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La identidad perdida (página 2)




Enviado por Bruno Nizzoli



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

En el aspecto social cada uno de nosotros es parte de un flujo de energía y acción que trasciende nuestra individualidad, es decir, seguimos el patrón general de comportamiento o el rol particular que nos es dado dentro de ese flujo. Esto equivale a decir que en cierto punto nos comportamos de manera funcional al sistema que nos acoge, de forma involuntaria, pero no como si fuéramos una partícula en suspensión dentro de un líquido: esa partícula no forma parte activa del comportamiento dinámico del fluido. El modelo físico que quizá mejor representa esta asociación entre individuo y sociedad es el del electrón formando parte activa del campo de potencial, así como éste último no existiría sin los electrones, cualquier sistema social desaparecería sin la función de las personas en él involucradas.

Por ejemplo, no es correcto decir que los hombres son arrojados a un sistema capitalista de mercado y que quedan a su merced, sino que este sistema existe en tanto los hombres actúan de acuerdo a ciertas pautas de conductas funcionales al mismo. El que exista un mercado significa que hay una gran cantidad de individuos actuando de acuerdo a un patrón determinado para el intercambio de bienes, el mercado por sí mismo no existe. Cada vez que compramos algo o vamos a trabajar estamos reproduciendo la mecánica del mercado, entonces lejos de vernos como sujetos pasivos expuestos a la manipulación del sistema, debemos reconocer que nuestro comportamiento social permanentemente lo crea y reproduce.

La conducta social está relacionada en buena medida a las formas en que el hombre se gana la vida en cada sociedad. Desde luego, ésta no es igual para todos pero establece pautas simples muy generalizadas, como dentro del sistema capitalista lo son la adquisición de propiedad privada, la libertad de compra y venta, el manejo de un medio de intercambio monetario, etc. Pero el plano social del ser también se expresa en las relaciones de tipo institucional: cuando asume el rol de alumno, de enfermo, de querellante o querellado, etc. En todos estos casos las personas entablan vínculo con una organización que prescribe derechos y obligaciones. Por último, deberíamos nombrar las complejas relaciones que se establecen entre los propios individuos, de amistad, compañerismo, amor. Ciertamente que estas últimas no responden a pautas rígidas de conducta como en los otros casos, sin embargo, como veremos, aún estos tipos de relación se ven muy influenciadas por los marcos de relación más generales.

Cualquier conducta que obedezca los patrones generales del sistema social que integra el hombre se podría considerar a su vez dependiente de la acción de otros. El comportamiento social es un emergente de una dimensión intersubjetiva, dentro de la cual el hombre cumple un rol, con mayor o menor grado de libertad, pero en el que está indefectiblemente condicionado por el obrar de otros. La cuestión no debe plantearse en términos de dependencia o independencia, lo que existe en realidad es interdependencia; los individuos hacen a la sociedad, y, al mismo tiempo, la sociedad entre ellos hace a los individuos. De tal modo que para entender lo que un hombre es en un plano social podemos remitirnos al sistema de relaciones que lo acoge, como también cabe presumir características del sistema comprendiendo las cualidades del plano social del hombre particular.

Gran parte del comportamiento visible del hombre está regido por pautas culturales y sociales, y se realiza a través y en base a algún tipo de relación directa o indirecta con sus semejantes. El plano social se define precisamente por las relaciones interpersonales, materiales e institucionales que establece el individuo dentro de un sistema social. Más adelante veremos cómo estas relaciones se configuran dentro de dos tipos generales de sistemas: el sistema humano y el sistema materialista. Por el momento diremos que el plano social, al quedar definido en una interdependencia, es por lo tanto relativamente independiente de los demás planos del ser.

El comportamiento del ser humano estaría comprendido dentro de estos tres planos: el emocional, que refiere a la vida sensible y afectiva; el racional, que refiere a la particular expresión de su conciencia, reflexión e imaginación; y el plano social, que se define en las distintas relaciones de interdependencia humana. El hombre, sin escapar completamente a su origen animal, se expresa desde al menos dos planos del ser independientes, exclusivos de su especie: el plano cognitivo y el plano social. Ahora es oportuno saber de qué modo estos planos se interrelacionan.

La identidad como principio y fin

En la expresión de que el hombre es un animal racional y social, está contenida la idea que traté de transmitir hasta aquí. Es animal en tanto que comparte toda la biología, así como emociones y necesidades primarias con otras especies. Es racional en cuanto su cerebro más desarrollado y las facilidades del medio le permitieron construir recursos materiales y cognitivos para trascender la vida supeditada a la supervivencia física y habitar una cultura compartida, dando impulso al desarrollo de la conciencia, la imaginación y el pensamiento abstracto. Es social en tanto el vínculo con sus semejantes va más allá de la acción directa o inmediata conformando sistemas complejos de interacción, lo que da lugar a una forma de ser interdependiente y a un nuevo habitad, distinto del natural, que impone sus propias condiciones, recursos y funciones para la vida. Estos son los planos básicos del ser humano: el plano emocional, cognitivo y social.

En la medida que superamos las condiciones inmediatas de la existencia nos volvemos más concientes y pensantes, y con ello, tenemos mas poder para obrar cambios en nuestra conducta. Pero este poder no es tan indeterminado como se suele pensar; la conciencia y el pensamiento son emergentes de una vida en comunidad y utilizan recursos culturales ligados a ella, también se ven afectados por la vida emocional, que es la principal fuente de motivación y satisfacción para cualquier empresa humana. De todas maneras, no podemos negar que el plano cognitivo opera con cierto grado de autonomía respecto de los demás planos del ser, y que es de entre estos sobre el que el individuo puede ejercer mayor control. El margen que tiene la conciencia para percibir, pensar e imaginar de una diversidad de formas es inmenso.

Sin embargo, no gozamos de la misma libertad para alterar cómo estamos habituados a sentir y cómo nos comportamos socialmente. De hecho, el plano cognitivo se encuentra atravesado en buena medida por el plano social y emocional; ningún individuo puede ejercer un pensamiento tan abstracto que se desprenda totalmente de los patrones culturales dados y de la vida afectiva. En este sentido, varios autores han declarado que cualquier representación del mundo, lejos de poder dar cuenta del mundo en sí, es un reflejo de los modos de vida, que supone al menos condiciones materiales de existencia y una cultura compartida que define intersubjetividades. Marx supo expresarlo en su concepción del materialismo histórico, Nietzsche advirtió sobre la inevitable presencia de la voluntad detrás de todas nuestras intelecciones, y especialmente de los juicios de valor y los principios éticos; Heidegger criticó la concepción del ser aislado, supuesto del pensamiento cartesiano, a lo que opuso su concepción de ser en el mundo; Francisco Varela, desde un punto de vista más psicológico, refiere al concepto de Enacción de la cognición, o mente encarnada: la relación de un organismo con su entorno, es a la vez origen y resultado de la cognición enactiva. Según Varela, los objetos inteligibles son generados como tales por los organismos en el curso de su comportamiento para el sostenimiento de su coherencia operacional vital. Ellos y muchos otros coinciden en un punto central: la realidad percibida y pensada, es apenas una forma de impresión del mundo sujeta al sentido humano, colectivo y particular, que responde al complejo entramado de nuestras prácticas sociales y culturales, deseos y necesidades, la particularidad de nuestros órganos sensoriales y la prescripción de los recursos cognitivos que utilizamos en el proceso cognitivo.

La incidencia de factores sociales, culturales y emocionales hace pues que el hombre no esté libre de determinación desde un plano cognitivo. Pero este plano impone a su vez márgenes de libertad a los otros planos del ser. La mayor parte de nuestras reacciones emocionales responden a experiencias vividas, pero si comprendemos que nuestras impresiones del mundo no son el mundo en si, también deberíamos dudar de que estas experiencias sean tan reales como estamos tentados a creer. Nuestras experiencias están filtradas por nuestros órganos sensoriales, por supuesto, pero también por nuestro modelo de pensamiento, nuestros intereses concientes, los que hacen que nuestra atención se fije en esto y no en aquello, y que procesemos de determinada manera en nuestra mente las sensaciones que tenemos del mundo, a las que a su vez atribuimos un significado de acuerdo a criterios y valores. Es decir, los intereses concientes y los pensamientos que cultivamos hacen a la experiencia misma de la realidad, y, en definitiva, a las emociones que vivenciamos.

La influencia recíproca también es claramente visible en relación al plano social, si éste no fuera influenciado por los aspectos cognitivo y emocional del comportamiento humano, entonces el sistema social acabaría siendo una estructura rígida e inmodificable, cosa que no se condice con la realidad de ningún momento histórico desde el desarrollo de la civilización. La evolución de las últimas décadas, de hecho, está caracterizada sobre todo por una progresiva disminución del campo de influencia de las estructuras sociales y la ascendencia del individualismo y la diversidad cultural. Vale decir que las expresiones subjetivas tienen una presencia cada vez mayor dentro de los marcos acción general.

No obstante, cada uno de los planos del ser, como se ha señalado antes, se expresan de forma autónoma, es decir, tenderán a conservar su forma a pesar de que tanto los demás planos del ser como las condiciones exteriores al individuo se hayan modificado. El mundo emocional del hombre es en un punto impenetrable por la razón, y viceversa; así como el comportamiento social en buen grado está desafectado de aquellas variables subjetivas que suponen diferencias en cuanto al sentir y al pensar.

El que exista un alineamiento o sintonía entre los planos puede llevarnos a dudar acerca de sus respectivas autonomías; vemos que lo emocional está detrás de nuestros juicios de valor, a la vez que un acontecimiento social o un determinado estado de conciencia pueden provocar sucesos emocionales en sintonía con ellos. En estos casos, hay emociones que emergen de eventos racionales o sociales, y viceversa, sin embargo, al intentar forzar concientemente un cambio perdurable en las emociones nos damos cuenta que resulta casi imposible, así como lo mismo se evidencia en la resistencia subjetiva al cambio del entorno social. De lo que se puede inferir que la sintonía o alineación entre los planos del ser no obedece a una relación de causa y efecto, sino que esta concurrencia entre los distintos planos obedece a un parámetro transversal implicado en todos ellos, un punto de enclave común a los tres planos que fijaría un mismo sentido para la manifestación del ser en su totalidad.

Lo que propongo como una de las tesis principales en este ensayo es que ese punto de enclave común a los tres planos del ser es la identidad. La identidad asumida sería la fuente de muchos de nuestros comportamientos ya sean concientes o inconscientes, y determina en última instancia nuestros estados emocionales, nuestros pensamientos y relaciones sociales. Este es el límite de la autonomía de cada plano del ser, sin alterar la identidad sería casi imposible provocar un cambio importante de conciencia aún desde el plano cognitivo.

La identidad asumida es algo que se afirma constantemente en todos los planos del ser, esto es lo que está detrás de la alineación descrita. Nuestra energía física y psíquica se orienta en el sentido de proteger, afianzar y reforzar nuestra identidad más íntima: nuestro Yo, ya sea desde un plano emocional, cognitivo y social. Vale aclarar que mi principio de afirmación del Ser no prescribe a priori ningún contenido a esa identidad. Para Nietzsche todos los planos del ser se alinearían en la afirmación de la voluntad de poder, desde mi concepción, en cambio, se afirma aquello con lo cual el hombre se identifica, lo que a priori es una variable. Más allá del instinto de conservación animal, el hombre crea para sí identidades sociales, y ello explica por qué se pueden contar innumerables ejemplos de personas que han dado su vida por la nación, o alguna otra causa social, a expensas incluso de la supervivencia física. La identidad mediatiza aquello que percibimos como supervivencia, de ahí que el comportamiento humano se oriente a resguardar y afirmar la integridad psicológica de esa identidad tanto desde el plano emocional y cognitivo.

La fuerza de esta disposición a afirmar la identidad es tal que el hombre voluntariamente no podría desviar su atención de ella por mucho tiempo. Veamos como podemos explicar de modo sencillo a partir de esta presunción la incapacidad de obrar un cambio permanente en la conciencia. Imaginemos que la conciencia está integrada por un cuerpo de soldados bien entrenados cuya misión es defender la fortaleza de la identidad personal, tu puedes concientemente actuar sobre un pequeño grupo de soldados y convencerlos que están defendiendo algo que no vale la pena, una identidad egoísta supongamos, sin embargo, la propia fuerza de cohesión del grupo mayoritario de soldados echará por tierra la resistencia que el grupo persuadido pueda ejercer. Pero ¿qué pasa si lo que hacemos, en cambio, es mudar el objeto que se defiende? Esto es ir a la fuente; los soldados seguirán siendo tan leales como siempre pero al servicio de otra causa. Es allí cuando se produce un verdadero cambio de conciencia.

Veamos un ejemplo más real. El Ego es señalado como la causa de muchos males personales, pero no se insiste lo suficiente en que el ego no es más que una forma de identidad autorreferencial. Si quisiéramos ser menos egoísta por supuesto sería inútil tratar de ser más solidarios adquiriendo nuevos hábitos de conducta; mientras no se altere nuestra identidad asumida no podemos dejar de ser egoístas, todo esfuerzo caería en saco roto, nuestra solidaridad sería forzada e hipócrita. Mientras no seamos concientes de la identidad asumida, poco podremos hacer para cambiar nuestra forma de pensar, de sentir y de comportarnos socialmente.

Tal es el poder que tiene la identidad como punto de enclave para fijar modos de comportamientos en los tres planos del ser que toda sociedad se ha preocupado especialmente por generar un tipo de identidad particular, pues ésta bien se sabe tiene una poderosa influencia sobre la motivación y comportamiento de los individuos. De hecho, aquellos que históricamente oficiaron de manipuladores sociales y culturales saben desde siempre que el instinto de supervivencia del hombre se extiende más allá de las funciones necesarias para la vida, abarcando la defensa y afirmación de aquello con lo que el individuo se identifica psicológicamente. Es decir, que el instinto de conservar la vida se extiende a asegurar esa identidad moldeada social y culturalmente. De ahí que si se podría forjar una identidad particular en los súbditos se lograría hacer que estos se condujeran de una determinada forma sin necesidad de ejercer un control permanente sobre ellos. Este mecanismo de manipulación autoinducida fue bien entendido y utilizado por los líderes políticos, religiosos, militares de todos los tiempos, y extrañamente ignorado por muchos intelectuales.

La afirmación de la identidad está detrás de la manifestación alineada de los tres planos del ser. Es decir, la afirmación de la identidad es la principal fuente de orientación de las disposiciones emotivas, cognitivas y sociales en un grado fecundo para la interpretación del comportamiento humano. Sin embargo, a lo largo de mucho tiempo los intelectuales de distintas corrientes y escuelas de pensamiento han oscurecido esta verdad, dominada, aunque más no sea de manera inconsciente, por los hombres del poder.

De hecho, la posición adoptada por varios intelectuales podría clasificarse por su preferencia por alguno de los planos del ser sobre los demás. Se trata de un tipo de superstición en tanto asigna poder a un plano sobre los otros, o se enfoca demasiado en uno de ellos sin considerar las influencias recíprocas ni la autonomía relativa de esos planos. Realmente no conozco a ningún pensador que haya reconocido a la afirmación de la identidad como la fuerza principal que se encuentra detrás de la manifestación alineada de los planos del ser autónomos. Por el contrario, la verificación de dicha alineación dio a suponer que alguno de los planos del ser tiene prerrogativas sobre los demás, y es de esta forma que obtenemos las tres variantes de supersticiones intelectuales.

La superstición racionalista pondera el plano cognitivo sobre el emocional y el social. Dentro de esta categoría encontramos a pensadores idealistas, racionalistas, positivistas y los psicólogos cognitivos. De ellos se desprende una confianza bastante acentuada en el poder de la razón o el pensamiento para cambiar el mundo y al hombre mismo.

La razón positiva o científica cobra preponderancia en la edad moderna sobre las supercherías religiosas o metafísicas que predominaban desde la edad media. Los líderes intelectuales del movimiento iluminista se consideraban a sí mismos como la elite de la sociedad, y su principal propósito era liderar al mundo hacia un progresivo dominio de la racionalidad, sacándolo del largo periodo de tradiciones, oscurantismo y tiranía. Defendían la libertad y autonomía del hombre frente al abuso de poder del absolutismo y la rigidez de la sociedad estamental del antiguo Régimen. Los ilustrados exaltaron la capacidad de la razón para descubrir las leyes naturales y sociales que gobiernan el mundo del hombre, y con ello avanzar hacia un progreso ilimitado.

La superstición racionalista se encuentra en algunos intelectuales e ideologías de la actualidad que siguen profesando una fe ciega en la razón o en el cambio generalizado de conciencia como vehículo de liberación final del hombre. Nietzsche es uno de los primeros que sacude esta pretensión, nos da muchas pautas para considerar que la razón no es tan pura y universal como han pretendido entre otros Descartes, Kant y Hegel, sino que en realidad está subordinada a la voluntad de poder. Según Nietzsche, no hay posibilidad ni deseo genuino del hombre en alcanzar la verdad o la razón pura, la conciencia es intencional y responde a la existencia, es decir, a las demandas vitales de los hombres. Por consiguiente, sea cual fuere el alcance de los pensamientos, estos no pueden establecer una razón de ser universal, los altos valores son impotentes frente al hombre tironeado por sus deseos y pulsiones inconscientes.

La otra crítica que puede hacérseles a los racionalistas proviene desde la visión materialista, la cual tiene a su máximo representante nada menos que en Marx. El racionalismo adolece de la incapacidad para establecer una organización social efectiva y autosostenible; la dinámica propia del plano social del ser no obedece tanto a la razón como a las condiciones materiales de existencia. Según Marx, la sociedad no avanza conforme a la evolución racional del hombre, sino a merced de las conquistas materiales y sociales.

Aunque las críticas de Nietzsche y Marx al racionalismo han tenido una espectacular relevancia en el siglo XX, dieron lugar a nuevas supersticiones. La superstición materialista pondera el plano social sobre los planos cognitivo y emocional. Pretende que la liberación y bienestar del hombre deviene de una reestructuración del marco social, cultural, político y/o económico. Pueden identificarse con este postulado tanto a los marxistas como a cualquier liberal que crea en las bondades inherentes de la democracia y el libre mercado. Generalmente los ideólogos políticos tienen la ingenua idea, aunque para nada inocente, de que la prosperidad material devenida del desarrollo económico soluciona todos los problemas humanos; los conservadores se diferencian de los progresistas o revolucionarios sólo en la forma de generar y distribuir esa prosperidad. Para rebatir esas esperanzas simplemente nos bastaría con reconocer que los enormes logros materiales y políticos conquistados a lo largo del siglo XX no nos han hecho mejores personas, ni si quiera puede ser demostrado que las personas que viven en las ciudades más prósperas del mundo sean más felices. Un régimen social más justo, igualitario o libertario, no hace al hombre más ético y responsable de sí mismo y de la sociedad.

La superstición materialista también penetra la crítica social estructuralista. Por ejemplo, algunos pensadores posmodernos plantean que los marcos sociales y culturales fijan patrones de conducta y conciencia que afectan prácticamente todos los aspectos de la subjetividad individual, sin dar créditos suficientemente a la posibilidad de que el hombre individual pueda resistirse al influjo del entorno. Como era de esperar, fueron demasiado optimistas en creer que el hombre se liberaría de su alienación una vez que sucumbieran esas estructuras sociales junto a sus dispositivos de poder cultural. Somos testigos en la actualidad que a mayor libertad individual el hombre sigue tan obediente como antes, aun sin que exista ninguna coacción social insalvable, como era ejercida en otro tiempo por la industria y el Estado. El sistema no se impone al hombre, sino que es producto de lo que éste es en un plano social. Entonces, debe sonar descabellado pretender cambiar el sistema antes de cambiar al individuo. Nunca el hombre se encuentra sometido pasivamente a la estructura de poder, sino que, en todo caso, es activamente profesante de la subordinación; en cierto punto la elige voluntariamente, elige delegar sus poderes en el Estado, elige que el mercado modele sus preferencias, etc.

Una revolución social o cultural forzada de cualquier índole no modificaría el deseo de obediencia que padece el sujeto; en tanto éste conserve su identidad alienada conservará sus deseos, sentimientos y conciencia, más allá de los cambios que pudiera presentar el entorno. En todo caso, el éxito de los manipuladores sociales y culturales se mide en su capacidad de entender y operar sobre los mecanismos en que se forma y conserva la identidad personal, y no en la imposición de una realidad política, económica o cultural.

La realidad externa puede ser una sola y sin embargo albergar formas de ser tan radicalmente diferentes entre si que en muchos casos podríamos desechar completamente la variable socioeconómica de nuestro análisis del comportamiento humano. El margen que las condiciones del medio físico y social nos dejan para incidir sobre nuestra experiencia individual a través del pensamiento es enorme. El pensamiento también tiene un gran margen para enfocarse en los aspectos positivos o negativos de la experiencia diaria. Tal parece que esta diferencia de enfoques se confirma luego en diferencias extraordinarias sobre lo que alcanzamos en nuestra vida social, en la salud física y mental, y aún en nuestros logros materiales.

La superstición naturalista pondera el plano emocional sobre los otros dos. Recomienda liberar de todo condicionamiento las fuerzas o impulsos vitales de los hombres y dar lugar al desarrollo de sus cualidades intrínsecas. Dentro de esta corriente podríamos juntar a los hedonistas, nihilistas, utilitaristas, humanistas, y entre ellos a autores con mucho predicamento para el siglo XX como Nietzsche y Freud.

Para todos ellos el hombre sólo es libre cuando puede expresar su ser natural, de lo contrario se verá frustrado e impotente, y ello puede llevarlo a actuar en contra de sí mismo o de los demás. Para estos, toda conciencia e intelección no puede hacer mucho para contrarrestar a los impulsos básicos de la vida como la voluntad de poder o la búsqueda de placer, estos siempre emergerán de una u otra forma y dominarán la vida entera del hombre. El orden social debería responder a una concepción natural del hombre y servir a éste, pero hasta el momento piensan que ha adoptado mecanismos represores que van en su contra y hace que finalmente el hombre se resienta con la sociedad generando algún tipo de conducta negativa y antisocial, como ser la neurosis, la violencia, la alienación, etc.

Una de las críticas que se puede esgrimir contra esta concepción es la propia idea de naturalidad. Algunos pensadores humanistas, por ejemplo, han sobrestimado la condición natural del hombre, atribuyéndole capacidades que no se hicieron manifiestas sino a través de un largo proceso de evolución de la especie y de la civilización. Como digo en otra parte, el hombre en estado natural apenas se diferenciaría de un primate. En otros casos, no se reconoce la influencia sociocultural de ciertas conductas que los nihilistas aceptarían como una manifestación espontánea de la personalidad.

La adaptación al medio social y el aprendizaje trastocan prácticamente todos los aspectos del hombre, de modo tal que resulta difícil diferenciar entre manifestaciones naturales y culturales. Definir algo como natural significa cristalizarlo en el polo del sujeto, como si ello no se produjera en la interacción con el medio. Pero recuérdese que el habitad del hombre ya no es natural sino social, y que a diferencia del animal descontextualiza buena parte de su conducta sumergiéndose en el mundo "artificial" de su conciencia, pensamiento e imaginación.

El plano cognitivo nos ha permitido dar un salto de calidad extraordinario sobre el comportamiento reducido a asegurar la supervivencia física. La intelección y la conciencia, lejos de funcionar como mecanismos represores, son capacidades a las que debemos atribuirle los enormes progresos científicos y tecnológicos que ha tenido la humanidad sobre la vida de necesidad a la que estaban confinados nuestros antiguos antepasados cazadores y recolectores. En tanto el orden social ha permitido que estos beneficios se extiendan a cada vez más humanos. ¿Quién en su sano juicio podría plantear un retorno a la naturalidad?

En nuestros días se está avanzando aceleradamente con la tecnología de manipulación genética, no pasará mucho tiempo antes de que lo que se entiende como natural en el hombre sea totalmente modificable, para mejor o para peor. Imaginemos, por ejemplo, que con algunas alteraciones del genoma podríamos provocar una situación de goce continua, ser más inteligentes y creativos, erradicar todos nuestros defectos físicos, deficiencias psicológicas o enfermedades, retrasar por décadas nuestro envejecimiento y la muerte misma, etc. En tal caso, ¿quién seguiría reivindicando la condición espontánea o natural del hombre? ¿Qué voluntad de poder, deseo de autorrealización o emancipación libidinal puede ser relevante frente a una tecnología que cumpla casi cualquier deseo o capricho del hombre sin que éste se moleste con el más mínimo esfuerzo?

En cualquier caso, debemos comprender que todos los planos del ser son relativamente autónomo entre sí. La alineación observable entre el comportamiento emocional y racional, o entre el social y emocional, etc. no obedece a una relación de causalidad sino a la convergencia producida por la tendencia humana a afirmar la identidad asumida. Muchos de los intelectuales fueron muy eficientes en criticar las pretensiones de alguno de estos tipos de superstición, pero no sin dejar de adoptar por su parte alguna otra superstición, es decir, sin dejar de fragmentar al hombre en algún aspecto de su ser. Cualquier concepción que se base en la presunción de la preponderancia de un plano del ser sobre otro tendrá serías dificultades para verificar sus conclusiones en la práctica.

La libertad del hombre depende de poder alterar su identidad. La transformación identitaria no sucede a partir de abrirnos a la espontaneidad natural de la vida, ni es producto de una conquista intelectual. Mucho menos es algo que obedece a un cambio social o del entorno inmediato, sino que sucede al nivel de una experiencia integral del ser. La revelación de nuestra identidad es una experiencia íntima, no mediatizada por el pensamiento ni reducible a un sentimiento. Desafortunadamente no somos tan libres como para modificar esta identidad desde el plano cognitivo, ¿cómo una conciencia intencional orientada a afirmar la identidad asumida puede pretender pasar por encima de dicha determinación? La conciencia intencional o subordinada, no nos puede ayudar aquí, pero afortunadamente existe más de un tipo de conciencia.

La metaconciencia.

De los apartados anteriores se desprende que no estamos tan determinados por la naturaleza, ni por la estructura social, pero que tampoco somos tan libres de elegir cómo expresarnos emocionalmente, ni sobre qué ser concientes o cómo comportarnos socialmente. La identidad es el centro neurálgico de todo condicionamiento del ser; no se trata de un hábito adquirido, ni de una forma de pensar, ni de un rol asumido en la sociedad. La identidad es una variable psíquica muy significativa, que podríamos expresar en términos de la respuesta que damos a la pregunta ¿Quiénes somos? La identidad asumida está detrás de la manera como nos disponemos frente al mundo, de tal manera que la conducta de un hombre es el resultado de la oportunidad o desafío que éste encuentra para afirmar esa identidad.

La identidad se va formando principalmente a lo largo de la infancia y la juventud, pero puede ser rescrita en distintos momentos de la vida, especialmente ante acontecimientos muy significativos como el nacimiento de un hijo, un accidente o una enfermedad grave que ponga en riesgo la vida, o un cambio radical del medio social dentro del cual interactuamos. No obstante, a conciencia, nos costaría mucho modificar e incluso representarnos la identidad que hemos asumido, nuestros esfuerzos en ese sentido estarían encaminados al fracaso pues a través de la conciencia ordinaria no podemos dejar de servir a esa identidad. La buena noticia es que existe un estado de conciencia no condicionado por ella, única instancia desde la cual el ser humano puede actuar con total libertad y autodeterminación.

La metaconciencia inaugura una instancia de percepción transpersonal desde la que podemos reconocer la identidad asumida e incluso alterarla. La metaconciencia por sí misma es una operación cognitiva que no puede forjar directamente cambios permanentes en la conciencia ordinaria, en la emoción y el comportamiento en el plano social debido al principio de autonomía. Pero siendo la identidad el punto de enclave de estos planos, la alteración de la identidad por medio de la metaconciencia puede afectar indirectamente la manifestación de los planos del ser sin necesidad de ejercer un control conciente permanente sobre éstos.

¿Pero en qué consiste esta metaconciencia? Se podría definir como una conciencia pura, sin contenido, despojada de todo condicionamiento mental e intencional. Esta actividad de la conciencia de nivel superior ha sido ejercida desde hace cientos de años por algunas reconocidas religiones orientales, y se la conoce comúnmente como meditación. La meditación es la práctica por la cual se llega a experimentar el estado puro de nuestro Ser, despojado de la interferencia de nuestros deseos y pensamientos.

En ejercicio de la meditación los pensamientos son innecesarios, se está sereno, se experimenta un estado de alerta activa en perfecta armonía con todo lo que sucede alrededor. Conservando este estado bien podemos contemplar con mayor objetividad los sucesos de nuestra vida y comprender la causa y el sentido oculto detrás de cada pensamiento y acción. Esa comprensión basada en la suspensión momentánea del juicio y el deseo, desarma la estrategia de la propia mente para afirmar todas las identidades falsas que hemos incorporado. Más allá de eso, se comprende aún que todos los contenidos de la mente son creaciones falsas que responden a un ser ficticio, parcial o limitado.

Con la meditación se logra penetrar esa densa nube que nos obnubila de la verdad. La conciencia ordinaria no reconoce la identidad asumida, y es ciegamente determinada por ésta. En cambio, desde la metaconciencia podemos suspender la acción dirigida por esa identidad y experimentar qué somos verdaderamente, sin la distorsión habitual del Ego o cualquier otra identidad asumida. La importancia de la meditación me fue inicialmente sugerida por los siguientes autores, de los que extraigo algunas definiciones que reforzarán el concepto de metaconciencia:

Osho:

Ser uno mismo significa que uno vive todo el contenido de su mente de la forma menos implicada posible. Vivir como una conciencia: conciencia de todos los programas para los que la mente ha sido programada, conciencia de todos los impulsos, deseos, recuerdos, imaginaciones…, todo lo que la mente puede hacer. Uno no tiene que ser parte de ello sino separarse -tiene que verlo pero sin ser parte de ello-, observarlo. Quédate a un lado, deja pasar la mente.

Inténtalo de vez en cuando: deja que la mente sea lo que es. Recuerda que no eres ella. Y te vas a llevar una gran sorpresa. A medida que te identificas menos, la mente empieza a perder poder, porque su poder procede de tu identificación; te chupa la sangre. Pero cuando comienzas a sentirte alejado y desvinculado, la mente empieza a disminuir.

Con la desaparición de la mente, desaparece el yo. Y desaparecen muchas cosas que eran tan importantes para ti, que era tan problemáticas para ti. Intentabas resolverlas y se hacían cada vez más complicadas; todo se convertía en un problema, una ansiedad, no parecía haber ninguna salida. Simplemente retírate un poco hacia atrás y observa. Crea una distancia entre tú y tu mente.

Sea algo bueno, hermoso, delicioso, algo de lo que te gustaría disfrutar más de cerca, o sea algo feo, quédate tan lejos como puedas. Míralo de la misma forma que miras una película. Pero la gente se identifica incluso con las películas.

Por eso cuando digo: «Simplemente se tú mismo», te estoy diciendo: «Simplemente se conciencia no condicionada, no programada.» Así es como viniste al mundo y así es como la persona iluminada deja el mundo. Vive en el mundo pero permanece totalmente separada.

Todo lo que necesitas es simplemente observar, y nada te afectará. El hecho de que nada te afecte mantendrá tu pureza y la pureza ciertamente tiene la frescura de la vida, la alegría de la existencia; todos los tesoros de los que estás dotado.

Pero no se puede tocar ni penetrar el centro a través del esfuerzo, porque no hay acción que pueda conducirte a ti. ¡Tú ya estás allí! No es necesario hacer nada. Sólo debes estar en silencio, ser espontáneo, y entonces el centro aparece, surge de las nubes. Hay una brecha, una hendidura. De repente, descubres tu conciencia espontánea. Tú eres la conciencia: no se trata de hacer algo, ni de nada que debas hacer; tu naturaleza misma es la conciencia.

Y no te hace falta ser un asceta, no tienes que ser anti-vida; no tienes que renunciar al mundo e irte a las montañas. Puedes estar donde estás, puedes seguir haciendo lo que haces. Sólo hace falta añadir una cosa más: hagas lo que hagas, hazlo con conciencia -incluso el más pequeño acto del cuerpo o de la mente- y con cada acto de conciencia te harás consciente de la belleza y del tesoro y de la gloria y de la eternidad de tu ser.

Eckhart Tolle:

No eres los pensamientos, eres el espacio desde el cual surgen los pensamientos. ¿Y qué es ese espacio? Es la conciencia misma. La conciencia que no tiene forma. Todo lo demás en la vida tiene forma. En esencia somos esa conciencia sin forma que está detrás de los pensamientos. Pero para experimentarlo es necesaria una experiencia de quietud interior.

La identificación con su mente crea una pantalla opaca de conceptos, etiquetas, imágenes, palabras, juicios y definiciones que bloquea toda relación verdadera. Se interpone entre usted y su propio yo, entre usted y su prójimo, entre usted y la naturaleza, entre usted y Dios. Es esta pantalla de pensamiento la que crea la ilusión de la separación, la ilusión de que existe usted y un "otro" totalmente separado. Entonces olvida el hecho esencial de que, bajo el nivel de las apariencias físicas y de las formas separadas, usted es uno con todo lo que es.

Entonces la mente lo está usando. Usted está identificado inconscientemente con ella, de forma que ni siquiera sabe que es su esclavo. Es casi como si usted estuviera poseído sin saberlo y por lo tanto toma a la entidad que lo posee por usted mismo. El comienzo de la libertad es la comprensión de que usted no es la entidad que lo posee, el que piensa. Saber esto le permite observar a esa entidad. En el momento en que usted empieza a observar al que piensa se activa un nivel más alto de conciencia. Entonces usted comienza a darse cuenta de que hay un vasto reino de inteligencia más allá del pensamiento, que el pensamiento es sólo un minúsculo aspecto de esa inteligencia. También se da cuenta de que todo lo que importa verdaderamente -la belleza, el amor, la creatividad, la alegría, la paz interior- surgen de un lugar más allá de la mente. Usted comienza a despertar.

Así pues, cuando usted escucha un pensamiento, usted es consciente no sólo del pensamiento, sino de usted mismo como testigo de él. Ha aparecido una nueva dimensión de conciencia. Mientras oye al pensamiento usted siente una presencia consciente -su ser más profundo- más allá o debajo del pensamiento, como quien dice. El pensamiento entonces pierde su poder sobre usted y rápidamente se calma porque usted ya no le da energía a la mente por medio de la identificación con ella. Este es el comienzo del fin del pensamiento involuntario y compulsivo.

La mente es cualquier contenido de la conciencia, y lo que Tolle llama identidad con la mente es equivalente a darle todo el crédito a lo que pensamos, como si fuera algo real y digno de atender. Pero desde la meditación advertimos que el contenido de la conciencia es falso, determinado, espurio e innecesario, a conciencia de ello ¿cómo podemos aceptar juzgar o definir lo que somos con esa mente? Cuando podamos sostener consecuentemente y con total convicción que todo el contenido de la conciencia es relativo, intencional o falso, nos ubicamos en un nivel superior de conciencia. De ahí estamos a un paso de entender que la verdad acerca de lo que somos no llega como un mero contenido de la mente, codificada por el lenguaje y otros símbolos del hombre. Las verdades existenciales son algo que experimentamos, antes que algo que pensamos. Vivir y dejarse guiar por la mente significa desentendernos de los causes más profundos del ser, que como veremos más adelante, son fuentes de creatividad y sabiduría ilimitadas.

"Cuando la mente no se encuentra ocupada, es extraordinariamente libre, percibe una gran belleza. Pero la mente vulgar y mezquina, la insignificante mente de segunda mano, está siempre ocupada con el conocimiento, ocupada en llegar a ser una cosa u otra, en formular preguntas, en discutir, argüir; jamás está quieta, jamás es una mente desocupada y libre. Cuando existe una mente así, desocupada, desde esa libertad adviene la suprema inteligencia -jamás lo hace desde el pensamiento. En la meditación hay una conciencia que no evalúa, compara o sentencia, sino sólo existe una observación atenta que ve las cosas como realmente son, sin la distorsión del pensamiento, del yo o del pasado. En la meditación surge lo nuevo, surge el verdadero aprendizaje, se está libre del pasado, de la repetición, libre del yo, abierto a un contacto directo con lo que realmente es y está aquí presente.

La mente siempre opera en el campo de lo conocido, del tiempo y como el pensamiento está formado de pasado, de vivencias, no puede ir más allá de lo conocido. Sólo cuando hay quietud en la mente desaparece todo pasado, todo pensamiento y es cuando puede experimentar lo desconocido: aflorar la verdad o la realidad de la existencia y de lo que se vive cotidianamente." ( Krishnamurti)

La verdad existencial es evidente por sí misma y llega de manera inmediata, no requiere ser descubierta o construida por la mente, sino sólo experimentada. Es común que en un estado de meditación surjan revelaciones muy profundas o respuestas tan justas y contundentes que no podrás creer que hayan surgido de ti. Y de hecho no eres tu quien las crea, comprendes que no puedes poseer esas verdades, pues si así fuera no serían verdades, es decir, cosas objetivas que sean independientes de tu observación. Para alcanzar dichas revelaciones sólo hace falta estar lo suficientemente abierto y desprendido de preconceptos para experimentar la realidad oculta tras la mente, tan simple como cierta, la única realidad que lo impregna todo y de forma imperecedera.

La verdad no se posee, sólo es. Está ahí, pero falta verla. La verdad es como los rayos de sol que penetran en nuestra habitación cuando dejamos la ventana abierta. No se puede escoger que salga el sol; tampoco se pueden atrapar los rayos y forzarlos a que permanezcan en la habitación. Solamente cabe dejar la ventana abierta y, si sale el sol, calentará la habitación, pero es inútil ir en su búsqueda. (Krishnamurti)

En la meditación la mente se subordina al ser, pero vivimos de ordinario la relación inversa: un ser subordinado a la mente, es decir que, lo que somos está dictado por la mente. Ya sea que nos pongamos muy cuestionadores o no, es igual, le damos crédito a la mente y esto es una gran tragedia porque la mente nunca puede sustituir a la experiencia real. El amor no es algo que ocurra en la mente, si vives a través de ésta nunca amarás realmente. La conciencia ordinaria es focal e intencional; no puede sustraerse de estos dos condicionantes que la hacen un buen instrumento para lograr cosas en el mundo, pero nunca para ser aplicada sobre nosotros mismos ni sobre los demás seres.

Para superar las limitaciones de esta mente y llegar a un nivel superior de conciencia es necesario meditar. La meditación es para mí un ejercicio de libertad y autenticidad. Debe ser una práctica habitual pero ejercida sin ser forzada; tal como sucede al dar un paseo o hacer el amor, la meditación es gratificante por sí misma. Se podría criticar que algunas personas asuman la meditación como un escape de las tensiones y problemas de la vida diaria. La meditación, sin embargo, no aleja de la vida, sino que, por el contrario, nos predispone de otra manera hacia la vida, permite enriquecerla, darle otro vuelo, hace sentir a la persona más libre, más ligera, sin los apremios ni condicionamientos a los que estamos acostumbrados. Como consecuencia de ello nos predisponemos mejor a afrontar los desafíos y problemas reales. Si la meditación es una vía de escape, si se practica por compulsión, para mitigar la insatisfacción con la vida, entonces es un consuelo más, una medicina, una terapia antes bien que una práctica de la libertad y autenticidad.

La meditación sobre la identidad nos da la pauta de que fuimos engañados, enceguecidos acerca de lo que realmente somos. Tras ello, hemos adoptado identidades falsas que rigen nuestra vida, que nos han hecho pensar, desear y actuar de una manera equivocada, limitada y sin sentido a lo largo de muchos años. No es fácil aceptar que los esfuerzos de una vida hayan sido regidos por falsas creencias, pero desde la meditación esta revelación no puede ser suprimida, tus defensas emocionales y racionalizaciones están desactivadas, simplemente no puedes ni quieres ignorar la verdad. Y cuando por fin alcanzas a experimentarla en toda su magnificencia, la seguridad y claridad que logras desechan cualquier posibilidad de retorno a la ignorancia y la falsedad, aunque tuvieras que dejar todo lo hecho hasta aquí.

Una meditación enfocada en la identidad comenzará por cuestionar la veracidad de todo aquello que creemos ser en la vida ordinaria. ¿Eres tu profesión o acaso eso es sólo algo que haces regularmente? ¿Eres de una determinada manera, tienes una personalidad, o eso es apenas la impresión que dejas al actuar y relacionarte con otros? ¿Eres de acuerdo a determinada clase social, nacionalidad, género y raza, o estas son etiquetas sociales que realmente no representan tu singularidad? Todas estas identidades son creadas socialmente, y, por lo tanto, no son reales; tan pronto como desatendemos su utilidad o referencia social nos percatamos que no tienen ningún sentido por sí mismas.

Cuando te encuentras solo en la meditación puedes despegarte con total naturalidad de todas esas identidades sociales. Es por eso que la soledad y la meditación son puentes a la extinción de todas las falsas identidades asumidas. Casi la única identidad que persiste en un cuestionamiento profundo, es la identidad humana. La identidad humana es la única real: tú podrías no ser un profesional, no ser rico, no ser hispano, no ser liberal, pero ¿podrías dejar de ser humano? Es una identidad que no debe construirse ni conservarse, sino que sigue estando allí todo el tiempo que te distraes de ella. Puedes ocultarla a tu conciencia, pero no puedes deshacerte de ella.

Somos, antes y por encima de todo, seres humanos. Pero no reducidos a la forma que habitualmente entendemos por ser humano. Lo que realmente significa es tan basto que sólo puede ser experimentado a través de la meditación, no obstante, en el siguiente capítulo analizaré algunas de las cualidades más importantes para poder hacernos una idea aproximada de lo que representa realmente. Aún en estos términos muy acotados, se comprenderá que las atribuciones de esta identidad son tan grandes como lo es el engaño al que fuimos expuestos. En el siguiente capítulo, además, se comprenderá la forma en que la identidad orienta la expresión en los distintos planos del ser, es decir, cómo la adopción de una identidad incide en el comportamiento emocional, cognitivo y social. Por último, ofreceré algunas ideas para meditar acerca de la identidad humana.

La identidad humana

La concepción que desarrollé en el capítulo anterior podría resumirse en que el ser del hombre se manifiesta en varios planos que operan de manera relativamente autónoma, y sobre los que el hombre mismo no tiene poder de decisión más allá de ciertos márgenes de libertad. Sin embargo, al saber que la identidad asumida es el punto de enclave entre estos planos del ser, es decir, que emocional, cognitiva y socialmente nos comportamos de cierta forma alineados a la afirmación de la identidad asumida, tenemos la posibilidad de ejercer una influencia indirecta sobre los planos del ser a través de un cambio o alteración de esa identidad. Esto sólo puede hacerse a través de un nivel superior de conciencia que yo llamo metaconciencia. Desde ella logramos despejar todos los contenidos falsos de la conciencia para contemplar y experimentar al ser sin condicionamientos, este es el paso fundamental para asimilar la única identidad real: la identidad humana. El problema de la libertad existencial pues se reduce a la autenticidad de la identidad asumida. La libertad desde esta concepción consistiría en obrar de acuerdo a una identidad auténtica y total, no falsa ni fragmentada.

Al ir despojándonos de todas las identidades sociales falsas veremos que no hay muchas opciones reales entre las cuales elegir. La identidad humana es la única identidad real, no creada por el hombre. Comúnmente la gente reconoce esta identidad pero le asigna una importancia periférica frente a otro tipo de identidades, que no solo fueron creadas para someter a las masas (identidades nacionales, de clase, de género, etc.) sino que son significativamente inferiores y limitadas. Esto nos advierte sobre el descrédito social en la que ha caído el sentido de ser humano, incluso en manos de humanistas y defensores de derechos universales quienes le adjudican atribuciones de muy corto alcance.

En este capítulo trataré de recobrar el significado perdido o rara vez dilucidado de la identidad humana. El orden de la exposición se realiza a través de una clasificación simple que vale para cualquier identidad y cuya categorías presento de forma bipolar: Identidad de origen o asumida, identidad sólida o líquida, identidad gregaria o autorreferencial. La posibilidad de representarnos una identidad dentro de uno de estos polos nos permitiría asociarle un tipo general de comportamiento a la persona que asuma esa identidad como propia.

Como se verá, la identidad humana, no sólo es la única real, sino que de ella se desprende la expresión más lograda del ser a nivel emocional, cognitivo y social. Identificarse con lo humano nos permite ejercer todos los magníficos atributos de nuestra especie en su punto de máximo desarrollo. Desde el plano emocional la afirmación del ser humano se expresa como fuente de amor y felicidad permanentes; desde el plano cognitivo su afirmación trasvasa la inteligencia práctica y los conocimientos adquiridos, para manifestarse como fuente de creatividad y sabiduría sin límites; mientras que desde el plano social, alineado con lo anterior, la afirmación del ser sucede a través de la integración y cooperación con el prójimo conformando sistemas de interacción humanos.

Ser o deber ser…

Las identidades se podrían clasificar en identidades de origen o de nacimiento (género, nacionalidad, casta), e identidades adquiridas, las que deben ser asumidas y conservadas a través de determinadas acciones (religión, clase, profesión, etc.). La identidad humana es claramente una identidad de origen: sin importar lo que el hombre haga no la puede deshacer, pues le es dada desde el nacimiento y hasta su muerte. Esto por sí sólo tiene implicancias importantes en la expresión de los distintos planos ser. Por ejemplo, está claro que poseer una identidad de origen, o de nacimiento, genera menos incertidumbre y tensión que pretender afirmar una identidad de tipo adquirida, lo cual constriñe a hacer un esfuerzo para adoptarla y conservarla. Podríamos pues postular en principio que toda identidad de origen va asociada a un menor nivel de ansiedad para nuestra necesidad de afirmar el Ser.

Para quien se reconoce a sí mismo como ser humano antes que con cualquiera de esas múltiples envolturas sociales y culturales, no existe el deber Ser, no hay que hacer o tener nada para Ser, pues ya se "es". Al ser ésta la única identidad verdadera, su reconocimiento cambia completamente la actitud a la que constriñen todas las identidades falsas. No es dependiente de las condiciones externas; no es relativa a ninguna sociedad en particular; no constriñe a ningún acto pues no hay necesidad de lograr lo que ya es nuestro por derecho de nacimiento. Se actúa pues desde la abundancia, desde el ser, no ya desde la carencia que dispone al deber ser.

El deber ser es la principal fórmula de alienación en el hombre. Es la primera lección que inculcan tanto padres y educadores. Estamos más interesados de lo que el niño debería ser de lo que "es", como si lo que pueda llegar a ser: sea doctor, ingeniero, un hombre de bien, etc. fuera más importante que el hecho de ser humano. La identidad humana es una identidad de origen, por lo cual todo lo que pueda hacer el hombre no agrega ni quita nada significativo a esta identidad. ¿Qué podríamos agregar a una historia de evolución que nos antecede en millones de años? ¿Seríamos más humanos si por ejemplo generamos un aporte extraordinario a la ciencia, en lugar de lucrar con las finanzas? ¿Somos más humanos porque nos comportamos como hombres de bien? No, eso no nos hace más humanos, sólo es probable que actuando así seamos más concientes de esta identidad. Pero la identidad humana no puede ser graduada, pues las diferencias que unos hombres marcan sobre otros son insignificantes en comparación con todo aquello que los hace comunes.

Lo cierto es que frente a las identidades falsas que deben adquirirse, la identidad humana comporta cierto alivio de la ansiedad y tensión por llegar a ser algo, conservarlo y gozarlo el tiempo que dure. No tienes que hacer o tener nada para ser, porque ya eres: ¡ya ganaste! Ello tiene varias implicaciones en el pensar, el sentir y el hacer. Una de las más importantes de esas implicaciones es que te puedes sentir libre de vivir en el presente, sin la ansiedad típica de lograr algún éxito o responder a expectativas sociales sobre tu persona. Al tiempo que ya es tuya, tampoco es posible perder esta identidad de origen; nada puede negar o amenazar tu ser, por lo que aún el miedo y la tensión desaparecen de tu vida. Puedes vivir sin demasiadas previsiones, estando presente, con cierta ingravidez, pues estás libre de todos esos pesados deberes y amenazas que aplicaron sobre ti desde la infancia y que se perpetúan en la vida adulta.

La fórmula del deber ser es la que nos convence en un plano cognitivo de que todo lo bueno es siempre algo por lograr, y en tanto depende de una acción y un logro personal lógicamente siempre tendremos miedo a no lograrlo o perderlo una vez alcanzado. Esto no sucede si en cambio adoptamos la identidad real. Si somos concientes de que todo lo que hagamos no repercute en nuestra identidad humana compartida, entonces nuestra identidad nunca puede estar en riesgo. La afirmación de la identidad humana se proyecta pues desde la seguridad y la satisfacción presentes; nada de lo que hagas o te hagan puede realmente agregar ni quitar nada significativo a lo que eres. Esta es la base para comenzar a vivir desde la abundancia del ser, antes bien que desde la carencia e insatisfacción del deber ser.

Estar presentes

La fórmula del deber ser te proyecta siempre hacia un futuro y te mantiene insatisfecho con lo que eres en tiempo presente. Sin embargo, el único tiempo en el que podemos experimentar el Ser real es el tiempo presente; en el presente somos, en el pasado y en el futuro no somos. Por eso, quien afirma su Ser humano lo hace en tiempo presente, mientras que la persona alienada habita los tiempos donde no se puede ser más que mente: el pasado de sus recuerdos, el futuro de sus proyecciones y deseos aún no realizados.

Esta conciencia concentrada en el presente es la llave dorada, porque puedes entrar en la existencia solamente a través del presente. Esto es lo único que existe, puedes ir masticando y vagando por el pasado en tus memorias, o puedes ir soñando acerca del futuro, pero en ellos no hay un lugar desde donde puedas entrar en la existencia. La existencia conoce una sola cosa: el momento presente. El estar completamente alertas en el presente, recoger tu conciencia del pasado y el futuro y concentrarla en el presente es conocer el gusto de la libertad.

(Osho)

Para quien afirma la identidad humana la atención está enfocada en el presente, que es donde se manifiesta y experimenta el Ser auténtico. Las proyecciones, los deseos y los recuerdos son interrupciones de nuestra experiencia del aquí y ahora. A un nivel superficial el devenir determina que ya no somos los que fuimos y que seremos distintos a los que somos ahora. Pero la mente "hiperracional" y controladora no puede tolerar la incertidumbre que ello genera, por lo tanto, tratará de aferrarse al ayer y hacer predecible el mañana, al costo de restringir el flujo de la experiencia presente, la única oportunidad que tenemos de experimentar el ser auténtico y espontáneo en su totalidad.

Al asumir identidades falsas y superficiales nos vemos constreñidos a apegarnos a nuestros logros, nuestra reputación, nuestros proyectos, etc. pero todas estas cosas inevitablemente se modifican con el tiempo. Ante esto el hombre reacciona queriendo retener las condiciones que afirmen su sentido de ser y prevenirse de circunstancias que las pongan en riesgo. Esto no se logra sino fugándose del presente y extinguiendo la experiencia del devenir. Quien sabe que ya "es", independientemente de lo que haga y ocurra, nunca se encuentra insatisfecho o en riesgo con lo que sucede en el presente, por lo tanto, no tratará de evitar o manipular su experiencia apegándose a la imagen de un pasado o futuro más gratificantes. Aquel que afirma una identidad de origen puede entrar en la experiencia del presente de forma espontánea, libre, sin ejercer resistencias, esto es, aceptando todo lo que ocurre.

Osho dice en Más allá de la psicología, hablando del devenir y del estar presentes:

Puedes vivir toda tu vida como algo lógico o como algo existencial. Lo existencial será absurdo. En un momento es de una forma y en otro momento es de otra. Te queda la opción de aparentar que sigue siendo lo mismo, o de ser honesto y sincero y decir que fue un momento muy bello pero ya pasó. Creo en el caos de la existencia, hermoso y carente de sentido, y estoy dispuesto a ir donde me lleve. Yo no tengo un objetivo, porque la existencia no tiene objetivos. Simplemente es, floreciendo, abriéndose, bailando; pero no preguntes por qué. Es sencillamente un gran flujo de energía, sin ninguna razón en absoluto. Yo estoy con la existencia.

…Nunca pienso en el mañana, y no se lo que va a pasar mañana. ¡Eso se lo dejo al mañana! No me cargo demasiado. Hoy es suficiente en sí mismo. Mañana yo estaré allí, los problemas estarán allí, los desafíos estarán allí; y yo estaré disponible para esos desafíos, para esos problemas. He vivido así durante toda mi vida: sin decisiones previas, sin compromisos de futuro, sin ninguna promesa ni para mí mismo ni para los demás respecto al momento siguiente. Y eso me ha dado el regalo más precioso de la vida. Estoy sintonizado con la existencia; sin saber a dónde voy, voy alegremente.

Todo a tu alrededor es un flujo de energía que independientemente de lo que hagas seguirá existiendo con su propia lógica o dialéctica. Si te opones a este flujo no te ubicarás convenientemente en el reparto de su abundancia. Todo lo que sucede tiene una buena razón de ser, simplemente no puedes oponer tus razones a este flujo. Nuestra presunción de seguir siendo iguales, de seguir apeteciendo lo mismo en un futuro es un estado inerte de ser. Quien fluye sabe que mañana experimentará otras cosas, sus intereses y sensaciones, su situación y oportunidades serán diferentes. Por lo tanto, la idea de permanencia es una pretensión equivocada, forzada, mata ese devenir y con él todo lo que realmente podemos llegar a ser a partir de aceptar lo que somos y lo que es. Debemos entender que pase lo que pase, pasa; todas las experiencias son pasajeras. No es necesario ni conveniente que te apegues a ninguna experiencia, sea mala o buena.

El hombre desde luego no puede resistirse o controlar ese devenir, pero lo remedia con la mente, vive a través de sus predicciones y proyectos. Se trata de una forma de fuga del presente hacia el futuro, el presente no importa, es un medio, todo lo que importa es cumplir el objetivo, el propósito. De esta manera el hombre hace el mayor sacrificio de sí, sacrifica lo que es, su existencia espontánea y libre, a cambio de una supuesta recompensa futura que lo compensará por toda la negación y privación del presente. ¿No suena fantástico para los manipuladores sociales? En efecto, la fórmula del deber ser, es la fórmula más efectiva para la explotación del hombre, que se utiliza desde tiempos remotos y que sigue operando en nuestros días haciendo del hombre un servidor del Estado, la Iglesia o el mercado.

Entonces, esa ingenua pretensión de ser libres a través del ejercicio de la razón para controlar todo lo que ocurre, produce el efecto contrario al esperado. Osho pregunta si quieres vivir tu vida como algo lógico o como algo existencial, es decir, como servidor de la mente, o en plena sintonía con el todo que escapa a tu control y sentido. Esta última es la elección de un ser humano, porque se abre de pleno a la existencia sin tratar de manipularla o controlarla. Pero es imposible tomar esta determinación sin comprender que lo que somos es independiente de la forma que adquiera el devenir, y que este devenir no está a merced de nuestra voluntad.

Simplemente intenta comprender que somos muy pequeños en comparación con este inmenso Universo; lo que hagamos o dejemos de hacer no supone ninguna diferencia para la existencia. No debemos tomárnoslo en serio. Antes no estábamos aquí y la existencia seguía su curso; después no estaremos aquí y la existencia seguirá. No debería tomarme tan en serio.

Hay una cosa que se: la existencia no tiene objetivos y, como parte de la existencia, yo tampoco puedo tener objetivos. En el momento en que tienes un objetivo, te separas de la existencia. Entonces la pequeña gota intenta luchar contra el océano. Innecesario es el problema, carente de significado la lucha. (Osho)

La idea de un único destino posible, o de una mejor forma de estar en el mundo, es la prisión de muchos. Cada experiencia, cada situación que vivimos de modo auténtico y presente, es una oportunidad para trascendernos, para sentirnos vivos y experimentar la magnificencia de nuestro ser. Hay infinidad de formas gratificantes de estar en el mundo, y hay una forma de estropearlo todo: desear ser algo que no se es. Todo deseo deviene de una insatisfacción, es decir, de un estado de carencia. Desear algo particular es una afirmación que se establece a la par de una infinita negación, con lo cual se invoca a la nada. Sin importar el contenido del deseo, lo común con otros deseos es precisamente esta negación. Lo contrario a desear es entonces estar en una situación de satisfacción y aceptación plena con todo lo que ocurre, esto es actuar desde la abundancia.

Pienso que en una situación de opresión hay siempre una oportunidad de experimentar aquella afirmación del ser, pues en esta situación nos vemos constreñidos a negar un particular, la fuente de opresión, al mismo tiempo que se afirma un general: la libertad de. En el deseo u objetivo autoimpuesto, sucede precisamente lo contrario: se afirma un particular, es decir, el objeto de nuestro deseo, negando implícitamente todo lo demás. De ahí que en el triunfo haya siempre un dejo de tristeza, mientras que en la superación de un obstáculo haya una alegría más completa y radiante. Eso sucede porque en el triunfo existe la afirmación de un particular, mientras que en la superación de un obstáculo, existe la afirmación de un general sobre la negación de aquello que nos oprime dejándonos disponibles hacia una experiencia abierta a lo que vendrá. En lugar de perseguir un objetivo de autorrealización, sería más humano esforzarse por eliminar aquellos obstáculos que no nos dejan ser aquí y ahora.

¿Qué comporta esta característica de la identidad humana en los planos del Ser? Está claro que obrar desde el ser, antes que desde el deber ser quita ansiedad, tensiones y el miedo típico de las identidades falsas. Por el contrario, se fortalecen las emociones positivas de seguridad, aceptación y apertura a la experiencia. Se está presente, lo que permite una mayor actitud para enfrentar desafíos y problemas concretos y reales de la existencia. El sujeto se siente satisfecho con lo que es y con lo que hace en cualquier momento, no se obsesiona con nada, ni desea algo desde la carencia o la insatisfacción, su voluntad se ejerce desde la abundancia sin apegos ni restricciones autoimpuestas.

En tanto que desde el plano cognitivo la afirmación de la identidad humana se manifiesta como conciencia alerta del presente, no hay necesidad de oponer al devenir nuestras razones e intenciones, ni encontrarle sentido. Existe una conciencia más pura, no contaminada por expectativas ni recuerdos. La realidad sólo puede ser experimentada en tiempo presente, de ahí que tanto los recuerdos y proyecciones sólo pueden obstruir la afirmación de nuestro ser auténtico.

Desde el plano de la acción, el sujeto se predispone de manera más efectiva para enfrentar los desafíos reales de la vida. La persona que está atenta al presente puede dar respuestas más espontáneas, creativas e inteligentes a las demandas de cada momento. En cambio, la persona alienada está enfocada en el pasado o en el futuro, y da respuestas estereotipadas al presente. Por otra parte, la aceptación del devenir predispone a un esfuerzo valeroso por mejorar la experiencia presente, ya que ésta no es un medio o antesala para algo más, sino que es todo lo que realmente existe. En última instancia, la mejor forma de asegurar el futuro es ocupándose bien del presente.

No Logos

Para el ser humano, la mente es sólo un aspecto de su ser, vivir a través de la mente deja en la marginalidad los planos del ser emocional, social, y aún, en buena parte, el plano cognitivo, pues éste no se reduce a la conciencia intencional, sino que concierne también a procesos inconscientes fundamentales como la intuición y la percepción. En la meditación, la mente se subordina al Ser o conciencia pura, pero de ordinario, para muchas personas, esta relación es inversa: su realidad, lo que son, está dictado por la mente. Ya sea que nos pongamos críticos o aceptemos sin más lo que aparece a nuestra conciencia, siempre que demos crédito a la mente estamos reduciendo nuestra experiencia a la manifestación de la mente. Esta es una gran limitación pues la mente nunca puede representar o sustituir a la experiencia real.

Cuando se da crédito a la mente para representar el mundo, lo que se hace en realidad es encasillar muchos fenómenos a los márgenes estrechos de la conciencia intencional. Sin embargo, prácticamente ningún aspecto de nuestra experiencia es susceptible de ser definido en la conciencia. La conciencia ordinaria es limitada para representar la realidad, es focal e intencional; al enfocarse niega la totalidad, al ser intencional responde a la voluntad antes bien que a los hechos en sí mismos, carece de objetividad. No puede sustraerse de estos dos condicionantes que la hacen un buen instrumento para lograr cosas, pero nunca para representar el mundo o a sí mismo.

Krishnamurti propone optimizar el pensamiento, que éste se limite a las áreas que es preciso: cuando se escribe, cuando se habla, cuando se está activo produciendo alguna cosa…, pero debería desaparecer cuando no es necesario para las actividades humanas. El pensamiento que crea la imagen de la conciencia, del Yo, dando vueltas en torno a cómo se es, cómo se debería ser, qué se debería hacer…, todas estas mortificaciones que no conducen a ninguna parte, simplemente deberían cesar.

Para quien afirma su ser humano, no hay necesidad de pensar más que en términos prácticos, mientras que la relación con el mundo se establece a través de la experiencia de todos los planos del ser. Nada surgido del pensar puede ser lo real. Lo real sólo puede ser experimentado, y si somos suficientemente abiertos y perceptivos estaremos en sintonía con todo lo que ocurre, asimilando las fuerzas que gobiernan los hechos y que desbordan completamente nuestra voluntad.

"Diciéndolo de una forma muy simple, el pensamiento es la respuesta de la memoria, del pasado. Cuando el pensamiento actúa, es el pasado el que actúa como memoria, como experiencia, como conocimiento, como oportunidad. Toda voluntad es un deseo basado en este pasado y dirigido hacia el placer o a evitar el dolor. Cuando el pensamiento opera, esto es el pasado y, por consiguiente, no hay una vida nueva; es el pasado el que vive en el presente, modificándose a sí mismo y al presente. De modo que no hay nada nuevo en una vida que funciona de ese modo, y cuando se descubre algo nuevo, debe ser la ausencia de pasado, la mente que no debe llenarse de pensamientos, temores, placeres y todo lo demás. Sólo cuando la mente está despejada puede surgir lo nuevo y por esta razón decimos que el pensamiento debe quedar quieto y operar únicamente cuando debe hacerlo: objetiva, eficientemente." (Krishnamurti)

Pero cuando no estamos presentes la mente se adueña de la vida. La mente se diluye si estamos con todo nuestro ser aquí y ahora, pero lo común es que estemos ausentes, en fuga hacia el pasado o el futuro. El deber ser determina que hoy no somos lo que deseamos y orienta nuestra mirada hacia un futuro, en el que lograremos satisfacer las aspiraciones de nuestra identidad falsa. De ahí en más todas las experiencias son filtradas por la mente y son validas o no, importantes o insignificantes, sanas o peligrosas, de acuerdo a cómo afecten a la realización de ese ideal ficticio de ser. La planificación de nuestra carrera profesional, de nuestro rol de padres, de nuestra prosperidad material, etc. impone el régimen pautado, normalizado de acciones, representaciones y emociones que hemos de experimentar.

En el caso extremo del neurótico la mente deja de ser un medio para convertirse en lo que se quiere ser, y en su lugar se es a través de la mente. El instrumento (la mente) pasa a ser el ejecutante solista que desentona con la experiencia real y agudiza aún más su desconexión con la realidad para lograr que nada desencaje con sus pretensiones. La gran población de neuróticos en las grandes ciudades sólo es posible a causa de que existen ambientes muy extendidos en esta sociedad para albergar a estos autistas, de tal modo que no sólo se sientan integrados, sino además, recompensados por los servicios prestados a la alienación general.

Si Usted está separado del Ser en la experiencia real presente, su mente toma toda la atención. Cuando esto ocurre -y ocurre continuamente para la mayoría de las personas- usted no está en su cuerpo. La mente absorbe toda su conciencia y la transforma en material mental. Usted no puede dejar de pensar. El pensamiento compulsivo se ha convertido en una enfermedad colectiva. Todo su sentido de quién es usted se deriva entonces de la actividad de la mente. Su identidad, puesto que ya no está arraigada en el Ser, se convierte en un constructor mental vulnerable y siempre necesitado, que crea el miedo como la emoción subyacente predominante. Lo único que verdaderamente importa está entonces ausente de su vida: la conciencia de su ser más profundo, su realidad invisible e indestructible. (Tolle)

No somos una mente, ni ésta es un medio para ser. Pero en una situación de carencia tenemos la impresión de estar incompletos o vacíos y necesitamos asegurarnos un porvenir, es decir, actuamos a un nivel de supervivencia psicológica. A un nivel psicológico, la sensación de carencia y de insatisfacción puede ser acaso mayor que a un nivel físico. La mente o conciencia subordinada trata de afirmar nuestra identidad, nos brinda consuelo en situaciones de pérdida, nos alienta ante las oportunidades, o sirve para prevenirnos de amenazas reteniendo aquellas representaciones que nos permiten avanzar en la vida sin peligros.

Pero si nuestra identidad no pudiera ser negada ni amenazada, como ocurre en el caso de nuestra identidad real de origen, ¿de qué las juega la mente? En ese caso vuelve a cumplir su función instrumental para fines prácticos, y la presencia de la persona en los tres planos del Ser se vuelven la experiencia real sintonizada con todo lo que ocurre. Esto inaugura un estado de alerta y una actitud de máxima entrega a lo que nos sucede aquí y ahora. Nuestra percepción inmediata de la realidad se sobrepone a la experiencia filtrada por la mente que resiste y se opone al devenir de la realidad.

Si la mente toma el lugar de la experiencia, todo lo percibido que contraste con el ordenamiento e ideal de la mente debe ser negado, desechado o reprimido. A mayor control mental mayor inconsciencia y fuga de la realidad. Por el contrario, a mayor apertura a la experiencia mayor conciencia pura y percepción de la realidad, y esto sólo puede suceder si estamos libres de llegar a ser, si nuestra identidad se afirma en tiempo presente a través de la manifestación plena de todos los planos del ser.

Cuanto más amplia sea la brecha entre la percepción y el pensamiento, más profundidad tiene usted como ser humano, es decir, más consciente es. El mejor indicador de su nivel de conciencia es cómo maneja los retos de la vida cuando llegan. En esos retos, una persona ya inconsciente tiende a volverse más profundamente inconsciente y una persona consciente más intensamente consciente. Usted puede utilizar un reto para despertar, o puede permitir que lo empuje a un sueño aún más profundo. (Tolle)

La apertura a la experiencia no es una decisión que podamos tomar concientemente, de hecho, todo esfuerzo racional para provocar un cambio en nuestra actitud de fuga de la realidad está desde el principio condenado al fracaso. La conciencia de un problema en nuestra forma ser y el intento de encontrarle soluciones no son sino otra expectativa mental, y de lo que se trata es precisamente de trascender la mente. Desde la metaconciencia, en cambio, podemos obrar un cambio profundo en nuestra identidad para alinearnos al Ser y despegarnos gradualmente del deber Ser, ésta es la solución radical de nuestro apego a la mente y de muchos otros padecimientos que veremos con mayor detenimiento en el capítulo tres. Por el momento, veamos qué otras implicancias importantes tiene la afirmación de nuestra identidad de origen.

Ser tu mismo

Desde la identidad humana sabes y sientes que no has venido al mundo para complacer a nadie y que no necesitas la aprobación de alguien para vivir de la manera que elijas. Respetas al prójimo y te haces respetar, pues a nadie puedes otorgar valor por encima de ti, ni tú puedes concebirte por encima de otros. Nadie puede decirte quien eres, qué valor tienes, ni lo que debes hacer, pues a nadie debes tu identidad ni por nadie la has asumido. Puedes pensar y actuar por ti mismo sin temor a equivocarte ni a ser desaprobado, pues tu identidad no depende de tus actos, ni mucho menos de la valoración de otros. En el extremo opuesto, el sujeto que adopta una identidad social adquirida siempre está pendiente del otro, como pidiendo permiso, deseando causar una buena impresión para lograr afirmarse. Si en cambio, ha logrado cierto reconocimiento social aún rige sobre la identidad la amenaza constante de ser menospreciada, ya que su valor y reconocimiento seguirá dependiendo de los demás.

La autonomía real se basa en la superación de toda dependencia para ser uno mismo, no obedecer a ningún Dios o autoridad, actuar a sabiendas de que nada ni nadie puede estar por encima ni considerarse mejor que ser humano. La afirmación de una identidad falsa, en cambio, es generalmente dependiente de lograr algo externo al sujeto, éste se ve a sí mismo como un potencial aún no realizado. En ese caso, incluso el deseo de ser libre es sólo otro anhelo de realización o plenitud en el futuro que desconoce la riqueza del ser que está presente. La identidad humana, por el contrario, nos produce la sensación y certidumbre de estar completos, y que ello no depende de algo que hagamos o recibimos del exterior.

No necesitas hacer ni tener nada para ser, ya eres, ya ganaste. Nada ni nadie puede negar ni amenazar lo que eres, por lo tanto, no hay miedo a perder ni ansiedad por conquistar. Nada de lo que hagas puede realmente agregar ni quitar nada a lo que eres. Pero hay una gran diferencia entre ser conciente y no de ello: esa diferencia es la más significativa para ejercer la libertad. La mayor libertad a la que podemos aspirar es la de ser uno mismo, la mayor conquista, afirmar nuestra identidad humana: todo lo que hay que hacer es SER. Desde allí, podemos con facilidad rebelarnos a los condicionamientos o dependencias mentales y materiales que nos ha impuesto la sociedad. Sin esa autonomía cualquier conquista de la libertad simplemente sería un autoengaño.

La libertad de ser tú mismo, de ser humano, no expone a ninguna conquista, sino que, por el contrario, consiste en deshacernos de una vez por todas de las cosas que nos someten u oprimen física y psicológicamente para poder expresar abiertamente nuestro ser auténtico. Creo que en los siguientes párrafos Eckhart Tolle condensa bastante bien lo que he querido transmitir hasta aquí.

La verdadera salvación es un estado liberación del miedo, del sufrimiento, de un estado percibido de carencia y de insuficiencia y por lo tanto de todo deseo, necesidad, codicia y apego. Es la libertad del pensamiento compulsivo, de la negatividad y sobre todo del pasado y el futuro como una necesidad psicológica. Su mente le dice que usted no puede llegar allá desde aquí. Tiene que suceder algo o usted tiene que volverse esto o aquello antes de poder ser libre y realizado. Le dice de hecho que usted necesita tiempo, que usted necesita encontrar, ordenar, hacer, lograr, adquirir, llegar a ser o comprender algo antes de ser libre o completo. Usted ve el tiempo como el medio de salvación, mientras que en verdad este es el mayor obstáculo para la salvación.

Sin embargo, en un nivel más profundo usted ya está completo, y cuando se da cuenta de eso hay una energía juguetona, gozosa, detrás de lo que hace. Al estar libre del tiempo psicológico, usted ya no persigue sus metas con determinación inflexible, manejado por el miedo, la ira, el descontento o la necesidad de convertirse en alguien. Ni se quedará inactivo por el miedo al fracaso, lo que para el ego es la pérdida de sí mismo. Cuando su sentido más profundo de usted mismo deriva de Ser, cuando usted está libre de "llegar a ser" como una necesidad psicológica, ni su felicidad ni su sentido de usted mismo dependen del resultado, así pues hay libertad del miedo. Usted no busca la permanencia donde no puede encontrarse: en el mundo de la forma, de la pérdida y la ganancia, del nacimiento y la muerte. Usted no pide que las situaciones, las condiciones, los lugares o las personas lo hagan feliz, y luego sufre cuando no llenan sus expectativas.

No ofrecer resistencia a la vida es estar en un estado de gracia, sosiego y levedad. Ese estado ya no depende de que las cosas sean de cierto modo, buenas o malas. Parece casi paradójico, sin embargo, cuando su dependencia interior de las formas ha desaparecido, las condiciones generales de su vida, las formas externas, tienden a mejorar en gran medida. Las cosas, las personas o las condiciones que usted pensaba que necesitaba para su felicidad llegan ahora a usted sin esfuerzo de su parte y usted está libre para gozarlas y apreciarlas, mientras duren. Todas esas cosas, por supuesto, se irán, los ciclos irán y vendrán, pero una vez desaparecida la dependencia ya no hay temor a la pérdida. La vida fluye con facilidad. (Tolle)

Ya tienes lo más importante que pueda ser conquistado, reconoce esto: no hay mucho más que agregar. Pues entonces no creas que logrando algo externo te encontrarás mejor que ahora; si no puedes gozar de la abundancia que eres siempre serás un mendigo, un ser insatisfecho, ávido de recompensas y estímulos. Sólo tu identidad humana puede ser conservada del devenir, de la fluencia de las corrientes poco profundas de lo exterior. Ser tu mismo significa pues ya no depender de nada ni de nadie para ser, lo que hagas, lo que logres en la vida carece de importancia en comparación a lo que ya eres. De ahí que el único compromiso es con el presente, ahora es cuando sucede todo lo que realmente importa, cuando puedes experimentar tu ser y gozar desprejuiciadamente de la existencia. El futuro ha de ser totalmente incierto, pero nunca volverás a sentirlo como una amenaza.

Nuestra historia personal se escribe en la hoja final de un gran libro acerca del ser humano. Lo que eres está escrito en ese libro y hagas lo que hagas con esa hoja en blanco del final, el libro seguirá siendo algo maravilloso: el relato humano es rico por sí mismo. Pero si aún decides escribir un buen final no podrás hacerlo sin conocer y amar ese relato que te precede y deberás continuar. De lo contrario, todo lo que hagas, aún con el mayor esfuerzo y las mejores intenciones, carecerá de sentido.

La afirmación de la identidad humana es una realización interna y se expresa en el despliegue de los atributos propios del ser humano. La autonomía es la plataforma necesaria para dar lugar a este despegue del ser que describiremos en el próximo tema.

¿Eres Fuente o sumidero?

Cada plano del ser es susceptible de expresarse más como fuente o sumidero. La identidad humana se afirma precisamente expresando los atributos propios del hombre actuando como fuente de motivación, amor y creatividad. Por el contrario, otros tipos de identidades deben afirmarse en la conquista de fuentes externas de gratificación y reconocimiento. Eso ocurre con prácticamente todas las identidades falsas construidas socialmente, su afirmación depende de la obtención de algún bien social: un alto cargo o estatus cedido por una organización, una buena reputación o la aceptación de parte de un grupo, la obtención de productos y servicios ofrecidos por el mercado, etc.

Todas las identidades conocidas son dadas por la sociedad (clase, género, nacionalidad, religión, profesión). Se trata de formas más o menos específicas de otorgarle al hombre un rol dentro del colectivo humano que integra. Al tener una base social, estas identidades dependen del valor y contenido que esta sociedad les asigne. Una identidad social es válida siempre que haya alguien más que la reconozca y le otorgue algún significado. A diferencia de las identidades sociales, el sentido de la identidad humana gravita sobre sí misma, tiene un valor intrínseco. Nadie queda excluido de esta identidad, por lo que tampoco puede servir para definir roles precisos ni diferenciar a unos hombres de otros, es decir, no cumple a priori con ninguna función social ni responde a ningún interés particular.

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