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El hijo póstumo (página 6)



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En un extremo del taller de moldeado, estaba el horno de hierro fundido, tan alto que sobrepasaba tres pisos, y al cual por escaleras se accedía a un segundo nivel, en el cual había la boca del horno con tapa y seguridad manual, por donde se ingresaban piezas de hierro debidamente fraccionadas, al peso y volumen de cada pedazo pesaba más o menos cinco libras, horno que era revestido de ladrillos refractarios para altas temperaturas, y que era calentado con electricidad y carbón de piedra; la parte superior del horno, sobrepasaba varios metros del techo y estructura de la fábrica; pues en la parte inferior había un orificio de unas dos pulgadas de apertura, la que se sangraba, destapaba y cerraba con un cono de barro con miel y un canal debidamente forrado, con ladrillo refractario como el resto del interior del horno; mientras el hierro en el interior se fundía por la elevada temperatura, hasta llegar a líquido incandescente de color rojo naranja; el orificio de salida era taponado con un tapón de chocoto húmedo, que conforme pasaba el tiempo hasta la fundición, se volvía ladrillo; pues al momento de destaparlo, el obrero más fuerte, con una protección en sus ojos, especie de máscara, con una varilla puntiaguda de una pulgada de espesor, con un gran mandil de cuero, arremetía en el orificio y el líquido salía rápidamente, con un chorro, incandescente, que alrededor quemaba la piel y hacía sudar copiosamente, a los dos obreros, que con una parihuela, sostenían en el centro un crisol, de capacidad de dos quintales de hierro fundido, una vez lleno el crisol, el obrero procedía a cerrar con otro tapón el orificio, interrumpiendo el flujo del metal incandescente, pero en esta labor saltaban gotas al piso de tierra, produciendo chispas y gotas del metal, con gases, humo y enormes temperaturas alrededor, la labor era desarrollada bajo gritos en forma matemática, para vaciar en los moldes localizados a lo largo de la sección de modelaje; la humedad de los moldes y la evaporación de la tierra, envolvía a la sección en humo y un olor a tierra quemada, que acunaba al metal, hierro, bronce, aluminio fundido; los hombres se turnaban, hasta que el horno quedaba vació, el líquido presentaba, a manera de sucios, basuras y escorias, que con una cuchareta, un obrero las retiraba y lanzaba a un costado, produciéndose chispas y gotas que caían a tierra; el hombre localizado en la boca y segundo piso del horno, sudaba como negro, copiosamente, al abrir la portezuela del horno, para alimentarlo con más metal o al palear, el carbón de piedra, trabajo de un titán pues al terminar esa jornada de fundición que normalmente se iniciaba a las seis de la tarde, quedaba la plataforma libre de los quintales de hierro fraccionados y el respectivo carbón de piedra; el resto de la noche y madrugada el horno y los moldes se enfriaban, pues al siguiente día se adecuaban las paredes y entradas del horno, negro y metálico en su exterior, con láminas de una pulgada de espesor, y se destapaban los moldes, liberando las piezas y partes fundidas, para pasarlas a la mecánica y sección de torno y pintura; mientras la sección de carpintería reparaba los moldes de madera averiados o quemados y todos los moldeadores volvían a realizar su trabajo con moldes nuevos de reserva, un verdadero arte, para la próxima fundición; uno de esos obreros sacrificados, hábiles y mal pagados, pues ni siquiera estaba afiliados a la seguridad social, fue mi primo Juan, quien trabajo por muchos años, y un día fue despedido intempestivamente, en forma arbitraria, por el hijo del dueño de la Fábrica, nuestro primo Marco Antonio, quien por su mal carácter y prepotencia, después de dominar el manejo de este negocio, un día discutió con mi tío Daniel, y paralelamente como ya había tenido planificado, puso una fundición y taller propio, al sur de Quito por Santa Rosa, teniendo éxito en el futuro; así mismo mi tío construyo e instalo una nueva fábrica a la entrada de Quito, más grande y con mayor producción, que hasta la actualidad funciona como "Metalúrgica Ecuatoriana", con sus hijos Rommel y Amable Figueroa Díaz, quienes con su juventud e inteligencia han diversificado la producción y le han dado un gran impulso a esta fábrica, con prestigio a nivel nacional e internacional.

La petición de que me admita como aprendiz a mi tío Daniel, fue aceptada y tanta era mi ilusión de trabajar en vacaciones, que un lunes muy de mañana, esto es, antes de las siete de la mañana, ingresé con el silbato, a la fábrica, con los trabajadores casi todos adultos, muchos jóvenes, mi primo Juan, Luís; todos se dirigían a sus puestos de trabajo, después de cambiarse de ropa, colocándose overoles azules, muchos de ellos sucios, con manchas de aceite y residuos metálicos, con huecos diminutos por perforaciones de chispas de metal; todos me miraban con mi overol azul nuevo que yo me compré con mis ahorros, y no faltaban sonrisas maliciosas y hasta burlonas viendo a un niño aprendiz; estaba mirando nervioso en diferentes direcciones y esperaba la presencia de mi tío, pero no aparecía, aumentando mi curiosidad y nervios, en medio de mis pensamientos y aclimatando mis expectativas a los primeros instantes de un trabajo, vi a mi primo Marco Antonio, el hijo del dueño, que se acercó y burlonamente, me inquirió que si quería trabajar, a lo que animadamente asentí que sí; me pidió le siga y llegamos al medio del taller, nos detuvimos frente a un gran cajón de cemento, en donde había montañas de carbón orgánico y un gran cedazo, y me indicó, que mi tarea consistía en meterme al gran cajón, llenar con una pala el cedazo, y cernir el carbón, para clasificarlo en grueso, medio y delgado, y eliminar los desechos y polvo; sin pensar dos veces, entre al puesto de trabajo, y durante casi toda la mañana, estuve cerniendo y clasificando el carbón, que se utilizaba, para el secado de los moldes para la fundición y para la fragua de forja de metales; estaba tan entregado a mi tarea, mientras notaba que un tornero, el Maestro Manuel y el forjador un hombre corpulento, el Maestro Morales, que me pidió lleve una porción de carbón a la fragua, lo que hice inmediatamente, conversaban entre ellos y movían la cabeza, reprobando la actitud, maliciosa y picara de mi primo, al asignarme esa tarea, la de "Carbonero", por cierto con mi actitud inocente y mi gran fortaleza de niño dispuesto a laborar, conseguí el aprecio y la amistad de esos dos adultos, bien intencionados y que me enseñaron su arte de la forja y del torno; lógicamente con el polvo negro del carbón cara y manos y todo el overol se tiño de negro de cabeza a pies, causando la gracia al refulgir únicamente mis brillantes ojos, seguía cerniendo y casi concluyo con la montaña asignada, cuando escuche a mi tío Daniel que me llamaba, estaba vestido con calzado café, pantalones grises de pana, camisa gruesa de cuadros en tonos café y una boina negra, cubría sus ojos siempre con gafas Ryban, me pidió le acompañe y junto a él me hizo un recorrido completo de la fábrica, despertando en mí el interés por el trabajo, que era nuevo e interesante, en eso sonó el pito estridente que anunciaba, el descanso de la jornada matutina y el anuncio de una nueva jornada de trabajo en la tarde, habían dos horas de descanso, muchos trabajadores, salían a diferentes comedores, otros a sus cercanas casas, a almorzar; yo vivía en la Recolecta con mis padres, tenía que tomar el bus que a esa hora era imposible, y me retrasaría a la entrada a las dos de la tarde, decidí, buscar un llano y una sombra de un tapial, comí un plátano y un pan que en una bolsa de papel junto con mi overol azul me había mandado mi mamá y me recosté en ese refugio; mi madre estaba a la expectativa y sintió mi ausencia al almuerzo, pensaba ilusionado cuanto ganaría a la semana, cuanto recibiría el sábado a medio día después de hacer una limpieza y mantenimiento de máquinas, taller íntegramente, el sol era un poco fuerte y me adormeció, estaba a metros de la fábrica y de la casa de habitación de mi tío, a la que nunca entre o fui invitado, mientras fui obrero aprendiz, tampoco en otras ocasiones, desperté alarmado con el silbato que anunciaba la hora de entrada, sudoroso, con calor y sed, que la calme en el grifo de la fábrica, entre nuevamente con los obreros, en la tarde, a una hora de labor, ya no había carbón que cernir, e inmediatamente busque "Al Ingeniero", como le trataban burlonamente los obreros a mi primo Marco Antonio, al que le informe que había acabado la tarea y que me indicará que otro trabajo podía hacer a continuación, éste se sonrió pícaramente y después de aclararme que el cajón de carbón era mío y que siempre debía cernir el carbón, pero como había acabado ese montón, le siguiera al patio interior de la fábrica, en el cual había, una montaña de motores y partes de vehículos, me indicó que con un combo de unas doce libras de mango largo, tenía que fraccionar los motores y piezas de hierro y una vez hecho esto debía clasificar el hierro fundido, el acero, el hierro dulce, las partes de aluminio y bronce, las partes de níquel, tomó el combo con una mano y lo enarbolo por los aires rompiendo una parte de un motor, mi primo tenía unos 17 años, según supe no había crecido mucho, más allá de un metro setenta, era muy fornido, levantaba pesas, se dedicaba al físico culturismo, y su saludo preferido a los obreros más jóvenes era un golpe de puño en los brazos u hombros, a mí nunca me golpeo con su potente puño; esta nueva tarea, era en un campo abierto bajo el sol abrasador o a veces bajo la lluvia incesante, sin embargo el combo asignado por su propio peso causaba las rupturas deseadas y aprendí esta nueva tarea y descubrí los puntos más delicados para el fraccionamiento, los trozos, debían ser más o menos de unos diez centímetros y de un peso de cinco libras; y luego la tarea de clasificar los diferentes metales, el hierro fundido inconfundible con una textura de roca o piedra gris, con puntitos refulgentes, el aluminio blanco y liviano, el níquel, estaño y bronce, como el plomo parecido a la melcocha, mientras que el bronce amarillo y pesado; pero también había acero, hierro dulce que no servía para el horno y la confección de nuevas piezas y accesorios, hasta dominar el combo algunas veces me saltaron pedazos de metal, llegando a mis piernas y cuerpo, pero a veces encontraba como recompensa rulimanes redondos, que se utilizaban para el juego a la bomba con cocos chilenos; pase con el combo y el cedazo, algunas semanas, los sábados en la última hora de trabajo, todos los obreros limpiaban sus máquinas, el taller era aseado y barrido, el piso de tierra salpicado con agua, la labor terminaba con el aseo de cara y manos con jabón negro o azul moteado de Ales, y desde la oficina de administración y pagaduría, iban llamando por sus nombres y apellidos primero a los maestros, luego a operarios, trabajadores y finalmente a los aprendices; quien entregaba los sobres era mi tío, junto a un contador; y, mi primer pago fue emocionante, al descubrir en mi sobre, dos billetes de cinco y monedas por tres sucres más, puse mi semana al bolsillo y muy emocionado me dirigí a casa, llevando debajo de mi brazo mi overol, para lavarlo en casa; al llegar a mi casa le entregue el sobre a mi Madre, la que me entregaba diariamente para el bus, y el resto lo guardaba, para comprar al final la ansiada bicicleta y alguna ropa, esos fueron mis juegos de niño, en donde aprendí a valorar el trabajo y aprendí algunos oficios en las vacaciones subsiguientes, hasta ahora, sueño que estoy laborando en la fábrica, vestido de obrero, pero ya manejando y operando máquinas, construyendo máquinas y piezas, viviendo una vida irreal en sueños que no son la realidad, pues durante estas épocas de trabajo, aprendí muchas cosas, oficios, el trato humano, el respeto, la puntualidad, cosas interesantes y nuevas a mi conocimiento de niño y de joven.

Con la simpatía a mi favor de mi tío Daniel, de su cónyuge Rosita, de los Maestros y trabajadores mis compañeros de la fábrica; en mis sueños seguía laborando, pero al despertar mis actividades eran ya de estudiante secundario en primer curso en Ambato, para pasar a segundo curso a Quito, en el Colegio "Juan Pío Montufar", en donde pase al año siguiente a tercero, todavía recuerdo a mi colegio, ubicado a pocas cuadras del departamento en donde vivía con mis hermanos y padres; el uniforme con saco gris estilo sastre y pantalón azul de casimir, camisa blanca, corbata azul, que hacía juego con el pantalón, zapatos negros y calcetines azules; a mis compañeros que circunstancialmente los he encontrado en Quito, convertidos en Médicos, Ingenieros y Arquitectos, otros empleados públicos, yo sería en el futuro oficial del Ejército ecuatoriano, en el grado de Mayor de Transmisiones y Fuerzas Especiales y posteriormente catedrático de la Universidad Católica de Cuenca, Doctor en Jurisprudencia y Abogado de los Tribunales de Justicia de la República del Ecuador, Mediador calificado, postgradista en Docencia Universitaria, y especialista en Derecho Civil y Procesal Civil; con Cuarto nivel de educación superior; paralelamente obtuve el Titulo de Cinturón negro, segundo Dan en Tae Kuan do, conferido por la Federación deportiva del Azuay; desde luego catedrático, Abogado en las labores de libre ejercicio profesional, cónyuge, padre y abuelo, junto con Ruth mi compañera de la vida.

Recuerdo a mis profesores del Colegio "Montufar", en especial al Ingeniero Dávila, "El pituco", profesor de Matemáticas; a mi profesor de Geografía, el Doctor Burgos; de Historia, Doctor Oscar Efrén Reyes; de Inglés, Doctor Dávila; de Biología, de Educación Física; recuerdo sus invalorables enseñanzas, su ejemplo y disciplina como su dedicación a la enseñanza secundaria, de dos jornadas diarias.

Empezando el Cuarto Curso, sucedieron hechos importantes en el hogar de mis Padres y en mi vida, así, en esa época, mi padre, se retiró de la Fuerza Aérea, percibiendo un sueldo de jubilado muy escaso, y unos Quince mil sucres de cesantía militar; sin empleo ya en la vida civil, y sin una planificación adecuada, mis padres adquirieron un terreno en la Tola baja, terreno con declive pronunciado, y empezaron a construir una casa de un piso, gastando muchos recursos, en el desbanque y desalojamiento de tierras, para realizar la construcción y prácticamente quedando la casa inconclusa, emocionados nos trasladamos a vivir a la casa nueva, pero que no estaba con los terminados adecuados, esta obra producto de los treinta años de trabajo de mi padre. Al terminarse el dinero, mi padre trató inmediatamente de buscar trabajo, pero venía desalentado por las tardes y noches sin lograr trabajo alguno; por su conocimientos y de la milicia, le ofrecieron trabajo en la policía rural en la Provincia de El Oro, por gestiones de su hermano Miguel Ángel, que estaba radicado en Santa Rosa; fue un experimento absurdo dejar a la familia, con un sueldo irrisorio, y de regreso a Quito, su cuñado, mi tío Daniel, a pedido de mi madre, le dio trabajo en su fábrica, mi padre fue con mucho ánimo a trabajar, pues entendía muchos de los oficios que se hacían, pero su alegría no duró mucho, el menor adulto, mi primo Marco Antonio, "el ingeniero", el hijo del dueño, este imberbe joven empezó a burlarse sistemáticamente de mi progenitor, a tratar de humillarlo, a ordenarle como si fuera su criado; ante lo cual mi Padre reaccionó dignamente y su overol se lo sacó y le tiró en la cara del mordaz jovenzuelo, que difícilmente había terminado el Colegio y al cual mi tío le envió a Chile a especializarse por unos seis meses a una metalúrgica, yo presumo que consiguió un cartón por el curso realizado, pero sin título a su regreso exigió a todo el personal, que le digan "Ingeniero", título universitario que se lo obtiene mínimo en 7 años de estudio y preparación, como sustentación de una tesis; al regresar del Colegio al almuerzo y a mediodía a casa, en la Tola Baja, encontré a mi Padre con mi madre que lloraba, pero le daba ánimos para que siga buscando trabajo, pues era prioritario llevar el pan para la casa; en mis catorce años, dentro de mi sentí que me incendiaba en contra del gratuito y malévolo agresor de mi Padre, y juré que le haría pagar su osadía; y le comunique a mi mamá, que a partir de ese día de Noviembre, dos meses empezado el segundo curso en el Colegio "Juan Pio Montufar", que ya no iría a clases, mi decisión estaba tomada, colgué en mi ropero mi uniforme y trabajaría para ayudar a mis Padres y a mis hermanos; y junto con mi Madre empezó el recorrido por la calle Colón, por los Hoteles, en donde se sonreían al ver al futuro prospecto de lavaplatos, salonero, limpieza, botones, que se yo, pero estaba dispuesto a todo con tal de no ver sufrir de hambre y de angustias a mis padres y hermanos, pero al ver mi edad y cuerpo indeleble, simple, aparentemente débil, la respuesta fue la negativa y el no; cansados un día, mientras mi Padre también buscaba desesperadamente trabajo; junto con mi madre llegamos a la fábrica a hablar con el tío Daniel, quien estuvo de acuerdo en contratarme como un obrero, a despecho y burla de su hijo "el Ingeniero", quien como he referido, me dio su bienvenida y trató por todos los medios de hacerme despechar, nunca logro su objetivo, entre por mi voluntad y cuando me separe lo hice porque decidí continuar estudiando, nuevamente en el "Montufar" el segundo y tercer curso y en el Colegio Militar "Eloy Alfaro", a partir del cuarto curso de Bachillerato y en calidad de cadete becado por el Excelentísimo señor Doctor José María Velasco Ibarra" Presidente del Ecuador y por cinco años mantuve la tan preciada beca hasta graduarme de Subteniente de la Especialidad y Arma de Transmisiones, con una buena antigüedad, y siendo Brigadier, antes del grado de oficial del Ejército; en ese prestigioso Colegio militar, me gradué de Bachiller en Humanidades modernas; me gradué de paracaidista, hice dos cursos de selva y contraguerrillas uno en las montañas de Santo Domingo de los Colorados hoy de los Tsachilas, y otro de contrainsurgencia en Fort Gulick, de los Estados Unidos de Norte América, en la Zona del Canal de Panamá.

Deje bien guardado uniforme, que posteriormente fue adecuado por las hábiles manos de mi madre, mis cuadernos y libros en mi casa en la Tola baja, a los cuales acudía en momentos libres, para no olvidar las materias; mientras trabajaba de lunes a sábados en la "Metalúrgica Ecuatoriana", pues a poco tiempo me hice cargo de la operación del torno alemán el más grande de la Fábrica, en donde se torneaban los bloques o masas de trapiches y telares industriales; se trataba de un torno de fabricación alemana, de piezas de hierro fundido y acero, con un gran motor, impulsado por grandes bandas al descubierto, lo que hacía peligrosa su operación, su largo de unos ocho metros y con un ancho de dos metros, una altura de un metro sesenta, con un tablero para prendido y apagado de energía eléctrica; recuerdo el días que mi tío Daniel, me llevo frente a esta poderosa máquina y me dijo, que si quería ser tornero, tendría que dedicarme a la máquina y después de breves indicaciones, me dijo sigue y si tienes alguna dificultad pregúntale al maestro Manuel, más parecía una prueba o que se estaba burlando de mí, al frente y a menos de tres metros, el Maestro Manuel, que simpatizaba conmigo, a partir de ese momento dedicó parte de su tiempo a enseñarme las labores que cumplía ese gran torno, pues él trabajaba delante de mí con un torno más moderno y de confección de piezas de mayor precisión, en aluminio, bronce, hierro y acero; creo que tenía ganada su confianza y respeto, pues siempre respete y salude a mis mayores, de una manera afectuosa y franca; desde ese día era el blanco de las miradas de todos los obreros de las diferentes secciones, al pasar del tiempo me convertiría en un excelente tornero, de masas y piezas para trapiches, en especial para determinar los dentados de las masas, que subían recién fundidas y que con un gran tecle las subía como habían salido en los moldes de fundición y las bajaba perfectamente torneadas y listas para pasar a la sección pintado y armado de trapiches, labor que desempeñe por dos años, llevando puntualmente el dinero que ganaba a mi madre, hasta que mi papá por intermedio de una carta dirigida al señor Presidente de la República del Ecuador, Doctor José María Velasco Ibarra, de parte de mi madre, que le pedía trabajo para mi padre, tuvo respuesta positiva y este gran estadista, Abogado y hombre sensible de corazón al que conocí más tarde con los años, como referiré detalladamente, envió un chofer a buscar a mi progenitor y lo puso a trabajar como empleado del IESS, en calidad de guardalmacén en la construcción del Hospital de esa Institución, dándole inclusive una casa de la hacienda en esa construcción a donde nos trasladamos a vivir, economizándonos el arriendo, agua y luz, pues al concluir la obra, mi papá pasó a las oficinas del IESS, como oficinista, donde trabajó los próximos 30 años, obteniendo una nueva jubilación y sueldo vitalicio, experimentando y aprendiendo mucho sobre la seguridad social y haciendo muchos amigos a los que ayudaba en todos los trámites.

Pero regresemos a ese taller, lleno de actividad y de conocimientos, de dinamia, de sudor y esfuerzo físico, mientras trabajaba en automático el torno, y el buril y pastilla de diamante y acero, modelaba las masas de hierro fundido para los trapiches, para luego aplicar la manualidad en los dentados y centrados de masas y de piñones, que formaban parte de los accesorios de trapiches para moler caña o piezas para telares y máquinas industriales, el maestro Morales nos invitaba al maestro Manuel y al que les habla, a que con sendos combos, y bajo su dirección golpeáramos el lingote de acero que hábilmente lo viraba para obtener en una de sus puntas la forma cuadrada y nos enseñaba en forma directa el arte de la fragua, del yunque y el martillo, a veces del combo, pues este corpulento hombre pero de gran corazón siempre estaba dando molde a los lingotes de acero, de cinco pulgadas de espesor, las sacaba con sus guantes de la fragua de fuella, pues el extremo a dejarlo cuadrado, al rojo vivo, o cualquier pieza requería muchas veces de ayuda de dos hombre más, allí me incluía con un combo para con matemático ritmo dar un golpe al rojo vivo y extremo del lingote, y un golpe del maestro que señalaba el sitio donde debía caer el golpe del combo, que alzábamos sobre nuestros hombros en alto y caían con un ritmo especial, para convertirse en un cuadrado perfecto el extremo del lingote de acero. Cuanta pieza forjada se requería, el martillo mediano y la tenaza que sostenía la pieza al rojo vivo, se iba transformando a fuerza de golpes contra el yunque; allí construí en mis tiempos libres mis piezas de andinismo, como picotas, cinceles, buriles y otras piezas que una vez forjadas se sacaban filo y luego se las templaba con aceite o en agua, para hacerlas fuertes, duras y consistentes, a mis espaldas de mi puesto de trabajo se veían los moldeados y fundiciones con la actividad de los obreros, las sueldas autógena y eléctrica, nunca utilice guantes y varias veces venció la pieza que estaba siendo eliminadas sus rebabas en el esmeril, y me lastime los dedos, sangrando profusamente y el remedio para lastimaduras y quemaduras leves era la manteca de chancho con color o achiote que se nos aplicaba con una cebolla blanca, experimente la cogida del arco de luz de la suelda eléctrica y a soldar con suelda autógena; y teniendo gran curiosidad y necesidad de ganar más sucres con sobre tiempo, después de las seis de la tarde, me quedaba muchas veces colaborando con los fundidores, hasta las diez u once de la noche, recuerdo en una de esas fundiciones, se desparramo del crisol lleno de hierro fundido, un chorro del material, el mismo que en contacto con el suelo húmedo se hizo muchas gotas una de ellas entro a mi bota vaquera derecha, produciéndome una quemadura considerable en el empeine, en mi desesperación no sé cómo me saque la bota, y desde luego fui auxiliado con una generosa cantidad de manteca con color que alivio en parte mi piel pelada y roja que brotaba suero y líquidos, calmándome en parte mi dolor, herida y quemadura de consideración que ostento como un recuerdo de mis días de joven y obrero de fundición de metales, accidentes que eran usuales para los rudos obreros, que nunca me desanimaron, más bien recibí sus atenciones y auxilio inmediato, posiblemente era el obrero más joven de toda la planta; este deseo de trabajar, de colaborar, era bien visto por mi tío Daniel y padrino de bautizo, quien posiblemente veía en mi potencial a futuro para uno de los jefes de planta y desde luego era el primero en tomar en cuenta, cuando se trataba de entregar obras urgentes y mi última obra en la fábrica fue después de dos años de trabajo, por un mes de Junio, pues mi Madre, me insistía en que debía regresar a estudiar al Colegio, y fue a finales de ese mes, que mi tío al pagarme mi semana el sábado en la tarde, me pidió que trabaje en la tarde y si es preciso el domingo, para entregar una masa inmensa, pues pesaba como unos ocho quintales de hierro fundido, debía hacerla totalmente simétrica y por último hacerle dientes de unos cuatro milímetros de ancho por cinco milímetros de profundidad; regrese al torno, y con el tecle alce la poderosa masa, ajuste los extremos del lingote central, busqué un buril apropiado y filo, prendí el motor y empecé a darle forma a la pieza en bruto, a las siete de la noche, el taller estaba en silencio, únicamente mi torno alemán seguía trabajando, preocupado mi tío llegó y me dijo que venga al siguiente día a terminar el trabajo, yo le indique que esa misma noche estaría lista la masa, y así fue, contemple mi obra, puse el tecle y la descendí a tierra, fui a la casa contigua y le informe a mi tío de que estaba terminado el trabajo, mi tío no creía y juntos nos trasladamos al taller, la masa brillaba estaba lista; me indico que le siga a la oficina, abrió su escritorio y calculando las horas me extendió Treinta sucres, era la paga de una semana, incrédulo yo no atine a coger los billetes de cinco sucres cada uno, al ver mi vacilación sacó veinte sucres más y me entregó, emocionado, tome el dinero, me despedí agradecido y me fui a casa, ese fue mi último día de trabajo, mi madre me esperaba nerviosa y al contarle de mi trabajo extra, y al entregarle el dinero, me indicó, el lunes entras al curso de verano del Colegio "Mejía", pues este año ingresaras al colegio "Montufar", a retomar tus estudios, toda la noche soñé en el nuevo rumbo de mi vida, en el curso de un mes para prepararme al ingreso al colegio, en tomar contacto con otros jóvenes, en lo que me esperaba y me depararía el futuro, con esta sabia decisión de mi Madre, pues mi papá ya estaba empleado y la situación de nuestra casa era buena.

Año 2008.

Es necesario dentro de mis relatos establecer en Abril de 2008, cuando escribo sobre la realidad del Ecuador y en especial sobre la realidad social, económica y política de Cuenca, la ciudad donde vivo con mi Familia, donde trabajo y en donde doy clases a mis estudiantes de primer nivel de la Unidad educativa de Jurisprudencia, Ciencias Sociales y Políticas, en la Universidad Católica de Cuenca. El país tiene un Gobierno de corte socialista del siglo XXI, el Presidente de la República, Economista Rafael Correa es un hombre joven, impulsivo, inestable, caprichoso, seguidor del Coronel Hugo Chávez Presidente de Venezuela, en un caos y economía dolarizada, Cuenca, la ciudad más cara del Ecuador; en trámite la nueva Constitución número 21 del Ecuador, en manos de una Constituyente y de personas no especializadas en Derecho, hay curas, bailarinas, modelos, payasos, presentadores de televisión, sindicalistas, la mayoría de la corriente política del Gobierno nacional, Nuevo País.

Que se gesta y que se protesta en la calle, el hambre, el desempleo, la inseguridad económica y política, nadie se atreve a invertir en nuestro país, la especulación va en aumento, y sobre este crudo y largo invierno, que ha azotado las tierras de cultivo en las regiones costa, sierra, región Amazónica e insular y ha destruido el sistema vial, puentes, sistemas de recolección de aguas y alcantarillas, desolando el territorio, dejando en la incertidumbre y pobreza a la mayor parte de la población ecuatoriana.

En especial las mujeres, amas de casa están cansadas de la especulación que causa estragos negativos, perniciosos en todas las familias, el precio de los productos de primera necesidad han tenido alzas injustificadas, esto debido a la acción de quienes son los dueños de las industrias de alimentos, los grandes empresarios, los que pertenecen a los grupos económicos más fuertes del país, los que siempre se benefician de la crisis, los más grandes evasores de impuestos, y que hoy son los que provocan la crisis con la clara intención de desestabilizar a las instituciones y al Gobierno, y a su ensayo de proyecto de cambio.

Los grupos económicos de siempre que han sido representados por partidos de la Derecha, como el Partido Social Cristiano, el partido Roldosista ecuatoriano, el partido Sociedad patriótica, la Izquierda Democrática, el Socialismo y otros populistas, quienes son los culpables de la crisis económica ecuatoriana.

Es un objetivo utópico, que se debe acabar "la larga noche neoliberal", y que la Asamblea Nacional Constituyente, debe redactar una Constitución que plantee un Estado con un rol claro de control de la economía nacional; y de esta forma no permitir que los empresarios sigan jugando con la vida de los ecuatorianos.

El Colegio Militar "Eloy Alfaro"

Es necesario hacer un preámbulo de mi vida como estudiante del Colegio "Juan Pío Montufar", en segundo y tercer año, aquel querido Colegio que todavía existen sus edificaciones y sirven a otra unidad educativa; cerca de donde vivía con mis padres, en el querido barrio de San Sebastián, mi reingreso a segundo curso fue uno de los acontecimientos más importantes de mi vida, en ese colegio fiscal, en donde había diversidad de alumnos y en el que gozábamos de clases de mañana y en la jornada de la tarde, en donde nuestros profesores, hombres distinguidos, nos enseñaban con mística, las ciencias exactas, las sociales y las biológicas, más inglés, educación física y hasta educación musical; colegio formador de grandes figuras profesionales y de militares; yo no tenía en mente en mi juventud, ser Abogado o militar; pero el tiempo y el destino me dijo lo contrario, primero llegue a ser Mayor del Ejército y luego Abogado de los Tribunales de Justicia de la República del Ecuador y Catedrático de la Unidad Académica de Jurisprudencia, Ciencias Sociales y Políticas, de la Universidad Católica de Cuenca, cuyo rector el insigne sacerdote Doctor César Cordero Moscoso, formador de juventudes ha prestigiado esta casa de estudios.

Curse el segundo año sin novedad y entusiasmado con el objetivo de ser Bachiller de la Republica, estudiaba y realizaba las tareas a doble tinta, con plumero y pluma, el dibujo con tinta china negra, marcando en mis dedos las manchas de tinta y los callos, dibujando la letra y perfeccionando la ortografía, atendiendo las clases de mis profesores, y dedicado al estudio sin exageración, nunca he estudiado en la noche o en la madrugada, sin ser memorista, he tenido una clara retentiva y comprensión de las materias, hasta este momento que escribo, cuando tengo sesenta y tres años que cumpliré el 14 de Julio de 2008. Al pasar a tercer curso, más o menos por el primer trimestre, mi padre Gilberto al jubilarse en la Fuerza Aérea, y salir de esa Institución con un sueldo bajo, y al no obtener trabajo, al ser hostilizado por mi primo Marco, hijo de mi tío Daniel Figueroa Gómez, propietario de la "Metalúrgica Ecuatoriana", comunique la decisión mía a mi Madre Cecilia y al siguiente día, estaba trabajando como un simple obrero en la fábrica metal mecánica de mi tío y padrino Daniel y con el rencor sembrado en mi interior en contra del joven insolente Marco Antonio, que había prácticamente expulsado a mi Padre de su puesto de trabajo; este apodado "El Ingeniero", primo hermano, mayor con unos cinco años, siempre presintió mi odio, mi desprecio, que salía por mis ojos, que de paso son obscuros y pequeños, quería y lo demostré en el lapso de dos años, que había ocupado el puesto de mi progenitor y que fui capaz de llevar los alimentos para mis padres y hermanos, que dominé el torno, la suelda eléctrica y autógena y que aprendí la forja y demás artes de fundición solo con la repetición e indicación de mis maestros; recuerdo un día que hice rabiar al Ingeniero, que se acercó a mi puesto de trabajo y actividad en el torno alemán que operaba, y trataba de minimizar y apocar mi labor delante del maestro Manuel, que trabajaba con un torno más moderno a continuación del mío y que mecía su cabeza y observaba sabiamente sin intervenir, quien me enseñó a operar esa máquina; cuando le empecé a preguntar al impertinente ignorante sobre los elementos químicos, por familias y el burlón no podía contestar a mis simples preguntas de Química elemental, pues no tenía cerebro, únicamente un cuerpo bien formado de pesista y mucha turbulencia de granos en su cara de joven prepotente y grosero, enseñado a humillar y molestar a los trabajadores. Comprendo ahora su situación de joven, concentrado en un trabajo y rutina diaria de supervisor, de dueño celoso, sin que a esa edad tenga amigos, amigas, actividades propias de su edad, esparcimientos, la práctica del deporte de las pesas en solitario, hacían que su carácter y prepotencia vayan en aumento, como su estructura muscular; si este primo, trato por algunas ocasiones de sacarme de mis casillas, fracasó rotundamente, pues mis respuestas fueron siempre respetuosas, tinosamente escogidas, sin bajar su nivel engañoso en el que se encontraba entronado, por ser el hijo del dueño de la metalúrgica, estableciendo de parte de él finalmente un concepto bueno de mi parte y dejó de tomarme en cuenta para sus hostilidades, pues veía cronológicamente desde la función de carbonero, rompe metales con combo hasta mi función de tornero y múltiple ayudante y operario a un elemento positivo y productivo, dedicado exclusivamente al trabajo diario.

Al finalizar los dos años de trabajo, había madurado, mi cuerpo se había fortalecido con el ejercicio, crecí un poco, atrapado en la rutina del trabajo y no pensaba dejar la actividad de obrero; pero al llegar a mi casa en la que mi Padre ya había conseguido trabajo en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, como empleado, la situación de nuestra casa mejoró, ya llegada la tarde del sábado, como costumbre cogí mi overol sucio de grasa en el trabajo, para llevarlo a casa a lavarlo, mi tío me pago muy bien esa semana pues trabaje hasta las ocho de la noche del sábado, y contento por la paga de sucres, tome el bus y llegue a casa, en donde me esperaba mi Madre, era el mes de Julio y cerca de mi cumpleaños, y me indicó que desde el lunes debía ingresar al Colegio "Mejía", a recibir el curso de verano y a prepararme para ingresar nuevamente al Colegio "Montufar" a segundo curso, que había dejado hace dos años, la idea me gusto y en especial cuando ella muy cariñosamente me agradecía por haber trabajado y sostenido a la familia durante ese tiempo, y así lo hice integrándome a un grupo de jóvenes a clases de verano, al final gane un concurso de ortografía, y recordé las materias académicas de ese curso, hice amigos y amigas, disfrute de la Educación física del profesor "Cacha Flor", y nuevamente me matricularon mis padres en el Colegio Montufar en segundo curso, tuve otros compañeros, pues algunos de los anteriores ya estaban en el Colegio Militar "Eloy Alfaro", como cadetes; el año transcurrió como el soplo del viento, sin que me preocupara y no tenía la menor idea de ser militar, pues sabía perfectamente de noticias que ese colegio era caro, que la pensión mensual era de quinientos sucres, más un equipo de ropa y uniformes de Cinco mil sucres, algo inalcanzable para la economía de mi Familia, siendo yo el mayor de ocho hermanos, pues si me esforzaba, posiblemente podría ser Bachiller y con la idea de ser algún día Arquitecto, soñar no cuesta nada, pero me esforzaba por no fallar, pasé a tercer curso sin esfuerzo alguno, y en esas circunstancias llegó el fin de año y un día por curiosidad fui a la avenida Orellana, ingresé al Colegio Militar, de estructuras majestuosas, grandes espacios y aulas, canchas y caballerizas, un tanque de guerra americano a un extremo frontal derecho y el templete de los héroes al otro costado; éramos un grupo de estudiantes y amigos del Colegio, que por curiosidad llegamos a esas instalaciones, en cuyo frente se exhibía un anuncio, Becas y medias becas para los estudiantes que las ofrecía el Excelentísimo Presidente del Ecuador, Doctor José María Velasco Ibarra, la oferta era de 25 becas y de 25 medias becas, para los estudiantes que después de rendir las pruebas académicas de materias, exámenes médicos, pruebas sicológicas, psicométricas y físicas, constantes en un prospecto, se harían acreedores a esas becas y medias becas los que mejores notas conseguirían, algunos del grupo optamos por esa oferta y yo comuniqué de esta noticia a mi Madre, la que accedió sin embargo había un gran obstáculo, Cinco mil sucres para el equipo, ropa y uniformes; ese día me inscribí como aspirante con otros tres compañeros de curso del Montufar y las semanas siguientes de vacaciones, estudie, rendí pruebas, me chequearon médicamente, detectándome en mi garganta un forúnculo de pus, el Médico que me examinó, me indicó como condición para aprobar la prueba médica que desapareciera ese foco infeccioso; solucioné este problemita inmediatamente de llegar a mi casa, con una aguja de coser, la que la quemé al rojo vivo, luego la desinfecte con mertiolato y realice la extirpación del corpúsculo infeccioso, aguantando el dolor con una aguja desinfectada por fuego; esta operación a lo criollo no valió para nada, pues a más de una fiebre y molestia durante algunos días, nunca me chequearon médicamente posteriormente; los exámenes de materias los hice con rapidez y sin dificultad; mientras que los exámenes psicológicos los tome con más tiempo y cautela; los exámenes físicos, por mi buen estado de salud y fortaleza obtenida con el trabajo, me parecieron simples, incluyendo la natación; después de tres semanas de exámenes, nos indicaron los oficiales del Colegio Militar, que regresemos en Septiembre a fin de ver los resultados que se exhibirían en el mismo informativo frontal del edificio. En la disyuntiva, en la que la opción primera era, seguir mis estudios en el colegio "Montufar", era una segunda opción un poco inalcanzable el Colegio Militar "Eloy Alfaro", por los Cinco mil sucres que se necesitaban para el equipo, en el que constaban las prendas de vestir por medias docenas, otras por docenas, uniformes y otros; en todo caso yo pensaba que lo mejor sería seguir el camino a la Arquitectura, en la Universidad Central de Quito, sueño a futuro.

Los compañeros y amigos, subimos al bus Iñaquito Villa Flora, desde la recolecta, lugar cercano a nuestros domicilios y nos dirigimos al Colegio Militar, nuestra desesperación por saber los resultados era notoria y nos urgía llegar pronto, ingresamos al Colegio Militar y apresuradamente llegamos al informativo, alrededor del cual habían muchos jóvenes aspirantes, tuvimos que esperar nuestro turno, y al acceder a la información no me fue difícil leer mis nombres y apellidos, en la lista de becas y en un décimo lugar de becas; de los compañeros que me acompañaban y que habían rendido los mismos exámenes, ninguno constaba en las listas de becas o medias becas; con asombro y con sorpresa, con miedo, con un tanto de temor, tome la noticia, que más tarde comunique a mi confidente Cecilia María, al comunicarle la noticia, los ojos de mi Madre se iluminaron de emoción y me dijo que iba a hablar con su hermano y compadre Daniel, para decirle la noticia y que le iba a pedir le ayude con los valores de Cinco mil sucres para mi equipo; comunicaría además a papá, el que al enterarse no lo tomó en forma apreciable, pues él ya tenía experiencia y sabia personalmente, que la vida militar es dura e ingrata y requiere muchos sacrificios, que el militar es como un gitano, pero accedió ante el pedido de mamá de seguir con este proyecto, que tenía como base una beca entera, conferida por el Presidente de la República, que se conservaría mientras el becado respondiera óptimamente a los estudios y que las notas y promoción de años fueran excelentes, pues de lo contrario se retiraba la beca y por consiguiente, el becado fracasaba, al no tener para sufragar pensiones y requerimientos económicos correspondientes. Más tarde me entere de la entrevista que tuvo mi Madre con mi Padrino de bautizo, quien le proporcionó a mi mamá los cinco mil sucres, con la esperanza de que yo fracase y después de un tiempo me reincorpore a su Taller, a seguir laborando de obrero, le manifestó además que ella tenía ocho hijos, que estaba portándose injusta con los siete y beneficiándome únicamente a mí; todo se daba como si hubiera estado planificado, pues a continuación junto con mis progenitores tuve una entrevista personal con oficiales del Colegio Militar, la que pase sin contratiempos, mis padres fueron interrogados y fui considerado un aspirante a Cadete recluta, previo el pago de ciertos valores, les entregaron a mis Padres las instrucciones y equipo a adquirirse en el mismo Colegio Militar y la fecha de ingreso, un 12 de Octubre de 1963, a las cinco de la tarde, 17h00 hora militar, incluyendo un colchón personal, el resto fue ajetreos, compras, papeles y mi mamá comenzó a bordar mis iniciales en todas las prendas, un bordado regular con hilo rojo, MBAF, o impreso con pepa de aguacate.

Es el destino ayudado por las circunstancias y voluntad de las personas seguir un rumbo en la vida, al llegar al Colegio Militar, e ingresar mi primer paso, me estremeció, estaba matriculado en cuarto curso, pero más me impresionó la cantidad de jóvenes que llenaban el establecimiento, el oficial de guardia, el Oficial de semana y el Jefe de Cuartel, con un gran número de cadetes y un cuerpo de Brigadieres y Sub brigadieres, de último año, dirigían y orientaban, en la recepción especialmente a los nuevos cadetes reclutas de cuarto curso, y de los cadetes reclutas bachilleres; nos situaron en un enorme dormitorio, nos ubicaron por alfabeto, nuestras camas y armarios de dos pisos, numerados, los aspirantes vestíamos traje con corbata y zapatos de civil, el mío era nuevo y parte del equipo; y al despedirse mis padres, con un abrazo, mi madre angustiada me extendió un llavero, para que acomode las llaves de mi armario metálico, que ocupe la parte baja, ante la tozudez de un aspirante que ocupó la parte superior, el que sería más tarde el General de Brigada, Rene Cástulo Yandún Pozo, oriundo de Tulcán. No habíamos acabado de arreglar a nuestra manera el equipo, cuando nos entregaron varias prendas, para que nos vistiéramos de inmediato y un capote de grueso casimir alemán verde aceituna, era un traje de diario de color gris y corbata negra, zapatos medias cañas color negro, calcetines negros, terno interior blanco, pañuelo blanco, peinilla; el capote no tenía botones dorados completos, no era a la medida, pero con el pasar de los días nos fuimos intercambiando entre los compañeros y mejorando su aspecto, cosiendo partes, pegando botones, el estilo del capote era del Ejército alemán; posteriormente nos proveyeron de capotes de color gris; por primera vez oímos el toque de la trompeta que ordenaba formarse, a las 20h00, y en los próximos días aprenderíamos y reaccionaríamos a los diferentes toques de la trompeta; era el toque de retreta, el Oficial de Guardia, de voz timbrada y especial, era del Capitán Santa Cruz, del arma de Caballería, campeón de los torneos de salto y competiciones formales en este deporte; detrás de nuestra formación y responsable de los reclutas estaban brigadieres de semana y de guardia, casi sin entender las órdenes militares nos trasladaron al dormitorio general, de grandes proporciones, que tenía dos accesos de grandes puertas, dos columnas de camas en el centro, unidas por las cabeceras, más dos columnas de camas literas dobles hacia las paredes, sobre las que estaban ya colocados los colchones que nos indicaron llevar con el tendido de sábanas blancas, cobijas y sobrecamas blancas de hilo, los colchones unos más grandes, otros más altos, otros más gruesos, unos de espuma Flex, casi raros en esa época, otros de lana de ceibo, destacando irrealidad y no había uniformidad, dos sábanas, dos cobijas y una sobrecama de hilo blanca, una toalla blanca al pie de la cama; al pie de cada hilera de camas, dos pasillos y en los extremos laterales, hileras de camas literas; yo estuve ubicado en el centro, hacia el sur, pues claramente veía el Templete de los héroes nacionales y a lo lejos el bullido de la ciudad y sus luces en la noche, pues había que dormir en una posición de costado derecho y flotando el corazón; empezamos a entrar en ritmo, cuando el Capitán Santa Cruz, después de una serie de amenazas, nos ordenó que nos desvistamos y nos pongamos las piyamas, dejando la ropa ordenadamente doblada sobre el velador metálico junto a cada cama, en cuyo cajoncito interior estaba, el jabón de tocador, una pasta de dientes y un cepillo dental, pues al pie de la cama estaba una toalla blanca individual, pero hasta contar diez, y el alto correspondiente y las llamadas de atención por muestreo, "civiles vagos, sinvergüenzas, apestosos, donde creen que están, lentos"; el desvestirse y vestirse duró como una hora, con intervalos de coger el velador metálico y mandarnos a correr la pista atlética, a lo largo de la cual iban tropezando, cayendo levantándose, lamentándose, lastimándose los 235 reclutas, y en el camino nos encontrábamos con el grupo de bachilleres que también corrían semidesnudos y cargados los odiados veladores metálicos, que muchas veces rodaban por el suelo; en el alto de vestirse y desvestirse hasta contar diez, no había un solo recluta que estuviera con la piyama o vestido correctamente con el uniforme; yo había sufrido un ligero corte en mi mano izquierda, con un filo de mi velador metálico, los pies enlodados, pues llovía copiosamente y hacía frío, pero estaba sudando y agotado hasta el punto de desfallecer, como todos con las gargantas secas, sedientos; a la orden de acostarse, pero miren como están acostados, se acuesta del lado derecho y en esa posición deben acostumbrarse a dormir de hoy en adelante; inmediatamente apagaban las luces de los fluorescentes, para encenderse luces de color verde interiores, ante la presencia de cadetes uniformados y armados, que empezaban con su turno de dos horas como imaginarias o de control de los cadetes que descansaban, para despertar a los del turno siguiente o de guardia exterior, para controlar que todos estén durmiendo de costado derecho; todo parecía que terminaba, pero inmediatamente recibíamos la orden de levantarse, y colocarse frente a cada cama, de vestirse, de vuelta a la pista atlética, cargados los veladores, a los que llegamos a odiar; pero increíblemente aprendimos la destreza de vestirnos y desvestirnos hasta contar diez; después de dos horas de este ejercicio forzado, nos ordenó el Capitán de caballería ese 12 de Octubre de 1963, acostarnos; pero ante la ocurrencia de un recluta que algo dijo y algunos festejaron con risa propia de la juventud, nuevamente estuvimos debajo de la luna corriendo y llevando a cuestas nuestro apreciado velador metálico; si esta fue la primera tarde y noche, que nos esperaba en los siguientes años, además de los cadetes antiguos a los cuales no se les podía ver a la cara, solamente en la posición de firmes y en los descansos, al trote o a la carrera para llegar de un punto a otro, y el incesante mi cadete, mi brigadier, mi sub brigadier, el mí, de la milicia y disciplina militar.

Al día siguiente por ser sábado, fue dedicado a otras actividades logísticas, pues antes a las 05h45, oímos en primer lugar en los altoparlantes del dormitorio una canción que nos repitieron durante todo el año, titulada "Ayúdame Dios mío, ayúdame a olvidarla妱uot;, que un cadete antiguo la reproducía por la perifónica y a continuación el toque de diana anunciada por la trompeta, pues la noche anterior oímos por primera vez el toque de silencio, pero además oímos un toque especial que anunciaba el toque en honor a la entrada del Director del Colegio Militar, el Coronel Tafur Proaño, pues el Subdirector era el Teniente Coronel Hernán Torres Bonilla, cuyo sobrino resultó ser nuestro compañero recluta, que lo apodamos "PATACHCA", al igual que le llamaban por debajo a su tío; el Oficial de guardia y los brigadieres de semana, nos levantaron con una fuerte voz de mando, "levantarse reclutas vagos, desvestirse, tomar el jabón y la toalla", nos hicieron girar a la parte posterior del dormitorio, al llamado "Infiernillo", un gran corredor de tres metros de ancho, por cuatro de alto, en cuyo cielo raso y paredes, en forma potente se proyectaba agua helada, una pasada para mojarse, sobre la marcha la enjabonada y luego otra vez para enjuagarse, inmediatamente las ordenes potentes de vestirse y salir a formar todo bajo la cuenta de diez; la formación por estatura, donde el que destacaba era el recluta Banderas y el recluta Paz y Miño, así como un recluta de raza morena, que hacía contraste notorio con el primero, blanco, rubio y de ojos azules, era el recluta Méndez de Ibarra, el primero de su raza que intentó ser oficial del Ejército y no lo consiguió; ellos de más de un metro ochenta de estatura, y a la cola de la formación cadetes nuevos como Villacís, Naranjo, Haro, Hallo; yo estaba ubicado al medio de la formación, las formaciones y ubicaciones se aprendían rápidamente por repetición y se corregían con la consabida vuelta la pista, el gimnasio, el dormitorio, las caballerizas, el comedor; por fin llegamos al comedor y nos ubicamos de pie delante de los ochos sitios en cada mesa, en la cual a la cabeza y pie habían dos cadetes antiguos, en mi mesa la precedía el Brigadier Naranjo, de Ambato y al pie otro cadete de quinto año, y a los costados seis reclutas; el centro de la mesa en los desayunos, normalmente había una jarra de cristal con agua; tomamos el desayuno con banano, pan, leche con chocolate, variando este menú según el oficial ranchero, o ecónomo. En la mesa y durante las comidas regía una disciplina férrea, militar, pues para llevar los alimentos a la boca, había que tener el tórax recto, la cabeza erguida y la cuchara o tenedor, llegaba a la boca, en porciones pequeñas, desde el plato arriba y luego en escuadra o noventa grados a la boca, siguiendo el mismo trayecto al bajar al plato; para sentarse y levantarse había que pedir permiso al Brigadier que precedía la mesa, había que consumir íntegramente los alimentos depositados en los platos o tazas, pues en algunas ocasiones cayeron los reclutas que no querían servirse la sopa, que consistía en arroz de cebada y el resistente tuvo que comerse toda la sopera; en mi mesa estaba un recluta cuencano, el que no se servía el cangrejo de entrada en el menú de ese almuerzo, el jefe de mesa Brigadier Naranjo, le inquirió el por qué no comía el crustáceo, contestándole que nunca había comido "Cangrijos", respuesta que nos causó una franca risotada general de los de la mesa, el Brigadier ordeno a la víctima que consuma todo el crustáceo pero con cáscaras y todo, no paramos de reír viendo al sujeto hacer tronar las estructuras de su presa, a vista del oficial de semana y de las mesas contiguas, este recluta, que siempre fue pequeño de estatura y de mentalidad, se hizo con el tiempo mi enemigo declarado, para colmo le dieron el Arma de Fuerzas Blindadas, debido al conocimiento de mecánica adquirido en el taller de latonería de su Padre, en el Vado en Cuenca, me referiré a este mal compañero, que no supero su odio ni con el tiempo ni por el hecho de ser Oficial; en alguna ocasión nos sirvieron una cerveza negra pequeña en el almuerzo especial, el cadete "Gordillo", el más joven de la mesa indico que no bebía, el jefe de mesa le ordeno que consuma las seis cervezas de los reclutas, pero por cucharaditas, teniendo como resultado su primera embriaguez; todas las meriendas eran como plato infaltable las coladas de dulce, de cebada, de plátano, de avena, de arroz, de maicena y se comentaba que de acuerdo al número de coladas consumidas, el cadete se iba acercando a su graduación de oficial del Ejército. Después del desayuno, en sábado, pasamos por hileras al Sargento peluquero, del arma de caballería, personaje legendario, por el habían pasado miles de cabezas de cadetes, hombre tosco, de mala cara, mirada furtiva y traicionera, pues gozaba dejando sin cabello a los reclutas y descubriendo la verdadera estructura de las cabezas, pequeñas, grandes, alargadas, de mango, cadavéricas, donde lucían las señales de las aventuras y roturas antiguas de cabeza; era inevitable el encuentro con este peluquero de lanza y guitarra, del arma de Caballería que en contados minutos como si estuviera podando césped nos dejaba como judíos de los campos de concentración nazi, cabezas con nacimiento de cabello, que al ser expuestos al ejercicio constante, al sudor, al aire y sol, se despellejaban, causándonos reacciones diversas, como todo el torso, pues trabajábamos en los ejercicios militares sin camisa ni camiseta, despellejándonos y teniendo una piel obscura curtida por el sol. El peluquero, hacia sentar al cadete recluta, en el sillón, le colocaba el mandil blanco, una toalla pequeña y previo al corte de pelo, le preguntaba a su víctima, cuantos manichos va a comprar, había que comprarle mínimo uno, dibujándose una sonrisa mueca en la cara del peluquero de satisfacción, para recibir un trato y corte aceptable, pues si no se le compraba el manicho, que tenía en un cajón y en cantidades, la que sufría era la cabeza pelada y el peluquero se fruncía, haciendo su cara más temible, y no pasaba una sola palabra.

Describo los primeros días en el Colegio militar, con cierta nostalgia y como si el tiempo de 1963, hasta la fecha que escribo esta parte, el año 2008, en que sigo escribiendo mis memorias fueran un soplo del viento; el Domingo a las 10h00, formamos los reclutas y los cadetes antiguos que estaban de guardia, de semana y los castigados y en una larga columna de dos, nos dirigíamos a la piscina de agua fría, del colegio, que colindaba con el Zoológico; era una piscina de unos 30 metros de largo, por 15 de ancho, de tres metros de profundidad en él un extremos más próximo a los tablones de 1,50, 3, y 5 metros de alto; nos sentamos alrededor en las gradas, en terno de baño, nos despojamos de las zapatillas y de la toalla y jabón, al frente del escenario o tablón de 5 metros, estaba el Oficial de Semana, otras el Oficial de Guardia, con el listado de cadetes antiguos castigados, de los cadetes reclutas de cuarto curso, donde yo constaba y los cadetes reclutas Bachilleres, que seguirían la profesión para oficiales de servicios, como Transmisiones, Abastecimientos o Material de Guerra, Transportes, Pagaduría y Administración; pues nuestra meta era el de ser oficiales de Arma, entre otras de Infantería, Caballería, Artillería, Fuerzas Blindadas, Ingeniería, Transmisiones; la diferencia era notoria, el cuarto curso compuesto de jóvenes de 16 a 18 años; mientras que los otros llamados "Bachiches", lo conformaban jóvenes mayores de 18 años, inclusive miembros de tropa de más edad, llamados supernumerarios militares; la diferencia también se manifestó en el llamado "Circo", en el que participaban inclusive los cadetes antiguos castigados, que nombrados subían uno a uno al trampolín de 5 metros, y con voz clara y alta el oficial de semana, otras el de guardia les ordenaba que realicen: mortal, doble mortal, carpado, patada a la luna, tornillo; si el cadete castigado hacia a la perfección su salto, le borraban el castigo y salía franco, si no hacia lo ordenado o imperfecto, a los dos bordes de la piscina estaban localizados brigadieres y cadetes antiguos, llamados tiburones, para castigar, aterrorizar y tratar de ahogar al inexperto, que desesperado y casi sin aliento salía a rastras y con vergüenza al borde menos hondo de la piscina. Ante tremendo espectáculo y castigo, seguí subiendo las gradas y en la parte anterior del tablón, oí doble mortal recluta, a mis espaldas tenía dos cadetes antiguos, los cuales en caso de duda del que iba a saltar, lo obligaban pero por ningún motivo se bajaba por las gradas, nunca había saltado desde esa altura, que se divisaba, el cerramiento de adobe del sector Norte del colegio, donde se destacaba el "Árbol solitario" de eucalipto, y la gran cantidad de maleza y hierba alta que colindaba el Colegio, con un extenso terreno, que daba a la carretera Panamericana, se apreciaba en una esquina el "Árbol solitario" de eucalipto, que era un sitio de guardia con una serie de escalones, que estaba a unos 25 metros de alto una atalaya y garita para el centinela cadete, armado y equipado y por turnos, las 24 horas, en especial en la noche y fines de semana cubierto por cadetes; nunca hice un salto de 5 metros, tampoco tenía idea del doble mortal, me decidí y salte al extremo de la tabla, la misma que me impulsó para arriba en forma violenta, me enrolle como pude y sentí que bajaba a gran velocidad, no tenía el sentido de orientación pero giraba hacia el agua, al último me desenrollé como pude y tome contacto con el agua de cara, sentí como que me queme la cara con el fuerte contacto y me hundí hasta el fondo, que topé con una mano; empecé a salir y mire que los "tiburones", estaban quietos, sentados en los costados de la piscina, y salí al extremo de metro y medio de profundidad y llegue a mi puesto, cogí mi toalla, la cara me ardía; un recluta que estaba junto me indicó que me había dado dos mortales y medio; en el transcurso de dos horas hubieron desmayados, medio ahogados, otros que borraron sus castigos, otros que al resistirse a saltar eran lanzados a la fuerza y abajo les esperaban los expertos nadadores para zambullirles a la fuerza, hubo uno que se quedó colgado del tablón, otro que intentó esconderse pero fue descubierto y obligado a subir al tablón; fueron emociones que nunca había experimentado; ya nos habían anunciado que desde Octubre que ingresamos, saldríamos francos el 24 de Diciembre después del "Bautizo", pues éramos reclutas, moros, valíamos diez mil veces menos que el perro. Empezamos las clases de materias afines al cuarto curso de bachilleres, con cincuenta minutos de clase y diez minutos de descanso, con un uniforme y corbata de clases, gris alternado por uno de color caqui; el de educación física, en donde se clasificó a la primera semana y por habilidades los deportes y disciplinas a practicarse diariamente una hora; en uniforme negro y oro, el cadete Manosalvas de lanzamiento de la bala y martillo, me llamó por lista mi nombre y puso en mis manos una bala de quince libras, ante un grupo de quince cadetes la mayoría antiguos y que practicaban esta disciplina, hice tres lanzamientos e inmediatamente fui eliminado del equipo y pasado a reciclaje al equipo de aparatos, el jefe del equipo de caballete, apodado "La monja", inmediatamente me puso en una columna y por imitación teniendo al frente un caballete de madera y cuero de dos metros de alto y una pica sostenida por dos cadetes, me ordenó que haga un salto mortal; nunca antes hice tal salto, pero considerando que era igual que en el tablón de la piscina corrí y salte sobre la pica, la que me impulso hacia arriba y adelante, enrolle mi cuerpo y casi sobrepasé la cajoneta, pues con mi espalda choque contra las estructuras, cayendo de bruces sobre un montón de aserrín, el aserrín tenía en toda la cara y hasta en la boca, los ojos, la cabeza y todo el cuerpo y uniforme, el cadete jefe del equipo sonrió y me dijo vuelve a intentar recluta, si pasas la cajoneta sin golpearla te quedas en el equipo; los que intentaban y se golpeaban contra la madera de la cajoneta estaban lastimados, remellados, con sangre, yo estaba un poco golpeado y nada más; corrí nuevamente y poniéndole fe, sin embargo al enrollarme el cuerpo perdía la noción de la orientación, pero esta vez sobrepase la cajoneta ampliamente, pero de nuevo mi aterrizaje fue de cara, lo que poco a poco fui controlando en meses y ya caía de pie y en alturas mayores, como en el arco de fuego, sobre seis caballos, sobre un vehículo; había pasado la prueba y fui admitido al equipo de aparatos, llamado también "El circo", pero sentí nuevamente que mi cara estaba inflamada, sentía ardor en mis ojos, por el aserrín, sin que hubiera posibilidad de observarme como estaba, pues no habían espejos, para mirarnos, paradójicamente dentro del uniforme era indispensable, un pañuelo sin uso, uno para usarlo, una peinilla, si nunca nos peinábamos o no teníamos cabello para peinarlo, un cortaúñas, una porción de papel higiénico, por lo menos dos sucres o importe del pago de las frecuencias de los colectivos de un sucre. Ese lunes y todos los días eran de emociones y de miedo encontrado, según el Jefe de Cuartel que era diario o el Oficial de guardia o de semana, que tenían grados de capitán, teniente y subteniente; ya mencionare los militares que fueron mis instructores, con sus defectos, virtudes, y sobrenombres correspondientes, los cuales se presentaban impecables de oliva o de gala con uniformes americanos, o de estilo alemán gris y el de oro y grana con sus sables alemanes, sus cartucheras y pistolas americanas y checoeslovacas, que eran ejemplo y envidia entre ellos mismos, todos exigentes, exagerados y que nos hacían correr muchos kilómetros al día, alrededor de la pista atlética, enfermería, comedor y los más exagerados la vuelta las caballerizas, el teatro, el zoológico, ejercicio diario que hacía que al gastar energías, el apetito aumentara desmesuradamente, mientras que el cuerpo y la juventud adaptaba estos esfuerzos, pero estas carreras, el "Circo", la piscina, el internado hacia declinar las voluntades del grupo de reclutas que iban poco a poco retirándose, otros optaban por aprovechar los descansos o la noche o madrugada para fugarse y no regresar más; y por cada fugado éramos castigos los que quedábamos; yo reflexionaba como sobreviviente y defensor de la beca que debía mantener por cinco años. Los compañeros de cuarto curso, fuimos divididos en tres cuartos cursos, con la organización de pelotones, pues los fines de semana empezamos con las materias y el adiestramiento militar, empezando por la instrucción formal, de combate, de armas, de organización del terreno y otras, por lo que el estudio y rendimiento era doble y desde luego con calificaciones y evaluaciones sobre 20 puntos; siempre conserve entre el 18 y 19 de promedio y desde luego nunca perdí la beca; no tenía dinero al bolsillo, mis padres me proveían de acuerdo a sus modestas capacidades, de lo indispensable, mi tía Bachita, cuyo cuñado llegó a ser mi compañero de curso, Guillermo Villareal, el Domingo y cuando visitaba al recluta cuñado, de paso me prometió y ofreció ayudarme con veinte sucres cada mes, lo hizo y le agradezco un mes, después se olvidó de mí, me visitaban mis Padres, nunca lo hizo mi tío Daniel, dueño de la "Metalúrgica Ecuatoriana", donde trabajé por más de dos años, y él seguramente abrigaba la esperanza de que salga del Colegio Militar y me reintegre a su fábrica como obrero, esto animaba más mi espíritu y mientras estudiaba, corría, perfeccionaba el mortal y otras acrobacias, aprendía ejercicios en el suelo, en las barras fijas, en las paralelas, en las argollas, me animaba yo mismo a seguir adelante en esta dura carrera. El lunes entró de Jefe de Cuartel el Capitán, apodado no por nosotros los reclutas "El Virgo", quien junto con el Oficial de guardia, al finalizar el almuerzo, se ubicaron de pie en el centro del gran comedor, con una calle de honor, compuesta por cadetes antiguos, cuyo número no superaba a los tres cuartos cursos y a los dos cursos de "Bachiches", y ordenó que pasemos por el medio, paso que sorprendió primero a los más altos, yo desde luego estuve en el medio y no me deje pegar fácilmente y los asustados reclutas más pequeños rodaban por el suelo y eran levantados en vilo y obligados a seguir apresuradamente el trayecto y túnel, los cadetes antiguos, no solo nos azotaron con correas, sino que nos golpearon con los puños cerrados, a mano abierta y con golpes de pie, yo protegí mi pelada cabeza y cara con las manos y antebrazos y mientras recibía golpes empujaba y trataba de alcanzar el final; nadie salió bien librado de esta golpiza gratuita, ante la mirada y sonrisa cómplice de los dos oficiales, cuyo resultado fue moretones, lastimaduras, sangre, yo tenía golpes por todo el cuerpo, a excepción de mi cara, fue la bienvenida de uno de los temibles oficiales, que años más tarde serían Generales de la República, no justifico su acción, posiblemente éramos un número inaceptable de cadetes y la mejor forma de eliminar cadetes reclutas era esta, el atemorizarnos, no obstante es rescatable la actitud de algunos cadetes antiguos, que simplemente nos topaban e impulsaban hacia delante para que siguiéramos y concluyéramos este túnel salvaje, otros, levantaban a los caídos; además de los golpes eran los gritos ensordecedores con mensaje psicológico y el ataque simultáneo, con más dirección a los "Bachiches", por qué de este apodo, pues, estos reclutas ingresaron el mismo día que nosotros los de Cuarto curso, pero, ellos siendo Bachilleres, en dos años se graduarían de Oficiales con el grado de Subtenientes de Servicios diversos; no obstante cuando concluyeron los dos años, la mayoría egresaron y se graduaron de Subtenientes de diferentes Servicios del Ejército, mientras que muchos de ellos pasaron a ser nuestros compañeros, logrando únicamente que el mejor de ellos ocupe la cola de nuestra promoción, se trataba de supernumerarios civiles y militares, ex miembros de tropa, en especial de Transmisiones, con expertos telegrafistas, en radio, en medios alámbricos, conocedores expertos de los medios de comunicaciones, de esa época.

La guerra de nervios, llamada psicológica, nos aplicaron oficiales y cadetes antiguos, durante todo el año de reclutamiento, pero cada día nos formaba más el carácter y pensábamos como personas mayores a nuestra edad, con superior responsabilidad y diligencia para todas las actividades de día y de noche o a la madrugada en nuestros turnos de guardia dentro de dormitorios como imaginarias o veladores del sueño de los demás o exteriormente para asegurar las instalaciones militares, armados y equipados.

Las sorpresas crecían dentro del grupo y dentro de los compañeros de cuarto curso, que nos dividieron en tres pelotones, siendo mi comandante del primero "A", el Teniente de Infantería, Carlos, "El cura", quien con el transcurso de los años se distinguió y llegó a ser General; el otro pelotón lo comandaba, el Teniente de Caballería, "El mocho"; y el tercer pelotón tenía de comandante al Subteniente de Infantería, "El Cura fundamentalista" y el más exagerado y fundamentalista oficial que haya conocido en toda mi carrera militar, ya relatare recortes de su vida y anécdotas que se relacionaron con mis memorias y vida militar. Nuestro Comandante, era un hombre de estatura mediana, de piel blanca, muy inteligente, vestía uniformes impecables y usaba gafas rayban de oro todo el tiempo, daba sus clases con propiedad, experticia y con claridad absoluta, tenía una memoria formidable, sabía los nombres y apellidos de todos los cadetes integrantes de su pelotón y así nos trató y al pasar de los años, no se había olvidado de sus cadetes reclutas, a los que se refería con nombres y apellidos completos y particularidades de cada uno; así decía: "cadete Yandún Pozo Rene Cástulo, Pastuso"; en alguna ocasión estando en instrucción militar cerca de los aparatos, en el sector de las argollas, nos mandó a correr y nos siguió detrás, en circunstancias de que se le cayeron sus costosas y brillantes gafas de oro y algunos de nosotros sin intención fuimos pisando y destruyendo "sus ojos", lo que no nos perdonó por algún tiempo, y su palabra preferida cuando tenía iras era "piola", "morlaco", parece que tenía animadversión por los cuencanos.

Los viernes, sábados y domingos, durante este primer año, nos adiestraron nuestros Comandantes de pelotón, en el mismo terreno y sector, unas veces era Calderón, la mitad del mundo, Sangolquí, monte Serrín y los alrededores del Colegio y afueras de Quito; lo cual gozábamos, era gratificante salir del encierro del Colegio a otros lugares, en donde nos adiestrábamos, comíamos ranchos fríos y calientes y hasta pernoctábamos en carpas de campaña, teniendo como compañía inseparable el equipo militar, el fusil máuser, la dotación completa de municiones en las respectivas cananas y cinturón de combate, la bayoneta, la mochila color caqui antigua de marco de madera y demás accesorios como el pesado casco de acero y uno interior de fibra de vidrio, la herramienta de zapa, la cantimplora y los demás elementos como vestuario y calzado y los implementos básicos de aseo y de limpieza del arma, la vajilla y los cubiertos de aluminio; en las mañanas después del desayuno, en especial con el gran jarro de aluminio parte de la vajilla, con leche, pan, banano, después de asearnos, comenzaba la instrucción, no antes de hacer por una hora ejercicios en busto desnudo, bajo los generosos rayos del sol, y el limpio aire de la mañana, con sus olores a campo, a chilcas, a eucalipto, realizando marchas entonando canciones militares e himnos y asimilando conocimientos teóricos y prácticos castrenses, para el combate contra el enemigo y mentalizándonos sistemáticamente que nuestro enemigo es el Perú y preparándonos para la guerra, para comandar tropas, destacando que lo más importante en la batalla es el soldado, el elemento humano bien entrenado, que supliría cualquier deficiencia o logística; todo el tiempo recibimos buen ejemplo de nuestros instructores tendiente a una moral alta, a resaltar los valores sagrados de nuestra Patria ecuatoriana, a su soberanía, a su integridad y a señalarnos objetivos, era una recta y fructífera carrera militar, nuestro objetivo final de nuestra vida.

El tiempo transcurría entre formaciones, carreras, clases del cuarto curso con profesores civiles, instrucción militar, educación física diaria, baños de agua fría en el infiernillo y las visitas el domingo de los familiares; ese domingo empezaron a llegar los familiares de los cadetes reclutas y de los antiguos castigados, en su presencia, desde la formación en el patio central, el oficial de semana nos retiró, ante el gran grito "Viva el Ecuador"; divise a mi Madre y a mi Padre, que se acercaron a mí, pero después de pedirles su bendición, me confundí en un abrazo cariñoso y saludo, mi Madre empezó a llorar, inquiriéndome que me había pasado en la cara, pues la tenía verde desde los ojos, debido al contacto con el agua de la piscina al lanzarme desde lo alto del tablón de cinco metros, al que ya no le tenía temor, además que los cadetes andábamos a llevar el remedio a nuestro bolsillo, el mentol Davis rojo o mentol chino verde, ante mi explicación mi Madre se calmó, conversamos, reímos, disfrute de algunas golosinas que me habían llevado, me comentaron que mi tío Daniel todavía no estaba convencido de mi estadía como becado en el Colegio militar; yo deje de tomar contacto con mis hermanos menores, Gilberto Fernando, Guadalupe Esmeralda, Nancy, Mónica Patricia, Maritza, Ada y Gina, menores en edad, los que posiblemente extrañaban mi presencia; las papas con salsa de tomate y cebollitas blancas que les hacía, o el arroz y que yo mismo les ponía en sus platos, o la sopa de fideos de letras o el tallarín; realmente estaba aislado de mi familia, de mis padres y hermanos; pero persistieron mis proyectos y había la esperanza de salir los domingos después de Navidad. La trompeta anunciaba nuevamente la formación y las visitas salían de los patios hacia el exterior, la Avenida Orellana, mis reflexiones son, como resistí, como aguante tanta exigencia y férrea disciplina, sin embargo creo que lo que me animaba, era el orgullo y la persistencia de seguir adelante, de no volver a ser un obrero, de sobresalir con mi esfuerzo del montón de jóvenes desorientados y miembros de familias numerosas como la mía, de ocho hijos, yo admiro a mis queridos padres, como hacían milagros para mantenernos, educarnos y en su pobreza soñar en nuestro futuro; eran un verdadero aliciente estas visitas, en las que no hubo más familiares, de vez en cuando mis hermanitas y hermano, que admiraban mi nueva piel trigueña exagerada, pero en mi cuerpo fortaleza y una nueva mentalidad; pues a más de ser miembro del equipo de aparatos, del "Circo", integré la banda de guerra, como tambor; fui aceptado en el coro del Colegio y posteriormente después de hacer el curso correspondiente me gradué de paracaidista; y lógicamente llegó también el día de graduarme de Bachiller, a cuyo grado se retrasaron mis padres, pero cuando ellos llegaron al Colegio, ya estaba graduado e investido como Bachiller de la República.

Retrocediendo el tiempo de recluta, fue la madrugada del día 23 de Diciembre de 1963, el anunciado "Bautizo", de los reclutas, cuando desperté a eso de las cuatro de la mañana, había mucho movimiento de cadetes antiguos en nuestro dormitorio, observé del lado derecho que era la posición de dormir, que cerca de mi cama había montones de uniformes, toallas, calcetines, zapatos corbatas, montones similares en el dormitorio en el piso lustroso, alargue mi mano y tome un uniforme completo, inclusive zapatos de caña media y lo metí dentro de mis sábanas, los bautizadores o verdugos, estaban disfrazados de diverso colorido, payasos, piratas, monaguillos, jíbaros, diablos, portaban correas, fuetes, aciales, mecheros, espermas encendidas y a la orden de levantarse, reclutas moros, les vamos a bautizar, a quitarles el diablo que tienen; igual bronca se producía en el dormitorio de los "Bachiches", nos ordenaron que nos despojáramos de nuestras pijamas y que nos pongamos pantalón corto de deportes, en torso desnudo, a pie descalzo, en las mismas andanzas estaba nuestro compañero, "El Burro", quien nervioso, colorado de la vergüenza, no encontraba su pantalón de deportes y se destacaba por su porte, por ser colorado, rubio, casi albino y por poseer un pene descomunal, que miraban asustados los verdugos y se reían, este compañero tenía dos hermanos Generales en servicio activo, uno en la Fuerza Aérea y el otro en el Ejército, en calidad de Comandantes Generales; pero, así como era de cuerpo de grandes proporciones, era y se graduó con la última antigüedad de los compañeros de cuarto curso, que obtuvimos el grado de Subtenientes de Arma; como premio a su denodado esfuerzo de ser el último de la promoción 1963, sus hermanos le hicieron dar el arma de Ingeniería y como si esto fuera poco, le becaron a España, curso al que no llegó a tiempo, y por su cuenta se quedó dos años en ese país, en un curso de construcción de ladrillos refractarios, contrajo matrimonio con una ciudadana española y regreso campante al Ecuador a reintegrarse a las filas del Ejército, hasta que llegó al grado de Coronel; en definitiva era nuestra palanca y respaldo del curso, pero marchaba a la cabeza de la procesión, mientras se entonaban canciones pícaras de Navidad, como: "Dulce Jesús mío, mi niño adorado, si es que estas con frío niñito pégate un tabaco" y los cadetes verdugos, nos lanzaban diablillos encendidos al cuerpo y torso desnudo, uno de ellos se pegó a mi tórax, desesperadamente trate de quitármelo con mis manos, pero el daño estaba hecho en el tórax y en las manos, sin que dejaran de mediar correazos mientras que la columna de moros tomaba dirección a la piscina y zoológico, en donde nos esperaban una serie de puestos o estaciones de martirio, para finalizar con un jarro de aluminio casi lleno de un líquido parecido al petróleo, mezcla de leche, aceites, gasolina, comestibles, resinas, agua, sal, azúcar, hierbas, ajos, harina de castilla, de cebada, alfalfa; brebaje que había que tomarlo completo, bajo amenaza de repetir la dosis, yo cerré los ojos y trate de no percibir su olor y apure la mezcla, a continuación me dieron vino de uva, lo cual agradecí y ya estaba bautizado, me había convertido en cadete bautizado, ya no era moro y sobre todo al día siguiente saldría en mi primera ocasión desde que ingresé en calidad de franco, desde las 09h00 hasta año nuevo, con el uniforme de gala, con guantes blancos, gorra, sable corto al costado izquierdo, y una capa, uniforme de color gris con vivos negros y amarillos, sellos metálicos, las siglas CM del Colegio Militar, lustrosos botines con espolines metálicos y trabillos; en la guerrera botones dorados, que remataban en un blanco corbatín de plástico, debajo camisa blanca con cuello recto, a cuyo uniforme el que lo portaba, ya sabía marchar, saludar militarmente y utilizar cada parte del vistoso y envidiable uniforme, admirado por toda persona y en especial por las chicas, que hacían lo imposible por hacerse amigas, yo llegaba a mi casa y me quitaba inmediatamente el uniforme, para ponérmelo horas antes de regresar en la noche, al Colegio.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16
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