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Las flores del mal, por Charles Baudelaire



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

  1. Prólogo
  2. Poesías
  3. Piezas condenadas
  4. Galanterías
  5. Epígrafes
  6. Piezas diversas
  7. Agregados de la tercera edición de Las flores del mal
  8. Poesías diversas
  9. Proyecto de epílogo para la segunda edición de Las flores del mal
  10. Les epaves
  11. Galanteries
  12. Epigraphes
  13. Pieces diverses
  14. Buffoneries
  15. Poesies diverses

POESÍA PIEZAS CONDENADAS

Prólogo

"Soy el desesperado, la palabra sin ecos,el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo."(Pablo Neruda: Veinte poemas, VIII)

SUERTE DE ÁNGEL, a la vez luminoso y tétrico, amoroso y rebelde, desesperado y ardoroso, Charles Baudelaire tuvo en su mundo y en el mundo actual de la poesía un lugar preponderante. Llegó, lo ocupó y perdura inmortal. Su labor poética fue completada por la prosa, la crítica y la revelación en Francia de un precursor: su endemoniado y trágico, Edgar Poe. Además su propia existencia fue una simbiosis sólo comparable con las de sus próximos Rimbaud y Verlaine. En este volumen presentamos, sin la alteración que hubiera impuesto un presuntuoso, irreverente y hasta diríamos agraviante prurito versificador, casi en su totalidad, la que es su perdurable labor poética. Como en anteriores circunstancias con Whitman, Rilke y Rimbaud, vertimos ahora al castellano corriente sus divinas palabras, expresión dela esencia poética suya. Lo otro, consecuencia de una obligada y servil adaptación a la métrica, la rima y otras zarandajas del menester poético, además de adocenado, habría resultado un agravio para nuestro poeta incomparable e inimitable, a la vez que desleal actitud ante el lector. Se le brinda aquí, pues, el verbo mas nunca la música sublime de Charles Baudelaire. Es, diríamos, sólo la trama sobre la que urdió sus sinfonías perdurables.

Poesías

AL POETA IMPECABLE

Al perfecto mago de las letras francesas

A mi muy querido y muy venerado

maestro y amigo

THEOPHILE GAUTIER

Con los sentimientosde la más profunda humildad

Yo dedicoEstas flores malsanas.

Ch. B.

AL LECTOR

La necedad, el error, el pecado, la tacañería,Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,Y alimentamos nuestros amables remordimientos,Como los mendigos nutren su miseria.

Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;

Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,Y entramos alegremente en el camino cenagoso,Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.

Sobre la almohada del mal está Satán TrismegistoQue mece largamente nuestro espíritu encantado,Y el rico metal de nuestra voluntadEstá todo vaporizado por este sabio químico.

¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;Cada día hacia el Infierno descendemos un paso,Sin horror, a través de las tinieblas que hieden.

Cual un libertino pobre que besa y muerdeel seno martirizado de una vieja ramera,Robamos, al pasar, un placer clandestinoQue exprimimos bien fuerte cual vieja naranja.

Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos,En nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios,Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmonesDesciende, río invisible, con sordas quejas.

Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,Todavía no han bordado con sus placenteros diseñosEl canevás banal de nuestros tristes destinos,Es porque nuestra alma, ¡ah! no es bastante osada.

Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantesEn la jaula infame de nuestros vicios,

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!

Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,

Haría complacido de la tierra un despojo

Y en un bostezo tragaríase el mundo:

¡Es el Tedio! – los ojos preñados de involuntario llanto,Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,Tú conoces, lector, este monstruo delicado,-Hipócrita lector, -mi semejante, -¡mi hermano!

1855.

SPLEEN E IDEAL

I

Bendición

Cuando, por un decreto de las potencias supremas,El Poeta aparece en este mundo hastiado,Su madre espantada y llena de blasfemiasCrispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:

-"¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,Antes que amamantar esta irrisión!¡Maldita sea la noche de placeres efímerosEn que mi vientre concibió mi expiación!

Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres

Para ser el asco de mi triste marido,

Y como yo no puedo arrojar a las llamas,

Como una esquela de amor, este monstruo esmirriado,

¡Yo haré rebotar tu odio que me agobia

Sobre el instrumento maldito de tus perversidades,

Y he de retorcer tan bien este árbol miserable,

Que no podrán retoñar sus brotes apestados!"

Ella vuelve a tragar la espuma de su odio,

Y, no comprendiendo los designios eternos,

Ella misma prepara en el fondo de la Gehena

Las hogueras consagradas a los crímenes maternos.

Sin embargo, bajo la tutela invisible de un Ángel,

El Niño desheredado se embriaga de sol,

Y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,

Encuentra la ambrosía y el néctar bermejo.

El juega con el viento, conversa con la nube,

Y se embriaga cantando el camino de la cruz;

Y el Espíritu que le sigue en su peregrinaje

Llora al verle alegre cual pájaro de los bosques.

Todos aquellos que él quiere lo observan con temor,

O bien, enardeciéndose con su tranquilidad,

Buscan al que sabrá arrancarle una queja,

Y hacen sobre El el ensayo de su ferocidad.

En el pan y el vino destinados a su boca

Mezclan la ceniza con los impuros escupitajos;

Con hipocresía arrojan lo que él toca,

Y se acusan de haber puesto sus pies sobre sus pasos.

Su mujer va clamando en las plazas públicas:

"Puesto que él me encuentra bastante bella para adorarme,

Yo desempeñaré el cometido de los ídolos antiguos,

Y como ellos yo quiero hacerme redorar;

¡Y me embriagaré de nardo, de incienso, de
mirra,

De genuflexiones, de viandas y de vinos,

Para saber si yo puedo de un corazón que me admira

Usurpar riendo los homenajes divinos!

Y, cuando me hastíe de estas farsas impías,

Posaré sobre él mi frágil y fuerte
mano;

Y mis uñas, parecidas a garras de arpías,

Sabrán hasta su corazón abrirse un camino.

Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita,

Yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno,

Y, para saciar mi bestia favorita,

Yo se lo arrojaré al suelo con desdén!"

Hacia el Cielo, donde su mirada alcanza un trono espléndido,

El Poeta sereno eleva sus brazos piadosos,

Y los amplios destellos de su espíritu lúcido

Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:

-"Bendito seas, mi Dios, que dais el sufrimiento

Como divino remedio a nuestras impurezas

Y cual la mejor y la más pura esencia

Que prepara los fuertes para las santas voluptuosidades!

Yo sé que reservarás un lugar para el Poeta

En las filas bienaventuradas de las Santas Legiones,

Y que lo invitarás para la eterna fiesta

De los Tronos, de las Virtudes, de las Dominaciones.

Yo sé que el dolor es la nobleza únicaDonde
no morderán jamás la tierra y los infiernos,

Y que es menester para trenzar mi corona mística

Imponer todos los tiempos y todos los universos.

Pero las joyas perdidas de la antigua Palmira,

Los metales desconocidos, las perlas del mar,

Por vuestra mano engastados, no serían suficientes

Para esa hermosa Diadema resplandeciente y diáfana;

Porque no será hecho más que de pura luz,

Tomada en el hogar santo de los rayos primitivos,

Y del que los ojos mortales, en su esplendor entero,

No son sino espejos oscurecidos y dolientes!"

1857.

II

EL ALBATROS

Frecuentemente, para divertirse, los tripulantes

Capturan albatros, enormes pájaros de los mares,

Que siguen, indolentes compañeros de viaje,

Al navío deslizándose sobre los abismos amargos.

Apenas los han depositado sobre la cubierta,

Esos reyes del azur, torpes y temidos,

Dejan lastimosamente sus grandes alas blancas

Como remos arrastrar a sus costados.

Ese viajero alado, ¡cuan torpe y flojo es!

Él, no ha mucho tan bello, ¡qué cómico y feo!

¡Uno tortura su pico con una pipa,

El otro remeda, cojeando, del inválido el vuelo!

El Poeta se asemeja al príncipe de las nubes

Que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;

Exiliado sobre el suelo en medio de la grita,

Sus alas de gigante le impiden marchar.

1859.

III

ELEVACIÓN

Por encima de los lagos, por encima de los valles,

De las montañas, de los bosques, de las nubes, de los mares,

Allende el sol, allende lo etéreo,

Allende los confines de las esferas estrelladas,

Mi espíritu, tú me mueves con agilidad,

Y, como un buen nadador que desfallece en la onda,

Tú surcas alegremente la inmensidad profunda

Con una indecible y máscula voluptuosidad.

¡Vuela muy lejos de esas miasmas mórbidas,

Ve a purificarte en el aire superior,

Y bebe, como un puro y divino licor,

La luminosidad que colma los espacios límpidos!

Detrás del tedio y los grandes pesares

Que abruman con su peso la existencia brumosa,

Dichoso aquel que puede con ala vigorosa

Arrojarse hacia los campos luminosos y serenos;

¡Aquel cuyos pensamientos, cual alondras,

Hacia los cielos matutinos tienden un libre vuelo!

¡Que se cierna sobre la vida, y alcance sin esfuerzo

El lenguaje de las flores y de las cosas mudas!

1857.

IV

CORRESPONDENCIAS

La Natura es un templo donde vividos pilaresDejan, a veces,
brotar confusas palabras;

El hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.

Como prolongados ecos que de lejos se confunden

En una tenebrosa y profunda unidad,

Vasta como la noche y como la claridad,

Los perfumes, los colores y los sonidos se responden.

Hay perfumes frescos como carnes de niños,Suaves
cual los oboes, verdes como las praderas,

Y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,

Que tienen la expansión de cosas infinitas,

Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,

Que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.

1857.

V

(YO AMO EL RECUERDO…)

Yo amo el recuerdo de esas épocas desnudas,

En que Febo se complacía en dorar las estatuas,

Cuando el hombre y la mujer en su agilidad

Gozaban sin mentira y sin ansiedad,

Y, el cielo amoroso acariciándoles el lomo,

Desplegaban la salud de su noble máquina.

Cibeles, entonces, fértil en frutos generosos,

No estimaba sus redes un peso muy oneroso,

Pero, loba de corazón henchido de ternuras vulgares,

Amamantaba al universo con sus pezones morenos.

El hombre, elegante, robusto y fuerte, tenía el
derecho

De mostrarse orgulloso de las beldades que le llamaban su
rey;

¡Frutos puros de todo ultraje y vírgenes de
grietas,

Cuya carne lisa y firme atraía las mordeduras!

El Poeta actualmente, cuando quiere concebir

Estas nativas grandezas, en los lugares donde se dejan ver

La desnudez del hombre y de la mujer,

Siente un frío tenebroso envolver su alma

Ante este negro cuadro lleno de espanto.

¡Oh, monstruosidades llorando su vestimenta!

¡Oh, ridículos troncos! ¡torsos dignos de máscaras!

¡Oh, pobres cuerpos retorcidos, flacos, ventrudos o fláccidos,

Que el dios Utilitario, implacable y sereno,

Niños, los fajó en sus pañales de bronce!

¡Y vosotras, mujeres, ¡ah!, pálidas cual cirios

Que roe y que nutre el libertinaje, y vosotras, vírgenes,

Del vicio materno arrastrando la herencia.

Y todas las fealdades de la fecundidad!

Nosotros tenemos, es verdad, naciones corrompidas,

De los pueblos antiguos, bellezas ignoradas:

Rostros corroídos por los chancros del corazón,

Y como quien diría bellezas de la languidez,

Pero estas invenciones de nuestras musas tardías

No impedirán jamás a las razas enfermizas

Rendir a la juventud un homenaje profundo,

-¡A la santa juventud, al aire simple, a la dulce frente,

A la mirada límpida y clara como un agua corriente,

Y que va derramando sobre todo, indiferente

Como el azul del cielo, los pájaros y las flores,

Sus perfumes, sus cánticos y sus dulces colores!

1857.

VI

LOS FAROS

Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,

Almohada de carne fresca donde no se puede amar,

Pero donde la vida afluye y se agita sin cesar,

Como el aire en el cielo y la mar en el mar;

Leonardo da Vinci, espejo profundo y sombrío,

Donde los ángeles encantadores, con dulce sonrisa

Toda llena de misterio, aparecen en la sombra

De los ventisqueros y los pinos que cierran su paisaje;

Rembrandt, triste hospital lleno de murmullos,

Y por un gran crucifijo decorado solamente,

Donde la plegaria llorosa se exhala de las inmundicias,

Y de un rayo invernal atravesado bruscamente;

Miguel Ángel, lugar impreciso do vénse los
Hércules

Mezclarse a los Cristos, y elevarse muy erguidos

Fantasmas pujantes que en los crepúsculos

Desgarran su sudario estirando sus dedos;

Cóleras de boxeador, impudicias de fauno,

Tú que supiste recoger la belleza de los granujas,

Gran corazón henchido de orgullo, hombre débil y amarillo,

Puget, melancólico emperador de los forzados;

Watteau, este carnaval en el que no pocos corazones ilustres,

Como mariposas, flotan relucientes,

Decoraciones frescas y leves iluminadas por lámparas

Que vierten la locura en este baile vertiginoso;

Goya, pesadilla llena de cosas desconocidas,

Fetos que se hacen cocer en medio de los sabats,

Viejas ante el espejo y niñas todas desnudas,

Para tentar los demonios ajustando bien sus medias;

Delacroix, lago de sangre obsedido por malvados ángeles,

Sombreado por un bosque de pinos siempre verde,

Donde, bajo un cielo triste, fanfarrias extrañas

Pasan, cual un suspiro ahogado de Weber;

¡Estas maldiciones, estas blasfemias, estos lamentos,

Estos éxtasis, estos gritos, estos llantos, estos
Te Deum,

Son un eco repetido por mil laberintos;

Es para los corazones mortales un divino opio!

Es un grito repetido por mil centinelas,

¡Una orden transmitida por mil portavoces.

Es un faro encendido sobre mil ciudadelas,

Un clamor de cazadores perdidos en los inmensos bosques!

¡Porque verdaderamente, Señor, el mejor testimonio

Que podencos dar de nuestra dignidad

Es este ardiente sollozo que rueda de edad en edad

Y viene a morir al borde de vuestra eternidad!

1857.

VII

LA MUSA ENFERMA

Mi pobre Musa, ¡ah! ¿Qué tienes, pues,
esta mañana?

Tus ojos vacíos están colmados de visiones
nocturnas,

Y veo una y otra vez reflejados sobre tu tez

La locura y el horror, fríos y taciturnos.

El súcubo verdoso y el rosado duende,

¿Te han vertido el miedo y el amor de sus urnas?

La pesadilla con un puño despótico y rebelde;

¿Te ha ahogado en el fondo de un fabuloso Minturno?

Yo quisiera que exhalando el perfume de la salud

Tu seno de pensamientos fuertes fuera siempre frecuentado,

Y que tu sangre cristiana corriera en oleadas rítmicas,

Como los sones numerosos de ]as sílabas antiguas,

Donde reinan vez a vez el padre de las canciones,

Febo, y el gran Pan, el señor de las mieses.

1857.

VIII

LA MUSA VENAL

Oh, musa de mi corazón, amante de los palacios,

¿Tendrás tú, cuando Enero suelte sus
Bóreas,

Durante los negros tedios de las nevadas veladas,

Un tizón para calentar tus dos pies violáceos?

¿Reanimarás, pues, tus hombros marmóreos

En los nocturnos rayos que atraviesan los postigos?

Sintiendo tu bolsa tan seca como tu paladar,

¿Recogerás tú el oro de las bóvedas
azúreas?

Necesitas, para ganar tu pan de cada día,

Como un monaguillo, manejar el incensario,

Entonar Te Deum en el que nada crees,

O, saltimbanqui en ayunas, desplegar tus encantos

Y tu risa humedecida de lágrimas invisibles,

Para dilatar las carcajadas de la vulgaridad.

1857.

IX

EL MAL MONJE

Los claustros antiguos sobre sus amplios muros

Despliegan en cuadros la santa Verdad,

Cuyo efecto, caldeando las piadosas entrañas.

Atempera la frialdad de su austeridad.

En días que de Cristo florecían las semillas,

Más de un ilustre monje, hoy poco citado,

Tomando por taller el campo santo,

Glorificaba la Muerte con simplicidad.

-Mi alma es una tumba que, pésimo cenobita,

Desde la eternidad recorro y habito;

Nada embellece los muros de este claustro odioso.

¡Oh, monje holgazán! ¿Cuándo sabré yo hacer

Del espectáculo vivido de mi triste miseria

El trabajo de mis manos y el amor de mis ojos?

1851.

X

EL ENEMIGO

Mi juventud no fue sino una tenebrosa borrasca,

Atravesada aquí y allá por brillantes soles;

El trueno y la lluvia han hecho tal desastre,

Que restan en mi jardín muy pocos frutos bermejos.

He aquí que he llegado al otoño de las ideas,

Y que es preciso emplear la pala y los rastrillos

Para acomodar de nuevo las tierras inundadas,

Donde el agua horada hoyos grandes como tumbas.

Y ¿quién sabe si las flores nuevas con que
sueño

Encontrarán en este suelo lavado como una playa

El místico alimento que haría su vigor?

-¡Oh, dolor! ¡oh, dolor! ¡El Tiempo devora
la vida,

Y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón

Con la sangre que perdemos crece y se fortifica!

1855.

XI

EL DE LA MALA SUERTE(El artista ignorado.)

¡Para levantar un peso tan abrumador,Sísifo,
sería menester tu coraje!

Por más que se ponga amor en la obra,

El Arte es largo y el Tiempo es corto.

Lejos de las sepulturas célebres,Hacia un cementerio
aislado,Mi corazón, cual un tambor enlutado,

Va, tocando marchas fúnebres.

-Más de una joya duerme amortajada

En las tinieblas y el olvido,

Muy lejos de azadones y de sondas;

Más de una flor despliega con pesarSu perfume dulce
como un secreto

En las soledades profundas.

1852.

XII

LA VIDA ANTERIOR

Yo he vivido largo tiempo bajo amplios pórticos

Que los soles marinos teñían con mil fuegos,

Y que sus grandes pilares, erectos y majestuosos,

Hacían que en la noche, parecieran grutas basálticas.

Las olas, arrollando las imágenes de los cielos,

Mezclaban de manera solemne y mística

Los omnipotentes acordes de su rica música

A los colores del poniente reflejados por mis ojos.

Fue allí donde viví durante las voluptuosas
calmas,

En medio del azur, de las ondas, de los esplendores

Y de los esclavos desnudos, impregnados de olores,

Que me refrescaban la frente con las palmas,

Y cuyo único afán era profundizar

El secreto doloroso que me hacía languidecer.

1855.

XIII

CARAVANA DE GITANOS

La tribu profética, de pupilas ardientes

Ayer se ha puesto en marcha, cargando sus pequeños

Sobre sus espaldas, o entregando a sus fieros apetitos

El tesoro siempre listo de sus senos pendientes.

Los hombres van a pie bajo sus armas lucientes

A lo largo de los carromatos, donde los suyos se acurrucan,

Paseando por el cielo sus ojos apesadumbrados

Por el nostálgico pesar de las quimeras ausentes.

Desde el fondo de su reducto arenoso, el grillo,

Mirándolos pasar, redobla su canción;

Cibeles, que los ama, aumenta sus verdores,

Hace brotar el manantial y florecer el desierto

Ante estos viajeros, para los que está abierto

El imperio familiar de las tinieblas futuras.

1852.

XIV

EL HOMBRE Y EL MAR

¡Hombre libre, siempre adorarás el mar!

El mar es tu espejo; contemplas tu alma

En el desarrollo infinito de su oleaje,

Y tu espíritu no es un abismo menos amargo.

Te complaces hundiéndote en el seno de tu imagen;

La abarcas con ojos y brazos, y tu corazón

Se distrae algunas veces de su propio rumor

Al ruido de esta queja indomable y salvaje.

Ambos sois tenebrosos y discretos:

Hombre, nadie ha sondeado el fondo de tus abismos,

¡Oh, mar, nadie conoce tus tesoros íntimos,

Tan celosos sois de guardar vuestros secretos!

Y empero, he aquí los siglos innúmeros

En que os combatís sin piedad ni remordimiento,

Tanto amáis la carnicería y la muerte,

¡Oh, luchadores eternos, oh, hermanos implacables!

1852.

XV

DON JUAN EN LOS INFIERNOS

Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea

Y hubo dado su óbolo a Caronte,

Un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes,

Con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.

Mostrando sus senos fláccidos y sus ropas abiertas,

Las mujeres se retorcían bajo el negro firmamento,

Y, como un gran rebaño de víctimas ofrendadas,

En pos de él arrastraban un prolongado mugido.

Sganarelle riendo le reclama su paga,

Mientras que Don Luis, con un dedo tembloroso

Mostraba a todos los muertos, errante en las riberas,

El hijo audaz que se burló de su frente nevada.

Estremeciéndose bajo sus lutos, la casta y magra
Elvira,

Cerca del esposo pérfido y que fue su amante,

Parecía reclamarle una suprema sonrisa

En la que brillara la dulzura de su primer juramento.

Erguido en su armadura, un gigante de piedra

Permanecía en la barra y cortaba la onda negra;

Pero el sereno héroe, apoyado en su espadón,

Contemplaba la estela y sin dignarse ver nada.

1846.

XVI

CASTIGO DEL ORGULLO

En los tiempos maravillosos en que la Teología

Florecía con la máxima savia y energía,

Se cuenta que un día un doctor de los más grandes,

-Luego de haber forzado los corazones indiferentes;

Y haberlos conmovido en sus profundidades negras;

Después de haber franqueado hacia las celestes glorias

Caminos singulares para él mismo ignorados,

Donde sólo los Espíritus puros quizás habían llegado-,

Cual un hombre encaramado muy alto, presa de pánico,

Exclamó, transportado por un orgullo satánico:

"¡Jesús, pequeño Jesús!
¡te he impulsado tan alto!

Pero, si yo hubiera querido atacarte a despecho

De la armadura, tu vergüenza igualaría a tu
gloria,

Y tú no serías más que un feto irrisorio!"

Inmediatamente su razón desapareció.

El brillo de ese sol con un crespón se cubrió;

Todo el caos rodó en esa inteligencia,

Templo en otro tiempo viviente, pleno de orden y de opulencia,

Bajo las bóvedas del cual tanta pompa había lucido.

El silencio y la noche se instalaron en él,

Como en una bodega cuya llave se ha perdido.

Desde entonces se pareció a las bestias callejeras,

Y, cuando se marchó sin ver nada, a través

De los campos, sin distinguir los estíos de los inviernos,

Sucio, inútil y feo como una cosa usada,

Fue de los niños el júbilo y la irrisión.

1850.

XVII

LA BELLEZA

Soy hermosa, ¡oh, mortales! cual un sueño de
piedra,

Y mi pecho, en el que cada uno se ha magullado a su vez,

Está hecho para inspirar al poeta un amor

Eterno y mudo así como la materia.

Tengo mi trono en el azar cual una esfinge incomprendida;

Uno un corazón de nieve a la blancura de los cisnes;

Aborrezco el movimiento que desplaza las líneas,

Y jamás lloro y jamás río.

Los poetas, ante mis ampulosas actitudes,

Que parezco copiar de los más altivos monumentos,

consumirán sus días en austeros estudios;

Porque tengo, para fascinar a esos dóciles amantes,

Puros espejos que tornan todas las cosas más bellas:

¡Mis ojos, mis grandes ojos, los de los fulgores
eternos!

1857.

XVIII

EL IDEAL

No serán jamás esas beldades de viñetas,

Productos averiados, nacidos de un siglo bribón,

Esos pies con borceguíes, esos dedos con castañuelas,

Los que logren satisfacer un corazón como el mío.

Le dejo a Gavarni, poeta de clorosis,

Su tropel gorjeante de beldades de hospital,

Porque no puedo hallar entre esas pálidas rosas

Una flor que se parezca a mi rojo ideal.

Lo que necesita este corazón profundo como un abismo,

Eres tú, Lady Macbeth, alma poderosa en el crimen,

Sueño de Esquilo abierto al clima de los austros;

¡Oh bien tú, Noche inmensa, hija de Miguel
Ángel,

Que tuerces plácidamente en una pose extraña

Tus gracias concebidas para bocas de Titanes!

1851.

XIX

LA GIGANTA

Cuando Natura en su inspiración pujante

Concebía cada día hijos monstruosos,

Me hubiera placido vivir cerca de una joven giganta,

Como a los pies de una reina un gato voluptuoso.

Me hubiera agradado ver su cuerpo florecer con su almaY
crecer libremente en sus terribles juegos;

Adivinar si su corazón cobija una sombría
llama

En las húmedas brumas que flotan en sus ojos;

Recorrer a mi gusto sus magníficas formas;

Arrastrarme en la pendiente de sus rodillas enormes,

Y a veces, en estío, cuando los soles malsanos,

Laxa, la hacen tenderse a través de la campiña,

Dormir despreocupadamente a la sombra de sus senos,

Como una plácida aldea al pie de una montaña.

1857.

XX

LA MASCARA

Estatua alegórica según el gusto del Renacimiento

A Ernest Christophe, Estatuario.

Contemplemos este tesoro de gracias florentinas;

En la ondulación de este cuerpo musculoso

La Elegancia y la Fuerza abundan, hermanas Divinas.

Esta mujer, trozo verdaderamente milagroso,

Divinamente robusta, adorablemente delgada,

Está hecha para reinar sobre lechos suntuosos,

Y encantar los ocios de un pontífice o de un príncipe.

-Por eso, contemplo esa sonrisa, fina y voluptuosa

En que la fatuidad pasea su éxtasis;

Esa prolongada mirada taimada, lánguida y burlona;

Ese rostro delicado, realzado por la gasa,

Del que cada rasgo nos dice con aire vencedor:

"¡La Voluptuosidad me llama y el Amor me corona!"

A este ser dotado de tanta majestad

-¡Ved que encanto excitante la gentileza le otorga!

Aproximémonos, y giremos en torno a su belleza.

¡Oh, blasfemia del arte! ¡Oh, sorpresa fatal!

¡La mujer de cuerpo divino, prometiendo la ventura,

Por lo alto termina en un monstruo bicéfalo!

-¡Pero, no! Sólo es una máscara, un decorado engañoso,

Este rostro iluminado por una exquisita mueca,

Y, mira, aquí, crispada atrozmente,

La verdadera cabeza, y el sincero rostro

Vuelto al abrigo de la cara que miente.

¡Pobre gran belleza! ¡El magnífico río

De tus lágrimas vuélcase en mi corazón receloso;

Tu mentira me embriaga, y mi alma se abreva

En los raudales que el Dolor hace brotar de tus ojos!

-Pero, ¿por qué llora ella? Ella, beldad perfecta

Que pondría a sus plantas al género humano
vencido,

¿Qué mal misterioso corroe su flanco de atleta?

-¡Ella llora, insensata, porque ella ha vivido!

¡Y porque vive! Pero, lo que ella deplora

Sobre todo, lo que la hace temblar hasta las rodillas,

Es que mañana, ¡ah! ¡tendrá que vivir todavía!

¡Mañana, pasado mañana y siempre! – ¡Como nosotros!

1859.

XXI

HIMNO A LA BELLEZA

¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,Oh,
Belleza? Tu mirada infernal y divina,

Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,

Y se puede, por eso, compararte con el vino.

Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;

Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;

Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora

Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.

¿Surges tú del abismo negro o desciendes de
los astros?

El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;

Tú siembras al azar la alegría y los desastres,

Y gobiernas todo y no respondes de nada,

Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;

De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,

Y la Muerte, entre tus más caros dijes,

Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.

El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela,

Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!

El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella

Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.

Que procedas del cielo o del infierno, ¿qué
importa,

¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso,
ingenuo!

Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta

De un infinito que amo y jamás he conocido?

De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel
o Sirena,

¿Qué importa si, tornas -hada con ojos de
terciopelo,

Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!-

El universo menos horrible y los instantes menos pesados?

1860.

XXIIPERFUME EXÓTICO

Cuando, los dos ojos cerrados, en una cálida tarde otoñal,

Yo aspiro el aroma de tu seno ardiente,

Veo deslizarse riberas dichosas

Que deslumbran los rayos de un sol monótono;

Una isla perezosa en que la naturaleza da

Árboles singulares y frutos sabrosos;

Hombres cuyo cuerpo es delgado y vigoroso

Y mujeres cuya mirada por su franqueza sorprende.

Guiado por tu perfume hacia deleitosos climas,

Yo diviso un puerto lleno de velas y mástiles

Todavía fatigados por la onda marina,

Mientras el perfume de los verdes tamarindos,

Que circula en el aire y satura mi olfato,

Se mezcla en mi alma con el canto de los marineros.

1857.

XXIIILA CABELLERA

¡Oh, vellón, rizándose hasta la nuca!

¡Oh, bucles, ¡Oh, perfume saturado de indolencia!

¡Éxtasis! ¡Para poblar esta tarde la alcoba oscura

Con los recuerdos adormecidos en esta cabellera

Yo la quiero agitar en el aire como un pañuelo!

¡La lánguida Asia y la ardiente África,

Todo un mundo lejano, ausente, casi difunto,

Vive en tus profundidades, selva aromática!

Así como otros espíritus bogan sobre la música,

El mío, ¡oh, mi amor! flota sobre tu perfume.

Yo acudiré allá donde el árbol y el
hombre, llenos de savia,

Desfallecen largamente bajo el ardor de los climas;

Fuertes trenzas, ¡Sed la ola que me arrebata!

Tú contienes, mar de ébano, un deslumbrante
sueño

De velas, de remeros, de llamas y de mástiles:

Un puerto ruidoso en el que mi alma puede beber

A raudales el perfume, el sonido y el color;

En el que los navíos, deslizándose en el oro y en la seda,

Abren sus amplios brazos para abarcar la gloria

De un cielo puro en el que palpita el eterno calor.

Sumergiré mi cabeza anhelante de embriaguez,

En este negro océano donde el otro está encerrado;

Y mi espíritu sutil que el rolido acaricia

Sabrá encontrarte ¡oh fecunda pereza!

¡Infinitos arrullos del ocio embalsamado!

Cabellos azules, pabellón de tinieblas tendidas,

Me volvéis el azur del cielo inmenso y redondo;

Sobre los bordes aterciopelados de tus crenchas retorcidas

Me embriago ardientemente con los olores confundidos

Del aceite de coco, del almizcle y la brea.

¡Hace tiempo! ¡Siempre! ¡Mi mano en tus crines pesadas

Sembrará el rubí, la perla y el zafiro,

A fin de que a mi deseo jamás seas sorda!

¿No eres tú el oasis donde sueño, y la calabaza

De la que yo sorbo a largos tragos el vino del recuerdo?

1859.

XXIV(YO TE ADORO…)

Yo te adoro al igual que la bóveda nocturna,

Oh, vaso de tristeza, oh gran taciturna,

Y te amo lo mismo, bella, cuando tú me huyes,

Y cuando me pareces, ornamento de mis noches,

Más irónicamente acumular las leguas

Que separan mis brazos de las inmensidades azules.

Me adelanto al ataque, y trepo en los asaltos,

Como alrededor de un cadáver un coro de gusanos,

Y quiero ¡oh, bestia implacable y cruel!

Hasta esta frialdad por la que me eres más bella!

1857.

XXV

(TU PONDRÍAS AL UNIVERSO ENTERO…)

Meterías al universo entero en tu calleja,

¡Mujer impura! El hastío torna tu alma cruel.

Para ejercitar tus dientes en este juego singular,

Necesitas cada día un corazón en el pesebre.

Tus ojos, iluminados cual tiendas

Y tejos llameantes en los festejos públicos,

Utilizan insolentemente un poder prestado,

Sin conocer jamás la ley de su belleza.

¡Máquina ciega y sorda, en crueldades fecunda!

Salutífero instrumento, bebedor de la sangre del
mundo,

¿Cómo no tienes vergüenza y cómo
no has visto,

Ante todos los espejos, palidecer tus atractivos?

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

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