Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

El hijo póstumo (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16

La vida de niño, la más feliz, sin preocupaciones, con un clima templado tibio, sin que nos falte nada, pues gozábamos de una excelente vivienda, amplia, donde había abundante agua potable y luz eléctrica, siempre oíamos la radio; y curioseaba en las instalaciones militares, en especial en la torre de control de vuelos; compartía los juegos con otros hijos de militares, expectaba como testigo presencial la actividad y trabajo de la base y de mi Padre, ingresaba a la torre de control, veía la salida y el aterrizaje de los aviones; hacíamos caminatas a los terrenos sembrados y en cosecha de maíz, fréjol, canguil, todos nuestros vecinos campesinos nos apreciaban y a veces acudían a la base y mi Madre les obsequiaba, sal, azúcar, arroz y otros víveres, pues ellos venían siempre con regalos; recuerdo una cría de oveja negra, que fue creciendo y hasta dio dos crías; que le pusimos el nombre de "Panchita" y con la que jugábamos todos los niños. Esta época feliz de mi niñez, fue abruptamente interrumpida con la presencia a nivel nacional de la fiebre amarilla y fiebre tifoidea, de pronto caí en cama y tenía fuertes temperaturas, por lo cual me separaron de cuarto y al tercer día como no reaccionaba, me llevaron mis Padres de urgencia a Quito, y directamente ingresé por emergencia al hospital "Eugenio Espejo", al área de Aislamiento; en el Ecuador estas fiebres eran plagas y que cobraban alarmantemente, muchas vidas; recuerdo vagamente con mi alta fiebre que el Doctor vestido de blanco, diagnostico enseguida que estaba infectado con la fiebre tifoidea, y ordenaba a una monjita mi internamiento, y que mis padres se retiren de inmediato, no sin antes instruirles que toda mi ropa debía ser incinerada, y que se tomen medidas sanitarias urgentes en casa, con mis tres hermanitos; hasta recuerdo que me sacaron mis ropas, me desnudaron y me pusieron una bata blanca, y me llevaron a una sala general, en donde había por lo menos unas sesenta camas y perdí el conocimiento por más de tres meses; entre ligeros fogonazos de mi conciencia, conocimiento y razonamiento recuerdo algunas cosas, siempre que abría los ojos, tenía la mirada enrojecida, el cuerpo caliente y mojado por la alta temperatura, por el sudor constante, tal vez alguna ocasión cuando me hacían ingerir vía oral, las pastillas blancas de cloromicetina, con las que se combatía la enfermedad, frente a mí cama un hombre alto, trigueño que me visitaba, después supe que era un Mayor, oficial de la Fuerza Aérea, también internado con fiebre tifoidea, piloto que se infectó en el Oriente y que mi Padre le había rogado me vea y le avise de mi estado de salud, y que traía del botiquín del trabajo las dosis para que me sigan administrando, casi sin esperanzas de que sobreviva, recuerdo sus pasos recios y tacones que lo identificaban en las visitas que me hacía, y muchas de las cuales dormitaba, o deliraba; era desesperante y todo parecía de noche, o parece que despertaba por pocos minutos en la noche y cuando la enfermera monjita, me tapaba con la sábana, posiblemente reaccionaba; era un cuadro desastroso, pues habíamos muchos niños enfermos, pocos se recuperaban, pues en una mañana al abrir mis ojos, vi casi inmóvil, asustado que sacaron el cadáver de un niño a mi izquierda, a otro después de tres camas a la mía; a otro niño de una cama frente a la mía, de un niño de más o menos diez años, que en su delirio por la alta temperatura el día anterior me insultaba y quería levantarse para agredirme; les llevaban las enfermeras de turno a los cadáveres cubiertos con las sábanas blancas que habían estado usando, a manera de sudarios; pues no se le permitía a los familiares las visitas; sentía mi cabeza ausente de pelo, me habían rapado, el cuerpo sucio y pegajoso, las uñas de los pies y manos ensangrentadas y crecidas, mucho dolor del cuerpo, falta de capacidad para abrir los ojos, ardor en los ojos, nariz, oídos, un estado de inanición y una dejadez total, debilidad en todo el cuerpo, apenas fuerzas para cambiar de lado, no pensaba en Dios ni en la Virgen Santa, había dejado de rezar las oraciones que me enseño mi Madre y tenía fijo el pensamiento de que pronto se presentarían en la mañana los enfermeros con sus bocas cubiertas para llevar mi cuerpo, al osario, en donde darían cura a la enfermedad, con el fuego; oía que cada pastilla de cloromicetina valía Cinco sucres, y volvía a perder el conocimiento, no me acuerdo de haber recibido alimento o líquido alguno, mis huesos eran más claros y ostensibles a mi pequeño cuerpo, me dolía mucho la cabeza, no podía, no tenía ánimo para nada, ni siquiera era capaz de pedir ayuda, no tenía apetito, mis labios estaban partidos por la pertinaz fiebre, cuando despertaba no quería abrir los ojos para no ver a los que en la noche fallecían y las enfermeras que dejaban vacía la cama y luego llegaba otro enfermo más a la sección de niños; empecé a perder las esperanzas de regresar a mi casa, de volver a ver a mis padres y hermanos, y empecé a conversar y a razonar poco a poco, pero siempre estaba presente el miedo y el temor a la muerte que me habían dicho era una señora con velos largos y negros, que su cara era una calavera y que tenía una larga guadaña, y que se presentaba cuando ella quería.

Empecé luego a darme cuenta que en la mañana a más de la pastilla milagrosa y costosa de cloromicetina, la monjita me aseaba mi delgado cuerpo con paños y agua caliente, con una tijera arregló mis uñas, las mismas que en mi desesperación y sin sentido casi me las había arrancado de raíz y estaban crecidas pero desfiguradas, otro día que después supe que era domingo, la enfermera me hizo ponerme de pie, habían transcurrido más de noventa días desde mi ingreso, eran las nueve de la mañana, eso decía un reloj de pared en un largo pasillo de piso de baldosas y paredes altas y blancas, como un túnel y me conducía al patio superior, pero en un momento en el pasillo, le llamaron a la mujer y está al soltarme del brazo, inmediatamente caí al suelo embaldosado del pasillo; mis padres le habían gratificado para que me conduzca y asome al jardín para que tome el sol de la mañana y ese día me asome a lo alto del jardín, donde pude ver a mis Padres llorosos y afligidos en la parte inferior de la instalación, que me hacían señas con sus brazos, apenas tuve fuerzas para contestar con la mano a mis queridos y sufridos padres, para luego nuevamente rodar por el piso en el jardín, corriendo por mis mejillas las lágrimas sin control, por la emoción de la dicha de ver a mis progenitores; pero al fin, Dios quiso mantenerme con vida, y me dieron de alta en el Hospital de aislamiento de Quito, me había librado de una muerte casi segura, el encuentro con mis padres fue dramático, lloraban al recibir el despojo de su pequeño hijo; inmediatamente subimos a un taxi y nos trasladamos y alojamos en la casa de mi tía Ubaldina, la hermana de mi mamá por unos días, mientras me recuperaba, y nuevamente me raparon la cabeza, esto por unas tres veces posteriormente y me aplicaban sangre de gallina y nutrientes de animales, poco a poco fui comiendo y recuperándome, hasta que regresamos nuevamente a Ambato, al trabajo de mi Padre, en circunstancias que después de un tiempo, le daban el pase al Ministerio de Defensa, en la capital.

Continué mis estudios primarios en tres escuelas de Quito, "Argentina", " Avelina Lazo" y "Central", hasta cuarto grado; y lógicamente todos extrañábamos Ambato, y con mis hermanos teníamos el dicho, " Nos vamos a Quito a comer poquito y andar alegres", pero recuerdo que estábamos unidos y ya éramos seis hermanos, llegando a ser en total ocho, con dos varones y seis mujeres, con el transcurrir del tiempo; casi todos asistíamos a la Escuela, pobremente subsistíamos, pero éramos felices; recuerdo con mucha nostalgia el fin del año lectivo y el comienzo a clases, cuando nuestros padres nos llevaban a la Plaza del Teatro Sucre, para comprarnos los zapatos, botines a los varones, y zapatos de hebilla a mis hermanitas, los que duraban todo el año, con un arreglo al zapatero remendón, los continuábamos usando; pero entrábamos a un local donde se vendía el dulce de higos con queso y las galletas de miel de abeja, que constituía el premio del aprovechamiento y pase de año en la Escuela.

La Escuela "La Avelina Lazo", mixta en donde desperté mi admiración y curiosidad por mis compañeritas, que eran de la misma edad pero más desarrolladas, inclusive una de raza morena, Delia Cosme; una indígena nativa de Latacunga Rosa Casame y una Guayaquileña Lorgia Vallejo rubia y de ojos verdes, con las que más jugaba, me llevaba, pero que no podían trepar por el pino central de la Escuela como lo hacíamos los niños como una habilidad y proeza, hasta el final de la copa del frondoso árbol, lo que estaba prohibido, nuestro Profesor, Director de la Escuela, el señor VALVERDE no solamente nos enseñó las materias propias de esa época, en dos jornadas, de mañana y de tarde, sino que nos enseñó en persona a cultivar un gran terreno junto a la Escuela y hasta el final del año a cosechar y cocer y servirnos los productos que habíamos sembrado; participaban en comedias y presentaciones mis compañeros, a mí por mi voz en el canto, siempre me escogían para las presentaciones, pero yo nunca asistía o me presentaba, era muy receloso, pero tenía además una libreta a manera de agenda, con forros de nácar verde de vitela, donde anotaba lo que me impresionaba, nombres apellidos, dibujaba a mis compañeras y siempre tenía predilección por Esthela y ella por mí, pues siempre jugábamos juntos, llegando a visitarme en mi casa en la calle Ambato; dibujaba a Lorgia Vallejo con sus ojos verdes y a Luís Yánez, los rubios de la Escuela; y las hermanas de Luís y su mamá, sabía que se dedicaban a acompañar a caballeros en las fiestas, esa era mi idea inocente de niño; y estas damas le acompañaban muchas veces a nuestro profesor; mi compañera morenita era la más alta del grado y la que dirimía cuando surgía una disputa o pelea a puño que era frecuente entre los niños, eso sí observando reglas, sin patadas y sin golpear al que estaba en el suelo; pero generalmente disfrutábamos del juego con trompos, billusos que doblábamos perfectamente con las envolturas de tabaco, Chesterfield, Luckie Strike, Camel y hasta de tabacos nacionales, como el Progreso de envoltura amarilla, dándoles un valor como el dinero, jugábamos a la bomba con bolas, cocos con rulimanes de acero, al churo con bolas de cristal, al territorio con pequeñas navajas, mientras las niñas jugaban a la mácatela, rayuela y nosotros persistíamos en los marros y con bolas de trapo el frontón y el fútbol, en conjunto al Primo, trepando el pino central, fortaleciendo brazos y piernas. Aprendí a manejar la bicicleta grande de papá, introduciendo por un lado del cuadro mis piernas, aprendí a patinar, no sin antes ser experto en la rueda con el gancho de alambre, a la cual no abandonaba, cuando tenía que ir a los mandados. En el Barrio de San Sebastián, vivíamos en un departamento en una calle en sesenta grados de pendiente y con los niños del barrio, jugábamos fútbol en esta calle empedrada y tan pendiente, pero únicamente hasta las ocho de la noche, mientras las niñas de la calle nos admiraban, yo tenía permiso en las noches hasta las ocho, después de hacer los deberes diarios del grado; recuerdo con nostalgia este barrio, de San Sebastián, pues al final de la calle había la Iglesia, al principio de ella la casa de tres pisos y negocio de la familia Tamayo, y era amigo de la niña Yolanda Tamayo, la más potentada del barrio: del niño Luís Iza, de Padres dueños de una Abacería el que siempre me invitaba al Cine a vermut y gancho de los domingos; al frente había la familia Jijón, era amigo de Oswaldo de mi edad y de todos sus hermanos y de su hermana Susana que ya era señorita y del señor Jijón que administraba el cine Coliseo y el que muchas veces me hizo entrar gratuitamente al cine, pero especialmente de mi amigo de Oswaldo Jijón. Era una tarde, entrada la noche, en que jugábamos fútbol, cuando llegó el Padre de un amiguito nuestro, era albañil y delante de todos castigo a su hijo, el que le entregó dos billetes de cinco sucres rojos, que había tomado de la casa, dándole un escarmiento en público, lo que me impresionó mucho.

Mis padres por su atracción a Ambato y sus amistades hechas en Izamba, decidieron y compraron una casa en el Barrio la Ferroviaria, en esa ciudad, casa donde también pasaría con mis Padres y de la que hay que contar mucho, la adquirieron con préstamo al IESS, en Treinta mil sucres, pagaderos a treinta años.

Pero regresemos a la Escuela "Reino de Quito", la que estaba al final de la calle a continuación del Colegio Montufar, en la calle Maldonado y apenas a cuatro cuadras del Ministerio de Defensa, donde trabajaba mi Padre.

La Escuela nueva en la que me matriculó mi Madre, fue en un segundo intento con éxito, pues a primera intención mi Madre trató de matricularme y para que estudiará en una Escuela Religiosa, dirigida por curas, cerca de la plaza de Santo Domingo en la misma calle Maldonado; a ruego nos recibió el Director, un Cura con sotana negra, quien con los antecedentes de que no me había iniciado en Escuela católica, de que mi padre era militar, negó rotundamente la matricula, mi Madre recuerdo exigió una explicación la cual no fue satisfecha por el sacerdote y fui a la Escuela laica y pública, de varones. La escuela nueva, con nuevas caras y nuevos compañeros, estaba localizada en la calle Maldonado, ruta de la carretera panamericana, al frente estaba el Colegio Montufar, al cual con el tiempo ingresaría, estaba localizada la Escuela en una construcción antigua, de altos tumbados, de grandes dimensiones, con un gran patio posterior donde jugábamos en los recreos, atentos a la campana, pues al acabar las jornadas matutina y vespertina, tenía siempre presente el cruce de la calle y las tres cuadras de cuesta empedrada para llegar a mi casa, pensando en la imagen de mi Madre y de sus ricas comidas; pero al llegar en sus faenas, en la confección de prendas de vestir, al verla le pedía la bendición como al salir, anteponiendo "su merced", mi infancia era despreocupada y feliz, muchas ocasiones había sido testigo de las necesidades, del hambre, de la desesperación de mis padres por llenar nuestros estómagos, no recuerdo que mi padre alguna vez a más de llamarme la atención y de mi madre que me amenazaba con la correa o sus reglas de madera de diseño de modas, hayan llegado algún momento a maltratarme, así como a mis hermanos; recuerdo una ocasión que hice salir de sus casillas a mi Madre, que estaba ocupada cociendo un vestido, a mis preguntas insistentes de la orientación, estando yo de frente, pues en la escuela me habían confundido, donde está el norte, a mi frente decía, pero por qué este rumbo cambiaba si yo cambiaba de posición, a lo que exaspere a mi Madre y con una regla de corte y confección blandió por el aire y librándome al salir corriendo, pues tenía una clara idea de la defensa; por lo demás siempre hubo cariño, caricias, palabras suaves, comunicación fluida por parte de mis padres; mi Madre nos enseñó a los hijos a amar a Dios, a identificarnos con el catolicismo, a rogar a la virgen María, a adorar a Jesús y a los santos, siempre asistimos a misa. Recuerdo y quede asombrado cuando en una ocasión y subido a un muro o poyo de la calle donde vivíamos, llegó el Doctor José María Velasco Ibarra en época de campaña política, vestía terno oscuro, con chaleco, dando su discurso de campaña a los moradores, simpatizantes y seguidores Velasquistas de San Sebastián, al pie de la Iglesia, recuerdo su voz clara, fuerte, su cuerpo esquelético y sus facciones severas, ofrecía al pueblo mejores días y que el precio de los víveres no subirían, no he olvidado su voz franca y la calidad de oratoria, el movimiento enérgico de su cuerpo, brazos y dedo largo, descomunal; le oímos con todos los amigos de mi edad y de la gallada, y aplaudimos sus intervenciones contagiados de los mayores que cada vez gritaban "viva el Doctor José María Velasco Ibarra". Pasaba y repasaba a mi Escuela por la Iglesia, cuyo párroco era un ex sargento del ejército español, que junto con otros niños asistíamos al catecismo, tendiente a nuestra primera comunión, y que pedía la colaboración de monaguillos, pero deserte de ese oficio, después de la primera ocasión que asistí a las 05h30 de la mañana, medio soñoliento y con mucho frio, casi diagonal el Colegio "Juan Pío Montufar", que soñaba algún día entrar, para convertirme en bachiller, admiraba el uniforme, pantalón azul y saco estilo sastre gris, corbata azul, camisa blanca y zapatos negros.

Todo estaba correcto en la Escuela a excepción del "matón y terror del grado", un niño repetidor, zambo, de facciones duras, con el que me vi forzado a pelear en una ocasión, en la explanada de la calle la Ronda, donde por orden de lista, ya en el Colegio Montufar, los estudiantes teníamos que pelear todos los lunes, a puños, eso sí sin patadas, ni pegar al adversario por atrás o en el suelo; ese día al salir a las doce del día, ya estaba pactada la pelea y con simpatizantes de parte y parte, en mayor número los amigos del favorito zambo y menor número a favor del nuevo; sudaba copiosamente, estaba nervioso y no acababa de entender por qué me metí en esta empresa, si mi rival, era más grande, mal encarado y con fama de haber masacrado a casi todos los niños del grado, tal vez hasta niños de grados superiores, había golpeado y ganado al más alto del grado; pero además había un compañero de grado, Hunda, el preferido e incondicional de la maestra; nos cuadramos para empezar la pelea, el zambo adopto una pose de boxeador, danzando a mi alrededor, agazapado y con los puños listos a pulverizarme, en instantes que le tuve a mi alcance, no pensaba en utilizar mis puños, simplemente amague lanzando un puntapié izquierdo, al inclinarse más mi rival, di otro puntapié en las ingles de mi contrario, quien dio un grito de dolor y se inclinó más como para caer al suelo, por lo que rematé con patada en la canilla y un golpe en el rostro del adolorido zambo, ante las protestas de sus admiradores, porque había pateado, sin observar la regla principal de las peleas; la noticia de mi triunfo se regó como pólvora en la Escuela.

Pero lo más grave estaba por venir, la maestra alta, fornida, solterona, de facciones varoniles, con bigote y ojos pequeños y negros, exigía de sus alumnos una férrea disciplina y todos los días tomaba las lecciones de la materia estudiada y vista el día anterior, niño que no sabía la lección, niño que era masacrado por el niño Hunda, el más alto del grado, la profesora exigía que la víctima, se levante la camisa o suéter de uno de los brazos y lo estire al frente, y entregaba a Hunda una correa gruesa de cuero, descolorida, vieja, que siempre estaba colgada de un clavo junto al pizarrón, a la vista y terror de los alumnos, que casi no atendíamos a clase, pues la correa nos tenía hipnotizados; el castigo consistía en tres correazos efectivos, con el consiguiente dolor y lloros de la víctima, ante la expectativa y nerviosismo de todos los niños y la complacencia morbosa de la profesora, que emocionada arengaba a Hunda, a que tome vuelo y pegue, con las recriminaciones de "vago tienes que estudiar".

Era lunes primera hora y mi nombre sonó en mis oídos como una pesada carga, pues nunca fui memorista y la lección era con punto y coma, como no contesté siquiera, la profesora me ordenó que pase al frente y Hunda inmediatamente se hizo de la correa, levante mi suéter y manga de mi camisa en mi brazo derecho, pero al mismo tiempo enseguida pensé en utilizar mi patada izquierda, al desviar mi brazo y esquivar el correazo, el verdugo estuvo al alcance de mi puntapié izquierdo, lo recibí con una patada en la ingle de Hunda, quien gritó del dolor y cayó al piso, mientras que la profesora sorprendida me seguía por el aula, pero alcance la puerta desaldabe la aldaba metálica y salí corriendo en dirección a mi casa, para retornar al grado con mi Madre y el Director de la Escuela, al ingresar al aula no estaba la correa, tampoco el verdugo Hunda; únicamente había el clavo en donde reposaba el borrador; ese fue mi último día en la Escuela y después de algunos días recibía clases en la Escuela "Avelina Lazo", situada en la Magdalena, era mixta y donde el profesor el señor Valverde, que era el Director, no tenía esos métodos groseros y tradicionales de tratar mal a los niños.

La caída del bus con los capulíes para la abuelita Zoila

Vivíamos en San Sebastián, en Quito, uno de los barrios del casco colonial de Quito y en donde la vecindad era muy buena, todo estaba cerca, el mercado de San Roque, las iglesias de Santo Domingo, San Francisco, de la Compañía, La Merced, de San Agustín, el centro y casco colonial de Quito, varias radios en donde había programas para niños, cines Cumanda, Alhambra, Sucre, en donde habían funciones de gancho y en vermut los domingos; en el centro histórico el Palacio de Carondelet y la Catedral, a poca distancia, plazas importantes como San Blas, San Agustín, Santo Domingo, La Ronda, el transporte popular era de colectivos y buses de madera, normalmente de marcas americanas como Ford, Dodge y Chevrolet; los colectivos solo sentados que valía el pasaje un sucre; y los buses de carrocerías de Madera, cuyo pasaje era de Veinte centavos de sucre para adultos y para los niños Diez centavos o dos medios de cinco centavos, sentados y la mayoría parados, con carga, canastos, costales, siempre iban repletos; mis usuales y preferidos eran Colón Camal, o Iñaquito Villa Flora. Un día sábado muy de mañana recibí el encargo de mi Madre, de ir a la casa de mis abuelos al Barrio Alpahuasi, a saludarles y llevar a mi abuelita Zoila una canasta de capulíes, era una canasta alargada como un florero y llena de la fruta, que había comprado en Ambato; bajé de la casa con veinte centavos al bolsillo, con la canasta que estaba un poco pesada, lloviznaba, en la calle Maldonado subí al bus por la puerta delantera y ajustadamente me situé cerca de la puerta, cuyo estribo era metálico y estaba mojado y hasta con barro, el bus llegó a la Terminal de trenes de la Estación, pasó la fábrica de tejidos y telas "La Internacional" y yo pensaba en mis primos, primas, en mis familiares, en mis tíos, estaba un poco desatento, pero imprevistamente al llegar a una esquina, de la calle Alpahuasi y la México, apresuradamente y antes de que el bus curvará a la izquierda, pise el estribo de la puerta derecha preparándome para bajar, resbalando y saliendo del bus violentamente, por la inercia, al caer al piso rodé debajo del bus y vi estando de espaldas las ruedas traseras del bus que venían en dirección de mi cabeza, mientras oía los gritos de los pasajeros que vieron mi violenta caída, rápidamente y sin explicación me puse a buen recaudo girando mi cuerpo hacia la vereda de espaldas a la calle empedrada y el bus giró a la izquierda sin detenerse; toda mi ropa estaba enlodada y mojada, permanecí asombrado unos minutos en medió de capulíes desperdigados en la cocha y lodo y en medio de las piedras de la calle y la canasta pisada por las llantas, nunca llegué a la casa de mi abuelita, tomé el bus de regreso y llegue a mi casa asustado, pero nunca le conté lo que me había pasado a mi Madre, quien retornó a la casa horas después que yo; tenía temor, sentimiento de culpa y miedo por la caída sufrida, por lo que en lo posterior siempre me tomaba fuertemente de las seguridades del bus para bajar, lo que fui olvidando para practicar siempre la salida al vuelo, o sea mientras el carro circulaba, y había varios estilos, inclusive colgándose de las ventanas y saltando hacía adelante.

Muchas travesuras mías tenían sus consecuencias y encuentros deliberados con la señora muerte, agregaré aquella ocasión cuando jugaba en una cama, del dormitorio de mis abuelos y me trague un sucre; estos pasajes de la vida de niño los recuerdo, con nostalgia y con sonrisas, a la vez que con temor y conocimiento de las personas a mi alrededor. En las vacaciones de la Escuela en Ambato, mi Madre, con mis dos hermanas menores y mi hermano menor Gilberto Fernando, "El guaitambo Ambateño", llegamos y nos alojamos por unos días en la casa de los abuelos, mientras mi Padre trabajaba en la Fuerza Aérea, ya en la noche y después de merendar, estaba en una cama grande, alta dispuesto a dormir, luego de las oraciones de la noche, cama con cortinas, con tres gradas para subir en el gran dormitorio de la Familia y era la curiosidad de mis tíos y tías, el haber superado la crisis y fiebre tifoidea, que terminó con la vida de cientos de personas en el Ecuador, en especial con niños y adultos; siendo las ocho de la noche llegó mi tío Miguel Ángel, soltero y después de saludarle, me obsequió un sucre, para mí era una verdadera fortuna, cuantas golosinas podía comprar, al día siguiente: bolas de maní, o panes de miel o de leche, aplanchados, guineos; mientras esto pensaba mi tío frente a mi conversaba con mi Madre, que estaba sentada en una silla, con el sucre reluciente, y en el gran dormitorio familiar estaban mis abuelos, otras tías y primos; comencé a hacer rodar el sucre desde mi frente al abdomen, varias veces lo hice, y estaba contento y emocionado de mi fortuna, cuando en una de esas rodadas de la moneda, el sucre entró a mi boca abierta y garganta, mi desesperación fue única, pues no podía respirar y hablar lo hacía a susurros, al presenciar mi travesura, cundió la sorpresa, y nerviosismo de todos los miembros de la familia, mi tío me tomó de los pies me izó, todo el cuerpo cabeza abajo, me daba golpes en la espalda, luego corrieron a la llave de agua, me hicieron beber agua, pero el sucre enorme estaba atravesado en mi garganta de cuello delgado; decidieron con mi Madre y algunos familiares a acudir al Hospital Eugenio Espejo al cual llegamos después de una hora, cada vez me faltaba aire, estaba morado y salía saliva de mi boca, siendo las nueve y más de la noche, el Doctor de turno, pidió a la monja de la caridad, que abra la sala de rayos X, a lo cual la monja impávida le respondió que hospitalicemos al menor y mañana, se le hará la radiografía, el Médico iracundo le increpó a la monja, indicándole que si esto hacía el niño moriría asfixiado y que rompa la puerta si es preciso, la monja a regañadientes se hizo de la llave y abrió la sección de rayos X, el Medico determino ya con la presencia de mi Padre que la moneda estaba atravesada en la tráquea y que había que actuar rápidamente, ordenó me sujeten de cabeza, cuerpo entre todos y con una cuchareta metálica empezó a escarbar mi garganta, hizo tres intentos, pero me desgarraba y lastimaba mi garganta, yo ya no podía respirar y sudaba copiosamente ante la falta de oxígeno, mientras la monja curioseaba de mala manera, mi suerte estaba echada, ingresaba el sucre a mi tráquea y me asfixiaba y moría o salía la moneda, el hábil Doctor acertó y de un brusco tirón hacia fuera logró que la moneda ensangrentada saliera violentamente y cayera al piso resonando fuertemente en la baldosa, ante la alegría de mis padres y familiares, en piyamas rendido ante la inmovilización, sudoroso, me incorporé con sangre en mi boca y reclame de inmediato, "entréguenme mi sucre", lo que hizo arrancar risas con lágrimas a los presentes, la monja se inclinó al suelo y reprimiéndome me dijo , "toma tu sucre pero no seas travieso", tome mi tesoro, el que contemple por algunos días mientras me frotaba mi garganta que iba cicatrizando, antes de gastarlo totalmente en golosinas.

A estas ocasiones en que me vi de frente con la muerte, a la cual tengo un profundo respeto, pero no miedo, pues se presenta cuando el sino o destino y en especial Dios dispone, por lo que está siempre presente el pensamiento de la Filosofía Existencialista, que dice " Hay que vivir bien hoy como si fueras a morir mañana", pensamiento profundo, pues la muerte no se escoge, ella viene con su guadaña y ciega la vida, hace perder el brillo y luz de los ojos, la mandíbula inferior se cae, los ojos quedan abiertos y dichoso el que tiene un ser querido que cierra los parpados y pone la quijada en su lugar con una venda, el cerebro muere, con la pérdida del conocimiento y la conciencia, la sangre ya no fluye por arterias y venas, los órganos internos de las cavidades cerebral, torácica, pulmonar y pelviana en la mujer, se paralizan y empiezan su proceso normal de descomposición hay personas que al morir descargan la orina, eses y hasta eyaculan, se pierde el último suspiro y aliento de vida, el alma se proyecta hacia el Creador; pero sobre todo hay una especie de tranquilidad de conformidad con los designios de Dios, y se debe enfrentar a la muerte, sin miedos, como el pensamiento fugazmente, a velocidad recuerda violentamente los eventos y la vida.

La niñez, la juventud, hacen que se vea la vida desde otros ángulos de vista, el niño, el soltero no miden el peligro, pues mientras más avanza la edad, es cuando realmente se empieza a apreciar más la vida, la persona se vuelve más juiciosa, más cauta; comentaré otras ocasiones en las cuales pude haber perdido la vida, pero en esos tantos peligros, siempre me he encomendado a la Virgen Santa y a Jesús, y mis desesperados gritos e invocaciones a Dios, me han salvado, entre otros recuerdos mencionaré los siguientes:

El golpe con un cable eléctrico de alta tensión en el camión, en el paseo, de la escuela "Albornoz Sánchez"

Tenía 11 años y era alumno(a, sin; luminis, luz; sin luz, el término correcto es estudiante) de Sexto grado en la Escuela "Albornoz Sánchez", de Ambato, nuestro profesor de Sexto grado era el Director, el señor Luís Medina, quien tenía por negocio la venta de combustibles y lubricantes. Con mi Madre, mis hermanas Guadalupe Esmeralda, Nancy del Roció y mi hermanito menor Gilberto Fernando, estábamos radicados en Ambato, en la ciudadela Ferroviaria, en una casa que mis Padres la adquirieron con préstamo del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, a poca distancia de la Escuela; mientras mi Padre, miembro activo de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, trabajaba en el Ministerio de Defensa Nacional en Quito, y vivía en un modesto departamento en San Sebastián; para finalizar el año lectivo, se organizó un paseo a la ciudad del Puyo, íbamos en un gran camión de propiedad de nuestro profesor, los veinte y cuatro estudiantes del sexto grado, con nuestras fundas con fiambres preparadas para el efecto; dos profesores en la cabina con el chofer; mi Madre me dio sus bendiciones, todos subimos por la parte posterior al gran camión, nos cerró la compuerta el chofer y todos estábamos felices, curiosos de la geografía que se nos presentaba, conociendo de paso ciudades como Pelileo nuevo y el viejo del terremoto de Ambato, Patate, Baños, la cascada del Agoyan, los inmensos ríos después de pasar el túnel en dirección al Puyo, la vegetación selvática y el camino estrecho, en donde difícilmente podían cruzar dos carros, el camión descubierto, con un cumbrera posiblemente para una carpa que no había en ese vehículo en el viaje de paseo; algunos compañeros dormitaban otros como yo trepados en el antepecho de la cabina, pese a las advertencias del chofer que nos indicaba a cada rato que nos sentemos en el piso del balde del carro, después de unas ocho horas de viaje, avisté una pequeña ciudad, se trataba del Puyo, que emergía en un fondo verde esmeralda y la vorágine de la selva tropical, al entrar a la ciudad varios compañeros junto a mí que iba en el centro, treparon al cumbrero, pero yo estaba ubicado en lo alto, al ingresar a la calle principal de la ciudad, no vi los alambres de alta tensión y sentí como un fuetazo en la cabeza, cayendo al interior del cajón de madera del camión, por unos minutos perdí el conocimiento y la noción del tiempo y espacio, me desperté con uno de los profesores que me reanimaba y alrededor mis compañeros, al despertar no tenía lesión alguna aparentemente no había sufrido más que el choque eléctrico por fracciones de segundo, pero con el movimiento del camión, me desprendió del abrazo de la corriente eléctrica, lanzándome al cajón de madera del camión; llegamos a una especie de posada, con sembríos de caña de azúcar donde almorzaríamos y pasaríamos parte del día y prepararnos a regresar a Ambato; con calor y sudados, bajamos del carro y nos dirigimos al río, ancho, lento y de aguas frescas en donde empezamos nuestro baño y juegos, que agradable dejarse llevar por la corriente, pero en ese mismo día me enfrente otra vez a la muerte, pues la corriente me llevaba aguas abajo a mayor velocidad, aterrado con mi poca practica de natación en la piscina de la Merced, de Ambato, bracee a músculo partido hasta salir a la orilla, quedando cansado y sentado en la arena de la orilla; como si fuera un juego y sin descanso alguno divisamos un gran cañaveral, al que resueltamente nos dirigimos como hormigas y cada uno tomamos como trofeo hasta tres largas y jugosas cañas de azúcar, para llevar a nuestras casas, más las cañas que comimos, disfrutando de su jugo.

En mi contacto con las líneas de alta tensión, en fracciones de segundo, perdí la noción del tiempo y perdí el conocimiento y la conciencia, fue como dormir sin soñar nada; mientras que cuando me arrastraba la corriente del río, fueron cortos minutos en los cuales decidí luchar y salí cansado a la orilla, como si hubiera sido sujeto de un examen final de natación, creo que actuó la reacción natural de supervivencia. Termino el día y regresamos a Ambato, cargados de cañas, de alfeñiques, cansados de un día lleno de emociones y experiencias como de acercamiento a la muerte, por negligencia tal vez de nuestros guías y de nuestra niñez. Lo sucedido comente a mis Padres, después de muchos años, hasta ahora tengo un recuerdo de la muerte, una cicatriz casi imperceptible en la frente.

Salto en paracaídas en bajo alto, playa de la provincia del oro

Era el año de 1970, tenía de graduado un año y ya fui asignado como Subteniente, junto con Nelson Suárez, José Grijalva, compañeros de promoción al Batallón de Paracaidistas; en la misma unidad estaban Eduardo Maldonado y René CastuloYandún Pozo; los recién incorporados desempeñábamos la labor de instructores de cursos de comandos, de paracaidismo, de hombres rana; mientras que los que estaban militando más tiempo, eran instructores de cursos de hombres ranas y otras especialidades como comandos, Andinismo, guías de salto, Contraguerrillas y otras especialidades; éramos referentes calificados, jóvenes; e impartíamos a los comandos de tropa y oficiales diversas materias, en especial yo daba materias de comunicaciones, en selva, explosivos y demoliciones, entre otras; vivíamos en el Cuartel dedicados a las artes de la guerra; teníamos excelentes oficiales superiores, así los capitanes Chávez, Muñoz, Marco Parreño, Vaca, García, Gutiérrez, Villa; el Mayor Pérez y el Coronel Felipe Albán, nuestro insigne Comandante, quien sostuvo el proyecto de convertir en Arma a las Fuerzas Especiales, un hombre valeroso, alto, fuerte, de gran carácter, el cual siempre me exigió que practique las Artes Marciales; y el Mayor Pérez, Director de la Escuela de Fuerzas Especiales, de los cursos que se hacían, un oficial de gran carácter, muy afable y respetuoso.

En esa época se puso de moda y como práctica militar, los ataques advertidos a diferentes unidades militares de frontera con el Perú, por parte de patrullas de comandos paracaidistas; además de los cursos en los cuales nos graduamos, me refiero en especial al de comandos paracaidistas, nos pusieron a prueba a los Oficiales recién graduados con misiones, de ataque a Unidades de la República, en especial a las de la frontera sur; la misión de ataque y destrucción, designada, con un oficial de control, que acompañaba a la patrulla, comenzaba con un supuesto de que la Unidad a la que atacaríamos, era enemiga; a las Brigadas se les comunicaba del ataque, en un periodo de tiempo de un mes, que alertaba y preparaba repeler dicho ataque, a todas sus Unidades, con la captura de la patrulla atacante.

El Comandante del Batallón de Paracaidistas, con el jefe de operaciones o P3, nos ordenaban la misión de ataque y destrucción, dándonos parámetros generales; la organización de la patrulla, equipo, personal, ordenes de patrulla, misión, estaban a nuestro cargo, así como contactos con la Fuerza Aérea, aeronave para el ataque vertical en paracaídas, recursos de supervivencia, cartas del sector, que lógicamente culminaban al cumplir la misión y objetivo propuesto, con una crítica en el Comando atacado, frente a la oficialidad, para verificar tanto la efectividad de la patrulla, como la reacción ante el ataque de la unidad advertida, utilizando para la explicación las órdenes iniciales y todo el proceso de planificación, ejecución, patrulla ejecutora y los resultados; antes del retorno a nuestra Unidad, donde seríamos evaluados y criticados por el oficial observador, tomando en cuenta la iniciativa del comandante de patrulla y como si se tratara de un caso real; en definitiva estas experiencias fueron la fuente para los proyectos de ataque de patrullas a territorio peruano, enemigo potencial, en las emergencias que se presentaron con posterioridad y las guerras de la Región Oriental de Paquizha, Machinaza y la última del Cenepa, en la Cordillera del Cóndor, en contra del Perú.

Al salir de la Oficina del Coronel Comandante del Batallón de Paracaidistas, tenía información sobre la misión, mi objetivo era el Grupo de Artillería "Bolívar", con la finalidad de destruir los obuses de artillería, de Ciento cinco milímetros y la Unidad en general, eliminar al Comandante del Grupo de Artillería y a los oficiales de su Plana Mayor; la zona de Salto era Bajo Alto, playa con coordenadas exactas, a ser coordinadas con el piloto del avión C 45 de la Fuerza Aérea, debíamos destruir los cañones u obuses de 105 milímetros, eliminar al Comandante del Grupo de Artillería "Bolívar", a los oficiales y tropa y sus familiares, destruir la línea férrea que pasaba frente a esta Unidad y pueblo del Cambio del Guabo, destruir puentes y caminos de acceso, para finalmente organizar nuestra evasión y escape. Para cumplir la misión y objetivos, escogí a quince hombres de tropa, comandos paracaidistas, un jefe de salto, organice un equipo de comunicaciones, otro de demoliciones y dos núcleos de asalto, con ametralladoras UZI, y granadas de mano, más la dotación completa, de equipo, municiones, de raciones secas, linternas, paracaídas T10 americanos con paracaídas de reserva y emergencia, cartas topográficas del sector, binóculos; reuní ya con horario al personal que conformaba la patrulla, en la maqueta de instrucción con un modelo del objetivo a atacar y di las ordenes correspondientes, con misión y objetivo, todos los integrantes estábamos listos, con la presencia, del Teniente Observador Marcelo Ormaza, el legendario "Cuchillo Ormaza", que iba tomando nota de todas las actividades como observador; salimos del Batallón de Paracaidistas, a las 18h00, en dirección a la pista de la Fuerza Aérea de Quito, dos patrullas con diferente misión; nos embarcamos en el avión C 45 de la Fuerza Aérea, con destino a la pista de la Fuerza Aérea de Guayaquil; al llegar a esa instalación militar hicimos los demás preparativos, contacto con el grupo de guías de salto, en tierra, en Bajo Alto, playa de la Provincia del Oro, hacia el Océano Pacífico; merendamos con raciones secas y nuevamente nos embarcamos en otro avión C-45, ya equipados con nuestro equipo de salto; el avión rodó la pista con dirección oriente occidente, para despegar por el río Guayas, en dos filas y frente a frente estábamos los miembros de la patrulla y el observador, de pronto el avión empezó a frenar y se apagaron todas las luces, bruscamente el avión se detuvo al final de la pista, el Capitán de la aeronave estaba furioso y de hecho arresto al Teniente su Copiloto, que algún procedimiento lo hizo mal, dando como resultado la quema o cortocircuito del sistema eléctrico del avión, desembarcamos para dirigirnos nuevamente al trote al hangar en espera de otro avión, nuestra frialdad ante tal situación era impresionante, y no nos importó el percance, tampoco analizamos que nos hubiera sucedido si el piloto no hace la maniobra de abortar el despegue; sin embargo la operación iba a fracasar pues había coordinado con el equipo de guías en tierra para el salto en la playa con horario; pues ellos se encargarían de desplegar una T, con bicons o luces en el lugar exacto y coordenadas de la zona de salto, por reloj, si no estaba sobrevolando el avión a esa hora, posiblemente ese equipo de guías abandonaría las coordenadas, dejándonos a nuestra suerte, pues teníamos silencio absoluto de radio para el descenso; el observador seguía únicamente anotando nuestras actividades y en especial la mía como comandante de la patrulla. Decidí continuar con la misión pues perfectamente sabía las coordenadas del salto, inmediatamente se presentó otro piloto con su copiloto, y tripulación, oficiales de la Fuerza Aérea, embarcamos en el nuevo avión C-45; el mismo que despego dejando como espejos debajo, el complejo acuático y las luces de la ciudad de Guayaquil, en veinte minutos sobrevolamos las coordenadas, la puerta del avión estaba abierta, el Jefe de salto dio las orden yo estaba en segundo lugar y cerrando el salto el oficial observador, no había señales de los guías, estábamos sobrevolando el sector a unos mil ochocientos pies de altura, el jefe de salto rápidamente me hizo señas de que no podía mandar el salto pues no había señales de los guías de salto, en tierra; por radio interna del avión pedí al piloto que de otra vuelta y que mi decisión era de saltar en esa segunda vuelta; al entrar en la segunda vuelta, vimos a unos cinco kilómetros de nuestro lugar de salto, que la Unidad de tanques de Tenguel iniciaba una alarma con luces, parlantes y movimiento de la Unidad para capturarnos; el Jefe de salto a mi orden abandonó el avión y yo detrás de él, de pronto mientras descendía me vi envuelto en la oscuridad, abajo brillaba como un espejo el mar y como un pozo profundo y oscuro la tierra, más allá hacia el interior, el movimiento del escuadrón blindado de Tenguel, que se dirigía hacia el lugar de salto para capturarnos, quedaba únicamente en mi mente en segundos, mi despedida del piloto, la luz roja que cambio a verde del avión que determinaba las coordenadas; pero de pronto me vi envuelto en la seda del paracaídas del Jefe de salto, que al retrasar nervioso por fracciones de segundo su salida de la puerta lateral derecha del avión, mandando un salto sin las señales de los guías de salto, en tierra, hizo que estuviera envuelto en su cúpula, grite con todas mis fuerzas que ale su paracaídas a la izquierda y yo con todas mis fuerzas ale el mío hacia la derecha, era la técnica que en estos casos procedía, dio resultado nos separamos, pero en estas maniobras de segundos, yo ya tome contacto con tierra, con unos setos altos, me incorpore después de una rodada frente derecho, con una desesperación increíble, pues me picaban en especial en cara, cuello manos miles de zancudos, me defendía con mis manos mientras me desequipaba, quite el seguro y presionando la parte metálica central de mi paracaídas y el tormento seguía hasta que logre salir a un claro, envolví mi paracaídas utilizando mis brazos y en forma de ocho, lo ingrese en la funda junto con el paracaídas de reserva o emergencia y rápidamente acudí al punto de reunión contabilice a los miembros de la patrulla, el oficial observador estaba presente; e inmediatamente nos pusimos en movimiento en dirección hacia nuestro objetivo, mi cara, cuello y manos sangraban por las picaduras de los insectos, dejamos los equipos de salto, que fue lo único que lograron localizar a la madrugada los miembros de la unidad blindada de Tenguel, y dirigí la patrulla hacia El Cambio, donde estaba ubicado nuestro objetivo. Esta situación de peligro de muerte entre el que les narra y el jefe de salto, quedó como secreto entre los dos, pues posteriormente dialogue con el Cabo jefe de salto el que me daba sus impresiones y que decía que reaccionamos a tiempo de lo contrario hubiéramos caído envueltos en la seda de nuestros paracaídas, y hubiéramos perdido la vida. La patrulla se localizó a las 05h00, a unos dos mil metros del objetivo, ocultándonos en la montaña, haciendo un dispositivo de seguridad con centinelas todo el tiempo, mientras un núcleo de tres hombres, hacia el reconocimiento para el ataque en la noche, y otros planificábamos y descansábamos, preparando, cargas de dinamita, granadas de mano, de humo; sin embargo de que la Unidad blindada, logró encontrar los paracaídas y equipo de salto en el transcurso del día, estaban desconcertados, no sabían a qué unidad íbamos a atacar y cuando se realizaría la acción, lo que los mantenía en zozobra y en emergencia constante.

Nuestro movimiento desde nuestra base temporal comenzó a las 24h00, después de comer frugalmente raciones secas y de aprovisionarnos y beber agua de un riachuelo, además el jugo de algunas naranjas, estábamos camuflados todas las partes expuestas del cuerpo, en especial la cara; divisamos algunas luces de la Unidad militar, infiltrándonos por tres direcciones, el oficial observador se incluyó en mi grupo, ingresamos a la Unidad, pusimos pintura roja en el ánima de los obuses de 105 milímetros, y por reloj otro grupo dinamitaba en varios puntos de la Unidad, en especial frente a la villa del Comandante del Grupo de Artillería "Bolívar", de las villas de oficiales y cuadras de tropa, en el trayecto eliminamos a golpe a dos centinelas y les quitamos su armamento, para en el mismo terreno desarmar sus fusiles y desperdigar sus partes; en forma simultánea, sonó la alarma en la Unidad, había gritos; mientras nos alejábamos en nuestra retirada a uno de los puntos de reunión previstos, en nuestra evasión junto a puentes, que íbamos destruyendo con cargas de dinamita y caminos, hicimos explotar más cargas de dinamita, para en sentido contrario seguir la evasión y llegar a nuestra base; nuestra acción y ataque coordinados duro cuatro minutos y la evasión tres horas. A las 08h00, el oficial observador me ordenó que le acompañe al Comando de la Brigada "El Oro", para que haga la exposición detallada de mi misión; al llegar a la Brigada ingresé, a la sala de operaciones, que estaba llena de oficiales de diferente rango en especial, los Comandantes con sus oficiales de sus planas mayores; teniendo un mapa del Ecuador y de la Provincia del Guayas y El Oro, así como cartas topográficas del sector de ataque expuse ante los señores jefes y oficiales, en forma detallada la misión cumplida y los objetivos alcanzados, a continuación con sus observaciones, asevero lo dicho, el Oficial observador designado del Batallón de Paracaidistas, destacando las destrucciones realizadas y que la Unidad atacada, no había reaccionado como se debía, lo que no le resultó nada agradable a su Comandante, quien me miraba con furia y de alguna forma quería tomar venganza, pues el equipo de demoliciones exploto en el área de villas de oficiales y la red ferroviaria y muy cerca de la vivienda de ese comandante, causando terror en especial en las señoras y los niños familiares de los oficiales, tropa del Grupo de Artillería; se venía una sanción al Comandante, seguramente a la guardia, a los oficiales de guardia responsables de la seguridad. Terminadas las dos exposiciones, salimos por una puerta trasera de esa oficina de operaciones y rápidamente nos embarcamos en un camión, el que había recogido al personal de la patrulla, dirigiéndonos al aeropuerto de Machala, en donde un avión C-45 de la Fuerza Aérea, nos llevó a Quito, para llegar a nuestra Unidad, en donde el Oficial observador dio parte a nuestro Comandante, para retirarnos nuevamente a las labores diarias de la Unidad, había cumplido la misión encomendada.

Nos enteramos posteriormente que la misión y ataque a la Brigada Guayas, específicamente al Grupo de tanques de San Antonio, en Playas había fracasado, toda la patrulla fue capturada en la zona de salto, por el Comandante, Coronel Araque y sus tropas mecanizadas; por consiguiente mi compañero de promoción Nelson, fue arrestado, por no cumplir la misión.

Aprendí en mi misión, que es una especie de confesión y comunión católica, saltar en la noche, hacía un abismo negro que es la tierra y de espejos plateados que constituyen el mar, los ríos, riachuelos y pozas, y de minúsculas luces de casas de campesinos; alrededor el viento que corta la respiración y luego del salto cuando se abre la cúpula de seda del paracaídas y aparece una gran tranquilidad y paz mientras se desciende a la zona de salto; que con el entrenamiento hay contados segundos para reaccionar y llegar a tierra sin novedad, que en la noche, se invade a la naturaleza, a la fauna e insectos que reaccionan furiosos al que los agrede desde lo alto.

Salto con paracaídas en calderón, zona mariana de Jesús

Era el año de 1970, tenía el grado de Subteniente y siendo Brigadier en el Colegio Militar "Eloy Alfaro", hice junto con 37 compañeros el curso de paracaidismo; con el antecedente de que un curso superior al mío, tuvo muchas dificultades y problemas hasta en el examen de admisión, por la prepotencia de los cadetes de ese curso y por la testarudez y ego de los miembros de tropa pionera, del Batallón de Paracaidistas, que receptaron los exámenes físicos. Tal vez inteligenciados de estos problemas, que era inadmisible que el físico de un cadete, próximo oficial, sea deficiente; pues diariamente hacíamos educación física, todos éramos especialistas, en deportes, atletismo, aparatos, acrobacia y todas las disciplinas olímpicas; sin embargo como eran los primeros cursos de cadetes, los miembros de tropa, del Batallón de Paracaidistas, eran celosos, solo ellos vestían el camuflaje y la boina roja, además que no pasaban de doscientos, especialistas en diversos cursos. Fue eliminado el Brigadier Fernando Suárez por darles un ejemplo, por no cumplir el examen de flexiones de pecho, que según el clase que receptaba tal examen y contabilizaba las flexiones, no pasó de cinco en dos minutos, esto era inaudito, pues este Brigadier, tenía un físico impresionante y podía hacer esas flexiones con una sola mano, se vio la reacción violenta de esos miembros de tropa, había un inexplicable y profundo resentimiento con sus futuros oficiales, algunos se fracturaron muñecas, brazos, piernas, clavículas, cuellos, y no nos explicábamos la razón, de esas lesiones, y desde luego nuestros instructores del Colegio se esmeraron en exigirnos más de lo normal, para que en el momento de la admisión al curso de paracaidismo, estemos perfectamente preparados, física y psicológicamente y con una elevada moral, sin temor a nada. El comando del Ejército, tenía como meta, preparar y adiestrar a la mayor parte de sus Oficiales y tropa, en los cursos de paracaidismo, comandos, expertos en selva y otras especialidades de Fuerzas Especiales.

Nuestro oficial instructor, el Teniente Fernando Viteri del Arma de Transmisiones, nos condujo al Batallón de Paracaidismo, para las pruebas físicas a 58 compañeros, después del correspondiente parte al Comandante del Batallón de Pacaidistas; el grupo de oficiales y personal de tropa de Fuerzas especiales, tomaron el mando del Curso, para las pruebas correspondientes, tras una ligera orientación de la fase practica teórica y la posterior de saltos, tres diurnos y dos nocturnos, vendría la graduación, con la preciada entrega del ala dorada, que luciríamos a la altura del corazón en nuestro pecho y uniforme.

Nos llevaron en camiones a continuación hacia Chillogallo, desde el batallón en la Villa Flora, en donde nos dieron la partida, de carrera a campo través de 15 kilómetros, con la meta el patio de la Unidad de paracaidistas; no eran pruebas simples, en ellas nos jugábamos el prestigio del curso y de cadetes; estábamos acostumbrados a correr, lo habíamos hecho durante cuatro años y en pelotón casi uniforme llegamos a nuestra meta; siempre con formación y numeración rígida y ágil, continuamos con las pruebas consistentes la mayoría en flexiones de pecho, de piernas, abdominales; los clases instructores contaban las repeticiones en las que corría el tiempo cumpliendo las bases, y se esforzaban por hacernos caer, pero nosotros nos esforzamos en realizar todos los ejercicios a la perfección; nuestra idea también estaba condicionada a aprobar el curso, o estábamos en peligro de ser dados de baja, después de haber cursado tres años de estudios y preparación militar, pero con nuestro espíritu, moral alta e ilusión de ser el tercer curso de paracaidismo de cadetes, nos impulsó y triunfamos en todas las pruebas de admisión; pero este era el primer día, el comienzo de un ovillo lleno de dificultades a vencer, con inteligencia y con agilidad, con espíritu y juventud; pero además estábamos en la mira y atención de los cursos inferiores de cadetes, que obligadamente en los siguientes años tendrían que realizar este curso.

La formación a las 06h30, en los patios del Batallón de los diferentes cursos, de paracaidismo, comandos, hombres rana, adiestradores de canes, de andinismo, de selva, de jefes de salto, de guías de salto, de precursores de salto, de mantenimiento, era impresionante y de un exquisito corte marcial, pues los instructores llegaban al trote delante de sus instruidos, en perfecta formación y armonía, para cuadrarse en un seco uniforme alto frente al curso, a recibir el parte de nuestro jefe de curso, y a pasar revista minuciosa de presentación personal, uniforme impecable, botas brillantes; a ejemplo de los instructores que lucían uniformes camuflaje, botas americanas y presentación inmaculada; nosotros cursábamos el penúltimo año de cinco y cada día aprendimos, porte militar, presentación, espíritu militar, compañerismo, que sin topar al inferior jerárquico, se le podía castigar con flexiones, aprendimos a utilizar el tiempo, nos volvimos más ágiles y despiertos, nos concentramos en aprender teórica y físicamente, lo que más tarde nos sería de enorme utilidad en los saltos del avión, nuestra autoestima creció, así como nuestra moral, conforme pasaba el tiempo, nos preparábamos para el combate, en un tiempo y espacio maravilloso y con los pioneros Oficiales y tropa del paracaidismo del Ecuador.

El programa de 07h00 hasta las 18h00, mediando el almuerzo excelente, anunciaba la Torre de Salto, a la que nos trasladaron en vehículos normalmente camiones Ford F-350 para todo el entrenamiento; y un puesto de enfermería; llegamos a un bosque de eucaliptos en las faldas del Lungui, montaña integrante del Ruco Pichincha; el área de entrenamiento improvisada, instalada con cables, soguillas, maderos que formaban una escalera a lo alto de los árboles, unos cuarenta metros del piso, y culminaban con una torre, simulando el fuselaje y puerta de un avión C 45, el sitio tomo vida, cuando los instructores se distribuyeron en el sector de instrucción teórica, otros en la escalera, a la que había que subir a pulso, la torre con sus arneses, del mismo paracaídas T 10 americano, del alemán camuflaje y de otro modificado en los talleres de mantenimiento del Batallón de Paracaidistas; otros en la polea de unos trescientos metros, que iba declinando hasta tomar contacto con tierra, el puesto de enfermería al final, con el enfermero listo con mertiolati y algodón y gasas para los remellones, listos los torniquetes y cuellos para inmovilizar a los que sufrían esguinces o fracturas, todo con agilidad y actividad, los alumnos comandos al trote circulábamos, perfeccionando la posición de cabeza hacia el pecho, manos sobre el paracaídas de reserva, movimientos de entrada y salida de la puerta del avión, cuerpo y piernas bien unidas, el fondo era de conteo de flexiones a viva voz, los remellados o lastimados, que el enfermero curaba con agua oxigenada, mertiolati o ungüentos, y de vez en cuando la ambulancia, salía en dirección al hospital militar con un desgonzado, otros lujados el cuello, brazos, piernas o clavículas fracturadas, esto lógicamente mermaba el número de cadetes; en este ambiente rígido, disciplinado se desenvolvía la instrucción de la torre de salto, sin que se paralice por lluvia, frio o mal tiempo; instructores que nos daban ejemplo de fortaleza física y mental, que desarrollaban los ejercicios en conjunto con los alumnos, en un trabajo de todos, como hormigas.

La técnica de rodadas, es decir, el momento de tomar contacto con tierra, lo hicimos de plataformas de diversa altitud, máquinas de viento, estando con el arnés y bandas del paracaídas, y en balanceo, mientras llovía o hacia sol o viento; la salida del avión en un fuselaje, las órdenes de equipamiento, y dentro de la aeronave; recuerdo un día el Capitán Vaca,(los nombres y apellidos en claro de personas que merecen mención y los nombres supuestos o apodos para los que no lo merecen) superviso durante horas el salto desde una escalera metálica de pasajeros de "Área", de unos tres metros de altura, pero con los clases instructores que plagaron de piedras de un puño, sobre el suelo empedrado del patio de instrucción, llevando puesto el casco doble de fibra interior y de acero exterior, supervisando la rodada correspondiente que mandaba desde tierra, rodadas frente derecho, frente izquierdo, laterales, atrás derecha, atrás izquierdo, posición del cuerpo, rematando con la orden de flexiones de pecho o de piernas; entrenamiento que se identificaba con la realidad posterior al llegar a tierra después de un salto diurno y en especial nocturno, este adiestramiento al parecer innecesario, nos serviría de mucho en el futuro.

Para controlar el paracaídas en tierra, el adiestramiento lo hicimos en un gran terreno con un declive del quince por ciento, el que terminaba en una zanja transversal de unos dos metros de ancho por unos tres de profundidad, a manera de una trinchera; el cadete se colocaba rápidamente el arnés del paracaídas, el que a continuación tenía las bandas de unos diez metros de largo, se tendía de espaldas sobre el cucuyo del terreno húmedo por la lluvia, hacia cada banda de nylon de diez centímetro de ancho, se colocaban tres instructores y a la cuenta de tres los seis instructores, corrían terreno abajo, halando al instruido, el mismo que tenía que dar un viraje a cualquier lado y ponerse de pie a la velocidad simulada de arrastre de la cúpula del paracaídas, que a saber tiene diez metros de diámetro; por desgracia el cadete que no lograba pararse, llegaba y bruscamente caía de espaldas a la zanja, a continuación del obstáculo estaba listo el enfermero para dar el auxilio o las curaciones a los cadetes golpeados; parecía cruel y exagerado este adiestramiento, pero en casos reales, de saltar con nudos de viento superiores a lo normal, en casos de combate, si no se dominaba esa técnica, es posible que la cúpula inflada del paracaídas arrastre al combatiente cientos de metros, llegando a golpearle y noquearle en ese arrastre; cada vez seguían mermando los compañeros, dislocados clavículas y afecciones en cuello, brazos, muñecas, piernas.

Las rodadas al llegar a tierra tomaron dimensión en movimiento desde la plataforma izquierda o derecha del camión Ford 350, a una velocidad de 20 a 30 kilómetros por hora y de espaldas, para con la inercia, si no se hacia la debida torsión del cuerpo y rodada, sobre la calle empedrada, el adiestrado iba de bruces remallándose la cara, con uno y otro golpe que iba sumándose a la colección, cicatrices nuevas y viejas, subíamos al camión nos colocábamos en hileras, y saltábamos de frente, de espaldas, de lateral, debíamos dominar la inercia y la velocidad del camión y llegar a tierra, venciendo la inercia y haciendo la rodada, en la que se descompone la caída en un setenta por ciento por lo menos, mientras que instructores en tierra, nos iban indicando las fallas en la posición del cuerpo, rodada y nos ordenaban las correspondientes flexiones, cuya cuenta ya habíamos perdido, de treinta en treinta; indudablemente este adiestramiento causó más lesionados, que eran conducidos a la enfermería y si el caso era más grave a rayos X y luego a las reducciones y enyesamiento, y a descansar al interior del Colegio Militar en calidad de castigados; los que cada tarde y noche nos inquirían como continuaba el curso, éramos los sobrevivientes, que encontrábamos en el sueño el aliento para el siguiente día; aunque antes de que toque diana el trompeta, ya estábamos limpiando las relucientes botas, aplicando tinta, bacerola, paño y saliva, con guante blanco, hasta que las botas quedaban con un brillo de espejo.

Vino la fase de conocimiento, dominio, equipamiento, desequipamiento del paracaídas principal y de reserva T-10 americano, de ordenes en tierra y en el avión para el salto, diurno o nocturno, de recuperación del material, por parte de jefes de salto y de personal de mantenimiento, con una prueba final, en mantenimiento habían seis paracaidistas equipados, en donde teníamos que nombrar las partes del equipo e identificar malos procedimientos de equipamiento, así un soldado, tenía únicamente calcetines negros, que simulaban botas, estaba descalzo, equipo al revés, parte central metálica sin seguro y otras, con calificación; prueba en la que reaccionamos positivamente, estando listos para realizar los saltos previa disponibilidad del avión C-45, bimotor de la Fuerza Aérea; estábamos consientes de malos funcionamientos del paracaídas, como Cigarro, de que las cuerdas del paracaídas, se sobrepongan sobre la cúpula produciendo una caída más rápida, o de que después de abandonar la puerta del avión, y al contar cinco segundo, comenzando por un mil, espaciando el segundo, llegando a cinco mil o cinco segundos, con la palabra cúpula y el chequeo hacia arriba, no funcione el paracaídas principal y con la mano izquierda sosteniendo el asa, del paracaídas de reserva, se hale el gancho con la mano derecha abriendo y guiando la seda del paracaídas de reserva, de color blanco hacia arriba; las emergencias de caer sobre alambres eléctricos de alta tensión, árboles, sobre agua y otros obstáculos, como la de que al salir de la puerta, quedarse atascado con las bandas al avión, en cuyo caso el jefe de saldo debía cortar las guías y el sujeto al fuselaje accionar el paracaídas de emergencia, adiestramientos muy importantes y no alejados de la realidad, en los cuales yo mismo experimente y observé con causas de muerte.

El curso se trasladó a Salinas, nos instalamos en la Unidad de Artillería Atahualpa y por orden de lista, se organizaron los grupos de salto, el jefe de Salto y precursores como el Capitán Vaca y Capitán Parreño, al mando de los vuelos que despegaban de la pista de la Fuerza Aérea; estábamos equipados cuatro vuelos, ordenaron a mi vuelo subir al avión, cuya puerta estaba sacada, el avión despego, frente a frente nos veíamos las caras, todos pálidos, los ojos con una luz inusual, al interior invadidos de temores, pero resueltos y animados por los dos oficiales, que habían colocado, con una cinta negra en la parte superior de la puerta, una calavera, el símbolo de los paracaidistas y otra cinta gris, la bandera, de los paracaidistas, que no mueren nunca, que se reagrupan en el Infierno, con gritos y arengas, hice los dos movimientos y abandone impulsado de los lados de la puerta, a un vació de cuatrocientos metros, en primer momento, el descenso y corte de la respiración, el conteo de cinco mil y un halado suave de la espalda, al mirar incrédulo la cúpula abierta de un paracaídas alemán camuflaje, y no el brusco tirón de la torre de salto, la emoción al ver en descenso como una escalera en el cielo azul a los compañeros, abajo y en tierra y el mar en contorno y hacia el horizonte infinito, una quietud y paz celestial, y los gritos emocionados de los que abandonamos el avión; caída libre de 90 metros y 310 de sustentación casi uniforme conforme atrae a la tierra con su fuerza de gravedad, el último contacto como saltar de una altura de tres metros libre, la rodada sobre un suelo suave y arenoso de playa, ausente de obstáculos; la recogida rápida del equipo y la reunión inmediata en el punto acordado, el registro de novedades y el festejo con flexiones; pero al retornar a un nuevo salto y a equiparnos, nos encontramos con la novedad de que el avión estaba dañado y que se suspendían los saltos; fue una noche y otro día de interrogatorios de nuestros compañeros que todavía no habían realizado su primer salto, y estaban frustrados, ansiosos y nerviosos, por el avión que ya no estaba disponible, yo estaba satisfecho, y como si hubiera recibido un premio tenía una gran satisfacción interior. Prosiguieron los saltos diurnos, nocturnos, en Santa Elena, San Pablo y otros sitios de salto, luego en Quito, en Mariana de Jesús, que en esa época era libre de construcciones y obstáculos, era un campo amplio comenzando por los bordes del Rio Guayllabamba, la zona de salto era de arenas suaves. Sin embargo el curso salió de vacaciones con la advertencia de que a un anuncio por la prensa deberíamos acudir inmediatamente para el último salto diurno en Mariana de Jesús. Aprovechando las vacaciones, acudí con mi padre José Gilberto, al Hospital Militar antiguo local situado en San Juan, pues producto de la torre de salto y el entrenamiento, tenía una seca pronunciada en la ingle izquierda, ese mismo día entre a cirugía y se me extirpo un pólipo infectado e inflamado, con la consiguiente cosida, quedando internado, al igual que otro compañero Avilés, "El Torito", que tenía desviado el tobillo y le redujeron y enyesaron; al segundo día de operado, descansaba en la cama de hospital, cuando llegó mi padre con un periódico, "El Comercio", a la mano, con la convocatoria al curso, para el salto de graduación el día siguiente; ante este hecho en la noche y sin avisar a nadie, evacuamos el Hospital yo y mi compañero de curso, nos presentamos en el Colegio militar, nos uniformamos y muy de mañana estábamos equipados con el paracaídas y conformando los vuelos correspondientes, mi herida, empezó a sangrar, pero disimulamos perfectamente los dos heridos, cuyas afecciones conocían los demás compañeros que se ofrecieron a recibirnos en brazos en tierra, lo mismo que mi viejo querido, para lo cual nos amarramos a nuestro brazo un pañuelo blanco para que nos identifiquen nuestros solidarios compañeros y traten de recibirnos en tierra, algo tal vez imposible.

Ya al salir de la puerta del avión, me fue doloroso, durante el descenso buscaba el mejor sitio en tierra, alcance a ver a tres compañeros que corrían en mi dirección y detrás corría mi Padre, para auxiliarme, pero curiosamente y como si hubiera apuntado, ingrese a un gran hoyo en tierra, de unos cuatro metros de profundidad, en una caída suave sobre montones de alfalfa y rodeado de conejos, los cuatro al borde reían y me ayudaron a salir de la conejera, juntos riendo nos dirigimos al punto de reunión, mientras sangraba mi herida, que se había abierto, me uní al festejo con flexiones, enterándome que a mí otro compañero lo acogieron en brazos, no sufriendo su deshecho pie; en la noche después de salir franco, ingresé furtivamente a la cama del hospital militar, y el Médico admirado de la apertura de mi herida y sangrado procedía a curarme, recomendándome que no debo moverme mucho, posteriormente en el Batallón de Paracaidistas, recibía el diploma y el ala dorada tan preciada, uno de los primeros cursos que hice para convertirme con otros cursos realizados, en miembro de Fuerzas Especiales del Ecuador.

Todo este relato de vivencias reales, para ubicarme en un vuelo desde el Aeropuerto Mariscal Sucre de Quito, para realizar saltos muy de mañana esto es a las 06h30; al llegar el camión con los paracaídas y el personal de mantenimiento, nos encolumnamos oficiales y tropa, para recibir cada uno un paracaídas principal y uno de reserva, T-10 americano, sin embargo habían entre ellos equipos modificados, con bastones, que se requería mayor experiencia en su manejo, con la ventaja de que ya no se los dirigía a músculo, a fuerza con las bandas, pues en la cúpula habían sectores menos y sobre todo la facilidad de la conducción con dos bastones; la columna era de unos sesenta hombres más o menos, y sobre el camión, el Sargento Anramuño, un hombre alto, atlético, colorado, entregaba los equipos en sus respectivas fundas de lona verde, mi grado de Subteniente y miembro del Batallón de Paracaidistas, me hizo salir de la columna y me dirigí hacia el hombre que entregaba los equipos, vi delante mío la funda con el equipo Nro. 267, cuando me disponía a tomar esa funda, el Sargento me indicó, por favor mi Subteniente haga columna, en los paracaidistas todos somos iguales trabajamos como hormigas y respetamos el turno; estas palabras me molestaron al máximo, mi enojo brotaba de mi sangre, sin embargo regresé a mi puesto en la columna y en mi mente solo preparaba el momento próximo de hacerle pagar caro el atrevimiento del Sargento, me tocó mi turno después del equipo 267, diez puestos atrás, tome mi equipo e ingrese al grupo de salto, como mi vuelo era el segundo, tuve tiempo y contra el Ruco Pichincha de fondo, cuando apenas salía el sol, de que el fotógrafo de la Unidad , me tome una fotografía con el equipo; subí al avión bajo las órdenes del jefe de salto, arriba hacía mucho frio, pero la preparación y la experiencia en los saltos, todavía no eran suficientes; inclusive hacía meses atrás recién dado el pase al Batallón de Paracaidistas, los miembros de tropa del vuelo y el oficial jefe de salto, me izaron de las dos piernas boca abajo por la puerta del avión, a fin de que conozca la zona de salto, desde luego mis lagrimales se activaron y entre sombras veía abajo la tierra, era el bautizo correspondiente; cada salto es una nueva experiencia en el tiempo y en el espacio, es una comunión con Dios, es una película de la vida en acciones buenas y malas que uno se arrepiente y pide perdón al Creador, es una revisión de la conciencia y el conocimiento, es algo inefable, retar a la altura, a la gravedad, a la muerte, al destino; el ruido de los motores del bimotor C-45, se confunden con la voz alta del Jefe de Salto, que solventemente, prepara al vuelo, a los integrantes del salto, las arengas y gritos para dar ánimo y valor a los integrantes del vuelo, que hace repetir el jefe de salto a viva voz, y a la luz roja que cambia a verde, el jefe de salto ordena y controla que abandonen el avión, diez puestos adelante salió el soldado con el paracaídas 267, con dos tiempos perfectamente marcados, abandoné el avión, observé mi cúpula ya abierta y contemple a todos lados, observe la T, en tierra y como en una escalera en el aire todos los soldados descendían mientras el avión se perdía al Sur, para traer otro vuelo de paracaidistas; mientras me iba acercando a tierra y me preparaba para aterrizar con una rodada frente derecho, divise la ambulancia y un inusual movimiento de soldados en tierra, y al incorporarme a la carrera al sitio de reunión ya me enteré en el trayecto, el soldado equipado con el equipo de salto Nro. 267, no se le abrió el paracaídas, no pudo abrir el equipo de reserva, por tanto cayó con todo su peso, para estrellarse en el suelo arenoso y blando, al auxiliarle se comprobó que tenía muchas lesiones, en la columna, piernas fracturadas, clavícula y brazos fracturados, no respiraba, prácticamente el soldado estaba muerto, le subieron a una camilla y a la ambulancia, que siempre nos acompañaba y se dirigió al Hospital Militar, pero definitivamente con el movimiento de la ambulancia en el terreno irregular, reactivo el aparato respiratorio del soldado que se le daba por fallecido, ingresó al centro hospitalario y pasó una gran temporada, con operaciones y rehabilitación, el no volvió a saltar más en su vida y después de un tiempo se separó del Ejército, llevando en su cuerpo heridas y una experiencia con la muerte; en el Ecuador se acepta por Ley la muerte cerebral.

En el caso de este soldado accidentado, podemos aplicar lo que indica el Art. 64 del Código Civil ecuatoriano dice: "La persona termina con la muerte." La muerte es la cesación de las funciones vitales, no sólo por enfermedades, debilitamiento de los órganos por la edad avanzada, por accidentes y causas externas de destrucción del hombre. Se creía antes, que moría una persona por interrupción de la respiración y cuando el corazón se detenía, pero por técnicas de reanimación, las interrupciones de respiración y animación son reversibles.

Médicos y neurofisiólogos, determinan como muerte, la cerebral, con ausencia de ondas cerebrales, en los encefalogramas rectilíneos.

El criterio de la muerte cerebral es aceptado por nuestra legislación, en el Código de Salud, que dice: "Con el exclusivo fin de utilizar el cadáver o una de sus partes, para realizar el injerto, el trasplante o cualquier otra operación especial, será necesario que el equipo de médicos certifique la muerte con la constatación del paro irreversible de la función cerebral, establecido a través

De los siguientes signos:

1.- Ausencia de respuesta cerebral con pérdida absoluta de la conciencia y del conocimiento.

2.- Ausencia de reflejos cefálicos con hipotonía muscular y mediasis.

3.- Encefalograma plano demostrativo de inactividad bioeléctrica cerebral repetido cada quince minutos por un tiempo de dos horas.

La conciencia: en lo psicológico, es el autoconocimiento humano y reconocimiento de la propia individualidad. En lo intelectivo, reconocimiento reflexivo y exacto. En lo ético, facultad moral que distingue el bien del mal. Figuradamente, proceder sano, conducta justa; sentido interior por el cual una persona reconoce sus propias acciones.

El conocimiento: Es la inteligencia, el entendimiento, razón de los hombres. Comunicación, trato, relación con alguien; noción interior de lo que debemos hacer y del mal que debemos evitar.

La mediasis: Espacio virtual en la región central del tórax, en la que se encuentran el timo, corazón, tráquea, bronquios, esófago; los órganos se paralizan y comienza la putrefacción.

La hipotonía muscular: Tono muscular inferior al normal, flaccidez, palidez, luego rigidez cadavérica; los ojos quedan abiertos, pierden la luz, es necesario cerrarlos, el maxilar inferior cae; hay derrame de orina, defecación y hasta eyaculación.

La prueba de muerte real de una persona, se verifica por intermedio del acta integra de defunción, otorgada por el Jefe del Registro Civil, Identificación y Cedulación.

La inscripción de la defunción se hará en base a la constancia de la defunción firmada por el facultativo, que hubiera asistido al fallecimiento del individuo en su última enfermedad; o, por dos Médicos legistas, a falta de estos, por el certificado médico sanitario o de cualquier otro Médico; y, en los lugares donde no hay médico, la constancia de la defunción se hará en base a la declaración juramentada de dos testigos.

El Artículo 45 de la Ley de Registro Civil, Identificación y Cedulación dice: "En las actas de registro de defunciones se anotarán los siguientes datos":

1.- Nombres y apellidos del fallecido.

2.- Lugar y fecha del fallecimiento.

3.- Estado civil, sexo y edad cierta o presunta del fallecido.

4.- Nombres y apellidos del cónyuge sobreviviente si lo hubiere.

5.- Nombres y apellidos de los padres del fallecido.

6.- La causa cierta o presunta de la enfermedad. (Causa de la muerte)

7.- Nombres y apellidos de las personas que solicitan la inscripción, números de cédulas de identidad o ciudadanía o pasaporte en caso de extranjero no residente.

8.- Las firmas del declarante y del Jefe del Registro civil o su delegado.

Es importante estudiar el tiempo en que se produce la muerte de una persona, porque puede significar que nazcan o no ciertos Derechos, que se cumplan o no condiciones o plazos, o de herencia, legados, donaciones y su distribución. (Acta íntegra de defunción)

Así las reglas 16 a la 19 del Art. 7 del Código Civil, tienen en cuenta el momento de la muerte, para determinar la Ley aplicable a los testamentos; estas reglas son:

  • a) (14) Las disposiciones testamentarias se sujetan a la Ley vigente cuando fallece el testador, aunque el testamento se hubiere hecho bajo el imperio de otra Ley distinta.

  • b) (15) Si el testamento contuviere disposiciones que no debían llevarse a ejecución según la Ley bajo la cual se otorgó, se cumplirán sin embargo, siempre que no se hallen en oposición con la Ley vigente al tiempo de la muerte del testador.

  • c) (16) También esa Ley rige en las sucesiones intestadas o ab intestato el Derecho de representación; y,

  • d) (17) Igualmente rige la adjudicación y participación de una herencia o legado.

Según el Art. 997 del Código Civil la sucesión por causa de muerte se abre el momento del deceso, en el último domicilio del causante.

La muerte de una persona, da lugar a los derechos de los herederos respecto de su patrimonio si hay testamento, prestaciones al Seguro Social, o indemnizaciones por accidentes y muerte; en el Código de Trabajo, contratos, seguros de vida y otros.

Si de dos personas llamadas a heredar, una de ellas fallece con antelación a la otra, prevalece el derecho de sucesión a favor de la que sobrevive.

La persona que muere primero se llama Premuriente.

En el matrimonio el que muere primero es cónyuge premuerto, de cujus, de cuius, decesado o fallecido; y, supérstite, o sobreviviente el que queda con vida.

Puede ocurrir que personas llamadas a sucederse en sus derechos patrimoniales mueran en un mismo acontecimiento, accidente, naufragio, incendio, tsunami, terremoto o batalla y nunca se sepa el orden de su fallecimiento.

El Art. 65 del Código Civil dice: "Que se procederá como si dichas personas hubieran perecido al mismo momento y ninguna de ellas hubiere sobrevivido a las otras, denominándose Conmurientes"

Nuestro Código Civil acorde con el Derecho Romano dice: "que si no se sabe el orden de fallecimiento, se procederá como en el caso de que dichas personas hubiesen perecido en un mismo momento y ninguna de ellas hubiere sobrevivido a las otras"

Arturo Alessandri Rodríguez, es más sencillo y justo y dice; en un accidente o en cualquier otra circunstancia la muerte se acerca a las personas al azar, sin considerar el sexo, edad o condición de los individuos, sin que sea posible probar la anterioridad o posterioridad de la muerte de alguien con respecto a otro, siendo el sentido común y la equidad la base de esta disposición legal.

Arturo Alessandri Rodríguez dice, que la disposición contenida en el Artículo Nro. 65 del Código Civil es de carácter general lo cual quiere decir que no sólo se aplica cuando dos personas mueren en uno de los acontecimientos señalados en el artículo 65, sino en cualquier otro, así en accidente aéreo, tsunami, ciclón, maremoto, terrorismo químico, desastre. También se aplica al Art.65, todos los casos "que por cualquier causa" no pudiere saberse el orden en que han ocurrido los fallecimientos de dos o más personas; sin importar la causa de haber perecido.

El único requisito es que no se sepa cuál de las dos o más personas falleció primero.

La conmurencia respecto con otras disposiciones legales, se refiere a la relación del Art. 65 con el 1.000 del Código Civil "Si dos personas o más llamadas a suceder una a la otra se hallen en el caso del Art. 65, ninguna de ellas sucederá en los bienes de la otra".

No se puede saber o establecer el orden de los decesos. La autopsia o necroscopia del cadáver prescrita en el Código de Procedimiento Penal, tiene por objeto descubrir las causas posibles o evidentes de la muerte, pero no sirve para determinar el tiempo que pudo haberse producido, cuando ello no se conoce por otros medios.

Autopsia o Necropsia: se abren las cavidades: cerebral, torácica, pulmonar, pelviana. (Mujer, pelviana o vientre materno)

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter