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Sonetos, de Garcilaso de la Vega



    SONETO I

    Cuando me paro a contemplar mi estado

    y a ver los pasos por dó me ha traído,

    hallo, según por do anduve perdido,

    que a mayor mal pudiera haber llegado;

    mas cuando del camino estoy olvidado,

    a tanto mal no sé por dó he venido:

    sé que me acabo, y mas he yo sentido

    ver acabar conmigo mi cuidado.

    Yo acabaré, que me entregué sin arte

    a quien sabrá perderme y acabarme,

    si quisiere, y aun sabrá querello:

    que pues mi voluntad puede matarme,

    la suya, que no es tanto de mi parte,

    pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

    SONETO II

    En fin, a vuestras manos he venido,

    do sé que he de morir tan apretado,

    que aun aliviar con quejas mi cuidado,

    como remedio, me es ya defendido;

    mi vida no sé en qué se ha sostenido,

    si no es en haber sido yo guardado

    para que sólo en mí fuese probado

    cuanto corta una espada en un rendido.

    Mis lágrimas han sido derramadas

    donde la sequedad y la aspereza

    dieron mal fruto dellas y mi suerte:

    ¡basten las que por vos tengo lloradas;

    no os venguéis más de mí con mi flaqueza;

    allá os vengad, señora, con mi muerte!

    SONETO III

    La mar en medio y tierras he dejado

    de cuanto bien, cuitado, yo tenía;

    y yéndome alejando cada día,

    gentes, costumbres, lenguas he pasado.

    Ya de volver estoy desconfiado;

    pienso remedios en mi fantasía;

    y el que más cierto espero es aquel día

    que acabará la vida y el cuidado.

    De cualquier mal pudiera socorrerme

    con veros yo, señora, o esperallo,

    si esperallo pudiera sin perdello;

    mas no de veros ya para valerme,

    si no es morir, ningún remedio hallo,

    y si éste lo es, tampoco podré habello.

    SONETO IV

    Un rato se levanta mi esperanza:

    mas, cansada de haberse levantado,

    torna a caer, que deja, mal mi grado,

    libre el lugar a la desconfianza.

    ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza

    del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!

    Esfuerza en la miseria de tu estado;

    que tras fortuna suele haber bonanza.

    Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos

    romper un monte, que otro no rompiera,

    de mil inconvenientes muy espeso.

    Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,

    quitarme de ir a veros, como quiera,

    desnudo espirtu o hombre en carne y hueso.

    SONETO V

    Escrito está en mi alma vuestro gesto,

    y cuanto yo escribir de vos deseo;

    vos sola lo escribisteis, yo lo leo

    tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

    En esto estoy y estaré siempre puesto;

    que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,

    de tanto bien lo que no entiendo creo,

    tomando ya la fe por presupuesto.

    Yo no nací sino para quereros;

    mi alma os ha cortado a su medida;

    por hábito del alma mismo os quiero.

    Cuando tengo confieso yo deberos;

    por vos nací, por vos tengo la vida,

    por vos he de morir, y por vos muero.

    SONETO VI

    Por ásperos caminos he llegado

    a parte que de miedo no me muevo;

    y si a mudarme a dar un paso pruebo,

    y allí por los cabellos soy tornado.

    Mas tal estoy, que con la muerte al lado

    busco de mi vivir consejo nuevo;

    y conozco el mejor y el peor apruebo,

    o por costumbre mala o por mi hado.

    Por otra parte, el breve tiempo mío,

    y el errado proceso de mis años,

    en su primer principio y en su medio,

    mi inclinación, con quien ya no porfío,

    la cierta muerte, fin de tantos daños,

    me hacen descuidar de mi remedio.

    SONETO VII

    No pierda más quien ha tanto perdido,

    bástate, amor, lo que ha por mí pasado;

    válgame agora jamás haber probado

    a defenderme de lo que has querido.

    Tu templo y sus paredes he vestido

    de mis mojadas ropas y adornado,

    como acontece a quien ha ya escapado

    libre de la tormenta en que se vido.

    Yo había jurado nunca más meterme,

    a poder mío y mi consentimiento,

    en otro tal peligro, como vano.

    Mas del que viene no podré valerme;

    y en esto no voy contra el juramento;

    que ni es como los otros ni en mi mano.

    SONETO VIII

    De aquella vista buena y excelente

    salen espirtus vivos y encendidos,

    y siendo por mis ojos recibidos,

    me pasan hasta donde el mal se siente.

    Entránse en el camino fácilmente,

    con los míos, de tal calor movidos,

    salen fuera de mí como perdidos,

    llamados de aquel bien que está presente.

    Ausente, en la memoria la imagino;

    mis espirtus, pensando que la vían,

    se mueven y se encienden sin medida;

    mas no hallando fácil el camino,

    que los suyos entrando derretían,

    revientan por salir do no hay salida.

    SONETO IX

    Señora mía, si yo de vos ausente

    en esta vida turo y no me muero,

    paréceme que ofendo a lo que os quiero,

    y al bien de que gozaba en ser presente;

    tras éste luego siento otro accidente,

    que es ver que si de vida desespero,

    yo pierdo cuanto bien bien de vos espero;

    y ansí ando en lo que siento diferente.

    En esta diferencia mis sentidos

    están, en vuestra ausencia y en porfía,

    no sé ya que hacerme en tal tamaño.

    Nunca entre sí los veo sino reñidos;

    de tal arte pelean noche y día,

    que sólo se conciertan en mi daño.

    SONETO X

    ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,

    dulces y alegres cuando Dios quería,

    Juntas estáis en la memoria mía,

    y con ella en mi muerte conjuradas!

    ¿Quién me dijera, cuando las pasadas

    horas que en tanto bien por vos me vía,

    que me habiáis de ser en algún día

    con tan grave dolor representadas?

    Pues en una hora junto me llevastes

    todo el bien que por términos me distes,

    lleváme junto el mal que me dejastes;

    si no, sospecharé que me pusistes

    en tantos bienes, porque deseastes

    verme morir entre memorias tristes.

    SONETO XI

    Hermosas ninfas, que, en el río metidas,

    contentas habitáis en las moradas

    de relucientes piedras fabricadas

    y en columnas de vidrio sostenidas;

    agora estéis labrando embebecidas

    o tejiendo las telas delicadas,

    agora unas con otras apartadas

    contándoos los amores y las vidas:

    dejad un rato la labor, alzando

    vuestras rubias cabezas a mirarme,

    y no os detendréis mucho según ando,

    que o no podréis de lástima escucharme,

    o convertido en agua aquí llorando,

    podréis allá despacio consolarme.

    SONETO XII

    Si para refrenar este deseo

    loco, imposible, vano, temeroso,

    y guarecer de un mal tan peligroso,

    que es darme a entender yo lo que no creo.

    No me aprovecha verme cual me veo,

    o muy aventurado o muy medroso,

    en tanta confusión que nunca oso

    fiar el mal de mí que lo poseo,

    ¿qué me ha de aprovechar ver la pintura

    de aquél que con las alas derretidas

    cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

    y la del que su fuego y su locura

    llora entre aquellas plantas conocidas

    apenas en el agua resfro?

    SONETO XIII

    A Dafne ya los brazos le crecían,

    y en luengos ramos vueltos se mostraba;

    en verdes hojas vi que se tornaban

    los cabellos que el oro escurecían.

    De áspera corteza se cubrían

    los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:

    los blancos pies en tierra se hincaban,

    y en torcidas raíces se volvían.

    Aquel que fue la causa de tal daño,

    a fuerza de llorar, crecer hacía

    este árbol que con lágrimas regaba.

    ¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!

    ¡Que con llorarla crezca cada día

    la causa y la razón porque lloraba!

    SONETO XIV

    Como la tierna madre, que el doliente

    hijo le está con lágrimas pidiendo

    alguna cosa, de la cual comiendo,

    sabe que ha de doblarse el mal que siente.

    Y aquel piadoso amor no le consiente

    que considere el daño que, haciendo

    lo que le pide hace, va corriendo

    y aplaca el llanto y dobla el accidente,

    así a mi enfermo y loco pensamiento,

    que en su daño os me pide, yo querría

    quitarle este mortal mantenimiento.

    Mas pídemele y llora cada día

    tanto que cuanto quiere le consiento,

    olvidando su muerte, y aun la mía.

    SONETO XV

    Si quejas y lamentos pueden tanto,

    que enfrenaron el curso de los ríos,

    y en los diversos montes y sombríos

    los árboles movieron con su canto;

    si convertieron a escuchar su llanto

    los fieros tigres, y peñascos fríos;

    si, en fin, con menos casos que los míos

    bajaron a los reinos del espanto,

    ¿por qué no ablandará mi trabajosa

    vida, en miseria y lágrimas pasada,

    un corazón conmigo endurecido?

    Con más piedad debría ser escuchada

    la voz del que se llora por perdido

    que la del que perdió y llora otra cosa.

    SONETO XVI

    No las francesas armas odﯳas,

    en contra puestas del airado pecho,

    ni en los guardados muros con pertecho

    los tiros y saetas ponzoñosas;

    no las escaramuzas peligrosas,

    ni aquel fiero rüido contrahecho

    de aquel que para Júpiter fue hecho,

    por manos de Vulcano artificiosas,

    pudieron, aunque más yo me ofrecía

    a los peligros de la dura guerra,

    quitar una hora sola de mi hado.

    Mas infición del aire en sólo un día

    me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado,

    Parténope, tan lejos de mi tierra.

    SONETO XVII

    Pensando que el camino iba derecho,

    vine a parar en tanta desventura,

    que imaginar no puedo, aún con locura,

    algo de que esté un rato satisfecho.

    El ancho campo me parece estrecho,

    la noche clara para mí es escura;

    la dulce compañía, amarga y dura,

    y duro campo de batalla el lecho.

    Del sueño, si hay alguno, aquella parte

    sola, que es imagen de la muerte,

    se aviene con el alma fatigada.

    En fin que como quiera estoy de arte,

    que juzgo ya por hora menos fuerte,

    aunque en ella me vi, la que es pasada.

    SONETO XVIII

    Si a vuestra voluntad yo soy de cera,

    y por sol tengo sólo vuestra vista,

    la cual a quien no inflama o no conquista

    con su mirar, es de sentido fuera;

    ¿de do viene una cosa, que, si fuera

    menos veces de mí probada y vista,

    según parece que a razón resista,

    a mi sentido mismo no creyera?

    Y es que yo soy de lejos inflamado

    de vuestra ardiente vista y encendido

    tanto, que en vida me sostengo apenas;

    mas si de cerca soy acometido

    de vuestros ojos, luego siento helado

    cuajárseme la sangre por las venas.

    SONETO XIX

    Julio, después que me partí llorando

    de quien jamás mi pensamiento parte,

    y dejé de mi alma aquella parte

    que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,

    de mi bien a mí mismo voy tomando

    estrecha cuenta, y siento de tal arte

    faltarme todo el bien, que temo en parte

    que ha de faltarme el aire sospirando;

    y con este temor mi lengua prueba

    a razonar con vos, oh dulce amigo,

    del amarga memoria de aquel día

    en que yo comencé como testigo

    a poder dar, del alma vuestra, nueva

    y a saberla de vos del alma mía.

    SONETO XX

    Con tal fuerza y vigor son concertados

    para mi perdición los duros vientos,

    que cortaron mis tiernos pensamientos

    luego que sobre mí fueron mostrados.

    El mal es que me quedan los cuidados

    en salvo destos acontecimientos,

    que son duros, y tienen fundamientos

    en todos mis sentidos bien echados.

    Aunque por otra parte no me duelo,

    ya que el bien me dejó con su partida,

    del grave mal que en mí está de contino;

    antes con él me abrazo y me consuelo;

    porque en proceso de tan dura vida

    ataje la largueza del camino.

    SONETO XXI

    Clarísimo marqués, en quién derrama

    el cielo cuanto bien conoce el mundo;

    si el gran valor en que el sujeto fundo,

    y al claro resplandor de nuestra llama

    arribare mi pluma, y do la llama

    la voz de vuestro nombre alto y profundo,

    seréis vos solo eterno y sin segundo,

    y por vos inmortal quien tanto os ama.

    Cuanto del largo cielo se desea,

    cuanto sobre la tierra se procura,

    todo se halla en vos de parte a parte;

    y, en fin, de solo vos formó natura

    una extraña y no vista al mundo idea.

    y hizo igual al pensamiento el arte.

    SONETO XXII

    Con ansia extrema de mirar qué tiene

    vuestro pecho escondido allá en su centro,

    y ver si a lo de fuera lo de dentro

    en apariencia y ser igual conviene,

    en él puse la vista: mas detiene

    de vuestra hermosura el duro encuentro

    mis ojos, y no pasan tan adentro

    que miren lo que el alma en sí contiene.

    Y así se quedan tristes en la puerta

    hecha, por mi dolor, con esa mano

    que aun a su mismo pecho no perdona;

    donde vi claro mi esperanza muerta.

    y el golpe, que os hizo amor en vano

    non esservi passato oltra la gona.

    SONETO XXIII

    En tanto que de rosa y de azucena

    se muestra la color en vuestro gesto,

    y que vuestro mirar ardiente, honesto,

    con clara luz la tempestad serena;

    y en tanto que el cabello, que en la vena

    del oro se escogió, con vuelo presto

    por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

    el viento mueve, esparce y desordena:

    coged de vuestra alegre primavera

    el dulce fruto antes que el tiempo airado

    cubra de nieve la hermosa cumbre.

    Marchitará la rosa el viento helado,

    todo lo mudará la edad ligera

    por no hacer mudanza en su costumbre.

    SONETO XXIV

    Ilustre honor del nombre de Cardona,

    décima moradora del Parnaso,

    a Tansillo, a Minturno, al culto Taso

    sujeto noble de inmortal corona;

    si en medio del camino no abandona

    la fuerza y el espirtu a vuestro Laso,

    por vos me llevará mi osado paso

    a la cumbre difícil de Helicona.

    Podré llevar entonces, sin trabajo,

    con dulce son que el curso al agua enfrena,

    por un camino hasta agora enjuto,

    el patrio celebrado y rico Tajo,

    que del valor de su luciente arena

    a vuestro nombre pague el gran tributo.

    SONETO XXV

    ¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,

    cómo sentí tus leyes rigurosas!

    Cortaste el árbol con manos dañosas,

    y esparciste por tierra fruta y flores.

    En poco espacio yacen los amores,

    y toda la esperanza de mis cosas

    tornados en cenizas desdeñosas,

    y sordas a mis quejas y clamores.

    Las lágrimas que en esta sepultura

    se vierten hoy en día y se vertieron,

    recibe, aunque sin fruto allá te sean,

    hasta que aquella eterna noche oscura

    me cierre aquestos ojos que te vieron,

    dejándome con otros que te vean.

    SONETO XXVI

    Echado está por tierra el fundamento

    que mi vivir cansado sostenía.

    ¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!

    ¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!

    ¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento

    cuando se ocupa en bien de cosa mía!

    A mi esperanza, así como a baldía,

    mil veces la castiga mi tormento.

    Las más veces me entrego, otras resisto

    con tal furor, con una fuerza nueva,

    que un monte puesto encima rompería.

    Aquéste es el deseo que me lleva,

    a que desee tornar a ver un día

    a quien fuera mejor nunca haber visto.

    SONETO XXVII

    Amor, amor, un hábito vestí

    el cual de vuestro paño fue cortado;

    al vestir ancho fue, más apretado

    y estrecho cuando estuvo sobre mí.

    Después acá de lo que consentí,

    tal arrepentimiento me ha tomado,

    que pruebo alguna vez, de congojado,

    a romper esto en que yo me metí.

    Mas ¿quién podrá de este hábito librarse,

    teniendo tan contraria su natura,

    que con él ha venido a conformarse?

    Si alguna parte queda por ventura

    de mi razón, por mí no osa mostrarse;

    que en tal contradicción no está segura.

    SONETO XXVIII

    Boscán, vengado estáis, con mengua mía,

    de mi rigor pasado y mi aspereza

    con que reprehenderos la terneza

    de vuestro blando corazón solía.

    Agora me castigo cada día

    de tal salvatiquez y tal torpeza:

    mas es a tiempo que de mi bajeza

    correrme y castigarme bien podría.

    Sabed que en mi perfecta edad y armado,

    con mis ojos abiertos me he rendido

    al niño que sabéis, ciego y desnudo.

    De tan hermoso fuego consumido

    nunca fue corazón: si preguntado

    soy lo demás, en lo demás soy mudo.

    SONETO XXIX

    Pasando el mar Leandro el animoso,

    en amoroso fuego todo ardiendo,

    esforzó el viento, y fuese embraveciendo

    el agua con un ímpetu furioso.

    Vencido del trabajo presuroso,

    contrastar a las ondas no pudiendo,

    y más del bien que allí perdía muriendo,

    que de su propia muerte congojoso,

    como pudo, esforzó su voz cansada,

    y a las ondas habló desta manera

    mas nunca fue su voz de ellas oída:

    "Ondas, pues no se excusa que yo muera,

    dejadme allá llegar, y a la tornada

    vuestro furor ejecutad en mi vida."

    SONETO XXX

    Sospechas, que en mi triste fantasía

    puestas, hacéis la guerra a mi sentido,

    volviendo y revolviendo el afligido

    pecho, con dura mano noche y día;

    ya se acabó la resistencia mía

    y la fuerza del alma; ya rendido

    vencer de vos me dejo, arrepentido

    de haberos contrastado en tal porfía.

    Llevadme a aquel lugar tan espantable,

    que, por no ver mi muerte allí esculpida,

    cerrados hasta aquí tuve los ojos.

    Las armas pongo ya, que concedida

    no es tan larga defensa al miserable;

    colgad en vuestro carro mis despojos.

    SONETO XXXI

    Dentro de mi alma fue de mí engendrado

    un dulce amor, y de mi sentimiento

    tan aprobado fue su nacimiento

    como de un solo hijo deseado;

    mas luego de él nació quien ha estragado

    del todo el amoroso pensamiento:

    que en áspero rigor y en gran tormento

    los primeros deleites ha tornado.

    ¡Oh crudo nieto, que das vida al padre,

    y matas al abuelo! ¿por qué creces

    tan disconforme a aquel de que has nacido?

    ¡Oh, celoso temor! ¿a quién pareces?

    ¡que la envidia, tu propia y fiera madre,

    se espanta en ver el monstruo que ha parido!

    SONETO XXXII

    Estoy continuo en lágrimas bañado,

    rompiendo el aire siempre con sospiros;

    y más me duele el no osar deciros

    que he llegado por vos a tal estado;

    que viéndome do estoy, y lo que he andado

    por el camino estrecho de seguiros,

    si me quiero tornar para huiros,

    desmayo, viendo atrás lo que he dejado;

    y si quiero subir a la alta cumbre,

    a cada paso espántanme en la vía,

    ejemplos tristes de los que han caído.

    sobre todo, me falta ya la lumbre

    de la esperanza, con que andar solía

    por la oscura región de vuestro olvido.

    SONETO XXXIII

    Mario, el ingrato amor, como testigo

    de mi fe pura y de mi gran firmeza,

    usando en mí su vil naturaleza,

    que es hacer más ofensa al más amigo;

    teniendo miedo que si escribo o digo

    su condición, abato su grandeza;

    no bastando su fuerza a mi crüeza

    ha esforzado la mano a mi enemigo.

    Y ansí, en la parte que la diestra mano

    gobierna. y en aquella que declara

    los conceptos del alma, fui herido.

    Mas yo haré que aquesta ofensa cara

    le cueste al ofensor, ya que estoy sano,

    libre, desesperado y ofendido.

    SONETO XXXIV

    Gracias al cielo doy que ya del cuello

    del todo el grave yugo ha desasido,

    y que del viento el mar embravecido

    veré desde lo alto sin temello;

    veré colgada de un sutil cabello

    la vida del amante embebecido

    en su error, en engaño adormecido,

    sordo a las voces que le avisan dello.

    Alegrárame el mal de los mortales,

    y yo en aquesto no tan inhumano

    seré contra mi ser cuanto parece:

    alegraréme , como hace el sano,

    no de ver a los otros en los males,

    sino de ver que dellos él carece.

    SONETO XXXV

    Boscán, las armas y el furor de Marte,

    que con su propria fuerza el africano

    suelo regando, hacen que el romano

    imperio reverdezca en esta parte,

    han reducido a la memoria del arte

    y el antiguo valor italo,

    por cuya fuerza y valerosa mano

    África se aterró de parte a parte.

    Aquí donde el romano encendimiento,

    donde el fuego y la llama licenciosa

    sólo el nombre dejaron a Cartago,

    vuelve y revuelve amor mi pensamiento,

    hiere y enciende el alma temerosa,

    y en llanto y en ceniza me deshago.

    SONETO XXXVI

    A la entrada de un valle, en un desierto,

    do nadie atravesaba, ni se vía,

    vi que con extrañeza un can hacía

    extremos de dolor con desconcierto;

    agora suelta el llanto al cielo abierto,

    ora va rastreando por la vía;

    camina, vuelve, para, y todavía

    quedaba desmayado como muerto.

    Y fue que se apartó de su presencia

    su amo, y no le hallaba; y esto siente;

    mirad hasta do llega el mal de ausencia.

    Movióme a compasión ver su accidente;

    díjele, lastimado: "Ten paciencia,

    que yo alcanzo razón, y estoy ausente."

    SONETO XXXVII

    Mi lengua va por do el dolor la guía;

    ya yo con mi dolor sin guía camino;

    entrambos hemos de ir, con puro tino;

    cada uno a parar do no querría;

    yo, porque voy sin otra compañía,

    sino la que me hace el desatino,

    ella, porque la lleve aquel que vino

    a hacerla decir más que querría.

    Y es para mí la ley tan desigual,

    que aunque inocencia siempre en mí conoce,

    siempre yo pago el yerro ajeno y mío.

    ¿Qué culpa tengo yo del desvarío

    de mi lengua, si estoy en tanto mal,

    que el sufrimiento ya me desconoce?

    SONETO XXXVIII

    Siento el dolor menguarme poco a poco,

    no porque ser le sienta más sencillo,

    más fallece el sentir para sentillo,

    después que de sentillo estoy tan loco.

    Ni en sello pienso que en locura toco,

    antes voy tan ufano con oíllo,

    que no dejaré el sello y el sufrillo,

    que si dejo de sello, el seso apoco.

    Todo me empece, el seso y la locura;

    prívame éste de sí por ser tan mío;

    mátame estotra por ser yo tan suyo.

    Parecerá a la gente desvarío

    preciarme de este mal, do me destruyo:

    y lo tengo por única ventura.

     

    Enviado por:

    Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

    "NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"font>

    www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias

    Página Web: yuniorandrescastillo.galeon.com

    Santiago de los Caballeros,

    República Dominicana,

    2015.

    "DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH POR SIEMPRE"font>

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