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Comparación de Platón Aristóteles (página 3)



Partes: 1, 2, 3

Debemos tratar ahora en nuestra investigación nuestro tercer sentido, el oído: por qué causas se producen sus procesos. Supongamos, en general, por un lado, la voz, transmitida por el aire como un golpe a través de las orejas, del cerebro y de la sangre hasta el alma y, por otro, el movimiento comenzado por ella, a partir de la cabeza y que termina en la sede hepática: la audición. Cuando es rápida, es aguda; si es más lenta, es más grave, y la regular es uniforme y suave; la contraria, áspera; potente, la que es abundante, y la opuesta, débil. La armonía de estos movimientos debe ser considerada en lo que ha de ser tratado más adelante.

Nos resta aún un cuarto sentido que debemos dividir porque posee
en sí esas grandes variedades que llamamos colores, llama que fluye de
cada uno de los cuerpos y con sus partículas proporcionales a nuestra
visión posibilita la percepción. Antes se habló de las
causas que producían el rayo visual. Pero aquí sería más
lógico y conveniente a un discurso apropiado discurrir acerca de los
colores de la siguiente manera. Las partículas que proceden de los otros
cuerpos y afectan la visión son, unas, menores, otras, mayores y otras,
iguales a las partículas visuales propiamente dichas. Las iguales son
imperceptibles, las que denominamos transparentes; en cuanto a las mayores y
las menores, aquéllas contraen el rayo visual, éstas lo dilatan,
similares a los calores y fríos en la carne, a las sustancias astringentes
en la lengua y a todo lo que llamamos punzante por producir calor; lo blanco
y negro, aunque son los mismos fenómenos que aquéllos, parecen
diferentes por darse en otro nivel. Hay que designarlos como sigue: lo que tiene
la propiedad de dilatar el rayo visual es blanco; negro, su contrario. El movimiento
más agudo, perteneciente a otro género de fuego, que dilata el
rayo visual hasta los ojos, abre con violencia sus salidas y las funde en una
masa de fuego y agua, que llamamos lágrima cuando desde allí se
vierte. La misma es fuego y se encuentra con fuego que avanza desde el lado
contrario. Cuando un fuego salta como un rayo mientras otro entra y se apaga
en la humedad y, en esta conmoción, nacen múltiples colores, llamamos
a este fenómeno destellos y denominamos a lo que lo produjo brillante
y esplendoroso.

El tipo de fuego intermedio es el que, a pesar de mezclarse con la parte
húmeda de los ojos, cuando la alcanza no es resplandeciente. Aplicamos
el nombre de rojo al rayo de fuego mixto que atraviesa la humedad y da un color
sangre. El brillante mezclado con el rojo y el blanco es castaño rojizo.
Aunque alguien lo supiera, no tiene sentido decir en qué cantidad están
mezclados estos componentes, de los que nadie podría dar una demostración
exacta o hacer una exposición medianamente probable. Ciertamente, el
rojo, mezclado con el negro y el blanco produce el púrpura; el gris amarronado
se origina cuando a éstos, que han sido mezclados entre sí y quemados,
se les agrega más negro. El rojo amarillento nace de la mezcla del castaño
rojizo y el gris; el gris, del blanco y el negro; el amarillento, cuando el
blanco se mezcla con el castaño rojizo. El blanco, cuando se une al brillante
y se hace intenso en dirección al negro, produce el color azul oscuro;
el azul oscuro mezclado con el blanco da el verde azulado, el rojo amarillento
con el negro da el verde suave. Es casi evidente a partir de estos ejemplos
con qué mezclas el resto podría salvar el mito probable. Si alguno
pretendiera obtener una prueba por la observación de sus efectos, ignoraría
lo que diferencia la naturaleza divina de la humana: que dios sabe y es capaz
al mismo tiempo de convertir la multiplicidad en una unidad por medio de una
mezcla y también de disolver la unidad en la multiplicidad, pero ninguno
de los hombres ni es capaz ahora de ninguna de estas cosas ni lo será
nunca en el futuro.

El artífice del ser más bello y mejor entre los que devienen recibió entonces todo esto que es así necesariamente, cuando engendró al dios independiente y más perfecto. Aunque utilizó para ello todas estas causas auxiliares, fue él quien ensambló en todo lo que deviene la buena disposición. Para ello es, necesario distinguir entre dos tipos de causas, uno necesario, el otro divino, y con el fin de alcanzar la felicidad hay que buscar lo divino en todas partes, en la medida en que nos lo permita nuestra naturaleza. Lo necesario debe ser investigado por aquello, puesto que debemos pensar que sin la necesidad no es posible comprender la causa divina, nuestro único objeto de esfuerzo, ni captarla ni participar en alguna medida de ella.

Ahora que, al igual que los carpinteros la madera, tenemos ante nosotros
los tipos de causas que se han decantado y a partir de los cuales es necesario
entretejer el resto del discurso, volvamos un instante al comienzo para marchar
rápidamente hasta el punto desde donde vinimos hasta aquí e intentar
poner una coronación final al relato que se ajuste a lo anterior. Como
ya fuera dicho al principio, cuando el universo se encontraba en pleno desorden,
el dios introdujo en cada uno de sus componentes las proporciones necesarias
para consigo mismo y para con el resto y los hizo tan proporcionados y armónicos
como le fue posible. Entonces, nada participaba ni de la proporción ni
de la medida, si no era de manera casual, ni nada de aquello a lo que actualmente
damos nombres tales como fuego, agua o alguno de los restantes, era digno de
llevar un nombre, sino que primero los ordenó y, luego, de ellos compuso
este universo, un ser viviente que contenía en sí mismo todos
los seres vivientes mortales e inmortales. El dios en persona se convierte en
artífice de los seres divinos y manda a sus criaturas llevar a cabo el
nacimiento de los mortales. Cuando éstos recibieron un principio inmortal
de alma, le tornearon un cuerpo mortal alrededor, a imitación de lo que
él había hecho.

Como vehículo le dieron el tronco y las extremidades en los que
anidaron otra especie de alma, la mortal, que tiene en sí procesos terribles
y necesarios: en primer lugar el placer, la incitación mayor al mal,
después, los dolores, fugas de las buenas acciones, además, la
osadía y el temor, dos consejeros insensatos, el apetito, difícil
de consolar, y la esperanza, buena seductora. Por medio de la mezcla de todos
estos elementos con la sensibilidad irracional y el deseo que todo lo intenta
compusieron con necesidad el alma mortal. Por esto, como los dioses menores
se cuidaban de no mancillar el género divino del alma, a menos que fuera
totalmente necesario, implantaron la parte mortal en otra parte del cuerpo separada
de aquélla y construyeron un istmo y límite entre la cabeza y
el tronco, el cuello, colocado entremedio para que estén separadas. Ligaron
el género mortal del alma al tronco y al así llamado tórax.

Puesto que una parte del alma mortal es por naturaleza mejor y otra peor,
volvieron a dividir la cavidad del tórax y la separaron con el diafragma
colocado en el medio, tal como se hace con las habitaciones de las mujeres y
los hombres. Implantaron la parte belicosa del alma que participa de la valentía
y el coraje más cerca de la cabeza, entre el diafragma y el cuello, para
que escuche a la razón y junto con ella coaccione violentamente la parte
apetitiva, cuando ésta no se encuentre en absoluto dispuesta a cumplir
voluntariamente la orden y la palabra proveniente de la acrópolis. Hicieron
al corazón, nudo de las venas y fuente de la sangre que es distribuida
impetuosamente por todos los miembros, la habitación de la guardia, para
que, cuando bulle la furia de la parte volitiva porque la razón le comunica
que desde el exterior los afecta alguna acción injusta o, también,
alguna proveniente de los deseos internos, todo lo que es sensible en el cuerpo
perciba rápidamente a través de los estrechos las recomendaciones
y amenazas, las obedezca y cumpla totalmente y permita así que la parte
más excelsa del alma los domine. Como previeron que, en la palpitación
del corazón ante la expectativa de peligros y cuando se despierta el
coraje, el fuego era el origen de una fermentación tal de los encolerizados,
idearon una forma de ayuda e implantaron el pulmón, débil y sin
sangre, pero con cuevas interiores, agujereadas como esponjas para que, al recibir
el aire y la bebida, lo enfríe y otorgue aliento y tranquilidad en el
incendio. Por ello, cortaron canales de la arteria en dirección al pulmón
y a éste lo colocaron alrededor del corazón, como una almohadilla,
para que el corazón lata sobre algo que cede, cuando el coraje se excita
en su interior, y se enfríe, de modo que sufra menos y pueda servir más
a la razón con coraje.

Entre el diafragma y el límite hacia el ombligo, hicieron habitar
a la parte del alma que siente apetito de comidas y bebidas y de todo lo que
necesita la naturaleza corporal, para lo cual construyeron en todo este lugar
como una especie de pesebre para la alimentación del cuerpo. Allí
la ataron, por cierto, como a una fiera salvaje: era necesario criarla atada,
si un género mortal iba a existir realmente alguna vez. La colocaron
en ese lugar para que se apaciente siempre junto al pesebre y habite lo más
lejos posible de la parte deliberativa, de modo que cause el menor ruido y alboroto
y permita reflexionar al elemento superior con tranquilidad acerca de lo que
conviene a todas las partes, tanto desde la perspectiva común como de
la particular. Sabían que no iba a comprender el lenguaje racional y
que, aunque lo percibiera de alguna manera, no le era propio ocuparse de las
palabras, sino que las imágenes y apariciones de la noche y, más
aún, del día la arrastrarían con sus hechizos. Ciertamente,
a esto mismo tendió un dios cuando construyó el hígado
y lo colocó en su habitáculo. Lo ideó denso, suave, brillante
y en posesión de dulzura y amargura, para que la fuerza de los pensamientos
proveniente de la inteligencia, reflejada en él como en un espejo cuando
recibe figuras y deja ver imágenes, atemorice al alma apetitiva.

Cuando utiliza la parte de amargura innata e, irritada, se acerca y la
amenaza, entremezcla la amargura rápidamente en todo el hígado
y hace aparecer una coloración amarillenta, lo contrae totalmente, lo
arruga y hace áspero, dobla y contrae su lóbulo, obtura y cierra
sus cavidades y accesos, causa dolores y náuseas. Cuando, por otro lado,
alguna inspiración de suavidad proveniente de la inteligencia dibuja
las imágenes contrarias, le da un reposo de la amargura, porque no quiere
ni mover ni entrar en contacto con la naturaleza que le es contraria, y le aplica
al hígado la dulzura que se encuentra en él. Entonces, endereza
todo el órgano, lo suaviza y libera y hace agradable y de buen carácter
a la parte del alma que habita en el hígado y le otorga un estado apacible
durante la noche con el don de adivinación durante el sueño, ya
que éste no participa ni de la razón ni de la inteligencia. Como
nuestros creadores recordaban el mandato del padre cuando ordenó hacer
lo mejor posible el género mortal, para disponer también así
nuestra parte innoble, le dieron a ésta la capacidad adivinatoria con
la finalidad de que de alguna manera entre en contacto con la verdad.

Hay una prueba convincente de que dios otorgó a la irracionalidad
humana el arte adivinatoria. En efecto, nadie entra en contacto con la adivinación
inspirada y verdadera en estado consciente, sino cuando, durante el sueño,
está impedido en la fuerza de su inteligencia o cuando, en la enfermedad,
se libra de ella por estado de frenesí. Pero corresponde al prudente
entender, cuando se recuerda, lo que dijo en sueños o en vigilia la naturaleza
adivinatoria o la frenética y analizar con el razonamiento las eventuales
visiones: de qué manera indican algo y a quién, en caso de que
haya sucedido, suceda o vaya a suceder un mal o un bien. No es tarea del que
cae en trance o aún está en él juzgar lo que se le apareció
o lo que él mismo dijo, sino que es correcto el antiguo dicho que afirma
que sólo es propio del prudente hacer y conocer lo suyo y a sí
mismo. Por ello, ciertamente, la costumbre colocó por encima de las adivinas
inspiradas al gremio de los intérpretes, como jueces. A éstos
algunos los llaman adivinos, porque ignoran absolutamente que son intérpretes
de lo que ha sido dicho de manera enigmática y de las visiones, pero
para nada adivinos, sino que su denominación sería, con absoluta
justicia, intérprete.

Por eso, la naturaleza del hígado es tal y se encuentra en el lugar que dijimos, a saber, para la adivinación. Además, tal parte tiene signos muy precisos en todo ser viviente, pero cuando es despojada de la vida, se oscurece y sus signos adivinatorios se enturbian demasiado como para indicar algo claramente. A su izquierda se halla la estructura y asiento del órgano vecino, el bazo, para mantener al hígado en toda ocasión brillante y limpio, como un trapo para limpiar un espejo se encuentra siempre listo junto a él. Por ello, cuando a causa de enfermedades corporales se originan algunas impurezas alrededor del hígado, puesto que el bazo es hueco y sin sangre, su porosidad las asimila y purifica completamente. De ahí que, al llenarse de los elementos purificados, aumente de tamaño y se haga purulento, y, nuevamente, después de que el cuerpo se haya purgado, se achique y se reduzca a su estado anterior.

En lo que concierne al alma, cuánto tiene de mortal y cuánto de divino, de qué manera fue creada y en qué órganos habita y por qué causas lo hacen en partes separadas, sólo afirmaríamos que así como está expuesto es verdadero, si un dios lo aprobara. Sin embargo, tanto ahora como después de una consideración más detallada hemos de arriesgarnos a sostener que hemos expuesto al menos lo probable. Tengámoslo, por tanto, por afirmado. De la misma manera, debemos investigar el tema siguiente: cómo surgió el resto del cuerpo. Convendría, sobre todo, que la exposición fuera a partir de un razonamiento como el que sigue. Nuestros creadores conocían nuestra futura intemperancia con las bebidas y comidas y que por glotonería consumiríamos mucho más de lo que es mesuradamente necesario. Entonces, para prevenir que no hubiera una destrucción rápida por enfermedad e, imperfecto, el género mortal no se extinguiera al punto sin haber llegado a la madurez, colocaron la cavidad llamada inferior como recipiente contenedor de la bebida y comida sobrantes. Enrollaron los intestinos para que el alimento, con su rápida dispersión, no obligara al cuerpo a necesitar enseguida una nueva comida; ya que así produciría una insaciabilidad que haría que por su glotonería la especie humana no amara la sabiduría ni la ciencia ni obedeciera las indicaciones de lo que hay de más divino en nosotros.

Los huesos, la carne y los elementos semejantes fueron creados de la
siguiente manera. La médula es el origen de todos éstos; pues,
mientras el alma está atada al cuerpo, los vínculos vitales dan
raíces firmes al género humano, pero la médula misma se
origina en otros elementos. El dios, al idear una mezcla de todas las simientes
para todo el género mortal, seleccionó de todos los elementos
los triángulos primordiales que por ser firmes y lisos eran capaces de
proporcionar con la máxima exactitud fuego, agua, aire y tierra, los
mezcló en cantidades proporcionales y confeccionó con ellos la
médula. Después implantó y ató las partes del alma
a ella. En la distribución que hizo al principio, dividió la médula
misma directamente en tantas y tales figuras cuantas y cuales especies de alma
iba a poseer. Hizo totalmente circular a la que como un campo fértil
iba a albergar la simiente divina y llamó a esta parte de la médula
cerebro, porque el recipiente alrededor de ella sería la cabeza de todo
ser viviente una vez terminado. Dividió, además, la parte que
iba a retener el resto mortal del alma en figuras que eran al mismo tiempo esféricas
y oblongadas, y llamó al conjunto médula. Después tendió
de éstas, como de anclas, ataduras de toda el alma y construyó
todo nuestro cuerpo a su alrededor, para lo cual primero rodeó el conjunto
con una cobertura ósea.

Construyó el sistema óseo de la siguiente manera. Tamizó
tierra limpia y suave y la mezcló y mojó con médula. Después,
colocó la masa resultante en fuego; a continuación la bañó
en agua, nuevamente en fuego y otra vez en agua y la fue poniendo así
alternativamente en uno y en otro hasta que la hizo tal que ninguno de los dos
elementos puede fundirla ni disolverla.

Con este compuesto torneó una esfera ósea alrededor de
su cerebro, a la que dejó una salida estrecha. Moldeó vértebras
óseas alrededor de la médula del cuello y de la espalda y las
extendió como pivotes desde la cabeza a lo largo de todo el tronco. De
esta manera, con el fin de preservar toda la simiente, la protegió con
un cercado pétreo al que puso articulaciones, insertando entre ellas
la fuerza de lo diferente para el movimiento y la flexión. Como pensó
que el tejido óseo, más frágil y rígido de lo debido,
si se calentaba y volvía a enfriar, se ulceraría y corrompería
rápidamente la simiente que se encontraba en su interior, ideó
los tendones y la carne: los primeros para lograr un cuerpo flexible y extensible,
por medio de la unión de todos los miembros a través del género
de los tendones que se tensa y relaja alrededor de los pivotes; respecto de
la carne consideró que serviría de protección contra las
quemaduras, valla contra los fríos y, además, reparo en las caídas
como las prendas de fieltro, puesto que cede a los cuerpos blanda y suavemente
y posee una humedad cálida dentro de ella, de modo que mientras transpira
y se humedece durante el verano, proporcionando en todo el cuerpo un frío
apropiado, durante el invierno, en cambio, rechaza adecuadamente la escarcha
exterior circundante con su calidez.

Con estos pensamientos, el modelador de cera hizo carne jugosa y blanda.
Para ello, mezcló y ensambló agua, fuego y tierra y, después,
compuso un fermento de ácido y sal que agregó a la mezcla. Para
los tendones hizo una combinación de características intermedias
de la mezcla de hueso y carne sin fermento y agregó color dorado. De
ahí que los tendones obtuvieran una mayor elasticidad y viscosidad que
la carne, pero también mayor blandura y humedad que los huesos. El dios
rodeó con estos tejidos los huesos y la médula: los ató
entre sí con tendones y luego cubrió todo con carne desde la parte
superior. Protegió con muy poca carne las partes de los huesos que más
alma cobijan; las más inanimadas en su interior, con mucha y densa. Además,
en las uniones de los huesos, donde su razonamiento le mostró que no
era de ninguna necesidad, hizo nacer poca carne, para que ni entorpeciera el
traslado del cuerpo por ser un obstáculo para las flexiones, ni éste
se moviera con dificultad, ni, por encontrarse en gran cantidad y alta densidad
y compresión, ocasionara insensibilidad por su solidez e hiciera la inteligencia
torpe en el recuerdo y superficial. Por ello, llenó de carne los muslos
y piernas, las caderas y los huesos de brazos y antebrazos y todos los que en
nosotros son inarticulados y por la poca cantidad de alma en la médula
están vacíos de inteligencia.

Rodeó con menor cantidad de carne todo lo que tiene inteligencia
–excepto algún órgano que hizo totalmente de carne por la percepción,
como la lengua–, mas la mayoría la hizo de aquella manera. Pues la naturaleza
nacida de y criada por la necesidad no admite en absoluto una estructura ósea
densa y mucha carne junto con una percepción aguda. Sobre todo se habría
dado dicha combinación en la estructura de la cabeza, si ambos elementos
hubieran querido coincidir, y el género humano, con una cabeza carnosa,
llena de tendones y más fuerte sobre sí, habría alcanzado
una vida el doble o muchas veces más larga, más saludable y menos
dolorosa que en la actualidad. Pero los creadores de nuestra raza, cuando se
plantearon si debían crear un género que viviera más tiempo
pero peor o uno que viviera menos, pero mejor, coincidieron en que todo el mundo
debe, sin dudarlo, preferir la vida más corta pero mejor a la más
larga pero peor. Por tanto, cubrieron la cabeza con hueso poroso, mas, puesto
que no tiene puntos de flexión, no la rodearon de carne y tendones. Por
todo esto, fue agregada una cabeza al cuerpo de todo hombre, más sensible
e inteligente, pero también mucho más débil. Por estas
mismas causas, el dios extendió así los tendones en círculo
hasta el extremo de la cabeza y los pegó alrededor del cuello por medio
de la semejanza y ató a ellos las mandíbulas bajo el rostro; y
el resto lo esparció en todos los miembros, uniendo articulación
con articulación.

Nuestros artífices dispusieron las características de nuestra
boca con dientes, lengua y labios, tal como ahora está ordenada, a causa
de lo necesario y lo mejor, ya que la idearon para entrada de lo necesario y
como salida de lo mejor. Pues todo lo que entra para dar alimento al cuerpo
es necesario, y la corriente de palabras, cuando fluye hacia afuera y obedece
a la inteligencia, es la más bella y mejor de todas las corrientes. Además,
ni era posible dejar la estructura ósea de la cabeza desnuda por el exceso
de frío o calor en cada una de las estaciones, ni pasar por alto que
cubierta se volvería obtusa e insensible por la cantidad de carne. De
la carne no seca separaron una corteza excedente mayor, lo que ahora se llama
piel, que a causa de la humedad del cerebro avanzó hasta juntarse consigo
misma y revistió la cabeza en círculo como si fuera un retoño.
La humedad, que sube de abajo de las suturas, la irriga y cierra en la coronilla,
atándola como un nudo. Las variadas suturas se produjeron por la fuerza
de las revoluciones y de la alimentación; si éstas luchan más
entre sí, serán más; en caso contrario, menos. La parte
divina perforó con fuego toda esta piel en círculo. Cuando la
perforación de la piel hizo que la humedad se escapara al exterior por
sus poros, salieron toda la humedad y el calor puros, pero la mezcla de éstos
que compone la piel se elevó a causa de la salida y se extendió
mucho hasta ser tan tenue como la perforación, pero, debido a su lentitud,
repelida al interior por el aire exterior circundante, se enrolló y echó
raíces debajo de la piel. Por estos procesos, nació el pelo en
la piel, aunque emparentado con ella en la fibrosidad, más duro y denso
por el proceso de contracción por enfriamiento que sufre cada pelo cuando,
al separarse de la piel, se enfría. Con esto, nuestro hacedor hizo la
cabeza pilosa, por las causas mencionadas y porque pensó que tenía
que tener una cobertura liviana alrededor del cerebro en vez de carne para su
seguridad, que proporcionara en verano y en invierno suficiente sombra y cubrimiento,
sin convertirse en un impedimento de la buena percepción.

En el entretejido de los tendones, piel y huesos que rodea los dedos,
de la mezcla de los tres elementos y de su secamiento se originó una
piel dura, que, si bien realizaron estas causas auxiliares, la inteligencia,
la causa principal, hizo por todos los que iban a nacer en el futuro. Como los
que nos construyeron sabían que en alguna oportunidad de los hombres
iban a nacer las mujeres y las restantes bestias y se percataron de que muchos
animales también necesitarían usar las uñas a menudo, por
eso modelaron en los hombres que estaban naciendo en ese momento principios
de uñas. Por estas razones, nacieron en las puntas de las extremidades
la piel, los cabellos y las uñas.

Cuando ya estaban todas las partes y miembros propios de un ser viviente mortal, y tenía que pasar necesariamente su vida entre fuego y aire, y, como era disuelto y vaciado por ellos y se desgastaba, los dioses concibieron una ayuda para él. Mezclaron una naturaleza relacionada con la humana con otras figuras y sensaciones, de modo que hubiera un ser viviente diferente, y la plantaron. Los árboles, plantas y simientes domésticas actuales, cultivadas por la agricultura, fueron domesticadas para nosotros, pero antes existían sólo los géneros salvajes, que son más antiguos que los domésticos. En verdad, todo lo que eventualmente participa de la vida debería ser llamado con justicia y con la mayor corrección ser viviente. Lo que ahora mencionamos posee al menos la tercera especie de alma, de la que el discurso afirma que se asienta entre el diafragma y el ombligo y no participa en nada de la opinión ni del razonamiento ni de la inteligencia, sino de la percepción placentera o dolorosa acompañada de los apetitos, pues todo lo realiza por medio de la pasión y, cuando percibe algo de sí misma, su origen, por naturaleza, no le permite razonar [como razona el alma racional que] gira sobre sí misma, rechaza el movimiento proveniente del exterior y utiliza el propio. Por ello, aunque vive y no difiere de un animal, enraizado en un lugar, está fijo, porque ha sido despojado del movimiento propio.

Una vez que nuestros superiores hubieron plantado para nosotros, sus
inferiores, todas estas especies para nuestra alimentación, abrieron
canales en nuestro cuerpo, como en un jardín, para que fuera irrigado
como desde una fuente. En primer lugar, cortaron dos venas dorsales como canales
ocultos bajo la unión de la piel y la carne, dado que el cuerpo es gemelo
a la derecha y a la izquierda. Las colocaron junto a la columna vertebral, con
la médula generadora entre ellas, para que ésta alcanzara el mayor
vigor posible y el flujo originado desde allí, al ser descendente, fuera
abundante y proporcionara una irrigación equilibrada al resto del cuerpo.
Después dividieron en dos las venas que circulan alrededor de la cabeza,
las entrelazaron entre sí y las hicieron fluir en dirección contraria,
para lo cual inclinaron algunas de la derecha hacia la izquierda del cuerpo
y otras de la izquierda hacia la derecha para que hubiera otro vínculo
entre la cabeza y el cuerpo junto con la piel, ya que ésta no estaba
ceñida alrededor de la coronilla por tendones, y, además, para
que desde cada una de las partes se hiciera evidente a todo el cuerpo el proceso
de percepción. Desde allí prepararon la irrigación de una
manera que observaremos fácilmente si acordamos de antemano lo siguiente,
que todo lo que está compuesto por elementos menores es impenetrable
a los mayores, pero lo que está compuesto de mayores no puede detener
a los menores, y que el fuego es el elemento que tiene las partículas
más pequeñas, por lo que atraviesa agua, aire, tierra y todo lo
que está hecho de estos elementos, pero ninguno de ellos puede impedirle
el paso.

Lo mismo hay que suponer de la cavidad de nuestro tronco, que obstruye
el paso de las comidas y bebidas cuando caen en ella, pero no puede detener
el aire ni el fuego, dado que están compuestos de partículas menores
que las que tiene su estructura. Dios utilizó estos dos elementos para
el sistema de irrigación que va de la cavidad del tronco hacia las venas,
un tejido de aire y fuego como las nasas que sirven para atrapar peces, con
ingresos dobles en la entrada, de los que, a su vez, uno tiene una bifurcación.
Desde los pasajes de entrada extendió como aderras alrededor de todo
el órgano, hasta el extremo del tejido. Hizo todo el interior del tejido
de fuego y la entrada y la cavidad de aire. Después lo tomó y
se lo colocó al ser viviente que había modelado de la siguiente
manera: puso la doble entrada en la boca e hizo bajar una parte por los tubos
bronquiales hacia el pulmón, y la otra a lo largo de ellos a la cavidad
del tronco. Dividió después el otro acceso en dos e hizo terminar
cada parte conjuntamente en los conductos de la nariz, de modo que cuando no
funciona el de la boca, desde esta entrada se pueden llenar todos sus flujos.
Hizo crecer el resto de la cavidad de la nasa alrededor de toda la concavidad
de nuestro cuerpo y que, unas veces, todo confluya suavemente hacia los accesos,
puesto que es de aire, y, otras, que las entradas refluyan y que el tejido,
como el cuerpo es poroso, se hunda hacia adentro a través de él
y nuevamente salga. Los rayos de fuego interior, atados, siguen en ambas direcciones
el aire que entra y esto no deja de suceder mientras el animal está con
vida. Decimos que el que da los nombres llamó a este proceso inspiración
y espiración. Este fenómeno le sucede a nuestro cuerpo cuando
se humedece y enfría para alimentarse y vivir. Cuando en el interior
el fuego toma contacto con el aire que entra y sale y lo sigue, se eleva continuamente
para introducirse a través de la cavidad, donde recibe los alimentos
y bebidas que disuelve y divide en pequeñas partículas, conduciéndolas
a través de las salidas por las que había entrado, y, como desde
una fuente en los canales, las vierte en las venas, y hace fluir los humores
de las venas a través del cuerpo como a través de un acueducto.

Veamos otra vez el proceso de respiración, por medio de qué causas llega a ser tal como es ahora. Se produce de esta manera, entonces, puesto que no hay un vacío en el que pueda ingresar un cuerpo en movimiento y el aire se mueve de nosotros hacia el exterior, lo que se sigue de esto es ya evidente para cualquiera: que no sale al vacío, sino que empuja la sustancia vecina fuera de su región. Lo empujado siempre desplaza, a su vez, a lo que le es vecino y, según esta necesidad, todo es arrastrado concatenadamente hacia el lugar de donde partió el aire, entra allí, lo llena y sigue al aire. Todo esto sucede simultáneamente como el rodar de una rueda porque el vacío no existe. Por ello, el pecho y el pulmón, cuando exhalan el aire, se llenan nuevamente del que se encuentra alrededor del cuerpo, que es hundido y arrastrado a través de la carne porosa. Además, cuando el aire se vuelve y sale del cuerpo, empuja el hálito hacia dentro por el camino de la boca y la doble vía de las fosas nasales. Hay que suponer la siguiente causa de su origen. Todo animal tiene sus partes internas muy calientes alrededor de su sangre y sus venas, como si poseyera en sí una fuente de fuego. Ciertamente, lo que habíamos asemejado al tejido de la masa, está totalmente entretejido con fuego en su centro, y el resto, la parte exterior, con aire. Debemos acordar que el calor sale naturalmente a su región propia en el exterior, pero como hay dos salidas, una por el cuerpo y otra por la boca y la nariz, cuando el fuego avanza hacia una de ellas, empuja a lo que está alrededor de la otra y lo empujado cae en el fuego y se calienta, mientras que lo que sale se enfría. Si la temperatura cambia y el aire que se encuentra en una salida se calienta más, se apresura a retornar a aquel lugar de donde partió y, al moverse hacia su naturaleza propia, empuja al que se desplaza por la otra salida. En la medida en que sufre siempre los mismos procesos y desencadena a su vez los mismos fenómenos, gira así en un círculo aquí y allí y posibilita, producto de ambas causas, que se produzcan la inspiración y la espiración.

Además, debemos investigar de esta manera las causas o de los efectos de las ventosas medicinales, de la deglución y de los proyectiles, que una vez lanzados van por el aire o se mueven sobre la tierra, y de todos los sonidos, rápidos y lentos, que parecen agudos y graves, unas veces desafinados por la disimilitud del movimiento que producen en nosotros y otras acordes, por la semejanza. En efecto, los movimientos más lentos alcanzan a los primeros y más rápidos cuando se están apagando y se asemejan ya a aquellos movimientos con los que los mueven los sonidos emitidos posteriormente y, cuando los alcanzan, no los desordenan con la intercalación de otro movimiento, sino que unen el comienzo de una revolución más lenta y acorde con la más rápida que se está apagando y conforman una sensación mezcla de agudo y grave, con la que proporcionan placer a los brutos y felicidad a los inteligentes, porque en las revoluciones mortales se produce una imitación de la armonía divina. Y, además, todas las corrientes de agua y también las caídas de rayos y la sorprendente atracción de los ámbares y de las piedras herácleas: ninguno de estos fenómenos posee una fuerza tal, sino que al que investiga adecuadamente se le hará evidente que el vacío no existe, que todas estas cosas se empujan cíclicamente entre sí y que, por separación o reunión, todos los elementos se trasladan a su región propia, cambiando de sitio, así como que los fenómenos maravillosos son producto de la combinación de estos procesos entre sí.

En especial, la respiración, de donde partió nuestra exposición,
surgió así por estas causas, como fue dicho anteriormente, porque
el fuego corta los alimentos y, al oscilar dentro, sigue al aire y desde la
cavidad llena las venas en su oscilación, porque vierte desde ellas las
sustancias que ha cortado. Esta es la causa, por cierto, de que las corrientes
de la alimentación fluyan así en todo el cuerpo de los animales.
Las partículas que acaban de ser separadas de las sustancias alimenticias,
unas de frutos, otras de hierba, que dios plantó para alimento, son de
variados colores a causa de la mezcla entre sí. El calor rojo producido
por la impresión del corte del fuego en la humedad es el más común
en ellas. Por eso, el color de lo que fluye en el cuerpo tiene el aspecto que
describimos, lo que llamamos sangre, alimento de la carne y de todo el cuerpo,
a partir de la cual las partes irrigadas llenan la base de lo que se vacía.
La forma de llenado y vaciado es como la revolución de todo lo que existe
en el universo, que mueve todo lo afín hacia sí mismo. Lo que
nos circunda disuelve y distribuye continuamente las sustancias que despide
nuestro cuerpo, para enviar las de un mismo tipo hacia su propia especie. Los
corpúsculos sanguíneos, por su parte, cortados en nuestro interior
y rodeados como por un cosmos por la estructura del ser viviente, están
obligados a imitar la revolución del universo. Por tanto, transportada
hacia el elemento afín, cada una de las partículas interiores
vuelve a llenar lo que se había vaciado en ese momento.

Cuando sale más de lo que entra, el conjunto fenece, cuando sale
menos, crece. La estructura de un animal joven posee triángulos elementales
todavía nuevos de pies a cabeza que están estrechamente unidos
unos con otros, pero su masa es tierna, ya que acaba de ser generada desde la
médula y alimentada con leche. Con sus nuevos triángulos, domina
y corta en su interior los de comida y bebida provenientes del exterior, más
viejos y más débiles que los suyos y, al alimentar de muchos corpúsculos
semejantes a la joven criatura, la hace crecer. Cuando la raíz de los
triángulos se afloja, porque han combatido intensamente durante mucho
tiempo contra muchos adversarios, ya no pueden cortar, haciéndolos semejantes
a ellos a los que ingresan por la alimentación, sino que ellos mismos
son divididos con facilidad por los que entran del exterior. Entonces, todo
el animal se consume vencido en este proceso y el fenómeno recibe el
nombre de vejez. Finalmente, cuando los vínculos unidos a los triángulos
de la médula ya no soportan el esfuerzo y se separan, desatan a su vez
los vínculos del alma e y ésta, liberada naturalmente, parte con
placer en vuelo, pues todo lo que sucede contra la naturaleza es doloroso, pero
lo que se da como es natural produce placer. Así, la muerte que se produce
por enfermedad o heridas es dolorosa y violenta, pero la que llega al fin de
manera natural con la edad es la menos penosa de las muertes y sucede más
con placer que con dolor.

Para todos es evidente, me parece, de dónde provienen las enfermedades. Dado que los elementos de los que se compone el cuerpo son cuatro, tierra, aire, agua y fuego, su exceso o carencia contra la naturaleza y el cambio de la región propia a una ajena producen guerras internas y enfermedades y, además, como los tipos de fuego y de los elementos restantes son más de uno, también el hecho de que cada uno reciba lo que no le es conveniente y todas las causas semejantes. Cuando algo surge o cambia de lugar contra la naturaleza, se calienta todo lo que antes estaba frío y, si era seco, después se vuelve húmedo y, si liviano, pesado, y sufre todo tipo de cambios. Pues sólo aquello, afirmamos, que es igual a una sustancia desde todo punto de vista, añadido o sacado en la correcta relación y de la misma manera, permitirá que ésta siga siendo idéntica a sí misma y permanezca sana e íntegra. Lo que eventualmente infrinja alguno de estos principios, ya sea que salga o entre del exterior, ocasionará mutaciones múltiples y, por tanto, enfermedades y corrupciones infinitas.

Dado que hay estructuras secundarias por naturaleza, el que pretenda
comprender necesita considerar un segundo tipo de enfermedades. Puesto que la
médula y los huesos, la carne y los tendones se componen de los cuatro
elementos y aun la sangre, aunque de una manera diferente también proviene
de ellos, la mayoría de las enfermedades suceden de la manera mencionada
arriba, pero las más grandes y graves se originan cuando su formación
se da en sentido invertido; entonces estos tejidos se destruyen. La carne y
los tendones nacen naturalmente de la sangre, los tendones, de la fibrina por
afinidad; la carne, del coágulo que se genera cuando se separan las fibrinas.
Lo que se segrega de los tendones y la carne, resbaladizo y graso al mismo tiempo,
pega la carne a los huesos y, alimentado el hueso mismo que se encuentra alrededor
de la médula, lo hace crecer.

El género más puro de triángulos, el más
suave y graso, cuya filtración es posible por la estructura compacta
del tejido óseo, mientras cae y se vierte gota a gota desde los huesos,
irriga la médula. Cuando todo sucede de esta manera, la salud es buena;
las enfermedades se producen en el caso contrario. En efecto, cuando la carne,
al disolverse, expulsa nuevamente a las venas su putrefacción, la sangre,
mucha y múltiple, se mezcla en las venas con aire y adquiere colores
variados y es diversamente amarga. Además, se vuelve ácida y salada
y tiene bilis, suero y flema de todo tipo. Los restos de carne expulsados y
corrompidos acaban primero con la sangre misma y se mueven a través de
las venas por todo el cuerpo sin proporcionarle ningún alimento. Al no
poseer ya el orden natural de las revoluciones, enemigas entre sí porque
no tienen ningún provecho de sí mismas, en guerra con lo estructurado
del cuerpo y lo que permanece en el sitio que le corresponde, destruyen y disuelven
lo que encuentran a su paso.

Toda la carne que se consume por haber envejecido demasiado rechaza ser
asimilada y se ennegrece por la larga combustión y, como es amarga porque
está totalmente carcomida, ataca con ferocidad las partes del cuerpo
que todavía no están eventualmente destruidas. A veces, el color
negro adquiere acidez en vez de amargor porque se ha afinado más la sustancia
amarga; otras, la materia ácida, bañada por la sangre, alcanza
un color más rojo y, cuando el negro se mezcla con él, se vuelve
verdoso. Además, cuando el fuego consume carne nueva, el color amarillo
se mezcla con el amargor. Quizás algún médico les puso
a todos el nombre común de bilis o puede ser también que haya
sido alguien capaz de observar la multiplicidad disímil y ver que en
ella hay un único género digno de designar a todos los particulares.
Cada una de las restantes formas de bilis recibió una definición
propia según su color. El suero: uno, el suave líquido acuoso
de la sangre; otro, el salvaje de la bilis negra y ácida; cuando éste
se mezcla por el calor con la fuerza salada, tal sustancia se llama flema ácida.
Además, el que se encuentra disuelto junto con aire, proveniente de la
carne nueva y tierna, cuando se llena de viento, la humedad lo rodea y, por
este fenómeno, se producen burbujas, invisibles individualmente por su
pequeñez, pero que, en conjunto, dan una masa visible y tienen un color
blanco por la producción de espuma. Decimos que toda esta putrefacción
de la carne tierna entremezclada con aire es flema blanca. Además, sudor,
lágrimas y otras sustancias semejantes que afluyen y se eliminan diariamente
son suero de flema reciente. Todos éstos se convierten en instrumentos
de las enfermedades cuando la sangre no se llena naturalmente de comidas y bebidas,
sino que, por el contrario, recibe una cantidad de alimento opuesta a la costumbre
natural. Si las enfermedades separan un trozo de carne, pero permanecen sus
bases, la magnitud de la calamidad será la mitad, pues, aún puede
recuperarse con facilidad. Siempre que enferma lo que une la carne con los huesos
y –por haberse separado al mismo tiempo de los vasos fibrosos en los músculos
y de los tendones– ya no es alimento para los huesos y vínculo de la
carne con éstos, sino que, en vez de graso, liso y resbaladizo, se hace
áspero y salado por la mala dieta; entonces, cuando sufre esto, se desintegra
de nuevo totalmente bajo la carne y los tendones mientras se separan de los
huesos. La carne se precipita con él desde las raíces y deja los
tendones desnudos y llenos de salmuera. Las partículas de carne, a su
vez, entran en la circulación sanguínea y acrecientan las enfermedades
mencionadas antes. Aunque estos procesos corporales son graves, son peores todavía
los que van más allá: cuando el hueso, al no airearse suficientemente
por la densidad de la carne, calentado por el moho, se caría y no recibe
alimentación suficiente, sino que, siguiendo el camino inverso, se desintegra
nuevamente en ella, y ésta en la carne y la carne, cuando cae en la sangre,
ocasiona enfermedades que son todas más graves que las anteriores. El
caso más extremo de todos: cuando la médula enferma por alguna
carencia o algún exceso, produce las enfermedades más graves e
importantes en cuanto a la muerte, porque toda la naturaleza corporal necesariamente
fluye en sentido inverso.

Debemos pensar que el tercer tipo de enfermedades se ocasiona de manera
triple: por el aire, la flema y la bilis. Cuando el administrador del aire en
el cuerpo, el pulmón, obstruido por flujos, no tiene las salidas limpias,
el aire, unas veces no llega y otras entra más de lo conveniente. En
un caso, corrompe lo que no se refresca y, en el otro, violenta las venas y
las retuerce, disuelve el cuerpo y es interceptado al alcanzar la barrera en
su centro. De estos procesos nacen innumerables enfermedades dolorosas, a menudo
acompañadas de gran cantidad de sudor. En muchas ocasiones, cuando la
carne se descompone, el aire generado en el cuerpo, incapaz de salir, ocasiona
los mismos dolores que produce cuando entra por las vías obturadas; los
más intensos cuando, al rodear e hinchar los tendones y las venillas
de la espalda tensa los músculos de esa zona y los tendones contiguos
hacia atrás.

Estas enfermedades son denominadas, a causa del fenómeno de tensión,
tétanos y curvación tetánica. Su remedio es desagradable,
pues, en verdad, los accesos de fiebre son los que mejor las curan. Cuando la
flema blanca se retiene, es peligrosa por el aire de las burbujas. Cuando tiene
una ventilación exterior, se suaviza y motea el cuerpo, causando la lepra
blanca y otras enfermedades relacionadas con ella. Cuando se mezcla con bilis
negra y se dispersa por las revoluciones más divinas de la cabeza y las
convulsiona, es más suave si se produce en sueños, pero si ataca
a los que están despiertos, es más difícil despojarse de
ella. Dado que es una enfermedad de la parte sagrada, lo más justo es
llamarla sacra. La flema ácida y salada es la fuente de todas las enfermedades
catarrales. Como los lugares hacia los que fluye son múltiples, ha recibido
varios nombres. Todas las inflamaciones del cuerpo, llamadas así por
el 'quemarse' e 'inflamarse', se produce por la bilis. Ésta, cuando alcanza
una salida al exterior, se pone a hervir y produce erupciones variadas; pero
cuando está encerrada dentro causa muchas enfermedades inflamatorias.

La más grave se origina cuando se mezcla con sangre pura y destruye
el orden de las fibrinas, que están distribuidas en la sangre para que
su espesor y su grosor sea proporcional y ni fluya del cuerpo poroso, líquida
a causa del calor, ni se desplace con dificultad en las venas, torpe de movimiento
porque es muy densa. Las fibrinas guardan la debida medida de todo esto en la
sangre. Cuando se extraen las de sangre muerta y fría, el resto de la
sangre se licua, mientras que si se las deja, rápidamente la coagulan
juntamente con el frío circundante. Dado que las fibrinas en la sangre
tienen esta propiedad, la bilis, que por naturaleza se ha producido de sangre
vieja, cuando se separa de la carne y vuelve a disolverse, caliente y líquida,
en el torrente sanguíneo –primero en pocas unidades–, por la propiedad
de las fibrinas, se coagula tras verterse. Una vez coagulada y violentamente
enfriada, ocasiona el frío y los escalofríos interiores. Pero
si se vierte una cantidad mayor en el torrente sanguíneo y se impone
con su calor, entonces pone en ebullición a las fibrinas y las agita
en desorden. Si acaso llega a ser capaz de imponerse totalmente, después
de penetrar hasta la médula y quemarla, suelta las cuerdas que allí
amarran el alma como las de una nave y la deja partir libre. Pero cuando es
dominada y el cuerpo soporta la disolución, una vez vencida, o es expulsada
en todo el cuerpo o empujada a través de las venas hacia la cavidad inferior
o superior. Arrojada del cuerpo como los que huyen de una ciudad en guerra civil,
causa diarrea, disentería y enfermedades semejantes. El cuerpo que enferma
principalmente por un exceso de fuego, tiene continuos calores y fiebres; el
que lo hace de un exceso de aire, fiebres cotidianas, y de agua, tercianas,
porque ésta es más roma que el aire y el fuego. El enfermo de
un exceso de tierra –como ésta es el cuarto elemento más obtuso–
purgado en períodos de tiempo del cuádruple, tiene fiebres cuartanas
y cura con dificultad.

Mientras las enfermedades del cuerpo suceden de la manera antedicha,
las del alma que son consecuencia del estado del cuerpo se dan del siguiente
modo. Es necesario acordar, ciertamente, que la demencia es una enfermedad del
alma y que hay dos clases de demencia, la locura y la ignorancia. Por tanto
debemos llamar enfermedad a todo lo que produce uno de estos dos estados cuando
alguien lo sufre y hay que suponer que para el alma los placeres y dolores excesivos
son las enfermedades mayores. Pues cuando un hombre goza en exceso o sufre lo
contrario por dolor, al esforzarse fuera de toda oportunidad por atrapar el
uno y huir del otro, no puede ni ver ni escuchar nada correcto, sino que enloquece,
absolutamente incapaz de participar de la razón en ese momento. Quien
posee el esperma abundante que fluye libremente alrededor de la médula,
como si fuera por naturaleza un árbol que es mucho más fructífero
de lo adecuado, sufre muchos dolores en cada cosa y también goza de muchos
placeres en los deseos y en las acciones que son producto de ellos, de modo
que enloquece la mayor parte de la vida por los grandes placeres y dolores.
Como su alma es insensata y está enferma a causa de su cuerpo, parece
malo, no como si estuviera enfermo, sino como si lo fuera voluntariamente. Pero,
en realidad, el desenfreno sexual es una enfermedad del alma en gran parte porque
una única sustancia se encuentra en estado de gran fluidez en el cuerpo
y lo irriga a causa de la porosidad de sus huesos.

En verdad, casi toda la crítica a la incontinencia en los placeres,
en la creencia de que los malos lo son intencionalmente, es incorrecta, pues
nadie es malo voluntariamente, sino que el malo se hace tal por un mal estado
del cuerpo o por una educación inadecuada, ya que para todos son estas
cosas abominables y se vuelven tales de manera involuntaria. Y también
en lo que concierne a los dolores, el alma recibe de la misma manera mucho daño
a causa del cuerpo. Pues si las flemas ácidas y saladas de éste
o sus humores amargos y biliosos vagan por el cuerpo sin encontrar salida al
exterior, ruedan de un lado a otro dentro y mezclan el vapor que expiden con
la revolución del alma, de modo que dan lugar a múltiples enfermedades
–en mayor y menor número, de menor o mayor importancia–, al trasladarse
a los tres asientos de aquélla. Donde eventualmente atacada una, multiplica
las varias formas de desenfreno y desgana o las de osadía y cobardía
y también el olvido y dificultad de aprendizaje. Además, cuando
los que tienen una constitución tan mala dicen sus malos proyectos políticos
y sus discursos en las ciudades, en privado y en público y, por otro
lado, cuando tampoco se estudia en absoluto desde joven aquello que pueda servir
de remedio a esto, todos los malos nos hacemos malos por dos motivos involuntarios,
de los que siempre hay que culpar más a los que engendran que a los que
son engendrados y a los que educan, más que a los educados. Sin embargo,
hay que procurar, en la medida en que se pueda, huir del mal y elegir lo contrario
por medio de la educación y la práctica de las ciencias. Pero,
por cierto, esto corresponde a otro tipo de discursos.

Sería razonable y conveniente ofrecer a su vez lo que completa
a esto, lo concerniente al cuidado del cuerpo y de la inteligencia, los principios
con los que se conservan. Pues es más lógico dar un discurso acerca
del bien que sobre el mal. Por cierto, todo lo bueno es bello y lo bello no
es desmesurado; por tanto, hay que suponer que un ser viviente que ha de ser
bello será proporcionado. Sin embargo, de las proporciones distinguimos
con claridad y calculamos las pequeñas, pero las más potentes
e importantes nos son incomprensibles. En efecto, para la salud y la enfermedad,
para la virtud y el vicio, ninguna proporción o desproporción
es mayor que la del alma respecto del cuerpo.

No observamos nada de esto ni pensamos, que cuando una figura más
débil e inferior transporta un alma más fuerte y en todo sentido
grande, o cuando ambas están ensamblados en la relación contraria,
el conjunto del ser viviente no es bello –pues es desproporcionado en las proporciones
más importantes–, pero el que es de la manera contraria es el más
bello y más amable de todos los objetos de contemplación para
el que sabe mirar. Como cuando un cuerpo tiene miembros demasiado largos o algún
otro exceso que lo hace desproporcionado consigo mismo, es no sólo feo
sino también, al realizar esfuerzos en los que debe emplearse todo, recibe
muchos golpes y torceduras y, por su bamboleo, se cae a menudo y se causa innumerables
males a sí mismo; lo mismo debemos pensar acerca del complejo que llamamos
animal, que, cuando en él el alma, por ser mejor que el cuerpo, es demasiado
osada, convulsiona todo en el interior y lo llena de enfermedades y, cuando
se embarca intensamente en algún aprendizaje o investigación,
lo desgasta y, también, cuando enseña o lucha con palabras en
público o en privado a través de las disputas y las ansias de
victoria que se originan, lo enciende y agita, produciendo flujos con los que
engaña a la mayoría de los así llamados médicos
y hace acusar a lo que es inocente. Y cuando, a su vez, un cuerpo grande y altivo
nace con una inteligencia pequeña y débil, dado que por naturaleza
los deseos de los hombres son de dos tipos, por el cuerpo, de alimentación
y, por lo más divino que hay en nosotros, de conocimiento, los movimientos
del elemento más fuerte, al imponerse y hacer prosperar su parte, hacen
el alma estólida, con dificultades de aprendizaje y olvidadiza, de modo
tal que ocasionan la enfermedad más grave, la ignorancia. Para ambos
desequilibrios hay un método de salvación: no mover el alma sin
el cuerpo ni el cuerpo sin el alma, para que ambos, contrarrestándose,
lleguen a ser equilibrados y sanos.

El matemático o el que realiza alguna otra práctica intelectual
intensa debe también ejecutar movimientos corporales, por medio de la
gimnasia, y, por otra parte, el que cultiva adecuadamente su cuerpo debe dedicar
los movimientos correspondientes al alma a través de la música
y toda la filosofía, si ha de ser llamado con justicia y corrección
bello y bueno simultáneamente. Así debe cuidar el cuerpo, el alma
y sus partes, imitando al universo. En efecto, como las sustancias que entran
en el cuerpo queman y enfrían su interior y, además, las exteriores
lo secan y humedecen y éste sufre las consecuencias de estos dos tipos
de cambio, cuando uno pone en movimiento el cuerpo en reposo, lo dominan y destruyen.
Pero siempre que alguien imita lo que antes denominamos aya y nodriza del universo
–es decir, con movimientos continuos, procura que el cuerpo se encuentre lo
menos posible en situación de reposo; por medio de vibraciones de todas
sus partes lo guarda de manera natural de los movimientos interiores y exteriores
y, con una agitación mesurada de los fenómenos corporales errantes,
ordena los elementos según su afinidad, de acuerdo con el discurso anterior
acerca de] universo–, no permitirá que lo enemigo colocado junto a lo
enemigo provoque guerras y enfermedades somáticas, sino que hará
que lo afín, colocado junto lo afín, produzca salud. Además,
el movimiento óptimo es el que el cuerpo mismo hace en sí, pues
es el más afín al movimiento inteligente y al del universo. El
causado por otro agente es peor, mas el peor de todos es el que tiene lugar
cuando otros mueven partes del cuerpo que yacen en descanso. Por ello, ciertamente,
de las purificaciones y acumulaciones del cuerpo, la mejor es la que se da a
través de la gimnasia, en segundo lugar, el balanceo en los viajes por
agua o de cualquier manera en la que el medio de transporte no cause fatiga.
La tercera clase de movimientos es útil si alguien se encuentra en alguna
ocasión muy necesitado; de otra manera, no la debe aceptar en absoluto
el que tenga un poco de inteligencia: el movimiento médico, producto
de la purificación con drogas. En efecto, no hay que excitar con medicamentos
las enfermedades que no impliquen grandes peligros, pues la estructura de las
enfermedades se asemeja de alguna manera a la de los seres vivientes. De hecho,
el conjunto nace con un tiempo de vida preciso asignado a toda la especie y
cada animal particular es engendrado con un período de vida determinado,
independientemente de las afecciones que necesariamente sufra. Los triángulos,
que ya desde el principio poseen la capacidad de cada individuo, están
constituidos de tal manera que son capaces de durar hasta un momento, más
allá del cual no se puede vivir. El mismo argumento vale, por tanto,
para la estructura de las enfermedades: cuando se pone fin a la dolencia con
medicamentos antes del tiempo de duración que le es propio, de suaves
y pocas enfermedades suelen ocasíonarse muchas y graves. Por ello es
necesario cuidar todo esto con regímenes mientras se esté a tiempo,
sin irritar el mal problemático con medicación.

Quede así expuesto lo que concierne al ser viviente general y a sus partes corporales, de qué manera alguien viviría más de acuerdo con la razón, mientras cuide y sea cuidado por sí mismo. En primer lugar y especialmente, debemos procurar que lo que lo cuida sea en lo posible lo más bello y mejor para tal fin. Disertar con exactitud acerca de esto requeriría por sí solo una obra. Pero quizás, si se observa el problema desde la perspectiva que hemos utilizado antes, se lo podría exponer de manera no desacertada en un excurso como sigue. Así como dijimos a menudo que en nosotros habitan tres especies del alma en tres lugares, cada una con sus movimientos propios, de la misma manera también ahora debemos afirmar brevemente que lo que de ellas vive en ocio y descansa de sus movimientos propios se vuelve necesariamente lo más débil, y lo que se ejercita, lo más fuerte. Por ello hay que cuidar que las diferentes clases de alma tengan movimientos proporcionales entre sí. Debemos pensar que dios nos otorgó a cada uno la especie más importante en nosotros como algo divino, y sostenemos con absoluta corrección que aquello de lo que decimos que habita en la cúspide de nuestro cuerpo nos eleva hacia la familia celeste desde la tierra, como si fuéramos una planta no terrestre, sino celeste. Pues de allí, de donde nació la primera generación del alma, lo divino cuelga nuestra cabeza y raíz y pone todo nuestro cuerpo en posición erecta. Por necesidad, el que se abona al deseo y a la ambición y se aplica con intensidad a todo eso engendra todas las doctrinas mortales y se vuelve lo más mortal posible, sin quedarse corto en ello, puesto que esto es lo que ha cultivado. Para el que se aplica al aprendizaje y a los pensamientos verdaderos y ejercita especialmente este aspecto en él, es de toda necesidad, creo yo, que piense lo inmortal y lo divino y, si realmente entra en contacto con la verdad, que lo logre, en tanto es posible a la naturaleza humana participar de la, inmortalidad. Puesto que cuida siempre de su parte divina, y tiene en, buen orden, al dios que habita en él, es necesario que sea sobremanera feliz. Ciertamente, para todos hay un único cuidado del conjunto: atribuir a cada parte los alimentos y movimientos que les son propios. Los pensamientos y revoluciones del universo son movimientos afines a lo divino en nosotros. Adecuándose a ellos para corregir por medio del aprendizaje de la armonía y de las revoluciones del universo los circuitos de la cabeza destruidos al nacer, cada uno debe asemejar lo que piensa a lo pensado de acuerdo con la naturaleza originaria y, una vez asemejado, alcanzar la meta vital que los dioses propusieron a los hombres como la mejor para el presente y el futuro.

Bien, ahora parece haber llegado casi a su fin lo que se nos había
encomendado al principio, hablar acerca del universo hasta la creación
del hombre. Tenemos que recordar, además, brevemente, cómo nació
el resto de los animales, tema que no hay ninguna necesidad de prolongar; pues
así uno creería ser más mesurado respecto de este tipo
de discursos. He aquí la exposición correspondiente. Todos los
varones cobardes y que llevaron una vida injusta, según el discurso probable,
cambiaron a mujeres en la segunda encarnación. En ese momento, los dioses
crearon el amor a la copulación, haciendo un animal animado en nosotros
y otro en las mujeres de la siguiente manera. Perforaron el conducto de salida
de la bebida en dirección a la médula –que en la exposición
anterior llamamos simiente y que se encuentra fijada a lo largo de la columna
vertebral desde la cabeza y el cuello hacia abajo– allí donde evacua
el líquido que ha recibido y que fue comprimido por el aire a través
del pulmón y los riñones hasta la vejiga. La médula, tras
ser animada y haber recibido una ventilación, infunde un deseo vital
de expulsar el fluido al conducto por donde se ventila y lo hace un Eros [amor]
de la reproducción. Por ello, las partes pudendas de los hombres, al
ser desobedientes e independientes, como un animal que no escucha a la razón,
intentan dominarlo todo a causa de sus deseos apasionados. Los así llamados
úteros y matrices en las mujeres –un animal deseoso de procreación
en ellas, que se irrita y enfurece cuando no es fertilizado a tiempo durante
un largo período y, errante por todo el cuerpo, obstruye los conductos
de aire sin dejar respirar– les ocasiona, por la misma razón, las peores
carencias y les provoca variadas enfermedades, hasta que el deseo de uno y el
amor de otro, como si recogieran un fruto de los árboles, los reúnen
y, después de plantar en el útero como en tierra fértil
animales invisibles por su pequeñez e informes y de separar a los amantes
nuevamente, crían a aquéllos en el interior, y, tras hacerlos
salir más tarde a la luz, cumplen la generación de los seres vivientes.
Así surgieron, entonces, las mujeres y toda la especie femenina.

El género de los pájaros, que echó plumas en vez
de pelos, se produjo por el cambio de hombres que, a pesar de no ser malos,
eran superficiales y que, aunque se dedicaban a los fenómenos e celestes,
pensaban por simpleza que las demostraciones más firmes de estos fenómenos
se producían por medio de la visión. La especie terrestre y bestial
nació de los que no practicaban en absoluto la filosofía ni observaban
nada de la naturaleza celeste porque ya no utilizaban las revoluciones que se
encuentran en la cabeza, sino que tenían como gobernantes a las partes
del alma que anidan en el tronco. A causa de estas costumbres, inclinaron los
miembros superiores y la cabeza hacia la tierra, empujados por la afinidad,
y sus cabezas obtuvieron formas alargadas y múltiples, según hubieran
sido comprimidas las revoluciones de cada uno por la inactividad. Por esta razón
nació el género de los cuadrúpedos y el de pies múltiples,
cuando dios dio más puntos de apoyo a los más insensatos, para
arrastrarlos más hacia la tierra. A los más torpes entre éstos,
que inclinaban todo el cuerpo hacia la tierra, como ya no tenían ninguna
necesidad de pies los engendraron sin pies y arrastrándose sobre el suelo.
La cuarta especie, la acuática, nació de los más carentes
de inteligencia y más ignorantes; a los que quienes transformaban a los
hombres no consideraron ni siquiera dignos de aire puro, porque eran impuros
en su alma a causa del absoluto desorden, sino que los empujaron a respirar
agua turbia y profunda en vez de aire suave y puro. Así nació
la raza de los peces, los moluscos y los animales acuáticos en general,
que recibieron los habitáculos extremos como castigo por su extrema ignorancia.
De esta manera, todos los animales, entonces y ahora, se convierten unos en
otros y se transforman según la pérdida o adquisición de
inteligencia o demencia.

Y ahora también afirmemos que nuestro discurso acerca del universo ha alcanzado ya su fin, pues este mundo, tras recibir los animales mortales e inmortales y llenarse de esta manera, ser viviente visible que comprende los objetos visibles, imagen sensible del dios inteligible, llegó a ser el mayor y mejor, el más bello y perfecto, porque este universo es uno y único.

ARISTÓTELES

-Hilemorfismo: el alma es una única sustancia constituida por dos coprincipios diferenciados (cuerpo y alma) que no pueden darse por separado.

-El alma no es autosuficiente, ya que es un principio (forma) del cuerpo (materia).

-La clasificación de los tipos de alma la realiza en función de preocupaciones físico-naturales y para buscar un principio a las distintas formas de vida.

-El alma es única, aunque en cada ser vivo presente formas específicas.

-la actividad propia del alma es el conocimiento (desde lo sensible hasta lo inteligible).

 

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®

Partes: 1, 2, 3
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