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Lenguaje, conocimiento y realidad en la antigüedad clásica



  1. El lenguaje como medio de acceso al conocimiento de la realidad
  2. Lenguaje y realidad según Platón
  3. El convencionalismo aristotélico
  4. Lenguaje y pensamiento según Aristóteles
  5. Nombre y predicado (ónoma y rhema)
  6. La teoría semiótica de los estoicos
  7. La objetividad de los lektá
  8. Las partes del discurso

1. El lenguaje como medio de acceso al conocimiento de la realidad

Las reflexiones filosóficas prearistotélicas sobre la naturaleza del lenguaje giran en torno a la siguiente cuestión: ¿es el lenguaje un medio válido o fiable para acceder al conocimiento de la realidad?

En un principio, este problema se concretó en el de la justeza o propiedad de los nombres, primero propios, luego comunes. La forma en que se abordó este problema antes de Platón y Aristóteles fue fijarse en su origen, en los motivos en que un supuesto o mítico onomaturgo (impositor de denominaciones) pudiera haber tenido para nombrar a las realidades, tanto individuales como generales.

De hecho, como una imitación de esta figura mitológica, los usos sociales griegos (indoeuropeos en general) incluían la imposición de nombres propios a los recién nacidos, en especial en las clases aristocráticas.

Tales nombres habían de ser 'descriptivos', es decir, debían mencionar alguna propiedad que permitiera reconocer a su portador, ya se tratara de una propiedad que el individuo poseyera o que se deseara adscribirle (y fuera reconocida como tal por la sociedad en general o por sus miembros relevantes). En cualquier caso, el nombre estaba motivado, esto es, había una relación causal entre propiedades del individuo y el nombre en cuestión, relación causal que podía ser concebida de modo diferente por los hombres y por los dioses.

Este es el marco en que hay que situar la principal polémica preplatónica sobre el lenguaje y la explicación del lugar central que en las reflexiones sobre el lenguaje ocupó la etimología. La confrontación entre las concepciones naturalista y convencionalista sobre el lenguaje y su relación con la realidad precisa ser entendida en este contexto epistemológico.

El naturalismo, en la medida en que afirma una conexión íntima y necesaria entre el lenguaje y la realidad, constituye una postura filosófica que considera epistemológicamente central el análisis del lenguaje. El lenguaje opera por mimesis de la realidad, reproduce su esencia en virtud de una conexión directa entre componentes lingüísticos y elementos ontológicos. Por ello, el análisis del origen y la estructura de las palabras (etimología en sentido amplio) constituye un método heurístico válido para alcanzar el conocimiento cierto de la realidad.

El convencionalismo, por contra, niega la conexión directa entre el lenguaje y la realidad. Los nombres nombran en virtud de convenciones (nomoi) constituidas en hábitos (ethoi) comunitarios. La cuestión de su corrección o rectitud se ha de remitir por tanto al problema de la legitimación de las convenciones sociales: no existe la lengua verdadera, la que expresa de un modo transparente la naturaleza y estructura de la realidad, sino que la pluralidad misma de lenguas es una prueba del carácter convencional del lenguaje humano, de la naturaleza heterogéneo de las sociedades y culturas humanas.

El convencionalismo lingüístico es una postura filosófica fundamentalmente crítica y negativa. Rechaza la necesidad del vínculo necesario entre el lenguaje y la realidad, y las consecuencias epistemológicas que se extraen de la creencia en tal vínculo: el carácter objetivo y unitario de la realidad y el lenguaje. En consecuencia, es una postura abierta al relativismo y al antirealismo, aunque su mantenimiento no está ligado necesariamente a tesis gnoseológicas subjetivistas, psicologistas o nominalistas.

2. Lenguaje y realidad según Platón

La obra clásica en la que se expone la contraposición entre naturalismo y convencionalismo es el Crátilo de Platón. En ella, las tesis convencionalistas están expuestas por Hermógenes y las naturalistas por Crátilo. En esta obra, Platón ofrece un resumen general de las teorías anteriores (arcaicas) sobre la naturaleza del lenguaje – más precisamente, de la denominación: los nombres han sido impuestos por alguien (divino o humano) que ha tenido conocimineto de las cosas. Por tanto, los nombres expresan ese conocimiento.

El conocimiento de las cosas no sólo incluye el conocimiento de las propiedades que poseen, sino también el conocimiento de su uso. Por tanto, quien da los nombres es una especie de artesano o tecnólogo, no propiamente un sabio o un científico.

En épocas posteriores a la platónica se identificó a Platón con las tesis naturalistas. Ello puede tener que ver con el hecho de que el personaje de Crátilo parezca ser tratado con mayor benevolencia por Sócrates que Hermógenes, pero una consideración cuidadosa de la conclusión del diálogo muestra que esto no es así: no existe un sentido especificable de 'propiedad' o 'rectitud' que se pueda aplicar a los nombres.

En el diálogo, Sócrates representa un punto de vista equidistante e igualmente crítico de las dos posturas, naturalista y convencionalista: mediante un recurso dialéctico habitual, consigue llevar esas posturas a versiones extremas, descalificando una y otra por sus radicales consecuencias.

Aunque no es particularmente explícito, el diálogo constituye habitualmente el punto de partida para reflexionar sobre el problema general de la conexión entre el lenguaje y el conocimiento tal como lo concebían los griegos y, en particular, para ahondar en la noción de convención, que tan fundamental papel desempeñó, no sólo en la teoría filosófica del lenguaje, sino también en la teoría ética y epistemológica de la filosofía prearistotélica. Y no sólo en el Crátilo, sino también en otros diálogos, como El sofista, Fedro o Filebo, se pueden encontrar indicios que apuntan a una consideración global de la naturaleza del lenguaje, de la relación entre lengua hablada y escrita y de su conexión con la realidad. En suma, un desplazamiento del problema originario de la naturaleza de los nombres a la naturaleza de la verdad, de la consideración de las relaciones entre el nombre y su portador a la concepción de la correspondencia entre el enunciado y el hecho.

Asimismo, es un logro importante del Crátilo independizar el análisis lingüístico de relaciones a las que estaba ligado antes de Platón, como a la música, y hacerlo autónomo respecto a usos concretos, como la poesía.

En el Crátilo se encuentra el primer esbozo de un análisis gramatical, como la separación entre el ónoma y el rhema, el nombra y lo que se dice de lo referido por el nombre. Este análisis elemental, posibilitado quizás por la alfabetización y las exigencias de la enseñanza de la lengua, fue el germen de la tradición gramatical de la clasificación de las partes del discurso, que perduró durante toda la edad clásica y extendió su influjo a lo largo de toda la historia del pensamiento lingüístico.

3. El convencionalismo aristotélico

En Aristóteles, la reflexión sobre el lenguaje adquiere un nuevo sentido. La polémica naturalismo/convencionalismo es obviada en favor de esta última concepción, pero sin renuncia a la consecución de un auténtico conocimiento.

El análisis lingüístico desempeña en las elucidaciones de Aristóteles una función heurística (libro quinto de la Metafísica) que permite formular de modo riguroso las preguntas sobre la naturaleza de la realidad. Sus observaciones no tienen pues un propósito sistemático, teórico, sino instrumental. Aristóteles no estaba interesado en la gramática, sino en el uso del lenguaje, en particular en el uso filosófico, el uso del lenguaje en la producción de conocimiento y en la discusión racional.

De ahí que sus observaciones teóricas, generales, sobre la naturaleza del lenguaje o sobre sus elementos componentes sean mucho menos numerosas que la ingente cantidad de análisis concretos, lógicos y retóricos, que pueblan el Organon.

Aristóteles es uno de los primeros autores que asigna al lenguaje una función criterial en la definición de la naturaleza humana, esto es, que lo considera como una característica que distingue a la especie humana frente a otras especies animales. Aunque reconoció que ciertas especies de animales son capaces de producir sonidos articulados, y transmitir mediante ellos información sobre sus estados anímicos o circunstancias del entorno, sólo la especie humana es plenamente competente en el uso del lenguaje como instrumento de comunicación. Sólo el hombre es capaz de asignar conscientemente significado al sonido articulado, haciendo para ello el uso de su inteligencia, convirtiéndolo en fonós semantiké.

El repertorio de sonidos vocales es el mismo para todos los seres humanos, pero difieren las formas en que éstos los organizan; ello explica la pluralidad de las lenguas. El uso de cualquiera de ellas está sometido o regido por la razón, y varía de acuerdo con los fines a que se puede aplicar ésta. Así, según Aristóteles, el uso del lenguaje puede ser práctico, artístico o teórico. Entre los usos prácticos del lenguaje cabe señalar el valorativo, cuando el hombre juzga las acciones propias, o las ajenas, como buenas, malas, justas o injustas.

En cambio, cuando el hombre investiga las causas de sus valoraciones, y las expresa mediante el lenguaje, está utilizando éste de una forma teórica, esto es, para expresar el conocimiento. Finalmente, el uso artístico consiste esencialmente en la recreación (imitación) de acontecimientos reales o imaginarios, expresados mediante un discurso ornamentado, dirigido a la producción de efectos retóricos en la audiencia.

4. Lenguaje y pensamiento según Aristóteles

La teoría del significado de Aristóteles establece una correspondencia entre los símbolos lingüísticos (las palabras), los contenidos mentales y las realidades experimentadas: Del mismo modo que no todos los hombres escriben del mismo modo, tampoco emiten los mismos sonidos lingüísticos, pero las experiencias mentales, que directamente simbolizan éstos, son idénticos para todos, y también las cosas de las cuales nuestras experiencias son imágenes (Peri Hermeneias, cap. 1, 16a, 37).

En esta definición se expresa ya la conciencia del lenguaje como un sistema simbólico global. Sistema simbólico que ejerce su función de una manera mediada, esto es, que no tiene una correspondencia directa con la realidad, sino indirecta, a través de los componentes mentales. Si no la primera, ésta es una de las primeras formulaciones de un triángulo semiótico explicitado en muy diferentes formas a lo largo de la historia.

La relación entre las imágenes, en cuanto contenidos de la experiencia, y los contenidos mentales es un problema epistemológico (tratado en Categorías, entre otros lugares). La relación entre estos últimos y los símbolos lingüísticos es un problema de teoría del lenguaje (tratado en Peri Hermeneias). Tanto los contenidos mentales como las realidades con las que están relacionadas son objetivos, para Aristóteles, esto es, independientes de la conciencia individual y de la capacidad lingüística.

Al establecer este marco teórico, Aristóteles liberó al pensamiento lingüístico del tradicional problema clásico sobre el carácter natural o convencional de la denominación, y del lenguaje en general. Las lenguas -en general, los símbolos- son variables, y carece de sentido afirmar que unas son más verdaderas o auténticas que otras. Lo que es universal, según Aristóteles, es tanto las 'experiencias mentales' como las realidades a que corresponden.

Ahora bien, el problema puramente lingüístico en la teoría de Aristóteles, el de la relación entre símbolos y contenidos mentales, fue solucionado por éste del siguiente modo: la relación es convencional, el vínculo entre nombre y aquello con lo que se relaciona no es establecido en virtud de similaridad o mímesis, sino de acuerdo: Por nombre entiendo un sonido que significa por convenciónLa cláusula «por convención» se introduce porque nada es por naturaleza un nombre o designador; sólo es tal cuando se convierte en símbolo (Peri Hermeneias, cap. 2, 16a, 1929).

El significado por tanto no es una propiedad natural de los conjuntos de símbolos, algo que el hablante encuentra cuando reflexiona sobre el lenguaje, sino una característica social que es necesario aprender (no aprehender) en el seno de una comunidad (la única excepción son los sonidos ligados naturalmente a la expresión de emociones).

5. Nombre y predicado (ónoma y rhema)

A Aristóteles le interesó rechazar la univocidad platónica en la relación lenguaje/realidad porque tal univocidad constituía un fundamento para el naturalismo. Por ello, insistió en muchas ocasiones en fenómenos semánticos como la sinonimia y la ambigüedad, indicando su necesidad, causada por la finitud del lenguaje y la infinitud de la realidad.

Distinguió en la oración dos partes fundamentales, significativas por sí mismas, el nombre y el verbo. Nombre (ónoma) en el sentido aristotélico es la categoría lingüística que adjuntada al verbo (rema, predicado) produce en una oración enunciativa lo verdadero o lo falso. Tiene una significación autónoma, es un símbolo completo. A diferencia del verbo, carece de flexión temporal, y su flexión de caso le hace perder su naturaleza nominal. El verbo, además de significar tiempo, tiene una característica definitoria: requiere un sujeto, siquiera implícito, de quien se predica algo.

En las oraciones, Aristóteles destacó aquéllas a las que pertenece la verdad o la falsedad: las oraciones indicativas o enunciativas. En el enunciado, lo importante es que se puede afirmar algo. Si se pronuncia sólo una parte del enunciado, como el nombre, se está haciendo algo significativo: llamar o apelar a lo referido por el nombre. Pero nada se dice acerca de ello y, por lo tanto, no cabe calificarlo de verdadero o falso. Sólo se habla con verdad (o falsedad) cuando se hace una aserción. La aserción es, en consecuencia, una entidad lingüística compleja, articulada, del mismo modo que lo es la estructura interna de la palabra.

En Aristóteles hay pues una primera formulación de una teoría de los símbolos incompletos o, si se prefiere, una teoría contextual del significado. Esa teoría, formal, asegura que existen ciertos símbolos que, tomados aisladamente, nada significan. Solamente adquieren un significado propio cuando se combinan con otros símbolos: ése es el caso del rema, del predicado, que por sí sólo no constituye una afirmación, sino que precisa de un sujeto del que predicar algo, esto es, de decir algo sobre él, verdadero o falso.

Sobre este tipo de oraciones, los enunciados, centró Aristóteles sus análisis lógicos, relegando a la retórica los demás tipos. Inauguró con ello una tradicional limitación lógica que se conservó hasta los tiempos modernos. Sólo los enunciados afirmativos o negativos tienen interés epistemológico, sólo en ellos se atribuye o no algo a algo, y sólo de ellos cabe afirmar la verdad o la falsedad.

Asimismo, Aristóteles distinguió entre dos clases de negación y, en consecuencia, dos clases de oposición entre oraciones: la oposición contradictoria se da entre un enunciado y su negación externa; la oposición contraria entre un enunciado y su negación interna. Estas tesis sobre la negación, junto con sus análisis lingüísticos de las expresiones de universalidad y particularidad conformaron su teoría lógica, que perduró durante siglos.

6. La teoría semiótica de los estoicos

Mucho menos reconocida que la teoría aristotélica, pero igualmente importante, es la teoría de los estoicos sobre el lenguaje. El principal problema para su valoración ha sido el de la poca calidad y extensión de las fuentes secundarias (principalmente Sexto Empírico y Diógenes Laercio).

Se sabe, no obstante, que, de las tres partes en que los estoicos dividían la filosofía, lógica, física y ética, esta teoría estaba concebida como parte de la lógica. En concreto, la lógica se dividía en retórica y dialéctica, y esta última incluía tanto el análisis lingüístico como el semántico/ontológico. Por tanto, la dialéctica era a su vez una parte de la filosofía, y no un instrumento de ésta, como sucedía en Aristóteles. Así pues, su función era la del examen del lenguaje en cuanto entidad compleja, estructurada u organizada, y en cuanto instrumento representador del mundo, esto es, en cuanto mecanismo cognitivo que permite al hombre relacionarse con la realidad.

Por tanto, su concepción de la disciplina era mucho más teórica que la aristotélica: en principio no se encontraba relacionada con el desarrollo de técnicas argumentativas u otras aplicaciones prácticas.

El objeto del análisis lingüístico era propiamente la expresión significativa, logos. Aparte del logos, los estoicos distinguieron la lexis y la phoné, como niveles distintos en el análisis lingüístico. La phoné era propiamente el sonido vocal, mientras que la lexis era el sonido articulado.

Había pues una relación jerárquica entre los tres niveles, que se incluían unos en otros. Todo logos era necesariamente lexis y phoné, pero no a la inversa. En el logos, su teoría distinguía diversas clases de categorías sintáctico/semánticas: 1) los nombres caracterizados por su capacidad de referir a entidades individuales; 2) los nombres comunes o apelativos, que designan clases de individuos, clases comunes; 3) los verbos, que indican 'propiedades'; 4) las conjunciones, definidas por características funcionales, y 5) los artículos, indicadores de las flexiones de género y número de los nombres y apelativos.

7. La objetividad de los lektá

Aun siendo su teoría gramatical de mayor complejidad y finura analítica que la aristotélica, la importancia de la teoría lingüística de los estoicos se basa sobre todo en su elucidación del hecho semiótico. La doctrina estoica sobre el signo es de una rara modernidad: comparable a las teorías modernas de G. Frege o R. Carnap.

En el signo, los estoicos distinguían un componente físico, el so nido o significante, el significado o lekton, y la porción de la realidad significada, la entidad denotada o referida, el objeto real. Los dos extremos de esta relación semiótica tienen realidad física, el sonido y la cosa significada, pero no así la entidad intermedia, el lektón.

Este, en cuanto realidad abstracta, no física, siempre fue objeto de debate en cuanto a su estatuto ontológico. Incluso entre los mismos estoicos, de una ontología consecuentemente materialista, corporeista, parece ser que los lektá eran concebidos como entidades subsistentes ligadas a representaciones racionales, lingüísticamente expresables y transmisibles. Dicho en otros términos, más modernos, se asemejarían a las ideas o proposiciones en cuanto entidades teóricas de la semántica. Esto es, entidades mediadoras entre la realidad y el lenguaje que estarían en, o se identificarían con, las formas cognitivas de representación de aquélla mediante éste.

8. Las partes del discurso

En realidad, los estoicos dividían los lektá en dos categorías, los completos y los incompletos. Los lektá incompletos lo son porque no están en relación directa con proposiciones articuladas, sino sólo con partes de éstas. Se dividen a su vez en sujetos y predicados. Tanto una como otra categoría son deficientes en el sentido de que no expresan por sí solas pensamientos completos. Sólo cuando se combinan el sujeto, que es una expresión de clase, y el predicado, que se inscribe en una de las cuatro categorías que reconocían los estoicos, es cuando se produce un lektón completo.

Dentro de los lektá completos, los estoicos distinguieron los expresados por las oraciones enunciativas, las ideas o proposiciones (axiomas, de acuerdo con su terminología), y los expresados por otro tipo de oraciones como preguntas, mandatos, juramentos, saludos, etc. Asignaron una importancia funda mental a las ideas o proposiciones, definiéndolas como lektá completos, asertóricos por sí mismos y reconociendo una de sus características funda mentales, la propiedad de ser verdaderas o falsas.

Por lo que respecta a su análisis de las ideas, los estoicos distinguieron con claridad entre las atómicas, indescomponibles en elementos de igual categoría ontológica, y las moleculares, susceptibles de análisis en términos de ideas simples, e identificables por la presencia de elementos conectores (síndesmoi), como las conjunciones. Finalmente, merece la pena resaltar las modalidades de referencia y de negación que supieron discriminar. Entre las modalidades referenciales, de las ideas, distinguieron entre ideas definidas, intermedias e indefinidas. Y entre las modalidades de la negación, la denegación, la privación y la negación propiamente dicha.

En general, se puede afirmar que los estoicos ofrecieron una teoría semiótica y lingüística perfectamente articulada y dotada de una unidad interna. Así como en Platón o en Aristóteles las afirmaciones lingüísticas se encuentran dispersas en sus obras en muy diferentes contextos, los estoicos forjaron por vez primera una disciplina coherente sobre los estudios lingüísticos y semánticos.

En conjunto, las afirmaciones de los estoicos sobre la naturaleza del signo y sus análisis lógico/lingüísticos constituyen un conjunto de tesis que revelan una profunda capacidad analítica y constituyen una realización intelectual de similar talla, si no superior, a las teorías platónica o aristotélica.

Su influjo histórico, no obstante, fue bastante menor al de la teoría de Aristóteles, que determinó en buena medida la naturaleza de los problemas que se plantearon los filósofos medievales que reflexionaron sobre el lenguaje, pero contribuyeron de forma decisiva a establecer el análisis lingüístico, la gramática, como una parte específica y autónoma respecto a la dialéctica y a la retórica.

Así, tanto la Gramática de Dionisio de Tracia como la de Donato, aunque representantes de diferentes orientaciones, se pueden considerar deudoras del magno edificio teórico de los estoicos. En la obra de éstos se halla pues el germen del desarrollo de las doctrinas gramaticales medievales y humanistas, desarrollo que culminará en la gramática racionalista de Port-Royal.

Se puede considerar que, al final de la época clásica, y en buena medida por la influencia de la teoría estoica, existían tres disciplinas bien establecidas, que van a constituir el trivium medieval: la gramática, en cuanto análisis del lenguaje en su materialidad articulada (phoné y lexis), la dialéctica, como disciplina centrada sobre todo en el logos, en el enunciado significativo, poseedor de los valores aléticos de verdad y falsedad, y finalmente la retórica, orientada hacia el uso del lenguaje, primordialmente en su dimensión argumentativa (forense, política…).

 

 

Autor:

Ing. Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"?

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"?

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