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El hijo póstumo



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16

  1. Recuerdos de evocación
  2. La provincia De Tungurahua, Ambato, Izamba y el tren
  3. La escuela
  4. La caída del bus con los capulíes para la abuelita Zoila
  5. El golpe con un cable eléctrico de alta tensión en el camión, en el paseo, de la escuela "Albornoz Sánchez"
  6. Salto en paracaídas en bajo alto, playa de la provincia del oro
  7. Salto con paracaídas en calderón, zona mariana de Jesús
  8. Salto nocturno con paracaídas en Salinas
  9. Explosión de dinamita en el putumayo, unidad militar de selva e infantería y la vida militar en la frontera amazónica
  10. La tía Mercedes
  11. Cumpleaños de mi madre
  12. El tío Miguel Ángel
  13. El primo Juan hijo de tía Isabel
  14. El abuelo Eliseo
  15. El tío Manuel y Consuelito
  16. El tío Jorge
  17. Los Almeida Figueroa
  18. La cocina de la abuelita
  19. Tía Mercedes y el señor Manrique
  20. Tía Ubaldina
  21. Tía Enriqueta
  22. Chimbacalle y "el pobre diablo"
  23. La Facultad de Derecho en Quito
  24. El vecino abogado y la casa de Ambato
  25. Trabajo en vacaciones en la "Metalúrgica ecuatoriana"
  26. El Colegio Militar "Eloy Alfaro"
  27. El trabajo en la niñez y juventud
  28. La vida militar
  29. Universidad Católica de Cuenca
  30. Doctor César Cordero Moscoso
  31. Periodo vacacional del 7 de agosto al 8 de septiembre de 2007.
  32. Viaje de Ruth a Chicago
  33. El matrimonio
  34. 14 de julio de 1945
  35. La agenda
  36. Recuerdos en la Brigada Loja a los inicios de mis estudios universitarios
  37. Libro de Derecho Civil, doctrina y personas
  38. El hijo póstumo
  39. Cartas a la cónyuge ausente
  40. Universidad Católica de Cuenca
  41. El matrimonio
  42. Jorge Montesinos. Nueva York
  43. Visita de mis hermanas de Quito
  44. Sucesión por causa de muerte
  45. El consejo
  46. La vida continúa

EL MARTIR DEL GÓLGOTA. PÉREZ ESCHISH. BOANERGES.

"CANCIÓN DE BOANERGES. EL HIJO DEL RAYO"

"Nací en la cumbre de una montaña

Vibrando el rayo devastador,

Crecí en el fondo de una cabaña

Y hoy que soy hombre, muero de amor"

"Hijo del trueno me apellidaron:

Que en noche horrible vine a nacer

Y unos bandidos alimentaron

A la cuitada que me dio el ser"

"Mi pobre madre llora mis penas

Y cuando quiere calmar mi mal

Dice llorando que por mis venas

Corre un torrente de sangre real"

"Más si no sales a la ventana

Perla de Oriente, nítida flor,

Cabe tus muros verás mañana

Rota mi lira, muerto el cantor"

"EL MÁRTIR

¿Quién ve lo esbelto de tu cintura

Y de tu aliento siente el aroma?

¿Quién no delira

Cuando te mira?

¿Quién no suspira cuando te nombra?

¿Quién no te busca tarde y mañana,

Como del sauce la fresca sombra

Busca en Egipto la caravana?

¿Quién no codicia besar tu huella?

¿Quién en tus ojos no deja el alma,

Si eres hermosa como una estrella?

¿Si eres esbelta como una palma?

¿Quién no te adora?

Flor de Bethania, luz de la aurora,

¿Quién al mirarte no te desea,

Aunque te llamen la pecadora

Las envidiosas de Galilea?"

"EL MÁRTIR

Eternamente en tus ojos

El llanto veo, señora.

¿Por qué, di, madre querida,

Llorando estás?

Si causa de tus enojos

Es el hijo que te adora,

¡Ay, madre, toma mi vida,

No llores más!

¿Quieres que cante, bella señora,

Por qué te llaman la pecadora?

Porque es tu frente

Resplandeciente

Como la aurora de la mañana,

Que entre celajes de ópalo y grana

El sol envía desde Oriente."

"DEL GOLGOTA.-

Y tus miradas son tan sabrosas

Como la esencia de la ambrosia.

¿Cómo mirarte

Sin adorarte?

Si de tus labios rojos y bellos

Brota la esencia de los jazmines,

Si el oro puro de tus cabellos

Tiene el perfume de los jardines,

¿Quién ve tu rostro, flor de las flores,

Sin que a tus plantas muera de amores?

¿Quién de tu barba mitra el hoyuelo

Y ve tus ojos de luz cielo

Y no te adora?

Flor de Bethania, luz de la aurora,

¿Quién al mirarte no te desea,

Aunque te llamen la pecadora

Las envidiosas de Galilea?

Son tus mejillas flor de granado;

Tu frente hermosa cielo estrellado;

Tú linda boca

Que amar provoca,

Cuando la entreabre sonrisa leve,

Muestra unos dientes como la nieve

Que a Venus misma volvieran loca"

MARCELO-SIETE-MAR-CELO

BOANERGES-NUEVE- HIJO DEL TRUENO

ALMEIDA – SIETE

FIGUEROA – OCHO

14 DE JULIO DE 1945

REVOLUCIÓN FRANCESA 14 DE JULIO 1789 – 225 AÑOS A 2014

Recuerdos de evocación

Comienzo a escribir los recuerdos de mi existencia, el día viernes 28 de Septiembre de 2007, cuando tengo Sesenta y dos años, estoy en el Bufete jurídico "Almeida Almeida", ubicado en la calle Gran Colombia, Nro. 661, y calle Presidente Borrero, edificio "Gran Colombia", antes "Nieto Hermanos", quinto piso, oficina Nro. 502, en Cuenca; en donde trabajo con mis hijos los Doctores, KATHERINE ELIZABETH ALMEIDA ALVARADO, JUAN MARCELO ALMEIDA ALVARADO Y PAUL GEOVANNY ALMEIDA ALVARADO, mientras que mi primera hija RUTH MARCELA ALMEIDA ALVARADO, Psicóloga Infantil trabaja en Docencia, en la "Unidad educativa Alborada"; con el sincero deseo de que algún día se publique estas memorias, como un ensayo de la vida, de la lucha constante y el deseo de superación de una Familia.

Se trata de la autobiografía, de un ser humano, de mis reminiscencias, de los miembros de mi familia, ascendientes, descendientes, parientes por afinidad, del tiempo y del espacio, en el que he vivido; de mis compañeros de estudiante, de mis amigos y hasta de mis enemigos, que de manera delicada los nombro; tomando un trocito de conciencia y conocimiento de cada familiar, compañeros de trabajo, de estudios, amigos y personajes, que de una manera u otra se han relacionado conmigo.

Es necesario recordar, honradamente con la verdad, no olvidar los acontecimientos, experiencias, triunfos, fortalezas, debilidades, sueños, deseos, momentos felices, angustias, lágrimas, risas; en la vida que empieza precisamente con la concepción e inicio de la memoria, con ese acontecimiento inicial del ser humano, que prosigue con la concepción, fecundación y luego el nacimiento y que concluye con la muerte, dos hechos que no se pueden escoger, no se elige la cuna, las características físicas, psíquicas y biológicas, el sexo, la Familia, el lugar geográfico donde nacer; y no se sabe cuándo se presenta la muerte a una cita ineludible y sin previo aviso, en la que desaparece la persona, para convertirse simplemente en un cuerpo inerte, despojado de alma, un conjunto ausente de color, de luz, con la presencia de rigidez cadavérica, de huesos, tejidos, órganos y líquidos que empiezan a descomponer, a merced de los funerales de cuerpo presente, o a la cremación montón reducido de tejidos y huesos, a un granulado gris como trozos plateados de arena; muchas veces el cuerpo por muerte presunta por desaparecimiento, obliga con el tiempo y el trámite judicial, a sentenciar e inscribir una muerte diferente de la natural o violenta, sin que exista cuerpo presente.

Es fundamental distinguir el nacimiento, de la muerte; el primero no es un hecho voluntario, y que determina el aparecimiento de la persona, con su personalidad, derechos y obligaciones ante la Ley; y la muerte, hecho no escogido a capricho y que desaparece el concepto jurídico de persona.

Que hechos maravillosos ocurren antes del nacimiento, que no están en mi memoria de evocación, lo que fueron contados en reuniones familiares y posteriormente por mis queridos Padres, por mis tíos y abuelos, casi todos ellos que descansan en paz y han sido reemplazados por sus consanguíneos descendientes.

Mi Madre, que Dios Tenga en su seno, que se llamaba María Cecilia, hija de Padres católicos, miembro de una numerosa familia y de catorce hermanos, siendo la décima, mis abuelos determinaron por sus habilidades y carácter, inteligencia y belleza, que debía estudiar en el convento de las Madres de la Inmaculada concepción, Divina Providencia y Caridad, a donde le internaron a sus quince años, la educación rígida consistía, en clases de Religión, castellano, aritmética, música, dibujo, diseño y artes manuales de bordado y confección; mis abuelos asistían el domingo a la capilla de las monjas de la caridad situada en la Recolecta, a oír misa y a visitar a su hija, abrigando la esperanza con complicidad de las monjas, a fin de que se decida a optar por ser novicia y futura religiosa de esa Orden; la atención de mis abuelos se centró en su hija, y las visitas iban acompañadas de dulces, chocolates, golosinas y materiales para el bordado y la costura especialmente adquiridas en el almacén kiwi y el Globo de Quito, en donde se vendían artículos importados de Europa; sin embargo de las atenciones y halagos de sus Padres, mi Madre tenía nostalgia de su hogar, de su casa, de sus hermanas y hermanos, su aplicación y educación que recibía, siempre se desviaba, con la tristeza, con la nostalgia de su hogar y su decisión no estaba fijada hacia la vocación religiosa, por más insistencia de su tutora Abadesa. En el año de 1937, la joven interna, muy aprovechada de la rígida educación religiosa, iba creciendo en ideas, físicamente se iba convirtiendo en mujer, y con su habilidad, producía hermosas confecciones y bordados, que garantizaban el título de modista, pero a la vez un carácter fuerte, una delicadeza, un gran talento y una profunda creencia y amor a sus Padres y familiares y una gran fe en Dios; pero no sabía lo que le esperaba en el futuro, en especial al graduarse de modista y retornar al seno de su hogar; época en que los Padres únicamente se preocupaban de educar a los varones y posiblemente hasta que se gradúen de Bachilleres, mientras que las mujeres terminaban la escuela y se incorporaban a las tareas de la casa.

En otro medio geográfico del Ecuador, en otras Provincias vivió mi Padre José Gilberto, con mis abuelos paternos; a los que conocí en vida al igual que a mis abuelos maternos. Personas trabajadoras, honradas, sencillas y muy cariñosas con sus nietos. Prosiguiendo con mi Padre, que tuvo un hermano y dos hermanas, al adquirir mayoría de edad, le gustaba mucho la mecánica cuando vivía en Guayaquil, era un soltero dedicado a su trabajo en el taller, al deporte, en especial el fútbol, y voleibol nacional, fue contratado a Galápagos, en donde destaca su oficio en la base de Baltra, en posesión de los Americanos y despierta su interés por los motores de avión; lo que con el tiempo le serviría para ingresar a la incipiente Fuerza Aérea ecuatoriana, que inicia con el gobierno del Doctor José María Velasco Ibarra.

La invasión peruana de 1941, determina que mi Padre, que se llamaba JOSÉ GILBERTO ALMEIDA PATIÑO, se presente en Guayaquil a las filas del Ejército Ecuatoriano en calidad de voluntario, siendo destacado a Chacras, en la Provincia de El Oro y zona del conflicto bélico, rápidamente fue adiestrado en tareas militares y con el puesto y función de soldado ayudante de ametralladora, después de un ligero adoctrinamiento e instrucción. Al producirse una ofensiva en gran escala, el Ejército peruano, apoyado por aviación, mi progenitor en su tarea de pasar las cintas de munición al Sargento tirador y jefe de pieza, es cercenado por la metralla peruana y bañado en su sangre, mi padre que formaba equipo y estaba a la orden de su comandante muerto a bala, se da cuenta de que a su alrededor solo hay cadáveres, abandona la trinchera, en medio de fuego nutrido, y estallidos de granadas de mortero, comenzando su éxodo y retirada con dirección hacia Guayaquil, en una retirada desorganizada y desesperada, en aquel año de 1941; no habían carreteras, y en su evasión y escape es testigo de saqueos, muertes, y después de sesenta días logra llegar a Guayaquil en donde es auxiliado por la Cruz Roja y las damas de Guayaquil; desde luego está en problemas, sin trabajo, desorientado; pues se habla de que no hubo abastecimiento ni de municiones, peor aún de alimentos y otros elementos logísticos para hacer frente al enemigo, hay desorganización dentro del Ejército y la Marina, hay desconcierto y caos en el Ecuador, ante lo cual mi Padre viaja a Quito en busca de trabajo.

LA MEMORIA DE EVOCACIÓN DE LOS PRIMEROS AÑOS.

5 de Octubre de 2007

Al continuar con el relato de mi memoria, al recordar aquellos momentos gratos de reunión con mi Madre Cecilia María, con mi Padre José Gilberto, mis seis hermanas; Guadalupe Esmeralda, Nancy, Ada, Maritza, Mónica Patricia, Gina Elizabeth; y, mi hermano Gilberto Fernando; los que nos contaban los acontecimientos de su vida, momentos felices con mi Padre, se establece que dos personas, un hombre y una mujer, nacidos en lugares geográficos diferentes, convergen en un Domingo a oír misa, en la capilla de las monjas de la Caridad, en la Recolecta, junto al Ministerio de Defensa Nacional y antes sede del primer Colegio Militar, frente a la calle Vicente Maldonado, en Quito; mi Madre con su uniforme, azul celeste y blanco, de los colores de los hábitos de las monjas, con su tocado blanco, mantilla de seda, guantes blancos adelante en las primeras filas de las bancas de la capilla, junto con sus profesoras monjas, que dirigen el rezo y el canto, en la misa y mi Padre, a la derecha, oyendo misa y dirigiendo su atención a aquella estudiante señorita, uniformada; al concluir la ceremonia, todos los feligreses se retiran al parque de la Recolecta, frente al Ministerio de Guerra y Colegio militar, hoy el Ministerio de Defensa Nacional, a departir con sus familiares.

Es un día claro, el sol refulge en Septiembre y mis abuelos Eliseo y Zoila con mi Madre y alguna de mis tías, en la visita a la interna, conversan de las actividades de mi Madre y su pronta graduación, le entregan una canastita, tapada con un mantel blanco bordado, algunas golosinas, aparte de algunos materiales e hilos; muy cerca del grupo mi Padre, penetra con su mirada y admira en silencio, pero siente una enorme curiosidad y atracción por la belleza de mi Madre, la que no es ajena a su cercanía y miradas; al finalizar la visita, mis abuelos se retiran a su casa, momento en el cual en forma rápida mi Padre se acerca a mi Madre, le saluda y le ruega le dé su nombre y la oportunidad de ser su amigo y de verle el próximo Domingo después de misa, lo cual ella acepta, pero desde ese momento los dos ingresan a sus corazones; porque en forma casi detallada y con cariño recuerdo estos pasajes de la vida de mis Padres, desde que se conocieron, porque simplemente siempre me interesé y pregunté todo detalle de la vida de mis progenitores, siendo aún más importante señalar que fui su primer hijo, ellos descansan en paz, en el Parque de los recuerdos en Quito.

Como no señalar que en aquella época, era privilegio de los varones, el estudio, siendo la meta el Bachillerato y muy pocos accedían a la Universidad; siendo raro que un hombre viajara en especial a Europa; pues, las mujeres apenas terminaban la Escuela y luego se dedicaban a los quehaceres domésticos, con miras al Matrimonio, y desde luego las parejas que contraían Matrimonio eclesiástico y civil, eran apenas púberes o menores adultos.

Muchos domingos y casi en secreto mis futuros Padres se veían por minutos, pues, en especial el celo de mi Abuelo paterno era exagerado y por su vivo interés de que mi Madre sea religiosa. Al graduarse mi Madre, la Abadesa, insistió en que mi Madre sea Religiosa, mientras tanto sea profesora en el convento; pero la decisión de ella y su aspiración era la de trabajar en su propio taller, en diseñar vestidos de mujer, en estar cerca de sus Padres, en ganar dinero con su profesión, en comprarse máquinas Singer y materiales, en tener a sus órdenes jóvenes aprendices; sus sueños concordaban con la libertad y de madurar a su pronta mayoría de edad.

Mis queridos y recordados Padres, estaban enamorados y decididos a casarse, a empezar una vida juntos únicamente con el respaldo de sus ilusiones, esperanzas y su juventud; mi Padre había logrado por sus habilidades de mecánica en motores, ingresar a la Fuerza Aérea Ecuatoriana, mientras tanto mi Madre, a más de su taller de modas, había ingresado de empleada privada en los Laboratorios LIFE; seguros de su profundo amor, decidieron comunicar a mis Abuelos maternos y paternos de su Matrimonio, a fin de que con su bendición se efectuara la ceremonia, en la misma capilla de la caridad donde se conocieron. Mis abuelos paternos ante la noticia, se pusieron felices; pero, mis abuelos maternos tuvieron una reacción diferente y en contra de mi futuro Padre; ante esta controvertida reacción, ellos decidieron unir sus vidas y con pocos invitados en los que constaban los testigos, una tía y las hijas primas hermanas de mi Madre, y se unieron en Santo Matrimonio, en el año de 1944, en la Iglesia Católica, inmediatamente después del Matrimonio Civil, empezaron su vida de Familia.

Así empieza su vida matrimonial, con escasos recursos de parte de mi Padre, que incursionaba por sus habilidades en la reciente creada Fuerza Aérea Ecuatoriana, en una carrera difícil y sacrificada, y mi Madre compartiendo necesidades y sacrificios con su cónyuge, quienes ante un panorama de dificultades, tuvieron su primera alegría, la concepción de mi Madre, del que relata como primogénito y ante la alegría y orgullo de mi Padre; los dos se sintieron realizados, esperaban el nacimiento de un integrante de la Familia, un hijo o una hija, lo esperaron con ansias; mi Padre proveía las lanas, el algodón los hilos, las cintas, las bayetas, que mi Madre hábilmente iba convirtiendo con su habilidad en prendas del infante, en frazaditas, pañales, cobertores, fajas, soportes de cuello, gorritas, blusas, escarpines y guantes de diversos colores desde el blanco, al azul celeste, verde agua, rosa; con bordados, los que fueron coleccionándose y aumentándose con los regalos de los familiares, a excepción de mi enojado abuelo paterno Eliseo, quien no se resignaba, haber perdido a su hija la más querida, sin disimular la antipatía por mi Padre, un hombre trabajador, dedicado a su hogar, de suaves modales, respetuoso y con un gran corazón; el modesto y pequeño departamento que habitaron mis Padres, se vio incrementado con una pequeña cuna de madera y dos grandes canastos de mimbre, uno de mi ropa y otro que con el tiempo serviría para acumular mis juguetes de madera y de latón de esa época.

Al producirse mi nacimiento en el "Hospital Vaca Ortiz", de Quito, el día 14 de Julio de 1945; coincidiendo con el día y mes, aniversario de la Revolución Francesa; en un parto normal, fue un día de alegría y felicidad para mis progenitores y familiares, me incorporaba a la vida como persona, con plena vitalidad y viabilidad, con personalidad propia y receptor de derechos y de obligaciones como establece la Ley.

En el trabajo de mi Madre, le apreciaban por su eficiencia y por tratarse de una mujer joven de gran presencia y carácter, cumplidora de sus obligaciones con celo; por lo que alternaba mi urgente necesidad de alimentarme, con leche sintética que recién salía al mercado de procedencia extranjera, con las vitaminas que le proveían en Laboratorios "Life"; cuando me dejaba con una señora a su cuidado, y con su leche materna, al salir y regresar de su trabajo. Sin embargo mi nacimiento marco curiosidad de parte de los hermanos y hermanas de mi Madre y en especial de mi abuelita Zoila, a quien recuerdo mucho, como una Madre abnegada, pero sujeta al temor reverencial a mi abuelo, hombre trabajador, religioso y muy disciplinado; hoy hablare del perfil de mi abuelita para oportunamente describir a mi abuelo; el recuerdo y la figura, la voz y el cariño de esa mujer santa es nítido, a mi memoria de evocación, alta, de tez blanca, de rasgos finos y de vitalidad, su pelo negro, sus ojos verdes obscuros, su sonrisa y su voz acariciadora solo conocía de bondad; Madre de catorce hijos, que fue asistida en los alumbramientos naturales por mi abuelo, en forma especial y prolija; siempre tuvo para mis Padres y para mí un especial cariño.

Vivía con mis progenitores como en el cielo, fui bautizado, y mis nombres fueron MARCELO BOANERGES, este último nombre extraído del "Mártir del Gólgota", de Escriche, nombre bíblico y de poesía que descubrí cuando me convertí en adulto; la mujer que me cuidaba, mientras mis Padres trabajaban, había tenido un hijo un poco mayor, al que daba el alimento y biberones que a mí me correspondían; encontrándome en una de esas tardes frías de Quito, en pleno llanto y tratando de extraer viento, de un biberón vació, tanto aire había absorbido, que se me habían infectado los oídos, dolencia que fue subsanada con antibióticos y con gotitas de leche materna en los oídos, los cuales se sellaban con lana de bobino; yo fui el culpable para que mi Madre abandone su trabajo temporalmente y luego definitivamente, para dedicarse a mí, al hogar y a su taller de modas.

Recuerdo el contorno de la casa de mi tía Betzaveth y su cónyuge Francisco, en donde arrendaban el departamento mis Padres; recuerdo un carro Ford de mis primos, ya mayores; la gran canasta de mimbre llena de juguetes tradicionales, con pelotas de cuero, caballitos de madera, trompos, zumbambicos, canicas de diferentes colores y tamaños comprados en el almacén "El GLOBO", de la calle Guayaquil, los muebles indispensables de madera, el armario para la ropa, las sillas de la sala, la cocina en donde el principal utensilio era el reverbero de gasolina alemán; el patio era de tierra en donde los niños jugábamos y nos divertíamos ajenos a los problemas de nuestros mayores; el tren de carga y de pasajeros que circulaba a Quito y venía de Ibarra, nuestro Barrio Alpahuasi, en el sector del "Pobre Diablo", en donde vivían alrededor las familias, la estación de Chimbacalle era la llegada y Terminal ferroviaria, había en la Parroquia una Iglesia, con imágenes antiguas, la casa parroquial y el mercado; recuerdo mi primer jardín de infantes, amplio, lleno de plantas en la que se destacaban las palmas de racimos de cocos chilenos y de los cocos secos caídos por la lluvia y el viento, nos disputábamos los niños. El tren con su locomotora y los tranvías, de rojo y negro traídos del extranjero, anunciaban la madrugada, la tarde y la noche, su silbato y paso rápido y alegre, destacaba, clases de carga de segunda y de primera y hasta había personas que viajaban sobre los vagones, en el techo de los vagones; con el tiempo mi primer viaje fue de Quito a Ambato, cruzando los nudos, las cordilleras, los valles, los ríos, ante la vista majestuosa de los nevados como el Antisana, Corazón, Cotopaxi y Tungurahua, a lo que me referiré con más detalle y que fueron el preámbulo de los viajes de mi vida fuera del territorio Nacional.

En los años de mi infancia recuerdo con estremecimiento, nostalgia, angustia, temor, sorpresa y hasta miedo, cuando mi Padre camino a su trabajo me dejaba en mí segundo jardín de infantes de la Ronda, al fondo de la Iglesia de Santo Domingo y después de bendecirme y abrazarme me dejaba con las profesoras y se iba a su trabajo, para recogerme en la tarde y llevarme a casa muchas veces dormido.

El Jardín de infantes nuevo, era amplio, pero con un gran desnivel, un acceso más alto, un camino en zigzag descendente, y al fondo un gran patio, las aulas, cocina y comedor; pasábamos los niños en clases de manualidades, moldeando plastilina y haciendo formas de animalitos y personas, reconociendo colores, armando rompecabezas, dibujando, todos con mandil blanco sobre nuestra ropa de diario; en el comedor nos enseñaban la forma correcta de utilizar los cubiertos, de cómo masticar, ingerir los alimentos, a rezar antes de servirnos las comidas; como lavar y desmondar las frutas, así el guineo al que se le abría y se hacía tiritas en número de seis por partes según se lo consumía; a beber agua y la leche tibia que nos daban a las diez de la mañana, después del desayuno de las ocho de la mañana; a realizar en forma independiente o con ayuda las necesidades biológicas; a cantar, a jugar en grupo, a realizar la siesta obligada; pero gozábamos jugando en el transcurso de los diferentes recreos, en especial en el patio y terreno pendiente de pasto natural, cuyo camino tenía como limitantes y adornos piedras blancas pintadas con cal; en esa mañana estábamos un grupo de niños en la cima y la mayoría en las partes bajas y en el patio, en el juego de resbalarnos a lo largo de la pendiente, en eso estaba cuando al perder el equilibrio instintivamente estire los brazos hacia atrás para sostenerme pues caí de espaldas y me deslizaba rápidamente, cuando mi mano alcanzó una piedra, redonda y de gran tamaño, la misma que al salirse de su oquedad rodó cuesta abajo, me sobrepasó rápidamente y golpeo y rompió cabezas a varios niños; nadie se enteró de mi travesura involuntaria, accidental, pero se convirtió esa mañana en un hospital el centro infantil, y desde esa ocasión trataba de tomar buena distancia con las piedras, pues vi a mis compañeritos, heridos, rotos la cabeza, vi sangre, llanto y dolor, que había provocado sin quererlo, nunca avise de este hecho a mis padres pues me sentía culpable y tenía mucho miedo.

La provincia De Tungurahua, Ambato, Izamba y el tren

Cecilia María, mi Madre, por causa mía, tuvo que salir de su trabajo en "LABORATORIOS LIFE" y en nuestro pequeño departamento dedicarse a la costura, en especial de ropa de mujer; mientras mi Padre, enrolado en la Fuerza Aérea ecuatoriana, trabajo en la base aérea de Tulcán, en el Puyo, en Ambato, luego en Quito, localizada al norte de la ciudad, antes de Cotocollao y luego en el Ministerio de Defensa Nacional; no sin antes estar de uniforme en la Base aérea de Tulcán, en la Provincia del Carchi, cuyas fotografías conservo en el albun familiar y en cuyas destinaciones o pases mi Madre se quedó en Quito con sus hijos, mi padre venía a visitarnos en avión y otras cruzando ida y retorno por carreteras empedradas, en bus, que demoraba su trayecto muchas horas; recuerdo vagamente el trayecto a Tulcán, despierto y dormido por el cansancio, en especial cuando el bus se detenía en Ibarra y se anunciaban por los vendedores las nogadas y los helados de paila; y en el Chota, cuando las mujeres de raza negra ofrecían en sus bateas sobre sus cabezas, pepinos, tomates rojos de riñón que se comía con un poquito de sal y los óbitos agridulces; el frio y los grandes sembríos de papas, con follajes verdes y flores violeta, el bus Ford de fabricación americana y de estructura de madera y la carretera empedrada, en Tulcán, la capital de la Provincia del Carchi, majestuosa ciudad, colgada en los Andes y fronteriza con Ipiales, de Colombia, donde residían mis abuelos paternos y mi tía soltera Beatriz y el paso a Ipiales.

Ya en mi primer grado, mi padre fue dado el pase a la Base aérea de Ambato, con funciones en Izamba, una pequeña población, con iglesia, escuela y Aeropuerto, llegué junto con mis hermanas menores Guadalupe y Nancy a esa unidad de la Fuerza Aérea, en donde había un jefe de aeropuerto y tres militares más con sus familias, incluido mi Padre, habían muchas villas nuevas, ocupamos una de ellas, el lugar era amplio, con tierras cultivadas alrededor, con mucho aire puro, frutales y esa quietud propia del campo, el pueblo quedaba a unos tres kilómetros, los campesinos vecinos muy cordiales, nos ofrecían sus productos, leche recién ordeñada, huevos, gallinas criollas; mi madre compro una oveja blanca, que le nombramos "Panchita", con la que jugábamos y correteábamos, y a la que contado un año, parió un machito, de color negro; lo novedoso eran los aviones militares C-45, gamberra, yunquer y piper de combate que despegaban y aterrizaban, con misiones diferentes, de adiestramiento de pilotos nuevos, con carga, en especial calzado y otros manufacturados en Ambato y otras mercaderías, hacia Quito, así como encomiendas y pasajeros, siendo mis juguetes preferidos, la escalera metálica del avión, los seguros de las llantas y toda una pista de aterrizaje, de vez en cuando, ingresaba a la torre de control y observaba al radiotécnico como se comunicaba por radio y por clave Morse, y como dirigía los vuelos hasta su aterrizaje y despegue; frente a nuestra villa estilo americano, había una gran propiedad de agricultores, que asiduamente nos visitaban trayéndonos, granos tiernos, huevos, pollos y frutas, que mi Madre lo retribuía, con sal, azúcar, arroz, fideos, sardinas y dinero en sucres.

En mis ratos libres acudía a esa propiedad y a las del contorno, para subirme a los árboles a granear, a comer manzanas, peras, duraznos, capulíes, pero sin la precaución de lavar las frutas, lo que en adelante sería la causa de una fiebre tifoidea, que casi me causó la muerte.

Me acostumbre a caminar cuatro veces al día, para ir a la Escuela del pueblo, todos mis compañeritos y compañeritas eran hijos de campesinos, muchos de ellos sin zapatos, a los cuales iba encontrando en el camino, o nos despedíamos al regresar a nuestras casas, en la mañana llevaban los niños un cucayo, envuelto en tela y consistente en choclo u otros granos, que normalmente me convidaban; las primeras veces me acompaño a la Escuela mi Padre y otras me iba a traer, gozaba de las caminatas por el camino lleno de polvo, veía correr el agua por las acequias de riego, junto a los tapiales de tierra, contemplaba los campos llenos de verduras, en especial: col, remolacha, zanahoria, lechuga, col y flor, ají, culantro, flores, en medio de árboles frutales en flor o con los frutos maduros; el ambiente se complementaba con el ladrido de los perros, el rebuznado de los burros y mulas, el mugir del ganado, el canto de los pájaros y el graznido de patos y canto de gallos, la presencia de borregos estacados comiendo yerbas frondosas, en ocasiones junto a mi Padre, enderezábamos el camino por propiedades cultivadas de esta manera, mi padre con uniforme kaki, de militar con las águilas doradas en sus solapas y de cristina azul de miembro de la Fuerza aérea, nos deteníamos a dialogar con los campesinos, que generosos, tomaban lo que tenían y nos mandaban obsequiando; nunca utilice una gorra mi piel era tostada por el sol, a veces cuando llovía apresuraba el paso, me sabía de memoria, recovecos, árboles y demás para guarecer; en el campamento militar de la FAE, habían otros niños con los que constantemente jugábamos y estábamos en contacto.

Mi profesor de primer grado, el señor Vargas, era el Director de la Escuelita, y desarrollaba su labor con dos profesores más, aprendí a leer y a escribir perfectamente y como los cursos eran contiguos, aprendía lo que les enseñaban a los alumnos de segundo y tercer grado, aprendí a sumar, restar y multiplicar, historia, geografía y educación de cultivo de la tierra, estudiando uno a uno los productos del lugar, así el profesor decía, para mañana vamos a estudiar el maíz, todos los niños traigan una planta con el choclo incluido, así el huevo, la lechuga, la zanahoria, la papa, productos a los que estudiábamos en directo, mientras que una gran canasta al rincón del aula se iba llenando de los frutos estudiados; sembramos maíz en un terreno contiguo de la Escuela, preparando previamente el terreno, a un tiempo debido desyerbamos y cosechamos, ese día cocinaron choclos y nos sirvieron, era nuestra obra. Todas las mañanas cantábamos el Himno Nacional, así como la canción Patria Tierra Sagrada y otras, aprendí Civismo y educación física; no teníamos uniforme, utilizábamos nuestras ropas de diario, nos enseñaron normas de urbanidad, a saludar a los mayores, en voz alta, con la mano y hasta con una venía, normas de aseo y de educación; al finalizar el año, después de los exámenes individuales, en nuestra aula, llenas las paredes de trabajos manuales, con la presencia de un Inspector escolar, todos querían intervenir a las preguntas de nuestro profesor, que se hizo muy amigo de mi padre, que consiguió en el día de la Fuerza Aérea, que muchos compañeros y compañeras mías disfrutarán de un corto vuelo sobre Ambato, en un avión C-45 Bimotor; salimos del avión emocionados, unos mareados y otros como si hubieran recibido el mejor regalo o juguete, personalmente yo, me aferre al cinturón de seguridad, mirando por la ventana, el firmamento, las nubes hacia abajo tierra, estaba sumamente nervioso e impresionado era mi primera vez, no sabía que el destino me depararía ser paracaidista.

Después de la sabatina de mi grado, en compañía de mi padre asistí al segundo y tercer grado, a las sabatinas y con admiración de mi padre contestaba a su oído las preguntas que les hacían a los niños examinados; siempre mi viejo me acompaño en muchos momentos de mi vida, lo recuerdo con gratitud y cariño y ruego a Dios por su alma.

Creo que la motivación de mis Padres para adquirir una casa, en la ciudadela Ferroviaria en Ambato, fueron las amistades, el clima y lo bien que vivimos en Izamba, en el Aeropuerto; además que cuando mi Madre estaba embarazada, salió desde Izamba al Hospital de Ambato de urgencia, y mi Madre dio a luz en el trayecto, pasando el puente del socavón sobre el río Ambato, a mi hermano varón, que le llamaron GILBERTO FERNANDO ALMEIDA FIGUEROA, el cuarto hermano; estadía que para mí fue muy triste, pues papá trabajaba en el Ministerio de Defensa Nacional en Quito, vivía arrendando un pequeño departamento en San Sebastián, mientras mi Madre, mis dos hermanas, mi hermano y yo, permanecimos en Ambato en la casa nueva por más de dos año, e increíblemente en esa época la carretera empedrada y la transportación era lenta, más la pobre economía de mis papás no dejaba medios económicos para sus viajes a la casa; mamá cosía ropa de mujer, en nuestra casa arrendó parte de ella y se ayudaba con el arriendo, opto por las responsabilidades de mamá y de papá, con cuatro niños, yo estaba en sexto grado y realmente a esa edad de 11 años, yo me daba cuenta de que escaseaban los alimentos, mi Madre siempre callada y triste, se desesperaba por atendernos, pero definitivamente el hambre se hizo presente en la casa. Ante esto, yo recordaba aquellos días en Izamba, con nuestra despensa llena, víveres variados, leche fresca, quesos, huevos criollos, toda clase de verduras y frutas, carne de res, de borrego, de gallina, cuyes y patos; y alenté con mis ideas a mi mamá y le pedí un día que hacíamos compras en el mercado, que me compre, plantas de col, de lechuga, de zanahoria y remolacha; que compre un gallo unas dos gallinas un pato y dos patas; pues en el patio de la casa había una buena porción de terreno y hasta había un árbol de reina claudia, que al podarle el siguiente año floreció y cargo mucha fruta, y en sábados y domingos así como en momentos libres, utilizando un pico, un azadón y una pala, bajo la mirada de mi mamá y de la curiosidad de mis hermanos, puse en práctica lo aprendido en primer grado en Izamba y luego de aflojar el terreno descansado, hice los guachos correspondientes y sembré las plantas, todas las mañanas antes de ir a la Escuela las regaba con agua potable, de la llave, y los residuos iban a almacenarse en un improvisando estanque de tierra, en donde los patos, gallinas y hasta un pavo y pava que se incrementaron después, todos pequeñitos, me había comprado mamá; y a todos ellos les hice un cómodo refugio de palos que habían sobrado de la construcción de la casa y sendos tasines de paja de páramo, en una esquina de la propiedad, que compartían todos. Inclusive con escaleritas y palos altos, para que suban las gallinas; conforme crecían mis plantas, sin ningún abono, únicamente el de las aves, estas crecían y en especial el gallo, que abrazaba a las gallinas, a las patas y a las pavas, que se iban incrementando comprando polluelos, y ya mamá podía disponer de huevos para el consumo, para la espumilla o rompope por las tardes y de alguna ave para los almuerzos o cena; pero además coleccionaba y cuidaba de que los tasines sean abarcados los huevos, a los cuales les hacíamos cambios con mis hermanas y hermano menor y así resultó que una gallina empollo y abarcó a pollitos y patos; la pata salió con patitos y pollos y la más alarmada era la pava, con la presencia de pavitos, pollos y patos; les alimentábamos con maíz molido, chanca y agua potable, a la que le agregábamos cebolla paiteña roja, ajo y limón, para que no les entre el mal; nuestros vecinos, le compraban aves a mamá y ella con parte de las ventas, compraba más polluelos y alimento para las aves y para nosotros; era grande mi orgullo y emoción al contemplar un multicolor rojo, verde en mi chacra, las coles grandes y frondosas, las ramas de verduras verdes y grandes; que íbamos consumiendo y enseguida sembrando más plantitas; ensaye con un guacho de papas, y tuve éxito; en parte solucionamos el problema de la alimentación, pero nos faltaba la presencia de nuestro Padre, en esa época inclusive fui con mis dos hermanas a recorrer propiedades vecinas a recolectar verduras o frutas; en alguna ocasión se me ocurrió hacer un gran balde de jugo de naranjilla y con un cucharón y tres vasos, me dirigí al mercado el lunes, a vender esos refrescos, acabamos de vender todo el contenido del recipiente y al llegar a casa, mamá al recibir unos pocos sucres, lloró y nos pidió que nunca más hagamos eso; reflexiono y recuerdo estos pasajes de mi vida, junto a mis Padres, hermanas y hermano, con estremecimiento en mi alma, pero con gratitud inmensa hacia mis padres, que me dieron la luz y la iniciativa para vencer las adversidades de la vida, hasta cierto punto fui callado, raras veces comunicativo, siempre pensando en los problemas económicos de mis padres, en el bienestar de mis pequeñas hermanas y hermano menor, buscando desesperadamente un camino, una solución, ante la ausencia de ayuda de familiares que gozaban de excelente posición económica, que nunca nos visitaron, peor se preocuparon de nuestra situación, sin embargo que fortaleza y fe de mis padres que no se quedaron con cuatro, tuvieron a continuación cuatro hijas más, Adita, Maritza, Mónica y Gina; a mis siete hermanos no los he vuelto a ver más, ya sea por su ingratitud, por la lejanía en la que vivimos cada cual con sus familias, pero en forma inexplicable ellos dejaron de comunicarse conmigo, se enojaron sin causa alguna, a veces pienso que perdieron el sentido de la hermandad o de ser integrantes de una familia, pues yo agote los esfuerzos necesarios y no ha faltado de mi parte, ahora no se ni dónde viven, ni sus direcciones o teléfonos, quizá este sea el medio para que nos unamos cuando lean mis memorias y den fe de la veracidad de mis palabras, que brotan de mi inteligencia, memoria y corazón.

La escuela

Cumplía casi los seis años, cuando mi Padre fue asignado al Aeropuerto de Ambato, a cargo de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, cerca de un pueblito llamado Izamba, en la Provincia de Tungurahua, del Cantón Ambato; partimos de Quito con nuestras maletas, con mi Madre y mis hermanas Guadalupe y Nancy, al llegar a este Terminal aéreo, en medio del campo, de sembrados de verduras y frutas, nos alojamos en una villa muy amplia; me matricularon en la Escuela del pueblo, en primer grado, la escuela era mixta y funcionaba de mañana y tarde, distaba de la villa, frente al aeropuerto donde nos alojamos, unos tres kilómetros, a lo largo de los cuales todo era sembrados en especial de verduras y árboles frutales de manzana, pera, tomate, reina claudia, albaricoque, frutillas, durazno y capulí; a los cuales siempre estaba trepado, disfrutando de los sabores de las frutas y leyendo los libros escolares y estudiando, cambiando a gusto de rama.

La actividad en tiempo de Escuela y clases, comenzaban muy temprano, cuando una mujer dejaba la leche recién ordeñada a Mamá, yo era el mayor y tenía que caminar a la Escuela de mañana y tarde; en el camino polvoriento me encontraba con mis compañeritos y compañeritas, con los cuales caminábamos, jugábamos y reíamos, en ocasiones nos mojábamos con la lluvia, y ellos compartían sus ricos cucayos, yo les intercambiaba con chocolates, con maní y tostado enconfitado; la escuelita diagonal a la Iglesia y frente a los pocos negocios o tiendas y fondas así como casas particulares, en donde predominaban los tapiales gruesos construidos con lodo y paja, encerraban huertos fragantes y casi siempre en flor; era el perímetro de la plaza central, de tierra y en donde se organizaba la feria de fin de semana, con afluencia de los moradores de ese sector; mi profesor el señor Vargas, ambateño, blanco y atlético, de bigote poblado, siempre vestía de terno y corbata; y a manera de batuta, tenía diversas tizas blancas y de color, con las cuales escribía las letras, palabras, números; dibujaba y nos enseñaba, recalcando siempre con la utilización de la memoria y la repetición colectiva; sus ojos cafés vivaces y pequeños penetraban hasta nuestro interior; los números y juegos se combinaban con clases de botánica, y prácticas de sembrío de diversas plantes en la chacra y cuidado de los Árboles frutales y extenso campo de la Escuela, nuestro profesor cada semana pedía que le lleven una determinada fruta, grano, producto de aves y lo estudiábamos en vivo, con todos los pormenores; las recitaciones y la geografía, la historia, la cívica, los canciones cívicas, Patria tierra sagrada y el himno Nacional, la orientación y la educación física, que compartíamos con los otros estudiantes de Segundo a Sexto grado, despertó mi interés y a fin de año, me encantó asistir a la sabatina o examen oral general con el segundo y tercer grado, junto con mi padre; escribíamos diariamente, hacíamos las tres operaciones y leíamos en casa y en la Escuela; aparte que coleccionaba revistas de Tarzan, el halcón negro, la pequeña lulú, Dick Tracy, de Corín Tellado y cuanto caía en mis manos, aparte de los cuentos e historietas que Papá me traía cuando viajaba a Ambato o a Quito; pero a la par con mi afición a la lectura, mi afición por el dibujo siempre me dominó y trataba de reproducir a lápiz, todas las figuras que me impresionaban, en especial las pocas gráficas de los periódicos, como "El Comercio". Mi mente volaba, en especial cuando hice mi primer viaje en avión partiendo de la pista aérea de Izamba, en Ambato, diez minutos con otros niños del sector, en un avión bimotor C-45, quedé tan impresionado, que en tierra, alrededor de la villa que habitaba con mis padres y hermanos, con lo que había a la mano, hacía mi avión y yo era el piloto; muchas ocasiones en especial en la tarde mi Padre me recogía en la Escuela del pueblo y regresábamos a casa, en línea recta, cruzando chacras, sembríos y frutales, mientras cruzábamos saludaban a mi progenitor, vestido con el uniforme de la Fuerza Aérea ecuatoriana, luciendo sus aguiluchos metálicos dorados; y, generosos nos ofrecían productos del lugar, verduras, frutas, huevos, quesillos, leche, gallinas, cuyes; demostrando confianza y aprecio de parte y parte. Unas dos veces, asistí a fiestas particulares de los campesinos vecinos, en donde la chicha de jora, el licor de caña y las comidas eran ricas y abundantes, al son del arpa que diestramente tocaban todo el tiempo y habilidad que tenían muchas familias campesinas; nunca vi a mi Padre borracho, era joven, muy comunicativo, jovial, siempre tenía una sonrisa en los labios, era un padre ejemplar y amoroso compañero de mi Madre; quien en esa época se embarazo de mi hermano Gilberto Fernando, el que nació camino al Hospital de Ambato, en el Socavón sobre el río Ambato; y para mí y mis dos hermanas fue una sorpresa, a los ocho días la incorporación de nuestro hermanito menor, al hogar.

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