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Teoría materialista de la evolución de Juan M. O. Alberdi (página 7)



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Medvedev ofreció una cifra redonda: exactamente 200 genetistas represaliados. Pero sería bueno disponer de un listado un poco preciso. Alexander Kohn proporciona unas cifras bastante más bajas que las Medvedev en medio de un relato deliberadamente confuso. Asegura que de los 35 miembros del Instituto de Genética, 3 1 rechazaron las tesis de Lysenko, añadiendo a continuación: "La mayoría perdió sus puestos en el Instituto. 22 genetistas fueron reprendidos y a otros 300 se les obligó a realizar otro trabajo. En total, 77 genetistas reprendidos" (651). Es difícil saber con exactitud qué significa exactamente "reprendidos". Desde luego no parece que tenga que ver con la aplicación de la ley penal, porque cuando Kohn se refiere a este aspecto, sí se anima a ofrecer un listado de nombres y algunos datos sobre los genetistas encarcelados, que hacen un total de ocho: Salomón Levit (murió en prisión), Israel Agol, Max Levin, Levitsky, L.I. Govorov, Kovalev, Meister (desaparecido) y G.O.Karpechenko. Pero Kohn no ha realizado ninguna investigación propia sobre las fuentes sino que se apoya en Joravsky quien, por su parte, después de reconocer su ignorancia, lanza a bulto una cifra aún más reducida: 22 genetistas "y defensores filosóficos de la genética", antes de introducir una extraña suma para llegar al total de los 77 represaliados, concluyendo que sólo una pequeña parte de los científicos resultó perseguida. Cuando se cuenten los represaliados en los archivos, confiesa Joravsky que se quedaría muy sorprendido si su número superara el cinco por ciento (652). Son especulaciones sobre el vacío más absoluto.

Pero aún queda el asunto estrella: conocer los motivos de esas represalias, momento en el que el panfleto orquestado se desmorona con sólo tener en cuenta ciertas circunstancias bastante precisas, algunas de las cuales ya he referido. Así, Levit, Agol y Levin eran miembros del partido comunista y su situación no tuvo nada que ver con el debate científico sino con sus alineamientos en las batallas internas de aquel momento. Si Lysenko pretendió imponer una doctrina canónica oficial, ¿por qué fueron invitados a impartir lecciones profesores extranjeros que defendían concepciones opuestas a dicho canon? Este argumento aún podría estirarse más si se tienen en cuenta los libros, las traducciones y las ediciones de obras de todo tipo que circularon por la URSS en aquella época y cuyo rastreo es bien sencillo puesto que cada libro lleva su fecha de edición y las colecciones de ellos están catalogadas y disponibles en bibliotecas y librerías, son mencionadas en otras obras, etc.

La nómina de genetistas represaliados en la época de Lysenko se agota finalmente en dos nombres: Vavilov y Timofeiev-Ressovski. Quizá sólo se trate de los más conocidos; quizá hubo otros de segundo rango a los que no se les ha prestado la atención que se les debe como personas injustamente represaliadas… Quizá. Pero una cosa es cierta: que por mucho que se alargue la lista de represaliados, siempre habrá otros que defendieron idénticas concepciones y no padecieron esas represalias, lo cual resulta aún peor para el canon propagandístico de la guerra fría, porque en tal caso quedaría evidenciado que los represaliados no lo fueron por sus ideas científicas sino por otro tipo de motivos ajenos a ellas. Desde luego en el caso de Timofeiev-Ressovski es evidente que no fue perseguido precisamente por sus convicciones científicas.

Nikolai V. Timofeiev-Ressovski (1900-1981) fue uno de esos científicos que resumieron en su biografía la historia de un siglo convulso. Referir algunos aspectos de su personalidad puede ayudar a comprender detalles importantes de la ciencia y de los científicos soviéticos.

Nació en Kaluga y comenzó sus estudios universitarios en Moscú en 1916, donde se convirtió en un seguidor de Kropotkin. Tras la revolución luchó en la guerra civil con una unidad de cosacos, alcanzado el grado de sargento. Al año siguiente se unió a una pequeña unidad de la caballería anarquista, el "Ejército Verde", es decir, que no se integró en el Ejército Rojo hasta el año siguiente.

Entonces Timofeiev-Ressovski luchó en Crimea y en el frente polaco.

En 1920 se incorporó como investigador de biología experimental en Moscú bajo la dirección de N.K.Koltsov y a partir de 1922 enseñó zoología en la Facultad Biotécnica de la capital en el departamento dirigido por Chetverikov. Sus primeros ensayos trataron de respaldar precisamente la hipótesis de Chetverikov sobre los mecanismos genéticos de evolución de las poblaciones.

Descubrió una amplia reserva de variabilidad hereditaria en las poblaciones silvestres de moscas que le sirvió para acuñar el concepto de microevolución, uno de los pilares de la teoría sintética.

Según Timofeiev-Ressovski el sujeto básico de la microevolución es la población, la materia prima es la mutación y el suceso elemental es el cambio en las frecuencias génicas. Añadió que los motores de la evolución son la mutación, la fluctuación del volumen demográfico, el aislamiento, la migración y la selección.

De la genética de poblaciones, pronto pasó al nuevo campo de la radiobiología, un terreno en el que los soviéticos eran pioneros después de los descubrimientos de A.G.Gurwitsch en 1921 sobre el campo morfogenético y las radiaciones mitogenéticas, que en todo el mundo constituyeron un descubrimiento sensacional, abriendo a la curiosisdad intelectual el terreno inexplorado de la biofísica. La inspiración originaria de las investigaciones de Gurwitsch partieron del descubrimiento del efecto fotoeléctrico de Einstein. Gurwitsch demostró que también la división celular emite radiaciones ultravioleta muy débiles que, a su vez, inducen la proliferación de otras células.

En 1924 visitó Moscú el siquiatra y neuro fisiólogo alemán Oskar Vogt, director del Instituto Kaiser Guillermo III de Investigación del Cerebro de Berlín. En virtud del tratado de Rapallo entre Alemania y la URSS, Vogt trataba de reclutar investigadores soviéticos en el campo de la genética para su Instituto en el marco de un intercambio científico entre ambos países. Como contrapartida, los alemanes crearían un instituto de investigaciones del cerebro en Moscú. Vogt entabló buenas relaciones con el ministro de Sanidad soviético Nikolai A. Semashko, quien le recomendó que se pusiera en contacto con Timofeiev-Ressovski para el laboratorio de genética de la capital alemana.

Así, en el verano de 1925 Timofeiev-Ressovski, en compañía de Serguei R. Zharapkin, se trasladó a trabajar a Berlín. La estancia duró 20 años, hasta que el Ejército soviético entró en Berlín, poniendo fin a la II Guerra Mundial.

En 1929 Timofeiev-Ressovski fue nombrado director del Departamento de Genética Experimental del Instituto Kaiser Guillermo III que al año siguiente, gracias al dinero de la Fundación Rockefeller, cambió su sede e inauguró nuevas instalaciones cerca de Berlín (653). En el Departamento, Timofeiev-Ressovski dirigía un amplio equipo multidisciplinar, parcialmente compuesto por investigadores soviéticos y de varias nacionalidades europeas. En dicho equipo estaba su mujer Elena A. Fiedler, el mencionado Zharapkin, los físicos y biólogos radiactivos Alexander Katsch y Karl Zimmer (654), el radioquímico Hans-Joachim Born y la asistente técnico Natasha Kromm.

Conjuntamente con el genetista franco-ruso Boris Efrussi y con el dinero de la Fundación Rockefeller, Timofeiev-Ressovski organizó conferencias anuales de genética, biofísica y radiología hasta la víspera de la guerra mundial. En 1932 participó en el VI Congreso Internacional de Genética celebrado en Nueva York, donde trabó una estrecha amistad con Vavilov, entonces presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas. Era un participante asiduo a los seminarios científicos de Copenhague en los que participaba la élite de los científicos europeos de aquella época.

El equipo de Timofeiev-Ressovski en Berlín seguía los pasos establecidos por el descubrimiento de los efectos genéticos de las radiaciones, en donde las aportaciones de los físicos eran tan importantes como las de los genetistas (655). Junto con el biofísico Max Delbrück Timofeiev- Ressovski firmó el artículo "Sobre la naturaleza de las mutaciones y la estructura del gen" en el que explicaba las mutaciones genéticas producidas por radiaciones, lo que contribuyó a aproximar la genética a la mecánica cuántica. El artículo inspiró las investigaciones posteriores sobre la aplicabilidad de la teoría de la información a la genética. A partir de diferentes intensidades de fuentes de energía, Timofeiev-Ressovski determinó el número de mutaciones inducidas en las moscas. Las investigaciones más conocidas del genetista soviético proceden de su etapa de colaboración con Delbrück en Berlín, con quien permaneció hasta que en 1937, becado por

Rockefeller, Delbrück se fue a trabajar con Morgan a California.

Con la llegada de Hitler a la cancillería en 1933, las relaciones germano-soviéticas se deterioraron.

En varias ocasiones el gobierno soviético le propuso a Timofeiev-Ressovski abandonar Berlín y regresar a la URSS, pero rechazó la invitación. La Fundación Rockefeller también le propuso dirigir un laboratorio del Instituto Carnegie en Estados Unidos. Sin embargo, prefirió permanecer en Alemania prosiguiendo sus investigaciones en un área de interés militar preferente, sin ser jamás molestado por la Gestapo ni por las SS. Esta circunstancia es bastante sorprendente porque su amigo Oskar Vogt fue inmediatamente detenido en su Instituto e interrogado por las SA. Vogt fue denunciado por un fisiólogo del Instituto que se había incorporado al partido nazi, quien declaró que Vogt financiaba al partido comunista y mantenía vínculos con la URSS. Fue despedido del Instituto.

Cuando en 1939 Alemania invadió Polonia, todos los ciudadanos soviéticos residentes en el país fueron internados en campos de concentración. No sucedió lo mismo con Timofeiev-Ressovski. Sus investigaciones encajaban a la perfección tanto con el régimen nazi como con la política científica de la Fundación Rockefeller. Timofeiev-Ressovski colaboró muy estrechamente con el químico nuclear de origen ruso Nikolaus Riehl, director científico de Auergesellschaft, una corporación industrial gigantesca que trabajaba para la Wehrmacht, especialmente en la producción de uranio para el proyecto atómico alemán. Las investigaciones fueron financiadas por Walter Gerlach, director de aquel programa (656). También colaboró con Pascual Jordán, involucrado en el mismo programa y con el nazi Hermann Boehm en el Instituto de Genética. En octubre de 1938 impartió cursos para los miembros de la Oficina de Política Racial, intervino en un ciclo de conferencias para médicos nazis y publicó en las revistas médicas nazis Ziel und Wegt y Der Erbarzt. Su correspondencia oficial siempre acababa con el ¡Heil Hitler! como despedida final.

En 1943, durante la guerra mundial, el hijo mayor de Timofeiev-Ressovski, Dimitri, estudiante de la Universidad Humboldt de Berlín, fue detenido por la Gestapo acusado de formar parte del Comité de Berlín del Partido bolchevique y de mantener contacto con los presos soviéticos de los campos de concentración. Fue enviado al campo de Mathausen y fusilado por la Gestapo el 1 de mayo de 1944.

Pese a ello, Timofeiev-Ressovski siguió adelante con sus investigaciones que, por su carácter preferente, podía incorporar mano de obra forzosa de los campos de concentración. Bajo su dirección, sus colaboradores inyectaron torio radiactivo en seres humanos para analizar sus efectos.

Fue detenido en Berlín por las tropas soviéticas al finalizar la guerra pero fue puesto en libertad inicialmente y pudo continuar su trabajo en el Instituto Kaiser Guillermo III, del que fue nombrado director. Timofeiev-Ressovski era un reputado radiobiólogo, uno de los pocos especialistas mundiales justo en un momento en que la primera bomba atómica fue ensayada sobre seres humanos en Japón. Igor V. Kurchatov, que dirigía el proyecto atómico soviético, le visitó en Berlín.

Sin embargo, volvió a ser detenido el 14 de setiembre por el NKVD, juzgado y condenado por traición y colaboración con el enemigo a diez años de trabajos forzados. En la legislación penal internacional las condenas previstas para este tipo de delitos son la pena capital o la cadena perpetua. Ningún país conoce sanciones de diez años de reclusión para delitos de traición, y mucho menos en tiempo de guerra. Desde luego, según los criterios jurídicos internacionales más recientes, Timofeiev-Ressovski hubiera sido incluido entre los criminales de guerra por delitos cometidos contra la humanidad. Lo extraño, pues, no es que fuera condenado sino que fuera el único científico condenado tras la II Guerra Mundial.

En 1946 fue trasladado a un campo de concentración en Karaganda, Kazajstán, donde después de dos años de reclusión ociosa fue enviado a trabajar al Laboratorio B en Sungul, al que eran deportados los científicos y especialistas. Durante el traslado coincidió con Soljenitsin en la cárcel de Butyrskaia. En la primavera de 1947 llegó al campo de concentración de Sungul, que formaba parte del complejo penitenciario denominado sharashka y cuyas condiciones de reclusión eran buenas, según uno de sus discípulos: pudo vivir con su familia y sus colaboradores berlineses también fueron agrupados con él (657). En su condición de preso obligado a trabajar, encabezó la división biológica del campo de prisioneros, dirigió el laboratorio radiológico e impartió conferencias. En Sungul trabajaban un total de 50 científicos.

La manipulación del caso Timofeiev-Ressovski es notoria. Huxley, quien asegura que le conoció personalmente, dice: "Solamente se interesaba en la adquisición de nuevos conocimientos científicos" (658). No aparecen por ningún lado ni los experimentos con seres humanos ni su complicidad con los nazis, que Huxley oculta al lector. De las afirmaciones tópicas del británico se desprende que nada puede resultar más injusto que condenar a quien únicamente se interesa por la ciencia. Lo mismo cabe decir de Medvedev, un discípulo de Timofeiev-Ressovski que también silencia y tergiversa los hechos. Según Medvedev Timofeiev-Ressovski sólo pudo ser liberado de su encierro a la muerte de Stalin, con lo que da la impresión de que la condena se fundamentó en una de esas típicas decisiones caprichosas del dirigente soviético, de manera que sólo su muerte permitió la liberación del científico. Sin embargo, sólo salió en libertad después de cumplir íntegramente la condena que le fue impuesta.

Tras ser puesto en libertad, Timofeiev-Ressovski desplegó una gran actividad por toda la URSS en defensa de sus concepciones mendelistas. En 1955 sus obras fueron traducidas del alemán al ruso y publicadas. En Sverdlovsk organizó un departamento de radiobiología para la sección de los Urales de la Academia de Ciencias y, en plena era lysenkista, fundó una estación experimental junto al lago Miasovo sobre genética poblacional, de la que Medvedev se permite la licencia de decir otra de sus falsedades: que fue "el primer centro científico consagrado al estudio de la genética después de la prohibición de 1948" (659). En aquel departamento había otros dos laboratorios de radiobiología genética, uno celular, dirigido por V.I.Korogodin, y otro molecular, dirigido por el propio Medvedev. Timofeiev-Ressovski describió así esta etapa de su vida:

Todo el mundo cree que fueron los americanos los que desarrollaron toda la biología médica y la isotopía hídrica. Pero eso lo hicimos nosotros antes que los americanos.

Aproximadamente a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, yo y mis estudiantes acabamos el trabajo sobre radiación biogeoceanológica [una palabra creada por Vernadski y Sujachov para describir la interacción entre los ecosistemas]. Muy pronto, estos trabajos en el sistema atómico y en la Bioestación de Miasovo de los Urales fueron los más productivos en mi autodenominada vida científica.

Medvedev considera a Timofeiev-Ressovski como "nuestro jefe", el "jefe de filas de una vasta escuela de biólogos soviéticos". Numerosos estudiantes acudían de todas partes a escuchar sus lecciones, publicó varios libros sobre genética y viajó por todo el país dando conferencias. De 1956 a 1963 organizaba en el verano cursillos de genética para los militantes del Komsomol, las juventudes comunistas, en Miasovo y en los alrededores de Moscú.

Nunca pudo volver a abandonar la URSS y tampoco fue rehabilitado de su condena hasta que en 1991 se disolvió el país (660): si no había patria tampoco había traición a la patria.

En los países capitalistas no se comprende el encarcelamiento de Timofeiev-Ressovski porque el tratamiento dispensado a los científicos que han cometido crímenes contra la humanidad siempre ha sido muy distinto. El caso del químico alemán Fritz Haber (1868-1934) es un verdadero prototipo.

El desarrollo de la química siempre estuvo impulsado, a partes iguales, por el capital y la guerra.

Desde 1800, con los fertilizantes y plaguicidas, el capitalismo ha convertido
a la agricultura en una rama de la química. El otro motor fue la pólvora
y tuvo su origen en el mismo Lavoisier quien, desde 1775 sirvió en la
administración real, donde inventó un nuevo método de producción
con el potasio extraído de Alsacia. En Alemania en la segunda mitad del
siglo XIX el progreso de la química estuvo impulsado por la necesidad
de desvincularse del bloqueo económico británico sobre las materias
primas estratégicas por medio de sustitutivos sintéticos. A comienzos
del siglo XX Inglaterra tenía el monopolio mundial de la explotación
minera de los nitratos de Chile, un producto químico que integra la fabricación
de explosivos. La pólvora negra se compone de un 75 por ciento de salitre
(nitrato de potasio), un 12 por ciento de azufre y un 13 por ciento de carbón
vegetal. El nitrato amónico, la nitroglicerina y el trinitrotolueno (TNT)
también son derivados del nitrógeno. A finales del siglo XIX no
era posible el rearme alemán sin eludir el control británico sobre
los yacimientos naturales de nitrógeno. No había
otra posibilidad que acudir a la búsqueda de procedimientos artificiales
de obtención de nitrógeno. En 1908 Haber inventó un mecanismo
de síntesis del amoniaco que liberó a Alemania de la dependencia
de los nitratos naturales, de modo que a partir de entonces pudieron fabricar
explosivos artificialmente con el amoniaco como materia prima. El procedimiento
de Haber proporcionó el 45 por ciento del ácido nítrico
necesario para la fabricación de los explosivos, municiones, proyectiles
y bombas empleados en la I Guerra Mundial.

Pero el papel de Haber en la guerra no acabó ahí. También organizó el departamento de gases tóxicos del ejército alemán a través del recién creado Instituto Kaiser Guillermo de Berlín. Por iniciativa de Haber, en 1916 se creó la Fundación Kaiser Guillermo para las Ciencias Técnicas y Militares, que al año siguiente pasó a depender del Ministerio de la Guerra. Esta organización no tenía instalaciones de investigación propias; su tarea consistía en coordinar los trabajos relacionados con la guerra realizados en instituciones universitarias o en los laboratorios del Instituto Kaiser Guillermo III. Durante la guerra, Haber propuso al ejército utilizar gas cloro contra las tropas aliadas y fue responsable directo de la fabricación de los primeros gases venenosos que se emplearon en el campo de batalla, entre ellos el gas mostaza (661). Bajo su dirección un grupo de investigadores creó el Zyklon B, un insecticida basado en el cianuro que fue utilizado años más tarde por los nazis en los campos de exterminio.

La actividad de Haber tampoco se limitó a los laboratorios, de los que extrajo 5.000 botellas metálicas repletas de gases tóxicos, sino que fue nombrado capitán de la Wehrmacht, en cuya condición estuvo supervisando su lanzamiento en el mismo campo de batalla, al mando de una compañía de infantería. La batalla química se saldó con 15.000 víctimas entre los aliados.

Al finalizar la contienda su nombre apareció en una lista de criminales de guerra y los aliados reclamaron su extradición para procesarlo como tal. No obstante, ya en época de la República de Weimar, Haber volvió a la dirección del Instituto de Física y Electroquímica de Berlín-Dahlem, continuando sus investigaciones secretas para la fabricación de nuevo armamento químico.

A pesar de sus crímenes -o quizá gracias a ellos precisamente- fue laureado en 1918 con el premio Nobel de Química. Al fin y al cabo el mismo Alfred Nobel que había instituido el conocido galardón se enriqueció fabricando explosivos. El discurso que Haber pronunció en 1920 ante la Academia sueca es un ejemplo de la hipocresía científica: su invento de la síntesis del amoniaco era una gran aportación para la elaboración de abonos agrícolas, que a su vez aumentarían las cosechas y aliviarían así el hambre en el mundo. Otra fábrica de muerte que se presenta como alivio del hambre. En España tenemos un ejemplo parecido en la empresa Explosivos Rio Tinto que, además de lo que su denominación indica, tiene una segunda fuente de negocio: la fabricación de agrotóxicos, fertilizantes y pesticidas. Algo parecido a la falacia que sostienen ahora mismo las multinacionales de la biopiratería y los transgénicos, otro caso de aplicación humanitaria de la ciencia a la resolución -desinteresada- de los acuciantes dramas de la humanidad.

Durante la II Guerra Mundial, el químico escocés Alexander R. Todd (1907-1997) encabezó los estudios dirigidos a la producción de armamento químico, a pesar de los tratados internacionales que prohibían su elaboración. Uno de los fabricados fue la adamsita (difenilaminocloroarsina), un gas similar a los lacrimógenos, que obliga a estornudar por irritación de las fosas nasales. También diseñó una factoría para elaborar armas que utilizaran gas mostaza. Por sus servicios a la corona británica recibió el título de Sir de manos de la Reina y el Premio Nobel de Química en 1957 por su contribución al descubrimiento de los nucleótidos que constituyen el ADN.

Es difícil encontrar un carnicero que no haya sido condecorado
por sus servicios. Los afectados por las operaciones de lobotomía que
se practicaron en la posguerra acudieron a Noruega para demandar que le fuera
retirado el premio Nobel al inventor de dicha técnica aberrante, el portugués
Antonio Egas Moniz, galardonado en 1949. No tuvieron éxito porque eran
malos tiempos. La lobotomía apareció como un remedio infalible
para toda suerte de alteraciones síquicas, incluido el comunismo, de
manera que entre 1936 y 1964 el psiquiatra Walter Freeman realizó más
de 40.000 intervenciones en Estados Unidos, incluso con niños. Norbert
Wiener saludó su invención en su cibernética y el diario
New York Times el 6 de junio de 1937 la calificó como una "cirugía
para enfermos del alma" en un titular de portada. Cerca del 6 por ciento
de los pacientes no sobrevivieron a la operación y con frecuencia se
registraron cambios adversos en la personalidad del lobotomizado. Además,
producía importantes alteraciones en su conducta, quedando parcial o
totalmente indiferentes al mundo que les rodeaba, con una pasividad extrema.
El objetivo era convertir a los hombres en seres sumisos y sin
personalidad propia; por eso se aplicó a los presos en las cárceles
estadounidenses.

Hasta la fecha tampoco ningún cabecilla de Union Carbide ha sido juzgado por la fuga de gas tóxico en Bhopal, a pesar de los miles de muertos. Cuando Warren Anderson viajó hasta la India tras el desastre de 1984, le detuvo la policía, acusándole de homicidio. Sin embargo, gracias a las presiones de la embajada estadounidense, salió bajo fianza. Desde entonces no se ha presentado ante ningún juez. Aunque la India tiene un tratado de extradición con Estados Unidos, no ha iniciado trámites de extradición de los responsables. Para colmo, Union Carbide pretendió que la acusación de homicidio culposo se redujera a una mera negligencia. Al fin y al cabo los afectados eran hindúes, pobres, olvidados y abandonados.

La nómina de afectados es casi inagotable, pero no es trascendente porque ésa es la suerte de los humildes. Entre 1932 y 1972, es decir, durante cuarenta años, en el hospital público de Tuskegee, una localidad de Alabama, los médicos experimentaron con negros pobres y analfabetos enfermos de sífilis a los que no dieron tratamiento médico para poder estudiar la evolución de la enfermedad hasta su muerte, así como el contagio de sus familias y descendientes. Ocurrió muy poco después de la crisis económica de 1929, cuando la sífilis se convirtió en una epidemia en la población rural del sur de Estados Unidos. Los médicos decidieron crear un programa especial de no-tratamiento en el Hospital de Tuskegee, el único para negros que existía entonces en aquella localidad. Fueron seleccionados unos 400 varones negros sifilíticos y otro grupo similar de 200 no sifilíticos sirvió de control para comparar la salud y longevidad de la población sifilítica no tratada en comparación con el grupo control. A las personas seleccionadas no se les informó de la naturaleza de su enfermedad y les dijeron que tenían "mala sangre". Además, les ofrecieron algunas ventajas materiales, incluso sanitarias, que en ningún caso incluían el tratamiento de su enfermedad.

En 1947 se aprobó el código de Nuremberg y en 1964 la Declaración de Helsinki que, además del consentimiento informado del paciente, dispone que en toda investigación con seres humanos el bienestar de la persona prevalezca siempre sobre los intereses de la ciencia y de la sociedad. El médico, antes que investigador, es el protector de la vida y la salud de su paciente, y la persona que participe en una investigación debe recibir el mejor tratamiento disponible. A pesar de que la penicilina estuvo disponible desde los años cuarenta, en ningún momento recibieron tratamiento; a los médicos nunca les importó que sin el antibiótico su esperanza de vida se redujera en un 20 por ciento.

En este caso la ideología anticolectivista imperante en Estados
Unidos no fue obstáculo para que los derechos individuales
de las personas fueran sacrificados en aras de un supuesto bien "común",
aunque en realidad los pobres debían sacrificarse en interés de
una investigación cuyos beneficiarios serían los más privilegiados
de la sociedad.

A pesar de la promulgación de la normativa internacional, la investigación
continuó, publicándose 13 artículos en revistas médicas.
Ningún científico protestó, hasta que en 1972 la prensa
denunció los hechos. Para entonces 74 de los pacientes del estudio seguían
vivos, 28 habían muerto directamente de sífilis, 100 habían
muerto por complicaciones relacionadas, 40 de sus esposas se habían infectado
y 19 de sus hijos habían nacido con sífilis congénita.
En 1997, en presencia de cinco de los ocho supervivientes presentes en la Casa
Blanca, Bill Clinton pidió disculpas formalmente a las víctimas
del experimento: "No se puede deshacer lo que ya está hecho, pero
podemos acabar con el silencio […] Podemos dejar de mirar hacia otro lado.
Podemos miraros a los ojos y finalmente decir de parte del pueblo americano,
que lo que hizo el gobierno americano fue vergonzoso y que lo siento".
Las buenas palabras sustituyeron a los juicios y las cárceles. Aquellos
médicos que utilizaron a los pobres como cobayas humanas, así
como sus cómplices y colaboradores no resultaron sancionados
por el crimen múltiple que habían cometido (662).

Era la típica farsa gubernamental. Tuskegee tuvo el apoyo oficial y financiación pública y privada, pero lo sucedido en Guatemala fue aún peor ya que los médicos estadounidenses infectaron deliberadamente a 700 personas con sífilis y gonorrea entre 1946 y 1948, dentro de un programa aprobado por la Organización Panamericana de Salud y el propio gobierno guatemalteco. Mientras en Nuremberg juzgaban a los médicos nazis como criminales de guerra, estaban haciendo lo propio en Guatemala. En Estados Unidos el doctor Mengele se llamaba John Ch. Cutler (1915-2003), alto funcionario del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, director del Organismo Panamericano de Salud y participante en el proyecto de Tuskegee. Las cobayas humanas se reclutan siempre en el mismo escenario social: pobres, negros, indígenas, prostitutas, presos, locos y soldados. Este tipo de personas que no merecen salud tampoco merecen que se les informe de que estaban siendo objeto de un experimento científico. Aun tercio de los infectados no se le dio tratamiento posterior. El objetivo inmediato también suele coincidir: enfermedades de transmisión sexual; el mediato, además de la venta de fármacos, es el control de la natalidad, que es la forma actual de la eugenesia.

En 1970 la vicepresidenta de Planned Parenthood (Planificación Familiar) en Dallas era la esposa de Cutler, que experimentó tanto en cárceles estadounidenses, como Sing Sing, como en India. Los hechos se mantuvieron en secreto durante décadas hasta que fueron destapados por Susan Reverby en octubre de 2010, momento en el que la responsable de exteriores, Hillary Clinton, tuvo que volver a pedir disculpas públicamente (663b).

No son casos aislados. Después de siete años de investigación, en 1994 el diario Alburquerque Tribune publicó una serie de reportajes de la periodista Eileen Welsome sobre los experimentos radiactivos con seres humanos que le valieron el Premio Pulitzer. Posteriormente fueron publicados en forma de libro (663). Welsome documentó 18 casos de irradiaciones que forzaron al gobierno de Clinton, a abrir otra investigación más. En el transcurso de la misma Welsome reveló que 73 menores de una escuela de Massachusetts ingirieron isótopos radiactivos en la avena del desayuno, una mujer de Nueva York fue inyectada con plutonio por los médicos del Proyecto Manhattan que le atendían, mientras 829 embarazadas tomaron supuestas vitaminas en una clínica de Tennessee que, realmente, contenían hierro radiactivo. Tras la investigación, Clinton volvió a ofrecer sus "disculpas sinceras" por el empleo de armamento bacteriológico sobre la población de su propio país, aduciendo que no se repetirían. Pero, una vez más, no hubo juicio ni culpables.

En la actualidad la impunidad de los científicos se edulcora con referencias a la necesidad de redactar códigos éticos o deontológicos que regulen las prácticas profesionales, descuidando que hace ya muchos decenios que existen leyes penales que castigan delitos como el asesinato, los crímenes contra la humanidad o el genocidio, y que no se trata de aprobar nuevas normas sino de aplicar las que ya existen, es decir, de demostrar que las sanciones penales se aprueban para todos y no sólo para los de siempre.

El doctor Mengele sigue recorriendo las calles. La impunidad alienta el crimen, y los científicos han demostrado sobradamente disponer de patente de corso, fomentando el despliegue de toda clase de atrocidades y, lejos de resultar condenados por sus crímenes, son ampliamente recompensados y reconocidos. Constituyen un material valioso del que ningún gobierno quiere desprenderse. Hasta el día de hoy las tecnologías de "doble uso" permiten camuflar sus masacres como grandes progresos de la humanidad.

El linchamiento de un científico descalzo

Una concepción -ingenua pero muy extendida- que proviene de Leibniz imagina que la verdad es evidente por sí misma, que no necesita de nada ajeno para resplandecer, de modo que cualquiera, y más que nadie un científico, la reconocería inmediatamente como tal. También Descartes decía que, por naturaleza, todo ser humano porta dentro de su espíritu las "semillas" de la verdad, prestas a germinar. Nada más lejos de una experiencia histórica milenaria. El conocimiento está mediatizado por varios obstáculos que debe superar y sin los cuales no adquiere su estatuto científico.

El primer enemigo del avance científico es la ciencia misma, o
por mejor decirlo, la "comunidad científica". El saber adquirido
aspira a reproducirse de manera endogámica, donde los especialistas constituyen
un círculo muy reducido entretenido en una especie de monólogo
interior satisfecho de los grandes logros alcanzados en el pasado. Como cualquier
otro fenómeno, la verdad no brota instantáneamente sino que es
un proceso que tropieza con la inercia de quienes están apegados a los
saberes momificados y decrépitos, a los tópicos, rumores y refranes
de origen oscuro. La mayor parte de las resistencias provienen, pues, de ese
cúmulo de conocimientos codificados que se resiste a desaparecer en forma
de planes de estudio, manuales, diccionarios y enciclopedias. Sujeto a una sociedad
competitiva, hoy el científico al uso tiene que buscar el apluso de sus
colegas, seguir la corriente. Tiene que denostar a los malditos y alabar a los
consagrados. A la "comunidad científica" sólo le interesa
el progreso cuando son ellos mismos los que aparecen en los títulos de
propiedad intelectual, adoptando las medidas a su alcance si esos mismos progresos
provienen de la competencia. La codicia y el plagio son hoy condicionantes habituales
del trabajo científico. La cita es otro de los exponentes de ese carácter
repetitivo del conocimiento, que mira al pasado más que al futuro. Como
mecanismo escolástico, las citas forman parte de las peores tradiciones
de la economía del pensamiento, de un cierto tipo de método
que no sólo no interroga al saber adquirido sino que pretende
servirse de él. ¿Cómo es posible que la "comunidad
científica" se pueda equivocar? La codificación del saber
es imprescindible para su difusión y, al mismo tiempo, sus instrumentos
son la expresión de la ideología dominante, una momia que se resiste
a dejar paso a la innovación.

La ciencia no es un proceso acumulativo o lineal de conocimientos porque avanza como una crítica del saber establecido. La duda es su arma más afilada. La ciencia pone en marcha mecanismos infantiles que interrogan incansables por la razón última de las verdades que la "comunidad científica" cree firmemente establecidas. A su vez, la "comunidad científica" mira con desconfianza el futuro, las novedades. Las citas de un artículo innovador sólo pueden contener críticas, nunca apoyos, porque carece de referentes previos, no tiene pedigrí. Más que los hechos, las investigaciones y las argumentaciones, lo que mejor respalda a una tesis científica es una documentación escrita. Ante las dudas que causan las novedades se ha convertido en un tópico preguntar por un cierto tipo de "respaldo" para determinadas tesis, que siempre conducen a los precedentes y a la existencia de previa documentación: ¿existe algún artículo publicado que avale la conclusión?

Un científico que realiza un nuevo descubrimiento en conflicto con el saber adquirido encuentra dificultades para dar a conocer su trabajo. Lograr la publicación de una investigación es otro de los obstáculos a superar, hasta el punto de que hoy en la ciencia sucede como en la política: se confunde a la la opinión publicada con opinión pública, y a veces con sólo una parte de la opinión publicada. En ocasiones, para publicar con mayor facilidad, hay que practicar determinadas formas de cabildeo: mencionar a determinados autores, citar sus obras e incluso que firmen aunque no hayan participado en la investigación. Sobre todo es importante citar a quienes van a decidir si el artículo se inserta o no, alagar su vanidad y destacar la importancia de sus descubrimientos. Es imposible saber qué descubrimientos e innovaciones descansan aparcados en el cajón de cualquier laboratorio, universidad o en el diván de los muebles viejos. Casi un siglo después, en 2000, un grupo de médicos de un Hospital de San José de Costa Rica publicaron los manuscritos redactados por el gran científico costarricense Clodomiro "Clorito" Picado Twight (1887-1944) en los que, años antes de Fleming, estudiaba el efecto inhibidor de la penicilina sobre las bacterias (664).

Muchos descubrimientos científicos reposan entre el polvo porque su publicación es un recorrido tortuoso.

Uno de los índices más claros del declive actual de la ciencia es la omnipresencia de las revistas especializadas: sólo se considera como ciencia lo que aparece publicado -precisamente- en una revista, es decir, adaptado a determinados cánones que sólo existen en un artículo científico. La ciencia moderna se escribe en concisos telegramas; prefiere el formato de 40 líneas en el que se redactó el artículo de Watson y Crick sobre la doble hélice que las 400 páginas de los Principia mathematica de Newton. En realidad la situación es mucho peor porque casi nadie se lee esos artículos, sino sólo el resumen que los encabeza porque no interesan los medios utilizados en la investigación sino sus resultados exclusivamente. Hoy la mayor parte del espacio tipográfico que ocupa un artículo científico se reserva para los numerosos firmantes del mismo. Es casi imposible encontrar un libro como referencia bibliográfica. Naturalmente que, en plena era digital, los demás medios de publicación tampoco se consideran aptos para transmitir conocimiento científico.

No hay nada menos internacionalizado y, por consiguiente, menos unificado que la ciencia actual.

Las dificultades comienzan con el idioma porque la internacionalización obliga a que las comunicaciones científicas se redacten en inglés. Hasta el siglo XVIII era el latín el idioma que expresaba el carácter único e internacional de la ciencia, lo que le permitió a Linneo elaborar un método universal de clasificación de las especies. Esa condición se ha perdido en la actualidad, pero el problema no radica en los que saben inglés sino precisamente en los que sólo saben inglés, que son los científicos anglop arlantes, para quienes el inglés es su única fuente de información, por lo que suponen que toda la ciencia está en ese idioma. Si, además, tenemos en cuenta que la ciencia dominante en el mundo es la angloparlante, la distorsión sube de grado. Es imposible conocer el estado de una ciencia tomando en consideración un único idioma, las publicaciones que se redactan en ese idioma y el reducido grupo de países que lo sustentan. El Observatorio de las Ciencias y las Técnicas de Francia constató que la selección en el Science Citation Index perjudica a los países y a las disciplinas cuya investigación está menos internacionalizada y menos traducida al inglés.

Incluso fuera de los países angloparlantes una parte importante
de las comunicaciones científicas se redactan y publican en inglés
porque los especialistas escriben para otros especialistas. Es otro retorno
a la Edad Media. En el Renacimiento, científicos Como Galileo o Descartes
fueron de los primeros en publicar en sus idiomas vernáculos porque no
se dirigían a otros científicos sino a todos los interesados:
al pueblo lego, a los autodidactas y a los aficionados. Galileo se preocupó
por la divulgación científica. En 1610 publicó el Sidereus
nuncius, la primera revista monográfica de la historia, todavía
en latín. Refiriéndose a su nueva publicación sobre las
manchas solares, Galileo informa a su amigo el canónigo Paolo Gualdo
en una carta fechada el 16 de junio de 1612: "La he escrito en idioma vulgar
porque he querido que toda persona pueda leerla". El libro saldría
a la calle en italiano y no en latín, como era hasta entonces habitual
para las publicaciones de ciencia. Galileo continuaría escribiendo en
"idioma vulgar". Al libro de las manchas solares siguieron otros,
entre ellos su obra cumbre, el "Diálogo sobre los dos sistemas del
mundo", escrito en 1632, un alarde de dialéctica y retórica
discursiva en el uso de los diálogos como vehículo de divulgación,
por su carácter coloquial, flexible, irónico y hasta
divertido. Aquella obra supuso su condena por parte de la Inquisición,
pero la idea de publicar en idioma común marcó un camino que sería
adoptado por otros, como Rene Descartes, quien en 1637 publicó en francés
su "Discurso del método", y Robert Boyle, que dio a la luz
en inglés en 1661 "El químico escéptico". Hoy
la ciencia es endogámica.

Los científicos sólo pretenden dirigirse a sus colegas, ganarse su aceptación. Es una de las muchas vías que ponen de manifiesto el imparable declive de la ciencia. Muchas obras científicas capitales que han marcado una época en la biología, no se han traducido, ni hay perspectiva de que se traduzcan nunca porque no son material de consulta, porque se consideran como anticuados. Por más que proliferen las alusiones, son muy pocos los que las han leído.

Los consejos editoriales de las revistas científicas más influyentes están dominadas por angloparlantes, quienes censuran los artículos no sólo en función de criterios científicos sino también de sus propias y personales convicciones ideológicas, filosóficas, políticas, religiosas y económicas. El periodista del Frankfurter Allgemeine Zeitung Rainer Flóhl ha puesto en duda la imparcialidad en la divulgación de la investigación médica: "Ciertos periodistas americanos no dan mucho crédito a las investigaciones alemanas. Por ejemplo, a The New England Journal of Medicine no le gustan las contribuciones procedentes de Alemania y a The Lancet tampoco.

Conocen los trabajos y a los investigadores, pero no dan crédito a los alemanes. Esto se constata cuando los alemanes producen resultados antes que los americanos […] Ellos [por los estadounidenses] dominan el campo […] Es un país líder que controla los circuitos, por eso los convierten en poco accesibles". Para publicar no es suficiente con escribir en inglés sino que, además, hay que "pensar en inglés", como ha destacado el profesor Sendín, es decir, reproducir los códigos ideológicos -explícitos e implícitos- impuestos por los países anglosajones:

Para publicar en inglés (como se sabe 'el idioma científico')
no sólo hay que escribir en inglés; también hay que 'pensar
en inglés'. Los idiomas no sólo conllevan un vocabulario distinto,
sino toda una carga cultural en lo que se refiere a la concepción del
mundo, de la realidad […] como yo me he negado siempre a 'pensar en inglés'
decidí publicar sólo en español (cosa que algunos colegas
me han recriminado porque eso 'limita la difusión'). Pero me resulta
de un provincianismo acomplejado que se conceda una gran autoridad científica
a un trabajo publicado en inglés aunque diga las sandeces más
grandes (hay artículos de Nature o Science que son auténticas
estupideces) y no se le conceda sólo porque está escrito y 'pensado'
en español. Así que, como en nuestro país hay unas cuantas
revistas serias y de una solvencia demostrada, solo publico, cuando
puedo, en ellas. Si no se leen en otros países, no es nuestro problema.
Lo malo es que en nuestro propio país los científicos, los 'especialistas'
tampoco suelen leerlas.

Suelen leer revistas especializadas, fundamentalmente anglosajonas, en las que las publicaciones tienen que seguir los cánones 'oficiales' (665).

Las publicaciones científicas se han convertido en un poderoso factor distorsionador del verdadero estado de la ciencia. Hoy se publican 35.000 revistas científicas que arrojan la ingente cantidad de unos 20 millones de artículos anuales, de los cuales casi una cuarta parte están escritos en chino, pese a lo cual no se mencionan jamás. En 2006, detrás de Estados Unidos, el segundo país del mundo por el número de investigaciones científicas publicadas no era otro que China, de las que no conocemos apenas nada. En 2009 el país que tuvo un mayor crecimiento en publicaciones científicas fue Irán, que también está fuera de la endogamia científica. En consecuencia, la ciencia ni es única ni es internacional. Es anglosajona no solamente por el idioma sino por la supervisión ideológica a la que está sometida.

En su número de 12 de junio de 2010 New Scientist hizo un análisis de las publicaciones científicas en un campo tan especializado como la investigación sobre células madre. Las conclusiones indicaron que los científicos de Estados Unidos publican sus resultados con más rapidez y en revistas de más alcance que los del resto del mundo. Quien convalida la ciencia son organizaciones privadas anglosajonas. La revista Science pertenece a la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Aunque el Reino Unido recibe menos investigadores extranjeros que Alemania o Francia, es el primer país de Europa en número de publicaciones científicas. Según Claude Kordon, investigador del Instituto Nacional de la Salud de Francia y redactor de la revista Neuroendocrinology, el papel de los anglosajones en los comités de lectura es "desmesuradamente activo respecto a su contribución real". Una encuesta sobre periodismo científico en Europa, realizada por Pierre Fayard demostró que los periodistas europeos están pendientes exclusivamente de la producción científica que ocurre en la otra orilla del Atlántico (666).

No obstante, la maraña de la comunicación científica no acaba aquí. Para un científico no basta con publicar en cualquier revista científica sino que busca que ésta sea de las llamadas "de impacto". No sólo los científicos sino los propios artículos se juzgan también en función del medio en el que aparecen. Es característico de la nueva escolástica que se ha impuesto, en donde predominan los argumentos ad verecundum, la acumulación de citas, las repeticiones.

Una buena parte de las revistas científicas están sometidas
a una doble censura previa, una interna y otra externa. Por un lado, internamente
el propio consejo editorial rechaza muchas publicaciones, aún considerando
que son científicamente relevantes, es decir, por motivos que no tienen
que ver con la ciencia y así se lo hacen saber a quienes les remiten
artículos para su publicación. En sus cartas de rechazo Nature
reconoce que declina publicar una parte sustancial de los originales que le
llegan sin enviarlos siquiera a los censores externos, aún cuando considere
el artículo como científicamente correcto, por decisión
de su consejo editorial. La revista adopta una determinada línea editorial
sobre temas controvertidos y rechaza a quienes le contradicen. Por consiguiente,
las revistas no difunden ciencia sino un determinado punto de vista sobre la
ciencia, tanto más distorsionador en cuanto más intereses extracientíficos
haya enjuego. La defensa de la subjetividad y de la propia línea editorial
por parte de una revista (científica o de cualquier otra índole)
es plenamente legítima, y lo sería aún más si junto
a esa revista existiera otra que publicara lo que aquella no admite.

La otra censura, la externa, es un mecanismo que se generalizó en la posguerra. Para ello las revistas cuentan con científicos externos que filtran por segunda vez los contenidos antes de proceder a su publicación. Es un procedimiento discriminatorio ya que depende del patrocinio del autor. Algunos originales, como el de Watson y Crick sobre la doble hélice, no necesitan pasar la censura para ser publicados y otros que sí deben pasar ese filtro previo. En una colección de artículos Juan Miguel Campanario ha documentado la resistencia de las publicaciones científicas a publicar innovaciones (667), a los que me permito añadir otros por mi cuenta relativos al último siglo:

– En 1914 un oscuro profesor universitario de física, Robert H. Goddard (1882-1945), diseñó el primer motor para cohetes espaciales y cinco años después escribió sobre la posibilidad de viajar a la Luna. El 13 de enero de 1920 un artículo en la portada del New York Times se burlaba abiertamente de él diciendo que le faltaban "los conocimientos que se imparten diariamente en los institutos". Goddard no se arrugó y en 1926 trató de poner en funcionamiento un cohete de tres metros de altura en el espacio, cuyo lanzamiento fracasó, volviendo a desatar feroces burlas de la prensa (669).

– Aquel mismo año Joseph Goldberger (1874-1929) descubrió que la pelagra ("piel agria") es consecuencia de la desnutrición de los más pobres de la sociedad, especialmente en las regiones rurales. Tuvo que luchar durante toda su vida contra la tesis infecciosa dominante que había sido impuesta por una comisión parlamentaria: el Estado puede aceptar que una determinada enfermedad sea infecciosa, pero nunca que sea consecuencia de inadecuadas condiciones de vida y trabajo. En 1937 Conrad A. Elvehjem demostró que la pelagra era consecuencia de la falta de vitamina B3 (ácido nicotínico o niacina) que se encuentra en la carne fresca y la levadura. Aunque el asunto se denomina como el "incidente" de la pelagra, el número de muertos se cuenta por millones (670).

– Desde 1915 la teoría de la deriva de los continentes de Alfred Wegener (1880-1930) fue el hazmerreír de los geólogos que durante décadas le reprocharon su falta de títulos académicos, permitiendo que su ciencia se convirtiera en "un cuento de hadas" (670b).

– En 1924 Raymond Dart descubrió en Sudáfrica fósiles de la cara y cráneo de un niño, el primer australopiteco, asegurando que se trataba del ancestro más antiguo del hombre sobre la Tierra. Tuvo que luchar durante 30 años contra unos colegas, como Arthur Keith, que prefirieron la falsificación de Piltdown. Dart fue un pionero en la búsqueda de los orígenes del hombre en África, tal y como Darwin había vaticinado, algo que sólo podía generar rechazo en una ciencia sumida en el racismo, hasta que décadas después las pruebas bioquímicas avalaron sus afirmaciones.

– En 1927 Ivan Wallin, un anatomista estadounidense, publicó el libro "Simbiosis y el origen de las especies" planteando la hipótesis según la cual los cloroplastos tenían su origen en procesos simbióticos. Fue ridiculizado por sus colegas, abandonando sus investigaciones de laboratorio para cultivar mitocondrias. Cambió de universidad y hasta su fallecimiento en 1969 se tuvo que dedicar a otras cuestiones.

– Sin ningún eco, en 1929 Alexander Fleming publicó en la revista The Journal su primer trabajo sobre la acción bactericida de la penicilina. También comunicó su descubrimiento al British Journal of Experimental Pathology y dos años después pronunció una conferencia sobre el empleo intravenoso del bactericida en la Royal Society of Medicine. En 1936 volvió a hablar de ella en dos revistas pero pocos se percataron de su importancia. Aunque este descubrimiento se propone hoy como ejemplo de avance científico, en su momento creyeron que la penicilina sólo sería útil para tratar infecciones sin importancia. Dos décadas después el antibiótico empezó a despertar el interés de los investigadores Chain y Florey durante la Segunda Guerra Mundial para competir con la medicina militar alemana, que disponía de sulfamidas.

– Hans Krebs (1900-1981) descubrió en 1937 el ciclo que lleva su nombre, describiendo el metabolismo celular que trasforma los nutrientes en energía. La revista Nature se negó a publicar uno de sus trabajos iniciales, por el que recibió el Premio Nobel en 1953. Según contó en su autobiografía: "El artículo me fue devuelto cinco días después acompañado por una carta de rechazo escrita en el estilo formal de aquellos días. Fue la primera vez en mi carrera, después de haber publicado más de 50 artículos, que yo sufría un rechazo o un semi-rechazo".

– El vacío en torno al descubrimiento de los transposones por McClintock también se prolongó durante varias décadas, hasta que en 1983 le concedieron el Premio Nobel.

– Cuando en 1946 el geólogo Reginald C. Sprigg (1919-1994) buscaba uranio para la fabricación de bombas atómicas, realizó uno de los descubrimientos más importantes del pasado siglo: la fauna ediacara, que acreditaba la existencia de formas antiquísimas de vida antes del Cámbrico. El artículo que envió a Nature comunicando su descubrimiento fue rechazado y tampoco encontró ningún eco dos años después cuando viajó a Londres para informar del hallazgo al Congreso Geológico Internacional. Tuvo que publicarlo en una revista local, Transactions ofthe Royal Society of South Australia, por lo que permeneció ignorada hasta dos décadas después.

– En 1947 el argentino Meny Bergel con 22 años, siendo aún estudiante de medicina, expuso la teoría metabólica de la lepra, que chocó con la teoría infecciosa o bacteriana, vigente desde que la expuso Hansen en 1873, según la cual la lepra está causada por el denominado bacilo que lleva su nombre. Se inició así una sorda batalla que se prolonga desde hace sesenta años. En 2005 siete leprólogos de la Universidad de Madras (India) confirmaron la tesis de Bergel, aunque es dudoso que los defensores de la tesis dominante reconozcan un error tan prolongado sin quedar en evidencia (671).

– En 1956 Severo Ochoa y Marianne Grunberg-Manago enviaron un trabajo sobre el hallazgo de una enzima clave en el metabolismo. La revista Journal of the American Chemical Society no supo apreciar su importancia. Ochoa tuvo que argumentar hasta vencer las resistencias de la revista. Por este descubrimiento, que sentó las bases de la biología molecular, Ochoa recibió el Premio Nobel de Medicina tres años después.

– La técnica RÍA de radioinmunoensayo, inventada en 1956 por Rosalind S. Yalow y Solomon A. Berson, revolucionó los métodos de diagnóstico porque permitió analizar químicamente los tejidos y sangre humanos para diagnosticar enfermedades, como la diabetes. Es relativamente barata y fácil de efectuar porque utiliza sólo una fracción muy pequeña de sangre o tejido. Los bancos de sangre usan RÍA para asegurarse de que la sangre que utilizan en los hospitales no porta enfermedades; también se utiliza para detectar el consumo de drogas, la presión sanguínea alta, la infertilidad, permite identificar a tiempo el hipotiroidismo en neonatos y prevenir su retraso mental (con sólo un pinchazo en el talón y el posterior examen de esta sangre) y muchas otras enfermedades o condiciones. Su artículo fue rechazado inicialmente por Science y Journal ofClinical Investigation.

En 1977 en su discurso de aceptación del Premio Nobel, Yallow citó con nombre y apellidos al editor de la revista, leyendo públicamente la carta que le envió. Sus autores no lo patentaron para permitir su uso a beneficio de la humanidad.

– Cuando Theodore Maiman (1927-2007) fabricó el primer rayo láser en 1960, la revista Physical Review Letters rechazó publicar su descubrimiento y nunca recibió el Premio Nobel. Fue repudiado en Estados Unidos, pero reconocido en Europa y Japón, teniendo que marchar a Canadá a trabajar, donde narró su marginación científica en un libro titulado "La odisea del láser" (The láser odyssey).

– La publicación de la primera versión completa de la teoría de la simbiosis de Margulis (Origin of mitosis cells) fue rechazada por 15 revistas diferentes y el manuscrito original se perdió; no logró publicarlo hasta 1967 gracias a la intervención personal de James F.Danielli, editor de la revista Journal of Theoretical Biology. Le sucedió lo mismo con la publicación de su primer libro, que fue rechazado después de un año de silencio con una valoración "extremadamente negativa" de su contenido (672).

– En 1973 Nature rechazó la publicación del trabajo de Paul Lauterbur sobre la obtención de imágenes corporales por resonancia magnética. Hasta entonces esta técnica no se había aplicado a la fotografía del cuerpo. Treinta años después le concedieron el Premio Nobel por ello.

– En 1982 el descubrimiento de los priones por Stanley B. Prusiner levantó una auténtica tempestad de acerbas críticas que sobrepasaron la frontera de lo científico.

– Fueron tres los censores que en 1984 revisaron un estudio revolucionario del químico Thomas Cech sobre la capacidad enzimática del ARN, criticando duramente que usara términos como catálisis para describir las nuevas funciones del ARN que había descubierto. A pesar de ir contra algunas ideas bien establecidas entre los biólogos, Cech fue reconocido con el Nobel de Química sólo cinco años después.

– En 1987 Nature y Science rehusaron uno de los trabajos iniciales de Kary B. Mullís sobre la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), una técnica que permite obtener un gran número de copias de un fragmento de ADN particular, partiendo de un mínimo. Es suficiente obtener una única copia de un fragmento original. Los editores no vieron la utilidad práctica de este invento que facilita la identificación de virus y bacterias tanto como de personas (cadáveres) y por el que Mullís recibió el Nobel en 1993.

– Cuando los australianos J.Robin Warren y Barry J. Marshall publicaron en The Lancet en 1982 la vinculación entre la bacteria Helicobacter pylori y la úlcera gastroduodenal, hasta el momento considerada como una enfermedad crónica vinculada al proceso erosivo de la pared gástrica, la comida picante y al estrés, fueron ninguneados ya que la opinión dominante suponía que las bacterias no podían sobrevivir en el medio ácido del estómago. Warren y Marshall dedicaron dos décadas de su carrera a luchar contra un muro sordo. Marshall llegó a beber un cultivo de H. pylori, desarrollando una gastritis y recobrando la bacteria de su propio revestimiento estomacal. En 2005 les concedieron el Premio Nobel de Medicina.

Hoy Copérnico, Kepler, Galileo, Newton o Darwin también tendrían serias dificultades para publicar sus obras en revistas como Nature o Science porque algún censor escrupuloso haría un largo listado de sus errores para justificar su función. Sin embargo, Jan Hendrik Schón publicó 15 artículos en Nature y Science que, a pesar de que fueron revisados por terceros, resultaron ser fraudulentos y fueron posteriormente retirados. La revisión no garantizó la veracidad, Schón quedó desacreditado, pero nunca se ha discutido la solvencia de aquellos revisores.

Las revistas bajo censura, como Science, amplifican los errores, como
se comprobó también con los artículos de Robert
C. Gallo en los que anunció en 1984 el descubrimiento del VIH (Virus
de la Inmunodeficiencia Humana), que están basados en uno de los mayores
fraudes científicos de la era moderna (673), según constató
una investigación del diario Chicago Tribune (674) publicada en 1989
que dio lugar a que el gobierno de Estados Unidos creara en 1992 un departamento
especial, la Office of Research Integrity que, junto con otros tres departamentos
oficiales, entre ellos el servicio secreto, realizó una exhaustiva investigación.
Las conclusiones no dejan lugar a dudas. No obstante, la magnitud del fraude
ha estado velado por sólo una parte del mismo, el más conocido,
que atiende al pleito entre Francia y Estados Unidos por los derechos económicos
sobre los tests que diagnostican el SIDA (675). Pero lo de menos era el plagio;
eso constituía sólo una parte ínfima de la manipulación:
lo importante es dejar constancia de que el fraude no lo desubrió la
ciencia (que aún guardia silencio) sino las disputas comerciales de dos
potencias de primera línea, como Francia y Estados Unidos.

La investigación que luego daría lugar a los artículos de Gallo sobre el VIH fue realizada por su jefe de laboratorio, Mikulas Popovic, mientras Gallo impartía conferencias por Europa. Sobre la base de sus investigaciones, Popovic redactó un artículo, cuya remisión a Science quedó pendiente del retorno de Gallo. Cuándo al volver éste lo leyó, emitió el siguiente juicio: "Este resumen es demasiado trivial para un posible artículo innovador en Science". La realidad no respondía a las enormes expectativas que había depositado en su experimento. Había que adaptar la realidad a sus deseos, manipulando el artículo de Popovic, modificando el título, tachando lo que no concordaba con sus previsiones, llenando de correcciones las diez páginas que le habían dejado y añadiendo otras cinco más de su invención.

El borrador de Popovic no mencionaba que sus investigaciones hubieran tenido por objeto "aislar un nuevo virus". Posteriormente, el artículo manipulado por Gallo y finalmente publicado en Science tampoco aborda el aislamiento de un nuevo virus, aunque lo proclama en el título. Los añadidos manuscritos de Gallo se limitaron a expresiones imprecisas como "proporciona una primera oportunidad de realizar un análisis detallado" o "este sistema abre el camino hacia la detección rutinaria y rápida del HTLV-III y variantes citopáticas de HTLV asociadas". Son el tipo de afirmaciones que sólo pueden engañar a quienes se limitan a leer los titulares.

Gallo no sólo no encontró ningún retrovirus sino que borró una mención bien clara de Popovic en sentido contrario: "A pesar de los esfuerzos intensivos de investigación, aún no se ha identificado el agente que causa el SIDA". La conclusión final de Popovic era que el cultivo que él produjo "abre la posibilidad" para nuevos estudios detallados, una frase que Gallo sustituyó por la de "Nuestros hallazgos sugieren que un retrovirus de la familia HTLV puede ser el agente etiológico del SIDA", y luego, para seguir defendiendo su tesis, mencionaba "nueve hallazgos", con sus respectivas referencias, que nada tenían que ver con los experimentos que había hecho Popovic.

Un fraude conduce a otro fraude y Popovic lo tuvo claro cuando vio la catarata de manipulaciones de Gallo. Si el asunto trascendía un personaje como Gallo con muchos padrinos en las altas esferas, le responsabilizaría de aquello. Popovic decidió protegerse enviando una copia del expediente a su hermana, que vivía en Austria. Gracias a su previsión, que se demostró acertada, hoy conocemos los pormenores del engaño y a su único responsable: el laureado doctor Gallo, que no pudo descargar sobre nadie su propia responsabilidad, aunque lo intentó.

Algunos fraudes se perpetran para tapar a los anteriores y Gallo envió al Laboratorio de Microscopía Electrónica muestras de sus cultivos celulares que supuestamente contenían el nuevo virus para que se obtuviesen las correspondientes imágenes a fin de ilustrar el engaño en la revista.

A la petición de Gallo, el director del laboratorio, Matthew A. Gonda, respondió con una carta a Popovic con copia para Gallo en la que decía: "El Dr. Gallo deseaba estos micrógrafos para publicar porque contenían partículas HTLV […] Y me gustaría puntualizar que las 'partículas' […] son desechos de una célula degenerada. No se han observado en parte alguna del precipitado partículas libres entre las células ni 'partículas semejantes-a-virus' extracelulares. Las pequeñas vesículas extracelulares […] son por lo menos un 50% más pequeñas que las partículas maduras de HTLV vistas de tipo I, II o III. Insisto: estas vesículas pueden ser encontradas en cualquier precipitado celular". Para alejar cualquier duda Gonda concluía agregando de forma clara: "No creo que ninguna de las partículas fotografiadas sea de HTLV I, II o III". A pesar de la rotunda expresión de Gonda, Science publicó el 4 de mayo de 1984 el fraude de Gallo con micrografías atribuidas a Gonda y descritas, inequívocamente, como el nuevo virus HTLV-III. ¿Cómo dudar de una realidad fotografiada?

Gallo pudo cometer sus fraudes porque tenía buenos padrinos que siguen amparándole. Cuando ya se conocía su engaño, tuvo que abandonar su cargo en los Institutos Nacionales de Salud, donde había trabajado durante 30 años, pero pudo fundar el Instituto de Virología Humana con costó 7.000 millones de pesetas del Estado de Maryland y del Ayuntamiento de Baltimore. La ciencia es la única actividad que recompensa el fraude: en 2000 a Gallo le concedieron el Premio Príncipe de Asturias de Investigación; en 2007 percibió más de 220 millones de euros de Bill Gates y otros 15 millones de dólares más de otras fuentes en concepto de subvenciones para el desarrollo de nuevos fármacos contra el HIV que aún no han aparecido ni aparecerán jamás. A finales de 2008 un grupo de 37 investigadores dirigieron colectivamente una carta a Science pidiendo formalmente que retirara los artículos de Gallo. No han obtenido ningún éxito. Es un fraude que no interesa airear y a Science menos que a nadie. ¿Quién revisó el fraude de Gallo? No lo revisó nadie porque hay quien publica sin revisores. Es más: Gallo era revisor de Science. ¿Quién revisa a los revisores? Si la Iglesia católica tardó 500 años en rectificar su juicio sobre Galileo, la pregunta ahora es: ¿Cuánto tardará Science en hacer lo mismo?

En las publicaciones científicas los errores tienen que tener su espacio y quien desee rectificarlos también tiene que disponer del suyo. La solución no es impedir la publicación de ningún artículo sino favorecer la posibilidad de criticarlo una vez publicado.

La ciencia también tiene sus fetiches, en los cuales fenómenos aparecen invertidos de como son en la realidad. El saber establecido se sostiene por el respaldo político que le prestan instituciones como los ministerios de educación y cultura que imponen por decreto planes de estudio y manuales harto dudosos, cuando no radicalmente falsos, que obligan a estudiar dogmáticamente a los adolescentes desde los primeros años de la escuela. Por ejemplo, en España un libro de texto de biología utilizado corrientemente en el bachillerato comienza con un primer capítulo titulado "Genética y evolución" que a su vez contiene un apartado titulado "La información genética está en el núcleo". El segundo capítulo aborda las "leyes" de Mendel, recogiendo todos los tópicos al uso, a pesar de que buena parte de ellos estén ya desacreditados hace tiempo (676). La mera circunstancia de comenzar un libro de texto para adolescentes acerca del ecosistema introduciendo conceptos tales como los cromosomas o las "leyes" de Mendel es ya toda una declaración de principios micro meristas. La ideología dominante es un componente fundamental de cualquier sistema de dominación política, por más que, al estilo positivista, su aparente asepsia disimule su auténtica condición y contribuya a su proliferación por doquier. No sucede lo mismo cuando la ciencia aparece explícitamente vinculada al materialismo, en donde éste suscita por sí mismo un cierto rechazo por su propia ausencia de neutralidad.

Además del conocimiento y de la verdad, en los hombres y en las sociedades confluyen numerosas fuerzas, no siempre coincidentes, que obligan a la ciencia a abrirse camino de una manera tortuosa, en medio de la confusión, de las discusiones, de los equívocos, los errores, los silencios, las mentiras y la manipulación. Un caso particularmente escandaloso tuvo lugar en 1952, cuando en un artículo publicado por la revista "Etnografía Soviética" Yuri V. Knorozov (1922-1999) estableció las claves para descifrar uno de los enigmas mayores de la cultura humana: los logogramas de la escritura maya. El hallazgo de Knorozov fue repudiado primero e ignorado después casi hasta la caída del telón de acero en 1990. Los epigrafistas occidentales menospreciaron la obra de Knorozov por motivos exclusivamente políticos. Transcurrió medio siglo antes de que su obra fuera traducida a otros idiomas, lo cual -paradógicamente- convirtió a la Universidad de Moscú en el más reputado centro de investigación de las antiguas civilizaciones centroamericanas (677).

El saber no está divorciado de la sociedad a la que pertenece,
presentando todas las limitaciones y contradicciones propias de
esa sociedad, del momento que atraviesa, de sus necesidades y de sus servidumbres
(políticas, ideológicas, económicas, etc.), que han llevado
a la ciencia a una caída preocupante, como reconoce Danchin: "La
literatura científica, en general, es mediocre. Complejos juegos de poder
agitan la comunidad científica internacional y sus relaciones con la
sociedad civil.

Una mediocridad y unos juegos de poder que a su vez facilitan la acción intempestiva de actores ajenos al espíritu científico que explotan las debilidades del sistema y recurren a la intimidación (la verdadera ciencia es hija de la duda) capaz de ahogar la verdadera originalidad, invocando la idea a veces correcta de que una cierta ortodoxia corta de miras cuida del grano" (678). Existen múltiples razones por las cuales una determinada sociedad promociona determinados conocimientos en detrimento de otros, o lo que es lo mismo, promociona a determinados científicos en detrimento de otros, que resultan vilipendiados. Pero toda acción provoca su reacción simétrica. Ante el rechazo con el que se acogen sus preguntas, los críticos extienden sus interrogantes hacia aquellos condicionantes (sociales, económicos, políticos) que se resisten al cambio. De ahí que en la crítica sólo aparezca el momento negativo, una especie de repudio dirigido a la ciencia como tal, no el aspecto positivo de la crítica que marca las dudas, los conceptos mal fundamentados o las limitaciones de determinados saberes que se consideran como absolutos e intemporales. De ahí también que la crítica aparezca como una denuncia social, política y económica que desborda el canon científico establecido. De esta forma quien sostiene la ideología dominante se figura representar al científico "puro" mientras cree que el crítico se opone al progreso de la ciencia y la mezcla con cuestiones ajenas a ella.

Como sistema de dominación mundial, el imperialismo y las potencias imperialistas no podrían desempeñar su función si no dispusieran, además de las herramientas militares, diplomáticas y económicas, las de tipo ideológico. Tampoco eso sería posible si éstas se presentaran como lo que realmente son; por el contrario, para facilitar su penetración tienen que figurar como verdadera ciencia, la única posible. Es la manera de llegar hasta las escuelas más remotamente alejadas de los centros intelectuales que la han elaborado, la manera en que los oprimidos se ponen la soga al cuello por sí mismos. El peligro comienza cuando se aperciben de la falta de neutralidad de esa soga que puede acabar con su vida, cuando escuchan o leen algo diferente, aunque se trate de un eco lejano.

En la posguerra para exportar su ideología por todo el mundo, Estados Unidos abrió bibliotecas, fundaciones y centros culturales, estableció agencias de prensa y estaciones de radio, creó instituciones públicas especializadas en propaganda exterior como la USIS {Unites States Information Service) y la USÍA {United States Information Agency). Aún a fecha de hoy una parte muy importante del fondo bibliográfico de las editoriales y las salas de lectura se compone de libros distribuidos (y en buen parte regalados) por este tipo de instituciones durante la guerra fría. Sólo en 1965 la USIS financió la traducción y distribución de más de 14 millones de libros de muy diverso tipo, incluidos los científicos, pero con el mismo contenido ideológico y propagandístico, verdaderas obras de encargo. El Reader s Digest es sólo uno de los ejemplos más conocidos de ese colonialismo cultural y científico (679). Jason Epstein lo resumió de la forma siguiente:

No es cuestión de comprar a unos escritores o a unos universitarios, sino de establecer un sistema de valores arbitrario y ficticio mediante el cual los universitarios obtienen adelantos, los redactores de revistas son pagados, los sabios son subvencionados y sus obras publicadas, no ya, necesariamente, a causa de su valor intríseco, a pesar de que éste sea a veces considerable, sino a causa de su obediencia política […] La CÍA y la Fundación Ford, entre otros organismos, han establecido y financiado un aparato de intelectuales seleccionados por sus posturas correctas en la guerra fría (680).

Si se analizan las biografías de los dirigentes de las fundaciones culturales privadas estadounidenses es fácil observar que casi la totalidad de ellos son altos burócratas del gobierno, la diplomacia, el Pentágono o los servicios de espionaje. A partir de la posguerra no son las universidades ni las multinacionales las que suministran la parte fundamental de la investigación científica, más de la mitad de cuya financiación corre a cargo del Estado y de créditos públicos. Tanto las universidades como las multinacionales de tecnología puntera trabajan para el Estado y, muy especialmente, para instituciones públicas de tipo militar, espionaje o seguridad. Esa dependencia de la investigación respecto al sector público y la guerra no ha dejado de crecer en los últimos años. Los demás países tienen que resignarse a comprar tecnología estadounidense, equipo científico estadounidense y patentes también estadounidenses. Como decía el periodista francés Claude Julien a finales de los años sesenta, "íntimamente ligado al imperio económico, el imperio militar desempeña por tanto el papel determinante en la edificación del imperio científico que permite a los Estados Unidos importar un personal altamente especializado que contribuye, a su vez, a reforzar el poder de imperio y a sentar más sólidamente su influencia en un mundo cuyos recursos intelectuales explota del mismo modo que saquea sus materias primas" (681).

En 1945 la URSS no sólo no había sido derrotada en la guerra sino que su influencia era mayor que nunca. Su propia subsistencia era un desafío para las potencias imperialistas que se extendía a todos los terrenos, incluido el ideológico, filosófico y científico. Además, al menos durante un cierto tiempo, la URSS se mantuvo relativamente impermeable a la influencia omnímoda que las corrientes del otro lado del Atlántico querían imponer. El lysenkismo sólo fue posible mientras la URSS logró subsistir fuera del radio de acción ideológico del imperialismo estadounidense. No obstante su debilidad, así como su incapacidad para ofrecer una alternativa coherente al mendelismo, bastó con el mero hecho de resistir para que el lysenkismo desatara todas las iras imaginables por parte de quienes veían socavada su autoridad militar, política, diplomática… y también científica.

Lysenko fue un agrónomo influyente fuera de la URSS. Fueron numerosos los filósofos y científicos que apoyaron sus investigaciones, entre ellos el psicoanalista y pensador austríaco Walter Hollitscher, Georg Lukacs ("El asalto a la razón", 1953), Robert Boudry, Roger Garaudy {La lutte idéologique chez les intellectuels, 1955), Louis Aragón, Jean Toussaint Desanti, George Bernard Shaw y otros. En México, Isaac Ochotorena, director del Instituto de Biología de la UNAM, creó

una corriente lysenkista que tuvo largo aliento en su país. En Japón, Gran Bretaña, Argentina, Francia y Bélgica llegaron a crearse "Sociedades de Amigos de Michurin" en donde científicos y técnicos colaboraban con los sindicatos campesinos para mejorar los cultivos. La asociación francesa, creada en 1950, editó la revista Mitchourinisme y estuvo dirigida por Claude Charles Mathon, llamado el "Lysenko francés". Entonces era un joven investigador con poco más de veinte años y, como Lysenko, era de origen humilde y también carecía de titulación académica. Mathon viajó a la URSS para familiarizarse con la agronomía soviética y acabó como investigador del CNRS, publicando numerosos libros y artículos científicos sobre botánica.

A finales de 1950 Mathon y su asociación habían puesto en marcha en el sur de Francia unos 5.000

cultivos experimentales con técnicas michurinistas. Se crearon varios equipos de investigación. Uno de ellos fue el Instituto de Investigación Agronómica de Versalles cuyo objetivo fue reproducir los experimentos de Gluchenko sobre hibridación vegetativa de tomates y duró tres años.

Que una sola mano movió los hilos del linchamiento parece evidente cuando se analiza el fenómeno dinámicamente. Se comprueba entonces que las obras científicas incorporan con plena normalidad las tesis agronómicas soviéticas. Es el caso de la obra del británico R.O.Whyte, escrita en 1946, quien presenta los puntos de vista de Lysenko, por oposición a los de la teoría sintética, y expone los resultados obtenidos con la hibridación vegetativa (682). Los mismos críticos, como Huxley o Rostand, adoptan un tono muy diferente antes y después de desencadenar la campaña en 1948. Las críticas a Lysenko elaboradas antes de 1948, como las de Hudson y Richens por ejemplo (683), son muy diferentes de las posteriores, como las de Conway Zirkle (683b). Las investigaciones de Lysenko fueron apoyadas, dentro y fuera de la URSS, por numerosos científicos de varias especialidades. En su condición de botánico, el mencionado Eric Ashby se entrevistó personalmente con Lysenko, de quien critica muy duramente sus concepciones científicas. Le describe como un hombre nervioso y tímido, pero -según Ashby- en ningún caso ambicioso, añadiendo además que tampoco es ningún charlatán ni un showman. En su opinión, "Rusia ha hecho notables contribuciones a la genética" y, además, añade que ningún observador puede negar que el materialismo dialéctico "ha dado nuevos ímpetus a la investigación científica en la Unión Soviética" (684). Rostand también reconoció el 9 de setiembre de 1948 en la revista Combat las "notables realizaciones de la ciencia soviética", e incluso fue más allá y afirmó lo siguiente: "Lysenko es un hombre de ciencia muy estimable al que debemos importantes investigaciones principalmente en el terreno de la fisiología vegetal aplicada a la agricultura". Este reconocimiento no le impide a Rostand criticar las tesis lysenkistas. Otro crítico de Lysenko, Haldane, también reconoció que él y sus colegas habían descubierto algunos fenómenos genéticos importantes (685).

A partir de 1948 este tipo de declaraciones matizadas desaparecen de la campaña. Una excepción fue el biólogo mexicano Isaac Ochotorena, quien consideraba "de una innegable trascendencia social" las "adquisiciones científicas" soviéticas, pues tienden a invalidar, en lo que a la humanidad se refiere, las conocidas ideas de Malthus, sobre las cuales Darwin basó su teoría de la lucha por la existencia, puesto que aumentan y mejoran la subsistencia del hombre" (686).

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