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La tumba de Tutankhamon, de Howard Carter (página 10)



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La envoltura exterior consistía en una gran sábana de lino, sostenida por tres vendas longitudinales (una en el centro y una a cada lado) y cuatro vendas transversales del mismo material, cuya posición correspondía a la de los aderezos de oro flexible, ya mencionados. Estas vendas estaban, al parecer, pegadas a la envoltura de lino por medio de un adhesivo como el mencionado por Herodoto. Iban en doble y su anchura variaba entre 7 y 9 cm. La venda central longitudinal, que empezaba en medio del abdomen (en realidad era el tórax), pasaba por la tira inferior de cada una de las vendas transversales, por encima de los pies y por debajo de las suelas y volvía a pasar por debajo de la segunda tira de dichas vendas. A cada lado de los pies la envoltura de lino estaba muy gastada, probablemente como resultado de la fricción contra los lados del féretro durante su traslado a la tumba. La momia yacía formando un ligero ángulo, lo que sugería que había sufrido alguna sacudida al ser colocada en el sarcófago. También había indicios de que se habían derramado los ungüentos sobre la momia y el féretro antes de que los bajaran al sarcófago, ya que el líquido tenía niveles distintos en los dos lados, lo cual podía sugerir la inclinación del féretro.

Como consecuencia del frágil estado de la carbonizada cobertura de lino, recubrimos toda la superficie expuesta con parafina derretida a una temperatura tal que al enfriarse formaba una delgada capa en la superficie, con una mínima penetración en las telas dañadas que había debajo de la misma. Una vez enfriada la cera, el Dr. Derry hizo una incisión longitudinal en el centro de la cobertura exterior, hasta donde había penetrado la cera, permitiendo así sacar la capa consolidada en grandes fragmentos. Sin embargo, nuestros problemas no terminaron aquí. Las envolturas interiores, muy voluminosas, resultaron estar en un estado de carbonización y descomposición aún mayor. Habíamos esperado que al extraer una fina capa de vendajes de la momia podríamos despegarla por los puntos en que se adhería al féretro, a fin de poder sacarla, pero una vez más tuvimos una decepción. Resultó que la tela que estaba debajo de la momia y el cuerpo mismo estaban tan saturados de ungüento que formaban una masa bituminosa en el fondo del féretro, manteniéndolo tan pegado que era imposible levantarlo sin riesgo de grandes destrozos. Incluso después de haber sacado la mayor parte de los vendajes, hubo que extraer a escoplo el material de debajo del tronco, brazos y piernas antes de poder levantar los restos del rey.

El sistema general de vendaje, por lo que pudimos ver, era de tipo normal. Se componía de una serie de vendas, sábanas y almohadillas de lino, las últimas destinadas a completar la silueta antropomorfa, mostrando todo el conjunto un cuidado extraordinario. El tejido era de batista muy fina. Había numerosos objetos sobre la momia, colocados en capas alternadas de la voluminosa envoltura, cubriendo literalmente al rey desde la cabeza hasta los pies. Algunos de los objetos más grandes estaban atados con varias capas de diversos vendajes, arrollados transversalmente y en forma de aspa.

Aunque hubo que realizar el reconocimiento de la momia a partir de los pies, en la descripción que doy a continuación lo describiré partiendo de la cabeza, enumerando cada objeto y cada detalle interesante en el orden consiguiente.

Sobre la cabeza había un postizo de forma cónica, compuesto de guata, envuelta a la manera de un vendaje quirúrgico moderno, cuya forma sugería la corona Atef de Osiris, aunque sin accesorios, tales como los cuernos y la pluma. El objeto de este postizo es oscuro; por su forma se diría que es una corona, pero, en cambio, también podría ser una gruesa almohadilla destinada a sostener y rellenar el espacio vacío del hueco del tocado Nemes de la máscara de oro, especialmente si consideramos que la máscara es parte integral del equipo externo de la momia, que la hace coincidir con las esfinges de los féretros.

Debajo de este postizo en forma de corona había una almohadilla en forma del amuleto Urs, hecha de hierro, la cual, según el capítulo CLXVI del Libro de los Muertos, tiene el siguiente significado: «Levántate de la no-existencia, ¡oh, yacente! Vence a tus enemigos, que triunfes sobre lo que hagan contra ti». Tales amuletos a menudo están hechos de hematita, pero en este caso este metal ha sido reemplazado por hierro puro, un hecho que nos da un hito importante del desarrollo y crecimiento de la historia de la civilización. Más tarde volveremos a referirnos a ello.

Junto a la almohadilla y rodeando lo alto de la cabeza había un doble lazo (el aqal árabe), parecido al tocado de los beduinos, hecho de fibras tejidas muy prietas, sostenidas con cuerdas y con lazos a ambos extremos, a los que sin duda se unirían unas tiras para atarlo a la parte posterior de la cabeza. Su uso es desconocido, no habiéndose encontrado ninguno semejante o paralelo a éste. Hace pensar en un relleno para colocar la corona sobre la cabeza sin que ésta quedara afectada por el peso.

Quitando algunas capas de vendaje pudimos ver una magnífica diadema que rodeaba por completo la cabeza del rey, un objeto de máxima belleza, a base de simples tiras. El diseño constaba de una cinta de oro ricamente adornada con círculos adyacentes hechos de cornerina, con minúsculos tachones de oro en el centro, un lazo en la parte posterior, en forma de disco, y un diseño floral del que pendían dos colgantes de oro en forma de cinta, con una decoración semejante. A ambos lados de la cinta había colgantes parecidos, aunque más anchos, con una serpiente maciza sobre la frente. Más abajo aparecieron los emblemas de la soberanía del rey sobre el norte y el sur, según corresponde a esta diadema. Estaban sobre el muslo derecho e izquierdo, respectivamente, y como el rey yacía en el sarcófago en dirección este-oeste -con la cabeza hacia el oeste, la serpiente Buto estaba a la izquierda y el buitre Nekhbet a la derecha, tomando los emblemas su posición geográfica correcta, como lo hacían todos los demás encontrados en los féretros. Estas insignias de oro, símbolos de la realeza, tenían muescas en la parte posterior en las que encajaban las correspondientes lengüetas en forma de T, fijándolas en la diadema. Así, pues, eran móviles y podían pegarse a cualquier corona que el rey llevase.

El Nekhbet de oro con ojos de obsidiana es un ejemplo notable del arte metálico. La forma de la cabeza, con el occipucio cubierto de arrugas y una corona de plumas cortas y duras en la parte posterior del cuello, demuestran que esta ave, que representa a la diosa del Alto Egipto, era un Vultur auricularis (Daud.) o buitre sociable. Esta especie es muy abundante en Nubia hoy día y común en las provincias centrales y del sur de Egipto, pero sólo se ve raras veces en el Bajo Egipto.

Esta diadema debe de haber tenido un origen muy antiguo, ya que parece haber derivado su nombre de seshnen y su forma de la cinta que llevaban en la cabeza los hombres y mujeres de todas condiciones ya en el Imperio Antiguo, unos 1.500 años antes del Imperio Nuevo. Además hay pruebas que demuestran que podemos considerarla como una pieza clásica del antiguo ajuar funerario egipcio, ya que está mencionada en los Textos de los Sarcófagos del Imperio Medio y sabemos que se han encontrado tres diademas de este tipo relacionadas con enterramientos reales: una parecida, aunque no idéntica, apareció en Lahun, entre las joyas descubiertas por el profesor Sir William Flinders Petrie, perteneciente a una tal princesa Sathathariunut, del Imperio medio, y otras dos en las tumba -pirámides tebanas de la Dinastía XVII, una en el enterramiento de un tal Antef y la otra mencionada en conexión con los antiguos profanadores de la tumba de Sebekemsaf. En los dos últimos casos es curioso que fueron encontradas por ladrones profesionales. La de Sebekemsaf aparece mencionada en los archivos de los famosos robos de tumbas reales ocurridos durante el reinado de Ramsés IX, cuando los ladrones se dividieron la diadema y el resto del tesoro como metales. La tercera diadema, la de un tal rey Antef, fue descubierta hace menos de un siglo por saqueadores árabes, pasando de mano en mano hasta ir a parar al Museo de Leyden.

La mayoría de las veces en que esta diadema aparece representada en los monumentos, el rey la lleva alrededor de una peluca junto con la corona Atef de Osiris, que va sobre ella.

Alrededor de la frente, debajo de algunas capas de vendas, había una tira ancha de oro bruñido que terminaba detrás de las orejas, por encima de éstas. Esta tira sostenía una fina tela de batista sobre las cejas y sienes, formando un tocado de tipo Khat, desgraciadamente reducida a un estado tan precario a causa de la descomposición que sólo podía reconocerse por un fragmento en forma de trenza en la parte posterior, un rasgo típico de esta clase de tocado. Cosidas a este Khat había el segundo juego de insignias reales que encontramos sobre el cadáver del rey. La serpiente, que tenía la cabeza y la cola hechos de piezas flexibles de oro sostenidas por un hilo y bordeadas con cuentas diminutas, estaba sobre el eje de la cabeza, a la altura de la lambda, mientras que el buitre Nekhbet (en este caso con las alas abiertas y con características idénticas a las descritas) cubría lo alto del tocado con el cuerpo paralelo al de la serpiente. Se habían colocado almohadillas de lino sobre los tímpanos, debajo del tocado, para dar a la suave tela del mismo la forma convencional.

Debajo de este tocado Khat había más capas de vendajes que recubrían un casquete de tejido fino que encajaba firmemente en la cabeza rapada del rey. Este casquete tenía bordado un complicado motivo a base de cobras, hecho con diminutas cuentas de oro y fayenza. Una banda de oro similar a la que describimos antes sostenía el casquete. Cada cobra llevaba en el centro el nombre del Sol, Atón. Por desgracia, el tejido de este casquete estaba carbonizado y muy descompuesto, pero el dibujo de cuentas se encontraba en mejor estado, siendo el conjunto prácticamente perfecto, ya que se adhería a la cabeza del rey. Hubiese resultado desastroso intentar sacar esta exquisita pieza, así que la tratamos con una delgada capa de cera y la dejamos como estaba.

Hubo que sacar los últimos vendajes que cubrían la cara del rey con el máximo cuidado, ya que debido al estado de la cabeza, muy carbonizada, siempre había el riesgo, de dañar los delicados rasgos. Nos dábamos cuenta de la particular importancia y responsabilidad que tenía nuestra tarea. Al toque de un pincel cayeron los últimos fragmentos de tejido desintegrado, revelando una cara serena y plácida, la de un joven. Era refinada y educada y tenía los rasgos bien formados, especialmente los labios, que estaban muy bien marcados, y creo poder decir aquí, sin querer entrar en el campo de los doctores Derry y Saleh Bey Hamdi, la primera y más sorprendente impresión que tuvimos todos los presentes: la de su notable parecido estructural con su suegro, Akhenatón, un parecido reflejado en los monumentos.

Esta estrecha semejanza, demasiado evidente para creerla accidental, presenta al historiador de este período un hecho completamente nuevo e inesperado, que arroja un poco de luz sobre el efímero Semenkhare, al igual que sobre Tutankhamón, que llegaron al trono por casamiento con las hijas de Akhenatón. La oscuridad de su parentesco se hace inteligible si estos dos reyes eran resultado de un matrimonio extraoficial, una hipótesis no muy improbable, ya que tiene precedentes en la familia real durante la Dinastía XVIII. Tutmés I, hijo de Amenofis I y de una esposa no oficial, Sensenb, accedió al trono al casarse con la princesa real Ahmes, y Hatshepsut estaba casada con su medio hermano, Tutmés II. De hecho, cuando la reina no tenía ningún hijo varón o no sobrevivía ninguno, tales matrimonios eran generalmente la norma.

Cuanto más se estudia el problema planteado por la afinidad estructural que evidentemente existía entre Akhenatón y Tutankhamón, más interesantes resultan los datos conseguidos para la historia de la época y la sociología antigua.

Esta afinidad pudo derivar directamente a través de Akhenatón o indirectamente a través de la reina Tiy. Los peculiares rasgos físicos que aparecen tanto en Akhenatón como en Tutankhamón no se repiten en las familias precedentes de Amenofis y Tutmés, pero pueden distinguirse en algunos retratos de la reina Tiy, los de carácter más íntimo, distintos de los convencionales, cuyas peculiaridades físicas parecen haberse transmitido a Akhenatón. Así, pues, es posible que Tutankhamón les derivara del mismo origen y puede que fuese nieto de Tiy por una rama distinta de la oficial. Disponemos de una carta encontrada en la correspondencia escrita en cuneiforme hallada en El-Amarna, que parece-aclarar este punto de la aparente relación entre los dos reyes. Dice así:

De Dushratta (rey de Mittani, Alta Mesopotamia) a Napkhuria (Akhenatón, rey de Egipto).

«A Napkhuria, rey de Egipto, mi hermano, mi yerno, que me ama y a quien amo, así ha hablado Dushratta, el rey de Mittani, tu suegro, que te ama, tu hermano. Estoy bien de salud. Que tú lo estés también. A tus casas, (a) Teie, tu madre, señora de Egipto, (a) Tatukhepa, mi hija, tu esposa, a tus otras esposas, a tus hijos, a tus nobles, a tus carros, a tus caballos, a tus guerreros, a tu país y a todo lo que te pertenece, que todos gocen de un excelente estado de salud».[23]

A través de la historia de Egipto, con raras excepciones, como la de los descendientes de Ramsés II, los hijos reconocidos se limitan generalmente a los de la esposa principal, llamada «la Gran Esposa Real», que en el caso de Akhenatón serían los hijos de la Gran Esposa Real, Nefertiti. Por esta razón, sólo se mencionan en los monumentos los hijos de Nefertiti, todos hembras, y la referencia a las «otras esposas» de Akhenatón en la citada carta se ha interpretado hasta ahora como una suposición convencional por parte del rey Dushratta.

Sin embargo, a juzgar por el precedente de otros monarcas egipcios, hay motivos para creer que Akhenatón tenía otras esposas y que la frase «tus otras esposas» es algo más concreto que una suposición convencional. Además, en estas circunstancias uno no puede dejar de pensar que, a menos que haya pruebas de lo contrario -la evidencia negativa no es prueba definitiva- debe aceptarse esta versión, especialmente ya que sabemos que el reino de Mesopotamia había estado estrechamente vinculado con la casa real egipcia por matrimonio durante varias generaciones. Así, pues, como la reina Nefertiti no tenía ningún hijo varón, no es improbable que se eligiera como corregente a un hijo de un matrimonio secundario, a lo que seguiría imprescindiblemente su boda con la mayor de las hijas oficiales del rey.

La única explicación posible de esta clara afinidad entre los dos reyes parece ser, por el momento, que, o bien Tutankhamón era hijo de Akhenatón o nieto de la reina Tiy por una rama colateral.

El rey llevaba al cuello dos tipos de collares simbólicos y veinte amuletos agrupados en seis capas y entre ellas había muchos vendajes de lino. El cuello estaba cubierto con un «Collar de Horus», hecho con chapas de oro labrado, formando la primera capa. Se ataba al cuello por medio de un alambre de oro batido, con un herrete en forma de contrapeso en la parte posterior. Entre los diversos tipos de adorno personal egipcios, estos collares o gargantillas eran tal vez los más comunes y ciertamente predominantes. Sin embargo, es manifiesto que tenían un significado mucho más profundo que el de simple adorno personal, por el importante papel que representaron en esta tumba real, así como en las ceremonias fúnebres en general. Como se verá, en este caso y en muchos otros ejemplos llevaban en la parte posterior una especie de herrete llamado mankhet, que servía de contrapeso. Según las instrucciones dadas en los Textos de las Pirámides, los Textos de los Sarcófagos del Imperio Medio y en las instrucciones del Libro de los Muertos, del Imperio Nuevo, estos collares con herrete debían colocarse alrededor del cuello del muerto o sobre su pecho. Tenían que ser de materiales diversos y a base de distintas técnicas, una costumbre muy bien ilustrada en este enterramiento.

La segunda capa o grupo de objetos comprendía cuatro amuletos que colgaban del cuello por medio de alambres de oro. Estaban colocados alrededor del cuello en el orden siguiente, de derecha a izquierda: un Thet de jaspe rojo, un Ded de oro con inscripciones, un cetro Uaz de feldespato Verde y otro Ded de oro con incrustaciones de fayenza. Inmediatamente debajo de este grupo y formando la tercera capa había tres amuletos: a derecha e izquierda del cuello dos curiosos símbolos de oro en forma de hoja de palmera y entre ellos, colgando del mismo cordón, una serpiente Zt hecha de una fina lámina de oro labrado. La cuarta capa la componía un amuleto Thot de feldespato verde, una cabeza de serpiente de cornerina roja, un Horus de lapislázuli, un Anubis de feldespato verde y un cetro Uaz también de feldespato verde. Cada amuleto de este grupo colgaba del cuello por medio de un alambre de oro. Los de la quinta capa eran todos de laminitas de oro acanaladas. Eran ocho en total y colgaban de los vendajes del fuello por medio de cordones. Entre estos ocho símbolos había cuatro tipos distintos: una serpiente alada con cabeza humana, una cobra, una cobra doble y cinco buitres, distribuidos sobre el cuello, cada uno de ellos cubriendo parcialmente el anterior, con la serpiente alada de cabeza humana a la derecha y la cobra y el buitre Nekhbet a la izquierda. Los textos inscritos en sarcófagos que datan de épocas anteriores al Imperio Nuevo dan nombres distintos a cada uno de estos símbolos, aunque se subraya que deben colocarse «en la cabeza». Dos de los buitres parecen ser del tipo Mut (Gypsfuhus, Gm., el buitre guardián) y los otros tres del tipo Nekhbet. Su fragilidad demuestra que no se hicieron para usarlos en vida, sino que estaban hechos a propósito para el ajuar funerario. Debajo de estos símbolos había una especie de collar como el que usan los perros, formado por cuatro tiras de cuentas. Estaba atado a los últimos vendajes y formaba la sexta capa.

Esta profusión de amuletos y símbolos sagrados colocados al cuello del rey es extremadamente significativa, ya que sugiere el gran temor que se tenía por los peligros que el más allá presentaba para los muertos. Sin duda estaban destinados para protegerles de cualquier daño durante su viaje a la posteridad. La cantidad y cualidad de estos símbolos protectores dependerían naturalmente de su rango y posición, así como del afecto que por ellos sentían los que les sobrevivían. No está claro el verdadero significado de muchos de ellos, ni conocemos su nomenclatura exacta o los poderes que se les adjudicaban. Sin embargo, sabemos que se los colocaba allí para ayuda y guía de los muertos y que estaban hechos lo mejor y más ricamente posible.

De acuerdo con las instrucciones del Libro de los Muertos, el que llevase el Ded –símbolo de Osiris- puede «entrar en el reino de los muertos, comer la comida de Osiris y ser justificado». Este símbolo parece representar «firmeza», «estabilidad», «preservación» y «protección». El libro sagrado también afirma que debe ser de oro y debe colocarse al cuello del que se quiere proteger, permitiéndole con ello «entrar por las puertas de Amduat… levantarse como un alma perfecta en el más allá». El que lleve el símbolo Tbet, la faja de Isis, será protegido por Isis y Horus y será bienvenido con alegría al Reino de Osiris. El libro dice, además, que tiene que ser «de jaspe rojo» que es «la sangre, sortilegios y poder de Isis», un amuleto «para la protección de este poderoso, guardándole de hacer lo que le es odioso». El cetro Uaz, de feldespato verde, parece representar «verdor», «fertilidad» y la «juventud eterna» que se esperaba que el muerto alcanzase en el más allá. La cabeza de serpiente hecha de cornerina puede haber sido un talismán para la protección contra reptiles ofensivos, de los que se suponía que estaban infestados los túneles de Amduat.

También sabemos por el Libro de los Muertos que al colocar estos emblemas místicos sobre el muerto había que pronunciar «con voz solemne» las fórmulas mágicas asociadas a ellos. En el caso de los amuletos y símbolos hallados sobre el rey, había restos de un pequeño papiro con el ritual, escrito en jeroglífico lineal con trazos en blanco, pero demasiado estropeado y desintegrado para permitir su conservación, aunque de vez en cuando se podían distinguir con dificultad nombres de dioses, como el de Osiris y el de Isis. Por ello, me inclino a creer que este diminuto documento, desintegrado por completo, posiblemente contenía dichas fórmulas.

Los ornamentos de tipo místico y personal que aparecieron sobre el rey son tan numerosos que una detallada descripción de los mismos excedería los límites de este volumen. Sin embargo, intentaré exponer brevemente los hechos principales y señalar los rasgos más sobresalientes. Como ya hemos visto, todos tienen un significado concreto, siendo colocados raras veces, o nunca, sobre la momia por el mero efecto estético. En ellos encontramos muestras de gran ingenio. Los principios del arte ornamental y el simbolismo se han combinado con el resultado de alcanzar a la vez significado y belleza. Al estudiar los detalles vemos que no eran tan sólo burdas imitaciones de la naturaleza, sino objetos naturales, elegidos por su simbolismo y convertidos en ornamentos simétricos, apareciendo raramente objetos de tipo puramente geométrico.

Ya hemos mencionado los de la cabeza y el cuello. Pasemos, pues, a los objetos encontrados sobre el cuerpo y los brazos.

Sobre el tórax, o sea desde el cuello hasta el abdomen, había treinta y cinco objetos, dispuestos en diecisiete grupos que formaban trece capas, envueltos en un complicado sistema de vendajes que rodeaba todo el cuerpo.

El primero de estos grupos era una serie de cuatro collares de oro que se extendían muy por debajo de las clavículas, cubriendo los hombros, pero colgando del cuello por medio de un alambre y con el típico mankbet en la parte posterior. Cada collar estaba dispuesto de modo que cubriera parcialmente el anterior. El más sobresaliente, a la derecha, era en forma del buitre Nekhbet, con las alas extendidas; el segundo, a la izquierda, combinaba la serpiente Buto con el buitre Nekhbet; el tercero, aún más a la izquierda, sobre el hombro, representaba a la serpiente Buto sola, pero con las alas completamente extendidas; el cuarto y más lateral, ligeramente a la derecha del centro del pecho, tomaba la forma del collar del «Halcón»; se trata de un collar corriente de cuentas tubulares con las cabezas del «Halcón» como piezas de los hombros. Bajo estos distintos collares, que colgaban de un largo alambre de oro y llegaban hasta el ombligo, había un gran escarabeo de resina negra, montado sobre una furnia de oro y con incrustaciones en las alas hechas con vidrios de colores, en forma del pájaro Bennu. En la base del escarabeo estaba inscrito el texto de Bennu.

El Bennu es un pájaro de la familia de la garza real o árdeas y, según numerosos dibujos en color que conocemos, tal vez la Árdea cinérea (Linn.) o garza común. Este pájaro, a menudo identificado con el corazón, es una de las formas que toma el muerto cuando «se presenta como un ser viviente después de la muerte». También se lo relaciona con el dios-sol. A través de algunas representaciones incorrectas se le podría tomar por una de las especies nocturnas de la garza, pero puesto que el Libro de los Muertos dice en el capítulo XIII: «Entré como un Halcón y salí como Bennu al amanecer», no puede haber duda de que se refiere a la garza común, que es uno de los pájaros que sale más temprano a volar.

Junto a este pobre sustituto del conocido escarabeo del corazón había un gran pectoral-halcón-collar hecho de láminas de oro labrado. La parte principal cubría toda la parte inferior del tórax y sus alas se extendían hacia arriba por debajo de los sobacos. En los textos que se refieren al mundo de ultratumba se le llama «Collar de Horus», pero cualesquiera que fuesen sus poderes, bajo el punto de vista estético es muy inferior a un magnífico collar de forma parecida encontrado inmediatamente debajo de éste y colocado casi exactamente igual. Se trataba de un pectoral-cellar de Horus hecho de placas de oro con incrustaciones, trabajadas con la técnica del doisonné. Esta hermosa pieza de orfebrería constituye el primero de una serie de tres collares similares; como los otros dos estaban tan sólo unas pocas capas más abajo, los describiré juntos a su debido tiempo. Sobre este collar trabajado en doisonné había una simple hoja de papiro, y más abajo, en el centro del tórax, otro collar de «halcón», de láminas de oro labrado, como el que había en el primer grupo sobre los hombros y la parte alta del pecho. Paralelos a los brazos y a cada lado de éste había un amuleto de oro en forma de nudo, de significado desconocido. A derecha e izquierda de la parte baja del tórax había tres amuletos de oro en forma de ajorca: dos de ellos tenían grandes cuentas en forma de rodillo, de lapislázuli y cornerina, respectivamente; el tercero era un emblema de hierro en forma de Ojo-de-Horus, constituyendo el segundo ejemplo de este raro, importante y, me atrevería a decir, histórico metal, que encontramos sobre el rey. En la almohadilla Urs, aparecida cerca de la cabeza del rey, este brazalete Uzat y, en un tercer caso, que aún no he descrito, mucho más importante, tenemos la primera prueba decisiva de la introducción del hierro, este metal tan importante, en Egipto, un metal cuyas propiedades, como ha manifestado Ruskin, desempeñan y han desempeñado un papel de mucha importancia «en la naturaleza, en la política y en el arte».

Sacando algunas capas más de vendajes llegamos a la octava capa, que consistía en un gran pectoral-collar de la serpiente Buto, también de oro labrado. Cubría toda la parte inferior del tórax, con las enormes alas extendidas sobre los hombros y con las puntas de las plumas de vuelo torcidas alrededor de las vendas del cuello. Al igual que los otros collares de este tipo, tenía el típico herrete o mankhet atado con un alambre a la parte posterior. Esta última pieza era la postrera de una serie de ocho collares de metal encontrados sobre el cuello y pecho del rey, todos ellos evidentemente amuletos destinados a una inercia eterna. Escondidos debajo de él, con tan sólo una hoja de papiro entre ellos, había dos magníficos collares o pectorales, uno sobre el otro, de elaboración completamente distinta. Tenían la forma de las dos diosas Nekhbet y Buto, y estaban hechos de numerosas placas de oro trabajadas en doisonné, como el «Collar de Horus» ya mencionado.

Estos pectorales o, para darles su nombre correcto, el Collar de Horus, el Collar de Nekhbet y el Collar de Nebti (o sea, Nekhbet y Buto) merecen especial atención por el modo en que están hechos. Cada uno se compone de muchas placas de oro sueltas, cinceladas en el reverso y con minúsculas incrustaciones de vidrios opacos de colores, a modo de doisonné, en el anverso. El vidrio imita la turquesa, el jaspe rojo y el lapislázuli. El Collar de Horus se compone de treinta y ocho-placas, el de Nekhbet de doscientas cincuenta y seis piezas y el de Nebti de ciento setenta y una. Cada placa es fundamentalmente similar en técnica, difiriendo tan sólo en modificaciones en cuanto a la forma y color, de acuerdo con las plumas del «territorio» del ala al que pertenecen o también según la pluma o parte de la pluma que representan. Estas placas se dividen en grupos que forman los principales «territorios» del ala, esto es, las primarias, secundarias, cubiertas, cubiertas menores y la llamada «ala bastarda». Cada placa de doisonné del grupo o «territorio» tenía minúsculos ojetes en los márgenes superior e inferior a través de los cuales se unían una a otra por medio de orlas de cuentas. Las alas así sostenidas formaban un collar de gran belleza y complejidad, a la vez que flexible.

Llegamos ahora a la undécima y duodécima capas de objetos que comprendían una serie de joyas más personales. Sobre la parte alta del pecho y colgando del cuello por medio de tiras flexibles de oro y lapislázuli había un pequeño pectoral que representaba un buitre sentado. Esta exquisita joya, tal vez la mejor de las encontradas sobre el rey, con incrustaciones de vidrio verde, lapislázuli y cornerina, es casi seguro que se consideraba como un símbolo de la diosa del Sur, Nekhbet de El Kab, ya que las características de esta ave, tan bellamente representadas en esta pieza, son evidentemente las del "buitre sociable y son idénticas a las del buitre-insignia del Alto Egipto de la diadema. El broche del cordón tiene forma de dos halcones en miniatura, pero aún más encantador es el minúsculo pectoral que representa el emblema del rey, bellamente labrado en el reverso de este mismo pectoral, trabajado en altorrelieve como una especie de quid pro quo alrededor del cuello de la diosa-ave. Un poco más abajo del pecho de la momia había otro pectoral en forma de tres escarabeos de lapislázuli que sostenían el símbolo de los cielos, los discos del sol y la luna. Sus patas posteriores servían de base a los emblemas de soberanía Neb sobre una barra horizontal de la que colgaban margaritas y flores de loto.

En este caso es indudable que los escarabajos guardan una misteriosa relación con los discos del sol y la luna que sostienen en sus patas delanteras.

La asociación del escarabeo con el disco aparece a menudo en los textos religiosos. Seguramente el disco lunar -en este caso el viejo astro sale del cuarto creciente -simboliza al dios Thot, que personifica a la luna. Ambos discos fueron en gran parte la fuente original de la mitología egipcia y cualquiera que fuese la principal adoración religiosa del momento para aquellas antiguas gentes, el sol era siempre el principal, detrás de cualquier velo o culto, no sólo para los vivos, sino también para los muertos. El capítulo XV del Libro de los Muertos dice: «¡Oh, tú, Astro Radiante, que te levantas cada día del horizonte! ¡Brilla sobre el rostro de Osiris (el muerto), que te adorna al amanecer y se propicia contigo en el Ocaso!».

En estas piezas de orfebrería personal encontramos el estilo culminante del arte ornamental de la Dinastía XVIII, es decir, formas naturales que se asocian al simbolismo para satisfacer y atraer. En este caso, y en otros que vendrán más adelante, la elaboración de las figuras de los escarabajos es notable. Aunque el trazado es convencional, cada detalle esencial del insecto está fielmente retratado, mostrando sus rasgos más sobresalientes: el protórax córneo y los élitros (fundas de las alas) tienen un énfasis deliberado; el clypeus, o escudo que forma el borde de la ancha y llana cabeza, tiene tallados los dientes angulares dispuestos en semicírculo y, al igual que las cuatro patas traseras, largas y delgadas, está tallado a bulto redondo; el último par, ligeramente curvo, termina con su aguda tenaza. Incluso se muestran las articulaciones de la parte ventral de este famoso escarabajo pelotero, indicando sus diferentes funciones.

Inmediatamente debajo, detrás de ligeros vendajes, había tres pectorales más, uno colocado sobre el centro del tórax y los otros dos a cada lado, aunque a un nivel ligeramente más bajo. Los dos de los extremos colgaban del cuello por medio de cadenas de oro terminadas en flores de loto, cuentas de cornerina y colgantes en forma de corazón en la espalda, debajo del cogote. El pectoral central, que también colgaba del cuello, tenía en los extremos de su collar de tres vueltas, hecho de oro y fayenza, un pequeño broche en forma de pectoral con los símbolos Ded y Thet. El pectoral de la derecha era de oro y tenía forma de halcón-sol, con una curiosa piedra verde en el centro. El de la izquierda, también de oro y con brillantes incrustaciones, estaba dispuesto al parecer en forma de juego de palabras acerca del nombre del rey. Se componía de un escarabeo alado que sostenía en sus patas delanteras el disco lunar y un cuarto creciente y en las patas posteriores los denominativos plurales y el signo de las festividades heh. Así, pues, se lee «Kheperuhebaah» en lugar de «Kheperunebre». El pectoral central, un ojo uzat, con la serpiente Buto en el anverso y el buitre Nekhbet en el reverso, tenía el reverso hecho de oro finamente labrado y con incrustaciones de lapislázuli y una piedra de color verde claro no identificada, que recuerda un poco el epídoto. Todos estos pectorales muestran trazas de desgaste, como si hubieran sido usados en vida del difunto y son, sin duda, ornamentos personales.

Los colgantes en forma de corazón hechos de cornerina montada sobre oro y con minúsculas incrustaciones con el nombre del rey, recuerdan el capítulo del Libro de los Muertos que habla del corazón «de cornerina», donde se dice: «Se concede al alma de Osiris (el muerto) regresar a la tierra para hacer lo que le plazca». Por la posición de estos últimos tres pectorales -el del ojo en el centro, el del astro solar a la derecha y el del disco lunar a la izquierda- es tentador relacionarlos con el «Par de ojos» considerados como el Sol y la Luna atribuidos a Osiris, así como a Ra y otras deidades: «Su ojo derecho es el Sol y su izquierdo la Luna». También debo mencionar aquí que el disco lunar que aparece en las joyas de esta tumba es siempre de una aleación de oro y plata, en contraste con el disco solar, que tiene una aleación de oro y cobre.

Bajo estos cinco pectorales había la última capa, junto al cuerpo, aunque no en contacto directo con éste, ya que había un grueso de vendas debajo, carbonizadas y casi pulverizadas. Esta última capa consistía en un complicado collar de diminutas cuentas de vidrio azul y oro, pasadas a la manera de una estera de cuentas y con toda la apariencia de un babero. Su diseño era tal que las cuentas de oro entre las cuentas de vidrio azul formaban zigzags amarillos u olas de agua sobre un fondo azul. Tenía unos broches flexibles de oro en forma de halcón que iban sobre los hombros, un reborde de lentejuelas de oro y un margen formado por colgantes en forma de gotas de oro.

En los vendajes del tórax y del abdomen había dos grupos de anillos, cinco sobre la muñeca de la mano derecha y ocho junto a la muñeca de la mano izquierda. Eran de oro macizo, lapislázuli, calcedonia blancuzca y verde, turquesa y uno de resina negra. En la mayoría, incluso cuando en el sello había la figura del rey o sus insignias, se había grabado su nombre en uno de los lados del aro del anillo o en el reverso del sello, un detalle por el que estos anillos pueden identificarse como propiedad personal del faraón, antecedente de la moderna «marca registrada».

Antes de mencionar los diversos objetos que estaban colocados sobre el abdomen describiré los brazos, antebrazos y manos que, aunque incluidos entre los vendajes del cuerpo, habían sido envueltos previamente por separado. Los antebrazos estaban doblados sobre la parte alta del abdomen con el izquierdo ligeramente más alto que el derecho. La mano derecha estaba sobre el muslo izquierdo y la mano izquierda tocaba la parte inferior del lado derecho del tórax. En los vendajes de los brazos había dos pequeñas ajorcas que se rompieron con la tela estropeada durante nuestro reconocimiento de la momia, pero por el lugar donde cayeron a cada lado puede deducirse que habían sido colocadas justo encima de los codos. La del brazo derecho era un brazalete de grueso alambre de oro con una gran cuenta verde, de burda talla y seis ojos uzat de diversos materiales, finamente labrados. La del brazo izquierdo era pequeña, con una juntura flexible disimulada debajo de tres cuentas y en el punto opuesto del círculo, un pájaro Ment exquisitamente tallado en cornerina. Este pájaro Ment, con el disco solar bajo la rabadilla, probablemente representa una de las transformaciones míticas del dios-sol mencionadas en el Libro de los Muertos, especialmente en el capítulo LXXXVI, «por medio de lo cual se toma la forma de un vencejo». No hay duda de que este pájaro Ment es de la familia de los vencejos (Cypselideas), aunque en estos textos religiosos a menudo se lo confunde con el pájaro wr, de la familia de las golondrinas y oncejos (Hi-mndinideas), pero en ningún caso puede pertenecer al género de las palomas y los pichones (Columbideas), como se ha escrito. Aunque no se diferencia mucho del pequeño vencejo gris (Cypsellm parvus, Licht.) de las provincias del sur de Egipto, con toda probabilidad se quería representar al vencejo común egipcio (Cypsellmpallidus, Shelley). El rasgo característico del vencejo egipcio es que tiene su morada en grandes colonias en los riscos del interior de las colinas que bordean la llanura del desierto desde donde bajan al Valle del Nilo a primera hora de la mañana para regresar a última hora de la tarde. A causa de los gritos que emite cuando sale y de las notas aún más agudas que produce cuando regresa, puede que los antiguos egipcios lo conectaran con la transformación del dios-sol o con las almas de los desaparecidos que venían de día con el sol y regresaban por la noche. Dicho capítulo dice: «Yo soy el pájaro Ment…», y al final: «Si conoce este capítulo, él volverá a entrar después de salir durante el día».

Ambos antebrazos quedaban ocultos desde el codo hasta la muñeca por magníficos brazaletes, siete en el derecho y seis en el izquierdo. Se componían de complicados escarabeos, granulado de oro, placas de cornerina calada y valiosas piezas de oro y electro. Algunos tenían bandas flexibles hechas de cuentas, otros de complicados motivos geométricos y florales con incrustaciones de piedras semipreciosas y vidrios de colores. Su diámetro demuestra que el brazo era pequeño. Ninguno era de carácter funerario, sino que evidentemente eran ornamentos personales que habían sido llevados en vida del difunto.

Cada uno de los dedos estaba envuelto en finas vendas de lino y recubierto con una funda de oro. Los dedos segundo y tercero de la mano izquierda llevaban anillos de oro. En el sello de uno de ellos se veía la barca lunar sobre fondo azul oscuro; en el sello del otro, el del segundo dedo, el rey, de rodillas, ofrecía la imagen de la Verdad, con el diseño labrado al entalle.

Llegamos ahora al abdomen, sobre el cual, en un número similar de capas, había diez objetos que describiré en el orden en que se encontraron, empezando por las capas superiores. A la izquierda, entre los vendajes exteriores, había un curioso amuleto en forma de Y hecho de láminas de oro y una placa oval del mismo metal, colocados uno encima del otro. No sabemos el significado del amuleto en forma de Y. En los Textos de los Sarcófagos del Imperio Medio se menciona un objeto similar con el nombre de abt o abet, que parece darle categoría de bastón de mando, pero como este símbolo forma parte del determinativo jeroglífico mnkh que significa tela o lino, parece más probable que se refiera a los vendajes o a la envoltura de la momia, tanto más ya que el segundo objeto -la placa metálica oval encontrada con él- está relacionado con la incisión hecha en el lado izquierdo de la momia, por donde los embalsamadores sacaban los órganos internos para su ulterior preservación, destinándose la placa a cubrir dicha incisión. El objeto siguiente era un símbolo de oro en forma de T, parecido a la T cuadrada del delineante. Iba colocado entre los vendajes, sobre el lado izquierdo del abdomen y se extendía sobre la parte superior del muslo izquierdo. Según mis conocimientos, no tiene paralelo y es de significado desconocido. Alrededor de la cintura había una estrecha faja de oro labrado cuyos extremos colgaban hasta la cadera. A esta faja pertenecían probablemente un faldellín ceremonial y una daga encontrados sobre los muslos, cuya descripción daremos más adelante. Luego había un simple collar de fayenza azul hecho de minúsculas cuentas, colocado entre los vendajes sobre el lado izquierdo del abdomen, desde el ombligo hasta el pubis. Las hombreras de este collar eran semicirculares, pero su nombre característico es difícil de identificar en los textos pintados en los sarcófagos del Imperio Medio dedicados a collares. Aunque es de fayenza azul oscuro puede que con él se quisiera reemplazar el «Collar de Lapislázuli» que, al parecer, puede tener hombreras redondas o en forma de cabeza de halcón. En el centro del abdomen había una anilla de oro, como un brazalete o ajorca, con incrustaciones de vidrios de colores opacos. Pertenece a una serie de ocho anillas parecidas (cuatro pares), variando tan sólo en cuanto a las incrustaciones, que aparecieron en otras partes de la momia, especialmente en la zona que va desde los muslos hasta las rodillas. Su carácter era puramente funerario.

Sacando con cuidado estos objetos que estaban sobre el abdomen y unas pocas capas de vendas, muy estropeadas, encontramos otro cinturón o faja de oro labrado. Debajo de ella, en posición oblicua, había una interesante y hermosa daga, digna de admiración. La empuñadura estaba a la derecha del abdomen y la punta de la vaina caía sobre la parte alta del muslo izquierdo. Estaba decorada con un granulado de brillante oro amarillo rodeado de bandas de piedras semipreciosas y vidrios engastados al cloisonné alternativamente, culminando en la empuñadura con una valiosa cadena volutada, bordeada por un motivo en forma de cuerda hecho de alambre de oro. En contraste con la decoración de esta empuñadura, la hoja de la daga, de oro de especial dureza, era de formas simples y bellas. Su superficie era lisa, a excepción de unas profundas ranuras que descendían por el centro, convergiendo en un punto, rematadas por un motivo de palmetas finamente grabadas debajo de una estrecha faja con un motivo geométrico ligeramente arcaizante. La hoja estaba protegida por una valiosa vaina de oro con ornamentaciones. En el anverso había un friso de palmetas y el resto estaba recubierto con un motivo de plumas en cloisonné rematado en la parte baja por la cabeza de un chacal cincelada en oro. El dibujo del reverso era más interesante en muchos aspectos. Tenía cincelada en su superficie de oro una escena con animales salvajes de interés extraordinario que sugería que la daga estaba destinada a la caza. Los motivos ornamentales nos presentaban a un joven íbice macho atacado por un león debajo de un friso con inscripciones y motivos de volutas. También se veía un ternero macho al galope con un podenco slughi sobre la espalda, mordiéndole la cola. Un leopardo con la cola anudada, tras saltar sobre el hombro de un íbice macho, le maltrataba el cuello mientras un león atacaba al mismo antílope por debajo. Más abajo se veía a un toro joven perseguido por un podenco y finalmente a un ternero en plena huida. Entre estos animales exquisitamente retratados había varias plantas tratadas al estilo convencional. La escena culminaba en la parte baja con un complicado motivo floral que, al igual que todo el esquema decorativo de la daga y la vaina, sugería una semejanza con el arte del Egeo o de las islas del Mediterráneo.

Sin embargo, tanto el carácter de los jeroglíficos con los símbolos del rey sobre la empuñadura y la breve leyenda «el Buen Dios, Señor del Valor, Kheperunebre» (Tutankhamón), que había sobre el friso de la vaina, así como el tratamiento general de los detalles y de los animales, en un conjunto pintoresco y ornamental, bastan para demostrar que esta admirable pieza de artesanía es obra de un egipcio y no de un extranjero, cualquiera que sea la influencia que refleje. En este breve estudio puede bastarnos con decir que aquellas islas, gobernadas por los egipcios en el siglo XV a.C. y llamadas por ellos «las-islas-en-medio-del-mar», formaban el eslabón entre el arte del Nilo, el de Asia Menor y el de las civilizaciones europeas.

La faja en que se ajustaba la daga era de tipo similar al primer ejemplar ya mencionado, salvo por el diseño labrado en ella. Tenía en la parte delantera una hebilla o chapa para inscripciones, grabada con el nombre del rey; de ella colgaba una especie de faldellín compuesto por veinte tiras de cuentas diferentes, hechas de fayenza y vidrio e intercaladas con separadores o ataduras de oro. Muchas de las cuentas habían caído al corromperse los hilos, pero puede reconstruirse su distribución por medio de las fotografías que tomamos entonces. En el centro de la parte posterior de las dos fajas había unas protuberancias cilíndricas que servían para enganchar en ellas las colas ceremoniales como las que aparecen dibujadas en los monumentos colgando del cinturón de los reyes y que, en este caso, aparecieron debajo de la momia, extendidas entre las piernas. Por desgracia, al ser los objetos que estaban más abajo en el féretro, estas interesantes colas rituales sufrieron grandes daños al quedar empotradas, como un fósil en su matriz, en la gruesa capa de ungüentos endurecidos que se derramó sobre la momia. Hubo que sacarlas con martillo y cincel y como estaban hechas de cuentas -una de ellas era de una prieta malla de diminutas cuentas de fayenza, tejida sobre un forro de fibras- su restauración será una difícil tarea. Parecen ser muy similares a las encontradas por Mace y Winlock (The Tomb of Senebtisi, pp. 70 y ss.), aunque en este caso tanto las fajas como los faldellines y las colas parecen haber sido hechos como objetos funerarios tan sólo, aunque sin duda serían copias de las usadas en vida del difunto para ocasiones ceremoniales.

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