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Leyendas Indocubanas (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4

– Es la hija de cacique, señor.

– Decidme ¿Tiene dueño?

– No señor, el gobernador ordenó no molestarla.

– Rediez qué estupidez. Traédmela a mi albergue.

– Pero señor…

– Nada de pero bellaco, cumplid la orden.

Varios de sus soldados intentaron atraparla, pero por suerte había sido avisada. Con agilidad se internó en la floresta flaqueándole el paso y ayudándola buenos españoles y taínos. Pero los perros la seguían internándose entonces en el habitad de los dioses. La cueva de las maravillas le dio protección pero para toda la eternidad

El cruel colonizador, creyendo que el cacique sabía donde estaba su hija lo torturó hasta matarlo. El bravo Naridó, luego de contarle a fray Bartolomé de su amor, se enfrentó a vasco armado de una dura macana, pero la filosa espada de esta terminó con su vida. El buen religioso, luego de enterrar a Manatiguahuraguena y al pescador, renunció a su encomienda partiendo a las cortes para contar los asesinatos y abusos.

Yahima llevó a los muchachos frente a la cueva Maravillosa. Allí sentada a la luz de la luna estaba la indígena recibiendo las frutas y las flores que le traían los taínos. Así por los siglos siempre en luna llena allí se podía ver.

Regresaron impresionados por todo lo visto. Robertico se planteó como mete no ser más indeciso, mientras que Yunier tuvo que dar cuenta de su timidez. La aborigen de nuevo era una estatua, aunque ya sin su antigua sonrisa. Verdad que lo visto no era para estar alegre.

Auraba

Al despertarla, el rostro de Yahima demostraba su tristeza. Los amigos ya pensaban retirarse, pero ella los detuvo. La razón de su tristeza era que verían la leyenda de su hermana, la bella Auraba.

– Bien, vamos.

De nuevo se encontraron en el cacicazgo de Sabaneque. Allí en la aldea de Guanijibe ya habían recibido noticias de los crueles hombres blancos que venían desde el oriente invadiendo sus tierras y esclavizando a sus pobladores. En la aldea siboney de Carahate vivían dos españolas sobrevivientes de un naufragio. Lo sabían gracias a los taínos de sabana que comerciaban con ellos.

Auraba tenía mucha curiosidad por ver los extraños hombres que montaban extraños animales y que tenían perros que sí ladraban. Se decía que sus ropas eran de metal y traían un palo donde eran encerrados el rayo y la muerte. La bella muchacha, quien se casaría en la luna llena con un baquia de su tribu, era una de las hijas de un poderoso behíque. Esta le había ofrecido la protección eterna si llegaban los conquistadores, pero la muchacha amaba mucho a su novio.

En 1513 llegaron por fin los españoles hasta el cacicazgo de Sabaneque. Lo comandaba Pánfilo de Narváez, junto a este venían Juan de Grijalba, Vasco Porcallo de Figueroa, el Padre Bartolomé de las Casas y otros más. Los indígenas de Sabana y Guanijibes se reunieron para verlos. Entre ellos estaban Auraba y su novio. En conversaciones con los taínos que los acompañaban desde el oriente supieron de la matanza cometida en el cacicazgo de Camaguey en la aldea de Caonao.

Pánfilo de Narváez siguió hasta Carahate, donde recogió las dos mujeres prosiguiendo en 50 canoas hasta el puerto de Carenas en el cacicazgo Habana. Allí los esperaba un bergantín con órdenes de Velázquez que exploraran el cacicazgo de Guaniguanico y de allí fueran hacia Jagua donde los esperaría el gobernador.

Mientras, en Guanijibes se celebraba la boda de Auraba. Esta lucía hermosas flores blancas y su sonrisa competía con el brillo de las estrellas. Bailes y juegos celebraron este acontecimiento. Desde el gran poblado taíno de Sabana llegaron regalos y los curiosos españoles que habían quedado allí. La bella muchacha estaba muy feliz sin preocuparse de la lujuria que incitaba a uno de aquellos hombres.

En 1514 se fundaron las villas de La Santísima Trinidad, cerca del puerto de Jagua y un poco más adentro Sancti Spíritus. Vasco Porcallo de Figueroa, hombre ambicioso y de gran poder en el cabildo de esta última villa, se lanzó a la conquista del cacicazgo de Sabaneque. De nuevo las primitivas armas lucharon contra las metálicas hispanas. Guanijibe fue arrasada y a la orilla de la bahía de Texisco se fundó en 1516, el pueblo de Santa Cruz de La Sabana de Vasco Porcallo.

Auraba vio destruida toda su vida. La aldea ya no existía al ser devorada por las llamas. El hombre a quien había entregado su corazón yacía muerto con un disparo en el pecho, y para mayor desgracia era perseguida por lo lujuriosos soldados españoles. Su padre y el resto de la familia se habían ocultado en la montaña sagrada.

Sola, hambrienta y desorientada vagaba por los bosques que rodeaban la Sierra de Bamburanao. De pronto sintió el ladrido de una jauría de perros, empezando a correr. Cerca salieron de la floresta una partida de españoles capitaneados por aquel que la ambicionaba. La indígena agotada y perturbada no podía huir con la agilidad acostumbrada. Tampoco los colonizadores avanzaban mucho. Las corazas, morriones y alabardas les pesaban. No disparaban sus ballestas y arcabuces porque la querían viva.

Yahima lloraba cuando hizo los pases mágicos. Pronto se encontraron en la cueva ceremonial. Hasta Arija, la madre de agua, estaba apesadumbrada. Secándose, la aborigen los ojos con un pañuelo que le prestó Yunier, estuvo ya lista para comenzar la narración. Suspiró mientras tocaba el maravilloso lago.

Auraba ya no podía continuar huyendo. Sus fuerzas se agotaban mientras ascendía la montaña sagrada. Sabía que si llegaba a la cueva ceremonial o la de Attabeira, podía salvarse, pero ya no le alcanzaban las fuerzas. Cuando intentó subir una gran roca resbaló, cayendo frente a la puerta de una tenebrosa gruta. Era el templo de Mabuya. Ella tenía dos caminos: o penetraba en la casa del dios del mal, donde recibiría un castigo o se dejaba capturar por los enemigos de su pueblo.

-¡Ya sois mía, india!- gritó el español.

– ¡Nunca!

Ella penetró en la oscura cueva. Desde lejos veía como la rondaban las opias de las personas malvadas. Con valentía siguió hacia donde se observaba la estatua tallada en una estalagmita. Marchaba en medio de grandes dolores provocados por la terrible caída. El rostro estaba cubierto de sangre al igual que sus piernas. Así llegó hasta el ídolo, cayendo a sus pies.

– Auraba, le has mostrado mi casa a los enemigos de los cemíes. Vas a ser castigada.

– Gran Mabuya, castígame pero dame la oportunidad de vengarme.

– Así sea, serás la cacica de las auras y te alimentarás solamente de los despojos de los españoles.

Auraba fue convertida en una gran aura blanca. Su cabeza no estaba desnuda ni era horrorosa como la de las auras negras. Sus perseguidores fueron muertos por las opias y su carne devorada. Desde entonces el aura blanca, señora de todas, anida en la montaña sagrada, en la caverna de Mabuya. Su nido lo constituyen las osamentas de los españoles. Yahima terminó la historia llorando. Con rapidez regresaron a la biblioteca. Elizabeth y Robertico, que acostumbraban a ir a Zulueta en fin de año para asistir a sus famosas parrandas, no conocían aquella leyenda. Solo habían oído hablar a un viejo campesino sobre un aura blanca que antes vivía en la loma Las Coloradas pero al parecer, se había extinguido.

Santa María del Puerto y del Príncipe

Aún impresionados por la historia de Auraba, los adolescentes acompañados por Robertico se dirigían hacia la casa del tío Pedro. Por el camino vieron algo que los sorprendió. Beatriz discutía fuertemente con otra niña de su edad. Esta era de piel blanca, pelo castaño y ojos pardos. Vestía ropas de fabricación extranjera. Todo parecía que se iban a ir a las manos, cuando de pronto dio media vuelta y salió corriendo.

– ¿Qué pasó Beatriz?- preguntó Robertico

– Esa pesá.

– ¿Qué te hizo?- dijo Elizabeth.

– Traicionó mi confianza y se burló de mí.

– Pero si tú sabes que ella es hipócrita- le dijo Robertico

– Sí, pero confié en ella.

– Vamos que llegamos tarde- afirmó Yunier.

Cuando llegaron a la casona, ya el tío se había ido, por lo que tocaron el mágico guamo. La luz volvió a brillar con gran intensidad iluminándolo todo. Al cesar se encontraron en la costa, viendo a los españoles obligando a los aborígenes edificar una villa. Primero construían la iglesia dejando un espacio llamado plaza frente a ella, luego la casa del cabildo y posteriormente alrededor del espacio vacío, la de los vecinos más importantes.

– ¿Dónde estamos Yahima?- preguntó Yunier

– En el cacicazgo de Camaguey, en punta Guincho, donde los españoles el 2 de febrero de 1514 fundaron la villa de Santa María del Puerto y del Príncipe.

– ¿Qué veremos aquí?- la interrogó Elizabeth

– Como la ingenuidad de un padre y el amor de una doncella condenaron a mis hermanos a la esclavitud.

Terminado de decir esto, desaparecieron del lugar llegando a la orilla del río Caonao. Allí los españoles edificaron otra villa. La iglesia era de adobe al igual que las casas del cabildo y del alcalde, mientras que el resto eran simples bohíos y caneyes. Era el año de 1516 y la comunidad que se creaba era la villa de Santa María del Puerto y del Príncipe la cual había abandonado su primer asentamiento por la mala calidad de las tierras y las oleadas de mosquitos y jejenes.

– Pero, Camaguey no se encuentra en el siglo XXI aquí- dijo Yunier

– Vamos para que comprendan- invitó Yahima

Se dirigieron hacia las encomiendas españolas. Los indígenas trabajaban desde el amanecer hasta la puesta del sol sin alimentos ni descansos. Todo el día se lo pasaban agachados en los ríos y arroyos buscando el dorado metal. Otros laboraban en los huertos y conucos que abastecían de alimentos a la villa y a los colonizadores. Todos bajo la amenaza del cruel látigo y la filosa espada. Como comida al final del día, solo una magra ración de casabe y un poco de agua. Dormían en el suelo de barracones vigilados por soldados armados. Muchos morían por el agotador trabajo o por enfermedades.

La taína hizo un movimiento con sus manos desapareciendo del lugar. Aparecieron cerca de un numeroso grupo de indígenas en la hacienda de Saramaguacán. Era ya de noche, pero podían ver a través de la luz de luna que estaban pintados con los colores de guerra. Estaban armados de macanas de palma, hachas metaloides y afiladas azagayas. Algunos tenían hachas de metal o en las puntas de sus lanzas de esquirlas de acero. Los caciques estaban conversando bajo una Ceiba poniéndose de acuerdo entre ellos.

– ¿Qué pasa Yahima?- preguntó Beatriz

– Estamos en 1527, ya verán ustedes.

Los aborígenes tomaron sus armas y sigilosamente se dirigieron hacia la villa, ocultos por las selvas. Ya allí eliminaron a los vigilantes atacando e incendiando el poblado. Los españoles levantados del lecho y sin sus corazas eran abatidos por las rústicas armas, aunque los arcabuces y ballestas ibéricas también cobraban su cuota de muerte. Mientras, el fuego consumía la iglesia, casas, barracones y almacenes. La superioridad bélica española logró rechazar el ataque a costa de muchas bajas. El sol encontró un panorama desolador. La villa estaba en ruinas, completamente quemada, numerosos cadáveres de indígenas y españoles se encontraban regados en las más diversas posiciones. Los ibéricos sobrevivientes todos sucios, quemados o heridos buscaban entre los escombros lo que quedaba de sus pertenencias. Entre ellos se encontraba un español que se acariciaba la barba con la mano izquierda mientras que en la derecha tenía una espada. Había perdido su casa, pero no estaba desesperado aunque en sus ojos brillaba el odio. Tenía otras casas en las villas de Trinidad y la de Sancti Spíritus además del poblado de Santa Cruz de la Sabana. Era el colonizador Vasco Porcallo de Figueroa.

Los españoles partieron por los montes. Eran pocos para sostenerse en aquellas comarcas de indios rebeldes .muchos partieron en 1519 con Hernán Cortés en la conquista de México, quedando la isla casi despoblada. Esto lo aprovecharon los indígenas escapando de las encomiendas o sublevándose como Guamá en Baracoa. Por eso estos iban con el miedo en el cuerpo.

– Vasco ¿Estamos muy lejos?- le preguntó otro jinete

– No sé ¿Por qué, tenéis miedo?

– No, yo…

– Vos sois un follón.

– Vasco, os reto a duelo.

– No seáis marrano, bien sabéis que vos con la espada no valéis un cornado.

– Pero…

– Callaos.

De la floresta salió un grupo de aborígenes armados de macanas. Estaban vestidos solo con lambe y en brazos y piernas ajorcas de algodón. Tenían en su cuello collares con ídolos de cuarzo y uno de ellos en la frente un ídolo yaciente que demostraba que era un nitaíno. El cuerpo lo tenían pintado de colores rojos y negros. El que habló fue el nitaíno.

– ¿Qué hacen los hombres blancos en las tierras del cacique Camaguebax?

– Vamos a la villa de Sancti Spíritus.

– ¿De dónde vienen?

– De la villa de Santa María del Puerto y del Príncipe.

– Síganme.

Los españoles siguieron al grupo de taínos. Poco después llegaron hasta la aldea. Ya allí los salió a recibir el gran cacique. En su frente tenía un gran penacho de plumas de guacamayos aguantados por una corona de cuentas de guanín. Sus ajorcas eran de blanco algodón igual que el lambe que llegaba hasta rótula y tenía dibujos geométricos en rojo. Su aljófar era tejido con algodón y cuenta de guanín, mientras su acartona era de oro. Todo atraía la ambición de los hispanos, pero Vasco en quien se fijaba era en la figura que se encontraba detrás del augusto señor.

– ¡Qué hermosa, dios!- exclamó

La nitaína Tínima era efectivamente muy hermosa. Sus ojos achinados se fijaron con detenimiento en el español, sus rojos labios le sonrieron mostrando los blancos dientes. Su piel era de color canela clara y su pelo negro como la noche, era adornado con flores silvestres. En su frente tenía un ídolo yaciente de cuarcita sostenido por una diadema de cuentas del mismo material, las ajorcas eran de algodón, mientras que el talismán que colgaba de su cuello era de cuarzo. Cubría su sexo con una pampayina tejida de algodón y cuarcita. Era la hija del cacique.

– ¿Qué hacen los hombres blancos por aquí?

– Venimos de la villa de Santa María del Puerto y del Príncipe y vamos a la de Sancti Spíritus.

– Bien, descansen y mañana partirán.

Los españoles desmontaron de sus caballos y se sentaron alrededor de una hoguera sin abandonar sus armas. Hasta allí los naborías les llevaron de comer y de beber. Mientras Yahima y los muchachos entraban en el cansí del cacique mientras este, sentado en su dujo, conversaba con su hija.

– Ya los hombres crueles han llegado hasta nosotros.

– ¿Yeso es malo padre?

– Sí hija, en otros cacicazgos han hecho a sus habitantes naborías.

– ¿Qué harás?

– No sé, si los ataco vendrán más a vengarse y si los dejo escapar volverán.

– Padre, el jefe parece poderoso. La villa de donde viene fue destruida por los hermanos de Caonao, por lo que les puedes ofrecer tierras aquí.

– ¿Dónde?

– Entre los ríos Tínima y Hatibonico.

– ¿Qué nos asegura que no nos atacarán?

– Yo.

– ¿Cómo?

– Padre, él es soltero y yo también. Permíteme casarme con él.

– ¿Estás segura?

– Sí

– Bien.

Los muchachos vieron al cacique llamar a un naboría y ordenarle a este que buscara al capitán Vasco. Poco después este entró acompañado por un sacerdote católico. Camaguebax los invitó a sentarse en esterillas de juncos mientras él se sentaba en su dujo y su hija permanecía de pie a su espalda. El español estaba receloso, pero al ver a la joven se calmó. El señor de la aldea fue quien comenzó a hablar.

– Tengo entendido que la villa de donde vienen fue quemada.

– Sí, fuimos ofendidos por indios cayo.

– ¿Qué van a hacer?

– Ir hacia Sancti Spíritus.

– ¿Es casado capitán?

– No ¿Por qué me hacéis esa pregunta?

– Le ofrezco a mi hija Tínima y un terreno para que vuelvan a fundar su villa.

– ¿Qué queréis a cambio?

– Que mi pueblo sea respetado y protegido.

– Bien, os lo prometo.

En enero de 1528 se vuelve a fundar la villa de Santa María del Puerto y del Príncipe. En la nueva iglesia se casó Don Vasco Porcallo de Figueroa con la nitaína Tínima ya cristianizada. Durante un tiempo el español respetó el acuerdo, pero al fortalecerse la villa con la llegada de nuevos españoles y él hacerse más rico, comenzó a esclavizar a todos los indios. Solo perdonó a su suegro y la familia de este. El cacique Camaguebax veía con tristeza lo que le pasaba a su gente. Al morir su opia, se dedicó a predicar rebelión en el pueblo camagüeyano.

– Vámonos- dijo Yahima.

Volvieron a la casa del tío Pedro. Allí antes de convertirse de nuevo en estatua conversó con los muchachos. Les contó que Vasco siguió con sus crímenes llegando incluso de ordenar la muerte del alcalde de la villa y desintegrar el cabildo de esta. Fue procesado por la audiencia de Santo Domingo, pero su dinero lo logró absolver. Participó en 1539 la expedición de Hernando de Soto a la Florida, teniendo que regresar antes por enfermedad.

Camaco

Los muchachos temprano a la casa del tío Pedro. No sabían como se encontraría ese día la indígena. En los últimos tiempos siempre estaba triste y no era para menos, pues las leyendas los llevaban a la época de la conquista. Pensando así soplaron el cobo.

– Vamos al cacicazgo de Sabaneque- dijo Yahima

-Yahima, si el viaje te va a herir podemos quedarnos- propuso Yunier

– Gracias amigos, pero yo tengo que mostrarles las leyendas aunque me duelan ¿Vamos?

– Sí.

Efectivamente fueron al antiguo cacicazgo de Sabaneque. Parte de este era un feudo particular de Vasco Porcallo de Figueroa, fundado junto a la bahía de Texisco el poblado Santa Cruz de la Sabana de Vasco Porcallo. Los antiguos habitantes de Guanijibe estaban recluidos junto a los de Sabana en encomiendas, siendo obligados a trabajar en los lavaderos de oro y en las estancias o conucos de los españoles.

Pero no todos estaban allí presos. Grupos de indígenas cimarrones recorrían los bosques y cayos. Siempre tenían que estar alertas y en constante movimiento, pues partidas de españoles armados andaban a la caza de estos. Pero aunque los hispanos tenían mejor armamento los aborígenes conocían sus tierras logrando burlar las persecuciones.

Uno de esos grupos era dirigido por el baquia Camaco. Había vivido con tranquilidad en la aldea de Sabana bajo las órdenes del cacique Guayakayex pero la llegada de los españoles lo destruyó todo. Ahora estaba obligado a huir constantemente sin poder asentarse en ningún sitio fijo.

En el ardiente y seco verano los españoles recrudecieron las persecuciones. Fueron obligados a abandonar las márgenes del río Camajuaní y adentrarse en la sierra de Bamburanao pasando hambre y sed. Las cañadas como la del Maja estaban completamente secas y en las cercanías de los ríos Guaní, Manacas y el Hacha, los ibéricos montaban emboscadas.

Todo el grupo estaba desfalleciendo. Los cuerpos delgados y sucios se movían ya por inercia sin voluntad. Ni en los curujeyes ni las casimbas quedaba una gota del preciado y vital líquido. La cruel situación hacía pensar a algunos en entregarse, mientras otros preferían morir. Por eso su líder tomó una decisión.

Ya de noche oscura se adentró en el cauce sin agua de una pequeña cañada. Pasó la Ciénaga del Maja, donde la sequía había hecho lo suyo, no encontrando ni la más mínima humedad. Siguió entre las ruinas de lo que fue Guanijibe acercándose peligrosamente a las de Sabana y las encomiendas. Estaba agotado y sediento, por lo que sus sentidos embotados y adormecidos no le advertían de las sorpresas.

La cañada había desaparecido, siguiendo sin rumbo hasta un lugar conocido como la Bajada. Allí, de pronto, varios soldados españoles intentaron atraparlo pero se resistió empuñando su dura macana que dio cuenta de uno de sus perseguidores. Los otros con sus picas, alabardas y espadas lo hirieron cayendo al suelo lleno de sangre. Ante de morir le imploró a sus dioses.

– Gran Attabeira, buena Coastrisquie denle agua a mi pueblo.

Un soldado clavó su alabarda en el pecho ya inerte del bravo guerrero. Pero al intentar sacarla, un gran chorro de agua que brotó allí mismo, los arrastró. Así nació el río Camaco, donde los sedientos cimarrones pudieron calmar su sed.

– Dice una leyenda remediana que cuando los españoles venían a beber aquí, salía el indio ensangrentado- dijo Elizabeth.

– Es cierto- afirmó Yahima.

– ¿Por aquí no es donde el guije?- preguntó Robertico

– No sé, solo conozco de las leyendas de mi pueblo- le respondió Yahima.

Poco tiempo después ya estaban sentados en la biblioteca. De nuevo la linda indígena era una rígida estatua. El tío Pedro escuchaba con atención las preguntas que le hacían mientras tomaba de un estante una vieja carpeta llena de papeles amarillentos.

– ¿Los indios eran esclavos de los españoles?

– ¿Los exterminaron a todos?

– ¿Qué eran las encomiendas?

– Bueno ahora les diré: Primero los indio no eran esclavos, pues por orden del Papa de Roma y de los Reyes Fernando e Isabel, estos eran súbditos de la corona con iguales derechos que los peninsulares.

– Pero…

– Ahora les explico además que le contestaré una de sus preguntas. Para cristianizarlos y enseñarles las costumbres europeas se crearon las encomiendas. Estas eran extensiones de tierra que recibían los españoles junto con grupos de indios. Los encomenderos los debían educar, vestir y alimentar mientras ellos le pagarían con su trabajo. Se le otorgaban estos provisionalmente.

– ¿Por eso lo explotaban tanto?

– Claro, un propietario de esclavos los cuida porque les cuesta dinero, pero los encomenderos temían que en cualquier momento le quitaran sus trabajadores, por lo que los explotaban lo más posible. Además, muchos de ellos soñaban con regresar ricos a España.

– ¿Y las autoridades y la iglesia no velaban por las órdenes del rey y el papa?

– También eran encomenderos.

– ¿Entonces los exterminaron?

– No, no todos los españoles eran asesinos, además recuerden que eran súbditos del rey. Es cierto que murieron muchos en las encomiendas, en las sublevaciones o por las epidemias, pero para otros la abolición de las encomiendas en 1542 por orden real y su aplicación en Cuba en 1553 fue su salvación.

– ¿Cómo se les consideraban después tío?

– Ante la ley eran iguales a los españoles, eran considerados blancos, es cierto que muchos eran mestizos de hispanos e indios, eran los primeros criollos. Bueno, ya es tarde, mañana seguimos con este tema ¿Bien?

– Sí tío. Hasta mañana.

Baconao y Abama

Aunque las historias de la colonización eran tristes, los jóvenes querían conocer más. Ver la lucha de los aborígenes contra sus opresores y a su vez se integraban las dos culturas para ir formando poco a poco la conciencia del cubano. Por eso volvieron a despertar a Yahima.

– ¿Tuvieron dudas en romper el hechizo?- preguntó

– Sí, es que no quisiéramos entristecerte más- le dijo Elizabeth

– Es cierto, sabemos que sufres- afirmó Yunier

– Verdad- dijeron Beatriz y Robertico

– Gracias amigos, pero no lo hagan por mí. Es inevitable que me entristezca, pero si ustedes no tocan más el caracol me convertiré en una verdadera y dura estatua.

– Disculpa, no lo sabíamos ¿Nos perdonas?

– Sí amigos ¿Nos vamos?

– Adelante.

Viajaron hacia el cacicazgo de Guamuhaya a los lavaderos de oro de Vasco Porcallo de Figueroa. Este colonizador tenía un gigantesco feudo de su propiedad que abarcaba las antiguas provincias indígenas de Sabaneque, Guamuhaya, Ornofay y Cubanacán. El lavadero que visitaban era administrado por un individuo cruel y ambicioso de apellido Gálvez. Este era un hipócrita haciéndose pasar por un fervoroso cristiano.

– Qué clase de tipo- dijo Robertico- Y miren como obliga a trabajar a los indios.

– Es cierto. El muy desgraciado quiere enriquecerse rápidamente. Soldados fuertemente armados vigilaban con atención la zona. Su temor no era en vano, pues un bravo baquia que había venido desde Haití con Hatuey tenía sublevados los cacicazgos de Guamuhaya y Ornofay. Mabel había logrado escapar de la persecución de Diego Velásquez en el oriente, llegando al centro de la isla. Los aborígenes huían de las encomiendas y se dirigían a las altas montañas junto al caudillo.

– ¡Miren para allá!- gritó Robertico

– Qué clase de tropa- dijo Yunier

En efecto una gran cantidad de hombres armados llegaron al lugar. Numerosos soldados de pesadas corazas y abollados morriones armados de picas, alabardas, espadas, ballestas y arcabuces. Vecinos de las Villas de Sancti Spíritus, Trinidad y del poblado de Santa Cruz de la Sabana también estaban allí. Grandes mastines enseñaban los dientes deseosos de morder la trigueña piel de los indígenas. Entre todos, montando un bello alazán negro, resaltaba un hombre que vestía un rico jubón sobre el cual una cincelada coraza le cubría de los peligros de la guerra. A su costado una fuerte espada de acero de Toledo mientras en el otro, un puñal de la misericordia. Cubría su cabeza un adornado yermo cuya celada llevaba levantada, usaba guantes de piel bellamente bordados, un gregueso ancho y botas de montar. Era el señor de toda la región, el asesino Vasco Porcallo de Figueroa.

– Señor, permitidme acompañaros- dijo Gálvez

– No podéis, amigo mío ¿Quién cuidaría a estos perros?

– Mis hombres, vuestra merced. Solo necesito a mi lacayo.

– Bien, partid ¡Ofrezco200 maravilles por la cabeza de Mabay!

Las tropas se dividieron en varias partidas adentrándose en las montañas. Gálvez se armó de su arcabuz, coraza y espada partiendo junto a su criado y un perro de presa. Mucho tiempo anduvo entre la frondosa selva asomándose a pavorosos precipicios. Estaban casi desfallecidos cuando sintió disparos y el ladrido de los perros dirigiéndose hacia allá. De pronto su perro descubrió a una pareja de taínos vestidos a la usanza española, que huían por una vereda. El cruel español disparó sobre el hombre, y su lacayo sobre la mujer. Cuando llegaron junto a ellos, El administrador retrocedió espantado. Reconoció a los muertos, viendo que eran Baconao y Abama. Eran dos aborígenes evangelizados que se habían casado por el ritual cristiano y ahora se encontraban asesinados junto a su pequeña hija que yacía desmayada.

Su perro se abalanzó sobre otro indígena que salió de la floresta. Una certera flecha privó de vida al terrible can. Gálvez no tenía tiempo de cargar su arma, por lo que sacó su espada. La dura macana de palma chocó con la hoja de acero peleando por un buen rato. Al borde de un barranco se abrazaron intentando cada uno de despeñar al otro. El criado, español ambicioso como su amo, los empujó a ambos con la idea de quedarse con la recompensa.

Los soldados llegaron junto a los muertos. Uno de los ricos encomenderos reconoció a la pareja dando órdenes que se le diera cristiana sepultura. A la niña decidió adoptarla como hija suya. Este buen hombre había sido el patrón de los jóvenes asesinados. Aunque poseía encomiendas no era cruel, dándole incluso educación a sus trabajadores. Era además miembro importante del cabildo de Sancti Spíritus.

– ¿Cómo han muerto?- preguntó Vasco Porcallo llegando.

– Señor, os explicaré. Ellos…- iba a decir el criado

– Él los mató- dijo la niña

– ¿Qué decís chavala?- interrogó el jefe español

– Él mató a mi mamita y después empujó al que había matado a mi papito y al cacique Mabey.

– ¿Eso es cierto? Responded infeliz.

– No señor, esa cochina india miente.

– Esta india ahora es mi hija y yo le creo. Habéis matado a una mujer cristiana y cobarde al fin, habéis empujado a dos hombres que peleaban- dijo el encomendero de Sancti Spíritus- ¿Qué hacemos con él, Vasco?

Unieron al asesino a los reducidos indígenas rebeldes que habían capturado. Partieron hacia el lavadero de oro donde cinco horcas estaban preparadas para los guerreros aborígenes. Al criado lo fusilaron siendo enterrados todos juntos. Desde entonces se ve bajar a la pareja de Baconao y Abama hasta allí buscando su hija y luego ascender de nuevo a las montañas. Al toparse con algún ser viviente se convierten en dos bolas de fuego que siguen el mismo recorrido.

– ¿Qué habrá sido de la niña?- preguntó Beatriz

– No lo sé, pero si de verdad el español la adoptó debió vivir hasta su casamiento, como una muchacha rica- dijo Yahima

Regresaron a la biblioteca al instante. Poco después llegó el tío para proseguir la conversación del día anterior. Todos atentos se dirigieron al sabio hombre. Este le contestó pausadamente.

– Les había dicho que luego de la abolición de las encomiendas los indios se habían integrado a la vida española. ¿Cierto? Parte de esto fue por mestizaje, pues se casaron entre ellos surgiendo los primeros criollos.

– ¿Entonces no quedaron indios en Cuba?- preguntó Yunier

– ¿Y tú qué crees?

– ¿Yo?

– Sí, entre tus antepasados los hubo, por eso el color de tu piel y pelo ¿De dónde era tu familia?

– De Cárdenas.

– Bien, en esta época queda un gran grupo humano que son de raza taína en la provincia de Guantánamo, sobre todo en el municipio de Yateras. También en las provincias de Santiago de Cuba y Granma.

– ¿Y el resto del país?

– En la población cubana están mezclados. Claro que las regiones que resaltan más, como por ejemplo Baracoa y Holguín en Oriente, Caibarién en el centro y Cárdenas en el occidente.

– ¿Por qué en Caibarién tío?- preguntó Elizabeth.

– Sabes que muchos indios se hicieron cimarrones. En la cayería se ocultaron siboneyes y taínos. Luego en 1553 se abolieran las encomiendas, parte de ellos regresaron a tierra firme pero asentándose cerca de la costa. En 1570 el obispo visitó a la población de Santa Cruz de la Sabana de Vasco Porcallo encontrando 20 vecinos la mitad españoles y la otra aborigen. Luego, cuando la villa ya se llamaba San Juan de los Remedios en 1703 el cabildo dictó una disposición que protegía a los indios. Los que habitaban en los cayos de Conuco y Barién servían de vigía contra los corsarios y piratas.

– Ya entiendo, allí después con el tiempo se fundó el pueblo pesquero de Caibarién. Es verdad que en ese lugar hay mucha gente que parecen indios con pelo negro, ojos achinados, piel trigueña y bajita.

Los muchachos abandonaron la casa del tío dirigiéndose hacia sus casas. Como aún era temprano Elizabeth y Yunier se sentaron en un banco del parque a conversar sobre todo lo visto. El joven era muestra del mestizaje de nuestros lejanos antecesores. Su negro pelo y piel trigueña demostraba la descendencia indígena mientras que los verdes ojos y la estatura la española. En la adolescente aunque nadie lo descubría también existía la unión de sangres. Lo demostraba el negro pelo del hermano y madre al igual que los pardos ojos.

La Laguna del Tesoro

A todos les gustaban los viajes en el tiempo. Era cierto que muchas leyendas eran tristes pero tenían sus enseñanzas. Otras mostraban felices finales. Lo que parecía que estas terminarían pronto pues ya se encontraban en la época de la conquista.

Ese día fueron hacia el cacicazgo de Cubanacán a una aldea siboney. Esta se encontraba en un cayo en el centro de una gran laguna. Se montaron en una canoa acercándose a las barbacoas donde habitaban aquellos indígenas. Todas las orillas estaban formadas por una espesa red de manglares donde el prieto y el colorado resaltaban.

– ¡Esto es la Ciénaga de Zapata!- exclamó Yunier

– Cierto, tiempo después se llamará así todo este pantano.

– ¿Y aquí también hay leyenda aborigen?- preguntó Elizabeth.

– Sí.

Siguieron acercándose con cuidado. Pronto vieron un ágil y fiero cocodrilo atrapar a una garza que se había confiado mucho. Bandadas de cateyes huían de un gavilán de monte mientras sevillas y flamencos buscaban en el fango su alimento. Cerca nadaba un fósil viviente, el raro manjuarí, un poco más alejados biajacas y sábalos evitaban a la canoa.

Los siboneyes cazaban y pescaban en la región. Los veían con palomas camao y gallinuelas del manglar e incluso algún tocororo que anidaba en el hueco hecho de una palma por el carpintero churroso. También los guacamayos y el carpintero real eran objetos de su caza. Desde las orillas se escuchaba el bello trinar del pequeño cabrerito y la rara Fermina. Todo aquello parecía un paraíso.

– Lástima de los pantanos y los caimanes- dijo Robertico.

– Es cierto que las tembladeras o turba son peligrosas pero aquí viven muchos animales que solo se encuentran en este medio- explicó Yunier- Además aquí no hay caimanes sino cocodrilos.

– ¿Y no son lo mismo?

– No, ambos son reptiles, saurios pero los caimanes tienen la boca afinada, viven en los cayos pantanosos y la desembocadura de los ríos gustándole el agua salada además que hay otros países de América. En cuanto a los cocodrilos tienen la boca ancha y solo viven en los pantanos de Cuba.

– ¿Y en África y otros lugares no hay?

– Sí, pero son otras especies. En América además del caimán esta el yácare, en la caliente región africana es el gran cocodrilo del Nilo y en el Asia los gavianes que tienen las mandíbulas muy finas.

– Cómo sabes mi amor- dijo Elizabeth

– Me gusta mucho la biología.

– ¡Miren!- exclamó Beatriz

De todos los canalizos brotaron gran cantidad de canoas. Taínos y siboneyes las manejaban viéndose que estaban cargadas de catauros llenos de brillantes pepitas de oro. Se dirigieron hacia la aldea donde ya los esperaba el cacique y el behíque. Debido a este tuvieron que ocultarse en un canalizo sin poder oír lo que se hablaba. Luego todas las embarcaciones se dirigieron hacia lo más profundo de la laguna dejando caer todo el oro.

– ¡La Laguna del Tesoro!- exclamó Yunier

– En efecto- afirmó Yahima- los hombres del cacicazgo de Cubanacán, parte de los de Sabaneque y el de Habana decidieron lanzar todo el oro aquí. El fondo es pantanoso por lo que desapareció para siempre.

Se alejaron por los canalizos hacia la playa. Allí sin peligro de los cocodrilos se bañaron retozando en el agua hasta que el sol inclinó hacia el oriente. Esa fue la señal para regresar a su siglo. De nuevo las trusas fueron a parar a los cordeles.

Marilópez

A Elizabeth le encantaban las flores. Si ella hubiera podido tendría un jardín en su casa pero era imposible conformándose solamente con algunas macetitas. Yunier sabía de ese gusto regalándole siempre alguna. Podía ser una mariposa blanca, un gladiolo, marpacífico o rosa. Ese día le trajo una Marilópez.

– Disculpa, no pude conseguir otra así que no le hagas caso al color amarillo.

– ¿Por qué?

– El amarillo significa desprecio, abandono pero yo no siento eso por ti. Yo te amo.

– Lo sé bobito. También te amo.

Se besaron mientras Beatriz soplaba el guamo hecho de cobo. La música despertó a la taína quien bajó del pedestal sonriendo. A ella también le encantaban las flores sobre todo las silvestres orquídeas que en su época existieron en la Ciénaga de Charco Maja. Al mirar la flor de la muchachita le preguntó.

– ¿Quieres conocer la leyenda de ella?

– ¡Sí!

– Vamos.

De nuevo viajaron hacia el pasado. Ya las primeras ocho villas estaban fundadas y las encomiendas por orden del rey, abolidas. Entre los indígenas sobrevivientes y los españoles había mezclas y transculturación. Así era por ejemplo, un español apellidado López se encontraba casado por la iglesia con una taína. De este matrimonio brotaron varios hijos siendo preferida la más pequeña.

Los vecinos no sabían si se llamaba María o Mariana u otro nombre. Es que siempre los suyos la llamaban Mari y así respondía. Del padre heredó la estatura y el verde de los ojos. De la dulce madre el negro y lacio pelo, la piel trigueña y la gran belleza. Así creció rodeada del cariño de los suyos alegrando y perfumando la casa con las muchas flores que sembraba en el jardín.

Pero a las personas inocentes y buenas siempre la rodea la maldad. Un marinero de los bajeles que hacían labor de cabotaje entre la isla de Cuba y sus vecinas la vio y su lujuria se encendió. Tenía esposa el malvado hombre en San Cristóbal de La Habana pero esto era desconocido. Con palabras dulces y románticas fue conquistando el tierno corazón.

Ya atrapada por la pasión y ciegos sus ojos a la verdad cometió su mayor error. Con mentiras el marinero la sacó del hogar paterno y se la llevó a la villa de la Santísima Trinidad. Durante un tiempo vivió con ella, pero llegó el día que la pasión se le enfrió marchándose para siempre.

Mari, aún enamorada lo esperó por años. Padeció miserias pero con dignidad. Vivía de su trabajo y nunca cesaba de mirar el mar en espera de su adorado marinero. Así fue consumiéndose hasta morir de dolor y tristeza. Fue enterrada en la fosa de los pobres por sus vecinos. Pero un día, cuando el sepulturero se dirigía a su labor vio algo extraordinario. Sobre la tumba de la muchacha había una mata de hojas verdes como sus ojos y flores amarillas. Desde ese día la planta se llamó Marilópez en honor de la jovencita traicionada y abandonada.

– Si tú me haces eso te mato- le dijo Elizabeth a su novio frente a la tumba de la muchacha.

– Yo te quiero de verdad boba.

– ¿Y por qué ella no regresó a su casa o se volvió a casar?- preguntó Robertico.

– En esa época se había implantado la férrea moral española. Una mujer que ya no era virgen o había perdido su honra, como decían ellos, era rechazada por toda la sociedad. Los padres la repudiaban y los hombres solo verían en ella un entretenimiento. Además Marilópez amaba al marinero y confiaba que él regresaría.- explicó Yahima.

– Menos mal que ya no es así ¿O me equivoco? Díganme ustedes que ya son grandes- preguntó Beatriz.

– Ya las personas no se miden por si son vírgenes o no, sino por su conducta ante la vida- afirmó Yunier

– Sí, pero aún hay algunos estúpidos que piensan que mientras más novias vírgenes se acuesten con ellos son mejores. No te asustes que y sé que tú no eres de esos- dijo Elizabeth a Yunier.

– Bueno vámonos, ya es tarde- ordenó la indígena.

El Caballo Blanco

Elizabeth se encontraba sentada en el zaguán del solar junto a su hermano esperando que Yunier la pasara a buscar. Cerca de ellos dos mujeres maduras conversaban cuando una pareja que pasó por la calle les llamó la atención. Ella era una rubia de pelo por los hombros, piel muy blanca y ojos azules mientras que él era un hombre de raza negra, pelo de pasa y labios abultados. Ambos iban muy felices cogidos de la mano sin escuchar a las mujeres que decían.

– ¿Viste para eso? Verdad que el mundo está perdido.

– Sí, es verdad.

– ¿Qué es lo que tiene de malo?- intervino Elizabeth

– Niña ¿Tú no ves que ella es blanca y él es reprieto?

– Sí, de los que se cayó en el tanque de chapapote se puso bravo y se volvió a tirar.

– No estoy de acuerdo de porque sean diferentes razas no se puedan querer- contestó la adolescente.

– Cada oveja con su pareja ¿Tú te casarías con un negro?

– Si me enamorara de uno sí.

– Mira niña, el blanco con la blanca y el negro con la negra. El negro que busca la blanca es para especular y la blanca que se empata con un negro más nunca consigue un blanco.

– Eso es racismo.

– Eli viene Yunier, vamos- dijo Robertico saliendo junto a ella de allí.

– No por gusto los defendía, el novio es mulato- dijo una de las mujeres.

Poco después llegaron a la casona del tío Pedro donde ansiosa los esperaba Beatriz. Durante el trayecto le había contado Elizabeth a su novio la conversación con las señoras. Estaba molesta e incómoda con las opiniones atrasadas y mal intencionadas de aquellas. Mientras Robertico tomaba el guamo mágico despertando a Yahima quien miró extrañada a la adolescente.

– ¿No decían ustedes que la Revolución acabó la discriminación racial?

– Sí, pero lo que no pude eliminar en solo 50 años son 5 siglos de prejuicios raciales- contestó Yunier

– La juventud actual los está dejando atrás- dijo Elizabeth más calmada- Racistas como esas quedan pocas pero hacen mucho daño.

– ¿Quieren conocer cómo el racismo desató una maldición?

– Si.

– Pues vamos.

Gracias a los poderes mágicos viajaron hacia el cacicazgo de Cueibá en el año de 1617. Desde 1553 se habían abolido las encomiendas por lo que los indígenas sobrevivientes quedaron libres. Algunos de ellos se internaron en los montes construyendo sus conucos mientras que otros comenzaron a trabajar en las haciendas de los españoles. Al agotarse el oro muchas de estas se dedicaron a las crianzas y comercio de ganado mayor.

– ¿Qué veremos aquí Yahima?

– Ya les dije, van a ver un caso de racismo.

Pronto estuvieron en una de aquellas haciendas. La casona era amplia pero construida con tablas de palma y techo de guano. El dueño de esta era un colonizador español junto con su familia. Sus tierras estaban dedicadas a la crianza de ganado del cual luego vendía el cuero y la carne salada en las villas de San Salvador de Bayazo y en Santiago de Cuba. Era un hombre gordo que sudaba copiosamente pasando un pañuelo por la grasienta cara. Vestía un jubón oscuro con mangas acuchilladas, greguescos del mismo color y zapatos brocados. Escuchaba con atención y disgusto los informes que le daba otro español de mala catadura. Vestía este una vieja camisa, calzones raídos y altas botas de montar. Un tahalí de cuero sostenía una filosa espada y en su cintura asomaba la empuñadura de una pistola.

– ¿Estáis seguro de lo que decís?

– Si señor.

– Bien, actuad como sabéis.

– ¿Y la doncella señor?

– Debéis terminar con él antes.

– A vuestras órdenes.

Los jóvenes se dirigieron hacia el interior de la casa entrando en una habitación. Frente a una luna de espejo se encontraba una hermosa muchacha. El pelo color miel era peinado por una esclava negra, sus ojos claros miraban pensativos por la ventana y los rojos labios sonreían al ver ponerse el sol. Vestía un vestido de color verde esmeralda haciendo el corsé resaltar el pecho sobre el cual caía un crucifijo. Era la hija del hacendado que estaba comprometida a un capitán español pero que amaba en realidad a un montero aborigen a quien se entregaba todas las noches al pie de la Ceiba que señoreaba el monte. Lo quería y planificaba huir con él hacia las selvas.

– Vamos para que conozcan al muchacho- dijo Yahima.

Viajaron hacia un bohío que se encontraba en el interior del bosque. Este era pobre teniendo como cama una hamaca y como vasijas guiras vacías. Allí estaba un joven de ascendencia taína aunque vestía un corto calzón y una camisa sin mangas estando descalzo. De su cintura colgaba un afilado puñal. Se encontraba arrodillado rezándole a una figura de barro, que la india reconoció como la cemí Attabeira, cuando fue interrumpido por un relincho. En el umbral de la puerta estaba un magnífico y blanco caballo andaluz.

– Estás apurado amigo- dijo el taíno- Aún no, hay que esperar que amanezca.

Regresaron a la casa del hacendado a la hora de la cena. El negro cielo se cubría de oscuros nubarrones que apagaban las brillantes estrellas. Un extraño viento empezó a soplar amenazando con apagar las velas por lo que las esclavas se apresuraron a cerrar las ventanas. La joven estaba nerviosa siendo más evidente en el momento que se escuchó un guamo en la lejanía. Fue a incorporarse pero la voz del padre la obligó a sentarse.

– Vamos a la cueva ceremonial- dijo Yahima.

– ¿Por qué?- preguntó Beatriz.

– Lo que va a suceder es muy sangriento para verlo aquí- contestó.

Pronto estuvieron en la cueva frente a la laguna mágica. Ya allí vieron en el agua como el aborigen llegaba montado en su caballo blanco hasta la Ceiba y tocaba su guamo. De pronto surgieron de dentro de la floresta un grupo de hombres armados que lo atacaron. El muchacho intentó defenderse pero la superioridad de los españoles se impuso acuchillándolo mientras le gritaban insultos racistas. Ya derribado y ensangrentado se acercó el jefe de la partida mientras sacaba su espada y de un tajo le separó la cabeza del cuerpo. Se agachaba a recoger la cabeza cuando un extraño rayo iluminó el lugar.

De la nada brotó un viejo behíque taínos ante los aterrorizados españoles. Usaba un penacho de negras plumas de auras, ajorcas y collares de huesos y un lambe de juncos. Tenía el cuerpo pintado con cenizas y círculos oscuros. En su mano tenía una macabra maraca construida con un cráneo humano con el que apuntó al cuerpo del aborigen incorporándose este y montándose en su caballo. Los hombres intentaron escapar pero la figura ensangrentada y sin cabeza se interpuso cayendo muertos todos de horror.

– Vamos- propuso la indígena.

Ya en la biblioteca del tío Pedro se sentaron a esperar a que Yahima prosiguiera con la historia. Esta se sentó y dijo.

– A partir de esa época el indio salía castigando a la población hispana. Los primeros en morir fueron el hacendado y su familia arruinándose también la hacienda. Siempre su figura anunciaba alguna desgracia en la zona tunera.

– ¿Hasta cuando saldrá?- preguntó Robertico

– Hasta que encuentre su cabeza que se la llevó el behíque de Mabuya- contestó Yahima

Después de dicho esto se volvió a convertir en una estatua. Todos fueron hacia el solar para enterarse allí que el hijo de una de las mujeres racistas se iba a casar con una muchacha de raza negra. Esta había tenido que aguantar callada toda su amargura y frustración mientras su amiga maldecía por todo el vecindario. Quine no quiere caldo que le den tres tazas.

Los Dioses Taínos

Los niños encontraron al tío Pedro hablándole bajito a una virgen de la Caridad del Cobre, la santa Patrona de Cuba. A Elizabeth le extrañó porque en su casa decían que él era ateo pero parecía que no. Sin molestarlo se dirigieron al interior de la casa, hacia su refugio de aventuras.

Pronto despertaron a la taína quien de nuevo los llevó a la cueva ceremonial. Allí les explicó que conocerían al resto de los dioses pues ya ellos por las leyendas conocían varios cemíes. Luego de la explicación tocaron el mágico lago con su dedo iluminándose este. Entonces empezaron a pasar por las claras aguas los poderosos señores diciendo Yahima quienes eran.

Ese que ven es Anacacuya, fue el primer cacique de los tainos pero en una pesquería fue asesinado pos Guahayona, hijo de Heirón Hiauna con una mortal. Fue convertido por Yaya en el lucero del centro o espíritu central.

El anciano que ven es Aioroa, vivía en una caverna en el cacicazgo de Ornofay. Era muy sabio por lo que dioses y hombres iban a visitarlo. Morehu era uno de los sirvientes de Guabancex la señora del clima. Él se encargaba de que el azul cielo estuviera limpio, sin nubes siendo el espíritu o cemí de la sequía. En Cuba también se le conocía como Maicabó o Maitabo que significa él sin manantial.

A Machetaurie Guaiaba quizás lo recuerden de la historia de la abal Cuba. Fue condenado a ser el señor de los muertos y gobernar en el Coiabay. El espíritu de los hombres mientras vivían se llamaba guaiza pero cuando morían era opía. Este iba a vivir en un paraíso pero por la noche salían a comer guayabas y mameyes e intentar estar con los vivos. Estos descubrían a los muertos porque no tenían ombligos obligándolos a regresar al Coiabay o paraíso.

Opiyelguobirán era un cemí con figura de perro mudo que guiaba a los operitos o muertos hacia el Coiabay cuidándolos durante el camino. Mantenía a los vivos y a los muertos en los mundos que le correspondía controlando lo que entraba o salía de un dominio al otro.

A Guabonito cuyo nombre significa, espíritu que sale de las aguas salobres, ya la conocen. También llamada Orehú, en las Guyanas, además de castigar y después sanar a Guahayona así como cumplir los otros encargos que han visto en las leyendas les entregó las maracas a los behíques para calmar a Yaya cuando estaba colérico.

Baibrama era el hijo de Cahubaba, la madre tierra era el señor de las cosechas. A él debía estar consagrado la yuca, el maíz y el boniato. Se dice que durante una guerra lo quemaron pero con un agua en que lo bañaron se sanó. Desde entonces las yucas son grandes pues antes eran pequeñas. El castigaba con enfermedades al holgazán y al que se olvida rendirle el culto preciso. Al cemí Corocote casi de debe la extinción de mi pueblo. Era el dios de lo metales que conocíamos, ellos eran el cobre y el oro. Con estos se hacían los adornos que atrajeron a los codiciosos españoles. Pero también era el señor del placer sexual y la virilidad.

Ariay creo que ya se la he mencionado antes en alguna leyenda. Era hija de Cahubaba, la madre tierra y era la diosa de la naturaleza. Gracias a ella existían las bellas flores, los espesos bosques y los animales silvestres. Era pareja de Araguabaol, una de las figuras de Baraguabael, el guardián de las plantas y animales.

A Tuabe o Yaube ya la conocen. Es la diosa de la belleza. Todo en ella era perfecto pero no es egoísta. Le concede su gracia a las mortales llegando incluso a ser más bonita que ella pero eso no le importa.

– Bueno a los otros dioses ya los conocen por las leyendas así que podemos regresar.

– ¿Y no me vas a presentar a mi Yahima?

– ¡Gran Attabeira!

En efecto del lago salio la gran diosa. En su cabeza traía el tocado de plumas que desmostraba su rango. En sus brazos, muñecas, cuello y piernas tenía pulseras, ajorcas y collares de cuentas de diferentes colores. Su nagua estaba adornada con vistosos dibujos en rojo y numerosos adornos de algodón y perlas.

  • ¿Por qué no me mencionaste?

  • Perdón gran diosa es que usted como la protectora de este país está en todas las leyendas.

  • Es cierto pero si no lo sabes mientras los otros dioses solo viven en las leyendas a mi aun me adoran en el pueblo. Además que también soy Orehú en Guyanas.

  • No lo sabía señora.

  • Por ejemplo, la abuela de Beatriz me reza todos los días, tu madre Elizabeth cuando tuviste enferma me hizo una promesa que luego cumplió y tu tío, Yunier, siempre me ofrece ofrendas.

  • Pero …

  • Regresen a la casa de Pedro que allí nos veremos.

Yahima, tan asombrada como ellos, realizó el pase mágico regresando a la biblioteca. Allí estaba Pedro sentado en un butacón. Milagrosamente no se convirtió la indígena en estatua pudiendo sentarse junto a su viejo amigo. En eso entró en persona la Virgen de la Caridad del Cobre pero el rostro era el de Attabeira no sabiendo los muchachos explicarse hasta que la diosa o santa habló.

  • En efecto soy Attabeira la diosa madre de los taínos llamada también por los poetas del siglo XIX, Atabex o Atabey pero a la vez soy la Virgen del Cobre. La explicación es sencilla, ya saben que los aborígenes me reverenciaban con devoción aunque los españoles intentaban implantar el cristianismo. Algún hispano se dio cuenta de las semejanzas entre ambas religiones. La virgen María tenía a Jesús Cristo por intervención del Espíritu Santo siendo dios en la tierra. Yo Attabeira tuve a Yocahuguama por intervención del Sumo Espíritu sin conocer hombre siendo mi hijo el cemí más poderoso. Ambas éramos vírgenes y nuestros hijos dioses. Nos unieron a las dos naciendo la Virgen de la Caridad del Cobre. Mi nueva imagen la encontraron un español, un aborigen y un esclavo africano.

  • Ya entiendo, perdona diosa mi omisión – dijo Yahima.

  • Yahima hace muchos siglos le dije que llegaría el día que volverías a ser una niña normal. ¿Es cierto?

  • Si, cuando todos los hombres fueran iguales y un buen blanco me quisiera adoptar.

  • Pues bien llegó la hora, ya Cuba es libre y Pedro te quiere adoptar. ¿Aceptas?

  • ¡Si! Gracias Gran Diosa.

La alegría era indescriptible entre todos. Los muchachos se besaban y abrazaban. La diosa por medio de su poder convirtió sus atributos en un ropaje común en nuestro tiempo. Yahima también se vistió así desapareciendo su antiguo pedestal y el divino cobo. Todos juntos fueron hacia un bufete colectivo donde estaban ya adelantados los papeles de la adopción. Solo faltaba la firma de la antigua responsable de la niña.

  • ¿Su nombre por favor? – preguntó la abogada.

  • Attabeira de la Caridad del Cobre.

  • ¿Residencia actual?

  • En el Cobre, Santiago de Cuba.

  • ¿Está de acuerdo en dar esta niña tan linda en adopción? ¿No es su hija?

  • No es mi hija buena mujer, es mi ahijada y sé que este buen hombre la cuidará y la educará.

  • Bueno, firme aquí.

Luego de firmar regresaron a la casa del tío Pedro. La gran diosa desapareció dejándole el talismán a Yahima y un poco de magia aún. El anciano le mostró el cuarto que sería suyo. Tenía una gran cama, un escaparate con una luna de espejo y una mesita. En el escaparate ropa de muchachita.

Pedro llamó a los padres de Elizabeth y Robertico contándole que había adoptado a una niña huérfana y los invitaba a una semana en la playa. Pronto vinieron a conocer a Yahima quedando encantados con ella, la madre de la adolescente vio extrañada el parecido con la estatua que había desaparecido pero no dijo nada. Yunier, Elizabeth, Robertico y Beatriz fueron sus mejores amigos teniendo numerosas aventuras pero creo que ya eso es otra historia.

Zulueta 1998-2004.

FIN

 

 

Autor:

Arnaldo Cepeda Enriquez

Magdiely Cepeda Enriquez

 

Partes: 1, 2, 3, 4
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