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El capitán veneno (página 3)



Partes: 1, 2, 3

     -¡Mire V., señorita! (exclamó resueltamente el Capitán, después de breve pausa, como quien va á epilogar y resumir una intrincada controversia). -La noche que ayudé á bien morir á su madre de V. le dije honradamente y con mi franqueza habitual (para que aquella buena señora no se muriese en un error, sino á sabiendas de lo que pasaba), que yo, el Capitán Veneno, pasaría por todo en este mundo, menos por tener mujer é hijos. -¿Lo quiere V. más claro?

     -¿Y á mí qué me cuenta V.? (respondió Angustias con tanta dignidad como gracia). -¿Cree V., por ventura, que yo le estoy pidiendo indirectamente su blanca mano?

     -¡No, señora! (se apresuró á contestar
D. Jorge, ruborizándose hasta lo blanco de los ojos). ¡La conozco
á V. demasiado para suponer tal majadería! -Además, ya
hemos visto que V. desprecia novios millonarios, como el abogado de la famosa
carta…..

-¿Qué digo? ¡La propia doña Teresa me dió
la misma contestación que usted, cuando le revelé mi inquebrantable
propósito de no casarme nunca….. -Pero yo le hablo á V. de esto
para que no extrañe ni lleve á mal el que, estimándola
a V. como la estimo….. (¡porque yo la quiero á V. muchísimo
más de lo que se figura!), no corte por lo sano y diga: -«¡Basta
de requilorios, hija del alma! ¡Casémonos, y aquí paz y
después gloria!»

     -¡Es que no bastaría que V. lo dijese!….. (contestó la joven con heroica frialdad). Sería menester que V. me gustara.

     -¿Estamos ahí ahora? (bramó el Capitán, dando un brinco). Pues ¿acaso no le gusto yo á V.?

     -¿De dónde saca V. semejante probabilidad, caballero D. Jorge? -repuso Angustias implacablemente.

     -¡Déjeme V. á mí de probabilidades ni de latines! (tronó el pobre discípulo de Marte). ¡Yo sé lo que me digo! ¡Lo que aquí pasa, hablando mal y pronto, es que no puedo casarme con V., ni vivir de otro modo en su compañía, ni abandonarla á su triste suerte….. -Pero créame V., Angustias; ni V. es una extraña para mí, ni yo lo soy para V….. ¡y el día que yo supiera que V. ganaba ese jornal que dice; que V. servía en una casa ajena; que V. trabajaba con sus manecitas de nácar…..; que V. tenía hambre…… ó frío,….. o….. (¡Jesús! ¡No quiero pensarlo!), le pegaba fuego á Madrid, ó me saltaba la tapa de los sesos! -Transija V., pues; y, ya que no acepte el que vivamos juntos como dos hermanos (porque el mundo lo mancha todo con sus ruines pensamientos), consienta que le señale una pensión anual, como la señalan los reyes ó los ricos á las personas dignas de protección y ayuda…..

     -Es que V., Sr. D. Jorge, no tiene nada de rico ni de rey.

     -¡Bueno! Pero V. es para mí una reina, y debo y quiero pagarle el tributo voluntario con que suelen sostener los buenos súbditos á los reyes proscritos…..

     -Basta ya de reyes y de reinas, mi Capitán….. (prosiguió Angustias con el triste reposo de la desesperación). -Usted no es ni puede ser para mí otra cosa que un excelente amigo de los buenos tiempos, á quien siempre recordaré con gusto. -Digámonos adiós y déjeme siquiera la dignidad en la desgracia.

     -¡Eso es! ¡Y yo, entretanto, me bañaré en agua de rosas, con la idea de que la mujer que me salvó la vida, exponiendo la suya está pasando las de Caín! ¡Yo tendré la satisfacción de pensar que la única hija de Eva de quien he gustado, á quien he querido, á quien….. adoro con toda mi alma, carece de lo más necesario, trabaja para alimentarse malamente, vive en una guardilla, y no recibe de mí ningún socorro, ningún consuelo!…..

     -¡Señor Capitán! (interrumpió Angustias solemnemente). Los hombres que no pueden casarse, y que tienen la nobleza de reconocerlo y de proclamarlo, no deben hablar de adoración á las señoritas honradas. -Conque lo dicho: mande V. por un carruaje, despidámonos como personas decentes, y ya sabrá V. de mí cuando me trate mejor la fortuna.

     -¡Ay, Dios mío de mi alma! ¡Qué mujer ésta! (clamó el Capitán, tapándose el rostro con las manos). ¡Bien me lo temí todo desde que le eché la vista encima! ¡Por algo dejé de jugar al tute con ella! ¡Por algo he pasado tantas noches sin dormir! -¿Hase visto apuro semejante al mío? ¿Cómo la dejo desamparada y sola, si la quiero más que á mi vida? ¿Ni cómo me caso con ella, después de tanto como he declamado contra el matrimonio? ¿Qué dirían de mí en el Casino? ¿Qué dirían los que me encontrasen en la calle con una mujer del bracete, ó en casa, dándole la papilla á un rorro? -¡Niños á mí! ¡Yo bregar con muñecos! ¡Yo oirlos llorar! Yo temer á todas horas que estén malos, que se mueran, que se los lleve el aire! -Angustias….. ¡créame V., por Jesucristo vivo! ¡Yo no he nacido para esas cosas! -¡Viviría tan desesperado que, por no verme y oirme, pediría V. á voces el divorcio ó quedarse viuda!….. -¡Ah! ¡Tome V. mi consejo! ¡No se case conmigo, aunque yo quiera!

     -Pero hombre….. (expuso la joven, retrepándose en su butaca con admirable serenidad). ¡Usted se lo dice todo! -¿De dónde saca V. que yo deseo que nos casemos; que yo aceptaría su mano; que yo no prefiero vivir sola, aunque para ello tenga que trabajar día y noche, como trabajan otras huérfanas?

     -¡Que de dónde lo saco! (respondió el Capitán con la mayor ingenuidad del mundo). ¡De la naturaleza de las cosas! ¡De que los dos nos queremos! ¡De que los dos nos necesitamos! ¡De que no hay otro arreglo para que un hombre como yo y una mujer como V. vivan juntos! -¿Cree V. que yo no lo conozco; que no lo había pensado ya, que á mí me son indiferentes su honra y su nombre? -Pero he hablado por hablar, por huir de mi propia convicción, por ver si escapaba al terrible dilema que me quita el sueño, y hallaba un modo de no casarme con V….., como al cabo tendré que casarme, si se empeña en quedarse sola…..

     -¡Sola! ¡Sola!….. (repitió donosamente Angustias). ¿Y por qué no mejor acompañada? ¿Quién le dice á V. que no encontraré yo con el tiempo un hombre de mi gusto, que no tenga horror al matrimonio?

     -¡Angustias! ¡Doblemos esa hoja! -gritó el Capitán, poniéndose de color de azufre.

     -¿Por qué doblarla?

     -¡Doblémosla, digo!….. Y sepa V. desde ahora, que me comeré el corazón del temerario que la pretenda….. -Pero hago muy mal en incomodarme sin fundamento alguno….. ¡No soy tan tonto que ignore lo que nos sucede!….. -¿Quiere V. saberlo? -Pues es muy sencillo. ¡Los dos nos queremos!….. -Y no me diga V. que me equivoco, ¡porque eso sería faltar á la verdad! -Y allá va la prueba. ¡Si V. no me quisiera á mí, no la querría yo á usted!….. ¡Lo que yo hago es pagar! -¡Y le debo á V. tanto!….. -¡Usted, después de haberme salvado la vida, me ha asistido como una Hermana de la Caridad; V. ha sufrido con paciencia todas las barbaridades que, por librarme de su poder seductor, le he dicho durante cincuenta días; V. ha llorado en mis brazos cuando se murió su madre; V. me está aguantando hace una hora!….. -En fin….. ¡Angustias!….. Transijamos….. Partamos la diferencia….. -¡Diez años de plazo le pido á V.! -Cuando yo cumpla el medio siglo, y sea ya otro hombre, enfermo, viejo y acostumbrado á la idea de la esclavitud, nos casaremos sin que nadie se entere, y nos iremos fuera de Madrid, al campo, donde no haya público, donde nadie pueda burlarse del antiguo Capitán Veneno….. -Pero, entretanto, acepte V., con la mayor reserva, sin que lo sepa alma viviente, la mitad de mis recursos….. -Usted vivirá aquí, y yo en mi casa. Nos veremos….. siempre delante de testigos: por ejemplo, en alguna tertulia formal. Todos los días nos escribiremos. Yo no pasaré jamás por esta calle, para que la maledicencia no murmure….., y, únicamente el día de Finados, iremos juntos al cementerio, con Rosa, á visitar á doña Teresa…..

     Angustias no pudo menos de sonreirse al oir este supremo discurso del buen Capitán. Y no era burlona aquella sonrisa, sino gozosa como un deseado albor de esperanza, como el primer reflejo del tardío astro de la felicidad, que ya iba acercándose á su horizonte….. -Pero, mujer al cabo, aunque tan digna y sincera, dijo con simulada confianza y con la entereza propia de un recato verdaderamente pudoroso:

     -¡Hay que reirse de las extravagantes condiciones que pone V. á la concesión de su no solicitado anillo de boda! -¡Es usted cruel en regatear al menesteroso limosnas que tiene la altivez de no pedir, y que por nada de este mundo aceptaría! -Pues añada V. que, en la presente ocasión, se trata de una joven….. no fea ni desvergonzada, á quien está V. dando calabazas hace una hora, como si ella le hubiese requerido de amores. -Terminemos, por consiguiente, tan odiosa conversación, no sin que antes le perdone yo á V., y hasta le dé las gracias por su buena aunque mal expresada voluntad….. -¿Llamo ya á Rosa para que vaya por el coche?

     -¡Todavía no, cabeza de hierro! ¡Todavía no! (respondió el Capitán, levantándose con aire muy reflexivo, como si estuviese buscando forma á un pensamiento abstruso y delicado). Ocúrreseme otro medio de transacción, que será el último…..; ¿entiende V., señora aragonesa? ¡El último que este otro aragonés se permitirá indicarle!….. Mas, para ello, necesito que antes me responda V. con lealtad á una pregunta….., después de haberme alargado las muletas, á fin de marcharme sin hablar más palabra, en el caso de que se niegue V. á lo que pienso proponerle…..

     -Pregunte V. y proponga….. -dijo Angustias, alargándole las muletas con indescriptible donaire.

     Don Jorge se apoyó, ó mejor dicho, se irguió sobre ellas; y, clavando en la joven una mirada pesquisidora, rígida, imponente, la interrogó con voz de magistrado:

     -¿Le gusto á V.? ¿Le parezco aceptable, prescindiendo de estos palitroques, que tiraré muy pronto? ¿Tenemos base sobre qué tratar? ¿Se casaría V. conmigo inmediatamente, si yo me resolviera á pedirle su mano, bajo la anunciada condición que diré luego?

     Angustias conoció que se jugaba el todo por el todo….. Pero, aun así, púsose también de pie, y dijo con su nunca desmentido valor:

     -Sr. D. Jorge: esa pregunta es una indignidad, y ningún caballero la hace á las que considera señoras. -¡Basta ya de ridiculeces!….. -¡Rosa! ¡Rosa! El señor de Córdoba te llama…..

     Y, hablando así, la magnánima joven se encaminó hacia la puerta principal de la habitación, después de hacer una fría reverencia al endiablado Capitán.

     Éste la atajó en mitad de su camino, gracias á la más larga de sus muletas, que extendió horizontalmente hasta la pared, como un gladiador que se va á fondo, y entonces exclamó con humildad inusitada:

     -¡No se marche V., por la memoria de aquella que nos ve desde el cielo! ¡Me resigno á que no conteste V. á mi pregunta, y paso á proponerle la transacción!….. -¡Estará escrito que no se haga más que lo que V. quiera! -Pero tú, Rosita, ¡márchate con cinco mil demonios, que ninguna falta nos haces aquí!

     Angustias, que pugnaba por apartar la valla impuesta á su paso, se detuvo al oir la sentida invocación del Capitán, y miróle fijamente á los ojos, sin volver hacia él más que la cabeza y con un indefinible aire de imperio, de seducción y de impasibilidad. -¡Nunca la había visto D. Jorge tan hermosa ni tan expresiva! ¡Entonces sí que parecía una reina!

     -Angustias….. (continuó diciendo, ó más bien tartamudeando aquel héroe de cien combates, de quien tanto se prendó la joven madrileña al verlo revolverse como un león entre cientos de balas). ¡Bajo una condición precisa, inmutable, cardinal, tengo el honor de pedirle su mano, para que nos casemos, cuando V. diga; mañana……, hoy….., en cuanto arreglemos los papeles….., lo más pronto posible; pues yo no puedo ya vivir sin V.!…..

     La joven dulcificó su mirada, y comenzó á pagar á D. Jorge aquel verdadero heroísmo con una sonrisa tierna y deliciosa.

     -¡Pero repito que es bajo una condición!….. -se apresuró á añadir el pobre hombre, conociendo que la mirada y la sonrisa de Angustias empezaba á trastornarlo y derretirlo.

     -¿Bajo qué condición? -preguntó la joven con hechicera calma, volviéndose del todo hacia él, y fascinándole con los torrentes de luz de sus negros ojos.

     -¡Bajo la condición (balbuceó el catecúmeno) de que si tenemos hijos….. los echaremos á la Inclusa! -¡Oh! ¡Lo que es en esto no cederé jamás! -¿Acepta V.? -¡Dígame que sí, por María Santísima!

     -Pues ¿no he de aceptar, señor Capitán Veneno? (respondió Angustias, soltando la carcajada). -¡Usted mismo irá á echarlos!….. -¿Qué digo?….. ¡Iremos los dos juntos! -¡Y los echaremos sin besarlos ni nada, Jorge!….. ¿Crees tú que los echaremos?

     Tal dijo Angustias, mirando á D. Jorge de Córdoba con angelical arrobamiento.

     El pobre Capitán se sintió morir de ventura; un río de lágrimas brotó de sus ojos, y exclamó estrechando entre sus brazos á la gallarda huérfana:

     -¡Conque estoy perdido!

     -¡Completísimamente perdido, señor Capitán Veneno! (replicó Angustias). Así, pues, vamos á almorzar; luego jugaremos al tute; y, á la tarde, cuando venga el Marqués, le preguntaremos si quiere ser padrino de nuestra boda, cosa que el buen señor está deseando, en mi concepto, desde la primera vez que nos vió juntos.

  – III –

Etiamsi omnes

     Una mañana del mes de Mayo de 1852, es decir, cuatro años después de la escena que acabamos de reseñar, cierto amigo nuestro (el mismo que nos ha referido la presente historia) paró su caballo á la puerta de una antigua casa con honores de palacio, situada en la Carrera de San Francisco de la villa y corte; entregó las bridas al lacayo que lo acompañaba, y preguntó al levitón animado que le salió al encuentro en el portal:

     -¿Está en su oficina D. Jorge de Córdoba?

     -El caballero (dijo en asturiano la interrogada pieza de paño) pregunta, á lo que imagino, por el excelentísimo señor marqués de los Tomillares…..

     -¿Cómo así? ¿Mi querido Jorge es ya marqués? (replicó el apeado jinete). ¿Murió al fin el bueno de D. Álvaro? -¡No extrañe V. que lo ignorase, pues anoche llegué á Madrid, después de año y medio de ausencia!…..

     -El señor marqués D. Álvaro (dijo solemnemente el servidor, quitándose la galoneada tartera que llevaba por gorra) falleció hace ocho meses, dejando por único y universal heredero á su señor primo y antiguo Contador de esta casa, D. Jorge de Córdoba, actual marqués de los Tomillares…..

     -Pues bien: hágame V. el favor de avisar que le pasen recado de que aquí está su amigo T…..

     -Suba el caballero….. -En la biblioteca lo encontrará. -S. E. no gusta de que le anunciemos las visitas, sino de que dejemos entrar á todo el mundo como á Pedro por su casa.

     -Afortunadamente….. (exclamó para sí el visitante, subiendo la escalera) yo me sé de memoria la casa, aunque no me llamo Pedro….. -¡Conque en la biblioteca!….., ¿eh? -¡Quién había de decir que el Capitán Veneno se metiese á sabio!

     Recorrido que hubo aquella persona varias habitaciones, encontrando al paso á nuevos sirvientes que se limitaban á repetirle: El señor está en la biblioteca….., llegó al fin á la historiada puerta de tal aposento, la abrió de pronto, y quedó estupefacto al ver el grupo que se ofreció ante su vista.

     En medio de la estancia hallábase un hombre puesto á cuatro pies sobre la alfombra; encima de él estaba montado un niño como de tres años, espoleándolo con los talones, y otro niño, como de año y medio, colocado delante de su despeinada cabeza, le tiraba de la corbata, como de un ronzal, diciéndole borrosamente:

     -¡Arre, mula!

FIN

 

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®

Partes: 1, 2, 3
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