Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Leyendas Indocubanas (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4

Luego de saber ya la razón de la pobreza del poblado fueron hacia la casa de Baiguana. De allí viraban grupos de hombres, de ellos algunos alegres y otros entristecidos. Frente al bohío, acostada en una hamaca, estaba la ardiente indígena. A su alrededor muchos catauros con frutas, viandas o carnes. El negro pelo estaba desordenado y su perfecto cuerpo no tenía más vestimenta que la fina capa de sudor que cubría la trigueña piel. Otros taínos la observaban pero sabiéndola cansada, no se atrevían a molestarla. Esa era la mujer que había hecho que los laboriosos aborígenes dejaran sus trabajos y compañeras peleando entre sí.

  • ¿Pero no van hacer nada las mujeres de aquí? – dijo Elizabeth – Yo ya hubiera botado a esa.

  • Eso solo lo puede hacer el cacique. Miren, allí sale, vamos a seguirlo.

El cacique Maguaní fue hacia el río Jibacabuya, seguido por los jóvenes. Ya en la corriente fluvial tomó una de las canoas que estaban varadas en la costa y se adentró en esta. Yunier iba a hacer lo mismo cuando Yahima hizo aparecer la suya. Montados en ella siguieron al cacique hasta una cueva donde penetraba un brazo del río.

  • ¡Un sumidero! – exclamó Yunier.

  • No temas.

Cuando entraron en la caverna, una inmensa oscuridad los rodeó. El amuleto que traía la taína en el pecho dejó brotar una tenue luz blanca que los guiaba. Así vieron en un recodo la canoa de Maguaní y este arrodillado ante la figura en piedra de un hombre-murciélago. Era el Dios Murciélago mensajero de los dioses y cumplidor de la voluntad del gran Yocahuguama.

  • Gran dios, una terrible desgracia asolara mi aldea si no me ayudas.

  • ¿Qué pasa cacique Maguaní?

  • Por culpa de una mujer de ardientes carnes y vida alegre se pierden las cosechas, no se pesca ni se caza. Hombres abandonan a sus mujeres, hermanos pelean contra hermanos y las doncellas no tienen pretendientes.

  • ¿Por qué no la has echado?

  • Los hombres se rebelarían contra mí.

  • ¿Y matado? No me digas, ya sé que tú también has probado la dulzura de sus labios.

  • Perdón gran dios. ¿Qué hago?

  • Allí entre las agua, brillan las escamas de un hermoso pez. Atrápalo y ofrécelo a Baiguana como obsequio.

Así lo hizo el jefe indígena. El pescado de verdad era hermoso, además que parecía muy apetitoso. Rápido regreso a la aldea. Ya en ella se dirigió enseguida hacía el bohío de la mujer. Allí escucho risas, decidiendo esperar un poco. Uno de los mejores pescadores del poblado salio, por lo que Maguaní se ocultó. Aquel hombre podía darse cuenta de que el pez era mágico. Ido aquel, llamó desde el umbral de la puerta.

  • ¡Baiguana!

  • ¿Quién molesta ahí? Márchate, estoy cansada.

  • Soy el cacique.

  • Señor – dijo saliendo – Hace mucho tiempo que no me visita. ¿Ya no le gusto?

  • Eres muy solicitada Baiguana.

  • Cierto, pero venga mañana, yo lo recibiré sin falta.

  • Bien, toma esto, es un regalo para ti.

  • ¡Qué hermoso y con el hambre que tengo!

El jefe Maguaní se retiró hacia su cansi. La mujer devoró al instante el sabroso manjar. Necesitaba mucha comida para poder mantener la vida de mariposa que llevaba volando de hombre en hombre. Luego de comer se acostó en la hamaca frente al bohío. Ella adoraba a la luna como diosa del amor, pero Maroya Guacatti la repudiaba, pues no es lo mismo el amor que los amores fugases. Por eso ayudó en el castigo.

Al día siguiente donde estaba el bohío de la ardiente Baiguana, había una montaña con forma de mujer dormida. Luego de un tiempo, los hombres de la aldea la olvidaron, regresando a sus faenas y mujeres. Los muchachos volvieron a su tiempo. Elizabeth y Robertico se enteraron al llegar a la casa que la muchacha de los bajos la habían venido a buscar del sanatorio del SIDA.

Canimao

La madre de Elizabeth y Robertico se levantó con un fuerte dolor de cabeza. Su esposo enseguida la llevó al médico de la familia. Hacia allí se dirigieron los jóvenes esperando que saliera de la consulta. Por suerte, la espera no fue prolongada. La puerta se abrió preguntándole la muchachita a la madre.

  • ¿Qué te dijeron?

  • Es un poco de sinusitis.

  • ¿Me quedo ayudándote?

  • No, ve a casa del tío Pedro – dijo el padre – Yo me quedo con ella.

  • Pero …

  • Ve, yo me ocupo de tu mamá y la casa. Dale, que te están esperando.

Al llegar a casa del tío le contaron el estado de salud de la sobrina. Este rápidamente tomo unas plantas medicinales y salió hacia allá, mientras Yunier tocaba el mágico guamo despertando a Yahima. Esta vio la cara de preocupación de la adolescente y el hermano diciéndole sonriente.

  • No se preocupen, la medicina en esta época ha avanzado mucho y la madre de ustedes estará bien con su esposo. Ojala Canimao y Cibayara hubieran nacido en esta época.

  • ¿Qué les pasó?

Por respuesta viajaron hacia el cacicazgo Habana a la aldea taína de Yuhayo. Ese día se celebraba la boda entre la bella nitaína Cibayara con el baharí Canimao. Ella era la hermana del cacique Babaguanao, mientras el joven era el hijo del behíque. Numerosos catauros de cuentas de cuarcitas, ídolos y bolas de algodón fueron ofrecidos para lograr el matrimonio. El padre de la muchacha aceptó los regalos alegrándose los corazones de quienes se amaban desde la niñez.

En la aldea se bebía y comía esperando a que el gran behíque realizara la ceremonia. Este invocó a los cemíes y consultó su parecer. Luego llamo a los pretendientes. Ella adornaba su pelo, cuello y brazos con diademas de flores silvestres, mientras su pampayina brillaba por las piedras de cuarcita que le habían tejido, en la frente resaltaba el idolillo que representaba su rango. El usaba un pectoral de costillas de manatí y una gran caratona de guanín en el lambe, el idolillo de su frente era del mismo material. Ya juntos, el sacerdote pronunció las palabras de rigor declarándolos casados, pero a la vez dijo.

  • Es voluntad de los cemíes que no se realice la ceremonia del Manicato.

  • ¿Por qué? – pregunto Canimao – ¿Acaso los dioses no aprueban nuestra unión?

  • Hijo – le respondió el behíque – Los cemíes no dan razones, pero si no hubieran aprobado la boda, alguna desgracia tendríamos.

  • Es cierto.

  • Vayan juntos a su bohío y disfruten del amor.

Los recién casados se adentraron en su casa mientras que en la aldea se preguntaban por qué los dioses no habían permitido la ceremonia del Manicato. Al otro día Cibayara comenzó a usar la nagua de casada. Eran muy felices, siempre riendo o brindándose amor. Ella atendía su hogar y guiaba a las mujeres en la elaboración del casabe, mientras él ayudaba a su padre a curar los enfermos o al cacique a dirigir a los hombres en la construcción o roturación de los conucos. Así paso el tiempo como pasan las nubes por el cielo y las aguas del río por el cauce de este hasta llegar al mar.

Un día el nitaíno Canimao regresó temprano a su bohío encontrándose extrañado el fogón apagado y el hogar sin limpiar. Rápido salió preguntándole a todos, pero nadie sabía. Dos niñas llegaron corriendo y muy sofocadas dijeron que Cibayara estaba desmayada a la orilla del río. El muchacho partió hacia allí, encontrándola entre los arbustos. Su cuerpo ardía y temblaba como una hoja puesta al viento. Los labios resecos pronunciaban frases incoherentes. La cargó, depositándola luego en su hamaca al llegar a la casa. Dejándola con las hermanas, fue a ver a su padre el behíque, encontrándose una sorpresa.

El behíque también estaba enfermo. En un rincón su esposa preparaba algún jarabe o cocimiento. Otros indígenas llegaban buscando al sacerdote y médico. Muchos en la aldea estaban en malas condiciones e incluso ya habían muerto algunos. Grandes llantos brotaban de caneyes y bohíos rondando la tristeza por el lugar. El anciano desde su hamaca llamó a su hijo a su lado.

  • Canimao.

  • Diga padre.

  • Yo, no sé la cura de esta enfermedad. Muchos morirán y entre ellos yo.

  • ¿Cómo podemos evitarlo padre?

  • En lo más profundo de la selva, junto a la sagrada Ceiba vive mi hermano Macaorí. El también es behíque y es muy poderoso. Parte ahora y encuéntralo.

  • Yo regresaré a tiempo y …

  • No hijo, para mí ya es tarde. Salva a tu esposa y tu pueblo.

El nitaíno regreso a su bohío llevándole a su esposa un poco del cocimiento para que le bajara la fiebre. Dejó a Cibayara al cuidado de sus cuñadas, partiendo hacia el espeso bosque a buscar la salvación de todos los habitantes. Parecía frenético, sin hacerle caso al peligroso guao ni las filosas espinas de la yana. No había espesura que lo detuviera ni lo desviara.

  • Esta como loco – dijo Yunier.

  • Cualquiera lo estaría – afirmó Elizabeth – con su padre y esposa al borde de la muerte.

  • ¿Se salvarán Yahima? – preguntó Robertico.

  • Vamos a seguir para que vean.

Canimao llego hasta el claro donde había una gran ceiba y junto a esta un caney. De este salio un hombre de edad mediana. En lo alto de la nuca tenía un penacho de plumas de variados colores, las ajorcas eran de cuentas de piedras, collares de huesos con ídolos del mismo material. Su lambé era de juncos. El cuerpo estaba pintado de círculos rojos y negros. Hizo pasar al taíno dentro de la habitación.

  • ¿No podemos acercarnos? – preguntó Beatriz.

  • No, Macaorí es un behíque muy poderoso.

  • Nos quedaremos sin saber la enfermedad.

  • No, yo se las diré. Es la fiebre del pantano o el manglar.

  • ¿Cómo se conocerá en el futuro?

  • La fiebre amarilla, miren, ahí salen.

El nitaíno partió de regreso hacia su aldea. En sus manos llevaba una vasija de barro con un polvo que cuidaba mucho no derramar. Así llego a Yuhayo enterándose de la muerte de su padre. Pronto le dio la medicina a su esposa y al resto de los enfermos. Poco tiempo después, todos habían sanado regresando la alegría. El cacique ordenó preparar un areíto para celebrar la victoria sobre la muerte.

  • ¿Por qué nos atacó la fiebre de la ciénaga? – preguntó el cacique a Canimao.

  • Mabuya envió a los mosquitos a que nos atacaran – contestó.

  • ¿Cómo podemos evitarlo?

  • En el solsticio de invierno el behíque Macaorí realizará una ceremonia para aplacar a este dios y vendrá a vivir en la aldea.

  • Muy bien, una aldea sin behíque está a merced de los espíritus del mal.

La vida volvió a transcurrir tranquila y alegre. Canimao y Cibayara eran felices entregando y dándose mutuo amor. Se querían con devoción demostrándolo en las miradas y gestos. Hasta los muchachos y Yahima se daban cuenta, extrañándose estos al verlo salir casi de madrugada y solo de su bohío, adentrándose en el bosque con sigilo.

  • ¿A dónde irá? – pregunto Yunier.

  • Recuerda que hoy comienza el solsticio de invierno, llegan los días fríos además que la puerta al Coaibay está abierta. – explico Yahima.

  • ¡La ceremonia para aplacar a Mabuya! – exclamo Elizabeth.

Cibayara ya se había despertado y al verse sola recordó la ceremonia que se debía realizar. Con desesperación busco por toda la aldea, y luego junto a todos sus habitantes, siguieron las huellas del nitaíno hasta la orilla de la poza más tenebrosa y oscura del río. Canimao se había sacrificado a Mabuya para que su esposa y el resto de la aldea vivieran en paz. Desde ese día el río llevo su nombre.

Regresaron pensativos a la casa del tío Pedro. La aborigen volvió a ser una estatua de la que se despidieron casi corriendo. A Elizabeth Y Robertico les preocupaba como seguía su madre, pero se sorprendieron al verla levantada y con buen semblante. El padre se había ocupado de todo en la casa teniéndola limpia y la comida ya hecha. Ya más tranquilos, se despidieron de Yunier y Beatriz que los habían acompañado.

Guacumao y Aibamaya

Todos llegaron temprano para la nueva aventura. El tío Pedro ya estaba esperándolos, por lo que los hizo pasar la biblioteca no sin antes averiguar por la salud de la sobrina, a lo que Elizabeth le respondió que estaba bastante mejor. Ya en el local, pregunto por Yahima. Él, cuando era niño, había paseado con ella por las leyendas y la recordaba con mucho cariño. Luego de marcharse el anciano, los muchachos despertaron a la aborigen contándoselo.

  • Yo también le cogí cariño, pero debido al hechizo, no debo encariñarme mucho con las personas, pues cuando se acaban las historias no las veo más.

  • ¿Eso no acaba nunca?

  • Sí, cuando todos los cubanos sean iguales sin importar el color de la piel.

  • Después de la Revolución Cubana cesó la discriminación racial.

  • Es cierto, pero también necesito que un hombre blanco me adopte con cariño.

  • Si hablamos con…

  • No, gracias pero tiene que nacer de él. ¿Bueno, nos vamos?

  • Claro.

Llegaron a la cueva mágica. La madre de agua convertida en una indígena no se oculto. Solo les hizo una señal de silencio llevándose el dedo índice a los labios. Así lo hicieron mientras Yahima tocaba la laguna sagrada y esta se iluminaba. Pronto vieron en ella a la aldea Yuhayo. La aborigen empezó a narrar.

  • "La nitaína Cibayara, hermana del cacique, estaba embarazada. Su esposo había muerto por salvar la aldea y su hijo seria el heredero del mando del cacicazgo. Con esos pensamientos se dirigió a ver al behíque Macaorí para que le pronosticara el futuro. El sacerdote empezó a realizar el culto de la cohoba. Con una espátula de costilla de manatí se provoco el vomito ritual. En una bandeja ardían diferentes polvos, aspirando su humo a través de un tubo en forma de Y que se introducía en la nariz. Ya drogado, pudo comunicarse con los cemíes."

  • "Tu hijo será un gran jefe. Fuerte guerrero y juez imparcial de la justicia, pero pasara un difícil prueba. Conocerá a una mujer que será su primer amor, siendo ella una asesina. Sus manos llegarán manchadas de sangre de muchos hombres. Guacumao, ese niño que traes en tu vientre, recibirá poder para convertirla en piedra. Si no lo hace también se convertirá en roca."

  • "Gran cemí. ¿Cómo conoceremos a esa mujer? – gritó Cibayara."

  • "Su nombre será Aibamaya"

"El behíque regreso de su mágico viaje regalándole un talismán con la figura del dios murciélago, gran mensajero de los dioses. La mujer salió con un gran peso en el corazón. El niño nació, llamándose Guacumao por orden de los cemíes. Creció fuerte e inteligente llegando a la adultez."

Yahima terminó de narrar, viajando hacia la aldea taína. Allí el joven cacique, sentado en un hermoso dujo, observaba un juego de batos bastante reñido. Una bella mujer pasó por un extremo del batey en compañía de una anciana que había perdido toda su familia en el mar durante un huracán. Aquella mujer vino de otra aldea y se fue a vivir junto a la solitaria viuda. Cada vez que veía a Guacumao le sonreía y se adornaba con lindas flores.

  • Ese huevo quiere sal – dijo Elizabeth.

  • Así es.

  • ¿Oye, quién era la muchacha de la cueva?

  • Era Arija, la madre de agua, guardiana de la caverna.

  • ¿Pero la madre de agua no es un maja gigante, con tarros y barba? – preguntó Yunier.

  • En ocasiones, cuando no hay peligro es una mujer.

  • ¿Qué cuida ella allí? – interrogó Robertico.

  • El descanso eterno de los cemíes. Esa caverna jamás nadie la encontrará.

La extrajera logro que por fin el cacique Guacumao se fijara en ella. Poco después iniciaron una ardiente relación que llevo al corazón del joven el amor. Su madre lo supo y se alegro, pues prácticamente había olvidado la profecía. Solo la recordó cuando se enteró del nombre de la mujer. Se llamaba Aibamaya, nombre maldito. Poco tiempo después murió la bondadosa anciana.

  • Hijo, necesito hablar contigo.

  • Dime madre.

Cibayara le contó al cacique la profecía del behíque Macaorí antes de que él naciera. Pero era demasiado el amor que sentía hacia aquella mujer cegándole la inteligencia. Achacó la preocupación materna a celos injustificados. De nada Silvio que la madre le hablara de la extraña muerte de la viuda, que aunque era anciana se veía bien de salud. Ni tampoco que mensajeros de otras aldeas llegaran contando los crímenes de Aibamaya.

El cacique se alejo de su madre y pueblo por amar una avariciosa mujer que había asesinado por sed de poder. Ahora era la mujer de un jefe y cuando tuviera un hijo de este, heredaría el mando al no tener el cacique hermanos ni hermanas. La muerte de sus anteriores esposos y de las personas que se habían interpuesto en su camino no le importaba nada. Es más, maquinaba en secreto como quitar del medio a Cibayara.

Aibamaya envió regalos a quien sabía su enemiga, pero no fueron aceptados. Esto la ponía de mal humor, por lo que aceptó enseguida la invitación de Guacumao de ir a la bahía en la canoa. Los hermosos paisajes la distraerían calmándose para luego pensar como acabar, sin que nadie sospechara, con la madre de su nuevo esposo.

Así navegando llegaron hasta la punta de tierra en que terminaba la bahía. De pronto una oscura y extraña nube cubrió a Heión Hiauna, el dios del sol. Baraguabael aquietó las aguas dándole un color plomizo. En el centro de aquella negra masa se abrió una grieta surgiendo de ella un enorme murciélago de ojos rojos e incandescentes. De sus fauces abiertas brotaron estas palabras.

  • ¡Guacumao, el destino te puso una prueba y no fuiste capaz de cumplirla! ¡Tú tenias el poder necesario para convertir a esa asesina en roca!

  • ¡Yo la amo!

  • ¡La amarás para siempre, por toda la eternidad!

Dos rayos brotaron de los llameantes ojos dando en los pechos de Guacumao y Aibamaya. Las gigantescas y membranosas alas levantaron una gran ola que viró la canoa, por lo que dos grandes y pesadas piedras cayeron al mar. Luego de castigados el dios Murciélago regresó a su cueva, el sol volvió a brillar y la bahía recobró su anterior color.

– ¡Tremendo castigo!

Los muchachos habían seguido al cacique cuando iban en la canoa. Vieron todo desde la cercana costa y quedaron impresionados. Las dos grandes piedras eran visibles cuando había marea baja. Era el castigo merecido a quien recibiendo el poder para impartir justicia, protegía a una persona cuyas manos chorreaban sangre de sus victimas.

  • ¿Esta es la Bahía de Matanzas?

  • Sí. Bueno, vámonos.

Regresaron a la biblioteca. Ese día habían visto las consecuencias de no hacerles caso a los padres. Es cierto que hay padres que tanto quieren a los hijos llegando a celarlos, pero siempre se deben escuchar. Así después de analizar lo que nos dicen, vemos si tienen razón o no. Pero quién se ciega la vida le abre los ojos.

El Abra del Babonao

En la casa de Elizabeth y Robertico estaba de visita una pariente de la madre. Mujer de costumbres anticuadas veía con malos ojos que la adolescente saliera con el novio y el hermano. Ella tenía dos hijos, un varón de 18 años que se pasaba la vida en campismos y discotecas y una hembra de 20 que tenía prohibido hasta asomarse a la puerta.

  • Tú haces mal al darle tanta libertad a Elizabeth- decía.

  • Yo confío en mi hija. Ella habla conmigo.

  • ¿Confiar? ¿Tú no sabes que el hombre y la mujer no pueden estar cerca, que son iguales que la gasolina y la candela? Allá tú si la niña te sale con algún susto.

  • Espero que no.

  • ¿Esperas? Yo si tengo a la mía controladita en casa. El hombre que quiera algo con ella, tiene que acercarse a la casa. De allí saldrá bien casada.

  • ¿No tiene novio Rosita entonces?

  • No, ni falta que le hace.

Mientras, los jóvenes ya despertaban a la taína. Esta los llevó de nuevo al cacicazgo de Habana pero esta vez a la aldea de Guananay. Se encontraba en un bello valle circundado por altas montañas. El joven cacique celebraba el nacimiento de su hija Coalina con un hermoso areíto. Tanto él como su esposa estaban muy felices, cuando de pronto apareció entre los humos de los tabacos un extraño behíque. Su edad no se podía determinar, pues a pesar de sus cabellos ya blancos y ojos nublados, su cuerpo era vigoroso. Su penacho era de plumas negras de aura, las ajorcas y collares de huesos y la maraca que hacía sonar estaba hecha de un cráneo humano. Dirigiéndose al cacique dijo:

  • Grandes fiestas haces a tu hija y no le rindes culto a los cemíes. El día que la nitaína Coalina se enamore, una gran desgracia le ocurrirá.

  • ¡No! – gritaron el padre y la madre pero ya el raro personaje había desaparecido.

La niña fue creciendo, aumentando por día su gracia y hermosura. Junto a otras jugaba o ayudaba a sus padres en la dura lucha por la sobrevivencia. Recogía frutas en la selva, aprendía a trabajar el barro y hacer el nutritivo casabe. La madre preocupada miraba como cada día crecía acercándose la hora fatal. Así se lo hizo saber al esposo, que luego de pensarlo mucho tomo una decisión.

En la montaña más alta de la cercanía ordenó construir un bello y espacioso caney. Allí fue a vivir la niña custodiada por mujeres ya ancianas armadas de duras macanas y puntiagudas azagayas. Bajo pena de muerte ningún hombre se podía acercar al lugar. Pasó el tiempo y la tierna niña llego a la adolescencia. Su madre, quien la visitaba a diario, le empezó a llevar bellas pampayinas de plumas de guacamayos y tocororos. Se adornaba con las más hermosas flores del monte siendo mimada y complacida por sus guardianas.

  • Es muy bonita. ¿No es verdad cuñado? – dijo Robertico.

  • Sí, pero no más que Elizabeth – contesto este.

  • Buena manera de quedar bien zorro – respondió la muchachita.

  • ¿Qué sucederá ahora?

  • Vamos.

Aparecieron en el cacicazgo de Camagüey. El nitaíno Nerey, heredero del mando de este, explicaba a los responsables de la aldea el sueño que había tenido. Un extraño behíque le señalaba una joven de belleza sin par, de la que se enamoró al instante. Por eso iba a partir solo, sin más compañía que su corazón y que en caso que le sucediera algo, que su hermano fuera el cacique de Camagüey.

Al día siguiente el matunherí Nerey partió llevando solo una jaba con cuentas de cuarcita, su dura macana y el hacha de mando. Cruzó selvas, ríos y montañas. Recibió ayuda en las aldeas de Camagüey y Sabaneque hasta llegar al cacicazgo de Habana días después. Se acercaban las noches de luna llena, por lo que se apresuro en llegar a la montaña prohibida.

Llego por fin a esta, coincidiendo con la primera noche de luna. Escondido en unos arbustos observaba a la hermosa doncella que se acercaba. El negro y lacio pelo estaba adornado de blancos alelíes, ajorcas de verdes cocuyos iluminaban su cuerpo trigueño que hacía suspirar hasta los árboles. No tenía más vestimenta que una corta pampayinas de plumas de guacamayos. Sus oscuros ojos parecían dos bellas estrellas. No pudiendo resistir más, Nerey salió entre los arbustos exclamando la tierna Coalina.

  • ¿Quién eres? Yo te he visto en sueños.

  • Soy Nerey, heredero del gran cacicazgo de Camagüey. También te he visto en sueños, hermosa flor y vengo a buscarte.

  • ¿A buscarme?

  • Sí paloma mía, te amo desde hace tiempo. Desde que te vi por primera vez en mis sueños. Sé mi esposa.

  • Yo …

  • Tortola mía, estrella de mi cielo no me rechaces, que me muero de amor por ti. Dime donde encontrar a tus padres para pedirte en matrimonio.

  • ¿Qué es esto Nerey que siento en mi corazón?

  • Debe ser amor.

Una guardiana que llegó en ese momento escucho espantada, por lo que huyó hacia el caney. Todas abandonaron las duras macanas y afiladas azagayas mientras la tierra temblaba. La muchacha, asustada, se hecho en brazos del fuerte guerrero. En ese instante apareció el extraño behíque, quien sonriendo golpeó con su macabra maraca la montaña, partiéndola en dos. Un rápido río brotó arrastrando a ambos enamorados entre sus ondas. Desde entonces, cada vez que el viento pasa por el abra en la luna llena, se escucha como eco los nombres de Caolina y Nerey.

  • ¡Es el Abra del Yumurí! – exclamó Yunier.

  • En un futuro, ahora es el Abra del Babonao – rectificó Yahima – En otra leyenda es que cambiará de nombre.

  • ¿Nos vamos?

  • Sí.

Regresaron a la biblioteca convirtiéndose de nuevo la aborigen en una linda estatua. Volvieron a sus casas teniendo Elizabeth y Robertico una sorpresa al llegar. Rosita, la hija de la parienta tan estricta tenía ya tres meses de embarazo no queriéndose hacerse el padre de la criatura responsable de lo que había sucedido. A la madre poco le faltó para que le diera un infarto subiéndole la presión. Es mejor abrirles los ojos a los hijos ante la vida que cerrarlos a cal y canto, pues pronto la corriente de las pasiones los arrastrará sin remedio ni protección.

Yumurí

La parejita de tórtolos siempre estaba conversando. Hablaban de todo e intercambiaban opiniones. Robertico se burlaba de ellos diciéndoles que eran unos bobos. Yunier y Elizabeth no le hacían caso, pues aún era un niño no conociendo el amor. Ellos eran felices siendo esto lo importante.

  • ¿Por qué llegaron tarde? – pregunto Beatriz.

  • Estos con sus boberías caminan mas despacio que una babosa.

  • Cuando seas grande y te enamores, serás igual – dijo el tío Pedro.

  • ¿Tú también, tío, te ponías por las nubes? – pregunto el niño.

  • Claro, así es el amor. Pero arriba, que se les pasa el tiempo.

Despertaron nuevamente a la indita. Yahima movió sus manos viajando en el tiempo. Pronto se encontraron frente a un bello valle cruzado por un limpio río. Cerca estaba la aldea taína de Guananay, en el cacicazgo de Habana. Yunier reconoció inmediatamente el lugar.

Escuchando las conversaciones entre los pobladores se enteraron de muchas cosas. Albahoa, la hija del cacique Guananey, estaba prometida al cacique Canasí, señor de la aldea Yuhayo. Pero la muchacha amaba al nitaíno Yumurí y este la quería con adoración. El padre, al enterarse, rechazó las cuentas de cuarcita que le ofrecía el guerrero desterrándolo y encerró a la hija en su bohío hasta la fecha de la boda.

Estas ya habían llegado. Esa noche Maroya Guacatti Guacatti, la diosa del amor, brillaría con todo su esplendor. La aldea era adornada con flores de yaba, ayua, ovas, jacintas y otras. En los burenes se cocinaban sabrosas tortas de casabe regadas de aceite de maní. En vasijas de barro, adornadas de figurillas, se cocinaba el ajiaco. En asadores las jutías, almiquíes y lonjas de manatíes se doraban despidiendo un rico olor. Entre todo aquello caminaba de prisa el naboría Nagua hacia el bohío donde estaba la llorosa joven.

Llegó la esperada noche. Desde bien temprano los baquias de los caciques bebían la chicha en grandes cantidades. La novia salió a la luz de la luna. Traía sobre los negros cabellos una corona de blancas flores al igual que las ajorcas y pulseras. Era hermosa pareciendo la representación de Maroya Guacatti en la tierra.

  • Ven hija, siéntate.

Albahoa se sentó en un dujo al lado de su padre y prometido. Estos habían tomado ya bastante estando borrachos. Todos se divertían en la fiesta menos ella. Mientras a lo lejos una canoa navegaba por el río Babonao. Cerca de una isla recalo bajándose un fuerte guerrero que se adentró en la selva siguiendo a un guía que lo esperaba.

La muchacha estaba inquieta, se acercaba la hora de la ceremonia del Manicato. A esa hora tendría que entrar al caney destinado con el cacique Canasí y los familiares de este, algunos de los cuales la miraba con lujuria. De pronto escuchó el graznido de una lechuza repetido tres veces. Sutilmente se incorporó dirigiéndose hacia el monte. Allí la esperaba el bravo Yumurí huyendo ambos.

  • ¡Qué lindo! Ojala logren escapar – dijo Elizabeth.

  • No lo creo. ¡Mira! – respondió Yunier.

Uno de los guerreros de la aldea de Yuhayó vio a los jóvenes escapar dando la voz de alarma. Pronto todos, armados de macanas y azagayas, los perseguían por entre la floresta. Los enamorados corrían a todo lo que les daba sus ágiles piernas pero la luz de la luna no era suficiente. Albahoa tropezó con una piedra lastimándose la pierna. El golpe fue tan fuerte que no se podía incorporar.

  • Déjame, escapa tú.

  • No, prefiero morir a tu lado amor mío.

Los fuertes brazos de Yumurí tomaron a la doncella cargándola. Así continuó la huida, pero los perseguidores se acercaban cada vez más. Ya él sabía que por el camino no llegarían a la canoa sin ser atrapados. Por eso intentó una salida desesperada y peligrosa. Esa parte del río estaba cubierta de espesos manglares que hundían sus afiladas raíces en el viscoso fango.

  • ¿Qué va a hacer? – preguntó Robertico.

El bravo baquia se adentró en los manglares. Sus raíces resistieron el peso de ambos cuerpos que llegaron a la mitad del río, mientras sus perseguidores quedaban en la orilla vociferando y amenazando. De pronto las raíces desaparecieron, adentrándose los amantes en la corriente. No había adelantado mucho cuando Yumurí sintió que el fondo le aprisionaba los pies, empezándose a hundir. Albahoa, que estaba en sus brazos no quiso escapar abrazándose fuertemente a él. Prefiriendo así, ambos, morir a renunciar al amor.

  • ¡Arenas movedizas! – exclamó Elizabeth.

  • Tembladeras ¿No podemos ayudarlos Yahima?

  • No, no se puede intervenir en las historias.

El traicionero fango se tragó a los dos amantes. Entre los taínos de la orilla surgió un grito de horror. El cacique Guananey lamentó su ambición pues puso por delante el interés, que los verdaderos sentimientos de su adorada hija. Por eso en honor a ellos, el río Babonao desde ese día se llama Yumurí. Vista la historia, los muchachos regresaron a su época.

Ananqué

Yunier alcanzo a Elizabeth y a Robertico antes de llegar a la puerta del tío Pedro. En sus manos traía un girasol que regalo a la adolescente explicándole que este significaba adoración. La muchacha lo recibió con una gran sonrisa en los labios besándolo inmediatamente. El joven le respondió este mientras el niño sonreía con picardía.

  • Oye, vamos a llegar tarde – interrumpió al fin.

  • Vamos, es cierto – respondió Yunier – Hoy vienes más bonita que nunca.

  • Gracias.

En efecto, la muchachita traía un pitusa entallado con adornos tejidos con formas de rosas, un pulóver con dibujos dorados y unas zapatillas. El pelo lo traía recogido en una gran trenza que caía a sus espaldas. Dos hebillas, en forma de rosas, adornaban su cabello. Ella se había adornado para él y él lo había notado.

Muy al contrario de su cuñado Robertico que no reparo en que Beatriz también se había puesto bonita con un short y una blusa de mezclilla con adornos. El niño apenas la saludo penetrando rápidamente en la biblioteca. La niña, triste, lo siguió junto a la parejita de enamorados.

Al ser despertada Yahima miro a los dos niños sonriendo. Al ver la flor que sostenía la jovencita dijo:

  • ¿Quieren conocer una historia donde esta esa flor?

  • ¿El girasol? Si

  • Vamos, pero nosotros la conocimos como la flor de Heión Hiauna.

De nuevo viajaron en el tiempo pero ahora hacia el cacicazgo de Cueiba, a la aldea taína de Cauto. Llegaron en medio de un areíto donde se bailaba y bebía por los habitantes de este menos un joven baquía que no dejaba de observar hacia el sol que estaba a punto de ponerse. Pronto la oscuridad empezó a invadir el lugar encendiéndose grandes fogatas y colocando en los umbrales de los bohíos y caneyes las cocuyeras que iluminaron la ceremonia.

Con las tinieblas llego una joven de extraordinaria belleza. Tenía el pelo negro como las alas de un totí llegándole más allá de la cintura, sus ojos achinados parecían estrellas y sus voluminosos labios sonrieron al ver al guerrero. Sus ajorcas en brazos y piernas eran de tela de algodón mientras que su pampayina estaba elaborada con cuentas de cuarcita y alegres plumas de guacamayos. Con alegría le tendió sus manos al baquia uniéndose ambos a las filas de danzantes.

  • ¿Quién es ella? – pregunto Elizabeth extrañada.

  • Se llama Ananqué, llega todos los días al anochecer y se marcha antes del amanecer del nuevo día – explico Yahima.

  • ¿Será una vampiro? – interrogo asustado Robertico.

  • En mi cultura no existieron esos seres oscuros.

  • ¿Entonces?

  • Ya lo sabrán.

  • ¿Y el guerrero? – pregunto Yunier.

  • Se llama Guabay y es uno de los baquías más valientes de la aldea – respondió la aborigen – Esta enamorado de Ananqué y es correspondido por esta.

  • ¿Entonces?

  • Acerquémonos que ya llega el amanecer.

En efecto, las nubes del horizonte empezaron a mostrar los colores de la pronta salida del sol. Al darse cuenta de esto Ananqué intento marcharse pero Guabay la detuvo mientras decía a la aterrorizada muchacha.

  • ¿Por qué te vas? Quiero que seas mi esposa.

  • No puede ser. Si no regreso no me veras nunca más.

  • ¿Por qué?

  • Sígueme y te lo diré.

La joven salio corriendo, seguida por el baquía y Yahima con los muchachos. Pronto llegaron a un campo cubierto de flores amarillas que Elizabeth creyó reconocer pero solo fijándose bien vio que eran girasoles. De menor tamaño que los que conocía, tenían además menos semillas pero sus pétalos eran mayores. Entre esas flores se encontraban Ananqué y Guabay.

  • Cuando era niña mi padre le negó a la hija del behíque un collar de cuarcita que era para mi madre – explica la muchacha – Enojada esta logro que su padre convocara a los cemíes cayendo sobre mi el castigo. Este consiste en que todos los días cuando Heión Hiauna sale me convierto en una de sus flores hasta que se pone y vuelvo a ser humana.

  • ¿Cómo se puede romper la maldición? – pregunto Guabay.

  • Quien me ame debe tocar mis pétalos con la punta de sus dedos – dijo ella pero aclarando rápidamente asustada – Pero si se equivoca seré una flor de Heión Hiauna para siempre. ¡No lo hagas Guabay que no nos veremos más!

Terminada esta frase la luz del sol los encandilo a todos momentáneamente pero pronto volvieron a ver. La hermosa Ananqué era de nuevo un girasol oculto entre miles de girasoles iguales que ella. Yunier, su novia, cuñado y Beatriz eran incapaces de reconocerla por lo que miraban preocupados a Guabay que revisaba uno a uno detenidamente. De pronto el baquía se detuvo mirando una flor atentamente y le acaricio sus pétalos apareciendo de nuevo la muchacha. Ambos se abrazaron llenos de alegría emprendiendo el regreso a la aldea.

  • ¿Cómo me descubriste? – preguntó Ananqué.

  • Como los dos estuvimos bailando toda la noche tú eras la única flor que no tenías gotas de rocío en tus pétalos.

Conocida la respuesta los viajeros regresaron a la biblioteca del tío Pedro. De nuevo Yahima era una estatua y todos habían aprendido la importancia de tener en cuenta los detalles. Robertico por fin se fijo en lo bonita que se había vestido Beatriz elogiándola lo que lleno de alegría a esta. Aunque la pareja de adolescente si los tenían en cuenta la leyenda los reafirmo.

Mabuya y la sabia jicotea

Elizabeth se había pasado la noche en pesadillas. Había ido con Yunier a una sala de video a ver una película. Esta era para mayores de 16 años, pero el portero dejó pasar a la muchachita creyéndole más edad de la que tenía en realidad. Era un film norteamericano de terror con buena carga de sangre y morbo.

Así, aun impresionada, despertaron a Yahima. La aborigen miró preocupada a la adolescente, sentándose en uno de los butacones. Todos lo hicieron, sintiéndose entonces la rubia jovencita objeto de mucha atención. Cómo no sabía la causa, le preguntó a la taína.

-¿Qué pasa?

– Es que te veo perturbada. ¿Podrás viajar hoy?

– Creo que sí. ¿Por qué me preguntas?

– Hoy conocerás una historia de Mabuya en la cueva. ¿Podrás ir?

– Sí, aunque. ¿Sabes Yunier? Con todo lo feo que es el dios del mal taíno, no es como los de la película.

– Claro, los yanquis los hacen así para asustar a los que les gustan las emociones fuertes.

– Yahima. ¿Por qué cada vez que vamos a ver a Mabuya vamos a la cueva? – pregunto Robertico.

– Ya saben que los dioses nos pueden ver. Los otros saben que visitamos sus historias y no se fijan en nosotros, pero el malvado dios no soporta que lo observen, además que pudiera intentar hacernos algún daño.

– ¿Y en la cueva no?

– No, primeramente él no sabe que lo están mirando y segundo, esa cueva es un templo con su guardiana. Él no tiene poder allí. ¿Vamos?

– ¡Si!

Casi al instante estaban en el lugar. Al saber Arija, que tenía forma de muchacha, que era una historia sobre Mabuya, se transformó en la gigantesca y terrible sierpe. Sus ojos, cual brasas, miraron al lago que ya se iluminaba por el toque de Yahima. Esta empezó a medida que por el agua pasaban las escenas.

"Aunque el cemí Mabuya le gustaba robarle las cosechas y los alimentos a los hombres, tenía en lo más profundo y oscuro del monte su propio conuco con yucas, maíz, malangas y boniatos. No era amigo del trabajo, pero sabía bien que no era siempre fácil burlar a Attabeira para robarles a sus protegidos. Tenía que sorprender a un cazador solitario en el monte o que los guardianes de los sembrados se entretuvieran. Mientras esto no era posible tomaba su aguda coa y sembraba su alimento."

"Un día que venía a recoger los boniatos se dio cuenta que estaban casi todos comidos. Con frenesí se puso a buscar al intruso, pero sin ningún resultado. Otro día, varias matas de yuca yacían en el suelo y sus cangres desaparecidos. Armó muchas trampas con finas cabuyas de majagua colocando en ellas mazorcas de maíz, la sabrosa guanábana y la hermosa piña. A la mañana siguiente, todas las cuerdas estaban cortadas y las carnadas desaparecidas."

  • "Heión Hiauna. ¿Quién roba mis cosechas? – le pregunto al sol."

  • "No lo sé Mabuya, de día no es."

"El dios del mal esperó la noche para preguntarle a la dulce Maroya Guacatti, pero esta tapaba su luz con su negra y espesa cabellera. Desesperado preparo un casillo y se fue a dormir. Cuando se levanto vio un extraño animal atrapado, que casi había roto la trampa que le aprisionaba. Antes que se le escapara, Mabuya le lanzó una azagaya que rebotó contra el caparazón del ser. Asombrado aún, lo atrapó entre sus garras."

  • "¿Quién eres? – preguntó."

  • "Soy la tonta jicotea."

  • "¿Sabes que vas a morir?"

  • "Si es el destino, adelante. Pero mátame con tu macana o arrójame al fuego pero al agua no."

  • "¿Por qué no al agua?"

  • "Mi señor, este carapacho pesa mucho y me ahogaría enseguida."

"Mabuya observo detenidamente el carapacho. Este parecía lo suficientemente fuerte para aguantar un golpe de la macana o el hacha. El animal escondía la cabeza, patas y cola dentro de él. También resistente al fuego. Sin pensarlo mucho, le amarro una cabuya a una pata y al otro extremo un cangre de yuca. Así fue hacia el cercano riachuelo, lanzando a la jicotea en este. El sabio animalito, alegre por regresar a su medio, asomó su cabeza fuera del agua viendo al cemí hecho una furia."

  • "Gracias por las yucas que le envías a Coastrisquie, diosa de los ríos. Yo, la jicotea soy su naboría y consejera.

Después de visitar la historia, los muchachos regresaron a la biblioteca. Todos se rieron de cómo había sido engañado aquel diablo por el inteligente animalito. Eso demostraba que no importaba la fuerza del oponente sino su inteligencia pues alguien chiquito, si era sabio podía vencerlo. Gran enseñanza para los habitantes de un pequeño país que se enfrenta a la mayor potencia de todos los tiempos.

La casimba de Mabuya

Robertico era algo difícil para el baño. En aquel caluroso verano sus padres y hermana se bañaban al levantarse y luego por la tarde. A él solo lo podían obligar casi de noche y luego de dar muchas vueltas para ver si se olvidaban del dichoso bañito.

Como un botón de rosa recién abierto con fragante aroma, llegó Elizabeth a casa del tío Pedro. Se sentía fresca y limpia acompañada por quien la amaba. Al lado de ellos iba el niño todo sudoroso. Pronto se reunieron con Beatriz que ya los estaba esperando. Rápido se rompió el hechizo, diciendo Yahima entonces.

  • Mi nariz me dice que a alguien no le gusta bañarse.

  • ¡Ño cuñado te descubrieron! – exclamó Yunier.

  • Dejen la gracias ya con eso.

  • Robertico. ¿Quieres que te pase igual que a Mabuya?

  • ¿Qué le pasó?

  • Vamos a verlo.

En la caverna, Arija ya los esperaba. Cómo la historia era sobre el dios del mal, volvió a convertirse en majá. Ya los muchachos no le temían, saludándola con una inclinación de la cabeza. La enorme bestia respondió del mismo modo. Mientras ya la aborigen, luego de tocar el agua con el índice, empezó a narrar.

"Luego del castigo de Yaya, el dios Mabuya se convirtió en un ser horroroso. Su piel se oscureció por la tierra donde se había ocultado durante el diluvio, sus orejas se convirtieron en puntiagudas como el murciélago, sus ojos se transformaron teniéndolos iguales que el majá. Largos colmillos brotaron de su mentirosa boca y sus manos se convirtieron en fuertes garras. Todo su cuerpo se cubrió de negros vellos."

"Este ser no vivía con los demás dioses, pues era temido y repudiado por sus maldades e intrigas. Su hábitat eran las selvas espesas e impenetrables o las cuevas oscuras y tenebrosas. Por eso siempre estaba sucio y maloliente. Infinidad de molestos insectos como piojos, niguas y garrapatas se ocultaban en las capas de tierra que le cubrían el cuerpo alimentándose de su sangre. Mabuya ya no soportaba más, pero no tenia donde bañarse. El dios del mar, Baraguabael estaba enojado con él por enviarle al feo manatí y la diosa de las aguas dulces, Coastrisquie, no le perdonaba haber querido matar a la jicotea."

  • "Diosa, te pido perdón, pero déjame usar tus aguas."

  • "Mabuya, no puedo perdonar a quien a nadie perdona."

  • "Coastrisquie, el agua no es negada a nadie."

  • "Yo no te la niego, tú bebes de ella y riegas tu conuco, pero no la vas a ensuciar."

  • "Diosa, dime de algún lugar en que pueda bañarme sin que nadie sea afectado por esta suciedad."

  • "Bien, en el cacicazgo de Cubanacán, cerca del de Guamuhaya, entre las más altas montañas, corre un arroyo que luego se traga la tierra, cava una casimba y que sea tu baño particular."

  • "Gracias Coastrisquie. ¿El lugar es deshabitado? Sabes que no me gusta que me vean."

  • "No temas, allí nadie va. Es más, le advertiré a los behíques para que nadie se te acerque."

  • "Te lo voy a agradecer mucho."

"Mabuya partió hacia el macizo montañoso. Rápido encontró el lugar, transformándose en un almiquí gigante de fuertes uñas. Empezó a cavar lanzando a gran distancia tierra y piedras. Parecía que un volcán había entrado en erupción. Tiempo después, una gran poza estaba hecha. Mientras se llenaba, el cemí durmió un poco."

"Al despertar, vio que ya estaba hasta los bordes, introduciéndose en ella. Con fuertes fricciones logró liberarse de toda aquella porquería. Los parásitos que lo atormentaban se ahogaron en el líquido elemento. Ya limpio, se acostó a dormir acercándose sigilosamente un behíque que lo había visto. Este venía a tratar de atrapar a Mabuya con un hechizo y hacerlo su naboría. Así seria un hombre muy poderoso."

"Pero desde una ceiba, un aura que había visto todo, emprendió el vuelo. En aquella época su plumaje era carmelita y tenía también en la cabeza. El ave sintió sed, dirigiéndose a la casimba, pero solo de probar la infestada agua, la fiebre le invadió el cuerpo ennegreciendo las plumas. Estas se les cayeron de la cabeza, quedando la piel desnuda y arrugada. Esto la hizo lanzar un fuerte grito, despertando a Mabuya en el momento que el behíque iba a empezar sus cantos. El dios le concedió a la negra ave la facultad de comer carroña sin enfermarse, ya que no podía cazar al quedar casi ciega, pero le hizo perder la facultad del habla. El avaricioso behíque se convirtió en una avecilla llamada guatíbere, que cada vez que ve a la tiñosa la pica por denunciarlo."

Terminada la historia, regresaron a casa. El niño estaba preocupado, por lo que enseguida fue a bañarse. Vieron como fue castigada la acción de los avariciosos y de los que les gusta ver la privacidad ajena. Al igual que Mabuya todos tienen derecho a tener vida privada.

La Laguna de Analay

Yahima, sentada en un butacón, probaba un sabroso helado que había traído Beatriz. Desde su pedestal había visto muchas veces a la gente comerlos, pero para ella era la primera vez. Los muchachos estaban contentos de darle una alegría a su amiga. A la aborigen le gusto mucho.

  • Bueno, gracias. Hoy vamos a visitar dos leyendas en una.

  • ¿Cómo es eso?

  • Ya verán.

El viaje en esta ocasión fue al cacicazgo Bayamo, en la región oriental. Pronto se encontraron en la aldea taína de igual nombre. Allá vivía Analay, hermosa muchachita, adorada por el baquía Yarayó. Todos sabían del gran amor que se tenían ambos jóvenes. Pero una oscura nube los amenazaba. Un fiero caribe la pretendía, aunque solo odio y desprecio era lo que obtenía de ella.

  • Caribe cruel y sanguinario, enemigo de mi raza, busca el amor en otro lado, entre las de tu gente.

  • Nadie es tan hermosa como tú dulce flor, déjame ser la abeja que libe de tu miel.

  • Ya mi flor tiene abeja, tú solo eres el zángano ladrón que quiere robar lo que pertenece a otro.

  • Atiéndeme hermosa Analay, mi pueblo me llama, pero si a mi regreso tu corazón no se ha inclinado ante mí, arrasare tu aldea y tú pueblo será exterminado.

Partió el caribe junto a su tribu en guerra contra los habitantes de las islas Lucayas. La muchacha le contó al cacique las amenazas que le hicieron. Vigías fueron apostados alrededor de Bayazo y cerca del río Cauto. Poco después se celebraron las bodas de Analay y Yarayó. Al ser el padre de este ya anciano y no tener otros familiares varones, no se realizó la ceremonia del Manicato. La fiesta fue muy bonita estando todos muy contentos.

Construyeron un caney al lado del río, un poco alejado de la aldea. Eran felices y toda la dicha parecía rodearles. Así paso el tiempo olvidando la amenaza, además, sabían que aquella tribu de caribes había perdido la guerra contra los lacayos. Pero el cruel caribe no había muerto. Un día desembarco solo y vio a la pareja. El baquía sentado y recostado a una gran ceiba, mientras que la muchacha acostada apoyaba la grácil cabeza en sus muslos. La furia le nublo la razón, por lo que empuyando su arco disparó una aguda saeta que atravesó el pecho del bravo Yarayó. La bella Analay gritó de dolor y el caribe herido por los celos, le envió una flecha que le entró por la sien, cayendo sobre su amado.

Se acercó el criminal a contemplar su obra. Pero no contó con la ira de los dioses. La ígnea azagaya de Guatuaba hirió los árboles de los alrededores impidiendo su huida. Boinayel y Coastrisquie unieron sus aguas que fueron impulsadas por los vientos que envió Guabancex, levantándose enormes olas que ahogaron al intruso. Poco tiempo después todo se calmó y en el lugar que antes estaba el caney, quedó una hermosa laguna poblada de rosados flamencos y multicolores huyuyos. Las flores acuáticas hacían recordar la belleza de la indígena. A esta, en noche de luna, se le ve conversar con otros habitantes del lugar.

  • Ahora vamos más adelante en el tiempo- dijo Yahima.

  • ¿Aquí mismo?

  • Si.

Se vieron de nuevo en el tiempo, pero al llegar a Bayamo se sorprendieron. Ya era la época de la conquista española. Enfrente de la plaza se encontraba la iglesia de madera y guano, cerca el bohío del cabildo y el de los vecinos más pudientes. Ya la misa había cesado, saliendo los feligreses del recinto sagrado. Entre ellos, de la mano de un caballero, venía una bella indígena vestida a la usanza española. Sorprendidos los muchachos vieron que era igualita a Analay.

  • Es una descendiente de ella. Se llama igual, pero traicionó a sus dioses y se convirtió al cristianismo. Ahora se llama Ana Luisa y es la esposa de un encomendero.

  • ¿Cómo es posible que explote a sus hermanos? – preguntó Elizabeth.

  • Entre todas las razas hay traidores.

Fueron ya de noche, a la laguna de Analay, ahora llamada Ana Luisa. Esta quedaba entre las tierras de la aborigen traidora. En el centro del lugar brotó un burbujeo surgiendo de él la figura de la indígena asesinada. Pronto fue rodeada de numerosos jigües. Estos eran unos enanitos de piel oscura y largos cabellos negros, siempre estaban desnudos siendo juguetones y enamorados. Pero en su vista estaba el peligro, pues con su mirada podían matar a una persona.

  • El poder de los cemíes está en peligro entre los abusos contra los taínos y la imposición del dios español. Dios que ama solo el metal amarillo. – dijo Analay.

  • ¿Qué hacemos señora? – preguntó un jigüe.

  • Matar a los traidores y los españoles.

Los jigües partieron hacia los arroyos y ríos donde habitaban. Pronto se vio una gran mortandad entre los indígenas que servían a los españoles contra sus hermanos y entre los mismos ibéricos. Estos no sabían la causa, pero los aborígenes sí lo conocían adorando a escondidas sus antiguos dioses para no ser castigados. La traidora descubrió a uno de sus encomendados ofreciéndole comida a la diosa Attabeira. El cruel castigo no se hizo esperar.

Una noche, mientras su esposo estaba en el cabildo, un taíno le informo que en la laguna se estaba celebrando un culto pagano. Hecha una fiera se dirigió hacia ella, mientras la luna llena iluminaba el camino. Llevaba varios soldados y sirvientes con lámparas. Casi en la orilla, una espesa niebla los rodeó, perdiéndose la señora. Esta, luego de vagar vio de espalda a una indígena entre la neblina. Esta vestía a la usanza antigua, pues solo llevaba la nagua y las ajorcas.

– ¡India estúpida! ¿Qué haces vestida así? ¡Dios mío!

– ¿Sorprendida Ana Luisa?

-¿Quién eres? Eres igualita a mí.

-No Ana Luisa, nos parecemos, pero yo nunca traicioné a mi pueblo.

-¿Cómo te atreves? ¿Quién eres?

-¿Aún no me conoces? Soy Ananay, tu bisabuela asesinada por un enemigo de mi raza porque me negué a traicionar a mi pueblo.

-¡Pero tú estás muerta!

-Sí, por designio de los dioses todas las noches de luna llena abandono el Coaibay y vengo a mi laguna.

-Por designio de diablo, todos tus dioses son demonios.

– Mis dioses siempre fueron los de tu raza. ¿Qué dios es ese que solo quiere el amarillo nucay?

– Con el oro es muy poderoso.

– ¿Y el amor?

– Eso es una estupidez, el amor es una debilidad. Déjame ir.

– ¿Para qué? Sé bien que traerás a uno de esos sacerdotes de negras telas que bendice a los asesinos de taínos y siboneyes.

– ¡Sí! Y te echarán agua bendita para destruirte.

– No solo traicionas a tu raza por el maldito oro, sino también a quien te dio el nombre ¡Jigue!

A la mañana siguiente llegó el encomendero a su casa. Buscó con insistencia por todo el lugar hasta que un soldado lo llevó a la orilla. Allí, acostada al pie de una centenaria Ceiba, se encontraba Ana Luisa. Vestía de blanco con un traje que jamás había visto su esposo. Tenía las manos sobre el pecho y entre ellas un ramo de uvas. El negro pelo estaba suelto y adornado con bellas orquídeas. Los oscuros ojos estaban cerrados para siempre. Pero aún muerta era hermosa.

– ¿Qué le pasó, por dios? ¡Respondedme bellacos!

– Señor- dijo una vieja indígena- Fue el jigue por orden de la señora de la laguna. Ahora las dos están en el Coaibay.

Los muchachos regresaron a su tiempo. Habían aprendido primeramente que nunca se debe confiar en el enemigo, pues este, pérfido y cruel asestará su certero golpe cuando menos se espere. Vieron como en cualquier pueblo había traidores. Una Analay había preferido morir antes de casarse con un caribe, mientras que la otra se casaba por interés con un español, explotando a sus hermanos.

Matanzas

Cuando Elizabeth llegó junto a Robertico a la casa del tío Pedro, ya Yunier y Beatriz se encontraban allí. El muchacho se notaba disgustado conversando seriamente con el anciano. Al verla se dirigió a ella.

– Elizabeth, yo no esperaba eso de ti.

– ¿Qué cosa Yunier?

– Tú sabes bien de qué se trata.

– Te juro que no.

– Te dije Yunier, que antes de acusar debías averiguar- dijo Pedro.

– ¿Averiguar qué? ¿Qué es lo que sucede tío?

– ¿Adónde tú estuviste anoche? – preguntó Yunier.

– ¿Anoche? En mi casa.

– ¿Segura?

– Sí.

-¿No bajaste a nada?

– Sí a las 8:00 vino Dunia y cuando se fue la acompañé hasta la puerta del solar, pero regresé enseguida a la casa. ¿Qué sucede Yunier? ¿Por qué tantas preguntas?

– Hoy cuando venía, una persona me dijo que me estabas traicionando.

-Y tú le creíste, qué poco me conoces.

– Es cierto, aún no nos conocemos bien y quien me lo dijo es un vecino tuyo, que según él te conoce bien.

– A ningún vecino mío yo le he dado confianza para que me conozca tan bien como te dijo. El único novio que he tenido eres tú y al parecer estás buscando un pretexto para terminar conmigo.

– Mira Elizabeth…

– Muchachos, no discutan más. Viajen a la leyenda de hoy y luego conversen.

Pedro después de decir esto, salió de la biblioteca. Elizabeth y Yunier se sentaron separados y enojados. Beatriz no sabía qué hacer mientras que Robertico tocaba el mágico guamo. Yahima al despertar miró a ambos jóvenes, pero no dijo nada. Con un movimiento de las manos los llevó al cacicazgo de Habana a la cima del Pan de Matanzas. Allí, sentándose en las raíces de los árboles, la indígena empezó a narrar.

"Ya los españoles habían conquistado Haití y la llamaban La Española, pero aún Cuba era libre. Una de las grandes canoas que llamaban bergantín fue atrapado por las furias del dios Caorao, señor de las Tempestades y Baraguabael, el del mar. Las fuertes olas lo lanzaron contra las rocas de la costa. Solo se salvaron 7 manos de hombres, dos mujeres y el capitán García Mexía. Los taínos de Yuhayo, mandados por el anciano cacique Guaimacán, los ayudaron dándole albergue y comida."

Yahima los llevó al centro del batey. Allí al parecer se preparaba una gran fiesta. El grupo de los españoles lo miraban todo con aire de superioridad y desprecio. Las dos mujeres, madre e hija, sentían curiosidad por aquella celebración, aunque estaban horrorizadas por la impúdica forma de vestir de las indígenas. La recia moral cristiana las hacía cubrirse, a pesar del tremendo calor con todas las prendas femeninas de la época. Los mismos hombres tenían abrochados sus jubones en ves de quedarse en camisas.

– Se están asando- dijo Robertico.

– Así es.

– ¿Qué se celebra hoy?- preguntó Elizabeth.

– El matrimonio entre la hija del cacique y un nitaíno venido de lejos.

– Espero que sean felices..

Junto a una muchacha de enorme belleza, se encontraba un bravo taíno. Ella llevaba los atributos de un nitaíno con un idolillo yacente sobre la frente. Adornaba su cuello, brazos y pampayina con blancas flores. Era Guarina, la hija del viejo cacique, que ese día celebraba su matrimonio con el nitaíno Ornofay, que desde lejanos cacicazgos había logrado conquistado el amor de dulce doncella.

Con la llegada del cacique, acompañado por el viejo behíque comenzó la ceremonia. Ambos jóvenes se colocaron frente al sacerdote, quien invocó a las cemíes. Luego el guerrero le entregó a su esposa collares hechos de Gauri y guanín que ella se colocó. Como los familiares de Ornofay vivían muy lejos y ninguno estaba presente, no se realizó la ceremonia del Manicato. La joven pareja penetró en el bohío que tenían a su disposición.

La fiesta continuó, dejando los primitivos instrumentos escuchar su música. Tambores mayohuacán, las trompetas de guamo, las flautas de hueso, el bao y las maracas. Los habitantes de la aldea bailaban, comían y bebían mientras los hispanos solo comían con gran recelo. Los muchachos vieron como miraba el behíque con insistencia a la jovencita española, pero esta lo miraba con repugnancia.

– Creo que aquí va a ver bronca- dijo Robertico.

– Sí, la cosa está fea.

Ya de noche siguió la fiesta mientras los recién casados intercambiaban caricias y amor. Los españoles al ver lo tarde que se hacía lo retiraron a su caney. Recibieron casi al amanecer una visita inesperada. El behíque llegó a conversar con el capitán García Mexía. Le dijo que al terminar los días de fiesta, los guerreros taínos los atacarían y los matarían a todos. Pero él les iba a avisar para que no peligraran.

– Ese tipo es un traidor.-dijo Yunier.

– Yo no diría eso, es un intrigante ¿Dime si has escuchado al cacique decir algo del ataque?

– Es verdad que no.

– Eso es un invento de él.

– ¿Por qué?

– Ya verás.

Pasados los días de fiesta, estaban los taínos preparándose para ir de pesca cuando fueron atacados por lo españoles. Las filosas espadas entraron en los pechos desnudos, pero los bravos guerreros no se acobardaron. Mientras el behíque se apoderó de la jovencita y huyó a la selva. Ornofay lo vio, persiguiéndolo hasta que lo alcanzó, matándolo y liberando a la muchacha.

Los españoles continuaron la carnicería. Un oficial español atacó a la nitaína Guarina matándola abrazada a una palma. En ese momento llegó Ornofay con la españolita, y al ver a su amada muerta atacó con fuerza a los hispanos. Estos con armas superiores lo ultimaron, cayendo al lado de quien amaba.

– ¿Qué habéis hecho, por Dios? Ese hombre me salvó del ultraje.

– ¿Qué decís, hija?

– El maldito brujo os mintió, ellos no os iban a ofender.

– Ya es tarde señorita.

En efecto los españoles atacaban y saqueaban los bohíos. El anciano cacique Guayacán murió, sustituyéndolo Yaguacayex. Este reunió un gran número de baquillas contraatacando a la mejor oportunidad. De los 36 españoles solo quedaron las dos mujeres y el capitán García. Estos escaparon en una canoa hacia la lejana aldea siboney de Carahate en el cacicazgo de Sabaneque, siendo bien acogidos por sus habitantes.

– ¿Ves Yunier lo que provoca la intriga?- dijo Yahima.

– Pero…

– La persona que te habló mal de Elizabeth ¿Es amigo tuyo, es de tu confianza?

– No, solo lo conozco de vista.

– Y le creíste, es decir al primero que hable mal de mí tú le crees el cuento.

– Ese es vecino tuyo y me describió con qué ropa estabas.

– ¿Te dijo con quién te era infiel?

– No.

– Imposible que te digan algún, nombre porque yo te soy fiel. Si le vas a hacer caso a chismes aquí terminamos.

– ¿Quién fue el bretero?- preguntó Beatriz.

-Ya yo me lo imagino ¿A que fue Javier?- dijo Robertico.

– Sí ¿Cómo lo sabes?

-Ayer cuando mi hermana bajo con Dunia, yo estaba en el patio del solar. Al Eli regresar sola, enseguida se metió con ella, pero se llevó una buena respuesta, además de amenazarlo contigo cuña.

– Ese siempre ha estado detrás de mí.

– ¿Enamorado?

– No, solo quiere incorporarme a su lista de conquistas, pero a mí ese tipo de personas me cae bastante mal.

– ¿Ves Yunier como por una intriga por poco acabas tu relación?- dijo Yahima.

– Es que…

– Cuando te cuente algo un amigo sincero o un familiar compruébelo, pero si es un desconocido desconfía. Acusaste a Elizabeth sin comprobar nada.

– Es cierto, perdóname Eli.

– No nosotros dos vamos a conversar y Javier me va a decir delante de ti lo que te dijo. Después veremos.

Regresaron a su tiempo volviendo Yahima a ser una estatua. Los jóvenes fueron hacia el solar quedando los niños en el parque. Ya allí Yunier llamó a Javier mientras Elizabeth se ocultaba. Cuando este llegó, volvió a mentir diciendo que ella se había pasado el día con su amante en una vieja casona y que aún estaba allí. La misma adolescente lo desmintió saliendo de su escondite. Su novio golpeó al chismoso obligándolo a confesar que todo era mentira y que lo había inventado todo para que se pelearan.

La pareja fue hacia el parque sentándose en un banco. Discutieron un poco llevando la adolescente la voz cantante. Ella se sentía humillada y ofendida, pero poco a poco las razones de su pareja la fueron calmando. Ambos decidieron confiar más el uno en el otro, además de respetarse mutuamente. Un largo beso que los niños aplaudieron, fue la muestra de la reconciliación. Después de esto regresaron a sus casas.

La Luz de Yara

Sentados en la mesa se encontraban los padres de los muchachos. Desayunaban tranquilamente, pues era un día de descanso. El hombre miró hacia el cuarto de sus hijos y como la puerta estaba abierta, vio las camas ya tendidas.

– ¿Y los niños?

– ¿No adivinas? En la casa del tío Pedro.

– Oye, ya casi no salen de allá.

– No, pero me alegro. Así sé dónde están, y además que han aprendido una gran cantidad de cosas.

– ¿Tú no has ido por allá?

– Sí, el otro día pero estaban en un museo.

– Ahorita se nos hacen arqueólogos.

Mientras, ya los muchachos soplaban el caracol mágico. El amuleto se volvió a iluminar intensamente despertándose la taína. Ella bajó de su pedestal sin su acostumbrada sonrisa. Intrigados se le acercaron, hasta Robertico le preguntó si se sentía bien.

– Sí, me siento bien. Otra es la causa de mi tristeza.

– ¿Cuál?

– Hoy viajaremos a un suceso histórico que le dio vida a una leyenda.

– ¿Es triste?

Marca el inicio del fin de mi pueblo. Vamos.

El viaje en el tiempo fue hacia el cacicazgo de Baracoa a la aldea de igual nombre. Allí vieron a un cacique recién llegado a la antigua Haití, quien contaba los crímenes cometidos por los colonizadores en La Española. Les habló de cómo buscaban a su dios amarillo de cualquier forma, sin importarle la muerte de miles de aborígenes. Los niños reconocieron que era el indómito Hatuey, al este arrojar al río un catauro lleno de pepitas de oro y aconsejar a otros que lo hicieran.

– Comprendo Yahima porque estabas triste, él fue uno de nuestros primeros rebeldes- dijo Elizabeth.

– ¿Quiénes más pelearon, mi hermana?

– Los caciques Yaguacayex, Guamá y muchos otros que la historia no recogió sus nombres. ¿No es cierto Yahima?

– Así es, mi pueblo luchó como buenos guerreros.

Llegaba el año de 1510, por lo que el conquistador y adelantado Don Diego Velázquez había partido desde Salvatierra de la Sabana, en La Española con 4 carabelas y 300 hombres. Poco tiempo después, llegaron a la bahía de Guantánamo a la que llamaron puerto de Palmas. Rápido se adentraron en Cuba dirigiéndose a Baracoa. En el camino fue atacado por Hatuey, quien dirigía a unos 300 taínos. Era el enfrentamiento de la flecha de madera contra el plomo de arcabuz, de la dura macana de palma contra la filosa espada, de azagayas de puntas endurecidas al fuego contra alabardas de acero, del pecho desnudo contra corazas y morriones. Además los invasores traían perros rastreadores y el desconocido caballo. Los indígenas, luego de cruenta lucha fueron dispersados. La superioridad del armamento y conocimientos bélicos eran enormes.

– Si pudiera les diera un AKM- dijo Robertico.

– Pero no es posible, así que estás quieto- lo regañó Elizabeth.

Hatuey conocía bien a sus enemigos, por lo que marchó hacia las montañas de Baracoa, las cuales estaban cubiertas de espesos bosques. Allí usó la táctica del ataque por sorpresa, la huida rápida y las emboscadas en terreno favorable. Así le causó mucho daño a los españoles que solo con el tiempo y debido a su poderío militar lograron atraparlo.

– ¡Pobrecito!- exclamó Beatriz.

Diego Velázquez pensó dar un gran escarmiento a los naturales. Juzgaron al bravo cacique como hereje y rebelde, siendo condenado a la muerte en la hoguera. Fue atado a un poste en Yara y a sus pies se acumularon haces de seca leña. Allí se llevó a los taínos para que vieran el suplicio y no intentaran luchar por su libertad. Antes de encender el fuego se le acercó un sacerdote quien le dijo:

– Hijo ¿Quieres convertirte en cristiano para que vayas al cielo?

– ¿Los españoles van al cielo? Preguntó.

– Sí, ellos son cristianos- respondió el sacerdote.

– Entonces no quiero ir al cielo donde hay hombres tan crueles.

Las llamas pronto envolvieron su cuerpo. El fuego consumió con rapidez todo, quedando allí una gigantesca hoguera. Espantados los indígenas y alegres los españoles, ya se retiraban cuando vieron algo que los asombró e hizo palidecer. Del casi apagado fuego surgió una bola de candela que se lanzó contra los ibéricos. Era el espíritu de Hatuey.

– ¡La luz de Yara!- exclamó Beatriz.

– ¿La conoces?

– Mi abuelo hacía cuentos de ella. Decía que aparecía en Yara en el lugar que habían quemado a Hatuey y se paseaba por los alrededores. Normalmente no le hacía nada a las personas, pero si estas sonaban oro, los perseguía.

– El gran cacique saldrá hasta que llegue la verdadera libertad a Cuba- dijo Yahima.

– Dicen que ya no sale- explicó Beatriz.

– Ya llegó esa libertad. Regresemos a casa de Pedro.

El Abra de Mariana

El nuevo viaje fue a la región montañosa del antiguo cacicazgo Bayataquiri. Ya la conquista española dirigida por el gobernador Don Diego Velázquez avanzaba hacia el occidente. Las Villas de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa y San Salvador de Bayamo ya habían sido fundadas. En las encomiendas los pobres nativos eran explotados cruelmente, no siendo raras las sublevaciones.

– Pobres indios, los van a matar- dijo Robertico.

– Así es, mi hermano.

– Esa es la triste historia, pero vamos- dijo Yahima.

Fueron hacia la sierra. Allí en el pleno macizo montañoso, recibió un colonizador tierras e indígenas para que las trabajaran. También buscaban el oro en los rápidos y fríos arroyos. Este hombre tenía una hermosa hija que se condolía de los sufrimientos de los aborígenes. Estos la querían y admiraban, pues siempre los liberaba de los más crueles castigos, además de defenderlos ante su padre. Gracias a ella se alimentaban un poco mejor que sus hermanos.

Esta españolita llamada Mariana estaba comprometida con otro encomendero. En este, la sed de oro era una verdadera fiebre. Hacía trabajar a los taínos todo el tiempo en la búsqueda del dorado metal. No importaba mujer u hombre, niño o anciano, todos tenían que registrar los ríos hasta el agotamiento, ni sintiendo más el látigo sobre sus espaldas. Entonces la filosa espada terminaba con el sufrimiento.

– Qué diferentes son- dijo Beatriz.

– Sí, es cierto, pero en esa época el amor poco importaba, el interés económico de los padres sí- explicó Yunier.

– Es decir ¿Qué es un matrimonio por interés?- preguntó Elizabeth.

– Sí

Un día paseaba la muchacha por tierras de su futuro y odiado esposo. La acompañaban varias indígenas que eran sus sirvientas. Vestían simple blusones de algodón crudo. Así entraron en un montecito gritando todas de horror. En una guásima estaban 4 taínos ahorcados. Habían preferido terminar con sus vidas de esa forma, ante que seguir siendo esclavos y morir de maltratos.

-¿Por qué esto, dios mío?

– Porque es preferible morir como hombres, que vivir como naborías.

El que había hablado se encontraba frente a ella. Un gran penacho de plumas atado a la frente denunciaba que era un cacique, usaba un cinturón tejido con hermosas piedras y una gran caretona de oro. Las ajorcas y lambe eran de blanco y limpio algodón. Lo acompañaban varios guerreros que a su orden bajaron a los muertos. Taney le dijo entonces a la jovencita.

– Mujer, solo queremos vivir en nuestras tierras. Eso que quieren solo sirve para adornos; los adornos no hacen feliz al hombre, solo la libertad- dijo mientras se quitaba un collar de oro y se lo regalaba a Mariana.

El cacique Taney se marchó con su gente y las antiguas sirvientas que lo siguieron. Luego de un rato, tiempo que le habían pedido para desaparecer, regresó la española a la casa. Su novio y padre enseguida se apoderaron del valioso collar.

-Rediez hija ¿Quién os ha dado esta prenda?

– Decidme Mariana ¿Dónde la habéis obtenido?

– Me la regaló el cacique Taney.

-Dicen que se cabecilla cimarrón tiene fastuosos tesoros.

– Démosle caza.

Pronto los fieros perros de presa ladraron en la serranía. Hombres vestidos con las pesadas corazas y morriones subían lomas bajo el calor de la isla. Armados de alabardas, espadas y arcabuces intentaban darle caza al ágil taíno. Este, que había sido avisado por la españolita, desaparecía en la gigantesca abra que dividía en dos una gran montaña. Este peligroso barranco tenía las laderas cubiertas de espesos bosques que ocultaban innumerables cuevas.

Cansados y maltrechos regresaron sin capturarlo los españoles a sus hogares. Alegre por esto, un día Mariana abrió su ventana encontrándose un ramo de orquídeas de la montaña, panales de dulce miel y una gran pepita de oro. Ante que pudiera ocultarlos, fue descubierta por su padre. Este y el prometido llegaron a la conclusión que Taney se había enamorado de la damita. En efecto, días después volvió a aparecer el mismo regalo.

Comprobando que el cacique taíno amaba a la española le ordenaron que partiera sola hacia la montaña. Detrás, a prudencial distancia, iban los soldados armados. La avaricia hacía que un padre arriesgara la vida de su hija con tal de cazar al propietario de tanto oro. Esto lo sabía Mariana, quien entristecida se vio de pronto ante el gran y profundo precipicio. De unos matorrales salió Taney con varios taínos.

-¡Huye que es una trampa!- gritó Mariana.

Antes que los españoles pudieran llegar, el indígena cargó a la doncella y desapareció en el abra, cuyos caminos conocía bien. El intento de persecución cesó al despeñarse uno de los hispanos debido a su pesada armadura. Nunca más el padre vio a la hija llamándose el lugar desde entonces ¨El Abra de Mariana, allí vivió la mujer que abandonó el mundo de ambiciones por el amor del bravo cacique Taney.

– Dicen que durante mucho tiempo, por las mañanas, siempre caía al abra pepitas de oro.

– ¿Y eso?

– Porque a esa hora Taney le regalaba a su esposa flores, miel y oro. Mariana se quedaba con lo primero, lanzando el oro al vacío.

Regresaron contentos de haber conocido a una española de gran corazón. En realidad no todos los conquistadores eran crueles y desalmados. Los había buenos como el Fray Bartolomé de Las Casas, el Protector de los Indios.

Caucubú

Todos reían con las ocurrencias del travieso e inquieto Robertico. Este les había contado de su indecisión a la hora de comprar unos cucuruchos de maní a un vendedor ambulante. Al fin escogió el paquetito más vació. Así riendo salió Pedro, mientras Beatriz soplaba el divino cobo

– Es malo que seas indeciso.

– ¿Por qué Yahima?

– Por indecisión de un enamorado hoy veremos una historia muy triste. ¿Vamos?

– Sí.

El viaje fue hacia el cacicazgo de Guamuhaya a la aldea de Mancanilla. Allí se celebraba el areíto ante la presencia del cacique Manatiguahuraguena quien estaba sentado en un dujo frente al cansi que le servía de vivienda. El viejo jefe miraba con gran ternura a una hermosa doncella que bailaba como ninguna otra. Era su más adorada hija a quien amaba con locura.

La jovencita se llamaba Caucubú y era celebrada por su belleza. Su negro y copioso pelo se movía al viento, mientras sus ojos brillaban con el fuego. Sus bellos labios dejaban brotar su dulce voz en encantadoras melodías. Su cuerpo ágil y flexible seguía el compás de la música, mientras avariciosos ojos masculinos la devoraban. Las ajorcas y pampayinas eran de hermosas plumas de guacamayos. A pesar de estar la trigueña piel cubierta por los dibujos rojos y negros de la ceremonia, se veía suave y tierna. Parecía que Yaube, la diosa de la belleza, la había moldeado con sus propias manos.

Desde los cacicazgos de Cubanacán, Sabaneque, Ornofay e incluso de lejano Camaguey venían caciques y nitaínos pretendiendo su corazón. Muchacha dulce y tierna, rechazaba a los pretendientes sin ofenderlos y ofreciéndoles presentes para sus familiares. Por eso todos la querían lamentando de que aún no supiera lo que era el amor.

Pero Caucubú si sabía qué era ese bello sentimiento. Su corazón palpitaba en secreto por el valiente pescador Naridó, quien también la amaba con pasión. Cuando salía él a pescar, la angustia la estremecía, pues lo sabía sin miedo, no pocas veces se había enfrentado al terrible tiburón y lo había capturado. En una ocasión un huracán azotó la comarca, desapareciendo el muchacho. Por insistencia de ella el cacique envió a sus baquias hasta encontrarlo herido pero vivo.

También sufría Naridó cada vez que llegaba un nuevo pretendiente. En una ocasión casi murió de dolor, pues su amada fue prometida a un cacique de Ornofay. Pero este pereció en un enfrentamiento con los fieros caribes. No se decidía confesar su amor, pues solo era un pescador y ella era una nitaína matunherí, es decir hija de un poderoso cacique. Temía ser rechazado y expulsado del lado de su amor.

-¿Pero cómo lo va a saber si no se decide?-dijo Yunier.

– Será tímido- le respondió Elizabeth.

– ¿Tímido? Yo lo soy y te enamoré.

– ¿Tímido tú? Con todo lo que me caíste atrás.

– Sí, pero al principio no me atrevía.

– Bueno, seguimos-interrumpió Yahima.

La conquista ya se había iniciado en el oriente, marchando hacia el occidente. En el año de 1513 llegó al poblado de Mancanilla el Gobernador Don Diego Velázquez, siendo recibido en una gran fiesta por el cacique Manatiguahuraguena. Tan grata acogida hizo que el español pasara allí las navidades y se fundara en 1514 la Villa de la Santísima Trinidad, repartiendo tierras en encomiendas y los indígenas para trabajarlas.

La belleza de la hija de cacique impresionó a los españoles. Muchos hidalgos pidieron su mano para que fuera su esposa. Ella como siempre los rechazaba, pero de una manera suave no hiriéndolos. Aún amaba a Naridó, quien languidecía en un lavadero de oro. Su amo era el Fray Bartolomé de las Casas, hombre bueno que se preocupaba por los nativos. El joven no se atrevía a contarle lo que le sucedía y por eso casi moría de amor.

– ¡Pero qué hombre más bobo!- exclamó Robertico

– Y miedoso- afirmó Beatriz.

Bajo una Ceiba estaba sentada Caucubú pensando en su amor. Este no se decidía a hablar con su encomendero ni con el cacique. Verdad que el otrora gran jefe se sentía triste y sufría por el destino de su pueblo. A él ni a su hija nadie los había molestado y eran tratados con respeto por los mismos españoles a pesar que el gobernador se había retirado a la villa de Santiago de Cuba. Pero la desgracia estaba montada a caballo a la entrada del poblado. Era Vasco Porcallo de Figueroa, asesino de taínos y siboneyes.

– ¿Quién es aquella moza que se encuentra bajo el árbol?- preguntó

Partes: 1, 2, 3, 4
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter