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El hijo póstumo (página 3)



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He referido los principales artículos de la legislación ecuatoriana, con respecto a la huesuda, a la que tiene un manto largo y del que sobresale su guadaña para segar la vida, con fundamentos del Código Civil, en una apreciación del tema como Abogado.

En esta ocasión Dios quiso que no saltara en el paracaídas y equipo militar americano T-10, y Nro.267, mucho he reflexionado sobre este acontecimiento de mi vida militar y no puedo pensar como habría reaccionado al no abrirse el paracaídas, el salto era de cuatrocientos metros de altura, y lógicamente de alguna manera me reconcilie con el Sargento Anramuño, que se negó a entregarme el equipo que nunca funcionó.

Mantengo en mi memoria, las recias figuras y personalidades de los instructores del Colegio Militar "Eloy Alfaro", y transcribo con los dedos de mi mano derecha, sus nombres y grados, aquellos que me inculcaron de cadete la disciplina, los valores, la decencia, las buenas costumbres, el amor a la Patria, así: Coronel Edmundo Baquero, Coronel Tafur Proaño, Teniente Coronel Hernán Torres Bonilla; Capitanes Héctor Miranda, José Ron, Cristóbal Navas, Jorge Romero, Jorge Aguirre Azanza; Tenientes, Augusto Jarrin, Jorge Oliva, Joffre Lima Gaitán Iglesias, Hipólito Moncayo, Marcelo Delgado, Miguel Arellano, Jaime Cervantes, Marcelo Delgado, Hernando Ugalde, Acosta, Cornejo, Evencio Izurieta, Héctor Torres; Teniente Fernando Viteri y Subteniente José Gallardo.

Salto nocturno con paracaídas en Salinas

Ya les había referido mi misión de ataque al Grupo de Artillería "Bolívar" de la Provincia de El Oro; operación casi real que ponía en alerta a las Unidades militares en caso de ataques verticales peruanos, con miembros de Fuerzas Especiales, y por orden y organización del Oficial E-3, DE Operaciones del Ejército; en aquel tiempo ya era Subteniente antiguo y había realizado el Curso de Comandos, y en vista de mi éxito en el ataque vertical, incursión anterior, nuevamente fui llamado al Comando en donde estaba reunida la Plana Mayor del Batallón de Paracaidistas y entre otros oficiales, recibí la misión de atacar el Grupo de Artillería "Atahualpa", de la Brigada de Infantería Guayas; el objetivo era la destrucción de obuses de 105 milímetros y armas de artillería, causar bajas en la unidad militar, eliminar al Comandante y realizar la mayor destrucción posible, para finalmente realizar la evasión y escape por tierra, ya que el ataque iniciaba con un salto vertical en las proximidades de la Unidad, con una patrulla de especialistas, en demoliciones y destrucción, con quince elementos y un oficial observador del mismo Batallón de paracaidistas. En esta segunda misión dada por el mando a los oficiales jefes de patrulla, con una ilimitada libertad, para escoger el personal, el armamento, explosivos y demás elementos de combate. El Jefe de operaciones o P-3, nos explicó a los jefes de patrulla en una maqueta y pormenorizadamente, la misión a cumplir, el objetivo, que estaba ubicado en Salinas, en plena península de Santa Elena, y teniendo al flanco izquierdo a la unidad de la Fuerza Aérea ecuatoriana; en el centro el Grupo de Artillería "Atahualpa", nuestro objetivo; y, al flanco derecho, las unidades de la Marina de Guerra y al fondo de todas las unidades el mar, teniendo como única vía de escape hacia tierra adentro al oriente; había muchas desventajas, como tierra sin vegetación, camaroneras, y pantanos con entradas de mar, por lo tanto debíamos atacar por tierra, en forma sincronizada infiltrándonos en tres grupos, todos con equipos de demoliciones y explosivos, con cuartos de libra de TNT, Trinito tolueno, y cargas eléctricas, debiendo iniciar un ataque sincronizado, en una Unidad muy grande, con edificaciones, sectores de instrucción, en el centro el parque automotor y de obuses de 105, milímetros, zonas administrativas, controles de paso hacia la unidad en dirección a la playa, luces en sectores estratégicos; considero que en la realidad y sin contar con apoyo aéreo, era una misión suicida tomando en cuenta que la Unidad contaba con más de 200 elementos de tropa y unos 30 oficiales. La patrulla bien instruida de la misión, salió en la tarde del puesto de mando, se embarcó en Quito en un C-45, llegamos a Guayaquil a la pista de aterrizaje de la Fuerza Aérea, ocupamos un hangar y seguimos nuestra preparación para el ataque en el interior, las informaciones de inteligencia daban cuenta de que a las 24h00, hora en la que estaríamos sobre la T de salto, que desplegarían el grupo de precursores y guías de paracaidismo, estaríamos saltando con 15 nudos de viento, las condiciones del salto, en la playa de San Pablo, determinaban marea crecida y vientos fuertes, el jefe de salto condujo al piloto a las coordenadas dadas al inicio del vuelo, pero al momento de saltar, y cuando la luz roja del avión señalaba las coordenadas y el timbre intermitente daba la señal de salto, el jefe de Salto y observador detrás y toda la patrulla, no pudo saltar, no había en tierra la señal luminosa de la T, no habían guías en tierra, ante tales circunstancias y en segundos decidí que el piloto de una vuelta y nos de la señal luminosa roja y el timbre y luz verde en las coordenadas señaladas en la carta aérea, el jefe de salto a la cabeza, yo en tercer lugar y el resto de la patrulla abandonamos la aeronave, como un gran espejo el mar estaba a nuestros pies, y la tierra estaba ansiosa de recibirnos como un abismo profundo y negro, el avión se alejó y desapareció en el horizonte, toda la patrulla estaba sobre el mar; inmediatamente y según indicaba la circunstancia caeríamos al mar, todos empezamos a desequiparnos en el aire, para caer al agua salada y nadar hacia tierra, yo no fui lo suficiente rápido y equipado caí a unos cincuenta metros mar adentro, con todo el mi peso y de mi equipo, me introduje en el agua salada, sin antes tomar aire, la muerte me conducía a un agua templada y salada, obscura, aguantaría la respiración y gastaría el aire de mis pulmones mientras luchaba por emerger, pero todo era inútil, me rodeaba agua de mar, y perdía la esperanza de salir vivo, el próximo minuto sería la falta de oxígeno y la muerte me acogería en su manto, en fin pensaba rápidamente en mi vida, era soltero, pero quería entrañablemente a mis padres y hermanos, pero era un militar; casi sin aire sentí que era izado y arrastrado por el viento de la playa, en dirección a tierra firme, de reojo hacia atrás veía una cúpula de nylon furiosa que se desplazaba a unos sesenta kilómetros por hora hacia la playa, mientras rugía el colosal mar y solo dejo de arrastrarme cuando en tierra se apagó la cúpula, tendiendo su seda en la arena. Dios es tan poderoso, que todos los miembros de la patrulla, habíamos sido sacados milagrosamente por las cúpulas de nuestros paracaídas, todo el equipo estaba mojado, el armamento consistente en ametralladoras uzi, la munición los explosivos estaban a salvo en fundas plásticas, nuestros puñales propios de los paracaidistas chorreaban agua de mar, en uniformes y botas, mezclado con la arena, sudaba copiosamente mientras el equipo recogí rápidamente, introducido en la funda de lona y a la carrera nos reunimos estableciendo novedades, estábamos todos, el pavor había pasado; luego de la misión me enteré que los guías, que antes de nuestro salto, saltan de mayor altura, en salto libre y llegan a tierra para dar el aviso o señal de salto desde tierra, ellos nunca estuvieron en tierra para darnos el aviso o T, luminosa de salto, para verificar la reacción mía como comandante de la misión; con este percance en el salto, ya nos atrasamos en nuestro cronograma e infiltración y ataque a las 05h00, antes de que se presente el crepúsculo náutico matutino con la presencia de la luz del sol; por lo tanto ordene a mi patrulla salir a una carretera lateral a la playa, dos miembros de la Patrulla detuvieron el primer camión que pasaba, a los dos ocupantes del vehículo los amordazamos y amarramos de pies y manos, los dejamos en una cuneta sin decirles palabra, únicamente advertirles que a la entrada de Salinas a la altura del aeropuerto retiren su vehículo, los dos hombres aterrados asistieron con las cabezas, mientras nos alejábamos en dirección a nuestro objetivo, el camión era conducido por un comando miembro de la patrulla; el oficial observador anotaba nuestras maniobras; de esto fuimos objeto de las noticias en el Universo, que decía "militares camuflados desconocidos asaltaron un vehículo en la vía San Pablo Salinas, amordazaron y amarraron de pies y manos a sus dos ocupantes, quienes por instrucciones de los misteriosos uniformados, recuperaron su vehículo y pertenencias sin novedad, los dos ocupantes del vehículo están con buena salud física, pero con una gran depresión y nervios"; nos dividimos en tres grupos en el mío se unió el observador, reajustamos la hora de ataque para las 04h00, infiltración e incursión que la hicimos agazapados y la mayor parte del tiempo reptando, pasando a través de centinelas medios dormidos, acurrucados, de pie dormitando con la mirada perdida y esperando el relevo; ya dentro de la Artillería, procedimos a hacer explotar cartuchos de TNT, a poca distancia de los puntos y objetivos establecidos; la capacidad de reacción de los miembros de la Unidad bastante deficiente, pues se supone que después del ataque inmediatamente debieron reaccionar y tomarnos prisioneros, pero con gran facilidad evadimos a las tropas y seguimos nuestra vía de evasión y escape, mientras oíamos el estruendo de una sirena de alarma; y el consiguiente movimiento de tropas de la Artillería, Fuerza Aérea y Marina.

cerca de las 11h00, estaba en la sala de operaciones de la Brigada de Infantería "Guayas", con puntero en mano explicando la misión que había recibido en el Batallón de Paracaidistas, a Jefes y Oficiales de la Brigada Guayas; su desenvolvimiento, dificultades superadas y resultados alcanzados, de cumplimiento de la misión y destrucción del objetivo, con las consiguiente resistencia de los oficiales de la Unidad atacada; retornamos vía aérea la patrulla y el oficial observador, para informar a la Plana Mayor del Batallón de la misión encomendada y cumplida; en el mes de Agosto de 2008, estuve con mi familia en Salinas y recordaba esta misión, y verificaba como había cambiado el terreno, en el cual hay grandes centros turísticos y urbanizaciones, infraestructura de elaboración de salitrales, enlatadoras y procesadoras de atún, camaroneras, con carreteras pavimentadas con los servicios correspondientes, queda en mi memoria aquel terreno en el cual saltamos en la noche, con parámetros de combate, en terreno y campo desierto y abierto y simulando territorio enemigo, advertidos de nuestra incursión la Unidad de Artillería atacada.

Ya en mi vida civil, estando de vacaciones en Salinas, en diferentes playas como Salinas, Ayangue, Ballenita y otras me he dedicado a la natación en aguas abiertas, valiéndome de aletas, un cinturón con un puñal, visor y esnorquer; también he realizado estas prácticas en las playas de Manabí; y por reloj he nadado en aguas abiertas hasta por tres horas entre ida y vuelta, mar adentro, desde luego sin mi prótesis de mi brazo izquierdo, empleando tranquilidad, control de la respiración y tomando contacto con este mar respetable, alejándome de la costa hasta perder el perfil costanero, sacando como experiencias que estos ejercicios, se hacen en tranquilidad, aflojando los músculos, relajándose y dosificando fuerzas, se puede estar indefinidamente en el agua, en donde hay paz, quietud, campo amplio de agua azul, y cielo tranquilo; al llegar no he sentido cansancio; desde luego durante todo el año los sábados practico natación en la piscina de Durán en Baños de Cuenca; y, en Diciembre de todos los años, verifico mi estado físico y destreza en la natación, desde las 06h00 hasta las 16h00, nadando diferentes estilos, que han dado un record de 490 largos, y salgo fresco, únicamente un poco agotado.

Explosión de dinamita en el putumayo, unidad militar de selva e infantería y la vida militar en la frontera amazónica

En forma real y sincera, identificare la verdad de lo que me sucedió, en la Unidad de Selva e Infantería en el Putumayo, donde estuve cumpliendo funciones de Comandante Accidental y luego de oficial de operaciones o P-3, cuando llegó el Comandante titular, Unidad militar ubicada a la cabecera de Puerto el Carmen de Putumayo, a la orilla derecha del río Putumayo, en la frontera con Colombia y el Perú.

Prestaba mis servicios y función con el grado de Capitán en la 8- BI, Octava Brigada de Infantería "Portete", en Cuenca, me desempeñaba como Comandante de la Compañía de Transmisiones, en el Cuartel General de la III Zona Militar de Cuenca, tenía unos 30 años, vivía en un departamento con mi cónyuge Ruth y ya teníamos nuestra primera hija Ruth Marcela y en esos días nació nuestra segunda hija Katherine Elizabeth, y en partos naturales de Ruth, las trajo al mundo, atendida por un Médico empleado civil del Hospital militar, el Doctor Boanerges Ambrosi, con quien más tarde nos uniría el destino para ser consuegros y precisamente con mi segunda hija, que se unió en matrimonio con su último hijo Médico, Juan José Ambrosi Ordóñez.

En ese entonces, mi Comandante, Coronel, era el futuro, General Fernando Dobronski, más tarde Ministro de Educación del Gobierno Militar, y quien en mi ascenso de Teniente a Capitán, junto con mi querida cónyuge me impusieron las insignias de Capitán, en ceremonia militar especial en el Casino de Oficiales de la III Zona Militar, de Cuenca; ya había hecho el Curso avanzado para Mayor, cuando un día de esos, llegó la Orden general con mi pase en calidad de Comandante accidental del Batallón de Infantería en el Putumayo, debía presentarme en la Brigada de Selva ubicada en el Coca, para luego ingresar a mi Unidad, en donde el Comandante del arma de Infantería ya había salido y ese cargo estaba vacante. Me despedí de mi cónyuge, de mis tiernas hijas, hice mi equipaje en dos tulas verdes y salí en dirección a Quito y luego por tierra al Coca, pasando por Lago Agrio y haciendo un trasbordo en una gabarra sobre un río y llegue al Comando de la Brigada, presentándome al Comandante Coronel "A", ibarreño; un oficial General, que vestía de camuflaje y boina concho de vino de los paracaidistas; había realizado el Curso de paracaidismo en el grado de Coronel, con otros oficiales del mismo rango, Curso al que denominábamos "Curso de fardos", por su edad, pero por su entusiasmo de ser de esa especialidad; tuve la primera impresión de caerle mal a este Jefe, pues me presenté con mi reluciente uniforme, con boina roja, con mis cursos en especial el de jefe de salto, curso superior al Comandante; fríamente me explico que en esos días estaban en fiestas en el Coca y que esperara para que haya disponibilidad de un avión del Servicio Aéreo del Ejército, para que ingrese al Putumayo, por cierto había una segunda opción, ingresar por tierra a través del río San Miguel, aguas abajo hasta confluir con el río Putumayo, en canoa a motor fuera de borda. Mientras esperaba, me aloje en el denominado "Hotel", construcción de madera y techo de ardex, donde se alojaban los oficiales sin sus familiares; en el Comando de la Brigada de Selva del Coca, encontré a muchos oficiales, unos amigos, otros superiores y otros con los que había militado antes en otras unidades, como el Capitán Marcelo Bedón de Transportes, que hizo el curso de paracaidismo y milito en Fuerzas Especiales en Latacunga; sin funciones, me dedique a asistir a los partes, a la educación física y deportes; y colaboré con el equipo de gimnasia, entrenando a los conscriptos, en acrobacia y saltos mortales sobre caballete, para la presentación de ese equipo en las fiestas del Coca; bajo la atenta mirada del Coronel; en esos días llegó y para reentrenamiento de los paracaidistas de la Brigada, un pelotón de Paracaidistas, al mando del Capitán Luís Almeida "El Caballito", oficial de Infantería, que estaba en el Batallón de paracaidistas; el personal, de mantenimiento, jefes de Salto y hasta integrantes de una orquesta, con el Sargento negro, Concelino Cabezas, quienes me saludaron afectuosamente por conocerme algunos años y por haber militado junto a ellos en Fuerzas Especiales, más aún el Capitán Almeida, una promoción menos de la mía, y compañero del curso de jefes de salto; lo cual presenció el Coronel a disgusto, llamándome la atención, por la familiaridad y confianza con los paracaidistas de tropa, que llegaban por las fiestas no solo para el reentrenamiento del personal de esa Brigada, sino también para en forma efectiva realizar los tres saltos de reentrenamiento; casi inmediatamente y por dos días se realizó el reentrenamiento, de unos sesenta militares, incluyendo Oficiales y el Comandante Coronel. En la noche había una fiesta y baile en el hangar de SAE, Servicio Aéreo del Ejército, contiguo al Cuartel General; como todos los oficiales asistimos a la fiesta y baile con orquesta compuesta por no videntes, llegué a la fiesta y me localice en la mesa donde estaban todos los oficiales, coincidiendo al frente del Coronel y junto al Capitán Bedón y al Capitán Almeida; había whiskies que servían los saloneros y botellas en la mesa, pero como siempre en estos actos sociales; había mucha gente civil, elemento femenino, que no conocía, por lo que me dedique a observar, sin tomar, pues tenía entendido que el día siguiente deberíamos saltar, la Orquesta de integrantes no videntes, se disponía a tocar, pero fue reemplazada por paracaidistas, cuyo solista, el Sargento Concelino Cabezas, un negro alto y fornido, tomó el micrófono, otro tomo la batería, otro, la guitarra, otro el saxofón, otro el órgano, indicando que querían dedicar a todos los presentes, al Comandante de la Brigada, a los señores oficiales y personal de voluntarios unas tres melodías bailables, con la gracia única de Concelino que destacaba en su uniforme camuflaje como una pantera, previo un cacho de la vida real según él, que cuando estaba militando en el Destacamento de fuerzas Especiales de Esmeraldas, su cónyuge se ausentó al Chota, a Ibarra y no regresaba, vivía junto a la casa de un compañero Cabo, de raza negra, al que le hizo compadre, y constantemente Concelino, le pedía al compadre, un machete, azúcar, arroz, la escoba, la licuadora, ante la ausencia de su mujer, pero un día le pidió al compadre que le prestara su mujer, lo que fue causa de una sublevación según el gracioso, pues su compadre lo persiguió con machete en mano por algunos kilómetros; todos estábamos atentos a la introducción del solista de la orquesta, cuando Concelino, dedicó la intervención de la orquesta de Fuerzas Especiales, "Dedicamos nuestra intervención a todos los presentes, en especial a nuestro Comandante, a mi Capitán Marcelo Almeida", el Coronel, que ya había bebido algunos turnos, me miró con profundo odio, rencor inexplicable, y mientras los pacaidistas interpretaban canciones bailables, las personas bailaban y se divertían, sentí que debajo de la mesa que alguien me pateaba, enseguida me percate que el agresor era el Coronel Acosta, de este hecho se dieron cuenta los capitanes Bedón y Almeida, casi inmediatamente sentí otra patada, a lo cual estando en mi sano juicio, pues ni siquiera bebí un vaso; fui advertido por el Capitán Bedón que lo mejor sería que me retire de la mesa, así lo hice y me dirigí al Hotel a descansar, reflexionando el abuso de este acomplejado militar, que creo sin duda que no se sacaba la boina roja ni para dormir, este mal paracaidista, pésimo superior, al cual nunca había conocido antes, al cual no le había dado ningún problema, sino únicamente el ser homenajeado en público, delante de él, que posiblemente pensó, que la dedicatoria estaba dirigida a él, en fin dormí pensando que esto sería producto del licor y que todo se olvidaría al día siguiente, en el que teníamos que hacer los saltos. El día siguiente después del parte, el Coronel, tenía una actitud inexplicable hacia mí, no di importancia y nos dirigimos a la pista de aterrizaje de la Brigada, en perfecta formación con los sesenta uniformados, con nuestro casco militar, el Capitán Almeida dio el parte al Coronel; quien autorizo para que tome el mando y empiecen los respectivos saltos, desde el avión de SAE, piloteado por el Coronel Villalba, que llegó a ser con el transcurso del tiempo, Jefe de SAE; y que por el destino fue quien me salvó la vida al accidentarme con explosivos en el Putumayo. El Capitán Almeida "Caballito", me pidió que como Jefe de Salto, tome el mando de diferentes saltos, junto a él; lo que disgusto más al chuchaqui Coronel, que sudaba copiosamente, mientras daba las órdenes a los primeros quince paracaidistas y revisaba personalmente los equipos de los integrantes de mi grupo; lógicamente lo ubique como primer hombre para el salto, al Coronel, le instruí que yo saltaría en segundo lugar, que la zona de salto era el campo de aterrizaje, en cuyo perímetro, había selva, edificaciones bajas y algunos obstáculos, que condujeran sus paracaídas, hacia la pista, que había unos Diez nudos de viento, que no olvidarán de poner en práctica las técnicas para el caso de caer en la selva, especialmente en árboles, que apenas toquen tierra recojan su equipo y se reúnan inmediatamente para equiparnos con otro paracaídas y proceder a otro salto; ya en la aeronave, di la voz de listo, al Coronel, que se ubicó en la puerta del avión, mire la alineación de la T, en tierra y ordene "sal", golpeando la pantorrilla del Coronel, con una reacción tardía después de dos segundos saltó el Coronel, salí a continuación, y los demás del vuelo rematado por un instructor, visualmente vi adelante que el Coronel se dirigía a la selva, pese a que le gritaba que conduzca su paracaídas a la derecha, en realidad parecía un fardo, o paquete, inerte, nervioso; yo hice mi contacto en el suelo de la pista de pie, con la técnica aprendida con la experiencia, todos los del vuelo, estaban reunidos menos el Coronel, al cual con machete en mano le fueron a auxiliar su chofer y otro voluntario; consiguientemente se retrasó el vuelo, delante del Coronel venía su chofer, con el equipo y su otro salvador, sudaba copiosamente y furioso me reclamó y me ordenó que el próximo vuelo salte yo primero y que el saltaría en segundo lugar; me recriminaba delante de los integrantes del vuelo, que le había hecho saltar sobre la selva, y que me sancionaría después de los saltos, esto fue evidenciado por el Capitán Almeida, que movía la cabeza en desacuerdo y que me pidió calma y que no le haga caso; furibundo, sudoroso, nervioso, fuera de sí, al golpear con el gancho de anclaje en el casco el Coronel, fuera de reglamento casi me arrancha el gancho metálico, sin embargo seguí dando las órdenes, nos embarcamos, el avión despego, me repitió la orden que salte yo primero y que el saltará en segundo lugar; a lo que respondí, su orden mi Coronel; las órdenes del Jefe de Salto y su responsabilidad son antes, durante y después del salto, es responsable de la vida de los integrantes del vuelo, antes de saltar, arengue con gritos a los paracaidistas, me situé en la puerta del avión y di la orden de salto, mi pie izquierdo alineaba la T, de color blanco en la misma pista, y salté, registre mi cúpula, observe que todos saltaron, había gritos emocionados de los reestrenados y jubilo, al llegar a tierra, todos nos reunimos, a excepción del Coronel, que desapareció en medio del follaje de la selva espesa; transcurrió más de una hora, en que fue ayudado por dos voluntarios y su chofer, llegando posteriormente al punto de reunión, su uniforme estaba rasgado, lleno de lodo, tenía raspones en la cara y el cuerpo, y su ira subió al máximo, ordenándome en el mismo campo de aterrizaje que el día siguiente a la primera hora me incorpore por tierra, en canoa a mi unidad militar en el Putumayo, sin miramiento alguno, lo que fue observado con disgusto por oficiales y tropa. En efecto al siguiente día, a continuación del parte y formación de las 07h00, me despedí del Capitán Bedón, quien posteriormente me advirtió del Coronel, que en definitiva sin causa alguna le caí mal desde el comienzo de mi presentación y de paso a mi unidad en el Putumayo, prácticamente me ordenó que no quería mi presencia en el Cuartel General; a más de la revisión del mapa y cartas cartográficas, mi misión era llegar a mi Unidad en el Putumayo, sin recursos económicos; pedí un Jeep con chofer para que me deje a orillas del río San Miguel, para dirigirme como buen comando y miembro de fuerzas especiales a mi destino, llevaba dos tulas verdes con mi ropa, uniformes y pertenencias, no estaba a mucha distancia de la Unidad, cuando fui alcanzado en otro vehículo por el Capitán Almeida y dos paracaidistas, uno de ellos Concelino Cabezas, el Coronel Villalva, piloto del avión de SAE, me esperaba para llevarme y dejarme en mi Unidad, además llevaba a los integrantes no videntes de la orquesta y sus instrumentos al Putumayo; en el hangar se acercó el Capitán de Corbeta piloto del avión de la Marina de Guerra, quien como los demás enterado del incidente ocasionado por el Coronel, y me ofreció delante del Coronel Villalba llevarme a mi Unidad, agradecí su oferta, pero me embarqué en el avión de SAE, me acompañaron los tres compañeros paracaidistas, que por cierto llevaron cuatro equipos completos para saltar en la pista del Putumayo, en caso de emergencia, el avión despego, era sábado y teniendo un gran manto verde y grandes ríos plateados se dirigió al Putumayo, a despecho del Coronel que quedaba atrás como un mal recuerdo, que nunca experimenté en toda mi vida militar y sin causa alguna que motivara tal conducta de un superior jerárquico; muy cordialmente departimos en la cabina del avión con el Coronel Villalba, ante constantes ocurrencias de Concelino, antes de aterrizar el piloto nos advirtió el mal estado de la pista junto a la unidad militar que iba a comandar accidentalmente, nos pidió que aseguremos a los no videntes que eran seis músicos, a los cuales, les colocamos sus cinturones de seguridad, sin embargo el Capitán Almeida, le pidió al piloto, que si no era posible el aterrizaje yo saltaría en la pista y en otro equipo mandarían mis dos tulas militares; yo estaba dispuesto, pero el piloto no accedió, hizo el aterrizaje en una pista muy mal mantenida, llena de lodo, haciendo un aterrizaje forzoso, el avión se detuvo, lleno de lodo el parabrisa y sus estructuras, los miembros de la Unidad acudieron inmediatamente, pero sucedió un hecho curioso, todos los músicos no videntes, apenas se detuvieron los motores del avión, abrieron la puerta y saltaron al lodo y se pusieron a buen recaudo a metros de distancia de la aeronave, con la ayuda de tropas del Batallón de Selva, bajaron sus instrumentos, se limpió el avión mientras se servían mis acompañantes un refrigerio, en el casino de mi nueva Unidad, habían siete oficiales y un oficial odontólogo, un enfermero, setenta miembros de tropa, entre shuaras y mestizos; instalaciones casi en su totalidad de madera, a un costado de la pista de aterrizaje y paralelamente corría el rio Putumayo, caudaloso y sumamente ancho, a cinco kilómetros de la Unidad con Muelle, el pueblo de Puerto el Carmen de Putumayo; frente a la Unidad, una unidad militar colombiana y el pueblo de ese país, Ospina, y todo alrededor selva virgen y pantanos, con un sistema hidrográfico inmenso, con formación de islas alrededor del río Putumayo. Cuanta gratitud tengo en mi corazón para el piloto, Coronel Villalva, que posteriormente me evacuaría herido a Quito desde Lago Agrio, con mi cónyuge y dos hijas infantes, al accidentarme con TNT(trinitrotolueno), y la pérdida de mi antebrazo y mano izquierda; cuan imperecedero agradecimiento a la memoria del "Caballito Almeida", que falleció en el Curso Avanzado, en Quevedo, ahogado, pero salvando a alguno de sus compañeros de curso; por la negligencia, testarudez de un Mayor jefe de curso, Carlos Garzón, del arma de Infantería, que obligó a los alumnos Capitanes, a cruzar el río con equipo incluido el doble casco de fibra y acero, jefe que no estaba preparado para instruir ni desarrollar operaciones en la selva, razón por la cual no ascendió a General, pero de una mala fe increíble; mis agradecimientos a Concelino Cabezas y otro paracaidista jefe de salto, que prácticamente me dejaron en mi Unidad; el despeje de la pista fue duro, pero exitoso, debido a la gran experiencia del piloto.

Estaba trabajando en la Unidad, mi grado era de Capitán y mis funciones de Comandante accidental; estaba allí gracias a dos oficiales de mi arma de Transmisiones, el Capitán César Almeida y el Capitán Hugo López y al Comandante de la Unidad un Teniente Coronel de Infantería Enríquez, que antes de mi llegada se palanqueo, para salir a Quito; con el antecedente doble, al Oriente se entra castigado o porque se requiere cumplir el requisito de guarnición en la Región Amazónica, yo llegué con el pase a esa unidad de selva, porque no tenía cumplido el requisito de guarnición en el Oriente; en un nombramiento honorífico de Comandante accidental, pues posteriormente ingresó a la Unidad, el Mayor de Caballería Efraín Morales, como Comandante Titular; posteriormente con los años, me enteré que los capitanes de transmisiones, señalaron mi nombre para ocupar el puesto que uno de ellos debió cumplir en la Unidad en la que casi pierdo la vida, no había lógica en este tercer elemento, el palanqueo desleal de los pases, perjudicando a otro Oficial.

El comando de una Unidad, requiere conocimientos, en especial en una Unidad de Selva, teniendo un gran frente de responsabilidad, una extensa y enorme red fluvial, con Colombia y el enemigo Perú al frente, con Destacamentos, en todo el frente del río Putumayo, en donde hay población de los tres países, gran actividad de transporte fluvial de barcos hasta de mediano calado, que venían desde el Brasil, cargueros con combustible; actividad de instrucción en la Unidad, con levas de conscriptos procedentes de la costa; con una pista de aterrizaje dañada y sin posibilidades de rehabilitación, por falta en todo alrededor de grava, arena o piedra; con un puesto de atención médica con un enfermero, sin médico, con comunicaciones deficientes y a horario, para dar parte al comando en el Coca, con abastecimientos aéreos limitados, a las condiciones atmosféricas, oficiales y tropas, como conscriptos solteros o sin familias, supeditados a una alimentación frugal; no se diga a los Destacamentos hacia el este, disponíamos de dos lanchas con motores fuera de borda, con motoristas militares de tropa shuar, un muelle y la bandera ecuatoriana, el cielo normalmente lluvioso y la inconmensurable selva, abierta a fuerza por las aguas imponentes del río Putumayo; la población de colonos de Puerto el Carmen de Putumayo, desconfiada, sin embargo de que la Unidad les proporcionaba ayuda, mano de obra y atención reducida de odontología y médica; el convento de franciscanos, los que preferían mediar buena distancia con los militares herejes que no asistían a misa los Domingos, pues los conscriptos en especial y los voluntarios sin familia buscaban relacionarse con elemento femenino del pueblo, lo que era misión imposible; sin embargo, al producirse mi accidente con TNT, explosivo denominado Trinito tolueno; fue esta congregación de frailes franciscanos, que con su medio de radio se comunicaron a Colombia y estos a Lago Agrio pidiendo auxilio y que entrara un avión piper a evacuarme, lo hizo un avión pequeño, de la petrolera Texaco, en el que salí con Ruth y mis pequeñas Ruth Marcela y Katherine Elizabeth, el Médico que entro a la Unidad días antes de mi accidente, pues fui atendido por el Sargento Celin un experto que conocí en Quevedo en el Destacamento de Fuerzas Especiales y Selva; fueron estos sacerdotes franciscanos a quienes les tengo inmenso agradecimiento, los que me proporcionaron desinfectantes y los primeros medicamentos, pues en el Batallón no había estos elementos de sanidad mínimos e indispensables.

Luego de tomar conocimiento de toda la Unidad, con edificaciones de madera y mixto de cemento y partes de ladrillo, en sus bases; lo que más me impactó fue la Bodega de víveres, a cargo del cocinero Sargento Vaca; así como la impavidez de los oficiales, inclusive del Teniente Odontólogo, que con conocimientos médicos y de sanidad debió sugerir solucionar, el problema de roedores, en toda la Unidad, en especial de esta bodega de unos cinco por ocho metros, en donde se guardaban por quintales los víveres; estaban ratas enormes en pleno día, encaramadas en paredes, piso y partes superiores de la estructura de madera y techo de zinc y ardex; yéndome contra las reglas y la Contraloría, inventarios de bienes inmuebles, estados de bienes, organice el incendio de dicha bodega con alimentos incluidos, que lógicamente estaban contaminados por los roedores; esto lo realice por mi iniciativa sin pedir permiso a nadie, en mi vida militar, muchas veces actué de esa forma; organice, alrededor de la bodega, con el criterio del Sargento Vaca, de que era imposible desaparecer la plaga; círculos con personal de voluntarios y conscriptos, armados con palo y machete, en diferentes círculos, se regó gasolina y se prendió fuego a la bodega; algo espeluznante, de terror y escalofriante se produjo, miles de ratas trataban de escapar del fuego, unas incendiándose otras vivas, emergían del suelo de sus madrigueras, chillaban del dolor y desesperación, y encontraban fin a palo y machete, después de unas horas de laboriosa actividad, cavaron una gran trinchera, al interior de la selva, fuera del perímetro de la Unidad, en donde se enterraron miles de ratas; pues en los días posteriores a ese mes íntegro se suspendió la instrucción militar y ordene que el personal saneará toda las instalaciones, de roedores y alimañas, roce de monte, construcción íntegra desde sus bases de otra bodega con mallas y aditamentos seguros; dos comisiones de shuaras, partieron en busca de dos boas constrictor, paras que ayuden a la limpieza de roedores, a las que les localizamos sobre el cielo raso del casino y comedor de oficiales, de viviendas, oficinas y dormitorios de personal de tropa y conscriptos; hicimos mantenimiento del camino de cinco kilómetros al pueblo; parece de Ripley, en la unidad había un camión, que había llegado a la Unidad en piezas en canoas por el rio, para el mantenimiento de la pista, pero su limitado recorrido dentro de la Unidad y la falta de mantenimiento de la carretera al pueblo, como la falta de materiales pétreos, hacia inútil su utilización y trabajo.

Llegaron las vísperas del 24 de Mayo, mi segundo comandante un oficial de infantería, que estaba en la Unidad castigado, por no haber aprobado los cursos de Ingeniería, era el Oficial P-4 de logística, encargado de la administración de la Unidad y de los pagos a todo el personal, después de graduarse en el Colegio Militar, ingresó a la Politécnica del Ejército, fracasando en su intento en la carrera de Ingeniería, con poca experiencia en el mando de tropas, soltero e introvertido, dejaba pasar el tiempo taciturno, los otros oficiales de Infantería, Tenientes hechos cargo de la Instrucción militar y de las diferentes actividades diarias, solteros, casi no tenían iniciativa; es en estas Unidades cuando hay que relacionarse más con las tropas, saber sus necesidades, sus problemas, muchos de ellos castigados se presentaban en la Unidad, extrañaban a sus familias y contaban los días para aprovechar la licencia o los permisos, tenían que gastar sus pocos medios económicos y muchas veces salir al Ecuador por Colombia, vía puerto Ospina, El Valle y el Departamento de Nariño a Ipiales; o vía, La Unidad, Puerto el Carmen, Aguas arriba por el Río San Miguel, Lago Agrio; su regreso era difícil e improbable, lo que se consideraba, sin aplicarles sanciones, pues yo mismo sufrí ese fenómeno en carne propia. Sin Médico, con irrisorios elementos y medicinas, los soldados se volvían locos, uno de ellos tenía en la cabecera de su cama un murciélago disecado y quería a toda costa casarse con una jíbara, su salud mental estaba mala; apenas disponíamos de radios locales de Colombia, limitadas de Ecuador, no había televisión; a fin de conmemorar el día del Arma de Infantería y a nuestra Unidad, por el 24 de Mayo, propuse y organice una reunión con los oficiales y representantes de tropa; teníamos ganado, cerdos, limones, yuca, plátano, pero limitados alimentos perecibles; la lista de invitados desde nuestro representante consular en Colombia un ex militar, oficial del Ejército, autoridades de Puerto el Carmen, civiles, elemento femenino con sus familias, a los sacerdotes del convento de franciscanos, los que no asistieron ni a dar la Misa programada, los equipos de fútbol y vóley bol; la ceremonia y programa castrense con izada de la bandera y demás solemnidades, el discurso a cargo de un oficial de Infantería; creí que estaban listos todos los detalles, pero oficiales y miembros de tropa, no se atrevían a sugerir lo más importante, y así sugirió el Cabo Bravo, amanuense de la Unidad, que sufría de ataques de paludismo y al que por ningún concepto quería el mando, trasladarle a la civilización, delgado, con profundas ojeras, pero de una moral alta, de una chispa especial se pronunció: "mi Capitán, hace más de seis meses que el Comando no nos ha enviado clase seis, necesitamos mujeres para la fiesta, colombianas que podemos contratar en puerto Espina", inquirí cuantas, propuso diez; al mismo cabo y yéndome contra reglas estrictas de clase seis, mujeres chequeadas por Sanidad del Ejército, que hace unos seis meses no habían llegado a la Unidad por mal tiempo, vía aérea; este voluntario, eficiente en su trabajo, que estaba alejado de su Familia, posiblemente rotas las relaciones con su mujer, sufría de constantes ataques de paludismo, tomaba medicinas al respecto, pero su salud desmejoraba, yo había hecho conocer al Cuartel General sin resultados positivos; salió con un motorista, con dinero para contratar a diez chicas colombianas que después de la fiesta del 24 de Mayo, prestarían sus servicios con tarjetas a todo el personal; cabe destacar al promotor de este servicio de Clase seis, de atención a militares en frontera y Región Amazónica, fue de autoría del Coronel Apolo, piloto pionero de SAE, que en forma inteligente y racional se dio cuenta de esta imprescindible necesidad biológica del soldado en frontera. La noticia de las mujeres, corrió como pólvora, yo me jugaba el pellejo por esta iniciativa propia, pero estaba seguro como así sucedió de que los delegados del Cuartel General, que brillaron por su ausencia, no nos honraron con su visita, y si hubieran llegado lo hubieran hecho obligadamente por río San Miguel; al personal no le interesaba de la fiesta más que las muchachas colombianas que vinieron con ropas de baile, de trabajo y atendieron a todo el Batallón inclusive al personal asignado a los destacamentos, a quienes envié víveres, tabaco, licor y mujeres. La fiesta fue un éxito y de esta forma se levantó la moral de las tropas, el cabo Bravo al cumplir su misión como que se restableció; el soldado loco del murciélago reaccionó y fue dado el pase a Ibarra.

Después de las fiestas y con las presencia de las inundaciones y conejeras, en Julio con el desbordamiento del Putumayo, llegó el Mayor Efraín Morales, hombre inteligente, valioso, racional, amigo, al que relate todo lo actuado en mi comando, incluyendo la muerte natural de un conscripto por paludismo, y que falleció de un día a otro, cuyo cadáver fue remitido vía aérea a su lugar natal, y que a raíz de su deceso insistí en que debía dotarse a la Unidad de un Médico, posteriormente y como mandado por Dios, llegó a la Unidad el Sargento Celin, un experto enfermero y especializado en Panamá; mis funciones se supeditaron a desempeñar las funciones de Oficial P-3, de instrucción y de segundo Comandante.

Antes de proseguir con mi relato, ya habían transcurrido más de seis meses sin tener noticias de mi familia, que quedó en Cuenca, en casa de mis Padres Políticos, Juan de Jesús y Blanca Virginia, era la primera ocasión que estábamos separados y en contadas ocasiones logré comunicarme vía radio y al teléfono por este medio con mi cónyuge, contraviniendo la utilización del radio sólo para fines militares en la que junto con mi cónyuge tomamos la peor decisión el que mi Familia se traslade a la Unidad donde estaba; hice intentos de pedir permiso, pero el Coronel de la Brigada El Coca, no me concedió; yo había tomado por mi cuenta en varias ocasiones decisiones de permitir que oficiales y tropa sin autorización superior salgan a la civilización en especial para ver a sus familias, a resolver problemas afectivos y de todo orden y empecé a planificar mi salida a traer a mi Familia, sin autorización del Comando, aprovechando un fin de semana y puente por días festivos, salí de la Unidad en una embarcación con motor fuera de borda, vestido de civil, en dirección a puerto Ospina, en Colombia, en conocimiento de que el avión de la Marina haría escala saliendo del Coca, en ese puerto con dirección a Quito, dejando el mando al teniente P-4, aprovechando el feriado.

En efecto al llegar a Ospina, me dirigí al aeropuerto colombiano, me presenté ante el piloto de la Marina, quien gustoso accedió a llevarme a Quito, sin percatarme que el Coronel y otro oficial del Comando del Coca, aprovechando esos días festivos, habían tomado ese vuelo desde el Coca, al verme le salude y le di parte de mi Unidad y la circunstancia en la que me encontraba, de salir a traer a mi familia desde Cuenca; inmediatamente me pidió explicaciones de mi presencia en esa localidad de Colombia, que mi puesto era la Unidad, sin comedimiento alguno, como si se tratara de un empleado o enemigo, me ordenó desembarque, sin importarle la presencia de militares, del piloto, de civiles, y que me incorpore inmediatamente a mi Unidad y que espere la sanción correspondiente; el criterio del superior jerárquico, en uniforme, con boina roja, con un trato distante e inhumano, que entronado en su jerarquía solo observaba sus propios intereses; me sentí fuera del contorno, mi rabia era incontrolable, o me iba al muelle alquilaba un bote con motor fuera de borda y me dirigía a la Unidad, con el posterior arresto; o proseguía mi viaje a Cuenca a buscar a mi familia cruzando territorio colombiano, vía terrestre. Cuanto lamentaba no haber tomado la ruta del rio San Miguel, más cansada y más larga, pero no me hubiera topado con el irracional comandante de la boina roja; decidí seguir por tierra desconocida colombiana en dirección a Ipiales; el Coronel, al llegar a Quito se aseguró de mi regreso a la Unidad y al no estar en ella ordenó mi arresto, que lo cumplí en el Ministerio de Defensa, en la Policía Militar, de estos hechos no conoció mi cónyuge, simplemente al salir del arresto fui a Cuenca, y por vía aérea ingresé a mi Unidad con Ruth y mis dos pequeñas hijas; en el avión en el que llegué a la Unidad, entraron los abastecimientos, el correo y hasta civiles de Puerto el Carmen; hay decisiones que se toman y en esta ocasión creí lo más conveniente llevar a mi familia a mi lugar de guarnición, posteriormente el Comandante titular también ingresó con su cónyuge e hijo; ocupamos las villas de oficiales sin embargo habían tres disponibles para oficiales casados, pero los otros oficiales casados no trajeron a sus familias; ningún miembro de tropa estaba con su familia, a excepción de los nativos del lugar, que tenían sus fincas y vivían con sus familias. El vuelo en el que llegamos en la tarde, al Putumayo retornó a Quito, llevando personal civil. Durante todo el tiempo en el que estuve de guarnición en el Putumayo, tomé contacto personal con el Coronel, las comunicaciones fueron exclusivamente por telegramas; esa tarde ya instalada mi Familia en la Villa frente al río Putumayo, el Sargento ibarreño Vaca, que prácticamente era la salvación en cuanto al rancho, nos ofreció el almuerzo merienda, le pregunté reservadamente en qué consistía el menú, y sonriendo me dijo, anoche cazamos un cocodrilo y está muy rico; Ruthcita creyó que se trataba de corvina y pidió otra porción, después de algún tiempo se enteró de que se había servido cocodrilo, cuya carne es exquisita, una sopa con papas con perejil y especias que ingresaron con el vuelo y jugo de limón, que se repetía todos los días, pues había un gran huerto con limoneros, tan grandes eran los limones y cítricos que abastecían para todos los miembros de la Unidad, mi cónyuge expresó que se serviría cuantas veces aquel plato y carne que la confundió con corvina; yo nunca había pensado en la comodidad inexistente en la Unidad o los peligros a los que exponía a mi familia, me había portado injustamente con ellas, sin embargo de tener el afecto y el apoyo moral de mi compañera, cuya iniciativa, fortaleza y cariño siempre han estado presentes, en especial en los momentos difíciles.

Hasta la llegada del Mayor Efraín Morales, cuencano, de Caballería y su cónyuge la teniente Odontóloga y su pequeño hijo; sin embargo siempre estuvimos abandonados del mando del Coca, nunca nos invitaron a participar en reuniones u otros acontecimientos y actividades militares; nuestros pedidos de víveres, logística, medicamentos, ración "seis" o mujeres para el personal de solteros tropa y conscriptos, siempre era justificada que las condiciones atmosféricas eran adversas, por lo que teníamos obligadamente que abastecernos de las poblaciones de Colombia; al Coca se remitía los partes diarios y las novedades, mediante mensajes codificados por radio; no así, desde la Unidad, nunca dejamos de estar en contacto personal con los dos destacamentos, frente a guarniciones peruanas. En un aislamiento total vía aérea y terrestre, alejados de las noticias, de la radiodifusión peor de televisión, concentrados día a día en la instrucción y actividades militares, patrullajes, conocimiento del terreno, actividades administrativas, cayendo en sábados y domingos, con actividad deportiva; lavado de ropa por los propios integrantes de la Unidad, arreglo de instalaciones; el agua no era potable, dependíamos del líquido vital por aguas de lluvia recolectadas en tanques de reserva, para confección de alimentos; y el agua del río para el aseo personal y natación limitada; más bien la población civil se presentaba al cuartel pues se les brindaba atención médica con nuestro experto enfermero y Odontólogo, con la Teniente Doctora, cónyuge del Comandante, atención que se la hacía con total buena voluntad y predisposición, dada la pobreza de los pobladores de Puerto El Carmen, un puntito en el mapa, en medio de la selva imponente e impenetrable.

Había en esta unidad de selva, un buen equipo de aserradero con motores sierras y demás como para preparar madera, al que lo activamos, consiguiendo almacenar rumos enteros de tablones de madera finas, que lo utilizamos para pisos, paredes, techos y hasta muebles rústicos para dormitorios, casino de tropa y oficiales, y comedores, en general para adecentar las edificaciones; para lo cual había un equipo de carpinteros y de taladores de árboles de maderas preciosas, que salían para este efecto en nuestro frente, al mismo tiempo que patrullaban nuestro sector de responsabilidad, a los cuales se les proveía de los alimentos y víveres más indispensables, pues al haber integrantes shuar y expertos en selva, ellos se proveían de pescado y carne durante el proceso de corte y armado de plantillas de madera, que duraban hasta treinta días, en estos patrullajes y trabajos, nunca hubo novedades, ni accidentes, el personal se motivaba y ocupaba efectivamente su tiempo, dejando la rutina del cuartel, a la vez que adquirían en la jungla una experiencia y adiestramiento invalorable; por cierto en la jurisdicción territorial y sector de responsabilidad de nuestra Unidad, no había carreteras que nos comuniquen con la civilización o poblaciones del Ecuador y de Colombia, allí la carretera de primer orden es el río y los vehículos son las canoas a remo o palanca y otras usualmente con motor fuera de borda, que no garantizaban seguridad, ante la potencia de los sistemas hidrográficos que forma el río San Miguel y Putumayo, alimentados en su cabecera innavegable por las nieves del Cayambe y por innumerables riachuelos, ríos y quebradas; por cierto durante mi permanencia en el Putumayo, nunca hubo presencia de guerrillas colombianas en nuestro territorio, pero si intromisión de taladores de madera colombianos, que se llevaban furtivamente grandes porciones y plantillas de maderas finas de nuestro territorio, en una extensión imposible de controlar por lo enorme del territorio y el poderoso caudal de los ríos, como de las inclemencias del clima cálido húmedo.

Como entre mi equipo personal, tenía un equipo de nadador de combate, compuesto por aletas, visor, esnorquer y un puñal, los fines de semana, caminaba con Ruth por la trocha hacia el pueblo, algunas veces a misa de los franciscanos residentes en Puerto el Carmen; otras para en vestimenta de natación, Ruth con el equipo y yo sin equipo, nos dejábamos llevar por la corriente en un brazo del río Putumayo, nadando hasta llegar al muelle de la Unidad y nuestra villa de habitación, mientras nuestras tiernas hijas hacían una siesta. Esta diversión la practicamos hasta que en un día de esos, que bajábamos arrastrados por el caudal de la corriente del río, Ruth grito, indicándome que algo le mordía en la pierna izquierda, por cierto tiene una cicatriz actual; yo estaba detrás a unos diez metros de distancia, le grite desesperado que trate de llegar a la orilla, rápidamente lo hizo, salimos y sangraba su pierna, posiblemente fue atacada por pirañas, le administré los primeros auxilios, desinfecté su herida y nunca más volvimos a nadar en el caudaloso Putumayo; he reflexionado sobre este riesgo innecesario, sobre este peligro a la orden de nosotros y en perjuicio de nuestras inocentes hijas, la una de cuatro y la otra de meses de nacida y sobre todo me arrepiento de haber llevado a correr riesgos a mi familia a una Unidad Militar, alejada, hostil, propia para un soldado, pero no para ellas que se merecen toda mi devoción y cariño, sin embargo ya relataré después, que fui yo el herido de muerte, poniendo en riesgo el futuro y la seguridad de mi Familia, aquel Coronel nunca se presentó a visitarme en mi lecho de dolor en el Hospital Militar de San Juan, tampoco envió su representante, pretendo pensar posiblemente mal, que hasta fue una satisfacción para él, mi accidente con explosivos. Recuerdo por el contrario a verdaderos comandantes y caballeros militares con los que milite y los cuales me dieron ejemplo, confianza, gratitud, gusto de trabajar con ellos; no faltaron en mi cuarto del Hospital Militar, la visita de algunos oficiales, comenzando por el Capitán Luís Almeida, "El Caballito", al que se le fueron las lágrimas al ver mi estado y con el cual lloré con lágrimas de gratitud y de hombre, delante de mi ángel guardián que dormía en mi cuarto de hospital, Ruthcita; me visito el General Durán Arcentales Comandante General del Ejército, que me expresó su pesar por mi accidente; me llegó un apoyo económico de todos mis compañeros de promoción y un apoyo y colecta con la iniciativa del Mayor Efraín Morales, de todos los integrantes oficiales y tropa del Batallón de Selva Putumayo; y, desde luego me visitaron mis familiares, que relatare más a profundidad desde mi punto de vista sentimental y de esos momentos difíciles de mi vida y de peligro para mi querida familia.

Con el Mayor Efraín Morales, mi Comandante en el Putumayo, teníamos diaria y frecuente conversación sobre asuntos militares y que competían a la unidad de Selva de Infantería, a su desenvolvimiento y actividad, a la instrucción, a la administración, al personal, a los dos destacamentos avanzados frente a unidades del Perú, programando nosotros a la cabeza de realizar patrullajes, conocer los destacamentos avanzados, tomar contacto con nuestros subordinados, con los soldados adelantados a esos destacamentos, a la solución de problemas de logística, de mantenimiento de la pista, que era un medio importante para los abastecimientos, de cómo superar los problemas referente a víveres cuando no había habilitación de la pista de aterrizaje por mal tiempo, por tormentas con lluvias intensas, abastecimiento médico y de víveres que podía realizarse bajo condiciones extremas simplemente con paracaídas, pero que no era de interés e iniciativa del comando en el Coca.

Pero además hicimos con Ruth, y el Mayor Morales y su cónyuge una imperecedera y respetuosa amistad, como personas, intercambiando inquietudes, visitándonos, reuniéndonos tratando de sobrellevar esto que para nuestras cónyuges e hijos era un verdadero sacrificio; sufrimos los embates de tormentas cargadas con rayos, el estruendo de la naturaleza, la humedad, los ruidos nocturnos de la selva, el mal tiempo, la falta de dotación de agua potable, hasta la falta de alimentos indispensables, compartimos alimentos cuando llegaba algún vuelo, departimos momentos gratos, el juego de baraja, la conversación y el apoyo moral, de nuestros familiares, compartimos sueños y esperanzas y alegrías, al borde de una vorágine, selva hostil alrededor, al frente un río caudaloso, inmenso, imponente, peligroso y el cielo casi siempre cargado de nubes y de oscuridad, compartimos un paisaje monótono, con la única esperanza de cumplir en nuestras destinaciones dos años y ser dados el pase a una nueva guarnición; el sueldo que recibía, increíblemente no me alcanzaba para nada, pues todos los alimentos, útiles de aseo, jabón de tocador y otros eran al doble del precio, los miserables sucres de sueldo, muchas veces mermados por descuentos ordenados por el alto mando, no compensaban, los sacrificios de oficiales, tropas y familiares; era como haber retrocedido en el tiempo, ante el peligro de la salud, por un clima cálido húmedo, insalubre, amenazante, por los embates de la naturaleza, en especial en el mes de Julio, con las llamadas "Conejeras", o desbordamiento del río Putumayo, que anegaba hasta con dos metros las instalaciones del Cuartel, llevando consigo hasta árboles gigantes y vegetación, sin que sea posible en esta época, continuar con las actividades programadas y normales militares; donde se presentaban plagas, lodo y una infinidad de insectos, reptiles, arácnidos, lógicamente que afectaban a la piel.

El comandante del Putumayo puso en marcha un programa de patrullas y conocimiento de nuestro sector de responsabilidad, en nuestro frente con Colombia y el Perú, pues yo le había sugerido en reunión de oficiales y como oficial de instrucción, que era inadmisible que no conociéramos nuestro sector de responsabilidad y operaciones en forma ocular y efectiva; así nuestro comando en el Coca, conocía nuestra Unidad, únicamente en el mapa o carta topográfica; además que con este conocimiento físico tomaríamos contacto con nuestro personal, de los dos destacamentos; recibiríamos sus partes directamente, sabríamos frente a frente de sus inquietudes, necesidades, problemas, además que les llevaríamos víveres, abastecimientos indispensables, medicamentos, viajaría con nosotros el odontólogo, el enfermero, estaríamos en capacidad de evacuar algún enfermo físico o psicológico; pues en la selva las personas se afectan mentalmente con mucha facilidad, por la impresionante jungla, por el aislamiento, por ese cambio brusco del medio ambiente, por la ausencia de los medios tecnológicos al que está acostumbrado el hombre, ante un ruido inmenso especialmente en la noche, donde todos los animales entonan un fondo salvaje y misterioso.

En la primera patrulla estaba el Mayor Morales, dos tenientes de Infantería que habían ingresado recién, seis miembros de tropa, dos de ellos shuaras y el exponente; organizando una segunda patrulla para lo posterior.

Los dos oficiales casados, nos despedimos de nuestras señoras, y tiernos hijos y en una de esas mañanas partimos en una canoa de unos ocho metros de eslora, lo suficientemente ancha y compartimentada, para llevar abastecimientos y víveres para los dos destacamentos, combustible de reposición en canecas plásticas y en motor fuera de borda con el piloto conocedor de la ruta, ingresamos a un Putumayo imponente, en donde hay ramificaciones, islas centrales, que miran a veces territorio colombiano, luego peruano en la orilla izquierda, mientras que a la orilla derecha, esta nuestro territorio, con una selva imponente, de árboles inmensos, miles de aves acuáticas y reptiles, grandes boas constrictor que se ven por la corriente, cocodrilos en las orillas, grandes bandadas de loros y aves exóticas de multicolor plumaje, misteriosos pantanos que se adentran a las orillas, mientras un sol calcinante cae sobre los tripulantes de la veloz canoa, cuyo timonel de pie o de sentado, mira atento al frente, rumbo al primer destacamento ecuatoriano, en San Francisco; frente a unidades del Perú; ya en la tarde después de este largo recorrido, en posición de sentado, incómoda, armados y equipados, a excepción del casco de combate, reemplazado por jockeys, de uniforme camuflaje, en medio de un paisaje impresionante, que parece que la frágil embarcación va a ser en algún momento absorbida por la gran torrente del Putumayo; desde luego nuestra patrulla con las armas listas para asegurar nuestro perímetro, descubriendo curvas y canales diversos, recorriendo nuestro curso por la ruta principal, escogida con total experiencia por el motorista shuar militar, autóctono del Putumayo; en dos ocasiones topamos contra la maleza y follaje arrastrado por el río, causando la ruptura del pasador del rotor del motor o hélice, en donde con el timón y una palanca se dirigía la canoa, mientras el hábil motorista, procedía a reemplazar con otro pasador metálico, para a continuación encender el motor y seguir a mayor velocidad el recorrido; mientras nos servimos un refrigerio que nos entregó al partir en el cuartel, el Sargento Vaca; fuimos presa fácil del sol y del cansancio, por estar en esa incómoda posición de sentados, al fin al atardecer vimos a la margen derecha del Putumayo, flamear nuestra querida bandera tricolor, conforme nos acercamos ya divisamos el muelle del Destacamento militar ecuatoriano, y varios conscriptos y el jefe del destacamento que nos daba la bienvenida, después del parte correspondiente; seguramente nuestros semblantes eran iguales que los del personal del destacamento, pálidos, ausentes de color, sudorosos, fatigados, por la rigurosidad del clima sofocante de la amazonia; a los oficiales nos designaron una cabaña, cuyas paredes estaban cubiertas en tres cuartas partes, dejando una cuarta parte descubierta y techo cubierto de madera y hojas de bijao, que se mimetizaban con la selva alrededor; el personal de tropa fue alojado en otra cabaña, que por cierto estaba unos dos metros sobre el nivel del suelo, para evitar animales y reptiles; había un patio central amplio con opción para aterrizaje de helicópteros, y otras instalaciones a manera de cocina comedor, un local amplio para educación física, una cancha de vóley bol, otra instalación que era bodega de víveres, otra para material bélico y pertrechos para dos canoas con los accesorios manuales; una cocina, que era activada con leña; el muelle de entrada principal y el hasta de la bandera; departimos con el Sargento jefe del destacamento, con un cabo, tres soldados y quince conscriptos; mientras caía la tarde, jugamos vóley, nadamos en un estero interior a manera de una inmensa laguna, merendamos ya refrescados y nos retiramos a descansar cerca de las 24h00, con el programa de salir desayunados ya a pie por la trocha, con nuestro equipo, armamento y con el objetivo de llegar a la tarde al último destacamento, ubicado a unos quince kilómetros y frente al cual estaban destacamentos peruanos, con mayor número de oficiales y tropa, incluidos conscriptos. Estábamos cansados, pero yo personalmente no pude dormir, pues las ratas de enorme tamaño se cruzaban por el piso y paredes de la cabaña, con mi machete en mano quede dormido, pero con pesadillas; desde luego le recomendamos al jefe del destacamento, que ponga en varios sitios, comederos con raticida que habíamos llevado, que trate de conseguir una boa constrictor para limpieza y que frecuentemente con machetes haga una limpieza por lo menos semanal de los roedores.

Un gallo canto fuerte y por varias veces, además que los centinelas del último turno, nos despertaron, nuevamente sin prever los peligros, nos bañamos en el estero, desayunamos con bolas de verde y café negro y estábamos listos para seguir nuestra patrulla, nos dirigimos con las seguridades perimetral a órdenes de nuestro comandante, el Mayor Efraín Morales, por una ruta, trocha de unos dos a tres metros de ancho, llena de lodo y a manera de peldaños de una escalera, cada tramo tenía palos, obligadamente tarde o temprano se caía en el lodo fangoso, a la cabeza iba un guía shuar, y mientras avanzábamos siguiendo las normas del patrullaje nos numerábamos de atrás hacia delante, conservando distancias cortas en la columna y yo siempre dialogando con el Mayor Morales y los oficiales, uno de ellos hacía de jefe de la patrulla, mientras caminábamos a la velocidad del militar nativo, al que le fuimos rotando, admirados del gran follaje que nos rodeaba haciendo de la mañana casi obscura, y con penetración de rayos solares casi nula y admirados de ese concierto de las criaturas de la selva, que en la noche se duplica; el guía anuncio una bifurcación más o menos a las 11h00, y explico que se trataba de una antigua trocha, que se utilizaba para llegar a San Francisco y al río Putumayo, al destacamento que habíamos abandonado, hace cuatro horas, trocha que explico el shuar ya no se la utilizaba por estar inundada y perdida, sin mantenimiento; el Mayor dijo en alta voz, al regreso utilizaremos ese tramo de trocha, a lo cual los nativos militares abiertamente se sonrieron, movieron la cabeza, en total desacuerdo, lo que encolerizo al Mayor, de caballería y nuevamente a manera de orden expreso, pues al regreso utilizaremos esa trocha; seguimos avanzando haciendo unos dos o tres descansos, algunos que estaban en short para sacarse sanguijuelas que se les adhirieron a sus pieles y piernas; se notaba en especial en los oficiales en el grado de Teniente y los de tropa, el esfuerzo que hacían para caminar y no caerse en el lodo, pero frecuentemente habían resbalones y caídas, con los cuerpos sudorosos, cansados, a las 16h00, divisamos así mismo con alegría, emoción y orgullo nuestra bandera tricolor, el jefe del destacamento un cabo de estatura alta, trigueño, pálido, nos dio la bienvenida con el parte correspondiente al Mayor, dejamos nuestros equipos en un alojamiento así mismo de circunstancia, sobre el nivel del piso, y guiados por el Cabo comandante del destacamento avanzado, acudimos a un kilómetro de distancia, para observar un brazo del río y afluente del Putumayo, y en la parte inferior, una gran instalación con cabañas, patio de adiestramiento y la bandera peruana, roja y blanco, que flameaba, así como movimiento de tropas en las actividades de campamento; como en el primer destacamento, en el que nos encontrábamos, el jefe nos indicó los lugares de su frente de responsabilidad, sectores de fuego, trincheras y túneles hacia el destacamento, y desde luego habían un voluntario soldado y un conscripto de guardia, que observaban las actividades de la tropa peruana, teniendo como defensa natural el brazo de río, caudaloso y profundo de unos cincuenta metros de ancho; el jefe de destacamento comento con nuestro comandante, que eran repetidas las ocasiones en que pasaban miembros de ese destacamento, desarmados, en especial el fin de semana, para pedir les proporcionen nuestros soldados, algunos víveres, que era evidente que nos superaban en número con lo que sus necesidades eran mayores; nuestros soldados cazaban, pescaban y se proveía de unos huertos, con verde, plátano, yuca, cítricos, naranja y limones, papayas, café, cacao; que convidaban al necesitado soldado peruano, obligados los conscriptos peruanos a un servicio militar por dos años; retornamos al destacamento, procedimos a armar partidos de vóley, jugamos hasta que anocheció, nos bañamos en el rio y merendamos en conjunto, anotando las necesidades y novedades de este grupo de pundonorosos ecuatorianos, que cumplían su sagrado deber en medio de la selva y teniendo al frente al enemigo; la noche y parte de la madrugada nos dominó pero a las ocho de la mañana, después de un desayuno con verde, yuca y café puro, más huevos, nos abastecimos en nuestras cantimploras de agua hervida y emprendimos el regreso; que importante y vitalizadora fue esta patrulla, para los miembros de los destacamentos, como para nosotros, que ahora conocíamos no en las coordenadas de las cartas topográficas o el mapa del Ecuador, esta realidad, la habíamos visto con nuestros ojos, la sentimos con nuestros corazones de soldados y de personas, con humanidad, nos habíamos hecho presentes en nuestro sector de responsabilidad, llevando víveres y medicamentos; nuestros soldados y conscriptos conocieron y dialogaron en persona con su Comandante, oficiales y compañeros; jugamos partidos de vóley, dialogamos, les dimos noticias del exterior, les llevamos implementos de deporte, de limpieza personal y hasta revistas y periódicos de fechas anteriores, pero en especial habíamos tomado contacto con nuestros soldados, dialogamos con ellos, les dimos ánimo, aliento, moral, departimos con ellos y les felicitamos por la buena labor y misión que cumplían.

El retorno a las 08h00 y el buen desayuno reforzado, nos cobró factura, agregado a una pertinaz llovizna, sin embargo a las 14h00, con un avance más lento, llegamos a la bifurcación que según los nativos estaba perdida y el Mayor ordenó al guía nativo que siga la trocha desconocida, la misma que iba desapareciendo ante nuestros ojos, pero había que cumplir la orden; en mi clara orientación avanzábamos perpendicularmente hacia el Putumayo, pero no al destacamento de San Francisco, sino aguas arriba, a esto se agravo, la falta de luz y la pérdida de la trocha, estábamos en medio de un pantano, sin posibilidades de retomar a la trocha inicial, con lodo, insectos, y cada vez era mayor el nivel del agua, eran las 17h00 pero parecía las 21h00, estaba obscuro y el guía y los shuaras se detuvieron sin querer avanzar recriminando en voz baja al Mayor que ordenó algo que para ellos era un absurdo, caminar por una trocha desaparecida, sin utilización; era fatal y adverso seguir caminando, en medio de la oscuridad, por cierto a más de cajas de fósforos, alguna fosforera de los fumadores, no habíamos previsto linternas; los nuevos en especial un oficial, Teniente de infantería, rubio y otro de Artillería, estaban desesperados, el Mayor ordenó que en ese lugar dormiríamos, hasta el siguiente día; haciendo una seguridad perimetral; en un bosque tupido y enmarañado, ordeno buscar leña seca, cosa difícil pues llovía, pero no imposible, pues disponíamos de machetes individuales, los nativos de tropa estaban disgustados y a lo que más le temen es a una persona que contradice sin conocimientos de la selva y a las víboras, que las consideran el mismo demonio, había que hacer algo y de inmediato, había que trabajar rápidamente, asegurar nuestros equipos y armamento y ponernos a la labor de cortar ramas proceder a realizar un tarimado o tarimados sobre el agua; antes que se decidan a estas labores propias del soldado en la jungla y en especial en los cursos de Tigres, contraguerrillas o de Fuerzas Especiales, o como en este caso, en que estábamos perdidos en medio de la respetable e imponente selva; había que hacer algo más efectivo, que esperar la luz del nuevo día, para ejecutar en diferentes direcciones y en recorridos por tiempo, dígase una, dos o tres horas, dividiendo a los integrantes de la patrulla, para encontrar el rumbo adecuado y el Destacamento de San Francisco; nos habíamos confiado demasiado, en especial en la destreza de los militares nativos, en las picas a recorrer, nos dimos la razón de que era indispensable conocer debidamente el terreno de nuestro sector de responsabilidad; al día siguiente pondríamos en ejecución esta estrategia y los grupos regresaríamos al punto o base de patrulla que pensamos instalar en medio de la oscuridad. Sin embargo, puse en ejecución mis ideas y le pedí permiso a mi Comandante, para intentar una ruta y dirección, distancia, que con mis conocimientos y sentido de la orientación, llegaría en una línea perpendicular a la línea base conformada por el río Putumayo, lo que aceptó y pidió algún voluntario oficial o tropa, en especial nativo para que me acompañara, nadie se ofreció como voluntario y antes que el fogoso jefe ordene a uno de ellos, le convencí de que mejor permanezcan juntos, que yo me internaría buscando el río, por una hora por reloj, al finalizar esa hora de marcha, que es una distancia, menor a los dos kilómetros, si llegaba al río dispararía mi pistola, dos tiros, pero si no encontraba nada, haría un solo disparo y seguiría en mi intento por otra hora para con la misma señal comunicarnos; al estar autorizado, con mi machete con buen filo, la confianza y seguridad, pues tenía experiencia en los cursos de selva y de comandos, me aleje poco a poco de la patrulla, cuyas voces se oían mientras me alejaba, trataba de no resbalar, mantenerme en pie, el agua lodosa y absorbente me daba hasta la cintura y con la idea de los pantanos, cuya fuente de agua es el río, con el baño que me había dado el día anterior en una laguna interior, en el Destacamento de San Francisco frente al río Putumayo, seguí confiadamente tratando de visualizar el fondo oscuro y desarrollando los bastones de las pupilas para la penumbra, solo se escuchaba en el concierto de la selva ruidosa, mi lenta marcha y cuando cortaba ramas frente a mí, en algunos momentos el agua superaba mi cintura, por lo que con una suerte de adivino trataba de seguir por camino más elevado, la humedad y el calor cobraba efectos en mi cuerpo sudoroso, chequeando regularmente mi reloj plateado, marca Orient y desde luego luminoso me acercaba a la primera hora desde que deje atrás a mi patrulla, corté un palo a manera de pértiga, para seguir avanzando, consciente de que ese elemento a veces es indispensable para como en el presente caso hasta vencer obstáculos, el terreno se presentaba regular con pequeños desniveles en donde el agua y el fango propio de un pantano parte de un sistema hidrográfico mayor, tenía por fuerza que conectar con la arteria principal del río Putumayo; limpie con el dorso de la mano mi frente sudorosa, deteniéndome un instante, en el que pasó por mi mente en forma rápida acontecimientos de mi vida militar, la imagen de mi querida mujer y de mis adoradas hijas; la imagen casi presente de mis padres y familiares; me sacudí, me di fuerzas y energía positiva, mientras oía claramente el rugido de felinos, de aves y de los insectos, que ya no les interesaba picarme, pues mi cuerpo estaba totalmente mojado del sudor y de fango, regulado por el agua que siempre me acompaño con un fondo lodoso, que mermaba mi movimiento, había completado una hora de marcha, a más del ruido de la selva y de sus animales especialmente nocturnos, no se escuchaba otro ruido como el característico de la corriente del río, como no hubiera querido estar durmiendo, arrullado por ese gran fondo de la naturaleza, saque mi pistola, rastrille, quité el seguro e hice un solo disparo, que posteriormente supe que oyeron los miembros de la patrulla, y los nativos militares que estaban en la tarea de armar el campamento base, entendiendo que no había llegado a ninguna parte, que seguiría por otra hora; recordaba, lo injusto e inhumano del Coronel Comandante de la Brigada de Selva, en el Coca; y mientras me dispuse a seguir una hora más de marcha, por mi ruta grabada en mi cabeza y orientación, pensaba el papel, el rol que estaba jugando desde hace muchos años cuando ingresé al Colegio Militar Eloy Alfaro, toda la actividad y logros que había obtenido y dándome valor, tratando de ver en la oscuridad, que es posible cuando se está entrenado, siempre pendiente con el oído, seguía abriéndome paso, a machete, agazapándome, subiendo a troncos, cortando ramas, sin tomar contacto con la vegetación ayudado por mi pértiga, que me daba mayor estabilidad, tratando de que la vegetación y ramas no me peguen en la cara u ojos, minutos antes de que se cumpla la segunda hora, en medio del ruido característico de la selva, escuche un aullido de perro y guiado por esos aullidos proseguí la marcha en esa dirección, saliendo del terreno húmedo a una especie de montículos con desmonte, desde los cuales divise una luz y voces humanas con el fiel perro de cacería o montaña, que con mis gritos de alerta en pocos minutos logramos encontrarnos, en una especie de senda estrecha, que conducía a la casa de habitación del hombre que con su perro, habían escuchado mi disparo anterior; inmediatamente disparé dos tiros, señal que fue escuchada por los miembros de la patrulla, que en el sitio donde les dejé estaban tratando de armar un tarimado para ponerse a salvo de las inclemencias del tiempo, del frío y las alimañas del pantano; a continuación llegaron dos hijos del colono, a los que les explique que mi patrulla estaba más o menos a unos cuatro kilómetros de distancia, en la pica perdida desde el Destacamento de San Francisco al destacamento interior, les explique el recorrido con una dirección y ruta en ángulo de quince grados, el hombre y su dos hijos y el perro, rápidamente se dirigieron en esa dirección, pidiéndome que trate de llegar a su cabaña, que tenía unas luces encendidas de una lámpara de kerex, conforme me acercaba a las luces, ya oía en medio del imponente concierto de ruidos de la selva, el ruido característico del rio Putumayo, pasadas las doce de la noche llegue al patio de la casa, que advertidos por señales y gritos comunicaron mi presencia, me hizo pasar al piso alto de la construcción de madera y techo de bijao y piso de madera y caña guadua, la señora del Colono que curiosa me miraba con sus pequeños hijos, le agradecí y procedí a desequiparme, a ordenar mi equipo y armamento y luego me dispuse a acercarme a la orilla del río, en donde tomé un baño prolongado, mientras iniciaba en nuevo día, divisando a la orilla izquierda del rio, más luces de colonos en territorio colombiano, había llegado a unos cinco kilómetros más arriba del Destacamento San Francisco, regresé a la cabaña, cambie mi ropa interior, calcetines, utilizando talco para pies y cuerpo, saque una cajita inseparable de mentol y me aplique en remelladuras de los brazos y picaduras de insectos en el cuello, cara y otras partes del cuerpo, me puse mi uniforme camuflaje, aceptando la invitación de la mujercita, que amablemente me ofreció café caliente y bolas de verde, luego procedí a secar mi pistola y machete y mientras transcurrían una dos horas más a las cuatro de la mañana, la mujer me alertó de la cercanía de su marido, sus hijos, el perro y la patrulla, todos estaban en lamentables condiciones físicas, sudados, enlodados, les di la bienvenida, y mientras se aseaban ligeramente, tomaron café y bolas de verde, el Mayor le pidió al colono, al que le gratificó generosamente por su ayuda, que le dé comprando entre otras cosas y al frente en la casa de un colombiano, café, aguardientico, canela, galletas, azúcar y otras vituallas más; entregándole sucres en billetes verdes y morados de cincuenta y cien sucres; al poco tiempo toda los miembros de la patrulla tomábamos aguardientico con canela y comentábamos nuestras experiencias, en ese día, noche y madrugada, en donde vivimos más intensamente, en donde se hicieron presentes, el miedo, el temor a los animales de la selva, el terror ancestral de los nativos militares a los reptiles, la desconfianza, la inconformidad ante las órdenes de nuestro comandante, el respeto a la jungla, la solidaridad, el compañerismo, el liderazgo, las ideas y puesta en práctica de los conocimientos militares, el sentido de la orientación, el cálculo de la distancia, el desarrollo de los sentidos; a las 09h00, el colono en su canoa con motor fuera de borda nos dejó en San Francisco, ante el asombro del jefe del destacamento que nos esperaba el día anterior que llegáramos por la pica y no por el río Putumayo.

Nuestro comandante, con la experiencia vivida, ordenó al jefe del Destacamento San Francisco, que conjuntamente coordine con el jefe del destacamento interior, para hacer con el personal un mantenimiento más eficaz de la trocha que unía estas unidades, recomendándole que no utilicen la trocha perdida, y que la borren y señalicen la vía para evitar confusiones.

Al día siguiente, regresamos en nuestra canoa, aguas arriba del Putumayo, notando una diferencia enorme y esfuerzo para remontar el gran caudal del río, por los canales centrales, hasta que a la tarde llegamos a la Unidad, olvidando el incidente y reincorporándonos a la rutina de las actividades del cuartel. Nunca partió la segunda patrulla, por mi violento accidente con explosivos.

En los requerimientos y lista de materiales para la instrucción, como oficial de operaciones pedí por intermedio de mi Comandante, al Comando en el Coca, que el oficial de logística nos provea de explosivos, cápsulas eléctricas, municiones de fusil FAL, entre otros pertrechos, explosivos que utilizábamos para la instrucción con los conscriptos, para trabajos de organización del terreno y parte para cebar lugares del río y pantanos para pescar. Estaba preparado como experto en explosivos y demoliciones, para utilizar lo que nos habían enviado, preparé trampas cebadas en el río, con el objeto de proveernos de pescado, a una media libra de dinamita, con la respectiva cápsula eléctrica, le unía a unos cincuenta centímetros de piola, amarrada a un peso considerable de unas cinco libras, para que tome fondo la trampa, y desde la orilla utilizando un doble cable eléctrico con dos bornes le aplicaba a los extremos de una pila de linterna, produciéndose el cierre del circuito y la correspondiente detonación, en tres cargas las dos resultaron efectivas, no así una, deduciendo que la dinamita estaba exudada, pruebas que las hice directamente.

El día domingo, 12 de Septiembre de 1976, y con la anticipación debida, el oficial de la Marina asignado a Puerto el Carmen, tenía acoderada una lancha en el muelle de la Unidad, nuestro Comandante había previsto que los oficiales y sus familiares, a excepción de los de guardia y semana y parte del personal de tropa , nos desplazáramos hacia puerto Ospina en la margen izquierda del rio Putumayo y en territorio de Colombia, a manera de paseo y para realizar adquisiciones; pero el día anterior le pedí autorización al Comandante del Batallón de selva, para llevar unas dos cargas y aprovechar para recolectar pescado con la ayuda del personal, lo cual me autorizo.

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