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Teoría materialista de la evolución de Juan M. O. Alberdi (página 8)



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Hasta 1948 los críticos del lysenkismo eran muy pocos, pero desde entonces se multiplicaron. Sin embargo, los científicos que participaron activamente realizaron su aportación personal al mismo, alquilaron sus títulos académicos pero no fueron quienes coordinaron la campaña, que abarcaba aspectos muy diversos. Tampoco fueron por su propio pie; alguien los condujo allá. Detras suyo había otros personajes que, sin duda, son los mismos que planificaron la guerra fría en su conjunto, aquellos que disponían de capacidad de intervención sobre áreas tan dispares como las revistas científicas o la prensa diaria. Lysenko no copó las primeras páginas de la prensa sólo en Estados Unidos, o en Inglaterra o en Alemania, sino que se trató de un fenómeno internacional bien orquestado.

Cuando en 1948 estalla el "caso Lysenko" en Francia existía
una corriente en biología muy distinta que en Inglaterra o en Alemania,
las cunas de la genética. En Francia Lamarck estaba sólidamente
instalado entre los biólogos, paradójicamente con excepción
de quienes eran militantes del Partido Comunista, que se adscribían al
mendelismo. La nómina de biólogos franceses que pueden incluirse
en el lamarckismo es impresionante: Alfred Giard, Edmond Perrier, Gastón
Bonnier, Julien Costantin, Frédéric Houssay, Yves Delage, Félix
Le Dantec, Etienne Rabaud… Tampoco en Francia el panorama era estático,
de manera que algunos lamarckistas, como Maurice Caullery, se pasaron a las
filas del mendelismo en un momento determinado de su trayectoria científica.
A mediados del siglo XIX en Francia predominaban las tesis de Pasteur, que reforzaban
las posiciones lamarckistas en biología por la incidencia del medio ambiente
en el organismo a través de factores externos como virus y bacterias.
Aunque resultaría notoriamente excesivo calificar a Pasteur de lamarckista,
no cabe duda que algunas de las técnicas que propició -pasteurización,
vacunación- tenían ese componente (687). Cabe aquí volver
a recordar que, a diferencia de Virchow, la concepción patológica
de Pasteur rompe bastante claramente con el micromerismo. Además, Pasteur
contribuyó a establecer sólidos lazos entre la biología
francesa y la rusa, al incorporar a Elie Ilich Mechnikov (1845-1916)
a su instituto, un zoólogo darwinista de formación parecida a
la de Timiriazev (688).

Como Pavlov, Mechnikov también estaba muy vinculado a Sechenov, siendo corriente en Rusia estudiar la fisiología según el modelo del sistema nervioso y, por consiguiente, como una forma de adaptación al medio, siguiendo las mismas pautas de los reflejos cerebrales.

Descubridor de la fagocitosis, Mechnikov la explicaba como un condicionamiento
síquico, una línea que fue seguida por su discípulo Serge
Metalnikov (1870-1946). Poco después de la revolución de 1917
Metalnikov huyó de Rusia y también se incorporó al Instituto
Pasteur, entonces dirigido por otro ruso discípulo de Mechnikov: Besredka.
Lo mismo sucedió con el microbiólogo ucraniano S.N.Vinogradski
(1856-1953), descubridor de la intervención de las bacterias en los ciclos
de nitrificación, quien se incorporó al Instituto Pasteur en 1922.
Los microbiólogos rusos trasladaron a París una concepción
biológica muy distinta de la que estaba a punto de imponerse en la biología.
Así, Metalnikov incorporó las concepciones de Sechenov y Pavlov
sobre los reflejos condicionados, desarrollando una concepción del sistema
inmunitario como un instrumento de adaptación del organismo al medio
ambiente (689). No se trataba sólo de la consideración de los
factores ambientales sino también de la quiebra del modelo descentralizado,
micromerista, del organismo heredado de la teoría de las
células de Virchow. Al margen de Alemania, en París y Moscú
se comenzaba a hablar de "sistema" nervioso, de "sistema"
inmunitario y, finalmente, de "sistema" endocrino, con el alcance
que a estas expresiones le daba Pavlov: "Denominamos actividad nerviosa
inferior a aquella que se dirige a la unificación e integración
del trabajo de todas las partes del organismo, y actividad nerviosa superior
(en razón de su complejidad y delicadeza) a la encargada de relacionar
dicho organismo con el medio circundante y mantener su equilibrio a través
de las cambiantes condiciones externas" (690). El estudio de la inmunidad
ha reservado muchas sorpresas a los biólogos. Por ejemplo, supuso la
inflexión más decisiva de la trayectoria científica de
Faustino Cordón. La presentación que Rafael Jerez Mir lleva a
cabo de su obra sobre inmunología en internet es concluyente. Según
ella, la primera reacción de Cordón ante los fenómenos
de inmunidad -tan alejados de los fenómenos bioquímicos a los
que estaba acostumbrado- fue de sorpresa. Su perplejidad la explica Jerez Mir
por el débil desarrollo de la inmunología y por el vacío
bibliográfico español de la época. Pero, por otra parte,
fueron precisamente esas limitaciones las que le permitieron estudiar los hechos
con mayor libertad y dar una explicación de los mismos distinta y más
rigurosa que la correspondiente a la inmunología de la época.
Por de pronto, según la teoría en vigor, el primer efecto de toda
inmunización es la liberación y la multiplicación de anticuerpos
y, en cambio, conforme a la hipótesis de Cordón, ese efecto aparece
como consecuencia de una primera multiplicación intracelular del antígeno,
lo que implica la consideración de la reproducción del antígeno
como un fenómeno biológico y no como un fenómeno estrictamente
químico o molecular. La actitud de Cordón ante la ciencia, apunta
Jerez Mir, cambió radicalmente con su estudio en profundidad de la inmunización.
Hasta entonces se había venido sintiendo cómodamente instalado
en la química orgánica y la bioquímica de la época.

A partir de entonces su problemática científica se transformó de bioquímica en biológica y de experimental en evolucionista; propugnó la existencia de un primer nivel del ser vivo, intermedio entre la molécula y la célula, como clave de la comprensión de los fenómenos de inmunidad, y se enfrentó, por primera vez, con el tema central de la biología -la naturaleza del ser vivo: qué es un ser vivo-, buscando su solución evolucionista (691).

A comienzos del pasado siglo el golpe de gracia al micromerismo vino
del impulso recibido por nociones tales como las de "ecosistema" que
también comienzan a aparecer por aquella misma época. En 1922
se encontraba en París otro científico ruso de relieve, Vernadsky,
en donde publicó una de sus obras más importantes, "Geoquímica",
a la que siguió casi inmediatamente la más conocida de ellas,
"Biosfera", verdadero punto de arranque de la ecología científica.
Pero mientras un biólogo está considerado socialmente como un
científico de verdad, el ecologista es un militante opuesto al progreso
de la ciencia y la industria. No es alguien objetivo cuya opinión pueda
reputarse como solvente. No se le puede conceder la misma credibilidad al manifestante
que grita por la calle que a quien escribe en las revistas acreditadas. Si costó
décadas recuperar las concepciones ambientalistas para la biología,
no menos penoso resultó lograr que las mismas alcanzaran un estatuto
mínimo de dignidad social y científica. Pero a fecha de hoy ese
logro no ha sido una síntesis de lo molecular con lo ecológico
sino una yuxtaposición, cuando no una auténtica disociación.

Los refugiados políticos rusos que se instalaron en París, de cuya oposición al socialismo no cabe dudar, sostenían sin embargo concepciones científicas no muy distintas de las que proliferaban en la URSS, de donde se puede deducir también que el origen de las mismas no estaba en una determinada ideología política, el marxismo, o en determinadas posiciones filosóficas, la dialéctica materialista, sino en la ciencia misma. Los cien años de historia de la biología que van desde "El origen de las especies" en 1859 a la controversia de 1948 son, pues, muy diferentes en Francia y la URSS que en Inglaterra y Alemania, y no solamente en la biología y en la medicina sino en las prácticas políticas que de ellas se derivaron. Es la denominada "excepción francesa" cuyos orígenes se remontan a la Ilustración. Mientras en Alemania los descendientes de los emigrantes conservan su nacionalidad durante varias generaciones, en Francia la pueden adquirir los hijos de los emigrantes desde los 18 años. Es francés quien desea serlo. Por eso, allá no crearon un archipiélago étnico dentro del mismo Estado. El apartheid y el ghetto son característicos de los países anglosajones (693).

La campaña internacional desplegada en plena guerra fría contra Lysenko tenía como objetivo erradicar la influencia lamarckista en Francia e imponer las tesis mendelistas y racistas propias de las culturas seudocientíficas germánicas y anglosajonas. No parece ninguna casualidad que el racismo y la eugenesia hayan predominado precisamente en esos dos bloques culturales, a pesar de que quien primero impulsó las teorías racistas fue el francés Gobineau. Pero las obras de Gobineau fueron ignoradas casi completamente en su propio país, mientras que se difundieron ampliamente en Alemania y entre los esclavistas del sur de Estados Unidos durante la guerra civil, al tiempo que la prensa burguesa en Inglaterra tomaba partido por los confederados (694). Algo similar se puede decir de Italia. A causa de ello, dice Canella, hay pocos mendelistas latinos "pues nuestra mentalidad es demasiado meticulosa y apegada a la realidad para no huir de los absolutismos, esquematicismos y… micromerismos". Esas -y otras- razones hicieron que Mendel tampoco fuera bien recibido entre los biólogos italianos (695).

En Francia otro ejemplo es el de Alexis Carrel, a quien ya he mencionado como eugenista y Premio Nobel de Medicina en 1912. Pero Carrel tenía muchas facetas biográficas y científicas interesantes.

Una de ellas es la creación en 1941, bajo los auspicios de su amigo Petain, de la Fundación francesa para el Estudio de los Problemas Humanos, que elaboró algunas de las propuestas eugenistas del gobierno de Vichy, del que formaba parte su Fundación. Los eugenistas siempre han manifestado mucha preocupación por los "problemas humanos". Desde los años treinta del pasado siglo, Carrel formó parte, junto con Jean Coutrot y Aldous Huxley, del Centro de Estudios de los Problemas Humanos. Su obra sobre la incógnita del hombre fue un gigantesco éxito de ventas en su época, alcanzando en sólo tres años varias ediciones y la traducción a más de veinte idiomas. ¿Sería por los valiosos descubrimientos científicos que se exponen en ella? Más bien habría que decir que forma parte del subgénero mendelista al que luego casi nos hemos llegado a aconstumbrar. Para cambiar las leyes sobre nacionalidad e inmigración, la ultraderecha francesa invoca hoy los escritos de Carrel. A la condición de científico de éste hay que sumar la de amigo del aviador nazi Charles Lindberg y la de militante del Partido Popular Francés, el partido fascista de Jacques Doriot. Pero la vida de Carrel transcurrió en Estados Unidos. En 1904 salió de Francia y dos años después en Nueva York se unió al Instituto Rockefeller de Investigación Médica. Allí transcurrió casi toda su vida científica. Tras la liberación de París, la resistencia le buscó para detenerle, acusado de colaboracionista, pero desde su país le llegaron a Eisenhower órdenes estrictas: "No tocar a Carrel".

El eugenista francés tampoco era ningún criminal sino un
científico "puro", es decir, que merecía la impunidad.

En Francia existió toda una corriente francamente opuesta a las tesis mendelianas que no se dio en los países del eje germánico-anglosajón. Hasta 1945 la universidad de la Sorbona no tuvo una cátedra de genética, casi medio siglo después de Rusia. Ese "retraso" en integrar los postulados genetistas germánicos y anglosajones es lo que favoreció que en Francia el racismo no tuviera la misma intensidad que en otros países capitalistas.

En un contexto científico como el francés, Lysenko no sólo no era un extraño sino que encajaba como un guante en la mano. Por eso la extraordinaria campaña contra Lysenko en Francia también fue una campaña contra la influencia de Lamarck y Pasteur, una batalla por sustituir las influencias científicas autóctonas por otras de origen foráneo.

Todo comenzó el 26 de agosto de 1948 con un artículo de Jean Champenois, corresponsal en Moscú de la revista Les lettres frangaises, informando acerca del debate de la Academia soviética. El 5 de setiembre le respondió Charles Dumas, redactor de política internacional del diario socialdemócrata Populaire con un artículo significativamente titulado "Retorno a la Edad Media". Tres días más tarde toma el relevo el diario Combat que abre una tribuna en primera página dedicada al asunto bajo el título "¿Mendel… o Lysenko?", con un subtítulo engañoso que prefiguraba el tono de la polémica: "¿Han ido construyéndose las ciencias de la herencia sobre un error desde hace 200 años?". Pero "las ciencias de la herencia" no tenían 200 años sino apenas la cuarta parte de esa edad, lo cual era un calculado error de bulto para dar la impresión de que Lysenko estaba enfrentado a toda la historia de la biología, a sus mismos fundamentos. En sucesivos números aparecieron las aportaciones de Jean Rostand, André Lwoff, Maurice Dumas, Jacques Monod y Marcel Prenant. La mayor parte de ellos son incapaces de entrar en el fondo porque no lo conocen; se limitan a criticar tópicos y a expurgar sus propios fantasmas. No se habla de vernalización ni del método del mentor sino de Galileo y la Inquisición.

El 10 de setiembre en L 'Humanité, órgano del Partido Comunista Francés, George Cogniot replicó a Charles Dumas indicando que Estados Unidos era el único país en donde la Edad Media y la Biblia se habían adueñado de la biología. Lo mismo que en la URSS, la polémica entrará dentro de la filas del propio Partido Comunista. El 15 de setiembre comienzan a participar en el debate otros diarios, como el semanario Action, con un artículo de Alain Rimbert defendiendo la herencia de los caracteres adquiridos y afirmando que los michurinistas no niegan la existencia de cromosomas ni genes. A la semana siguiente publica otro artículo de Pierre Bertain en el que sostiene que en la URSS no se ha prohibido la genética mendeliana sino que se ha revisado. Se observa que, progresivamente, el tono comienza a adquirir un carácter más bien periodístico e impreciso, utilizando referencias indirectas.

En en el mes de octubre la revista Europe lanza un número monográfico dedicado al debate soviético en el que, por primera vez, aparece un resumen de las actas, además de un artículo modélico de su director, el conocido intelectual Louis Aragón, titulado 'Acerca de la libre discusión de las ideas" (696). Al mismo tiempo, a partir del 17 de octubre L 'Humanité publica una serie de artículos de Francis Cohén, que en aquel momento residía en Moscú y había estudiado biología. El propio secretario general, Maurice Thorez, interviene en la polémica en una carta publicada el 15 de noviembre. La toma de posición del Partido Comunista a favor de Lysenko creó muchos problemas a los militantes que seguían las tesis mendelistas, especialmente a Marcel Prenant (1893-1983), un biólogo que mantenía una postura matizada y personal, demostrando la complejidad de las relaciones entre el marxismo y la biología. Mendelistas como Jacques Monod y Auguste Chevalier abandonan el Partido Comunista desde el inicio mismo de la polémica. Teissier guarda silencio. En noviembre de 1948 Jeanne Lévy, primera catedrática de la Facultad de Medicina de la Sorbona, militante del Partido Comunista e hija de Dreyfuss, defiende a Lysenko desde las páginas de La

Pensée, aunque se declara mendelista (697). En ese mismo número, Prenant trata de mantener su propia postura: defiende a Lysenko aunque no está de acuerdo con sus tesis.

Prenant era uno de los fundadores del Partido Comunista de Francia y su obra demuestra que tenía un profundo conocimiento de la dialéctica materialista, algo verdaderamente inusual en un científico, incluso en aquellos que se adscriben al marxismo. Prenant tiene el interés añadido de que interviene en la campaña con su propia posición, que no coincide con la de su Partido, y también que dicha posición ya la había dado a conocer con anterioridad a desencadenarse el asunto Lysenko en 1948. Para ser un biólogo francés es tan original que no se alinea con Lamarck, aunque reconoce que el pensamiento de éste "reaparece siempre". Sin embargo, su crítica a Lamarck, como suele suceder es más bien una crítica al ambientalismo neolamarckista de sus epígonos. Observa una contradicción en el neolamarckismo: si cada organismo estuviera adaptado al medio, desaparecería la noción misma de herencia y, por tanto, no habría lugar a heredar los caracteres adquiridos; sin esta herencia los descendientes se adaptarían igualmente al medio de manera automática. Prenant tampoco cabría dentro del neodarwinismo, tal y como existía en la primera mitad del siglo XX, pero la influencia darwinista es muy importante en su pensamiento. En contra de los neodarwinistas desarrolla críticas muy acertadas acerca de la errónea noción de mutaciones al azar y del azar mismo; también expone consideraciones rigurosas sobre la unidad dialéctica entre la generación y la transformación; pero sobre todo adelanta -sorprendentemente- dos tesis que luego irán ganando fuerza en la genética: la de la herencia citoplasmática y la epigenética. Según Prenant, aunque sólo el genotipo es hereditario, el medio influye sobre las células sexuales, de modo que el fenotipo es consecuencia tanto del genotipo como del medio: los cromosomas "no pueden ser considerados como independientes de lo que les rodea porque el núcleo está, al menos en reposo, en interacción material continua con el protoplasma. Pueden, por tanto, sufrir las acciones exteriores e, inversamente, actuar sobre el protoplasma" (698).

En lo que a la biología concierne, la obra de Prenant es la aportación marxista más importante después de la de Engels, incluso tomando en consideración las aportaciones de Julius Schaxel.

A finales de 1948 el Partido Comunista crea otra revista La Nouvelle Critique en donde sigue la polémica, cada vez más centrada en el mismo interior de sus filas y en febrero del siguiente año, en una reunión de 500 intelectuales comunistas en Paris, Laurent Casanova critica indirectamente a Prenant, cuyas posiciones eran eclécticas y defiende la errónea concepción según la cual existen dos tipos diferentes de ciencia según su origen de clase. En julio La Nouvelle Critique aparece un manifiesto firmado por Laurent Casanova, Francis Cohén, Jean Toussaint Desanti y Raymond Guyot defendiendo la tesis de las "dos ciencias", que no fue abandonado hasta 1951.

Por el contrario, el caso de Rostand es un prototipo del lamentable papel
jugado por determinados científicos arrastrados por los pelos a la arena
de un debate que les desbordaba. En 1948 Rostand confiesa que participa en la
polémica sin haber leido los términos de la misma, lo cual no
parece muy propio de un científico. Eso no le impide diez años
después volver a la carga contra Lysenko y Lepechinskaia (699), pero
esta vez con el tono completamente cambiado. La agresividad es ahora la nota
dominante. ¿Se ha informado mejor esta vez? Es imposible decirlo, aunque
lo cierto es que sigue sin citar ninguno de sus escritos, lo cual no le impide
lanzar toda clase de insultos: fanáticos, delirio científico,
politización, intoxicación doctrinal e ideológica, verdad
de Estado, etc. Rostand no explica los motivos de su giro. Su caso es un buen
ejemplo del científico que con una mano afirma que "cualquier ideología
es mala consejera para el investigador" y con la otra aplaude a los nazis.
Quizá el fascismo y el eugenismo no eran ideologías sino ciencias
"puras", y por eso Rostand fue uno de los que defendieron el eugenismo
en Francia antes y después de la guerra (700); quizá también
por eso sostuvo públicamente tanto las tesis eugenistas de Alexis Carrel
como las leyes esterilizadoras del III Reich. En suma, un estereotipo de los
más bajos instintos de aquellos furibundos antilysenkistas de la posguerra.
Carentes de personalidad científica propia, apenas llegan al rango de
vulgarizadores que escriben al dictado de las circunstancias que, diez años
después eran más desfavorables para Lysenko. Basta
ojear cualquiera de las obras de Rostand para comprender que, o bien sigue sin
conocer los escritos de Lysenko, o bien los falsea a su gusto. Rostand escribió
numerosos libros de divulgación científica y en casi todos menciona
a Lysenko, pero debería haber reservado un capítulo de su libro
sobre las seudociencias para sí mismo.

En España el profesor de bioquímica de la Universidad de
La Laguna, Riol Cimas, otro perseguidor de las seudociencias, es un fiel seguidor
del método de Rostand de escribir acerca de aquello que ignora por completo,
por lo que también debería reservar uno de sus artículos
sobre seudociencias para sí mismo. Su artículo contra Lysenko
publicado en 2008 por el diario "La Opinión" de Tenerife (701)
son otra de esas pruebas de las nulas exigencias de rigor que se requieren para
llenar las columnas de la prensa de nuestro país. La ignorancia es atrevida;
permite rellenar páginas enteras tanto más fácilmente en
cuanto que, en lugar de recurrir a las fuentes, divaga sobre rumores, chismes
y bulos aderezados con la imaginación calenturienta del propio autor.
La de este cruzado de las seudociencias le lleva a sostener que Lysenko defendía
"las teorías más delirantes que se puedan imaginar, impidiendo
el desarrollo de la Biología en la Unión Soviética durante
más de medio siglo, dando lugar al monumental retraso que, en tal área,
sufre hoy la ciencia rusa". Es una manera seudocientífica de perseguir
a la ciencia que no elude la referencia jocosa: "El trigo se puede transformar
en centeno sometiendo a sus cromosomas a unas cuantas sesiones de materialismo
dialéctico". Si Lysenko era un "analfabeto con poder",
nuestro profesor de bioquímica es un manipulador con mando
en plaza. Sólo hay una cosa peor que las seudociencias: los cazadores
de seudociencias.

Los niños mimados del Kremlin

Después de la II Guerra Mundial, en Europa occidental los estadounidenses
imponen sus concepciones de la misma manera que sus armas nucleares y su sistema
monetario. La ciencia no marcha separada de la fuerza bruta, como han demostrado
las investigaciones de John Krige, la más reciente de las cuales se titula
"La hegemonía americana y la reconstrucción de la ciencia
en la Europa de la posguerra" (702). El modelo fue la superposición
de nuevas instituciones científicas a las universidades tradicionales
que ya existían. Procedía de la fundación en 1927 del Instituto
de biología físico-química por Edmund Rothschild, que se
tuvo que enfrentar a la oposición de los universitarios franceses. Tras
la guerra este Instuto pasó a ser financiado por Rockefeller. Entonces
la ciencia formó parte del Plan Marshall, de modo que unos científicos
cobraban en dólares mientras otros apenas podían sobrevivir. Por
ejemplo, el CERN (Centro Europeo de Investigación Nuclear) fue un proyecto
estadounidense destinado a evitar que los investigadores europeos resultaran
atraídos por la URSS, como había sucedido en 1929. Además,
en 1945 existía un gran número de científicos comunistas
de enorme prestigio en el continente cuya influencia había que neutralizar.
Para imponer en Francia su línea de pensamiento sobre la biología,
Estados Unidos debía actuar sobre dos instituciones fundamentales: el
CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas) y el Instituto
Pasteur. El CNRS estaba dirigido por Georges Teissier, que reunía en
su persona todas las contradicciones del momento: militante del Partido Comunista,
cuñado de Monod y partidario del mendelismo. De los archivos del CNRS
se desprende la siguiente situación de la genética en Francia
en 1945:

Institucionalmente, la genética fue una disciplina marginal en
Francia por lo menos hasta 1945. No había laboratorios formalmente dedicados
a trabajar en ese asunto (aunque, naturalmente, había un importante trabajo
en hibridación y cultivo), no había un profesorado de genética,
la disciplina ocupaba un lugar menor en el currículo de las instituciones
de enseñanza superior y pocos biólogos publicaban investigaciones
genéticas relevantes. Las mayores excepciones eran Efrussi,
L'Héritier y Teissier, que empezaron su trabajo en genética, sin
precedentes franceses, a comienzos o mediados de los treinta.

Esta situación cambió bastante dramáticamente después
de la guerra. Algunos científicos que participaron activamente en la
resistencia o en el exilio -por ejemplo, los físicos Auger y Joliot-Curie,
y los biólogos Efrussi, Monod, Parkine [Rapkine] y Teissier- consideraron
que la genética era una disciplina biológica fundamental. Contra
la opinión de los biólogos, apoyaron la formación de la
primera cátedra de genética en Francia (en la Sorbona)
e incluyeron el Instituto de Genética en los planes del CNRS. El coloquio
del CNRS 'Unidades biológicas dotadas de continuidad genética'
marcó un giro importante; comenzó una línea de trabajo
distinta que llegó a caracterizar buena parte del trabajo sobre genética
en Francia en las siguientes dos décadas (703).

Desde un principio, pues, el proceso no sólo se llevó a
cabo al margen de la universidad francesa sino en contra suya. Dominada por
los lamarckistas, aún hoy los historiadores de la ciencia siguen hablando
el "atraso" de la biología francesa en 1945. En realidad, se
trataba de imponer la nueva biología y para ello era necesario crear
nuevos centros de investigación experimental fuera de la universidad
y con personal no universitario. En 1946 de los 250.000 dólares destinados
por Rockefeller al CNRS, 18.000 fueron al Instituto de Genética, especialmente
a Efrussi. Otros 100.000 dólares estaban destinados exclusivamente para
organizar conferencias internacionales sobre biología. Una de las más
conocidas fue la que convocaron Lwoff y Efrussi en junio de 1948 en París,
bajo el titulo "Unidades biológicas dotadas de continuidad genética",
que dio lugar a la edición de un libro con el mismo título que
recoge las aportaciones realizadas. El Instituto de Genética planeó
edificar un barrio entero de edificios dedicados a la investigación en
genética cuantitativa, biometría, microbiología,
embriología y otros. Dos años después compraron unos solares
cerca de París, en Gif-sur- Yvette, levantaron los edificios, instalaron
los laboratorios y también aportaron su equipo de científicos
incondicionales, formados en California junto a Morgan y sus moscas. Un personaje
clave en el desembarco de Rockfeller en Europa fue Louis Rapkine, un ruso que
llegó a Francia desde Canadá y que ya mantenía estrechos
vínculos con Rockefeller desde antes de la guerra. Su tarea había
consistido en reclutar a los científicos que huían de una Europa
sumida en el caos para trasladarles a Estados Unidos. En Francia no se encuentran
mendelistas que no estuvieran becados por Rockefeller; Philippe L'Héritier
(1906-1990) fue otro de ellos. Uno de los más importantes genetistas
de la posguerra francesa fue Boris Efrussi. Nacido en Moscú, Efrussi
(1901-1979) había huido de la revolución dos años después
de que estallara, instalándose en Francia, desde donde se trasladó
a California en 1934 para trabajar con Morgan becado por Rockefeller. Luego
regresó a Francia para impulsar allá las nuevas teorías
mendelistas. La subvención de Rockefeller a Efrussi ascendía a
50.000 dólares anuales. En 1958 el laboratorio de Efrussi se convirtió
en el Centro de Genética Molecular. Por lo demás, Efrussi fue
el primer catedrático de genética de la Sorbona.

Pero en 1945 la biología era en Francia un auténtico polvorín para la Fundación Rockefeller. Se juntaban todas las adversidades. Hasta entonces la biología en Francia era lamarckista. La genética fue un coto reservado a científicos extranjeros refugiados en su suelo, la mayor parte de ellos procedentes del este de Europa, como Efrussi, Lederer o Rapkine. ¿No eran lamarckistas los biólogos rusos? ¿No eran comunistas los rusos? ¿No era el CERN era un hervidero de científicos comunistas? ¿No eran todos ellos lamarckistas al mismo tiempo? En 1948 el asunto Lysenko desató todas las sospechas en la Fundación Rockefeller, que debía asegurarse que el dinero tenía como destino a la ciencia auténtica, única y exclusivamente. En febrero de 1950 Warren Weaver escribió una carta a Efrussi exponiéndole sus temores: "Una gran nación científica [la URSS] ha decidido repudiar ciertos elementos fundamentales del método científico y al hacerlo ha tirado por el suelo el carácter universal de la ciencia [….] Antes de continuar con la ayuda quisiéramos que la dirección del CNRS nos asegurara que los investigadores del instituto de Gif serán libres para seguir su trabajo en el espíritu de universalidad de la ciencia moderna y que podrán continuar su trabajo libres al abrigo de cualquier influencia partidista". El dinero peligraba. El CNRS tuvo que enviar a Efrussi a Estados Unidos aquel verano para que el dinero no dejara de manar. El comentario de Weaver de la entrevista con Efrussi es de alivio: "En tanto que francés por elección más que por naciemiento, [Efrussi] ha expresado un entusiasmo por su país de adopción y [por] la cultura francesa que sobrepasa de lejos lo que se puede esperar de sus compatriotas. Pero esta francofilia está felizmente balanceada por una especie de objetividad y de comprensión frente a ellos. Tampoco hubo ninguna clase de sobreentendidos en nuestras discusiones, que han transcurrido con la franqueza que no cabría esperar de un francés de pura cepa". Afortundamente para Rockefeller su dinero no estaba en manos de un ruso sino de un "buen francés" (703b).

Rockefeller movía los hilos de la ciencia en Europa. Además de mercancías, Europa importaba la ideología de Estados Unidos, caracterizada por el reduccionismo y el mecanicismo más groseros, que se realimentaban con su propio éxito. Algunas técnicas de investigación aplicadas en física también resultaron fructíferas en biología molecular. El descubrimiento en Suecia en los años treinta de la centrifugación y la electroforesis (703c) acabó con los últimos vestigios de la teoría de los fluidos: logró descomponer las complejas moléculas orgánicas, acercando así la biología a la física.

A comienzos de los años cincuenta el descubrimiento de la forma de la molécula de ADN por Watson y Crick fue posible gracias al empleo de instrumentos avanzados de cristalografía de rayos X. Paul Zamecnik logró identificar los ácidos del núcleo de las células utilizando las técnicas físicas de partículas radiactivas. Las marcaba mediante isótopos radiactivos, las centrifugaba y luego las detectaba mediante los contadores finos de centelleo utilizados para medir la radiactividad. Pero la física acabó deslumhrando a los biólogos con sus potentes métodos; los medios se convirtieron en fines. Al respecto ha escrito Santesmases:

Los desarrollos tecnológicos que se habían producido al
amparo de la guerra marcaron las pautas de su aplicación en las investigaciones
sobre las ciencias de la vida, por medio de esas políticas que se diseminaron
por Europa a través de la oficina económica del Plan Marshall,
la OECE -luego OCDE-. Las nuevas tecnologías hicieron algo más
que eso, no sólo se diseminaron técnicas, instrumentos y sistemas
experimentales en vías de diseño provistos de nuevos dispositivos,
diseminaron su propio lenguaje. El ADN se convirtió en un
idioma, y esto fue así porque la biología molecular asumió
como propio el que se había creado para nombrar a los productos del cálculo
automático, que produjo máquinas capaces de acumular información
y transmitirla. La investigación biomédica experimental se encontró
con una visión del organismo y de las moléculas como almacenes
de información y sistemas de recuperación de esa información.
Gracias al desarrollo de la cibernética, de los ordenadores y de las
tecnologías de la información nuevas máquinas generaron
nuevos lenguajes que se adaptaron al creciente conocimiento genético
incluso antes de la descripción de la estructura de hélice doble
de la molécula de ADN por James Watson y Francis Crick en 1953. El matemático
húngaro emigrado a Estados Unidos, John vonNeumann, el también
matemático del Massachusetts Institute of Technology Norbert Wiener y
el fisiólogo de Harvard Claude Shannon contribuyeron a introducir el
lenguaje de esas nuevas tecnologías en el vocabulario de las ciencias
de la vida desde la inmediata posguerra. Von Neumann escribió un artículo
en que describía a un autómata autorreplicante, una máquina
que podría construir otra igual a sí misma si disponía
de instrucciones. El mecanicismo resultaba nuevamente alimentado por el desarrollo
técnico y aplicado a las interpretaciones sobre los fenómenos
vitales […]

Los contactos personales de von Neuman y Wiener con experimentadores de la biología y la fisiología se encargaron de adoptar tan sugerente exposición de lo que hoy ha llegado a aceptarse como el funcionamiento de los genes. Ellos llevan escrito el libro de la vida, almacenan la información genética que con algunas sustancias capturadas del medio le permitirían reproducirse y sintetizar otras que darían lugar al organismo completo. Francis Crick usó este lenguaje por primera vez en 1957, cuando se refirió al flujo de información genética del ADN a las proteínas y forma parte hoy del vocabulario (idioma) habitual de la biología molecular y de la genética. Fueron los instrumentos técnicos matemático-físicos los que aportaron ese lenguaje y lo convirtieron a su vez en generador de pensamiento y de nuevos experimentos (704).

Monod fue uno de los principales introductores de la genética formalista en Francia en la posguerra mundial. Era un clon científico surgido de la factoría que Rockefeller, Weaver y Morgan tenían en Pasadena. Su madre era norteamericana y en 1936 Boris Efrussi le consiguió una beca de la Fundación Rockefeller para trabajar en el laboratorio de Morgan (705). Monod es uno de los apóstoles del micromerismo, de la "cibernética microscópica" y de lo que él califica de "método analítico". Lo mismo que para Weaver, para Monod las personas somos "máquinas químicas" y la biología no se rige por la dialéctica de Hegel sino por el álgebra de Boole, como los programas informáticos (706).

En 1948 los imperialistas necesitaban a personajes como Monod en Francia, entonces un desconocido, para imponer sus concepciones mendelistas. Monod trasladará el mecanicismo de Wiener y Weaver desde Estados Unidos a su "filosofía natural de la biología" en Francia, aunque se inició en la investigación de un fenómeno calificado como lamarckista: la adaptación enzimática, ya que se trataba de una biosíntesis inducida por el medio. Aunque durante la época vichysta se afilió al Partido Comunista para luchar contra los nazis, dimitió nada más conocer los resultados del debate soviético de 1948. Luego estuvo entre los científicos que se prestaron a colaborar en la campaña de linchamiento contra Lysenko desde la revista Combat. En 1970 publicó su libro "Azar y necesidad", un éxito de ventas, en donde ataca al marxismo y a otras corrientes filosóficas después de caricaturizar y tergiversar sus postulados (707). Ese mismo año, además de su libro, también escribió el prólogo para la traducción al francés de la obra de Jaurés Medvedev contra Lysenko. Con contribuciones políticas de esa naturaleza no es de extrañar que le obsequiaran con el

Premio Nobel de Medicina en 1965.

Como Schródinger, Heisenberg y tantos otros científicos, la biografía y la obra de Monod ilustran claramente el papel de los científicos en la sociedad contemporánea. Las aportaciones de los tres a sus respectivas disciplinas son de primera línea y les han granjeado un prestigio más que justificado.

Sus experimentos fueron concebidos y ejecutados con el rigor y la meticulosidad
característicos de la argumentación científica. Pero los
científicos vienen demostrando que no son científicos las 24 horas
del día, ni tampoco a lo largo de su periplo vital. Una vez encumbrado,
suele comenzar en la actualidad para el científico una nueva etapa de
su vida: la de la explotación de su descrubrimiento, la de las conferencias
y libros que, muchas veces, no sólo versan sobre su especialidad sino
sobre cualquier materia, sobre todo lo divino y lo humano. ¿Qué
es la vida? ¿Qué es el hombre? ¿Qué es el azar?
Los científicos están en su derecho de opinar sobre tan trascendentales
asuntos, pero otra cosa es que eso tenga alguna relación con la ciencia.
En genética, los descubridores de la estructura de la molécula
de ADN, Watson y Crick, son un buen ejemplo. Su famoso artículo sobre
la doble hélice se condensa en apenas un folio y medio. Lo redactaron
cuando aún no habían cumplido los 30 años y, desde 1953,
no han vuelto a realizar ninguna otra aportación a su disciplina. Sin
embargo, se han empeñado en escribir numerosos libros y pronunciar conferencias
cuya relación con la ciencia es remota. Se trata de simples opiniones
personales, muchas de ellas mezcladas con afirmaciones religiosas harto discutibles
y discutidas que por su racismo y homofobia han desatado un legítimo
rechazo en amplios sectores sociales. Como sucede con cualquier persona, una
cosa es lo que el científico hace y otra lo que dice. Cristóbal
Colón "descubrió" América pero creyó haber
llegado a la India. Incluso dentro de su misma especialidad, es
muy frecuente que el científico no sea capaz, por su propia formación
ideológica, de articular un discurso sobre lo que efectivamente hace
porque sus conceptos básicos son erróneos, o simplemente carece
de ellos. En sus exposiciones los científicos se conducen con una superficialidad
que jamás se hubieran permitido en ninguno de sus artículos científicos,
normalmente de tipo telegráfico. Sin embargo, lo mismo que Newton, Laplace
o Lamarck, Monod tiene la pretensión de articular toda una nueva "filosofía
de la naturaleza", es decir, una teoría general de la biología
que le desborda, incapaz de resistir la más leve crítica. Todos
los títulos científicos de Monod son insuficientes para salvar
una obra tan pretenciosa como "Azar y necesidad". No obstante, hay
que reconocer que lo verdaderamente relevante de ese ensayo es que contribuye
a deslindar a los mendelistas franceses de los anglosajones porque expresa que
la biología requiere ir mucho más allá de los estrechos
cauces en los que viene moviéndose. Que el intento resulte estrepitosamente
fallido no signica que no deba volverse a intentar.

Como todos los enemigos de Lysenko, Monod también es un eugenista radical que no oculta sus verdaderas pretensiones. Según él, después de dominar el entorno, al hombre no le queda otro adversario que él mismo, una guerra interna dentro de la especie humana, desconocida entre los animales, que es uno de los principales factores de la selección natural. Aplaude los genocidios ancestrales porque han favorecido la expansión de los humanoides más dotados de inteligencia, voluntad y ambición. Entonces la parte cultural del hombre no pudo influenciar ese costado animal que el hombre lleva dentro. Pero ahora esa parte cultural se ha impuesto y la selección natural ya no puede realizar su tarea: el único medio de mejorar la especie humana es el de realizar "una selección deliberada y severa" (708). Ya no se trata de la selección "natural" sino de la "artificial", de reintroducir en la sociedad moderna lo que la naturaleza había venido realizando antaño de forma espontánea. A lo que ya no se atreve Monod es a concretar los medios por los cuales hay que proceder a ello. Las cámaras de gas estaban muy recientes.

El nombre de Monod está estrechamente relacionado con el de Francois Jacob, autor del libro "La lógica de lo viviente", en donde defiende idénticas posiciones micromeristas y reduccionistas:

"Toda la naturaleza se ha convertido en historia, pero una historia en la que los seres son la prolongación de las cosas y en la que el hombre se sitúa en el mismo plano que el animal" (709).

En Francia la guerra contra Lysenko no se ha agotado nunca, generando
una colección de infraliteratura del más bajo nivel. Otro anticomunista
feroz, Denis Buican, rumano exiliado en Francia, también biólogo,
publicó dos libros contra Lysenko en 1978 y 1988, contra el que ya había
abierto varias campañas en las universidades de su país en la
posguerra. En sus obras la exageración no encuentra límites. Para
Buican el lysenkismo sobrepasa los asuntos más feos de toda la historia
del conocimiento humano, incluso por encima de la más negra Inquisición
de la Edad Media. El maniqueísmo propio de la guerra fría no se
había acabado para un resentido como él: mientras Vavilov era
el Galileo soviético, Michurin no era más que "un jardinero
medio sabio" (710). Poco después los hermanos Kotek publicaron en
Bélgica una nueva obra con la grotesca pretensión de aportar lo
que califican como un "esquema de interpretación sico-política"
en la cual se refunden los tópicos más vulgares de la guerra fría
(711). El 8 de abril de 1998 aún se celebraba un coloquio en París
sobre el asunto de Lysenko protagonizado por algunos de los supervivientes de
aquellas viejas polémicas de la que no acaban de apagarse
los rescoldos.

Otro de los más conocidos ataques contra Lysenko es el que lanzó
en 1976 el filósofo Dominique Lecourt, un discípulo de Althusser,
quien le prologó su libro. La diferencia entre Lecourt y cualquier otro
crítico de Lysenko es que él pretendía hacerse pasar por
marxista, igual que su padrino Althusser. Otra diferencia importante es que
Lecourt no escribe al dictado de los imperialistas sino de los revisionistas
soviéticos. Fueron ellos los que en la época de Breznev le encargaron
la redacción de su libro dentro de la campaña de desestalinización
y de crítica del "culto a la personalidad". A pesar de su éxito
en determinados medios seudomarxistas, el libro de Lecourt, como él mismo
reconoce, no aporta nada nuevo. Se apoya en la obra de Medvedev (712) y Joravsky
(713) y resulta tan incalificable como ambas. El propio Medvedev reconoció
que su libro contra Lysenko no era una obra de historia, sino "un desesperado
llamamiento para atraer la atención del público hacia la situación
en que se encontraba la biología soviética" (714). No pretendió
ningún rigor de análisis sino difundir un panfleto que luego los
demás han reconvertido en fuente historiográfica
de solvencia.

Un sedicente "marxista" como Lecourt pone el acento de su crítica
contra Lysenko en las afirmaciones de éste acerca de la existencia de
dos ciencias. Ésta era una manera incorrecta de plantear la polémica
por varias razones. La primera porque daba a entender que sólo existían
dos bandos en liza, lo cual era erróneo y suscitó quejas por la
adscripción de unos y otros en la facción que consideraban que
no les correspondía. La segunda porque Lysenko no era una alternativa
al mendelismo. Pero sobre todo, había una tercera razón, la más
importante: porque pretendía la existencia de una ciencia burguesa y
una ciencia proletaria. No obstante, era una expresión muy característica
entre los marxistas en aquella época, consecuencia de la influencia del
empiriocriticismo y de proletkult. Como el positivismo tiene una acepción
muy restringida de la ciencia, expulsa fuera de ella todo aquello
que no encaja dentro de sus estrictos límites. Por lo demás era
una expresión que ya utilizó el biólogo francés
Le Dantec a comienzos del siglo XX para referirse al lamarckismo y al darwinismo
como "dos tendencias en la biología" (715) y se puede leer
también en opositores de Lysenko, como B.M.Zavadovski. Lo que diferencia
a Althusser y su discípulo Lecourt de Lysenko y de los verdaderos marxistas
es que éstos no separan la ideología de la ciencia y, en consecuencia,
reconocen la lucha ideológica dentro de la ciencia y desenmascaran el
oscurantismo y la superchería que la burguesía trata de pasar
de contrabando bajo etiquetas aparentemente científicas. No existen dos
ciencias diferentes; la ciencia no tiene una naturaleza de clase, pero Le Dantec,
Lysenko y Stoletov hablaban con propiedad cuando se referían a "dos
tendencias" opuestas dentro de la biología. Ese es el sentido exacto
de su concepción y no lo que Lecourt pretende.

El énfasis de Althusser y Lecourt contra las dos ciencias quiere convencer de que en biología no hay más ciencia que el mendelismo y derivados posteriores: "Hoy nadie trataría de disputar a la genética mendeliana los títulos que varios decenios de experimentación sistemática le han otorgado con toda evidencia: esta doctrina no es una teoría aventurada y discutible, sino a todas luces la piedra angular de una ciencia umversalmente reconocida" (716). Todo empieza y acaba justamente ahí. Lo demás, Lysenko especialmente, es pura ideología y la ideología es algo completamente distinto de la ciencia, si no enfrentado a ella. En Weismann, Mendel y Morgan no hay ideología. Posiblemente también Marx estuviera equivocado al encontrar ideología en la economía política de Adam Smith o David Ricardo; por tanto, también se equivocó al comenzar su obra por la crítica de esas concepciones ideológicas prevalecientes dentro de la economía política de su época.

A los revisionistas franceses y soviéticos no les gustó nunca Lysenko porque la esencia del reformismo consiste en claudicar y hacer concesiones, tanto en el terreno político como en el ideológico. Como en el caso de Stalin, Lysenko les sirvió de coartada para encubrir el fracaso de sus reformas económicas. En la URSS la cosecha máxima de 1958 nunca pudo ser igualada y a partir de 1964 comenzaron las importaciones de trigo desde Estados Unidos y Canadá. Ahora bien, si los éxitos agrícolas no tuvieron su origen en Lysenko, tampoco podemos pretender atribuir los fracasos al comienzo de su linchamiento sino a la desorganización introducida por las reformas de Jrushov y, muy especialmente, a la privatización de los medios de producción agrícolas. Pero no está de más comprobar que ambos acontecimientos coinciden en el tiempo y que hubo buenas razones políticas para establecer entre ellos una relación de causa a efecto, aunque fuera saltando varias décadas por encima de la historia.

Los imperialistas en el oeste y los revisionistas en el este también
fueron capaces de ponerse de acuerdo en su fobia contra Lysenko, cuya marginación
en su propio país es ilustrativo narrar, ya que la campaña de
linchamiento incide con especial énfasis en su estrecha vinculación
con Stalin. La pretensión es la de sostener que las aberraciones seudocientíficas
de Lysenko sólo son explicables en el contexto de las aberraciones políticas
de Stalin, de que las unas van ligadas a las otras. No obstante, que Lysenko
no fuera destituido de sus funciones sino una década después del
XX Congreso muestra a las claras que no existía ese vínculo político
tan estrecho entre él y Stalin. A pesar de la crítica contra Stalin
iniciada por Jrushov a partir de 1956, Lysenko se mantuvo en su puesto y, de
hecho, permaneció activo hasta su muerte en 1976. El cambio político
no le afectó en absoluto. Es cierto que en 1956 no fue elegido para la
presidencia de la Academia, pero también lo es que volvió a ocupar
su cargo en 1961 durante otros cinco años y, sobre todo, que estos cambios
no tenían que ver con los vaivenes políticos y económicos
sino con las modificaciones introducidas por el nacimiento de la era atómica
o, mejor dicho, con el aprovechamiento oportunista que los genetistas
convencionales soviéticos supieron hacer de esos cambios.

Una nueva era tecnológica había aparecido irreversiblemente en 1945, ante la cual las concepciones de Lysenko, ligadas a la agricultura, parecían una antigüedad remota. La sociedad soviética también había cambiado; en 1948 la URSS ya no era un país rural y campesino sino urbano e industrial, capaz de hacer estallar una bomba nuclear e incapaz de prever sus consecuencias contaminantes sobre la salud y el medio ambiente. Los genetistas enfrentados a Lysenko maniobraron para demostrar que sólo ellos eran capaces de diagnosticar y tratar los efectos de las radiaciones atómicas. Lysenko no tenía nada que decir en radiobiología y sus enemigos abrieron una campaña de presión sobre los peligros de la radiactividad y los residuos nucleares, comprometiendo en ella a los físicos que trabajaban en los laboratorios sometidos, pues, al peligro. Los físicos nucleares eran la élite científica en la URSS, uno de los grupos de presión más poderosos y los mendelistas supieron estimular su susceptibilidad hacia la radiología genética, presentándose como los únicos especialistas en el asunto. En torno a Jrushov se formó una camarilla de intrigantes compuesta por Andrei Sajarov y los hermanos Medvedev (de los cuales uno de ellos, Jaurés, era biólogo).

Integrantes de una selecta casta de intelectuales, los tres mantuvieron
una relación personal y política muy estrecha entre sí,
así como con el entonces profesor de física Soljenitsin, que luego
fue más conocido como literato. El primero era físico nuclear,
sobrino del biólogo Vavilov y lanzado al estrellato en época de
Jrushov como "reformador", aunque su precipitación le llevó
a convertirse en uno de los disidentes más famosos de la guerra fría.
Por su parte, en 1946 Alexander Soljenitsin reprochó a Stalin no haber
sido capaz de llegar a un acuerdo con Hitler que evitara la guerra entre ambos
países. A causa de un intento de complot fue condenado a 8 años
de reclusión, una experiencia que le condujo a novelar la vida en los
campos de trabajo soviéticos. Nunca ocultó sus simpatías
hacia la autocracia zarista, lo mismo que hacia el franquismo. Fue rehabilitado
en 1956 tras el XX Congreso por Jrushov quien, a fin de cambiar la buena imagen
que Stalin tenía entre la población soviética, le recibió
personalmente en el Kremlin y a partir de 1962 promocionó sus novelas
sobre el gulag. El caso de Jaurés Medvedev es parecido: biólogo,
empezó junto con su hermano como estrecho colaborador de Jrushov y acabó
de disidente profesional escribiendo libros anticomunistas, el primero de los
cuales fue precisamente sobre Lysenko. Lo mismo cabe decir de otro conocido
renegado como Sajarov, también físico nuclear, que comenzó
siendo "el niño mimado del Kremlin" (717) y acabó dejándose
utilizar como altavoz de las campañas de propaganda del bando opuesto.
Como las cosas no suceden por casualidad, también Sajarov inició
su andadura de disidente como crítico de Lysenko. A Sajarov le corresponde
la primogenitura de otra novedad que la guerra fría no había tenido
en cuenta en su munición: que las acciones de Lysenko suben en la medida
en que bajan las de Vavilov, y a la inversa. Esta formulación del problema
no se le había ocurrido a nadie en 1948 hasta que la lanzó Sajarov
15 años después, momento en que la propaganda empezó a
relacionar las biografías de ambos de la manera vergonzante a la que
nos tienen acostumbrados.

Ambos componentes estaban relacionados de alguna manera, pero no de la que lo presentan.

Durante la gran hambruna soviética, en el invierno de 1921, Vavilov
había viajado a Estados Unidos para comprar dos toneladas de semillas
y persuadir a la American Relief Administration (Agencia Americana de Ayuda)
de Herbert Hoover para que enviara trigo a la URSS. Vavilov creó la Asociación
para el Fomento de la Agricultura entre América y Rusia, una empresa
cuyo objetivo era impulsar la cooperación agrícola entre ambos
países y almacenar reservas. En menos de un mes compró 6.224 paquetes
de semillas de 26 empresas diferentes. También obtuvo semillas de maíz
de reservas autóctonas del norte de Wisconsin que podían resultar
adecuadas para florecer en el norte de Rusia, donde el ciclo de crecimiento
también es corto comparativamente. Además de las dos toneladas
de semillas enviadas, Vavilov volvió a la URSS con 61 cajas de semillas
en su equipaje personal, ganándose con 35 años el aprecio del
gobierno soviético. A su regreso fue elegido miembro de la Academia Soviética
de Ciencias, el primer paso en su carrera científica. Siempre que tuvo
ocasión manifestó su admiración por la obra de Lysenko.
El 6 de noviembre de 1933 apoyó públicamente en el diario Izvestia
sus métodos agrícolas como un descubrimiento revolucionario de
la investigación soviética. Al año siguiente
le escribió al agrónomo proponiéndole una colaboración
mutua: "Me parece una necesidad definitiva que Usted, Trofim Denisovich,
viaje a Leningrado para permanecer aquí una semana dos o tres veces al
año y vea lo que hacemos aquí, y para ayudar a los trabajadores
jóvenes a realizar la vernalización más rápida y
más efectivamente, una tarea que aquí se está llevando
a cabo a una escala mayor. Usted comprenderá bien el significado de este
compromiso suyo en este trabajo para nosotros y para Usted". También
le propuso para incorporarse a la Academia de Ciencias y luego le recomendó
para que fuera condecorado con estas palabras:

"Por primera vez, con penetración profunda y perspectiva, Lysenko buscó vías para controlar los vegetales, sus fases de cambio y transformar los cultivos de invierno en primaverales o las maduraciones tardías en tempranas. Su trabajo es un descubrimiento de importancia primordial, ya que ha abierto un nueva esfera para la investigación y todo un ámbito de posibilidades. Sin duda, el trabajo de Lysenko supone el desarrollo de una rama completa de la fisiología vegetal; este descubrimiento nos puede proporcionar una oportunidad de utilizar en la más amplia escala para hibridar la diversidad mundial de plantas para cambiar sus áreas a los territorios más remotos del norte. Incluso la fase actual de los descubrimientos de Lysenko son de primordinal interés".

¿Qué condujo a una élite intelectual mimada por
el Kremlin a renegar de su propia condición? ¿Por qué tomaron
a Lysenko como excusa para justificar sus alineamientos políticos? Si
se trataba de corregir errores científicos, ¿por qué Lysenko
y no Gurwitsch, por ejemplo? No son preguntas fáciles de responder dada
la escasez de fuentes y la nula fiabildad de las existentes. Únicamente
pueden aventurarse conjeturas cuyas raíces no se encontrarán en
la ciencia sino en los vaivenes de la situación política en aquel
momento. Los niños mimados del Kremlin pretendían abrir la URSS
a las influencias culturales capitalistas. Cuantitativamente constituían
un ínfimo sector de la sociedad soviética pero, dentro o fuera
del Partido Comunista, eran muy influyentes y estaban claramente alineados con
los nuevos derroteros anunciados por Jruschov en 1956. A mediados de los sesenta
la actitud de la dirección del PCUS no era la misma de 1948. Pesaba la
amenaza de una nueva guerra devastadora, atómica, cuando aún no
se habían apagado las llamas de la anterior. En 1956 el XX Congreso del
PCUS encandiló a los físicos y, naturalmente, a los enemigos de
Lysenko. Jrushov dio alas a quienes, como los intelectuales y los especialistas,
querían un retorno rápido al capitalismo, abriendo un proceso
de cambio que no supo cerrar, ni él ni ninguno de los que le siguieron.
Pero la situación política interior se demostró muy oscilante
porque las reformas de Jrushov naufragaron en casi todos los terrenos, a pesar
de las numerosas concesiones ofrecidas. Su fracaso, tanto en el plano internacional
(distensión) como en el interno (crisis agrícola) se observó
muy rápidamente. Su exponente más claro fue el levantamiento
de Hungría pocas semanas después del XX Congreso del PCUS. Las
novedades de Jrushov llevaron a la URSS al borde de la quiebra, hasta el punto
de que no tardó en enfrentarse con importantes sectores sociales, incluido
el propio Partido Comunista. Se vio sometido a un fuego cruzado y, como en tantos
otros problemas, no supo maniobrar más que con torpeza, de manera balbuceante
y demagógica, iniciando un enfrentamiento solapado con los intelectuales
derechistas casi desde su misma llegada al poder en 1956. Una parte de los escritores,
especialistas, científicos y técnicos apoyaban los cambios pero
querían más y utilizaron a Lysenko para probar hasta dónde
llegaban las verdaderas intenciones de Jrushov. En 1955 hubo una petición
colectiva de 300 científicos exigiendo la destitución de Lysenko
y Oparin de sus cargos. Ganaron la primera batalla. Lobanov, un michurinista,
sustituyó a Lysenko de la presidencia de la Academia en abril de 1956
y V.A.Engelhardt también logró relevar a Oparin. Los mendelistas
creyeron que aquello era el principio del fin de Lysenko y de lo que Lysenko
simbolizaba para ellos, pero se equivocaron. El alzamiento húngaro obligó
a Jrushov a retroceder. En tres discursos pronunciados en 1957 Jrushov tuvo
que expresar su apoyo a Lysenko. Las cosas marchaban mucho más despacio
de lo que los mendelistas esperaban, e incluso también padecieron algunos
reveses. En 1958 perdieron sus puestos en la redacción de la "Revista
Botánica", la de Dubinin del Instituto de Citología y Genética
de Novosibirsk, así como la de Engelhardt, presidente de la división
de biología de la Academia. Ni unos ni otros quedaron satisfechos
con aquel empate; las espadas siguieron en alto.

Como las teorías y las prácticas son siempre "impuras", lo mismo en política que en biología, a partir de 1956 los nuevos derroteros de la URSS fueron muy significativos. Unos cambios (los políticos) conducen siempre a otros (los científicos). El año del XX Congreso del PCUS y la crítica del "culto a la personalidad" fue también el año del desembarco de Rockefeller y la nueva medicina más allá del telón de acero, algo que el magnate estadounidense jamás hubiera podido sospechar sólo unos meses antes. Aquel año crucial Estados Unidos iniciaba sus ensayos con las vacunas contra el virus de la polio y, ante la incertidumbre de los resultados, era preferible utilizar cobayas de países hostiles, convenientemente disfrazadas como asistencia humanitaria o ayuda médica. De ese modo la vacuna se experimentó por vez primera a gran escala en 1956 en diez millones de niños soviéticos (718), el experimento científico más importante que jamás se haya llevado a la práctica.

Gracias al ensayo se aprobó luego la vacuna en Estados Unidos, que organizó en torno a ella un espectáculo de circo para presentar ante su propia sociedad el nuevo descubrimiento de la medicina

moderna. Nelson Rockefeller, que en 1953 había sido nombrado viceministro
de sanidad, financió los ensayos de la vacuna en la URSS,
en lo que se presentó como un ejemplo del "deshielo"

diplomático y científico. Uno de sus científicos
a sueldo, Albert Sabin, inventor de la vacuna, viajó a la
URSS para entrevistarse con los médicos soviéticos, especialmente
Viktor Zhdanov y Mijail

Chumakov, estos devolvieron la visita y, finalmente, Sabin fue condecorado en aquel país en 1959.

Entusiasmado por la experiencia, en 1958 Zhdanov, Ministro de Sanidad,
reclamó ante la OMS la generalización de la vacuna
de Sabin. Chumakov era un virólogo muy conocido dentro y fuera de la

URSS. Dirigía el Instituto de Virología de Moscú
y luego el de la polio. Había sido Premio Stalin en 1941
y volvería ser Premio Lenin en 1963 por su trabajo sobre la polio. Hoy
alguno de los hijos de

Chumakov vive en Estados Unidos, donde trabaja como funcionario de la
FDA. Metido en el papel de diplomático, en 1987 Sabin ponía
a la vacuna de la polio como un modelo de lo que debían ser

las relaciones entre Estados Unidos y la URSS (718b). Casi hubiera sido
un cuento de hadas de no ser porque aquellas vacunas -como las
demás de la época- estaban contaminadas con el virus de los

monos SV40. Lo que caracterizaron a las vacunas soviéticas fueron
dos detalles: la primera es que la URSS no sólo las fabricó
para sus propios niños sino que las exportó, especialmente a unos
60

países de Asia y el Tercer Mundo; la segunda es que mientras algunos
países las retiraron pronto, quizá hacia 1963, la
URSS las siguió fabricando y distribuyendo hasta 1980.

En el invierno de 1957 se produjo un accidente nuclear en Kishtym, en Cheliabinsk, uno los accidentes ecológicos más graves de la URSS. El 9 de enero de 1958 Radio Moscú sorprendía a sus oyentes con una descripción detallada de las medidas preventivas que debían adoptarse contra la radiactividad nuclear. En los Urales más de un millón de kilómetros cuadrados de tierras cultivables, bosques, lagos y poblaciones se convirtieron en un paisaje lunar. Evacuaron a miles de personas y la carretera se cerró durante nueve meses. A lo largo 30 kilómetros se podían leer carteles aconsejando mantener subidas las ventanillas de los vehículos y no detenerse en la zona. Un almacén de residuos nucleares provocó una reacción en cadena sembrando la perplejidad de los científicos que siempre habían asegurado que los residuos radiactivos estaban sellados, que eran absolutamente inertes, por lo que una explosión resultaba impensable. Pero se alzó una especie de erupción volcánica contaminante que inundó una región de unos 2.000 kilómetros cuadrados. El viento esparció las nubes radiactivas aún más lejos, afectando a decenas de miles de personas.

Fueron trasladadas a hospitales, pero ningún médico sabía cómo proceder en un caso de esa naturaleza. Al año siguiente el gobierno soviético suspendió todas las pruebas nucleares que tenía previstas, aunque por poco tiempo. Entre los científicos se dispararon las alarmas, adquiriendo plena conciencia de los riesgos de la energía nuclear (718c). Las presiones de los físicos lograron modificar los protocolos de manipulación de sustancias radiactivas, imponiendo controles más estrictos. En 1963 se firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear con Estados Unidos, verdadero ejemplo de lo que significaba la colusión entre ambas potencias: el Tratado les obligaba al desarme, y eso fue lo que nunca cumplieron; quedaba la otra parte, cuyo cumplimiento trataron de imponer a todos los demás países del mundo: que no podían dotarse de las mismas armas que ellos ya disponían. En fin, una especie de contrato con responsabilidades sólo para quienes no lo redactaron.

En febrero de 1964 Jrushov vuelve a defender a Lysenko en un discurso
pronunciado en una reunión del Comité Central; glosa la importancia
de sus aportaciones a la agricultura e incluso se responsabiliza personalmente
por haber recomendado el empleo de los métodos lysenkistas en algunas
cooperativas. Según Jrushov, las cooperativas que habían seguido
los métodos lysenkistas habían obtenido más rendimientos
que las otras. Para los apegados al esquema de la guerra fría el discurso
no dejaba de resultar sorprendente: resulta que 16 años después
de la "brutal imposición" del lysenkismo en la URSS aún
existían cooperativas que no seguían sus métodos, a pesar
de las recomendaciones del todopoderoso secretario general del Partido Comunista…
Nueve meses después el todopoderoso secretario general había sido
destituido de sus funciones y los motivos radicaban precisamente en la crisis
agrícola del país. Cayó Jrushov pero no cayó Lysenko.
No obstante, la veda se había abierto y comenzaron las críticas
periodísticas. En 1965 la Academia inició una investigación
sobre sus actividades. Era el principio del fin. El 4 de febrero Pravda publicaba
un artículo elogiando a Vavilov y una semana después Lysenko fue
destituido de su cargo de presidente de la Academia. La vinculación de
Vavilov, especialmente su muerte, con Lysenko, es otra de esas argumentaciones
que no surge en los países capitalistas durante la guerra fría
sino que proviene de la misma URSS y se traslada más allá de sus
fronteras con el mismo formato canónico: mientras Vavilov
era un científico, Lysenko está asociado a la política.
No obstante, Vavilov fue miembro del Soviet Supremo de la URSS y ganó
un Premio Lenin.

Los argumentos aducidos por la Academia para destituirle, reproducidos con ligeras variantes por Pravda, el diario del Partido Comunista, fueron varios de los que han circulado por los países capitalistas. En el más puro ambiente de la época en la URSS, el comunicado decía que Lysenko se había aprovechado del culto a la personalidad para adoptar "medidas de presión administrativas" contra sus oponentes, que son inadmisibles en la ciencia. El comunicado continúa diciendo que las concepciones lysenkistas eran erróneas ("dogmas", decía) y que, sin ningún motivo, Lysenko había rechazado los descubrimientos más importantes de la ciencia contemporánea, mencionando concretamente los tres siguientes:

a) la teoría cromosómica

b) las bases físicas y químicas de la herencia (genes)

c) los nuevos métodos de selección de los animales, plantas y microorganismos Incluso el comunicado va más allá, asegurando que Lysenko había tratado de suplantar la doctrina de la evolución de Darwin con una teoría de los "saltos bruscos" en la producción de una especie por otra. También argumentaba la responsabilidad de Lysenko en el retraso de la genética y de la biología, que había repercutido en la falta de formación de los científicos soviéticos. A esa redacción Pravda añadía otros dos matices: a menudo las tesis lysenkistas no estaban al "nivel" de la ciencia actual y también repercutieron sobre la medicina. Por fin, no cabe olvidar el nuevo argumento: los perjuicios a la economía, sobre todo a la agricultura, al imponer métodos seudo- científicos. Por tanto, casi nada nuevo que antes no hubieran dicho los artífices de la guerra fría en los países capitalistas.

En un momento en el que la URSS había empezado a importar trigo
del extranjero Jrushov le hizo un flaco favor a Lysenko mencionando sus logros
en su discurso de febrero de 1964. En la destitución de Jrushov, según
Medvedev, "el más grave de los motivos aducidos" por Suslov
ante la dirección del PCUS fue su apoyo a Lysenko. No obstante, parece
que, una vez más, el académico no era más que una excusa
dentro de una batalla política que tenía otros componentes más
importantes que los simbólicos. Ucraniano como Lysenko, en el nombramiento
de Jrushov la dirección del PCUS había tenido en consideración
sus supuestos conocimientos agrícolas. Pero en ningún terreno
como en la agricultura las reformas de Jrushov habían fracasado de una
manera más estrepitosa y un oportunista como Suslov supo maniobrar: una
de las causas más importantes de la destitución de Jrushov fue
la crisis agrícola y, vinculando esa crisis a Lysenko, la nueva dirección
del PCUS mataba dos pájaros de un tiro; también Lysenko tenía
su parte de culpa en la crisis agrícola. A partir de 1964, por tanto,
los antilysenkistas tenían otro argumento más para continuar su
campaña: Lysenko era responsable de la crisis agraria. Dos años
después perdía su cargo de presidente de la Academia
y nacía otra leyenda que se fue alimentando a sí misma: crisis
agrícola, hambruna, millones de muertos. Esto sucedía en 1966
pero a los oportunistas no les importa adelantar un poco las fechas y situarla
35 años antes. Al fin y a la postre la imagen que hay que ofrecer de
la URSS es la de un país en crisis permanente desde su mismo origen.
Ni siquiera los reformistas más acérrimos, como Medvedev, se atrevieron
a realizar ese tipo de afirmaciones, que procedían de elementos, como
Suslov, considerados entre los más "duros" de la dirección
del PCUS. Lo cierto es que ni los unos ni los otros se salvan del naufragio.

Cuando (casi) todo cambia hay que prestar un poco de atención a lo que no parece cambiar en ningún caso, a los refractarios a las mudanzas. En medio de aquel pulso hubo una figura política que logró sostenerse aferrado a su cargo: es el ministro de Educación Vsevolod N. Stoletov, uno de los más conocidos defensores del lysenkismo. Nombrado ministro en 1951, en época de Stalin, permaneció durante 25 años en el cargo, una especie de adaptación perfecta a un ambiente muy oscilante que Linneo calificó de Chamaleo chamaleon. Stoletov era dos veces camaleón, una como lysenkista para llegar a ser ministro y otra como antilysenkista para seguir en el cargo.

Una de las afirmaciones del comunicado emitido por la Academia para justificar
la destitución de su presidente era que Lysenko y sus partidarios
habían sustituido al michurinismo con sus propias tesis. Cabía
suponer, por tanto, que la nueva dirección se encaminaba a restituir
al "verdadero" michurinismo en el lugar que hasta entonces había
usurpado el dogmático Lysenko y los suyos. Una farsa. No sólo
en la URSS; en todo el mundo el mendelismo está en su apogeo en 1966.
Se celebra el centenario de Mendel, lo que permitió a los formalistas
organizar un gran espectáculo dentro del telón de acero. En Checoslovaquia
fue recuperada oficialmente la memoria del monje. Los revisionistas organizaron
una gran conferencia internacional sobre genética en el teatro Janacek
de Brno. La estatua de Mendel volvió a su pedestal. El obispo dio una
solemne misa en su honor en la catedral de San Pedro y San Pablo, y en el monasterio
de Santo Tomás, donde Mendel vivió y trabajó, se ubicó
el Museo Mendel de Genética. Los mendelistas lograron atraerse los favores
del inmuno logo Milán Haslek, antes en las filas lysenkistas, con el
añadido de que en 1968 se sumó a las posiciones revisionistas
de Dubcek y su primavera de Praga. Es un fenómeno que no sólo
se experimenta en la URSS sino en todos los países del este, lo que demuestra
que el revisionismo político va ligado al mendelismo biológico.
Cuando en 1959 la República Democrática Alemana establece
el Premio Darwin, todos los galardones son acaparados por los genetistas formales:

Chetverikov, Schmalhausen, Timofeiev-Ressovski y Dubinin. La influencia formalista fue allá más fuerte que en ningún otro país del este de Europa, especialmente representada por el genetista Hans Stubbe. Hay quien -absurdamente- sostiene que eso fue debido a que un hijo de Cari Correns, uno de los redescubridores de Mendel, era un alto dirigente del Partido Socialista Unificado. Las explicaciones están en otra parte pero, cualquiera que fuera el motivo, las tesis de Lysenko no fueron bien recibidas en aquel país, excepto en la Universidad de Jena, donde el biólogo Georg Schneider se convirtió en su defensor. Es otro dato de la compleja y diversa vinculación de los distintos partidos comunistas con el lysenksimo.

Ni con Lysenko en el banquillo cesó la polémica. Algunos mendelistas querían más: querían la eugenesia. Medvedev lo encubre de una manera sofisticada (719): después de 1965 la "auténtica ciencia" pudo dedicarse nuevamente a la investigación y la educación. Pero faltaba la "genética médica" y particularmente la "humana", que había sido destruida por racista, sus investigadores detenidos, ya no quedaba ni uno con vida, etc. Por lo tanto, la genética sólo había sido rescatada "a medias". El primer libro de la era postlysenkista en la URSS, redactado por Lobashov en 1967, aunque criticaba el racismo, "hacía afirmaciones muy positivas sobre la eugenesia", dice Medvedev.

Surgió una discusión para crear un instituto de genética humana. Al caer Lysenko, Dubinin quedó como la máxima autoridad en genética y le tomaron como nueva cabeza de turco porque no era reduccionista: reconocía que el hombre tenía un componente biológico pero que junto a él existía otro social y cultural, que es dominante respecto al primero. Como consecuencia de ello, afirmaba que aspectos humanos tales como la personalidad y el intelecto no están determinados por el componente genético sino por el ambiente social. Otros, como el propio Medvedev, opinaban que el hombre es un animal (no llega a hablar de "máquina química") y, por tanto, la genética se le aplica por igual lo mismo que a todos los demás animales. Repitieron con Dubinin la campaña desatada contra Lysenko. Le acusaron de prohibir y perseguir la genética humana (sólo la humana esta vez).

Aunque Medvedev lo encubre bajo un aspecto médico, lo que ellos pretendían era que no hubiera medicina, es decir, la eugenesia, que la selección natural pudiera realizar su trabajo de aniquilar a los tullidos, deformes y tarados de todas las especies. Por aquella época, en los países capitalistas las políticas discriminatorias, especialmente en materia educativa, se trataban de encubrir con supuestos cálculos del denominado "cociente intelectual", una práctica que fue prohibida en 1936 en la URSS (720). Detrás del telón de acero -especialmente en la República Democrática Alemana- también se dejaba sentir la presión ideológica que el eugenismo, con otras variantes, como la "sicogenética", seguía llevando a cabo en los países capitalistas, dando lugar en Gran Bretaña a uno de los fraudes científicos más espectaculares (721). Era la época del "cociente intelectual" y, en general, de reducción de los conceptos sicológicos a los genéticos, es decir, lo que se había logrado en biología. La siguiente estación era, naturalmente, la llegada de la patraña "sociobiológica" que en la URSS iba a suponer la sustitución de la lucha de clases por la lucha de razas o la lucha nacional, esto es, el comienzo de su propia disgregación como Estado plurinacional, la guerra civil.

Cualquier política eugénica es un instrumento de dominación, en donde los esterilizados, encarcelados o psiquiatrizados van a ser los demás, nunca uno mismo. Los eugenistas se consideran a sí mismos por encima de la mediocridad: son los demás los destinatarios de la marginación. De ahí que sea relevante consignar la experiencia del propio Medvedev, a quien en 1970 internaron en un psiquiátrico en la URSS a causa de un diagnóstico de perturbación síquica, lo que le permitió redactar otro de sus libros, titulado "Locos a la fuerza" (722). Medvedev y los eugenistas deberían saber -mejor que nadie- que en estas cuestiones hay poca ciencia y mucha fuerza, que también los presos están encarcelados a la fuerza, que no entran en sus celdas por su propio pie. Como cualquier medicina, la eugenesia debería empezar por uno mismo; quizá el criterio "científico" de los eugenistas sería otro si llevaran a cabo experimentos eugénicos sobre sus propios cuerpos. Es casi imposible contener una mueca de complicidad ante el espectáculo del policía arrestado, el juez juzgado y el psiquiatra enfundado en una camisa de fuerza. Los dialécticos saben que el remedio está en la misma enfermedad; la vacuna que cura es el mismo virus que enferma.

La colusión entre el este y el oeste no dejó huecos ni dudas. Mencionar hoy a Lysenko es llenarse la boca de adjetivos truculentos. No fue el agrónomo ucraniano quien pulverizó a los genetistas formales en la URSS sino que fueron éstos quienes borraron a Lysenko del panorama científico de una manera brutal y sin concesiones de ninguna clase. Puede decirse que fue en 1965 cuando su pensamiento y su obra fueron laminados, pero eso hubiera resultado mucho más complicado si fuera cierto el bulo de que los mendelistas estaban en el gulag. Seguían al pie del cañón como lo habían estado siempre, y los revisionistas les abrieron las puertas de par en par en la URSS.

Dawkins acabará comiéndose su sombrero

Con su aparente concepción restringida de la ciencia, el positivismo es incapaz de explicar las relaciones entre la ciencia y la ideología, que sigue jugando malas pasadas. No sólo ha pretendido expulsar a la ideología de la ciencia, es decir, no sólo ha pretendido expulsar de la ciencia a todas las ideologías, excepto a la ideología dominante, sino que, además, dado que no existen "dos ciencias" sino una sola, ha tratado de expulsar de ella a quienes no admiten la corriente dominante.

Comte no excluyó a la religión de la ciencia; lo que hizo fue convertir a la ciencia en una religión (723). En ninguna esfera del conocimiento los positivistas han demostrado luchar contra los dogmas, en general, o contra todos los dogmas, sino que su esfuerzo ha consistido en tratar de sustituir unos dogmas por otros: los suyos propios. En la genética esto ha significado que no cabe otra que el mendelismo y sus derivados, síntesis y amalgamas. Todo lo demás no es ciencia sino seudociencia o, quizá peor, "política". De ahí que en su devenir haya sembrado el campo de cadáveres, empezando por Lamarck y siguiendo por Béchamp, Gurwitsch y tantos otros que se han ido quedando sepultados por el camino. Lysenko esólo un ejemplo extremo.

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