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La tumba de Tutankhamon, de Howard Carter (página 12)



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Las estatuillas mismas estaban bellamente talladas en una madera dura recubierta con yeso y finas láminas de oro. Sus ojos estaban incrustados con obsidiana, calcita, bronce y vidrio; los detalles de sus tocados, collares y vestidos, estaban cuidadosamente labrados. Las insignias de las coronas y los emblemas en las manos de las figuras del rey estaban hechas de bronce recubierto con finas láminas de oro mientras que cada estatuilla, tanto del rey como de los dioses, iba sobre un pedestal oblongo barnizado con resina negra. Los dioses tenían sus nombres pintados en amarillo sobre los pedestales y sus figuras demuestran todo el encanto del arte de la Dinastía XVIII. Las figurillas del rey están esculpidas con realismo y algunas muestran semejanza física con Akhenatón.

Si incluimos las dos existentes en la antecámara, había un total de treinta y cuatro: veintisiete de divinidades y siete del rey. No sabemos el significado exacto de la presencia de esta serie de figuras en la tumba. Tal vez algunas, si no todas las deidades, forman la «Enéada Divina que está en la Duat» (el más allá) o tal vez representan los nueve dioses del tribunal divino o sínodo de los dioses que se asociaba a la lucha entre Horus y Seth, ya que dos de las estatuillas del rey pertenecen evidentemente a dicho mito, mientras que las demás parecen representarle en varias formas de su existencia futura para demostrar que «no murió por segunda vez en el mundo de ultratumba».

Las figuras de los dioses incluyen el dios-sol, Atum; Shu, el dios de la atmósfera; el dios de la tierra, Geb; las diosas Isis y Neftis; Horus el Viejo; Horus en la capilla; Ptah, el dios patrón de Egipto; Sekhmet, la leona diosa de la guerra; Tatenen (?), una forma distinta de Ptah; Khepre, considerado como una forma del dios-sol; Mamu, Sent y Tata; los hijos de Horus, Imsety, Hepy, Duamutef (las últimas dos figuras son dudosas) y Qebehsnewef; Menkaret, que sostiene al rey sobre su cabeza; dos estandartes de Seshet, la diosa de la escritura; el halcón, estandarte de Spedu; el halcón, estandarte de Gemeshu; una divinidad en forma de serpiente llamada Neterankh; todos los que aman al rey y dos músicos Ihy.

Las únicas figuras negras (es decir, cubiertas con resina negra), tan numerosas en anteriores tumbas reales de esta dinastía, eran los dos músicos Ihy, representados como Horus niño. No tienen inscripciones, pero en la mano derecha, extendida, llevan el emblema de oro de Hathor y tal vez puedan identificarse como los músicos Ihy de Hathor en el mundo de ultratumba que adoraban a dicha diosa y el nombre de su hijo. En el Libro de los Muertos se menciona a este Ihy en conexión con las «Confesiones negativas», que en número de cuarenta y dos se pronuncian al llegar a la Sala de Justicia a fin de que el muerto se libre de sus pecados y «pueda contemplar el rostro de los dioses». En una escena de una tumba de la necrópolis de Meir y en la de Amenemheb en Tebas pueden verse paralelos de estas dos figuras. En ellas los músicos Ihy acompañan a los músicos femeninos en el festival de Hathor, al parecer en conexión con los muertos.

Otro grupo representa al rey en forma osiríaca, sostenido por encima de la cabeza del dios o la diosa Menkaret. El rey está representado como Osiris y lleva la corona del Bajo Egipto. La mortaja, muy ceñida, cubre sus brazos, manos, cuerpo, piernas y pies. La divinidad, Menkaret, parece levantarle para que salude al dios-sol. Bajo tal grupo se ve el símbolo de este antiguo pueblo, que vivía bajo la influencia de una inocente forma de superstición, la adoración del astro luminoso que para ellos simbolizaba el poder y la beneficencia del Señor del Universo.

Las estatuillas del rey demuestran la influencia de la escuela de El Amarna. En el modelado de estas figuras, incluso en las de tipo tradicional, hay un sentimiento directo y espontáneo por la naturaleza. Dicho sentimiento va más allá de las formalizaciones convencionales aprendidas rutinariamente; demuestran energía y gracia y en ellas lo divino y lo humano se han puesto en contacto directo. Dos de ellas representan al joven faraón con el pie izquierdo adelantado y llevando la corona del Bajo Egipto, el collar Hsekh con mankhet, el faldellín plisado shendyt y sandalias. En una de ellas lleva en la mano izquierda el báculo curvado o awt y el flagellum en la derecha. En otra, en lugar del báculo curvo se apoya en un bastón recto. En una tercera figura, algo mayor, el rey lleva también el báculo awt en la mano izquierda y en la derecha un flagelo, pero en ésta la corona que lleva es la del Alto Egipto. Otro par de estatuillas representa al rey sobre unos flotadores de papiro y parecen simbolizar una persecución mítica, la de Tutankhamón representado como Horus en forma de guerrero, matando al hipopótamo, un animal-monstruo, en las marismas. Estas dos figuras, exactas, son notables por el vigor y la viveza que reflejan. El rey está arrojando una jabalina y lleva la corona del Bajo Egipto mientras que en su mano izquierda sostiene el rollo de cuerda que normalmente se usa con la jabalina o el arpón.

Por el mito de Horus, según aparece esculpido en las paredes del templo de Edfú, obtenemos información acerca del significado de estas dos figuras. Al parecer el dios tomó la forma de un joven de estatura y físico sobrehumanos que llevaba una jabalina de 20 codos de longitud (18 pulgadas o 45,72 cm.), con una cadena de más de 60 codos, como si fuera una caña. Horus arrojó su poderosa arma y alcanzó a Seth, el gran hipopótamo, quien se escondió en el agua para destruirle a él y a sus seguidores cuando llegara la tormenta que había de hundir los botes. De este modo Horus, el vengador, venció al abominable enemigo de Osiris. Sin embargo, por el mito sabemos que la gran batalla aún no ha tenido lugar, pero que Horus destruirá a Seth cuando Osiris y los dioses reinen de nuevo sobre la tierra. Un fragmento del relato de «las Contiendas entre Horus y Seth», aparecido en un papiro descubierto recientemente y que data del reinado de Ramsés V, aclara aún más esta representación del rey como Horus con sus atributos divinos: «Así pues fueron con sus barcos a presencia de los Nueve, después de lo cual el barco de Seth se hundió en el agua. Y Seth se convirtió en hipopótamo e hizo que el barco de Horus se fuera a pique. Después de lo cual Horus tomó su arpón y lo arrojó contra el divino Seth».[25] También es interesante observar que en una época muy posterior, en el período helenístico de Egipto, encontramos a Horus representado como un guerrero a caballo y atacando a su enemigo el cocodrilo con una lanza, imagen muy parecida a la de San Jorge y el dragón de la época cristiana del que tal vez sea el prototipo. La frágil balsa de cañas en la que va el rey está pintada de verde, con cálices y cintas decoradas en la proa y la popa. Tales balsas estaban al parecer hechas de montones de papiros o de cañas corrientes atadas, un tipo de embarcación muy primitiva que se usaba para cazar en las marismas y para cruzar las aguas tanto en épocas antiguas como por las gentes de hoy día en las crecidas del Nilo.

Tal vez aún más misteriosas son las dos figuras que representan al rey a lomos de leopardos. En ambos casos Tutankhamón lleva la Corona Blanca del Alto Egipto, el faldellín shendyt y sandalias, sosteniendo en sus manos el báculo con umbela y el flagelo. Se yergue sobre un pedestal que va sobre el lomo de un leopardo que tiene las líneas de la cara y la parte interna de sus pectinadas orejas hechas de oro. Fragmentos de figuras similares aparecidos en las tumbas de los monarcas precedentes de la Dinastía XVIII demuestran claramente que estas extraordinarias figuras son corrientes en el ajuar funerario de los faraones, pero aún no hemos podido averiguar su verdadero significado. Los leopardos están en actitud de marcha y por ello sugieren movimiento, como si el rey se dispusiera a entrar o salir del más allá.

También había una flotilla de embarcaciones en miniatura. Sobre los veintidós cofres negros en forma de capilla que albergaban las estatuillas había catorce de ellas; delante del granero en miniatura situado frente a los cofres había una con todos los aparejos; en la esquina noroeste iba otra, completamente equipada, y había dos más en el lado norte de la habitación. Las del lado sur tenían la proa dirigida hacia el oeste. Dos de las del lado norte de la habitación habían sido derribadas por los ladrones. El resto del grupo apareció en el anexo y desgraciadamente estaban casi destruidas por completo, debido a los malos tratos que habían recibido a manos de los ladrones.

Entre estas embarcaciones encontramos algunas para seguir el curso del sol y canoas para cazar hipopótamos y las aves del más allá, simbolizando los pasatiempos míticos de Horus en las marismas; barcos para hacer el peregrinaje de ida y vuelta a Abydos y embarcaciones para independizar al muerto de los favores de los «barqueros celestiales», para alcanzar «los campos de los bienaventurados» que estaban rodeados de aguas turbulentas, difíciles de cruzar. Al parecer algunos esperaban atravesarlas con la ayuda de los pájaros divinos, el halcón de Horus y el ibis de Thot; otros pedían a los espíritus celestiales Imsety, Hepy, Duamutef y Qebehsnewef que les trajeran una barca y otros se dirigían al mismo dios-sol y le pedían que los llevara en su barco. Pero en nuestro caso, gracias al poder mítico inherente en estas reproducciones, el rey se había hecho independiente de tales favores.

Las miniaturas están hechas de planchas de madera , unidas con clavos y modeladas y alisadas con la azuela. Están pintadas y doradas y en algunos casos profusamente decoradas con brillantes adornos. A excepción de una reproducción de una canoa de caña, todas parecen representar barcos del tipo de una carabela, con entabladuras lisas o sea con planchas o tablones de madera colocados uno al lado del otro, presentado una superficie lisa, unida por medio de cuñas, sin cuadernas, estando los lados unidos por medio de bancos de remeros y de tablas cruzadas que ensamblan los costados; las piezas laterales van unidas al tajamar de proa a popa. El equipo para el gobierno de la embarcación consiste en dos grandes remos que van sobre dos buzardas y en vigas cruzadas que cuelgan frente al puente de popa.

Las cuatro embarcaciones para seguir el curso del sol (dos grandes y dos pequeñas) son de tipo ligero, posiblemente derivadas del primitivo barco de cañas. El fondo es curvo y ligeramente aplastado bajo la proa y la popa. Sus dos extremos se levantan gradualmente en una fina curva y el mástil termina en un poste en forma de papiro mientras que el palo de popa es curvado, culminando en un pilar, también en forma de papiro; de hecho en su aspecto general le recuerdan a uno la góndola veneciana. En el centro se levanta el trono de oro del pasajero real al que en las embarcaciones más grandes se llama «Amado de Osiris» y «Amado de Sokar» y en las pequeñas, «Semejante a Ra» y «Dador de Vida». Así el muerto viaja en compañía de Ra, el dios-sol, durante el día por encima del océano celeste y por la noche a través de los reinos de Osiris.

«Durante el día (dice el profesor Maspero) el Alma pura no corría ningún peligro serio; pero por la noche, cuando las aguas eternas que fluyen a lo largo de la bóveda del cielo se precipitan en vastas cascadas hacia el oeste y son engullidas en las entrañas de la tierra, el Alma sigue a la barca del sol y a su escolta de dioses luminosos hasta un mundo inferior, repleto de emboscadas y peligros. Durante doce horas este escuadrón de dioses desfila a través de corredores largos y oscuros donde numerosos genios, algunos hostiles, otros amistosos, unas veces se esfuerzan en impedirles el paso y otras les ayudan a superar las dificultades del camino. De vez en cuando había grandes puertas, cada una guardada por una enorme serpiente, que llevaban a una sala inmensa de llamas y fuego, poblada de monstruos terribles y por verdugos cuyo oficio era torturar a los condenados. Luego venían más corredores oscuros y estrechos, más caminar a ciegas en la oscuridad, más luchas contra genios malévolos y de nuevo la alegre bienvenida de los dioses benévolos. A medianoche empezaba el camino ascendente hacia las regiones del Este de la tierra; y por la mañana, tras alcanzar los confines de la Tierra de la Oscuridad, el sol emergía del este para alumbrar un nuevo día.»

Las dos embarcaciones para cruzar las aguas celestiales se parecen mucho a éstas, pero en ellas el tajamar y la popa se curvan hacia dentro: ambos extremos sobresalen del agua formando una bella curva, inclinándose hacia atrás y culminando en el típico papiro aparasolado. El bao es ancho y parecen capaces de navegar por aguas poco profundas con un calado mínimo y el máximo peso. Se dice que los dioses de los cuatro puntos cardinales concedieron cuatro embarcaciones de este tipo, conocidas como «sekhen», para la ascensión de Osiris al cielo. Tanto las barcas para seguir el curso del dios-sol como éstas, para llegar a la tierra de los bienaventurados, eran empujadas o llevadas por agentes sobrenaturales, ya que se las destinaba a un servicio divino y, por lo tanto, no requerían velamen ni remos.

La canoa dedicada a los pasatiempos míticos de Horus es una reproducción de un tipo de embarcación muy primitivo, ya que por sus detalles vemos que estaba hecha de haces de tallos de papiro atados a intervalos hasta darles la forma de canoa. La proa y la popa son ligeramente curvadas y terminan en los convencionales papiros en forma de parasol. Aunque la primitiva balsa de la que proviene esta embarcación no se encuentra hoy día en Egipto propiamente, todavía sobrevive en Nubia y en el curso alto del Nilo. En las pinturas murales de las tumbas-capilla de los particulares pertenecientes a los Imperios Antiguo y Medio aparece un tipo de embarcación de cañas parecido a esta reproducción en todas las escenas de caza de aves, pesca y práctica del arpón, así como en las del Imperio Nuevo, en las que se les llama barcos wsekhet. Mi opinión es que tales escenas son tan míticas como los pasatiempos de Horus. Sin embargo, «Plutarco nos cuenta que el hipopótamo era un animal Tyfoneo, por lo que la caza del hipopótamo lógicamente evocaría el recuerdo de la lucha entre Horus y Seth».[26]

Cuatro barcos de esta serie de embarcaciones funerarias tienen un palo mayor, aparejos y vela cuadrada. En medio del puente había una cabina profusamente decorada y en el castillo de proa y puente de popa se alzaban doseles dorados. Aunque estos barcos tienen el típico tajamar puntiagudo y la proa en forma de cola de pez, le recuerdan a uno los «nagga» que todavía van y vienen por el Nilo en Nubia, construidos con tablones de madera de acacia y sostenidos por clavos en forma de cuña en la parte interior, y que sin duda descienden directamente de estas antiguas embarcaciones. Los otros siete barcos de esta serie no tienen velamen ni remos, pero también parecen ser reproducciones de barcos construidos al estilo de las carabelas. Las piezas de la roda y la popa se curvan hacia arriba, culminando en una brusca escotadura. Sobre el castillo de proa y el puente de popa hay un camarote con tejado a dos vertientes, profusamente decorado y con puertas y ventanas. Sin duda este último grupo se destinaba al peregrinaje a Abydos, el lugar sagrado, donde el rey muerto interpretaría algún papel en conexión con las ceremonias funerarias en honor de Osiris. Al hacerle disfrutar de unos ritos semejantes, se le identificaba con el gran dios de los muertos; asimismo el rey, al seguir el curso del sol, se identificaba también con el dios-sol. No sabemos si la procesión río arriba tenía realmente lugar ni si correspondía a un hecho cierto, ya que, si efectivamente ocurría, ¿por qué se colocaban estas reproducciones en la tumba?

Tal vez uno de los objetos más curiosos de todo el ajuar funerario sea el que apareció en una caja oblonga en la esquina sudoeste de la habitación, debajo de algunos de los cofres en forma de capilla. Este objeto, al que comúnmente llamamos la figura germinada de Osiris o el lecho de Osiris, se compone de un armazón de madera moldeado como la figura de dicho dios, vaciado, forrado con un paño, lleno de barro procedente del lecho del Nilo y con grano plantado en él. Se lo humedecía, el grano germinaba y aquella forma inanimada se convertía en verde y llena de vida, simbolizando así la resurrección de Osiris y del muerto. Esta figura era de tamaño natural e iba completamente envuelta en mortajas y vendada a manera de una momia. No es más que otro ejemplo de cómo en aquel antiguo culto funerario se identificaba al muerto justificado con Osiris en todos los aspectos posibles.

Como símbolo de la elaboración de cerveza, la bebida de los dioses, para el dios había dos coladores colocados sobre uno de los cofres. Estaban hechos de madera recubierta con una capa de yeso y llevaban en el centro discos de cobre con numerosas perforaciones para colar la bebida.

Sin duda el sistema egipcio de elaboración de la cerveza, o de hacer «Booza», según lo llaman, era muy parecido en tiempos antiguos al de los modernos. Parece ser que el método antiguo es el siguiente: Se toma pan del día anterior, ya sea de trigo, cebada o mijo; se machaca en una vasija grande, se cubre con agua y se deja reposar durante tres días. En otro vaso se coloca una porción de grano relativamente pequeña, se cubre con agua caliente y se deja reposar durante un día. Transcurrido éste, se escurre el agua con un colador y se deja secar el grano al sol durante otro día tras el cual se puede apreciar una exudación de color blanco lechoso, producida por la incipiente germinación. Entonces se pulveriza el grano, formando una pasta que se mezcla con la primera preparación y dejándola macerar durante unas diez horas. Luego se trabaja vigorosamente la mezcla de la primera y segunda preparaciones, colándose el líquido que se obtiene de ella, el cual se coloca en otra vasija donde está ya a punto de beber, y así se obtiene como resultado un licor alcohólico turbio bastante más fuerte que la cerveza común. Generalmente el desecho sólido se tira, aunque en algunas ocasiones la gente pobre lo come sazonado con pimienta roja o se da tal cual a los caballos.

En una tosca caja de madera había una reproducción de «Mola Trusatilis», o piedra de moler, para convertir el grano en unas tortas. Consiste en un mortero y una mano, ambos de cuarcita (una especie de arenisca cristalina); el mortero encaja en una base de madera y tiene una pequeña gamella para contener la pasta, estando recubierto de yeso. La mano, de forma oval con la base aplastada, se usaba para pulverizar el grano sobre el mortero.

Burchardt, en su libro Travels in Nubia (1822), hablando del pueblo bereber dice:

«Como no tienen molinos ni molinillos de mano, muelen la dhoura (un mijo local) esparciéndola sobre una piedra lisa de unos 61 cm. de largo y 30,5 cm. de ancho, la cual se coloca en posición inclinada frente a la persona encargada de moler. En la parte correspondiente al extremo inferior de esta piedra se hace un agujero en el suelo para colocar en él una jarra, un tazón de madera o una vasija parecida, que recibe la harina de dkoura. La muela se realiza por medio de una piedra pequeña de base plana; se la sostiene con ambas manos y el que muele, que está de rodillas para efectuar la operación, la mueve de atrás adelante sobre la piedra inclinada.»

Esta clara descripción de lo que no es más que un mortero y una mano como el que nosotros encontramos, así como del método adoptado para pulverizar el grano, no ofrece ninguna duda de que esta antigua reproducción, aunque menos primitiva, es un prototipo. En la capilla de Amenemhet vemos mujeres usando este tipo de mortero y en la capilla de Baqt, en Beni Hasan, hay hombres trabajando en la misma tarea. Este tipo de molino de mano se empleaba evidentemente para moler la harina para el pan, y aunque esta tarea era típica de mujeres y sirvientes, creo estar en lo cierto al afirmar que preparar la comida del dios era un privilegio del faraón, quien era también el molinero de los dioses.[27]

Es interesante que este ajuar funerario conserve trazos de anteriores costumbres funerarias que desde mucho tiempo antes habían dejado de practicarse en tumbas de particulares, en especial las reproducciones de barcos, figuras y objetos de tipo doméstico, colocadas aquí para uso de los dioses. Otra de estas miniaturas es una reproducción de un granero con una puerta que se abre a un recinto formado por un patio y dieciséis compartimientos para cereales que estaban llenos hasta los topes de grano y de semillas. Hoy día en Egipto se estilan grandes shunas de este tipo, construidas con adobe. Los detalles arquitectónicos externos son exactamente iguales a los de esta miniatura hecha hace treinta y tres siglos.

Como este objeto completa el material colocado en el lado sur de la habitación, pasaré a describir los objetos colocados en el lado norte.

En este lado había una fila de cofrecillos para joyas y cajas lisas de color blanco, paralelos a la peana de Anubis y llegando hasta el equipo canope. Por desgracia este grupo había sufrido considerablemente a manos de los ladrones de época dinástica al buscar los objetos más valiosos de oro y plata que contenían los cofres y las cajas. Los sellos estaban rotos, su contenido revuelto y las piezas de mayor valor habían sido robadas. Por si fuera poco, el resto del contenido quedó en completo desorden.

Debe recordarse aquí que los antiguos egipcios usaban maderas preciosas, marfil, piedras preciosas, fayenza, vidrio y metales para la manufactura y decoración de sus cofres. Desde todos los tiempos en Oriente se han usado estas cajas de complicada decoración para colocar en ellas los objetos más valiosos y personales, joyas y vestidos o como recipientes para cosméticos, colocados en ricos tarros. De hecho, incluso hoy día, el orgullo del campesino es la caja decorada con lentejuelas, a menudo una baratija, en la que guarda sus objetos más queridos.

En estas cajas del antiguo Egipto no se intentó nunca hacer escondrijos, tales como compartimientos secretos o dobles fondos parecidos a los que abundan en cofres de los siglos XVI y XVII de nuestra era. El interior es siempre simple y a veces está dividido en compartimientos destinados a diversos usos. Estas cajas se cuentan entre los muebles más antiguos y, probablemente, son anteriores a la cama, el sofá y la silla. Puede decirse que son el antecedente de la cómoda moderna, siendo el tipo de transición los cofres orientales más tardíos para especias y medicinas, con incrustaciones y numerosos cajoncillos. En época dinástica las cajas y los cofres eran una pertenencia muy corriente; entre los ricos eran a menudo de gran valor, según vemos, y lógicamente entre los pobres serían lisos y muy simples. Casi siempre eran para uso doméstico, sin que haya aparecido hasta el momento ninguno con las características de una antigua «caja fuerte» egipcia. No había candados, por lo que era inútil tener una caja fuerte, ya que el sistema de cerradura consistía en cuerdas y sellos.

Aunque los egipcios conocían la bisagra -en nuestra tumba han aparecido varias cajas con ellas- la utilizaban muy poco para unir las tapas a sus cajas. Lo usual era una tapa suelta, separada de la caja. El sistema empleado, para sustituir la bisagra a fin de sostener la tapa en el resto de la caja era muy simple, pero ingenioso: se practicaban dos agujeros o una muesca o se rebajaba el interior del borde superior de la parte trasera de la caja, en los cuales se insertaban las correspondientes protuberancias que había en el listón interior de la tapa, sistema que, una vez encajadas las piezas, evitaba que la parte de atrás de la tapa pudiera levantarse. Luego se ataba una cuerda alrededor de un botón que había en la parte frontal tanto de la tapa como de la caja y a su vez se fijaba la cuerda por medio de un sello. De este modo, a menos que se lograra romper el sello y se cortara la cuerda, la tapa quedaba firmemente cerrada por delante y por detrás.

Como resultado de esta antigua costumbre de proteger los mejores objetos, no es sorprendente que encontremos el equipo más valioso y personal del rey, funerario o de otro tipo, almacenados en cofres y cajas de recargada ornamentación. En esta tumba hemos encontrado muchos de ellos y en esta habitación tenemos cuatro, de un total de seis, que muestran una artesanía refinada, especialmente en cuanto al sistema de marquetería, por el cual se han empleado más de cuarenta y cinco mil incrustaciones para la ornamentación de una sola pieza.

El primero de ellos, el que se encontraba más cerca de la puerta, estaba adornado con chapas de marfil y ébano con incrustaciones de marquetería, es decir, con una gran cantidad de pequeñas piezas de marfil y ébano dispuestas formando rombos, aspas y patas de gallo entre paneles formados por chapas de tiras anchas y estrechas de dichos materiales. Este cofre era de forma oblonga, con cuatro patas cuadradas y tapa abombada. Según es corriente en todas estas cajas de artesanía manual, la estructura básica de este cofre era de pobre calidad, probablemente de una madera del género del tamarindo, habiéndose pegado sobre esta base de inferior calidad las valiosas chapas de marfil y de ébano, así como la marquetería, es decir, que se preparaban las paredes externas de la estructura de la caja alisándolas, luego se aplicaba una ligera capa de pegamento y finalmente se colocaban las chapas y la marquetería. Una vez hecho esto se presionaban estas últimas y, a su vez, se las alisaba y pulía. Encontramos este mismo tipo de decoración en los bastones «serpiente» ceremoniales, tal vez obra del mismo artesano. En la tapa del cofre había un letrero que decía: «Joyas de oro de la procesión hecha en la cámara-cama de Nebkheprure (Tutankhamón)».[28] Contenía un montón de joyas, muy revueltas, algunas de las cuales tal vez pertenecían a otros cofres, ya que los ladrones habían tomado las piezas de mayor valor, dejando el resto en desorden.

El segundo cofre era de forma muy rara, ya que era oval, forma típica de las cartelas con el nombre del rey. Estaba hecho de una madera entre marrón y rojiza, tal vez de conífera, y bordeado de chapas de tiras de ébano. Alrededor de sus lados había tres bandas horizontales de escritura jeroglífica con los títulos y otras denominaciones del rey, grabadas y luego rellenas de azul. Sin embargo, el rasgo más regio y sobresaliente era la tapa, que consistía en una enorme cartela con el nombre de Tutankhamón, con caracteres de ébano y marfil amarillo cuidadosamente tallados; estos caracteres iban sobre un fondo de oro, bordeado con ébano negro, a su vez incrustado con dibujos y títulos del rey en marfil blanco. Al igual que el primer cofre, su contenido había sido saqueado. En éste encontramos únicamente unos restos de joyas, muy revueltos, un marco para un espejo y algunos cetros; estos últimos probablemente pertenecían a este mismo cofre.

El tercero no era más que una simple caja de madera pintada de blanco y con la tapa abombada. Estaba vacío, a excepción de un par de elegantes sandalias de piel en forma de zapatillas y de una ajorca de piedra. Posiblemente contenía vestidos de los cuales encontramos algunos fragmentos en los otros cofres.

El cuarto era el mayor y estaba hecho de madera de conífera decorada con anchas tiras y listones hechos con chapa de marfil. Los paneles que forman estas tiras estaban decorados con aplicaciones de símbolos de madera dorada labrados a cincel, entre ellos símbolos ankh, uas y neb y una fórmula mágica que significa «Toda la Vida y la Buena Suerte». El dorado de estos símbolos superpuestos, al contrastar con el color marrón oscuro de la madera básica y las franjas y listones de marfil blanco, producía un efecto de gran riqueza y elegancia. Cada franja y cada listón tenía grabadas claras escrituras jeroglíficas, rellenas de pigmento negro, que daban la denominación del rey, que consiste en los cinco «Grandes Nombres» que el rey asumía en su ascensión al trono, es decir, «El nombre de Horus», «El nombre de Nebti», «El nombre del dorado Horus», su prenombre y su nombre. En una de las franjas iba también la cartela de la reina con sus títulos. Las cuatro patas cuadradas de este cofre terminaban en cápsulas de plata. Su interior se dividía en dieciséis compartimientos rectangulares, cada uno de los cuales medía 11,12 cm. por 8,9 cm. Es evidente que estos compartimientos fueron construidos para contener un número parejo de vasos de cosmética de oro o plata. No quedaba ninguno: habían sido robados y en su lugar había un pequeño cesto de mimbre, un cuenco de marfil amarillo, dos paletas, un bruñidor de marfil y oro, una caja muy decorada para aparejo de escribir y un marco de espejo vacío, todos ellos evidentemente procedentes de alguna otra caja o cofre.

La quinta caja era lisa, de madera pintada de blanco, parecida al tercer ejemplar a que nos hemos referido. Sobre ella había un letrero con inscripciones hieráticas que decía: «La… procesión de la cámara-cama». En el fondo de esta caja había algunos frutos secos y un bello abanico de plumas de avestruz, muy frágil, que perteneció al rey. Esta pieza, sencilla pero emocionante, estaba hecha de plumas de avestruz blancas y marrón oscuro que se insertaban en una pieza semicircular de marfil, a la que iba unido el mango del abanico. Este mango, también de marfil, tenía la forma del tallo y la umbela de un papiro y formaba ángulo recto para aumentar el movimiento producido al girar la muñeca al usarlo; estaba adornado con franjas de oro y su empuñadura era de lapislázuli. Piezas tan encantadoras como ésta parecen eludir el paso del tiempo. Muchas civilizaciones han nacido y han caído desde que se depositó este abanico en este lugar y, sin embargo, este tipo de objetos tan raros y tan familiares, forman un eslabón entre nosotros y aquel tremendo pasado, ayudándonos a comprender que el joven rey debió ser muy parecido a nosotros mismos.

El sexto cofre estaba detrás del primero, junto a la puerta. Era el más pequeño de todos y su forma era rectangular. Se sostenía sobre cuatro patas cuadradas y estaba decorado con marquetería de marfil y ébano y con chapa de marfil, como el primer cofre. Estaba vacío y su tapa yacía sobre el segundo cofre. Tenía un letrero con una inscripción hierática que decía: «…de oro en (?) el lugar de la procesión funeraria». Su interior se dividía en compartimientos iguales para cuatro vasijas, lo que con toda probabilidad explica el vacío en el principio de la inscripción.

Por los letreros escritos sobre algunos de estos cofres, tales como «Joyas de oro de la procesión hecha en la cámara-cama de Nebkheprure», «La… procesión de la cámara-cama», «…de oro en (?) el lugar de la procesión funeraria» y a través de las escenas de procesiones funerarias en las tumbas-capillas de los particulares pertenecientes al Imperio Nuevo, comprendemos que las joyas y demás objetos que había en estos cofres eran típicos del ceremonial funerario.

Nuestras investigaciones han establecido que el material que faltaba de estas cajas era por lo menos un sesenta por ciento de su contenido original. Lo que quedaba, en cuanto a joyas, comprendía algunos pendientes, un collar, varios pectorales, algunos brazaletes y un anillo. También había la tapa de una cajita de diseño calado, con incrustaciones de joyas, varios cetros, dos marcos de espejo, los restos de algunos vestidos y un equipo de escribanía, en total cuarenta y tres piezas. Lógicamente, es imposible determinar la cantidad exacta de joyas sustraídas, aunque lo que quedaba de algunos adornos nos permite suponer que debió de ser considerable; como mínimo podemos asegurar que los ladrones se llevaron dos espejos y por los menos veinte vasos de dos de los cofres, cuatro de los cuales sabemos que eran de oro.

Por lo visto, en el antiguo Egipto, las joyas no perdían su utilidad ni finalizaban su objetivo con la muerte, ya que en las tumbas las encontramos en todas sus formas, depositadas para la vida futura. Es evidente que para aquellas gentes su utilidad no consistía tan sólo en adornar a los vivos, sino también a los muertos; incluso se las hacía a propósito para ser enterradas con el difunto. En este último caso es fácil reconocerlas por su mayor fragilidad.

En nuestra tumba había gran cantidad de joyas, depositadas allí como amuletos o para otros fines. Sobre la momia del rey había ciento cuarenta y tres piezas; otras aparecieron en la peana portátil de Anubis y el resto estaba almacenado en unos cofres y en otros. La momia del rey, así como todos sus amuletos y adornos personales, estaba intacta, pero, como acabamos de ver, una gran parte de lo que había en los cofres había sido robado, posiblemente las piezas de mayor valor intrínseco. Así pues, lo que hemos encontrado es tan sólo una parte de lo que había en un principio. Por otro lado, es evidente que los llamados «sargentos de la necrópolis» que se encargaron de cerrar la tumba después del saqueo, debieron de encontrar lo que quedaba en completo desorden y, al parecer, llevaron a cabo su tarea sin cuidado alguno, como por rutina, recogiendo lo que los ladrones habían dejado y devolviéndolo a los cofres sin miramientos en cuanto a su distribución original. Así fue como encontramos partes de una pieza en un cofre, otras partes en otro y todo el conjunto muy revuelto.

Sin embargo, aunque posiblemente lo que quedaba no era ni un cuarenta por ciento del total, creemos que lo que había era más que suficiente para permitirnos estudiar la pericia de los orfebres, así como la clase de trabajo que se hacía en joyería en los talleres reales de la Dinastía XVIII.

Para empezar hay que decir que bajo diversos aspectos estas piezas del Imperio Nuevo no demuestran la perfección en el acabado que encontramos en la artesanía de sus predecesores en el Imperio Nuevo. Sin embargo, los orfebres tebanos demuestran tener gran maestría en la ejecución, un sentido de la decoración muy acusado y una gran inventiva en el campo del simbolismo temático. Su arte incluía la talla de piedras preciosas, la del vidrio, las incrustaciones, el engaste, la técnica del repujado, el cincelado, la filigrana con alambres de oro y el granulado. Este último es un rasgo característico de estas joyas y está compuesto por una decoración a base de minúsculos granos de oro que probablemente se fundían y soldaban a las superficies metálicas, llanas o curvas, que se quería adornar de este modo. En todas estas artes demuestran gran ingenio y maestría en la ejecución. Muchos de los adornos, en realidad la mayoría, están trabajados a jour, incrustándose luego varias piedras semipreciosas y vidrios de colores en alto o bajorrelieve o incluso nivelados, usando la técnica del cloisonné. Sin embargo, hay que decir que aplicar la palabra «cloisonné» a la joyería egipcia puede prestarse a confusión. Lo que realmente queremos indicar es que se pegaban las piedras o sus imitaciones en vidrio en compartimientos de metal o cloisons, pero la incrustación no era de esmalte, como ocurre en el cloisonné propiamente dicho, ya que los antiguos egipcios no conocían este material.

Los metales que se empleaban eran oro, electro, plata y, en menor proporción, bronce; las piedras eran la amatista, la turquesa, el lapislázuli, la calcita, la cornerina, el feldespato verde, el cuarzo transparente y semitransparente -que a menudo se colocaba encima de un pigmento para que brillara, imitando otras piedras, serpentina y una piedra muy dura de color verde oliva oscuro que aún no hemos identificado. Además de éstos se empleaban materiales compuestos, tales como la fayenza (cerámica vidriada), la pasta vítrea endurecida y vidrios de colores, tanto opacos como semitransparentes, para reemplazar alguna de las piedras mencionadas. Otro rasgo peculiar de estas joyas es el empleo de oro teñido de un brillante color escarlata, producido por un método que hasta ahora nos es desconocido. Al incrustar este último en una pieza de oro amarillo brillante o en algunos granulados y combinado con resina de colores oscuros, producía un extraño efecto, a veces demasiado llamativo.

El tema sobresaliente en los diversos emblemas que aparecen en estas piezas se relaciona, en su mayor parte, con la religión del Estado, siendo Ra el dios-sol y Aah (Thot) el dios-luna, el núcleo, si no lo principal. El mismo sol, Ra, «Señor de los Cielos», el «Rey Soberano de Toda vida», toma diversas formas en estas joyas, tales como Khepre, Horus, Herakhte y Atum, siendo cada una el representante local de alguna fase del sol. Entre los antiguos egipcios no había ningún dios de mayor importancia que Ra, en especial en los momentos a que nos referimos. Le consideraban como el Señor del Universo que todo lo gobierna desde su barca sagrada en los cielos. Hablar de Dios era pensar en Ra.

El escarabeo Khepre es una transformación del dios-sol en el famoso escarabajo pelotero que construye con todo cuidado la bola materna con una cavidad en la que incubará y alimentará el huevo. Bajo esta forma el sol recién nacido sale de la «Caverna del Amanecer» para empezar su recorrido diurno. Al despertar en el Este sube a la barca de la mañana para ascender por la bóveda del cielo y entonces se identifica con Horus, ya como un joven, ya como un sacre (Falco subbuteo). Una oración se refiere a Ra con estas palabras: «Tu despertar es bello, oh Horus que viajas por el cielo… la criatura de fuego de rayos brillantes que dispersa la oscuridad y las tinieblas». Cuando está en medio del cielo se le considera como un enorme disco con alas multicolores prontas a abatirse sobre sus enemigos. Durante su curso por el cielo también toma la forma de Herakhte, ya la antropomorfa, que le presenta como un hombre con cabeza de halcón, o como un halcón de cetrería (Falco peregrinas), un ave de presa de gran coraje que mata a su presa en pleno vuelo. Finalmente el sol se convierte en el viejo Atum, «El que cierra el día», sube a la barca de la tarde y desciende por detrás de Manun, la sagrada Montaña del Oeste, hacia el mundo de ultratumba, para empezar de nuevo su viaje nocturno a través de las doce cavernas, las horas de la noche. Aquí, según oímos en una canción, da luz al gran dios Osiris, «el que gobierna la Eternidad». «Dame luz, que yo pueda ver tu belleza», es asimismo la plegaria de los muertos.

A través de estas consideraciones mitológicas hemos de concluir sin duda alguna que las joyas del faraón se consideraban sagradas. Tal vez creían que tenían poderes mágicos y quizás estuvieran al cuidado especial de grupos de sacerdotes que vivían en la corte. Es evidente que por debajo de la temática general aparece una idea ulterior. De este modo vemos cómo las joyas de Tutankhamón, a pesar de ser hechas para su uso diario, se destinaban también a cumplir un objetivo en el mundo futuro.

Sin embargo, hay un problema muy complicado en cuanto a estas piezas: ¿cuáles eran verdaderamente para uso diario y cuáles se hicieron tan sólo para fines funerarios? Hay que recordar que a menudo las joyas sepulcrales y las de uso diario son tan parecidas que es difícil reconocer sus diferencias, si es que hay alguna. De hecho, en la mayoría de los casos el único criterio válido es su endeblez o huellas de que han sido usadas. Sin embargo, hay algunos ejemplares típicamente sepulcrales, por ejemplo, los ocho pectorales que aparecieron en la peana de Anubis. Tres de ellos tenían inscritas fórmulas funerarias directamente relacionadas con el corazón y las extremidades del muerto; las demás llevaban epítetos tales como «Osiris, el Rey, Justificado», que equivalía a nuestra palabra «muerto».

Los pendientes parecen haber pertenecido a Tutankhamón en sus años juveniles. Al examinar la momia de Tutankhamón vimos que tenía perforados los lóbulos de las orejas, pero entre los muchos objetos que descubrimos entre sus mortajas no había nada que se pareciera a un pendiente. La máscara de oro que cubría su cabeza también tenía agujereados los lóbulos de las orejas, pero se había rellenado cuidadosamente los agujeros con pequeños discos hechos con láminas de oro, sugiriendo un intento de encubrir este hecho. Entre las representaciones de los reyes que hay en muchos monumentos de la época imperial se ven a menudo perforaciones en el lóbulo de sus orejas, pero no recuerdo que se haya encontrado en ningún caso una escena en que el rey lleve pendientes. Asimismo se representa a Osiris llevando collares y brazaletes, pero nunca pendientes. Los niños árabes de hoy día en Egipto llevan comúnmente pendientes (halak) hasta los seis o siete años; entonces se los quitan, pasándolos a un hermano o hermana menor. Sólo en raras ocasiones los hijos únicos o favoritos los llevan hasta los doce o trece años. Así pues, de tomar en consideración las pruebas que nos presentan la momia del rey, su máscara, los monumentos y las costumbres de hoy día a este respecto, que posiblemente son vestigios de prácticas primitivas, hemos de concluir que los hombres no acostumbraban llevar pendientes después de alcanzada la adolescencia. En todo caso los pendientes no eran un adorno de origen muy antiguo en Egipto. Al parecer empiezan a encontrarse entre los habitantes del Nilo a principios del Imperio Nuevo y tal vez fueron introducidos desde Asia durante el precedente período intermedio, bajo la dominación de los reyes hicsos.

Encontramos dos clases de pendientes: los rígidos y los flexibles. En ambos casos se colgaban de las orejas por medio de una barrita que se pasaba por los agujeros de los lóbulos. Es interesante notar que por alguna razón inexplicable el halcón solar, Herakhte, representado en uno de los pares de pendientes, tenía la cabeza hecha de vidrio azul semitransparente, en forma de ánade (Anas hoscas).

Las joyas más populares e importantes del antiguo Egipto, tanto entre los reyes como entre los particulares, eran los collares de cuentas y los anchos collares-pectorales, también de cuentas. En este caso su popularidad como ornamentos entre todos los estratos sociales nos perjudicó ya que, a excepción de una burda sarta de cuentas alternadas de resina oscura y de lapislázuli, se los habían llevado todos. Probablemente fueron robados no por su valor intrínseco, que no podía ser mucho, sino debido a su gran popularidad. Por todas partes encontramos cuentas por el suelo, desde este tesoro hasta el pasadizo de entrada de la tumba, en particular en el punto donde los ladrones tuvieron que pasar por el pequeño agujero que practicaron en la mampostería que cegaba la puerta de la cámara funeraria. Allí encontramos fragmentos de collar colgando de los bordes dentados de las piedras y muchas cuentas dispersas por las grietas de la mampostería: por lo menos había fragmentos de dos collares y piezas de los hombros en forma de cabeza de halcón que debían formar parte de anchos collares de cuentas.

El pectoral es un adorno que los reyes de Egipto llevaban con muchas variantes, pero casi todos tienen los siguientes rasgos en común: se trataba de un ornamento para el pecho que cuelga del cuello bien sea por medio de cadenas hechas con placas decoradas, por tiras de cuentas, por cadenas de listas de oro o simplemente por cordones de hilo con borlas en los extremos. En los tres primeros casos casi siempre llevaban un adorno en la espalda que no sólo servía de contrapeso sino de broche, ya que se podía abrir y cerrar. En los cofres encontramos muchos pectorales de gran belleza, algunos completos; a otros les faltaban algunos fragmentos. Algunos de ellos puede que fuesen investiduras de órdenes honoríficas; véase, por ejemplo, el pectoral que representa «El nacimiento del Sol», que eclipsa todos los encontrados hasta el momento.

Tal vez las joyas que más aparecen entre todas las clases sociales egipcias sean los brazaletes. Desgraciadamente sólo encontramos tres que los ladrones dejaron atrás. A través de ellos vemos que entraban en dos categorías: el tipo de aro rígido de metal con bisagras y cierre de aguja, decorado con incrustaciones, y el tipo flexible compuesto por cuentas dispuestas por medio de separadores para formar un dibujo determinado, con un adorno en el centro y cierre de aguja.

El único anillo que encontramos en estos cofres era de un tipo bastante pobre, compuesto por una pieza de fayenza azul montada en una delgada chapa de electro. Es posible que tanto la pequeña y hermosa caja de marfil con la inscripción en escritura hierática «Anillos de oro que pertenecen a la procesión funeraria», como los gruesos anillos de oro que estaban atados en el turbante, encontrados en la antecámara durante la primera campaña, pertenecieran de hecho a esta habitación.

Tal vez los objetos más importantes de toda esta colección de joyas sean los emblemas de la realeza, o sea los dos cetros-báculo y los dos flagelos. El báculo, una especie de cayado, era una de las insignias de Osiris. Tanto el dios como el rey lo sostenían en su mano izquierda. Se trataba de un bastón corto que tenía en un extremo un gancho curvado primero hacia adentro y luego hacia afuera; en el presente caso estaba hecho de fragmentos de oro, vidrio azul oscuro y obsidiana sobre una base de bronce. Los antiguos egipcios lo llamaban «hekat» y puede decirse que dio origen al báculo pastoral usado por cardenales y obispos. Los dos que encontramos aquí llevaban la cartela del rey grabada sobre los extremos, que estaban recubiertos de oro. El flagelo, una especie de látigo o tralla conocido como el «mayal», especialmente en la Vulgata, complementaba al báculo y era la segunda insignia de Osiris. Tanto el dios como el rey lo sostenían en la mano derecha; los egipcios lo llamaban «nekhekhw». Consistía en una corta vara que formaba un ángulo recto en su extremo superior, del que colgaban tres varillas por medio de tiras de cuentas que les permitían agitarse con facilidad.

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