el
desastre del dirigible Hindenburg en el que murieron 37 personas
a  causa de un sabotaje, y las consecuencias mundiales de la
Gran Depresión. Pero  su problema era el mismo que en
los otros viajes, puesto que no le serviría de  nada
acudir a uno de los diarios neoyorquinos y explicar que gracias a
su  máquina del tiempo conocía el destino de
la humanidad de los próximos nueve  años. Ni
siquiera su bien ganado prestigio como escritor de ficción
le podría  proporcionar un mínimo de
credibilidad.  Todos estos pensamientos fueron interrumpidos
bruscamente con la entrada al  restaurante de cuatro hombres
armados con ametralladoras Thompson.  

 -¡Todo el mundo al suelo!,
¡Esto es un atraco!.  Esa enérgica advertencia
debía ser algo habitual en aquella zona, puesto que
 los camareros primero y posteriormente los
clientes, todos
se tiraron al suelo  inmediatamente sin que se oyeran gritos
o voces de protesta. Los cuatro  matones, vestidos tan
impecablemente que parecían banqueros, realizaron
 algunos disparos al techo y a las estanterías,
mientras que un quinto apareció  en escena portando
sobre sus hombros un lujoso abrigo de lana. Wells y
 Groucho, por su parte, aún no habían tenido
tiempo de reaccionar y seguían  sentados mirando con
estupor los acontecimientos. El recién llegado se
dirigió  a ellos.  

 -Veo que estos dos señores no
entienden nuestro idioma. Quizá entiendan  mejor el
sonido de mi Tommy – dijo señalando su ametralladora -.
 

 -¡No, espere! – gritó Wells
-.      

 Fue inútil. La ametralladora le
apuntó directamente a los ojos, mientras que  el
gángster esbozaba una sonrisa de satisfacción. El
gatillo se movió, pero  afortunadamente el arma se
encasquilló y en ese momento fue cuando Groucho se
 atrevió a suplicar por su vida, o al menos eso era
lo que Wells creía.   

 -(Groucho, levantándose)
Señor cualquiera: sepa que es usted muy afortunado
 por encontrarse delante de dos personas tan importantes
como nosotros. No  crea que estamos aquí para
saborear los exquisitos platos de la comida  italiana, sino
para asegurarle a usted y a sus amigos que dentro de muy poco
   habrán pasado cinco minutos, ni uno
más, ni uno menos.  No solamente el matón se
quedó mudo con esta frase de Groucho, sino que
todo el restaurante al completo se sumió en un estado
mental cercano al estupor.  Nadie era capaz de averiguar
qué había querido decir, y ni siquiera si
suponía  una amenaza larvada o una palabra en clave.
El silencio que siguió era cada  vez más
tenso, mientras que ninguno se atrevía a mover un solo
dedo. En ese  momento y justo cuando todo el mundo esperaba
una respuesta brutal del  gángster, una sonora
carcajada salió de su boca adornada con una gran cantidad
 de saliva. A los pocos segundos todo el restaurante estaba
riendo sin parar,  unos por corear a su compañero y
otros para evitar que las ametralladoras  escupieran
nuevamente sus balas.  

  -¡Por la santa Madonna que en
la vida había escuchado tal disparate! –    dijo
satisfecho el matón -. ¿Quién es usted?
    

 -Hasta hace un minuto era Groucho Marx,
pero ahora me parezco más a un  pedazo de mantequilla
derretido.    

 -(Muy amigable) ¿Y como alguien
que tienen un nombre tan ridículo es capaz de decir una
frase tan graciosa?   

 
 -Si me da dos pavos le diré el secreto. Mejor
aún: si nos deja marchar le  pondré un
telegrama pidiéndole trescientos dólares para pagar
al casero.

     (Risas)    
 -(Conteniendo la risa) Como me llamo Al Capone que yo a
este tío le pego un tiro antes que me mate de risa.
¿Y este abuelo que está a su lado tan
 pálido, es su padre?       
 

 Wells se levantó
también y algo más sereno que hace un momento le
tendió la mano al gángster, obviamente sin
encontrar respuesta por su parte. Nervioso y  sumamente
asustado ante la respuesta tan poco cordial, miró a
Groucho  demandándole una ayuda inmediata.  
   

-(Groucho, de nuevo) ¡Oh, no se
preocupe por mi amigo!. En realidad se quedó  
 así, sin habla, cuando vio la lista de precios de
este restaurante. Yo le    aconsejaría,
señor matón con ametralladora, que nos
marchásemos a otro lugar    en donde nos
pudieran servir unos raviollis al horno, o mejor aún, una
 espina de pescado para dársela a mi gato.  
 

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