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La identidad perdida (página 3)




Enviado por Bruno Nizzoli



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Todo eso hace que la identidad humana pueda conservar su valor y significado intrínseco con independencia del reconocimiento que se le otorgue en distintas culturas y tiempos históricos. Eso, por supuesto, no ocurre con las identidades falsas construidas socialmente, de ahí que, por ejemplo, el significado de la identidad de género sea relativo: cambia de una cultura a otra, y de un tiempo a otro. Es decir, que las identidades sociales son dependientes, reciben su valor y significado de fuentes externas a las personas que las adoptan, al no tener sustento o sentido en sí mismas son variables.

Se podría establecer pues una diferenciación de grado entre identidades sólidas e identidades líquidas. La solidez estaría asociada con la permanencia, la conservación de la forma y la consistencia interna, mientras que la liquidez estaría asociada a la fluidez, la inconsistencia y la adaptación al entorno. Una identidad que no depende de la valoración social, que pueda permanecer inalterable en distintas culturas porque tiene un valor en sí misma, no controvertible ni relativo, es sólida. Se podría asociar más con dichas características la identidad religiosa, aunque es evidente que su contenido y valor han sufrido cambios considerables sobre todo en el último siglo. La identidad más sólida es sin lugar a dudas la identidad humana. Mientras que dentro de las identidades líquidas podríamos nombrar a muchos grandes exponentes como la clase, profesión, personalidad, género, etc.

El ser fuente de atributos internos sólo puede estar asociado a una identidad sólida, pues la afirmación de dicha identidad no depende más que de sí misma, no perseguirá un reconocimiento o bien externo, sino que será producto de la libre expresión de sus atributos intrínsecos, y de la armonía interna que logre el sujeto que la adopte. A continuación veremos cómo la afirmación de la identidad humana se expresa como fuente en los distintos planos del ser.

Automotivación

Si para actuar debieras siempre observar una recompensa entonces estas declarando que tus potencias y capacidades sólo valen como medio al servicio de algo superior. Pero ¿qué puede ser superior al ejercicio pleno de tus facultades? Casi siempre la respuesta hace referencia a la obtención de algún beneficio. Esta disección entre el hacer y la satisfacción sólo puede ocurrir cuando las capacidades humanas no son realmente asumidas. La creatividad, por ejemplo, no puede tener de móvil una recompensa pues el esfuerzo que requiere difícilmente pueda ser debidamente recompensado. El amor, otra gran capacidad humana, es obvio que tampoco exige ninguna recompensa, sino que se quiere por sí mismo. Cuando estas capacidades son ejercidas, el beneficio personal acompaña la acción, no está separado de ésta. Quien no se reconoce como fuente de amor y creatividad creerá que está vacío, que todo bienestar proviene de una fuente externa y que debe acometer una acción instrumental para alcanzarlo.

Las identidades falsas generalmente establecen que la motivación para actuar se oriente a lograr cosas en el mundo exterior, por lo que las cualidades mejor ponderadas en la vida social son instrumentales: inteligencia práctica, conocimientos profesionales, virilidad, liderazgo, belleza, etc. En cambio, la identidad humana se afirma como fuente interna de gratificación, en el ejercicio de capacidades que valen por sí mismas, como la creatividad, el amor, la sabiduría.

"La alegría del creador está en la creación misma, no hay otra recompensa. Y en el momento en que empiezas a pensar en alguna recompensa más allá de tu acto, te conviertes meramente en un técnico, ya no eres un creador" (Osho)

La creatividad supone un gran esfuerzo, lo que para el cálculo instrumental no sería recomendable, pero para quien se identifica con lo humano, en poder de sus máximas capacidades y atributos, su ejercicio significa nada menos que autorrealización. Este sujeto tiene motivación intrínseca por crear, por manifestar y expandir sus capacidades, en lo que en definitiva afirma su ser y experimenta bienestar. De tal manera que no resulta tan importante la recompensa o gratificación de ver el trabajo acabado, como el proceso en sí mismo. Los artistas más creativos produjeron centenares de obras porque tenían un gran deseo de crear, sin muchos miramientos sobre el destino que tuvieran las obras una vez terminadas. En contraste, hay millones de personas que viven su vida entera sin crear nada, sin amar realmente a nadie, aunque se vean a sí mismos como personas activas y exitosas. A pesar de haber realizado unos esfuerzos extraordinarios en responder o superar las expectativas sociales, no han evolucionado como individuos debido a que todos sus logros se orientaron hacía el exterior.

El hombre superfluo no tiene un valor intrínseco en su vida. Es por esto que necesita algo más para darle valor. Su dinero, su poder, su prestigio. Algo de afuera. Nada de afuera puede hacer que tu vida sea más rica ni puede hacer que tu muerte sea más rica. Solo lo interior, tu ser interno, tu subjetividad tiene poder para hacer de tu vida una danza…

El hombre común es ambicioso, es un mendigo, sigue acumulando, nunca da, no conoce el lenguaje de dar, la alegría de dar, es muy pobre. Solamente conoce el placer muy trivial de conseguir. Aun si consigue el mundo entero, su placer será trivial, al dar, puedes dar solamente una rosa, y tu alegría será la de un emperador, dar es tal vez, una de las experiencias más dichosas en el mundo, y cuando te das a ti mismo, cuando das algo desde tu ser interno, das verdaderamente. (Osho)

Quien se regocija en el dar sin esperar algo a cambio, en el hecho de ofrecerse a sí mismo y perderse en el proceso de su actividad expresada desde todo su ser, ese tiene motivación intrínseca, a no confundir con las personas proactivas. Los fines son apenas orientadores o parte del proceso mismo. Aquí cobra sentido el reverso de la frase adjudicada a Maquiavelo: "los medios justifican el fin"; un fin como consecuencia y no como justificación del acto. En cierto punto, se podría considerar que no hay distingo entre ellos, el acto, el medio, es a su vez el fin. Para el creativo y el amante cada acto es una celebración, una victoria.

Hemos dicho que estamos colmados por ser humanos, ninguna conquista o derrota, éxito o fracaso, puede agregar ni quitar nada a los que somos. Del mismo modo, nada de lo que suceda allí afuera puede negar o afirmar nuestra identidad humana. Por consiguiente, podemos desentendernos totalmente de lo que sucederá, ya no sólo porque se ha trascendido el deseo y el miedo o rechazo, sino porque lo que suceda simplemente no importa. Ahora bien, pregúntate qué es lo que te motiva a actuar cuando tu conciencia ya no es más utilitaria, no está cargada con fines u objetivos de realización. La respuesta es simple, sólo el amor; todo lo que hace el ser humano auténtico es un fin en sí mismo.

Si, por ejemplo, no tienes pareja y estas deseando una, estás a punto de generar una dependencia, lo que hagas estará regido por ese deseo utilitario. Cuando por fin has logrado el cometido no te sorprenderá experimentar desinterés en la relación pues lo que motivó a estar juntos no fue el haber experimentado una atracción real producto de una afinidad o complementariedad entre dos seres, sino lograr un objetivo autoimpuesto, lo fue la conquista, lo que generalmente está asociado a un placer de consumo individualista, y si no pasas a estar motivado por una nueva conquista lo más probable es que te quedes apegado reteniendo lo que has alcanzado por miedo a perderlo. No importa que tan mala sea la relación, que tan inadecuada sea la otra persona, todo lo que importa es que has cumplido con el propósito de tener pareja. En ello por supuesto no hay amor.

Ahora veamos qué sucede con el ser humano auténtico: éste no desea una pareja, sino que se inclina a dar amor, desea compartir algo bueno con otros, integrarse de una manera activa, creativa con personas de similares aptitudes e intereses. Por supuesto, que por medio de estas experiencias no podrá evitar que otra persona lo atraiga sentimental y físicamente. Ello es lo que da origen a la unión, no una conquista, sino una relación querida por sí misma, y que durará lo que la llama de ese amor. La relación y la otra persona no son un medio de satisfacción personal, son queridas por sí mismas. Si la relación no llegara a ser suficientemente buena, no tendría ningún sentido seguir con la pareja, por el contrario, se tornaría una prisión.

El amor, pues, no exige propósito, debe ser suficiente por sí mismo. Pero cuando no hay amor aparecen las expectativas, las exigencias, los contratos, porque ¿en qué otra cosa podría sostenerse la relación? No obstante, el amor sólo puede surgir de una relación libre, que es querida por sí misma. Y la relación debe ser tan buena que no necesite ninguna condición exterior en que sustentarse; la presencia del ser amado debe ser suficiente, de no ser así, el amor es objeto de una relación de poder o negociación.

Algo similar sucede en relación a la búsqueda de reconocimiento, de éxito, de ganancias, etc. Todos estos objetivos desencadenan actividades utilitarias; lo que "es" se subordina a un "deber ser", el presente se subordina al futuro, el ser humano se reduce al deseo y el éxito personal. Ser significa estar presente, desentenderse completamente de las expectativas, deseos e ilusiones. Ser es amar lo que se hace. Cuando el ser humano auténtico logra algún éxito, no se siente orgulloso, sino agradecido, pues entiende perfectamente que nada se hace solo. Para cada éxito personal se confabulan un gran número de circunstancia y condiciones que son totalmente ajenas a la voluntad del sujeto. Así es que no sólo es un error atribuirse todo el mérito, sino que es contraproducente para alcanzar el éxito. Esto es lo que sabe el ser humano auténtico, no es por elección que no vaya tras esos logros que lo llenarán de orgullo, sino porque es imposible. Del mismo modo no se engaña con respecto a lo que puede esperar de la riqueza, del reconocimiento, y de ninguna conquista personal. Estos sólo pueden percibirse como algo importante cuando nos encontramos vacíos interiormente. La máxima gratificación que alguien puede experimentar a través de sus actos surge precisamente de hacer lo que se ama.

Cuando afirmas la identidad humana no vives en la expectativa de que suceda algo, lo que no significa que nada vaya a suceder, simplemente te desentiendes de todo porvenir y vives con intensidad el presente. Ello tiene por supuesto consecuencias en el futuro, y de hecho, esa es la única forma de que el futuro traiga algo nuevo e inesperado. Las expectativas intentan moldear el futuro de acuerdo a todas las miserias del presente, pones en ellas tus deseos y pensamientos basados en las carencias y dependencias actuales, y por eso, aunque dichas expectativas se cumpliesen, nada en tu ser habrá cambiado, sólo se habrá desplazado aquella condición de carencia que volverá a la carga empujándote a crear nuevas expectativas.

Pero hay aún otra razón más fundamental para anular la expectativa del logro. El ser creativo puede acometer acciones hipergenerativas, lo que significa básicamente que haciendo poco produce mucho. Y desde luego, la acción más creadora es afirmar el ser humano, ya que de ahí se consigue prácticamente todo sin esfuerzo; las oportunidades de hacer dinero, de escoger pareja, de obtener reconocimiento y de generar un beneficio social aparecen profusamente sin buscarlas. Las capacidades ejercidas por el ser humano automotivado son de una calidad y un alcance muy superior a las capacidades instrumentales que pueda exhibir el sujeto alienado.

Aguardar la llegada de la inspiración y de buenas oportunidades es 100 más efectivo que planificar y poner plazos de realización. Sigue el flujo de las ocurrencias, se paciente, y verás que lo que parecía difícil estará a la orden del día. Las expectativa de logro debe ser reemplazadas por la expectativa de ocurrir. Lao Tse sugería hace más de 2500 años:

Cuando no se hace nada, nada queda por hacer. La verdadera maestría puede conseguirse dejando que las cosas transcurran libremente. No puede conseguirse nada interfiriendo en ellas.

Estar abierto a la ocurrencia significa que no planeas pero tampoco que te encierras en una rutina o no haces nada, significa que estás disponible para cuando esa oportunidad o inspiración se presente. Eso es precisamente entrar en contacto con la abundancia y no hay alternativa a ello. El amor no puede ser forzado sin condicionarlo, consiste más bien en un encuentro de dos; no obedece a la voluntad más que a la ocurrencia. La creatividad llega como inspiración, verás que todo lo creado con gran trabajo carece de la agudeza que surge de la inspiración: de ahí, se podría decir que la creatividad es una ironía dedicada a los arduos esfuerzos. En los negocios sucede algo parecido, muchas personas se hicieron ricas simplemente estando atentos y siguiendo los acontecimientos, lo que les permitió hacer buenas inversiones, mientras que muchos otros realizan una gran inversión de tiempo y esfuerzo sin conseguir nada en comparación.

De esta forma, se puede responder a la inquietud de aquellos que opinan que sin un esfuerzo planificado y perseverante no se consigue nada. Pues sucede todo lo contrario, aquellos que acometen un esfuerzo diario guiados por la idea de que cuanto más se hace más se logra, son en realidad los menos eficientes; la creatividad es lo que separa a los que históricamente pensaron en cómo utilizar la tecnología para que ésta haga el trabajo por ellos, de los que se ocuparon por largas jornadas de su vida a arar con bueyes.

Creatividad y Sabiduría

El don de crear es el don de modificar las cosas y los hechos tal como vienen dados. Es quizá la capacidad más importante que nos ha permitido evolucionar como civilización y uno de esos atributos que nos diferencian cualitativamente de los animales; mientras éstos se adaptan al medio, por la creatividad el hombre hace que el medio se adapte a él. La creatividad es un puente entre lo que es y lo que puede ser, puente que sólo puede ser cruzado por aquellos que son fuente de las capacidades más evolucionadas de nuestra especie, en lugar de los cómodos beneficiarios de logros ajenos.

La creatividad abarca muchos, sino todos los atributos cognitivos del hombre. En la creatividad se expresan tanto la mente racional, lógica, como la mente intuitiva e imaginativa. Prácticamente todos los factores de la inteligencia están implicados en ella, la capacidad analítica y sintética, la percepción selectiva, la intuición y el sentido práctico, etc. Pero la creatividad no se reduce a unas habilidades cognitivas, como expreso en mi ensayo sobre el tema, también exige una actitud transgresora e inquisitiva, un cierto control emocional, automotivación y una fuerte inclinación hacia el autodesarrollo.

Es por ello que la creatividad demanda unas energías superiores a las de cualquier otro tipo de actividad. Además de la inteligencia, la imaginación y la actitud correcta, es fundamental contar con la motivación suficiente para enfrentar los desafíos, manejar la incertidumbre y la ambigüedad, prevalecer ante el error, etc. No se puede ser creativo como se puede ser bello o afable; no es una cualidad que nos viene dada sin más y de la que gozamos sin que hagamos nada por ello. Así como la destreza para un deporte o un arte, la creatividad ha de ser cultivada por el sujeto y cuanto mejor predispuesto esté psíquica y emocionalmente a ello mejor será su desempeño creativo.

Lo que debemos reconocer es que ninguno de estos atributos son propiedad exclusiva de ciertas personas, por el contrarío, casi cualquier ser humano podría ser creativo si se lo propone. Algunos respetados profesores de Harvard y Stanford, pretenden hacernos creer que la creatividad depende del juicio de un ámbito, es decir, de la valoración de un grupo de personas calificadas para juzgar nuestro desempeño. Nada más lejos de la verdad, la creatividad es un proceso que consiste básicamente en conjugar satisfactoriamente una serie de elementos que en conjunto expresan un sentido nuevo, al menos para el sujeto implicado en la actividad creativa. En tanto ejerzamos las capacidades y disposiciones afines a ese proceso seremos creativos, sin importar que el producto sea o no valorado por una sociedad determinada. El reconocimiento hace a la consagración del genio, pero no a su genialidad. La mayoría de los creativos del mundo son genios ignorados, pero ello no les quita el entusiasmo por seguir creando día tras día.

Muchos de los grandes hallazgos científicos fueron principalmente producto de la intuición creativa, a la que siguieron desde luego las demás instancia del método científico para desarrollar y poner a prueba las hipótesis formuladas. Cualquier universitario conoce este método, pero nadie les ha enseñado a desarrollar la intuición creativa. Preferimos creer que existen personas dotadas de grandísimas habilidades cognitivas y le atribuimos el don de Genio. Pero lo cierto es que la creatividad puede ser aplicada tanto en la ciencia como en la vida misma por cualquier persona que confíe en sus capacidades. Pero aún esta capacidad creativa no es la única ni la más elevada fuente de genio que podemos encontrar en nuestro interior.

Más allá de estas facultades conocidas del intelecto, el hombre tiene una capacidad especial para la que al parecer no utiliza recursos cognitivos. La sabiduría surge de un lugar más allá de la conciencia, la inteligencia o el pensamiento. Desde la metaconciencia podemos tener revelaciones increíblemente sintéticas que no se circunscriben a los márgenes del lenguaje, sino que se experimentan como certezas desde la totalidad del ser. La sabiduría sólo puede provenir de una enorme capacidad de intuición y aprendizaje. Esto no sería posible si el individuo se encontrase limitado o regido por su pasado y alguna clase de prejuicios y preconceptos acerca del mundo y de sí mismo. La gran capacidad de aprendizaje sucede cuando uno está despojado del pasado, de lo aprendido, y se abre a la realidad, experimentándola tal como es, sin ninguna interferencia de los pensamientos y de los deseos. Las verdades existenciales no son pensadas, elaboradas o construidas en el cerebro, sino tan sólo experimentadas a un nivel sensible o intuitivo, pero llegan con tal fuerza y contundencia que tenemos la sensación de haber sidos desvelados a la verdad tras un sueño prolongado.

A un nivel inferior, una conciencia ordinaria es más perceptiva cuando el sujeto se halla presente, sintonizado con la experiencia real, ensimismado en la acción que está desempeñando, libre de la expectativa o la utilidad, y libre del pasado. Ello la hace en buena medida más objetiva y asertiva de lo que podría ser una conciencia asociada a una identidad falsa, y que agota sus recursos en preservar esa identidad de las amenazantes sacudidas de la realidad.

La percepción de la realidad no ocurre tras un discernimiento, juicio o evaluación crítica. La percepción pura es ver el ser que cambia constantemente, pero cuando el ver está anclado en el pasado, informado por las vivencias y los juicios que le preceden, cesa la captación directa del fenómeno, y sin ello no hay respuesta sabia sino réplica. Entonces el peso muerto de la memoria reemplaza la percepción libre y dicta la acción a acometer de acuerdo, ya no a la experiencia real, sino a la mente condicionada.

La sabiduría aplicada a la vida es resultado del ejercicio de esta capacidad de percepción aguda de la realidad y la manifestación de sentido originado en la metaconciencia. Ante cualquier circunstancia, una respuesta sabia es siempre más adecuada que una respuesta inteligente, porque la inteligencia surge sólo a instancias de una conciencia intencional y un conocimiento regido por pautas y recursos culturales que limitan la percepción y sentido de la realidad. La sabiduría, en cambio, no surge sólo en el plano cognitivo, es producto de la experiencia misma que involucra todos los planos del ser. No se soporta en el lenguaje, y por esta razón es prácticamente imposible de traducir en palabras: solo se sabe que se sabe. Salvando las distancias, sucede algo así como cuando intentamos explicar a alguien cómo hacer algo que ya hemos incorporado como un automatismo, por ejemplo, andar en bicicleta. Si intentamos ser concientes de cada movimiento quizá no podamos reproducirlos correctamente, y explicarlos nos resulta muy difícil, sin embargo, no tenemos dudas de que sabemos como hacerlo. Para tener una aproximación de lo que es la sabiduría podríamos extender esa experiencia al arte de vivir, como si su manifestación más lograda supusiera un conocimiento y una capacidad de aprendizaje de orden superior que no pueden ser traducidos al lenguaje corriente.

Si tienes una comprensión inefable de la vida, si eres reacio a rebajar esa comprensión a los términos del lenguaje, si te resulta difícil justificar o explicar esta comprensión a terceros, pero aún así eres conciente de esa capacidad y con total certeza puedes responder a los distintos desafíos que la vida te presenta, entonces podrías ser un sabio. La comprensión superior puede ser tanto práctica como intelectual, pero siempre es aprendida a través de la propia experiencia, no te puede ser enseñada por nadie. El conocimiento nos es dado, la sabiduría es algo que surge en nosotros cuando estamos dispuestos a abrirnos a la experiencia como seres libres.

Si no puedes ver por los ojos de otro, ni puedes escuchar por los oídos de otro, ni puedes sentir por el corazón de otro, ¿piensas que puedes conocer la verdad por las palabras de otro? No. Tu propio ser tiene que encontrar la verdad, tal como tus oídos tienen que escuchar la música por sí mismos y tus ojos tienen que ver la luz y las flores y los arco iris y las estrellas por sí mismos. Nadie te puede decir qué son, tienes que experimentarlas por ti mismo. Pero con la verdad, con el bien, con la moral, con la religión, nos permitimos ser condicionados por otros. Las cosas más importantes de la vida son todas prestadas. Y cualquier cosa prestada se vuelve falsa, porque la verdad tiene una condición básica que es intrínseca a ella: que primero tiene que ser experimentada.

Obedécete a ti mismo, obedece a tus instintos en lo que concierne a tu cuerpo. Obedece a tus sentimientos en lo que concierne a tu corazón. Obedece a tu inteligencia en lo que concierne a tu mente y obedece a tu intuición en lo que a tu ser concierne. Tú eres la sagrada escritura. Tu cuerpo tiene todo el conocimiento que es necesario. Tu corazón conoce perfectamente bien los caminos del amor. Y tu inteligencia es capaz de entender los más ocultos secretos de la existencia. Tu intuición es capaz de explorar tu propia interioridad, hasta el mismo centro de tu ser. (Osho)

La sabiduría es asequible para todo aquel que esté dispuesto a abandonar todas las certezas, conceptos, valoraciones, etc. que pudo haber asimilado a lo largo de su aculturación, sobre todo la parte de ella que fue transmitida en la educación formal. Ser sabio no significa ser erudito, de hecho las verdades esenciales acerca de la vida no pueden ser adquiridas a través de los libros, sino, a lo sumo, puedes ser guiado o guiar a alguien para que las descubra por sí mismo. Osho, explica esta diferencia entre saber y conocer comentando los escritos de otro gran maestro: Nietzsche, en "Así habló Zarathustra":

Estáis ahí, respetables y tiesos, con la espalda erguida. ¡Vosotros filósofos famosos! No hay viento fuerte ni voluntad que os impulse. ¿No habéis visto jamás una vela flotando sobre el mar, surcando el mar, hinchada, redondeada y temblorosa bajo la fuerza del viento? Como una vela temblando bajo la fuerza del espíritu, mi sabiduría surca los mares… ¡mi sabiduría salvaje! (Nietzsche)

Los conocimientos son un esclavo tibio, los conocimientos son muy pobres. Una computadora no puede tener sabiduría, éste es el privilegio de los seres humanos, de la conciencia humana: tener sabiduría. Pero entonces tendrás que estar listo para lo salvaje, para lo no domesticado, para lo espontáneo.

Las personas hablan de la libertad, pero no desean la libertad porque la libertad les trae peligros. La esclavitud es confortable, alguna otra persona toma la responsabilidad por tu vida. Pero la sabiduría es libertad. Nunca sabes lo que vas a conocer en el próximo momento. No puedes ensayarlo, viene de pronto. Pero es tal alegría, tal bendición, que aquellos que no han conocido la sabiduría salvaje no han conocido nada en absoluto.

Todos los sabios son extraños para los eruditos, por la simple razón de que el sabio no cree, el sabio no piensa, el sabio experimenta. Pensar en el agua es una cosa, puedes escribir un tratado acerca del agua, y serás conocido como un gran erudito, puede que te ganes un doctorado con la tesis. Pero tu libro o tus conocimientos no pueden apagar la sed, y el hombre que bebe agua no necesita saber la fórmula química "H2O" porque "H2O" no puede apagar tu sed.

El sabio se ocupa de apagar su sed, de nutrir su ser, de explorar su interioridad y entrar en armonía con la existencia y todo lo que ésta contiene. Y contiene todas las alegrías, todas las bellezas y todas las bendiciones. El erudito se contenta con pensar en estas cosas. No está verdaderamente sediento, de otro modo buscaría agua y no un tratado sobre el agua, iría al pozo y no a la biblioteca. El sabio va al pozo y el erudito a la biblioteca. Son completamente extraños el uno para el otro.

El erudito no puede decir la verdad porque no sabe nada acerca de ella. Aun personas que la conocen no pueden hablar de ella, pero pueden señalar en esa dirección, pueden dar unas pocas señales, unas pocas pautas. Pueden tomarte de la mano y llevarte hasta la ventana para mostrarte el cielo abierto y las estrellas. Pero el erudito está demasiado involucrado con el lenguaje, las teologías, la filosofía… ni siquiera tiene tiempo de mirar por la ventana. Se ha olvidado de vivir… sólo sabe pensar.

El pensar es falsedad, porque piensas sólo cuando no sabes. ¿Piensas cuando ves una hermosa puesta de sol? Es muy probable que por tu viejo hábito, empieces a pensar. Empiezas a decir por dentro: "¡Qué hermosa puesta de sol!". Pero tus palabras se están volviendo una barrera. No es el modo de estar en armonía con la puesta de sol, todo pensar deberá detenerse. Entonces sí estarás allí, en profunda armonía con la puesta de sol, siendo casi parte de ella. Y entonces sabrás lo que es la belleza. No por repetir: "Es hermoso". Esas son palabras prestadas. Las has oído, y las estás diciendo sólo para mostrar que tienes un gran sentido estético.

La dificultad reside en la misma experiencia de la verdad, un hombre de experiencia permanece silencioso… si desea ser completamente verdadero no puede decir ni una sola palabra. Entonces el silencio es la única expresión posible pero, ¿quién entenderá el silencio? (Osho)

"¿Por qué? -dijo Zarathustra- ¿Preguntas por qué? No soy de aquellos a quienes es lícito interrogar acerca de sus "por qué". (Nietzsche)

Zarathustra está diciendo: "Toda mi filosofía de vida está basada en mi propia experiencia, puedes preguntarme cómo podemos experimentarla, puedes preguntar el cómo, pero no puedes preguntar el "por qué".

La sabiduría es siempre salvaje, no nace en las universidades. He vivido por mucho tiempo en las universidades y no he visto que nadie se haya vuelto sabio. Sí, la gente se vuelve conocedora, se vuelven computadoras, memorizan toda clase de estupideces. Pero en lo que a la sabiduría concierne, si la estás buscando en las universidades, la estás buscando en el lugar equivocado. La sabiduría es salvaje, los conocimientos son domesticados.

Si quieres ser sabio tendrás que ser rebelde, porque tendrás que pelear contra tantas supersticiones, contra tantas ideas estúpidas que la gente considera la verdad suprema, que vas a irritar a todos. Tendrás que permitirte ser completamente libre del pasado, de toda la herencia de la humanidad. Esto es lo que te hará salvaje.

Estarás solo contigo mismo, sin ningún sostén de nadie. Estarás solo, pero esto es una gran dicha y da una gran comprensión de las cosas. No sólo te libera de las cadenas de la sociedad, te libera para una vida más grande, para una vida universal, para una vida eterna. (Osho)

…una sabiduría verdaderamente salvaje, mi gran deseo alado nacido en las montañas. (Nietzsche)

Los conocimientos son pesados, siguen las leyes de la gravedad. La sabiduría te hace liviano, entonces puedes volar en el cielo abierto. Cuanto más alto te mueves, más liviano tienes que estar, descargado, aligerado. En los picos más altos estás absolutamente liviano.

Zarathustra tiene razón: cualquiera que sea de mi índole está destinado a encontrar experiencias de mi índole, porque todas las experiencias dependen de tu conciencia, las experiencias no dependen de las cosas exteriores, dependen de tu crecimiento interior, de tu visión interior. (Osho)

La sabiduría es la fuente de las hermosas y tremendas intuiciones que contiene el libro "Así habló Zarathustra". Nietzsche y Osho son dos sabios que vivieron entre nosotros, pero no se vanaglorian de ningún mérito por haber alcanzado las enormes verdades que sacuden los cimientos de toda la filosofía concebida hasta el momento. Las verdades existenciales, por ser tales, no necesitan ser construidas o defendidas por nadie, están allí al alcance de cualquiera que con una conciencia y un corazón abiertos intente aprenderlas, son frutas maduras que están por doquier pues impregnan la realidad toda, de otra manera no serían verdades. Si un conocimiento debe ser custodiado, defendido, amparado en instituciones, diplomas, etc. entonces lo más probable es que ese conocimiento sea falso e inútil a la vida. La verdad no puedes volcarla en un texto muerto, es libre, no podrás capturarla ni sentenciarla, pero puedes correr junto a ella y en ti se reflejará su brillo inconfundible, su prodigalidad desbordante.

Es sumamente importante entender que estas capacidades ya son tuyas en potencia por el hecho de ser humano. Puedes ser sabio y creativo desde el momento en que decidas afirmar tu ser auténtico, no debes ir a la universidad, ni hacer un dispendioso esfuerzo en leer muchos libros, sólo tienes que entrar en tu vida y desalojar a todos aquellos intrusos que hasta el momento estuvieron allí interfiriendo entre tú y la realidad. Si solo has visto la superficie agitada de tu ser podrás apreciar que en el fondo sigues calmo cual un vasto mar que invita a explorar sus profundidades, es tu decisión. Una vez que comiences a tener intuiciones, no podrás creer que semejantes revelaciones hayan salido de ti, y es que no son tu creación, ni les pertenecen a nadie, es la verdad que se manifiesta a través de ti, y ya no podrás dejar de perderte en esa inmensa y apacible contemplación. De ello son testimonios aquellos grandes y generosos sabios, cuya voz perdurará por siempre y resonará con mayor fuerza a medida que el hombre se haga más humano.

Felicidad interior

Afirmar el ser auténtico es actuar y sentir como si ya fuéramos ricos, en posesión de todas las capacidades extraordinarias del ser humano: el amor, la creatividad, la sabiduría. Es una identidad que no necesita ser adquirida, y por lo tanto, se despliega sin tiempo, sin condicionamientos. Experimentar la abundancia interior debe ser suficiente para sentir felicidad de Ser aquí y ahora, despojado de todo estímulo y dependencia exterior. Esta es la base de felicidad que nunca debería perderse, y frente a la cual ninguna posesión, pensamiento o experiencia podría aportar nada más significativo. La felicidad de Ser es superior a cualquier goce promovido por los sentidos o el pensamiento. Por eso, si un sujeto genera dependencias psicológicas y cede a deseos obsesivos por llegar a ser o tener tal o cual cosa, está alienado.

Si no aprecias lo mucho que eres y la abundancia de la que estás rodeado ¿cómo habrías de apreciar cualquier otra cosa que obtengas? Es imposible. Sin importar cuanto dinero tenga, el hombre que está perpetuamente confinado al deseo de seguir adquiriendo cosas es más pobre que aquel que con poco sabe apreciar lo que tiene.

Nuestros actos, pensamientos y emociones pueden ser motivados tanto por una necesidad compulsiva de abandonar un estado de insatisfacción y carencia, o bien pueden expresar nuestra abundancia interior. En el primer caso, los planos del ser se disponen de una manera receptiva en relación al entorno, las cualidades personales se reducen a las habilidades instrumentales y comerciales; en el segundo caso, los planos del ser se disponen a dar y compartir, y de ello surgen las cualidades más logradas del ser humano. Sólo desde la conciencia de abundancia provista por la identidad humana tiene lugar la expresión de los máximos atributos del hombre. Se desea desde la carencia, se ama desde la abundancia; la creatividad y la sabiduría también son emergentes de la abundancia interior.

El desapego de toda dependencia material no consiste en vivir en la pobreza, desligado de las cosas y todo estímulo que interfiera con el Ser. Quien necesita tal tipo de desapego es débil, no tiene control sobre sus experiencias y por ende aún no ha conquistado la abundancia interior. El verdadero desapego consiste en no depender de esos estímulos del medio para Ser, y poder prescindir de ellos en un acto de elección sin tensión ni angustia. Quien aun se encuentre perturbado y necesite aislarse para entrar en contacto consigo mismo, no se ha encontrado. Nuestro Ser está por doquier, en la soledad y en la compañía, en el silencio y en el bullicioso mercado. No hay que ir a un lado para hallarlo, lo encuentras dentro de ti, no hay que hacer nada para recrearlo, el Ser es una realidad desde que existes, siempre estuvo allí, no necesita ser construido, sino sólo afirmado en nuestra conciencia y experimentado en el despliegue de las capacidades humanas.

Lo más importante que hay por lograr es lo más fácil; no requiere de dinero, ni del apoyo de nadie, no es necesario que hagas nada, simplemente quédate allí donde estés y experimenta tu ser aquí y ahora. Tú eres lo más importante, el tesoro más grande está aquí contigo. Si te obsesionas por conquistar el éxito, el reconocimiento, o el amor de alguien, debes saber que será mayor la pérdida que la conquista. En tu obsesión manifiestas desprecio por el ser y la abundancia que está aquí presente, en ella expresas tu ingratitud con la existencia misma.

Imagina una situación ideal, una que te colme absolutamente de placer con todos los condimentos que quieras, y una vez que la hayas representado al detalle comienza a sacrificar cosas. Irán quedando las personas y objetos que tienen mayor relevancia para ti. Realiza esto hasta que te quedes con uno o dos elementos. Ahora pregúntate, ¿sacrificarías la conciencia de tu ser, por esas cosas? Si tu respuesta es "No" significa que ya eres dueño de esta verdad, pero quizá la ocultas momentáneamente tras ese montón de estímulos y deseos exteriores, al punto de perder contacto con lo más valioso: eso que eres, y no lo que tienes o experimentas exteriormente. Esta ceguera está detrás de las múltiples formas de dependencia que mantienen alienado al ser. Si tu Ser es auténtico sólo depende de ti y no lo sacrificarías por nada.

Si entiendes que ya estás en posesión de la máxima riqueza de este universo, entonces sabes que nada de lo que hagas o consigas pude ser totalmente necesario o imprescindible. Puedes vivir ligero de equipaje; sin dependencias, sin deseos que generen tensión y ansiedad, sin identidades impostadas, sin compromisos autoasumidos, sin bloqueos que obstruyan tu espontaneidad y apertura hacía el mundo y los otros. Sé abierto para recibir las enormes ofrendas de este abundante universo. En lugar de desear aquello que crees que sería bueno para ti, puedes disponerte favorablemente a que ocurra. Hay una significativa diferencia entre desear y estar dispuesto. Si aun no tienes una pareja puedes estar dispuesto a encontrarla, que es diferente a estar deseándolo desde la insatisfacción y la carencia. Si te gusta viajar estarás dispuesto a hacerlo y aprovecharás la oportunidad que se te presente, pero no forzarás la situación ni te disgustará quedarte.

Mucha gente cree que el sentido último de la vida es ser feliz, pero pocos de ellos podrían precisar en qué consiste dicha felicidad, cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para que ésta tenga lugar. Persiguen una fantasía que al no tener referencia con nada real, hará que terminen confundiendo felicidad con placer, es decir, con una experiencia de goce momentánea. Cuando esta experiencia se agota se sienten nuevamente insatisfechos y confundidos. En este punto inevitablemente tienen que optar entre dos caminos: alimentar constantemente la caldera de sus emociones con estímulos externos siempre renovados, o comenzar a cultivar aquellas experiencias asentadas en el ser: la creatividad, el amor, la sabiduría, etc. Sólo estas experiencias les permitirán liberarse del sentimiento de carencia e insatisfacción, del ciclo interminable de placer y displacer al que condena la dependencia a fuentes externas de satisfacción.

Todo lo exterior es relativo y perecedero, puedes comprobarlo antes de que malgastes toda tu vida tratando de alcanzar esas cosas que crees te darán felicidad, pero que tras haberlas alcanzado se vuelven insignificantes y te decepcionan. ¿Por qué crees que la satisfacción por alcanzar aquello que hoy deseas será diferente a lo que has experimentado hasta el momento? Has creído poder perpetuar ese sentimiento de goce y la verdad que debes reconocer que estas igual que antes. La respuesta es que la felicidad no es una adquisición o algo que debas alcanzar. Sea lo que sea que hagas, si tu fin es la felicidad te decepcionarás, pues sólo una mala conciencia se interpone entre lo que eres y la felicidad: lo cierto es que tú ya deberías sentirte feliz por lo que eres, no hay nada mayor por conquistar.

Cuando estamos insatisfechos tendemos a adjudicar las causas a nuestra conducta o a circunstancias externas, pero el verdadero origen del malestar está en nuestra conciencia, y más hondo aún en nuestra identidad. Quien afirma su identidad humana está bien y completo en cualquier circunstancia, pues está presente allí haga lo que haga. Esto es lo que hace la gran diferencia, el estar o no estar presentes. De hecho, sólo puede disfrutar sanamente y en su justa medida de circunstancias favorables quien gravita en su Ser como fuente. Así como también, en circunstancias adversas no se angustiará ni tendrá conductas evasivas, sino, por el contrario, enfrentará con valor las adversidades, se fortalecerá y actuará con diligencia para resolver los problemas que se presenten, si ello no es posible tendrá una actitud de aceptación antes que de negación y cobardía.

Quien afirma su ser no se engaña respecto a la continuidad de los placeres, no hay en ellos felicidad posible, sólo existen estos placeres que se asumen como tales, es decir, como experiencias circunscriptas y perecederas. La abundancia interior no aparta de los placeres mundanos, sino, por el contrario, permite experimentarlos tal como son, sin ilusiones, sin generar vicio o dependencia, como si fueran dulces ofrecidos al final de un gran banquete. Todo lo exterior pues es experimentado sin apegos, sin tensiones ni ansiedades, y debo decir que esta es la única forma de disfrutar de la mejor manera y en su justa medida todas las cosas maravillosas que tiene este mundo, y que, por cierto, no prescinden del dinero.

En el aspecto económico, la persona que obra desde la abundancia está dispuesta a enfrentar sin miedos los desafíos de cualquier emprendimiento comercial. El miedo a perder es lo que sostiene a la mayoría de las personas cumpliendo con un trabajo asalariado toda su vida, la confianza de ganar es lo que lleva a otros a disfrutar de mayor abundancia material con mucho menos sacrificios. Los predispone mejor a asumir riesgos y enfrentar desafíos de negocios. La planificación de negocios es un arte y exige, además de los conocimientos específicos, de una buena cuota de creatividad y sabiduría. Perfectamente puede depararnos grandes emociones ganar unos cuantos millones, aunque si ello se torna una obsesión dudo que tenga algún sentido hacerse rico.

En cualquier caso, tanto el placer externo y la felicidad interior atañen a una sola dimensión del hombre, su plano emocional. Retomando la presunción de muchos sobre que el fin de la vida es la felicidad, debo espetar que ello es inaceptable. El ser humano se afirma en la expresión más completa del plano racional y social, lo cual no se reduce ni aproximadamente al sentimiento de felicidad. Pero además, la felicidad, como se ha sugerido, no puede ser un fin, sino sólo la consecuencia que acompaña el despliegue de las capacidades humanas, y más precisamente del amor. Pero si el amor ya supone este sentimiento ¿Por qué en lugar de insistir con algo tan impreciso como la felicidad, mejor no hablamos del amor?

Amor o deseo

Comúnmente se entiende el amor como un sentimiento provocado por alguien. En la cultura popular, en la música y en la poesía, el amor al que se hace referencia casi exclusivamente es al amor erótico y dependiente. Se trata de un sentimiento "muy natural" de apego hacia alguien que nos atrae físicamente, como un recurso necesario para la supervivencia de la especie. Pero en este apartado quisiera referirme al otro tipo de amor, ese que trasciende la relación corporal y que considero de fundamental importancia aún para la relación de pareja.

Cuando por un momento experimentamos nuestro ser auténtico en la meditación, podemos reconocer que no necesitemos que alguien nos prodigue su amor para amar, sino que el amor es nuestro don, se origina en nosotros, y como tal podríamos expresarlo con quien eligiéramos. Si creemos que es una persona la que produce nuestro amor, estamos alienados de uno de los principales atributos humanos. El amor es el sentimiento que surge en ejercicio de nuestra capacidad de dar y compartir, y lo podemos sentir en todo momento, es nuestro dominio. En términos de relación sucede lo mismo que con nuestra capacidad de crear. Una persona puede ser el tema de nuestro amor, pero la persona no nos hace amantes, como no nos hace creativos el tema que abordamos, aunque podemos advertir que con algunos temas se expresa mejor nuestra creatividad que con otros. Quien diga que está esperando el amor, está por generar una dependencia con una persona, quiere ser arrebatada por un sentimiento y experimentará el amor como un padecimiento más que como una capacidad personal y por lo tanto independiente. Es mejor, en todo caso, decir que se está esperando a alguien que quiera el amor que tengo para dar. Pero la espera es un problema, significa que en algún punto está obstruido su caudal, el amor como la creatividad no necesita de un medio oportuno, se canaliza a través de cualquier cosa, se ama a los niños, a los padres, los hermanos, a la humanidad, a la actividad, a la naturaleza, etc.

Uno de los mayores enemigos del amor es la disposición receptiva, la expresión más pura del amor emerge de la voluntad de dar y compartir, pero si tu deseo es estar con alguien sólo para recibir, tu capacidad da paso a la dependencia, al apego. De concebirte como un sumidero, y no como fuente de amor, surge la necesidad y el autoengaño: aunque creas que das al caer bien, gustar, interesar al prójimo, sigues enfocado en ti mismo, pero lo haces despreciando lo que eres, pues intentas mostrarte como alguien diferente, tu complacencia es engañosa y termina traicionando el interés que has generado en el otro, pues en realidad lo has hecho para beneficiarte sólo a ti mismo. El egoísmo es testimonio de un gran desprecio por uno mismo y por el prójimo.

"Cuando se es capaz de suprimir despreocupadamente todo lo que forma parte de uno, es cuando uno muere y se abre al amor. El amor es renuncia a la pequeñez personal de cada uno" (Krishnamurti)

La actitud receptiva no permite ver y aceptar a la otra persona tal cual es, más bien se la declara como objeto de satisfacción personal. Ser fuente para estar dispuesto a dar y compartir sólo puede surgir de la satisfacción interior, de sentirnos colmados con lo que somos. La aceptación de uno mismo sucede cuando sientes que no debes forzar nada, cuando eres tu mismo sin necesidad de gustar e interesar a nadie. Sin esa compulsión por atraer o conquistar el interés del otro, puedes tener un momento para ver a los demás tal como son. Los animales a veces nos transmiten cierta ternura porque los vemos y aceptamos tal como son, sin intentar cambiarlos, con sus virtudes y sus defectos.

La aceptación de otro ser humano es una cosa difícil en esta sociedad que nos empuja a tratarnos como cosas más bien que como personas, puedes intentarlo pero es improbable que cambies tu visión condicionada del prójimo. Sólo el cambio de identidad, la adopción de una identidad humana, puede ser un terreno firme para ejercer dicha disposición. Experimentarás que tu amor no necesita de la aprobación del otro, y no tienes ningún temor de mostrarte tal como eres, puedes ver mejor que nadie al prójimo, incluso mejor que como éste se ve a sí mismo, entonces verás que la aceptación es fácil, no requiere ningún esfuerzo. Algunas relaciones no podrán prosperar, otras ni siquiera darán comienzo, pero en algunas la fuerza de unión será tan grande que sientes desaparecer como individualidad, hay una completa sintonía de mente y sentimiento con el otro. Esa es la gran fuerza del amor que no puede ser descrita sino sólo experimentada.

No es posible apegarse al amor sin matar su frescura. El amor que emana de ti no puede ser propiedad de alguien, no depende de nadie. Sólo si estás libre de ese deseo de aferrarte a una persona, si eres capaz de quererle por lo que es y desear que sea tan libre como pueda para manifestar su ser auténtico, puede surgir un amor sincero por ella. Una persona que se dispone como fuente de amor antes que como sumidero del amor del otro, prodiga amor sin esperar nada a cambio, vive ese amor como una experiencia libre e incondicional.

Dice Osho en Más allá de la psicología:

De la misma forma que te enamoras y no puedes hacer nada al respecto, un día te desenamoras y tampoco puedes hacer nada al respecto. Una brisa entró en tu vida y pasó. Era buena, hermosa, fragante y fresca, y te hubiera gustado que hubiera estado siempre presente. Intentaste con empeño cerrar todas las puertas y ventanas, mantener la brisa fresca y fragante. Pero al cerrar las puertas y ventanas, mataste la brisa, su frescura, su fragancia; adquirió un sabor rancio.

La palabra amor puede tener dos significados diametralmente opuestos. Un significado es el amor como relación; el otro significado es el amor como estado del ser. En el momento en que el amor se vuelve una relación, se vuelve una esclavitud, porque hay expectativas, exigencias, frustraciones, y un esfuerzo de ambas partes por dominar. Se convierte en una lucha de poder. Una relación no es lo correcto. Pero el amor es un estado de ser completamente diferente. Significa que simplemente amas; no estás creando una relación con ello.

La pregunta no es, como hallar el amor, sino: ¿Por qué no somos seres amorosos? Si no puedes amarte a ti mismo, no puedes amar a nadie más en el mundo. En el momento en que entiendes lo que es el amor, tu experiencia de lo que es el amor, te conviertes en amor. Entonces no queda en ti la necesidad de ser amado y tampoco hay necesidad en ti de amar. Amar será para ti una experiencia simple y espontánea, como respirar. No puedes hacer nada más; simplemente amas. Incluso si estás solo estás rodeado de energía amorosa.

Si el amor no viene de vuelta a ti, no te sentirás herido, porque sólo una persona que se ha convertido en amor puede amar. Sólo puedes dar lo que tienes. Pedir a la gente que te quiera, a gente que no tiene amor en su vida, a gente que no ha llegado al origen de su ser donde el amor tiene su altar, ¿cómo pueden amarte?

Una persona vacía puede aparentan que da su amor, pero su deseo básico es recibir. No puedes dar lo que no tienes. Y los que lo tienen -esto hay que comprenderlo muy claramente-, los que han encontrado la fuente del amor dentro de sí mismos ya no necesitan ser amados. Sin embargo serán amados. Amarán por la simple razón de que tienen demasiado; de la misma forma que una nube de lluvia quiere llover, de la misma forma que una flor quiere liberar su fragancia, sin deseo de conseguir nada. La recompensa del amor está en amar, no en recibir amor.

(Osho)

En nuestra sociedad alienada, no podríamos encontrar una representación popular del amor que no sea también irreal. La música, la literatura, las películas muestran la versión del amor erótico entre dos personas dependientes e incompletas, incapaces de dar y compartir amor auténtico. Generan una dependencia tal a la sensación que genera el ser amado, que el cuadro se parece mucho más al que presenta un adicto a la heroína que al que hemos descrito hasta aquí. Si la otra persona, por algún motivo ya no corresponde a su amor, el mundo se cae a pedazos, ellos mismos son destruidos, sienten que ya nada vale la pena, y no encontrarán sentido a vivir hasta que esta sensación erótica vuelva a surgir en ellos. Ello sólo habla del vacío existencial en que se encuentra mucha gente, y de la falsedad de la identidad que asumen, la cual es atropellada casi sin oponer resistencia por una descarga hormonal descontrolada. El amor erótico es irresistible para la persona alienada, llevado a un extremo puede llegar a suspender la afirmación de su identidad y volverla un ser totalmente vulnerable a la voluntad de la otra persona.

El amor real, ese que surge de una persona completa que afirma su ser auténtico actuando como fuente de sus cualidades internas, no es posesivo, ni es dirigido a nadie. Por el contrario, es universal e incondicional, pues se dirige a todo el mundo, a cada expresión de vida, y se regocija en su prodigalidad sin esperar recibir nada a cambio. Es puro dar, surge de la abundancia y la libertad del ser que ya no tiene miedo a abrirse al mundo de las emociones y las relaciones, que ya no tiene nada que perder o conquistar pues ha encontrado una fuente de extraordinaria riqueza dentro de sí.

El amor que hay en tu corazón es abundante. Tienes amor no sólo para ti, sino para el mundo entero. Amas tanto que no necesitas el amor de nadie. Compartes el amor sin condiciones; no te gusta el «si». Eres millonario en amor y si alguien llama a tu puerta para decirte: «Oye, aquí tengo amor para ti, te lo daré si haces lo que yo quiera», ¿cuál será tu reacción? Te reirás y dirás: «Gracias, pero no necesito tu amor. Tengo ese mismo amor aquí, en mi corazón, sólo que mejor y más grande, y comparto mi amor sin condiciones».

Pero, qué ocurrirá si estás hambriento de amor, si no tienes ese amor en tu corazón y alguien viene y te dice: « ¿Quieres un poco de amor? Te lo ofrezco a cambio de que hagas lo que yo te pida». De ser así, una vez lo hayas probado, harás todo lo posible por conservarlo. Es posible que te sientas tan necesitado que hasta vendas tu alma para conseguir sólo un poco de atención.

Ábrelo. Abre tu cocina mágica y niégate a andar dando tumbos por el mundo suplicando que te den amor. En tu corazón se encuentra todo el amor que necesitas. Tu corazón es capaz de crear amor, no sólo para ti mismo, sino para el mundo entero. Puedes entregar tu amor sin condiciones; ser generoso con él, porque tienes una cocina mágica en tu corazón. De esta manera, toda esa gente hambrienta que cree que el corazón está cerrado, querrá estar siempre cerca de ti por tu amor.

Lo que te hace feliz es el amor que proviene de ti. Y si eres generoso con tu amor, todas las personas te amarán. Si eres generoso nunca estarás solo. Si eres egoísta siempre estarás solo y no podrás culpar a nadie por ello, salvo a ti mismo. La generosidad te abrirá todas las puertas, pero no el egoísmo. El egoísmo proviene de la pobreza de corazón y de la creencia de que el amor no es abundante. Sin embargo, cuando sabemos que nuestro corazón es una cocina mágica nos mostramos siempre generosos y nuestro amor se vuelve completo e incondicional.

(Miguel Ruiz, La Maestría del amor)

Conclusión:

El hombre sólo puede estar completo y en armonía cuando afirma su ser humano actuando como fuente de motivación, amor, creatividad, sabiduría. Lo contrario a ser fuente en los distintos planos del ser, es comportarse como un sumidero, generando dependencias innecesarias con el entorno. Actúa como sumidero aquel que cree estar vacío interiormente, quien obra desde la carencia y la insatisfacción, y necesita a razón de ello abastecerse de fuentes de estímulos y satisfacción externos. Esto es precisamente lo que sucede cuando se adoptan identidades falsas.

Nuestra sociedad en varios sentidos nos empuja a comportarnos como sumideros, a despreciar lo que somos, a habitar una parte ínfima de nuestro ser, y legitimar así la necesidad de subordinación y dependencia a fuentes de poder externa. A pesar de que distintas instancias sociales promuevan una ignorancia y desprecio intolerables sobre nuestros atributos humanos, el principal responsable de esta alienación sigue siendo cada persona que no ofrece la menor resistencia, que prefiere obedecer con tal de no tomar decisiones ni asumir riesgos ni responsabilidades. Los atributos mencionados parecen costosos, difíciles de alcanzar para una persona alienada de sus poderes, pero lo cierto es que no hay que hacer ningún esfuerzo para lograrlo. Lo que traté de expresar en este capítulo es que los mejores atributos del hombre sólo deben ser activados, puesto que ya son parte de cada uno de nosotros. No hay que hacer ningún esfuerzo para ser humano, el esfuerzo hay que hacerlo para sostener la mentira, su falsificación.

Hemos sido engañados, nos han convencido de que todo lo bueno debe ser adquirido: que el saber debe ser aprendido, que la motivación debe ser estimulada, que el amor debe ser conquistado. El poder se implanta como medio entre tu y algo mas, pero el amor, la sabiduría, la creatividad ya forman parte de ti, entonces el reto para quienes quieren dominarte es negar lo que eres y oficiar de mercaderes entre tu necesidad de ser alguien y lo que supuestamente crees que debes llegar a ser.

Debo admitir que el engaño ha sido pergeñado con asombrosa eficacia. La mayoría de las personas se comportan como sumideros, y esto ha pasado a ser algo tan normal que el condicionamiento al que hemos sido sometidos apenas es necesario provocarlo. Sin embargo, un engaño, por mejor orquestado que esté, no deja de ser una ficción que debe ser recreada constantemente y que en algún punto no prescinde de la colaboración del propio afectado. Lo real, en cambio, cae por su propio peso y se sostiene por sí mismo. ¿Hablo pues de sacrificio? De ningún modo, hablo de ser libres, auténticos. Para quien pueda entenderlo, digo que no debemos hacer ni tener nada para ser, pues ya somos fuente de una riqueza extraordinaria.

Todo lo mencionado aquí es una consecuencia de adoptar la identidad humana. No trata de justificar o brindar motivos para cambiar una identidad por otra; la razón principal para adoptar la identidad humana se reduce a que es la única identidad real. No se trata de una elección, somos humanos, y nada de lo que hagamos podrá cambiar eso. Afirmar nuestra identidad humana es un fin en sí mismo, nunca una vía de escape del sufrimiento o un medio para el autodesarrollo. Lo mejor que podemos ser ya lo somos, y si esto está velado a nuestra conciencia, si hay una cosa que aún debemos hacer, es Ser.

Como se ha demostrado, y se continuará en el próximo capítulo, el profesar una identidad falsa reduce nuestros poderes a su versión utilitaria, nos vuelve personas limitadas e insatisfechas que tratarán de vivir de acuerdo a pautas y modelos impuestos desde el exterior. Pero por más que el sujeto alienado se esfuerce en comportarse como fuente en los tres planos del ser me temo que ello no modificará en nada las cosas; seguirá sintiendo, pensando y comportándose socialmente como lo viene haciendo hasta ahora (este es el fracaso al que exponen una gran cantidad de libros de autoayuda o similares, porque son incompletos, imprecisos o fragmentan la verdad). Sólo un ejercicio consistente de meditación sobre la identidad humana, que confirme todos estos magníficos atributos y los adopte como propios, puede provocar un cambio perdurable en los distintos planos del ser. Por ello es que éste capítulo, que considero quizá el más significativo, es inútil disgregarlo del resto. Sólo podemos esperar cambios radicales en nuestra forma de ser, de pensar y sentir, a partir de la meditación sobre la identidad. En la última parte de este capítulo ofrezco algunas pautas que pueden servir de guía para ello. La adopción de la identidad humana entonces es lo que impulsa al ejercicio pleno de los más altos atributos humanos.

Trascendencia de la individualidad

Otra clasificación de las identidades se establece al considerar la cantidad de personas que están afectadas a una identidad, de manera que una identidad es tanto más gregaria cuanto mayor es el grupo humano que la integra, y tanto más individualista cuanto menor es ese grupo al que hace referencia. Las identidades más individualistas tienen un carácter autorreferencial, se afirman en relación con atributos personales diferenciales como la profesión, la riqueza, las aptitudes, el status, etc. Las identidades gregarias, por el contrario, se afirman en relación a conquistas comunes como ser la prosperidad nacional, la libertad de género, etc. La identidad humana es la más gregaria de todas las identidades, abarca a la humanidad entera sin distinción de raza, credo, nacionalidad, género, etc., y por lo tanto, se afirma en la prosperidad de condiciones y cualidades compartidas por todos los seres humanos.

Ninguna otra identidad es tan gregaria como la identidad humana, una identidad nacionalista, por ejemplo, sigue siendo en cierta medida individualista porque establece una diferenciación con personas de otras naciones, y se afirmará en la maximización de estas diferencias. En tanto que la identidad humana no establece ninguna diferencia entre los seres humanos, sino, por el contrario, eleva a la categoría de máximo valor los atributos y condiciones que afecten a toda nuestra especie.

Más allá de la impronta individualista de nuestro tiempo, el hombre históricamente ha demostrado tener cierta inclinación a adoptar identidades gregarias. Pero, a la falta de buenos representantes de la humanidad, muchas personas antes de tomar verdadera conciencia de sí como seres humanos, se ligan a diferentes grupos sociales generando fuertes lazos de dependencia, ya sea con la familia, la corporación, el club de amigos, la comunidad religiosa, etc. Cuando la pertenencia es tan fuerte que diluye la experiencia individual del Ser, entonces lógicamente el Yo se encuentra totalmente desintegrado y el sujeto imposibilitado de decidir por sí mismo. Su conciencia de sí es la composición que hace de esas múltiples asociaciones y dependencias. Esto significa que ha perdido la capacidad de expresarse por sí mismo, se pone al servicio de esas asociaciones que ocupan y dan sentido a su vida.

En nuestras sociedades atomizadas, las identidades individualistas van ganando terreno frente a las tradicionales identidades gregarias. Ello conlleva por un lado a un grado de independencia y autonomía mayor, pero por otro, hace que el sujeto abandone el sentido de integración y abundancia transpersonal, repercutiendo negativamente sobre la posibilidad de desarrollo de dicha individualidad. En definitiva, tanto las identidades gregarias parciales, como las identidades individualistas, no pueden librarse de sus grandes limitaciones para expresar la condición humana real, aquella en la que no existe escasez ni diferenciación, como veremos a continuación.

Integración o diferenciación

Es muy común que el hombre actual de las sociedades atomizadas e individualistas se vea así mismo a través de las diferencias que marca con respecto a los demás, marginando a un segundo plano aquellas cualidades compartidas que son significativamente más importantes que las primeras. Cuando a alguien se le pregunta ¿quién eres? es probable que comience a mencionar su profesión, sus logros, su personalidad y otras cosas que lo diferencia de los demás, pero bien podríamos seguir preguntándole ¿y qué hay de todo lo que eres en común con el resto? ¿Qué hay de tus cualidades humanas? ¿Qué hay de ese organismo que hace posible que estés con vida? Cuando llegamos a tomar verdadera conciencia de todo lo que somos por gracia de la naturaleza y de la civilización, notamos que los detalles que nos diferencian de los demás sólo pueden ser insignificantes.

Todas las diferencias que vemos entre los seres humanos son minúsculas frente a lo que nos hace semejantes, cabe suponer entonces que si sólo nos enfocamos en esas diferencias estamos forzando una visión bastante limitada de las cosas. Si somos sólo aquello que nos diferencia pensaremos que debemos ser exitosos para sobresalir frente al resto, de lo contrario, llegaríamos a la fatal conclusión de que no somos nada. En efecto, la afirmación de una identidad individualista pura, proceso que da origen al Ego, nos fuerza a distinguirnos de los demás y conservar nuestra singularidad. Los pensamientos y los sentimientos quedan comprometidos a esta causa; se piensa y siente casi exclusivamente de forma autorreferencial, los planos del ser quedan afectados sólo por aquello que percibimos como un refuerzo o una amenaza a nuestra débil integridad individualista.

El Ego se alimenta de esta identidad diferencial comprándonos con sentimientos de orgullo cuando logramos algún éxito, pero insuflando sentimientos de poca valía y desesperanza cuando no destacamos o cometemos algún error. El Ego no existe sino sólo como una trágica forma de despreciar lo que somos realmente: seres humanos. No somos mucho más que eso; sea lo que sea que hayamos logrado como individuos siempre serán extraordinariamente mayores las semejanzas que las diferencias que nos separan del resto de los hombres. Estas diferencias son relativamente insignificantes, de ahí que nuestro Ego nunca puede ser saciado, tan pronto como le servimos levantará aún más el listón para una nueva carrera desesperada por satisfacerle.

La persona que se identifica con lo humano puede tomar conciencia de que sus características y aptitudes particulares son insignificantes frente a las cualidades humanas que compartimos con todo el mundo: la capacidad de percibir la realidad a través de los sentidos, de utilizar un lenguaje para comunicarnos, de pensar, de intuir e imaginar, de ser conciente de uno mismo, etc. Frente a ello ¿qué puede valer una aptitud particular como ser un grado más de inteligencia, de conocimiento o de destreza física? La identidad con lo humano nos hace sentir integrados a la especie más exitosa del planeta y concientes de que somos producto de una larga historia de evolución que nos llevó a trascender nuestra condición animal y la lucha por la supervivencia. Desde esta perspectiva, lo individual, aquello que nos diferencia de los demás, comienza a perder la importancia que tiene para el sujeto egoísta. Si aún el ego es una identificación con lo que hacemos en nuestra vida particular deberíamos preguntarnos ¿Cuánto más vale todo lo hecho, supongamos, en nuestra exitosa gestión como profesionales, frente a la acumulación de cientos de años de conocimiento y avances tecnológicos del cuál gozamos?

De seguir tratando de lograr cosas personales, de alcanzar cierta superioridad en relación a los otros, todo lo que logramos es reducir nuestro ser a la insignificancia de nuestras diferencias. Una vez que te identificas verdaderamente con lo humano sabes que lo mejor que puedes ser ya lo eres en común con todos los demás. En lugar de pensar en hacer algo por ti, comienzas a pensar en qué hacer por todos nosotros, por la humanidad. Los propósitos egoístas son ineficientes por su propia naturaleza; nadie más está interesado en que se cumplan. En la medida que tus propósitos sean constructivos y solidarios, o que al menos tengan en cuenta el beneficio de otros, serán realizados con mayor probabilidad de éxito, pues a ello convergen otras fuerzas que intencionan lo mismo.

He observado que el principal error que comete la gente individualista es pretender interesar a los demás mostrándose a sí misma importantes, deseables. La forma efectiva de hacerlo sería precisamente la opuesta: interesarse y mostrar aprecio por los demás. Incluso, la persona que hace esto corre con una gran ventaja en las relaciones pues casi nadie lo hace; todo el mundo está tratando de sentirse importante, de ser mejor que el otro, de sentirse necesitado por los demás. Esto último además nos da la pauta de que el prójimo sentirá más simpatía por alguien que esté dispuesto a recibir de buena gana lo que él tenga para ofrecer, antes bien que recibiendo la ayuda de otro. Ninguna identidad se afirma en la admiración de los demás, ni tampoco en la recepción de ayuda. Esto demuestra que basta con que uno de los términos de la relación sea egoísta para minar una posible relación de cooperación o tolerancia.

La identidad humana te impulsa a actuar como si ya no necesitaras nada para ti. Ya estas realizado, ya eres, todo lo que puedes hacer es expresar tu ser como fuente de creatividad y amor. ¿Qué sentido tendría hacerlo por ti mismo si ya estas completo e integrado? Si fluyes desde tu ser verás que el único deseo será trascenderte, ya no necesitas actuar para tu propio beneficio, sería inútil, sin sentido, desperdiciarías tus poderes, pues ¿qué más podrías agregar a lo que eres? Buscarás dar y compartir tus frutos, así como disfrutar más plenamente de la gran prodigalidad del entorno natural y social.

Las identidades individualistas, por el contrario, hacen que los sujetos se ocupen sólo de sí mismos o de los suyos, se interesarán por algún otro sólo en la medida que puedan aspirar a recibir algo de él, tal como si estarían en una situación de necesidad y carencia extrema, se transforman en explotadores o explotados. Muchas de las aptitudes mejor ponderadas en esta sociedad individualista obedecen a alguna de esas orientaciones: el poder, la astucia, la estrategia, y por el otro lado, la laboriosidad, la humildad, la lealtad, etc.

El ser humano actúa desde la base opuesta, prefieren dar y compartir a recibir; ser fuente de amor y creatividad sólo puede tener un sentido de trascendencia de la propia individualidad. La humanidad pasa a ser tu familia, estas integrado y no separado del resto, ya no puedes pensar sólo por ti mismo. Comprendes que ya no necesitas hacer nada por ti, que tú no estas vacío o incompleto realmente, ni eres diferente a los demás, sino que todo el problema se origina al desatender el Ser humano que hay en ti y en el prójimo. Una vez que comprendes que no estás solo, que la prosperidad de los demás es también la tuya y que tus más altas cualidades se despliegan al ser compartidas, tenderás a sentir y pensar en función del bien común. Si comprendes cabalmente lo que eres, verás que no hay ninguna diferencia entre actuar por el propio interés y hacerlo por interés común. Si alguien realmente quisiera hacer algo por sí mismo, por todo su ser, no puede obrar de forma egoísta pues todo su ser está ligado a los demás. Quien actúa de forma egoísta tiene el mayor desprecio de sí mismo, en cambio, quien se ama a sí mismo, en su humanidad, no puede dejar de amar al prójimo en tanto ser humano.

Lo mejor que eres lo compartes con todos los demás. Nadie puede creerse mejor que ser humano, ni por tanto ser superior a ti, así como tú no puedes creerte mejor que nadie. En lo común está todo lo que importa, las diferencias sólo son superficiales. Cuando conoces al ser humano que hay en ti conoces en su esencia al prójimo, ya no te detienes a juzgarlo por las apariencias, o por lo que él cree que es, sino por lo que realmente es. De esta manera verás que entre el parecer y el ser hay una enorme potencialidad sobre la que puedes ayudar a tomar conciencia.

Es posible que las limitaciones del hombre actual sean demasiadas como para reconocer y asumir su identidad humana, pero podemos depositar esperanzas en que lo harán las generaciones venideras. El bien común no puede dejar de contemplar a las futuras generaciones. Nuestros hijos tendrán seguramente otras opciones de vida, pero la identidad humana seguirá prevaleciendo como la única identidad auténtica en la que es necesario formarles. Cualquier cosa que hagamos para propiciar una identificación humana en ellos creo es lo más importante que podemos hacer por la humanidad. Sea cual sea el lugar que ocupamos en la sociedad tenemos una enorme responsabilidad por el mundo que ayudamos a crear. De ahí que una vida destinada a buscar el bien propio o de su grupo, no sólo es un desperdicio y una limitación insostenible, sino que atenta contra la integración humana.

Así como el amor que recibimos y prodigamos en el seno familiar, es a una escala más amplia el amor que podemos experimentar integrándonos solidariamente a nuestra comunidad. En nuestra cooperación con la humanidad, se afirma el sentimiento de integración que experimentamos como seres humanos. Sin nuestro compromiso de cooperar y tender al bien común, no puede existir un auténtico vínculo con la humanidad ni una identidad humana.

Abundancia o escasez

Si somos sinceros debemos admitir que vivimos en un mundo de abundancia, y no de escasez. La abundancia está en la acumulación de los avances de la humanidad que nos permite gozar de los recursos tecnológicos y los beneficios del orden, la interacción social y la cultura. La abundancia también se encuentra en la providencia de la naturaleza que nos ofrece alimentos y materias primas por doquier, y en el sostenimiento de leyes que gobiernan los fenómenos, a cuyo dominio debemos nuestra prosperidad material. Pero la abundancia se encuentra fundamentalmente en nosotros mismos, por ser los seres vivos más extraordinarios que existen en el universo conocido, y tener por ejemplo la capacidad de modificar nuestro entorno natural de manera que se adapte mejor a nuestras necesidades y aspiraciones. Frente a todo ello ¿se puede pensar que alguna conquista personal hace alguna diferencia?

Pero si aún asociamos la abundancia a una cuestión material, debemos notar que estamos en una época en la que con muy poco trabajo obtenemos cosas asombrosas. El hogar de un trabajador común hoy tiene recursos con los que las personas más ricas hace menos de un siglo atrás ni siquiera habían soñado. Fácilmente tenemos acceso a innumerables cosas que otros fabrican y que no nos alcanzaría toda la vida si quisiéramos producir por nuestros propios medios. La computadora es un claro ejemplo de ello, también lo son el automóvil, la televisión, el microondas, el teléfono, y otras tantas maravillas que la mayoría disfrutan sin haber realizado un esfuerzo ni remotamente comparable a su creación. Baste ver que producimos de manera tan eficiente que la mayoría de las personas no necesitan estar ocupadas en la producción o distribución de bienes para gozar de esta abundancia. La abundancia también se liga a los beneficios del orden social, que entre otras cosas hace posible que podamos elegir a qué dedicarnos profesionalmente, acumular nuestros esfuerzos en forma de ahorro o poder tener un lugar donde vivir, que sea propio, y el acuerdo entre los hombres proteja por nosotros.

Ver la abundancia nos disuade de ser competitivos, de tratar de ser los mejores, pues todo aquello a lo que aspiramos está al alcance de la gran mayoría casi sin necesidad de realizar ningún esfuerzo. No necesitamos ser astutos, inteligentes, eficientes, etc. para experimentar lo mejor que esta vida nos tiene reservado: el amor es un bien libre del que todos podemos gozar, no discrimina a nadie. No es verdad que debamos aventajar a los demás para obtener los mayores privilegios sociales; la ciencia es un privilegio del que todos gozamos sin haber hecho nada, ¿acaso se te ocurre algún mayor bien que puedas tu lograr? Aquellos que reducen su vida a la satisfacción de aspiraciones personales, ya sea lográndolo o no, deberían ser vistos como dementes, sicóticos, o neuróticos obsesivos, pues no pueden ver la realidad de esta abundancia que les precede.

Esta es la verdad, vivimos en una época de abundancia debido a que las sociedades han prosperado por el esfuerzo de muchas personas capaces. A pesar de estas rotundas evidencias, muchos siguen pensando en términos de carencia, nunca conforme con lo que tienen, quieren más: un mejor auto, una mejor casa, los que una vez obtenidos, al poco tiempo, se tornan también insuficientes. No está mal propender a unas mejores condiciones de vida, lo falso es pensar que no tenemos suficiente: ver nuestro estado como de carencia e insatisfacción, en lugar de asimilar y celebrar la abundancia que nos rodea y que está al alcance de todos.

La abundancia, sin embargo, no se agota en las cosas materiales que producimos, la experimentamos también en la providencia de la naturaleza que se expande generosamente por todo el mundo. Sólo nos bastaría reflexionar unos segundos acerca de los beneficios que obtenemos de aquellas tres fuentes inagotables de vida que son el sol, el agua y la tierra para minar de una vez cualquier idea de carencia. No solemos reparar en que el mundo social también permanentemente nos colma de ofrendas de todo tipo, la abundancia está en la experiencia de empaparse de la obra más lograda de pensadores y artistas que dan lo mejor de si, y de poder beneficiarnos de progresos científicos y tecnológicos de enormes beneficios para la humanidad.

Está claro que sentir la abundancia sólo en aquello que logramos, o poseemos individualmente, significa limitar a márgenes muy estrechos nuestra riqueza, y en última instancia lo que somos. Entonces, cuando pensamos en carencia no sólo nos mentimos, sino que estamos limitando la visión de las cosas, carecemos de objetividad y razón. Esto es el comienzo de una cadena de pensamientos equivocados e inútiles. Vale aclarar que reconocer la abundancia no es parte de un pensamiento positivo en el que nos debemos ejercitar para sentirnos mejor; aquí no existe la posibilidad de ver el vaso medio vacío, sino que se trata de un pensamiento realista, el pensar en términos de carencia es un pensamiento limitado, equivocado, y que produce daño.

La idea de que no hay suficiente para todos está en la base de algunos de los mayores males de nuestra sociedad, esta idea desencadena un problema de distribución que termina siendo el factor determinante de que la abundancia no llegue a todos. La idea de carencia es el origen pues de los eternos conflictos sociales, de la codicia, el recelo, la envidia, en todos los órdenes. Si no creemos que hay suficiente bien para todos, pensaremos que algunos son exitosos y bienaventurados, mientras que otros deben ser desdichados y perdedores. Se afirma esta ley de compensación por la cual para que uno gane otro tiene que perder.

Deberíamos pensar en la abundancia material como pensamos en aquellos bienes que son libres, como la risa, el amor o el cielo estrellado. El amor es un bien libre, del que cualquiera podría gozar y nunca se agotará con el uso. Sin embargo, y a pesar que sabemos que es el mayor bien, muchos no lo disfrutan. Entonces queda claro que la falta de amor no es un problema de escasez, sino que simplemente muchos creen que no está a su alcance. De la misma manera, todos somos beneficiarios de la prosperidad material que ha alcanzado la civilización, más allá de las diferencias, todos gozamos en alguna medida de la tecnología, de la providencia de la naturaleza y de las capacidades que compartimos por ser parte de esta maravillosa especie humana. Está en cada uno de nosotros elegir disfrutar de ello con todos los demás, o disputar la crema del pastel con otros miserables.

Cuando te sabes inmensamente rico por ser humano, entiendes que ya no queda nada más grande por conquistar para ti. No piensas pues que lo mejor está aún por llegar; pues no hay nada mejor a lo que puedas aspirar. La abundancia no es percibida sólo en aquello que te pertenece, en tus placeres, en tus posesiones, etc. sino, más bien, en la inmensamente mayor abundancia que compartes con todos los demás seres humanos; es sentirte beneficiario de la gran providencia de la naturaleza, de la cultura, del orden social y la tecnología. El sentido de integración, por su parte, se extiende más allá de cualquier grupo humano en particular, hacía todos los seres humanos descartando cualquier tipo de segregación o diferenciación creada. Lo mejor que eres y tienes lo compartes con todos ellos.

Esta concepción establece una radical diferencia en la expresión del ser en el plano social. Si somos individualistas nuestras acciones estarán dirigidas exclusivamente a complacernos a nosotros mismo, actuaremos desde la carencia y la necesidad, competiremos con los demás para obtener ventajas de todo tipo, material, amorosas, profesionales. Pero si somos concientes que en realidad estamos integrados con todos los demás miembros de la especie, y que somos beneficiarios de toda la herencia de la evolución que tiene la humanidad hasta nuestros días, no podremos actuar con indiferencia e irresponsabilidad, sino con infinita gratitud, siendo solidarios, cooperando con el prójimo para asegurar que este beneficio llegue a más y más personas.

Conocer la verdad es trascender ese Ego que nos tiene esclavos de una visión limitada del entorno y de lo que somos. Es fácil comprender que somos parte y beneficiarios de todo lo que nos rodea. Si así pensamos, no podríamos sino obrar con interés humano, siendo solidarios sin esperar algo a cambio. Lo que damos no es en absoluto un sacrificio, pues cualquier cosa que damos no puede ser más que un pequeño agradecimiento por todo lo que recibimos. Pensar en el propio beneficio desde este estado de conciencia es algo despreciable, sin sentido. La afirmación del ser humano en el plano social nos orienta pues a trascender nuestra individualidad en busca de una interacción colaborativa y socialmente significativa.

Conclusión del capítulo

Históricamente la identidad humana se ha vaciado de significado, todo el mundo reconoce pertenecer a esta especie, pero ¿qué valor tiene ser humano? Generalmente la identidad humana se pregona como una cuestión de derechos universales: todo ser humano tiene derecho a la vida…, pues ¡gracias! …al menos podemos considerarnos algo más que un animal de presa. Los derechos humanos se limitan a resguardar una justicia fundamentada en la igualdad de origen para todos los miembros de la especie, pero no nos dice mucho acerca del valor intrínseco del ser humano. Lo que traté de hacer en este capítulo fue recobrar los aspectos sustantivos de lo que significa ser humano, para que identificarse como tal no pueda ser ignorado o minusvalorado a favor de otras identidades comparativamente inferiores, además de falsas.

La identidad humana es una identidad de origen, por lo tanto, su afirmación no requiere de conquista alguna, es decir, se afirma en el ser, y no en el deber ser. Eso por sí mismo nos permite aceptarnos tal como somos, y nos quita el peso de la ansiedad y la tensión de llegar a ser alguien, generando dependencias externas. La identidad humana es sólida, vale decir, tiene sentido y valor en sí misma; ello hace que su afirmación refuerce sus propios atributos, expresándose como fuente, antes bien que como sumidero, en relación con el mundo y los demás seres. La identidad humana se afirma desde las propias cualidades humanas, lo que significa que cada plano del ser evoluciona hacía la máxima expresión de su autonomía: el amor, la automotivación, la creatividad y la sabiduría. Por último, la identidad humana es gregaria, se afirma en la integración y la abundancia del conjunto humano, y no a través de la prosperidad personal y las diferencias que se marcan en relación al resto de los hombres. Por lo tanto, la realización de los planos del ser se orienta al bien común trascendiendo la individualidad.

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