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Yahvé, el dios judeo-cristiano



Partes: 1, 2, 3

  1. El dios judeo-cristiano, un dios "humano, demasiado humano"
  2. Yahvé, un dios tribal
  3. Yahvé, un dios cuya "alianza" con Israel le lleva a destruir a sus enemigos, pero también a castigar brutalmente a su propio pueblo
  4. Yahvé: Otras muestras de su despotismo criminal
  5. Del politeísmo al monoteísmo
  6. Politeísmo jerárquico: Transición al monoteísmo

Si se atiende al significado que el concepto de dios ha tenido a lo largo de la historia del judeo-cristianismo nos encontramos con una serie de cualidades totalmente antropomórficas: Un ser que ama y que odia, que es celoso y vengativo, que premia, castiga, ordena, se equivoca, se arrepiente, amenaza, rectifica, destruye y mata, y que es vulnerable en la misma medida en que le afectan las ofensas, desobediencias, traiciones y olvidos de los hombres.

Esta perspectiva respecto a la esencia de ese dios conduce al absurdo de que, siendo omnipotente y habiendo programado las decisiones y las acciones humanas, castigue de manera absurda a quienes había predeterminado para obrar en contra de sus leyes, de manera que tal forma de proceder convierte a ese dios en un ser caprichoso, déspota y contradictorio. Pues, en efecto, los autores de la Biblia no repararon en que la predeterminación divina implicaba la automática desaparición de las cualidades humanas relacionadas con "sus" acciones, como el libre albedrío, la responsabilidad, el mérito y la culpa, en cuanto tales acciones no serían propiamente suyas sino de su dios.

En este sentido, se dice en la Biblia que Yahvé predeterminó al faraón egipcio a no dejar salir del país a los israelitas a fin de poner de manifiesto su poder, liberando a su pueblo y castigando a los egipcios, a pesar de que éstos no habrían tenido ninguna culpa de la predeterminación a que Yahvé habría sometido a su faraón. Igualmente habría programado a Judas para que traicionase a Jesús, por lo que aquél no habría podido hacer otra cosa que lo que hizo, y sólo habría sido un instrumento para el cumplimiento de los planes divinos. Y por ello, sería una contradicción considerarle culpable de su acción.

Recordemos cómo en los Evangelios aparece la afirmación de Jesús:

"os aseguro que uno de vosotros me va a entregar"[1],

es decir, que ya todo estaba dispuesto así desde la eternidad, pues no se trataba sólo de que el dios judeo-cristiano supiera por su omnisciencia qué iba a suceder, sino que además él mismo lo habría programado.

Otro aspecto de este antropomorfismo del dios judeo-cristiano consistía en la suposición de que ese dios creó a la humanidad para que le amase y le adorase, lo cual implica ignorar que la perfección y autosuficiencia de ese dios quedarían negadas en cuanto supondría considerar que el amor, la adoración y las diversas acciones y sentimientos humanos dirigidos a él podían causarle mayor felicidad que la que tenía como consecuencia de su absoluta perfección. Tal punto de vista resulta mayormente absurdo si se tiene en cuenta que esas mismas acciones y sentimientos humanos hacia su dios habrían sido igualmente programados por él, por lo que el fundamento de la hipotética satisfacción divina por tales acciones sería contradictorio con la misma perfección divina, pues el dios cristiano no podría disfrutar de una felicidad superior a la que gozaba, ya que, como consecuencia de su perfección, ésta sería ya infinita.

Por esto mismo, un aspecto particular de este antropomorfismo consiste en la pretensión de que la adoración, las penitencias, los ayunos y las oraciones pudieran causar al dios cristiano alguna satisfacción, pues de nuevo este enfoque implicaría una negación de la inmutabilidad y de la perfección de ese dios, y la contradicción de suponer que ese dios tuviera estados emocionales variables y subordinados a las actitudes que el hombre tuviera hacia él, lo cual supondría de nuevo una negación de dicha perfección. Igualmente, las ofensas al dios cristiano no podrían causarle el más mínimo daño, no sólo por haber sido él quien las habría programado sino porque su perfección y su omnipotencia le harían completamente invulnerable.

Por otra parte y como ya se ha explicado en otro momento, la existencia de un dios como ser perfecto sería incompatible con la existencia del Universo y, con mayor motivo, con la presencia en él de tantos aspectos absurdos como son los relacionados con el sufrimiento. Esta incompatibilidad se hace más patente si se tiene en cuenta que, de acuerdo con un aforismo escolástico, el modo de actuar de cada ser es consecuencia y manifestación de su modo de ser ("operari sequitur esse"), de manera que, suponiendo la absurda hipótesis de que un ser perfecto fuera compatible con el deseo de crear algo, lo habría creado tan perfecto como lo fuera él mismo, pues su amor infinito -suponiendo que el amor fuera un aspecto de su perfección- le habría llevado a conceder al hombre la perfección en el mismo grado en que su poder se lo hubiese permitido, y, siendo éste infinito, habría creado al ser humano tan perfecto como lo fuera él mismo. Pero, además, ese amor infinito no sólo sería contradictorio con las imperfecciones humanas -en cuanto lo perfecto no puede amar lo imperfecto- sino, como ya se ha dicho, con la existencia de las enfermedades, de la muerte y de las calamidades que rodean la existencia humana y que están igualmente presentes en los seres capaces de sentir.

El antropomorfismo del concepto judeo-cristiano de dios se advierte igualmente teniendo en cuenta la consideración de B. Spinoza según la cual la infinitud de dios sería incompatible con la existencia de cualquier otra realidad que pudiera limitar la suya, como lo sería el Universo en cuanto no se identificase con dios. En consecuencia, un concepto menos antropomórfico de dios sería aquél que lo identificase con el conjunto de lo real, por lo que el Universo y el mismo ser humano formarían parte de ese dios. Este concepto de dios implicaría renunciar a la idea de un dios personal para asumir la de un dios global, es decir, un panteísmo según el cual, tal como entendía Spinoza, hablar de dios equivaldría a hablar de la Naturaleza o de la totalidad de lo existente.

Sin embargo y como ya se ha dicho, los dirigentes del antiguo Israel, los del cristianismo y los de las demás religiones introdujeron desde sus comienzos un concepto sumamente antropomórfico de dios que les ha resultado muy rentable para el crecimiento de su negocio "espiritual", dado que a la humanidad en general le resulta mucho más congruente con su fantasía y con su necesidad de vencer sus miedos asumir la idea de un dios con sentimientos y cualidades humanos que la de uno que se mantuviera alejado de cualquier sentimiento y de cualquier modificación de su estado de inmutable perfección.

La serie de aspectos antropomórficos que el judeo-cristianismo ha atribuido a su dios puede conocerse de modo directo leyendo la relación de pasajes bíblicos en que tales cualidades se ponen de manifiesto. Entre ellas hay que destacar un conjunto sobradamente significativo para demostrar la falsedad de aquello que los dirigentes de la iglesia católica dicen que su dios les comunicó acerca de sí mismo y para mostrar el carácter contradictorio de las cualidades que en dichos pasajes se le atribuyen, cualidades que a los dirigentes de esta confesión religiosa les ha convenido resaltar, presentando interpretaciones interesadas, contradictorias en sí mismas o con otros pasajes bíblicos.

El dios judeo-cristiano, un dios "humano, demasiado humano"

Dice el catecismo católico:

"Dios es el autor de la Sagrada Escritura. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo.

La santa madre Iglesia, según la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia".

He creído conveniente citar estas palabras para que se entienda el motivo fundamental por el que voy a exponer y a analizar una serie de textos del Antiguo Testamento, en cuanto representan una parte fundamental de esa supuesta "palabra de Dios" que los dirigentes de la secta católica consideran como la esencia de sus doctrinas; y porque en los pasajes que citaré a continuación nos encontramos inequívocamente con un dios contradictorio respecto al dios considerado en tantas otras ocasiones como amor y misericordia infinita.

En cuanto los dirigentes católicos proclaman que la Biblia es "la palabra de Dios", una sola contradicción a lo largo de sus páginas debería ser suficiente para rechazar el conjunto de toda esta obra, en cuanto, por definición, la supuesta perfección divina es incompatible con cualquier mensaje, doctrina o cualidad que sea contradictoria o simplemente falsa en cualquiera de sus pasajes. En este sentido, no puede proclamarse que el dios judeo-cristiano sea amor infinito y al mismo tiempo afirmar que ese dios odia a determinadas personas, sentimiento contradictorio con el de aquel amor infinito. Veremos en los capítulos siguientes que las contradicciones que aparecen en la Biblia no se reducen a la que acabo de mencionar sino que son asombrosamente amplias, de manera que cualquiera que piense por sí mismo entenderá fácilmente que la simple lectura de la Biblia o de una pequeña parte de ella es un motivo más que suficiente para comprender que este libro no representa la palabra de un dios veraz, sino todo lo más una sarta de mentiras que han sido astutamente utilizadas por los sacerdotes de Israel y por los dirigentes cristianos en general para construir su inmenso "negocio religioso" haciéndose cómplices de la gran mayoría de dirigentes políticos por muy corruptos que sean, amenazando y engañando a la masa ingenua con terribles castigos divinos para obtener a cambio una serie de privilegios con los que han ido amasando inmensos beneficios económicos que nada tienen que ver con el modelo de vida que hipócritamente dicen defender.

Paso ya a la exposición y al análisis de estos textos:

a) En Génesis, primer libro de la Biblia, se dice:

"…y [Yahvé] descansó el día séptimo de todo lo que había hecho"[2].

En este pasaje se atribuye al dios de Israel no sólo la imperfección antropomórfica de hacer algo, la supuesta "creación", como si le faltase ese algo a su teórica perfección, sino también la de cansarse de actuar, como nos sucede a los humanos, y la correspondiente necesidad de descansar, lo cual no parece propio de ningún dios que se precie sino sólo una muestra más del antropomorfismo con que fue caracterizado por los autores de la Biblia.

El hecho de que la religión judeo-cristina entienda que efectivamente su dios creó el mundo en seis días y que tal afirmación no haya que interpretarla como una simple metáfora parece evidente si se tiene en cuenta que en Éxodo se dice:

"Quien haga algún trabajo en día de sábado morirá sin remedio […] porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra y el séptimo día dejó de trabajar y descansó"[3].

Pues efectivamente sería el colmo del absurdo que se impusiera pena de muerte por trabajar en sábado si la afirmación de que el mundo fue creado en seis días se hubiera escrito como una simple metáfora. La referencia a la creación del mundo en seis días y la de la necesidad de descansar por parte de Yahvé no son precisamente ejemplos claros de la inspiración divina en quien los escribió sino todo lo contrario: Se trata más bien de ejemplos de cómo el pueblo de Israel sintió, como muchos otros, la necesidad de encontrar una explicación acerca del origen del mundo.

b) "Al ver el Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos tendían siempre al mal, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra"[4].

Este pasaje es otro claro ejemplo de antropomorfismo y de contradicción interna con respecto al concepto del dios judeo-cristiano. En efecto, en primer lugar en él se olvida que ese dios, por su omnipotencia y omnisciencia, debía conocer desde la eternidad "el crecimiento de la maldad del hombre" -pues él mismo la habría predeterminado y su omnisciencia le permitía tenerla presente en todo momento-, por lo que es una contradicción decir que Yahvé "se arrepintió de haber creado al hombre" como si sólo a partir de aquel momento hubiera llegado a enterarse del crecimiento de dicha maldad. Pero, además, si los actos humanos habían sido programados por la omnipotencia divina, no tenía sentido decir que "crecía en la tierra la maldad del hombre", puesto que el hombre no habría podido hacer otra cosa que aquello para lo cual hubiera sido programado por ese dios. Igualmente, la perfección de los actos divinos sería incompatible con la idea de que en algunos de ellos se hubiera equivocado hasta el punto de que luego tuviera que arrepentirse de haberlos realizado, tal como se afirma en este pasaje.

c) Un pasaje similar es el que dice:

"Y añadió el Señor [hablando con Moisés]:

Me estoy dando cuenta de que ese pueblo [= Israel] es un pueblo obcecado. Déjame; voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré"[5].

Se dice aquí de manera contradictoria que Yahvé se estaba dando cuenta en ese momento de que Israel era un pueblo obcecado. Es decir, que antes de crear al pueblo de Israel, a pesar de haber predeterminado su comportamiento futuro, ¡ese dios omnipotente y omnisciente no sabía cómo se iba a comportar este pueblo en el futuro! Llama asombrosamente la atención el hecho de que Yahvé, el dios omnisciente, descubra en determinado momento aquello que debía conocer desde la eternidad como consecuencia de su omnisciencia y predeterminación, pues evidentemente hay una contradicción entre la predeterminación y la omnisciencia de Yahvé, por una parte, y su desconocimiento del modo como posteriormente se comportaría su pueblo, por otra.

El pasaje incurre además en el antropomorfismo de atribuir a ese dios la debilidad de enfurecerse, lo cual presupone el absurdo de que un ser tan insignificante como el hombre tendría el poder de alterar la impasibilidad propia de un dios perfecto, hasta el punto de provocar su decisión de aniquilarlo, al margen de que luego desistiese de cumplir tal decisión, por lo que de nuevo se pone en evidencia que su supuesta inmutabilidad sería pura palabrería, en contra de lo que debería ser ese dios como perfección absoluta.

Finalmente, cuando Yahvé dice "ese pueblo [= Israel] es un pueblo obcecado" está atribuyendo al pueblo de Israel tal cualidad en lugar de considerar que, de acuerdo con la supuesta libertad que el dios judeo-cristiano habría dado a cada hombre, ninguna cualidad moral podría pertenecer a determinado pueblo de modo intrínseco, sino que debería tener un carácter individual a fin de no incurrir en un determinismo social.

Además y como luego se analizará, el supuesto libre albedrío humano, defendido por los dirigentes de la secta católica, está en contradicción con la predeterminación divina, pero éstos dirigentes defienden a la vez ambas doctrinas.

d) El pasaje siguiente vuelve a tener carácter antropomórfico, al atribuir a Dios la imperfección del olvido, negando, en consecuencia, su omnisciencia; pues, evidentemente, el hecho de que tuviese que recordar la promesa que había hecho implica que previamente la había olvidado:

"Dios escuchó sus lamentos y recordó la promesa que había hecho a Abraham, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los israelitas y comprendió su situación"[6].

e) El antropomorfismo divino del Antiguo Testamento es tan ingenuo e infantil que en Éxodo Yahvé se aparece a Moisés con forma humana, como si fuera su auténtica forma y no como una manera de comunicarse con él: Yahvé afirma su carácter limitado, como el de cualquier ser humano, cuando dice a Moisés: "…hasta que yo haya pasado", como si el ser del dios de Israel no sólo tuviera un carácter material sino también su propia delimitación, es decir, un principio y un final, no siendo infinito. En efecto, se dice en este libro:

"El Señor añadió:

[…] te cubriré con la palma de mi mano hasta que yo haya pasado; y cuando retire mi mano, me verás de espaldas porque de frente no se me puede ver"[7].

Pero, en contradicción con pasajes como éste y con todos aquéllos que de un modo o de otro se refieren a Yahvé presentándolo con carácter material, humano y limitado, los dirigentes de la secta católica proclaman tanto la inmaterialidad como la infinitud divina, despreciando el valor del principio de contradicción.

f) En el texto que sigue Moisés consigue aplacar la ira divina, consigue igualmente que Yahvé se arrepienta de haber querido hacer el mal a su pueblo y le convence para que no lo destruya. El dios con quien habla Moisés es un dios ingenuamente antropomórfico, con sentimientos de ira, con errores en sus actuaciones y, en definitiva, es un dios al que un hombre, el propio Moisés, exhorta para lograr que se arrepienta "del mal que había querido hacer". Todo ello representa una ingenua proyección en ese dios de imperfecciones simplemente humanas, incluso la de haber querido hacer el mal, evidentemente contradictorias con el teórico ser de un dios perfecto:

[Dice Moisés a Yahvé:] "Aplaca el ardor de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo […] Y el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo"[8].

Muchos de quienes proclaman que la Biblia es "la palabra de Dios" podrían objetar a esta crítica que los aspectos antropomórficos de Yahvé se debían a la dificultad que el pueblo de Israel habría tenido en aquellos momentos para comprender las cualidades divinas si se hubiera utilizado un lenguaje más exacto. Sin embargo, a esta objeción se podría replicar de diversas maneras: Podría decirse que el dios judeo-cristiano hubiera podido dar al pueblo la capacidad suficiente para entender su perfección en lugar de tener que recurrir a metáforas que eran incompatibles con tal perfección, y, sobre todo, que no tenía ningún sentido atribuirle actos criminales que, más allá de cualquier metáfora, daban una visión de ese dios realmente absurda y totalmente alejada de aquella perfección que hubiera debido corresponder-le. El hecho de que el autor del anterior pasaje diga que "el Señor se arrepintió del mal…" es una nueva contradicción, pues ¿qué sentido podría tener que un ser perfecto hubiera querido hacer el mal y que posteriormente se hubiera arrepentido?

Son tantos los momentos en que el dios de Israel se muestra con rasgos antropomórficos que, a pesar de que muestro una cantidad considerable de ellos, he dejado sin exponer muchos otros, pues a lo largo de los pasajes que iré mostrando podrá verse que todos representan diversas muestras del antropomorfismo al que me he referido.

Yahvé, un dios tribal

En los pasajes que siguen se pone de manifiesto que, en líneas generales -quizá con alguna excepción-, el dios de que se habla en el Antiguo Testamento no es un dios universal sino un dios tribal, que se preocupa por su pueblo, Israel, exterminando en muchos casos a los pueblos que representen un peligro para el suyo. Son muchas las ocasiones en que en el Antiguo Testamento se indica con absoluta claridad desde qué momento Yahvé se convierte en el dios de Israel: Se trata precisamente del momento en que el mismo Yahvé ofrece a Abraham ser el dios de Israel -pueblo que todavía no existía- y protegerlo de sus enemigos a cambio de que Israel le obedezca y mantenga su fidelidad no adorando a otros dioses. En este sentido se dice en Éxodo:

"Os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; entonces conoceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os libró de la opresión egipcia"[9].

¿Qué importancia tienen estas palabras? Pues realmente una importancia esencial, ya que a lo largo de la Biblia se habla en muchas ocasiones de una alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel por la que éste será el pueblo exclusivo de este dios del mismo modo que Yahvé será el dios exclusivo de Israel.

Pero, ¿qué clase de alianza es ésta? Como puede verse por los textos que a continuación se citan, aquí lo que hay no es propiamente una alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel sino una simple imposición, que no es otra que la ideada por los sacerdotes dirigentes de Israel para tener así mejor controlado al pueblo. Por dicha "alianza" el dios Yahvé propone -o impone a Abraham- que el pueblo de Israel le acepte como "su dios" y le guarde fidelidad. A cambio Yahvé le protegerá contra sus enemigos, le ayudará a salir de la esclavitud a la que el faraón egipcio todavía ha de someterle, y le concederá un lugar en el que establecerse para siempre, la llamada "tierra prometida".

Sin embargo, Abraham en ningún momento llegó a pronunciarse acerca de la propuesta (?) de Yahvé, al margen de que lo más seguro es que la hubiera aceptado, pues, aunque en Génesis aparece un diálogo entre Dios y Abraham relacionada con esa alianza, en ningún momento Abraham asiente formalmente a ella.

Pero, en cualquier caso, hay que decir que tal "alianza" habría tenido un valor nulo en cuanto, a la hora de la verdad y posteriormente a dicho encuentro, Yahvé introducía en la práctica una cláusula que para nada aparecía en aquella "negociación" con Abraham: Yahvé no le advierte de que, si el pueblo de Israel incumple la fidelidad que, de acuerdo con dicha alianza, deberá mantenerle, él actuará de forma despótica contra su pueblo, matando y destruyendo sin piedad a "justos y pecadores" hasta que su ira se aplaque.

Pero, además, hay que decir igualmente que, incluso en el caso de que Abraham hubiera aceptado formalmente tal "alianza", ésta se habría producido entre Yahvé y Abraham, pero no entre Yahvé y el pueblo de Israel por los siglos de los siglos amén, pues la decisión de Abraham no tenía por qué ligar al resto de su pueblo ni a su descendencia. Sin embargo, en aquellos tiempos el individuo no contaba como tal sino que lo que contaba era el pueblo, la tribu, la colectividad y, por ello, una supuesta alianza con Abraham, patriarca del futuro pueblo de Israel, era considerada como una alianza con el pueblo que fue surgiendo a partir de Jacob, nieto de Abraham, y de sus doce hijos varones -no de su hija Dina-, que dieron origen a las doce tribus de Israel[10]El pacto con Abraham no debía haber tenido ningún valor para sus descendientes. El pueblo podía haberlo ignorarlo y no asumir que debía cumplirlo, y Yahvé, como dios perfecto, debía saber que los pactos individuales no tenían por qué afectar a una colectividad, aunque ésta fuera descendiente de la persona con quien había realizado dicho pacto -y mucho más si se pretendía que tuvieran un valor moral- a no ser que hubiera sido la colectividad en cuanto tal quien de manera unánime lo hubiera aceptado, en cuyo caso el pacto habría podido valer para esa colectividad pero no para su descendencia.

No obstante, el sentimiento israelita de unidad tribal y de pueblo debía de ser tan absoluto en aquellos tiempos que el autor de este relato consideró con toda naturalidad que un supuesto pacto entre Yahvé y Abraham obligaba a todo el pueblo, como si éste fuera una simple prolongación de Abraham y como si las personas, individualmente consideradas, careciesen de derecho y de dignidad propias hasta el punto de que su libre decisión para ratificar o desvincularse de aquel pacto no hubiera merecido siquiera ser tomada en cuenta.

Por si pudiera creerse que nos encontramos ante textos aislados o que hubieran sido mal interpretados, puede verse que la serie de pasajes en que se indica esta alianza exclusiva de Yahvé con Israel es especialmente abundante. Así sucede, por ejemplo, con los siguientes:

a) "…si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos"[11].

b) "Habitaré en medio de los israelitas y seré su Dios"[12].

c) "Viviré en medio de vosotros; seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo"[13].

d) "No profanéis la tierra que habitáis, en medio de la cual habito yo también, pues yo soy el Señor, que habito en medio de los hijos de Israel"[14].

e) "Me decía [un hombre algo misterioso]:

– Hijo de hombre, éste es el lugar de mi trono, donde pongo las plantas de mis pies y donde habitaré para siempre en medio de los israelitas"[15].

f) "Yo cambiaré la suerte de mi pueblo Israel […] Yo los plantaré en su tierra y nunca más serán arrancados de la tierra que yo les di, dice el Señor tu Dios"[16].

g) "Salta de gozo, alégrate, Sión: Porque yo vengo a habitar en medio de ti, oráculo del Señor"[17].

h) "Porque al repartir sobre la tierra los pueblos al frente de cada pueblo puso un jefe, pero Israel es la porción del Señor"[18].

i) "No tendrás otros dioses fuera de mí"[19].

Lo más destacable y común de estos pasajes es la clara y exclusiva predilección de Yahvé por el pueblo de Israel, al margen de que no se haga referencia a ningún mérito especial de ese pueblo como para haber sido elegido por Yahvé como "su pueblo entre todos los pueblos".

Complementariamente, del mismo modo que Yahvé elige a su pueblo, exige a éste que no tenga otro dios que él (pasaje i), lo cual, por otra parte, representa un clara afirmación de la creencia en la existencia de otros dioses, la cual aparece como algo absolutamente natural para quien escribió este pasaje, que, desde luego, no pudo ser el "Espíritu Santo".

Según se narra en la Biblia, casi todas las matanzas de Yahvé contra Israel se producen por la serie de infidelidades de su pueblo, que en diversas ocasiones cae en la tentación de adorar a otros dioses, al margen de que el motivo real de tales desastres provenga de otras causas, como la del poder de sus enemigos, siendo luego los sacerdotes quienes aprovechan tales derrotas para calificarlas como castigo de Yahvé a su pueblo por sus infidelidades.

Es evidente que, de forma latente pero clara, puede descubrirse en todos estos pasajes la mano de los sacerdotes israelitas, que, en un momento dado, introducen la figura fantástica de Yahvé como un poder mágico que les servirá para reforzar su autoridad ante su pueblo desde el momento en que, cuando dirijan sus órdenes a éste, ya no lo harán por su autoridad, que sería la de simples mortales, sino por la del poderoso Yahvé, que les comunica las órdenes que deben transmitir a su pueblo. De este modo, el pueblo obedecerá más ciegamente las órdenes que los sacerdotes quieran darle que si las tuvieran que cumplir sólo por la autoridad de éstos, más fácilmente discutible.

Estos pasajes son ejemplos absolutamente claros del carácter tribal del dios de Israel, en los que se contrapone este pueblo y su dios Yahvé a los demás pueblos.

En el Nuevo Testamento, la creencia en un dios único está ya generalizada y la consideración de que ese dios único no es otro que el dios de Israel, sigue apareciendo incluso en el último libro de la Biblia católica, en el Apocalipsis, donde sigue apareciendo el tribalismo del Antiguo Testamento, considerando a "las doce tribus de Israel" con un protagonismo especial en relación con los demás pueblos de la tierra. Además, en ambos pasajes el único pueblo del que se habla es el pueblo de Israel, como si lo que especialmente importase a los fundadores de la nueva religión fuera desacreditar a los israelitas seguidores de la religión tradicional con quienes, según se cuenta en los evangelios, se habían producido serios enfrentamientos:

* "Y vi otro ángel que subía del oriente; llevaba consigo el sello del Dios vivo y gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar:

-No hagáis daño ni a la tierra, ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente con el sello a los servidores de nuestro Dios.

Y oí el número de los marcados con el sello: eran ciento cuarenta y cuatro mil procedentes de todas las tribus de Israel"[20].

* "Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros, los que me habéis seguido […] os sentaréis también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel"[21].

Vemos cómo en estos pasajes Jesús pone su mensaje a las doce tribus perdidas de Israel por encima de cualquier otra misión que hubiera podido realizar, pero al mismo tiempo se presenta una contraposición entre los seguidores del Antiguo Testamento y los seguidores de Jesús, de manera que se advierte de forma amenazante que al final de los tiempos los seguidores de Jesús se encargarán de juzgar a las doce tribus de Israel.

Tiene interés especial observar esa referencia al pueblo de Israel como si el resto de la humanidad no tuviese ninguna importancia para el autor de este escrito.

Por otra parte, las referencias a la "alianza" de Yahvé con el pueblo de Israel, excluyendo de ella a los demás pueblos, aparecen también de modo incuestionable en muchos otros pasajes como los siguientes:

-"Yo haré con ellos [Israel] una alianza eterna, para que yo sea su Dios, y ellos sean mi pueblo; y no volveré a expulsar a mi pueblo Israel de la tierra que les di"[22].

-"Abrahán fue ilustre padre de muchos pueblos, y no hubo quien lo superara […] Por eso Dios le prometió con juramento bendecir a las naciones de su descendencia, multiplicarlo como el polvo de la tierra, exaltar como las estrellas su linaje […] La bendición de todos los hombres [de Israel] y la alianza las hizo descansar sobre la cabeza de Jacob; lo confirmó en sus bendiciones, le dio la tierra en herencia, la dividió en porciones y la repartió entre las doce tribus"[23].

-"Haré con ellos [= con el pueblo de Israel] una alianza de paz, una alianza eterna […] Pondré en medio de ellos mi morada, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo"[24].

-"Yo establecí con ellos mi alianza, prometiéndoles la tierra de Canaán"[25].

El libro de los Salmos en general insiste también en multitud de ocasiones en la idea de esta alianza de Dios con Israel. Sin embargo, esta doctrina merece diversas críticas, tanto por su carácter antropomórfico como por otros motivos que se exponen a continuación:

En primer lugar, es realmente absurdo el antropomorfismo de Yahvé por su interés -simplemente humano- en establecer una alianza, un pacto o un contrato con determinado pueblo, como si dicho dios fuera a obtener algún beneficio, como si fuera a perder algo por no realizarlo o como si el pueblo de Israel tuviera algún mérito especial para convertirse en "el pueblo elegido". Por ello, de forma espontánea surge la pregunta: ¿Entonces, por qué Yahvé muestra ese interés tan insistente en esa alianza? Como ya he adelantado antes, es evidente que quienes estaban realmente interesados en ella -o en presentar la "comedia" de que tal alianza se había producido- no eran otros que los sacerdotes de Israel, que embaucan a su pueblo en nombre del supuesto Yahvé para que obedezca ciegamente las órdenes que reciba de ellos, en cuanto se presentan como los intermediarios entre Yahvé y su pueblo, como si ese supuesto dios no hubiese tenido suficiente poder para hablar directamente al pueblo sin necesidad de intermediarios. Está claro que los sacerdotes forjaron esta trama relacionada con Yahvé, con su alianza, con sus órdenes y con sus amenazas porque, tal como ya se ha dicho, fueron ellos mismos quienes crearon a su dios, a su imagen y semejanza, al tomar conciencia de la utilidad de esa invención para tener más y mejor controlado a su pueblo.

En segundo lugar, es igualmente antropomórfica y absurda la idea de que un dios perfecto pudiera sentir predilección por un pueblo frente a todos los demás, al margen de que con el transcurso del tiempo dicho dios -o, más exactamente, sus sacerdotes- llegasen a presentarlo finalmente como un dios único y universal, lo cual implica, por otra parte, una contradicción con las referencias que se acaban de hacer respecto a Yahvé como un dios propio y exclusivo de Israel, así como si se tienen en cuenta las cualidades que deberían estar implícitas en el concepto de "dios" desde el momento en que se lo quisiera presentar como un "ser perfecto"[26].

En tercer lugar y en relación con el punto anterior, hay que insistir en que, según los pasajes bíblicos mencionados, la mítica alianza se habría producido exclusivamente entre Yahvé y Abraham, y no entre Yahvé y el pueblo de Israel -aunque también esta idea resulta criticable, pues el pasaje que narra el encuentro de Yahvé con Abraham no contiene ninguna fórmula que sugiera que en él se produjera pacto alguno-. No obstante, lo que sí está claro es que posteriormente el pueblo de Israel aceptó las palabras de sus sacerdotes y se sintió vinculado con tal alianza. Y lo absolutamente evidente es que esa alianza no se produjo entre Yahvé y la humanidad en general. Así, en Éxodo, 19:5, se dice de manera clara y explícita:

"Yahvé será el Dios de Israel entre todos los pueblos".

Es decir, se afirma con claridad que Yahvé no pretende ser un Dios universal, protector de todos los pueblos, sino exclusivamente de ese pequeño pueblo del oriente próximo, rodeado de tantos otros con sus respectivos dioses protectores, cuya existencia no sólo no se niega sino que se reconoce de manera explícita, tal como se verá más adelante.

En cualquier caso, más que de un pacto o de una alianza se trata de una mezcla entre una promesa y una imposición que supuestamente Yahvé hace a Abraham y que éste acepta, pues, como Yahvé les había librado de Ur y ahora prometía a Abraham que en el futuro liberaría a su pueblo de la opresión egipcia[27]y además le ofrecía tierras para que su pueblo se estableciera en ellas de manera definitiva, era lógico que éste no opusiera objeción alguna a dicha propuesta. A cambio el pueblo de Israel debía aceptar a Yahvé como "su dios" y rechazar a cualquier otro que otros pueblos pudieran inducirle a adorar, o a ofrecerle algún tipo de ofrendas, de sacrificios y de obediencia, pues Yahvé era un dios celoso y tal actitud habría podido implicar su abandono o incluso su venganza, o, más exactamente, el miedo de los sacerdotes de Israel a perder autoridad ante su pueblo, pues lo que ellos pretendían con su invención religiosa era dirigir al pueblo reforzando su autoridad a partir de la suposición de que eran los encargados de transmitirle las órdenes que supuestamente recibían de Yahvé.

Es evidente, por otra parte, que, a pesar del carácter exclusivo con que se muestra esta alianza entre Yahvé y Abraham, los dirigentes de la secta católica modificaron el sentido de aquella supuesta alianza de carácter tribal para darle un valor nuevo, no tribal sino "católico", universal, que fue el que especialmente defendió Pablo de Tarso, y el que ayudó en una medida excepcionalmente importante a que la secta cristiana, surgida a partir de la religión de Israel, se convirtiera al cabo de pocos siglos en "la multinacional religiosa" con mayor poder económico y político de todo el planeta.

En cuarto lugar, tiene interés señalar la contradicción según la cual en algún momento de la Biblia se olvida que la supuesta alianza se realiza en este encuentro de Yahvé con Abraham, y se dice que se originó a partir de Moisés, después de producirse la liberación de los israelitas del dominio egipcio, al margen de que Yahvé, en su encuentro con Abraham, incluyese entre sus promesas la de liberar a Israel de los egipcios cuando ya estuvieran esclavizados por el faraón.

Como nuevos ejemplos de pasajes en los que la alianza se realiza con Abraham podemos ver los siguientes:

"Tú, Señor, eres el Dios que elegiste a Abrán […] Viste que su corazón te era fiel e hiciste una alianza con él. Prometiste darle, a él y a su descendencia, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jebuseos y guergueseos"[28].

"Linaje de Abrahán, su siervo, hijos de Jacob, su elegido: el Señor es nuestro Dios, a toda la tierra alcanzan sus decretos. El recuerda su alianza eternamente […], el pacto concluido con Abrahán, y el juramento que hizo a Isaac; todo ello lo estableció como ley para Jacob, como alianza eterna para Israel, diciendo: "Te daré la tierra de Canaán como lote de tu heredad"[29].

Sin embargo y en contradicción con los pasajes anteriores, se dice en Éxodo:

"Moisés subió al encuentro de Dios y el Señor lo llamó desde el monte y le dijo:

-Así hablarás a la estirpe de Jacob; así dirás a los hijos de Israel: Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros […] os he traído a mí. Ahora bien, si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa"[30].

Igualmente, en Deuteronomio, 4:44, se hace referencia a las diversas normas que "propuso Moisés a los israelitas cuando salieron de Egipto"[31]. En efecto, en esta enumeración de preceptos se dice:

"Hoy has aceptado lo que el Señor te propone: que él será tu Dios, y que tú seguirás sus caminos, cumpliendo sus leyes, sus mandamientos y sus preceptos, y que escucharás su voz.

Y el Señor ha aceptado lo que tú le propones: que tú serás el pueblo de su propiedad, como te ha prometido, y que cumplirás todos sus mandamientos"[32].

En un sentido coherente con el pasaje anterior se dice en Ageo:

"Siguen en pie los términos de la alianza que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto"[33],

olvidando que dicha alianza se había establecido mucho tiempo antes y que tal olvido no sería propio de un dios al que se considerase "perfecto".

Sin embargo, si nos fijamos en el texto de Éxodo, podemos ver que en él se hace referencia a una "alianza" previamente establecida, mientras que en los de Deuteronomio y Ageo se habla de manera explícita de la alianza como de un pacto establecido "cuando salisteis de Egipto". Poco después se repiten las implicaciones de este pacto y se hace referencia a Abraham, a Isaac y a Jacob como los israelitas a quienes Yahvé propuso esta alianza por primera vez, aunque diciendo Yahvé a Moisés de manera contradictoria que "hoy", es decir, a partir de esa entrevista, Yahvé se convertía en el dios de Israel mientras que Israel se convertía en el pueblo de Yahvé de acuerdo con la promesa realizada a Abraham, Isaac y Jacob:

"[Dice Moisés:] En virtud de este pacto tú quedas constituido hoy en pueblo suyo, y él en Dios tuyo, como te prometió y como juró a tus antepasados, Abrahán, Isaac y Jacob"[34].

Sin embargo, dejando de lado historietas míticas, parece que quien tuvo la idea de imaginar aquella alianza entre Yahvé y Abraham -y no entre Yahvé y el pueblo de Israel- lo hizo bastante tiempo después de que se produjera la liberación del pueblo de Israel respecto a Egipto, pues habría sido realmente absurdo que Yahvé prometiera a Abraham liberarle de una situación de esclavitud que todavía no se había producido en lugar de impedir que se produjera. Y, por ello, es muy posible que el "error" de Ageo se produjese por haber entendido que lo más lógico era que dicha alianza se produjese después o como consecuencia de la liberación de Israel y no antes, a pesar de los muchos pasajes en que se insiste en lo contrario.

Por lo que se refiere a las cláusulas de esta alianza impuesta hay que señalar las siguientes:

a) Yahvé entregaría a los israelitas una tierra para que se establecieran en ella de manera definitiva. Se trataba de la conocida "tierra prometida", también nombrada en la Biblia como "tierra de Canaán", habitada ya por otros pueblos. En efecto, se dice en Génesis:

"Aquel día hizo el Señor una alianza con Abrán en estos términos:

-A tu descendencia le daré esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates: quineos, quineceos, cadmeneos, hititas, pereceos, refaítas, amorreos, cananeos, guergueseos y jebuseos"[35].

Partes: 1, 2, 3

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