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La serpiente Uroboros, por Eric Rucker Eddison



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19

  1. Introducción
  2. Notas a la serpiente Uróboros
  3. Prólogo de Douglas E. Winter
  4. Introducción de Paul Edmund Thomas
  5. Inducción
  6. El castillo del señor Juss
  7. La lucha por Demonlandia
  8. El Foliot Rojo
  9. Conjuros en la torre de hierro
  10. El enviado del Rey Gorice
  11. Las garras de Brujolandia
  12. Huéspedes del rey en Carce
  13. La primera expedición a Duendelandia
  14. Las colinas de Salapanta
  15. Las fronteras del Moruna
  16. La fortaleza de Eshgrar Ogo
  17. El Koshtra Pivrarcha
  18. El Koshtra Belorn
  19. El lago de Ravary
  20. La Reina Prezmyra
  21. La Embajada de la señora Sriva
  22. El Rey hace volar su águila montesina
  23. La muerte de Gallandus a manos de Corsus
  24. El acantilado de Thremnir
  25. El Rey Corinius
  26. La entrevista ante Krothering
  27. Aurwath y Switchwater
  28. Comienza a cumplirse el sortilegio de Ishnain Nemartra
  29. Un rey en Krothering
  30. El señor Gro y la señora Mevrian
  31. La batalla de la ladera de Krothering
  32. La segunda expedición a Duendelandia
  33. El Zora Rach Nam Psarrion
  34. La Armada en Muelva
  35. Noticias de Melikaphkhaz
  36. Los demonios ante Carce
  37. El último fin de todos los señores de Brujolandia
  38. La Reina Sofonisba en Galing

Introducción

Erik Rucker Éddison (1892-1945) puede ser considerado como el último bastión de la fantasía tradicional y, a la vez, el eslabón antecedente de un género de nuestro siglo, cuyos temas giran en torno a la épica heroica y la aventura. Eddison crea un mundo imaginario, Mercurio, cuyas características muestran la implausibilidad de la ciencia, alrededor de la polémica entre la utopía literaria y el desarrollo real de la tecnología en el nuevo siglo. El espíritu del autor está inmerso en un pasado de referencias mitológicas, y lo bello y lo sublime son piedras angulares de una trama donde la vírtus gloriosa de los héroes -la batalla eterna simbolizada por Uróboros- intenta idealizar la miseria espiritual y la violencia inútil de la Gran Guerra. La obra del aristócrata inglés es una consecuencia del período entre las dos contiendas bélicas y, además, una defensa frente a una realidad alienada. Sus manifestaciones suponen la reconstrucción de un anhelo lejano, plagado de visiones oníricas que apuntalan los valores más profundos del ser humano. Ese interés por los sueños como elevada estética literaria le hace partícipe de la tradición de lord Dunsany, el soñador por antonomasia. Analizaremos brevemente algunos de los autores que se relacionan con la utopía estilística decimonónica, hasta llegar a la creación moderna del fantasy, cuya eclosión definitiva supone J. R. R. Tolkien. Paralelamente, hay que considerar el nacimiento de la ciencia ficción norteamericana, tan ilusionada por la modernidad ilimitada de la ciencia.

E. Bulwer Lytton pertenece a la misma generación de Mary Shelley y Edgar Allan Poe. El Frankenstein (1818) de la enunciada Shelley puede parecer un intento de señalar la idea prometeica moderna del conocimiento científico; sin embargo, mantiene los valores del alma romántica: el deseo por la consecución del saber oculto llega a encarar las fuerzas elementales de la naturaleza, temibles y monstruosas, pero es conducido finalmente hacia la debilidad y la culpa. Bulwer Lytton publica, dos años antes de su muerte, The Coming Race (1871), cuyo contenido sí nos acerca hacia la Edad de la Tecnología en una especie de puente alternativo entre los viejos valores y los nuevos. Estamos ante una novela que trata de reconciliar un hipotético estado social moderno gracias a la aportación de una especie de misticismo antiguo. Lytton es partícipe de una literatura que se enfrenta a la utopía socialista.

Los escritores victorianos poseían una clara fascinación por la prehistoria y las civilizaciones perdidas. H. Rider Haggard (1856-1925), heredero de esta tradición y maestro de la aventura exótica, señala en Ella (1887) que el conocimiento de la diosa-mujer podría ser interpretado por las leyes de la naturaleza, una vez arrancados los velos del deseo humano. Arthur Machen (1863-1947). en cambio, con su literatura de realismo ocultista, se sumerge en las raíces de la propia tierra originaria, atento a un pasado oscuramente victorioso y plagado de reminiscencias celtas.

A la hora de dar una visión determinada de la utopía literaria de índole científica, es necesario referirnos al gran esteta y artista inglés William Morris. Además de su influencia sobre la pintura, la ilustración y el arte en general de la época, fue también un visionario, imbuido por la pasión de un medievo ideal como revulsivo de un mundo deshumanizado por la Revolución Industrial. Varias de sus obras literarias muestran esta inquietud, como, por ejemplo: News from Nowhere (1890), un viaje subjetivo hacia una Edad Media imaginaria, o El bosque del fin del mundo, con elementos de la novela de caballerías y la pasión romántica. Otro autor, Edward Bellamy, en su Looking backward (1888), realiza un viaje en espíritu hacia el año 2000, en que la ciencia ha subsumido los sentimientos humanos, y cuya conclusión final supone el despertar a la vida diaria, una vez abandonada la pesadilla.

El verdadero antecedente de E. R. Eddison es lord Dunsany (1878-1957). Antes decíamos que Dunsany era el «soñador» por excelencia, creador de mitos, cuyas influencias nos llevan a las glorias normandas y célticas, y hacia los esplendores épicos y literarios de la Biblia, Herodoto y Las mil y una noches. El escritor irlandés pasó sus días entregado a la imaginación, gracias a una vida de aristócrata cultivado, al igual que Eddison, cuyos ejemplos creativos se muestran en algunas de sus mejores series de cuentos: Los dioses de Pegana (1905), El tiempo y los dioses (1906) y Cuentos de un soñador (1910).

Para centrar el tema en el autor que nos ocupa, E. R. Eddison, tenemos que hablar de una fantasía aristocrática de entreguerras, y de la búsqueda de ciertos ideales más cercanos a un pasado siempre ilimitado y maravilloso. Éste es el caso del escritor norteamericano James Blanch Cabell (1879-1958) y su novela Jurgen (1919). Si para Eddison lo heroico es un valor fundamental en su obra, para Cabell lo fantástico pasa por la instauración de un nuevo pragmatismo cínico, donde lo erótico es un elemento importante. Esta última consideración hizo que la obra anteriormente citada fuera retirada de la venta por la sociedad Americana para la Supresión del vicio, durante los años 1920 y 1921. En consecuencia, pasó de ser una narración elitista, influenciada por Dunsany, a convertirse en un best-seller popular de supuesta carga pornográfica. Otros escritores de esta época que mantienen esa superioridad estética militante, pero más cercanos a la ciencia ficción y a los últimos estertores de la utopía científica decimonónica, son los autores anglosajones David Lindsay (Un viaje a Arturo, 1920) y S. Fowler Wright (The Amphibians, 1924). También es necesario citar a H. G. Wells, el padre de la ciencia ficción anglosajona, que, con una de sus últimas obras, Hombres como dioses (1923), emula la ciencia como la única y verdadera esperanza para el hombre.

E. R. Eddison representa el emblema de la fantasía pura como género que irá enfrentándose a una ciencia ficción naciente y apegada a la modernidad. Pero la antorcha será finalmente recogida por J. R. R. Tolkien (1892-1973), que popularizará y dará importancia definitiva al género fantástico. Para ello, utilizará ciertos temas populares del cuento infantil y de los arquetipos épicos de nuestra cultura. Sin embargo, cuando proporciona el protagonismo de la aventura a los hobbits, unos seres cuya sencillez es manifiesta, hace que descendamos de los valores nobles y estéticamente elevados hacia otros más cercanos a nuestra vida diaria.

Para hablar de la estructuración de la fantasía como género actual, tres son los autores fundamentales: lord Dunsany, E. R. Eddison y J. R. R. Tolkien.

ALBERTO SANTOS CASTILLO

Abril de 1992

RECONOCIMIENTOS

La asociación de padres de alumnos de la Escuela Breck de Minneapolis me ha ayudado a sufragar mis tres viajes a Inglaterra y, sin su ayuda, yo no hubiera sido capaz de profundizar durante tanto tiempo en las notas, cartas, libros y manuscritos de E. R. Eddison. El personal de la Biblioteca Duke Humphrey, perteneciente a la Biblioteca Bodleian de la Universidad de Oxford, me recibía cada día con sonrisas y gestos de aprobación para ayudarme a manejar su colección de documentos relacionados con Eddison. La señora Anne Hamerton y el personal de la Biblioteca de la Taylor Institution, de Oxford, no sólo extrajeron de los depósitos, a petición mía, los libros del legado de Eddison al Trinity College, sino que también me facilitaron un lugar de trabajo cómodo para consultarlos. La biblioteca pública de Marlborough también me facilitó el acceso al fondo de libros legado por Eddison. La señora A. Heap y el personal de la sección de Historia Local de la Biblioteca Central de Leeds cargaron alegremente con las pesadas cajas que contenían los manuscritos de Eddison, y renunciaron a otras actividades para facilitar mis investigaciones. Doy gracias de todo corazón a todas esas personas de las instituciones citadas.

Mi agradecimiento a la Biblioteca Bodleian de la universidad de Oxford y a las bibliotecas municipales de Leeds por permitirme citar textos inéditos procedentes de sus fondos.

Mi agradecimiento a la Cambridge University Press por permitirme citar pasajes de la traducción de La saga de Egil realizada por E. R. Eddison. Mi agradecimiento a la University of Chicago Press por permitirme citar la traducción de la Ilíada por Richmond Lattimore. Y mi agradecimiento a la Oxford University Press por permitirme usar la primera y segunda ediciones de The Oxford English Dictionary para redactar muchas de mis notas explicativas.

Agradezco especialmente a Jeanne Cavelos, de Def, su entusiasmo constante por este proyecto y por mi propio papel en el mismo. Y agradezco, por encima de todos, a la hija de E. R. Eddison, señora Jean Gudrun Rucker Latham, y a su nieta, señora Anne Al-Shahi, su amistad y sus ánimos durante siete años, gracias a los cuales salió a la luz esta nueva edición.

P. E. THOMAS

Notas a la serpiente Uróboros

Nota sobre las notas: Uso dos abreviaturas en todas las notas: «ERE», por E. R. Eddison, y «LSU» por La serpiente Uróboros.

He citado las fuentes cuando ha sido necesario, pero debo reconocer aquí la aportación de obras consultadas repetidamente. En 1928, la Oxford University Press publicó en la Clarendon Press el diccionario en diez volúmenes Oxford English Dictionany; en 1933 se volvió a publicar en doce volúmenes, con el título de The New English Dictionary, y en 1988 se publicó la segunda versión, corregida y aumentada, del Oxford Enghsh Dictioniary. Estos volúmenes han sido mis compañeros constantes: casi todos los arcaísmos y palabras esotéricas se han explicado según las definiciones ofrecidas en la primera y segunda edición. Mis citas de Shakespeare siguen el método de «Números completos de líneas» adoptado por David Bevington en su tercera edición de las obras Completas de Shakespeare, publicada en 1951 por Scott, Foresman and Company en Glenview, Illinois. He tomado las citas de Webster de la edición John Webster Three Plays, al

cuidado de D. C. Gunby y publicada en 1972 en Harmondsworth, Middlesex, por Penguin Books.

He intentado indicar, cuando me ha sido posible, las fuentes que tienen influencia tangible sobre el texto. Lo que me ha movido a hacerlo ha sido poner de manifiesto, con mayor precisión que en la introducción, las muchas obras literarias que encantaron a Eddison lo suficiente como para provocar su imitación o sus préstamos de las mismas, y poner de manifiesto algunos de los pensamientos que le surcaron la mente mientras escribía este libro. La mayoría de las fuentes indicadas han sido literarias, pues yo soy lego en otras materias; por ejemplo, he dejado de lado por completo la astronomía, ciencia que Eddison estudió con algún detalle. Incluso en mis esfuerzos por arrojar luz sobre las fuentes literarias, he sido negligente, pues las lecturas de Eddison fueron más profundas y más amplias que lo que han sido las mías hasta la fecha, y sé que se me han escapado algunas alusiones a causa de mi falta de observación fruto de la ignorancia. Los lectores cuyas mentes estén más ricamente surtidas de poesía que la mía verán cosas para las que yo he sido ciego, y a ellos les pido paciencia durante la lectura de mis notas.

P. E. THOMAS

Prólogo de Douglas E. Winter

La serpiente Uróboros, que se come su propia cola…

Hace más de veinte años que leí por primera vez estas palabras. Me parecieron mágicas, una invocación de algo que estaba encerrado dentro de mí, muy hondo; de algo oscuro y peligroso, pero desesperadamente vivo. Todavía hoy me intrigan, me incitan, me desasosiegan; y yo se las presento con el encanto impaciente de un niño que quiere compartir un secreto especial. Tiene usted en sus manos la mejor novela de fantasía que se ha escrito jamás en lengua inglesa.

Eric Rucker Eddison (1882-1945) fue funcionario de la Cámara de Comercio británica, y también investigador de temas islandeses, apasionado de Homero y Safo, y montañero. Aunque todo parece indicar que se trataba de un caballero inglés correcto y con sombrero de hongo, Eddison era un soñador incurable que, en sus ratos perdidos a lo largo de treinta años, puso por escrito sus sueños. En 1922, muy poco antes de su cuadragésimo cumpleaños, se publicó La serpiente Uróboros en una corta tirada para bibliófilos. Esta edición fue seguida al poco tiempo por otras más amplias en Inglaterra y en América, y se formó cierta leyenda alrededor del libro. Éste era una joya oscura y carmesí de maravillas, compuesta a partes iguales de espectáculo y de fantasía, de intriga laberíntica, de violencia extravagante. Además, era la primera novela del señor Eddison.

Después de escribir una aventura que transcurría en la era de los vikingos, Styrbiorn el Fuerte (1926), y una traducción de la Saga de Egil (1930), Eddison dedicó el resto de su vida al género fantástico en una serie de novelas que transcurrían principalmente en Zimiamvia, el paraíso legendario de La serpiente Uróboros. Según Eddison, los libros de Zimiamvia «se escribieron hacia atrás»[1] y, por lo tanto, se publicaron siguiendo el orden cronológico inverso de los sucesos: Señora de señoras (1935), Cena de pescado en Memison (1941) y La puerta de Mezentia (1958). (Este último libro quedó inconcluso a la muerte de Eddison, pero sus notas eran tan completas que su hermano, Colin Eddison, y su amigo George R. Hamilton fueron capaces de completar el libro para su publicación.) Aunque los libros se consideran actualmente una trilogía, Eddison los escribió como serie abierta: se pueden leer y disfrutar por separado o en cualquier orden. Cada uno de ellos es una aventura metafísica, una complicada caja china con dobles fondos cuyos lances y peripecias ponen de manifiesto imágenes siempre envolventes de placer y de temor.

Las cuatro grandes fantasías de Eddison están relacionadas entre sí por el enigmático personaje Edward Lessingham -hidalgo rural, militar, hombre de estado, artista, escritor y amante, entre otras habilidades- y sus aventuras por el espacio y el tiempo dignas del barón Munchausen. Aunque, en La serpiente Uróboros, Lessingham desaparece al cabo de pocas páginas, es personaje central en los libros siguientes. «Dios sabe -nos dice- que he soñado y he velado y he vuelto a soñar hasta que no sé bien lo que es sueño y lo que es realidad.»[2] Uno de los placeres de leer a Eddison es que nosotros tampoco nunca estamos seguros. Quizá Lessingham sea un hombre de nuestro mundo; quizá sea un dios; quizá no sea más que un sueño…, o un sueño dentro de un sueño; y quizá, pero sólo quizá, sea todas esas cosas y más aún.

Eddison adoptó el género fantástico con extraordinaria plenitud; en su ficción no existe el imperativo lógico, la concesión a las relaciones de causa y efecto; tan sólo las verdades elegantes de la vocación superior del mito. Los personajes recorren las distancias y los decenios en un abrir y cerrar de ojos, los mundos cobran forma, engendran la vida, evolucionan durante miles de millones de años y son destruidos, todo ello durante una cena de pescado. Son sueños encarnados por mediación de un extraordinario soñador. «Había un hombre llamado Lessingham que vivía en una casa vieja y baja en Wasdale…» Así presenta La serpiente Uróboros a Lessingham y a su dama, Mary; es el primer atisbo de la aventura trágica que recorrerá las novelas de Zimiamvia. Lessingham se retira, solo, al misterioso salón del Loto, lugar de contemplación y de calma narcótica, para allí dormir, tal vez soñar. «El tiempo es», dice un pajarillo, y llega un carro reluciente, arrastrado por un hipogrifo, para llevar a Lessingham a Mercurio. Su destino no es el planeta más próximo al Sol, sino la pesadilla de nuestra propia Tierra soñada por un escandinavo medieval, «todo gris y frío, los colores cálidos calcinados», salvo uno: el carmesí de la sangre. Es un mundo torvo, habitado por demonios y brujos, duendes y trasgos, goblins y ghouls; todos ellos humanos, todos ellos en guerra. Los duelos a espada, los hechizos y las intrigas maquiavélicas están a la orden del día; las venganzas y las rencillas familiares, las traiciones y la efusión de sangre, son tan corrientes como la aurora.

Los héroes de esta aventura majestuosa son los demonios, gobernados y capitaneados por tres hermanos: los señores Juss y Spitfire y Goldry Bluszco, y por su primo Brándoch Dahá. Valientes en la guerra, corteses en su habla y en sus actitudes, son héroes en el sentido clásico del término; sobrehumanos, violentos, apasionadamente vivos, con el atractivo y el sino feroces de los ángeles caídos; si hay algo absolutamente seguro es que los que se hagan amigos suyos morirán. Los señores demonios son semidioses que luchan por una especie de nobleza salvaje, aspirando siempre a mantener un código de conducta sentimental y romántico que prefiere la palabra a las obras, la muerte a la deshonra. Sus pruebas son muchas, y están pintadas brillantemente con sangre.

Contra los señores demonios están en pie de guerra los brujos de Carcé, que producen una oscuridad «que no puede aclarar ninguna luz brillante de la mañana». Su rey es el astuto hechicero Gorice XII, un nigromántico «lleno de astucias y ardides». Diestro en la magia negra, está siempre escondido al acecho en su ciudadela, que se alza «como un dragón somnoliento, del antiguo cieno, bajo, siniestro y monstruoso». A su lado están sus adalides: el valiente Córund, el zafio Corsus, el insolente Corinius y «el compendio de iniquidades», el goblin renegado Gro -filósofo, maquinador y traidor por naturaleza-. No se podría encontrar una caterva de canallas más negra ni más vil; pero la pasión que siente Eddison por ellos es evidente e intensa.

La lucha entre los demonios y los brujos no es menos que épica; las batallas de esta Ilíada moderna se libran en la tierra, en el mar y en el aire, y nos llevan desde las profundidades del océano hasta las altas cumbres de los cielos. Entre sus mejores episodios se cuentan la «lucha por Demonlandia», en la que se enfrentan Goldry Bluszco y el rey de los brujos, y que hace arder todo un mundo; el asedio entre la niebla en Eshgrar Ogo; la dura ascensión al Kosthra Pivrarcha y la lucha allí contra la bestia manticora; la batalla sangrienta en la ladera de Krothering; el vuelo del hipogrifo al pico desolado de Zora Rach, y el juego de las últimas cartas en la oscura ciudadela de Carcé.

La prosa de Eddison es arcaica y frecuentemente oscura; retrocede intencionadamente a la literatura dramática de las épocas de Isabel I y Jacobo I. Así, sus personajes resultan elocuentes pero prolijos; no hablan de matar a un hombre, sino de «enviarlo de la sombra a la casa de la oscuridad». En sus mejores pasajes, Eddison alcanza una belleza poética sostenida; escuchemos, por ejemplo, la premonición inquietante del goblin Gro: «Durmiendo yo hacia la hora más oscura, vino a mi lecho un sueño de la noche, y me contempló con una mirada tan torva que se me erizaron los pelos de la cabeza y me asió un terror pálido. Y vi que el sueño derribaba el techo sobre mi cabeza, y el techo bostezaba al aire desnudo de la medianoche, que paría portentos ardientes, y una estrella con cola viajaba por la oscuridad inhóspita. Y vi que el techo y las paredes eran una mancha de sangre. Y el sueño chillaba como el búho chillón, gritando: "¡Te arrancan de las manos a Brujolandia, oh rey!"».

En otros pasajes, el lector se siente prácticamente abrumado de palabras. Las debilidades privadas de Eddison eran los palacios y las armas; las describe con una grandeza tan recargada, que se dedican páginas y páginas a sus adornos. El lector no se deberá desanimar por la densidad de estos pasajes; la prosa de Eddison es como los vinos: cuesta llegar a cogerle el gusto, y exige paciencia y perseverancia por parte del lector, pero vale la pena. Son libros que se deben saborear; se leen mejor en las largas horas oscuras de la noche, cuando el viento bate en las ventanas y las sombras empiezan a caminar; son libros no para un momento, sino para siempre.

Se ha comparado, inevitablemente, a La serpiente Uróboros con la trilogía posterior y más popular, El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien; tienen poco en común, aparte de su ambición narrativa y de su envergadura épica. (Eddison, igual que Tolkien, rechazó la idea de que estaba escribiendo algo más que un simple relato: «No es ni alegoría ni fábula, sino un relato que se debe leer por el gusto de leerlo». Pero, como advertirá sin duda el lector, no nos convence de ello ni mucho menos.)

Si tenemos que establecer comparaciones, yo indicaría las influencias evidentes de Eddison (Romero y las sagas islandesas) y al más discutido de los dramaturgos del período de Jacobo I, John Webster, castigado por subvertir la sociedad y la religión con sus obras llenas de violencia y de caos, salpicadas de sangre (y que citan con profusión los personajes de Eddison). Se puede apreciar la sombra de Eddison, a su vez, no sólo en los libros modernos de fantasía heroica, sino también en las obras de sus descendientes más directos, soñadores del género fantástico oscuro, como Stephen King (cuyas obras épicas Apocalipsis y La torre oscura se pueden leer como cantos a Eddison) y Clive Barker (en cuyo libro The Great and Secret Show llama «lad Ouroboros» a las fuerzas del caos).

A Eddison le hubiera parecido esta línea de sucesores, como la popularidad cíclica de sus libros, el orden más natural de hechos: el círculo que siempre gira, como la serpiente Uróboros, que se come su propia cola, símbolo de la eternidad, «cuyo final siempre está en el principio, y cuyo principio siempre está en el final por siempre jamás».

Tiene usted en sus manos una obra maestra.

DOUGLAS E. WINTER

Alexandria, Virginia

Septiembre de 1990

Introducción de Paul Edmund Thomas

Cuando entró en Inglaterra el año 1922, parecía un año poco propicio para la ficción fantástica sobre otros mundos. El gran autor prerrafaelista de fantasías William Morris había muerto bacía veinticinco años. Las novelas de ciencia ficción de H. G. Wells y los cuentos de hadas de Andrew Lang pertenecían a la generación anterior. C. S. Lewis escribía poesías narrativas sobre temas míticos, pero las islas flotantes y voluptuosas de Perelandra yacían en su imaginación futura, no soñadas todavía. J. R. R. Tolkien inventaba mitología y escribía prosa poética relatando su historia de los valar y los elfos, pero faltaban diez años para que leyese El hobbit a C. S. Lewis, y quince para que su imaginación forjara los anillos de poder. Mervyn Peake sólo tenía once años. H. Rider Haggard escribía aún, pero su estrella luminosa se iba apagando, y sólo le quedaban tres años de vida. Apenas los irlandeses lord Dunsany y James Stephens y el americano James Branch Cabell atraían la atención popular inglesa con ficciones imaginarias del tipo al que, en las dos últimas generaciones, se le ha impuesto la etiqueta ambigua de literatura fantástica.

En 1922, los escritores modernos dominaban el ambiente literario. El salón de Gertrude Stein florecía en París, y alguna vez charlaron en su cuarto de estar Ernest Hemingway y Ezra Pound. James Joyce encontró en París un editor para su Ulises, que ya había aparecido por entregas. D. H. Lawrence viajaba por Australia y escribía Canguro. Virginia Woolf terminaba El cuarto de Jacob, y T. S. Eliot talló y colocó una piedra angular de la era moderna cuando escribió Tierra baldía.

Casi todas las generaciones tienen escritores que miran atrás, que no siguen a sus contemporáneos en la búsqueda de nuevas formas literarias, sino que se inspiran en escritores más antiguos. E. R. Eddison es uno de ellos. La labor literaria de Eddison, a pesar de ser en algunos sentidos tan moderna como la de Eliot y Pound, pertenece al siglo XIX, a la estética de los prerrafaelistas, de Swinburne, William Morris, Andrew Lang y Walter Pater. Eddison escribió su novela primera y más larga cuando ya tenía bien cumplidos los treinta años. Es un libro lleno de cuatro décadas de vivencias, de lecturas, estudios e imaginaciones. Contiene un relato extrañamente arcaico y fantástico de aventuras heroicas en el planeta Mercurio. Tiene poco en común con la literatura modernista que dominó aquella década, pero un joven editor intrépido llamado Jonathan Cape advirtió que tenía genio, y lo publicó en 1922. Esta novela es La serpiente Uróboros.

1. La serpiente Uróboros: «todo es uno»

Se llama uróboros (?????????) a un antiguo símbolo griego que representa a una serpiente o dragón que devora su propia cola. Nadie conoce la antigüedad exacta del símbolo, pero sus primeras representaciones se encuentran en tratados de alquimia compuestos en Alejandría durante los siglos III y IV a. c.[3]. La alquimia, ciencia ahora obsoleta, se basaba en teorías casi opuestas a los principios de la química moderna. Los químicos han demostrado que la materia existe en más de cien formas elementales. Los alquimistas teorizaban que la materia tenía una forma perfecta compuesta de la unión en exacta proporción de cuatro elementos: la tierra, el agua, el aire y el fuego. Los alquimistas alejandrinos exploraban métodos para modificar las proporciones de los cuatro elementos en las sustancias, querían transmutar la materia desproporcionada en materia proporcionada o dorada[4]Los antiguos alquimistas solían utilizar la alegoría y el simbolismo en sus textos para describir los procesos técnicos. En sus tratados, el símbolo uróboros suele aparecer acompañado de la inscripción «Todo es Uno» (??????????)[5], y pretende simbolizar varias doctrinas importantes que querían demostrar los alquimistas: la unicidad última de la materia; la perfeccionabilidad de la materia imperfecta; el ciclo de la materia (nacimiento, crecimiento, descomposición, muerte y renacimiento), y el regreso circular de una sustancia impura a su fuente pura a través del proceso alquímico.[6]

«No puedo menos de recordar tales cosas

Que fueron tan preciosas para mí.»

Sería difícil encontrar un símbolo más adecuado que el uróboros para representar el funcionamiento de la imaginación de E. R. Eddison. Cuando Eddison creaba, su imaginación se apoyaba en recuerdos de influencias y experiencias que Habían entrado en su pensamiento activo de manera consciente o inconsciente. Recuerdos de relatos concebidos en la infancia, de colinas y prados que había recorrido en la región de los lagos y en los Peninos, de música orquestal que había oído en las salas de conciertos de Londres y de obras de arte que había visto en los museos de Londres, y, lo más importante de todo, de libros que había disfrutado y estudiado durante treinta años: la imaginación creadora de Eddison podía sustentar recuerdos de muchas cosas en cualquier momento dado. Así, el uróboros puede simbolizar el constante retorno de pensamientos antiguos a la imaginación de Eddison. Este esquema de pensamiento tiene la forma circular del uróboros, ya que abandona el tiempo presente, vuelve al pasado y regresa al presente con recuerdos. El círculo no tiene fisuras, como el dragón que se muerde la cola: el pensamiento actual de Eddison unifica los recuerdos independientes que entran en su imaginación. Y como el dragón que se destruye a sí mismo pero sigue vivo, este proceso circular de recuerdo e imaginación resucita y revivifica el tiempo muerto y digerido de los pensamientos y experiencias pasados.

El proceso alquímico mismo nos sirve de metáfora del método creador de Eddison. Los recuerdos de lecturas y de otras experiencias que mantenía Eddison en su pensamiento consciente eran fundidos y hechos maleables, como los metales «bajos», por la imaginación de Eddison, de manera que encajasen en su prosa. Dado que combinaba varias influencias literarias de maneras nuevas y no intentadas antes, reformó verdaderamente las proporciones de los elementos en dichas influencias y creó materia nueva a partir de ellos. Y, cuando la imaginación alquímica de Eddison funciona a la perfección, no produce sólo materia pura,

sino oro.

Una parte de la gran fuerza de Eddison como escritor radica en este método creador alquímico de combinar materiales literarios eclécticos. Si el lector conoce las fuentes de Eddison, sus ojos y oí dos mentales verán sombras y oirán ecos de estas influencias al ir leyendo, pero sonreirá al darse cuenta de que, al advertir esas cosas, sólo está percibiendo las partes de un todo que, en su integridad, no es imitación, sino creación. Por ejemplo, uno de los personajes de Eddison puede tener las intenciones y actitudes de Aquileo, puede hablar como Macbeth, puede escribir como William Caxton, puede vestir como Enrique de Navarra y puede llevar armas como las de Lanzarote del Lago, pero no será una simple combinación de estos personajes, sino un personaje nuevo. Dado que en La serpiente Uróboros se utilizan fuentes de tipos tan variados, se resiste a la clasificación dentro de un género. Esta novela es en parte épica, en parte romance, en parte cuento de aventuras, en parte mito, en parte cuento de hadas y en parte fantasía.

La mejor manera de describir el carácter de esta novela ecléctica es compararla con las principales fuentes literarias que la inspiraron. Por supuesto, una gran parte de este libro surgió únicamente de la imaginación de Eddison y fue creciendo y desarrollándose durante treinta años. Pero también una gran parte procede de otras fuentes, como aseguró Eddison a Keith Henderson, su cuñado y el primer ilustrador de sus libros. «La Serpiente… tiene influencias a cada paso, conscientes o inconscientes, de todos los escritores cuya obra he estimado.»[7] Por supuesto, no nos resulta posible estudiar aquí todas las influencias experimentadas durante cuatro decenios; por ello, si bien he documentado, en las notas al final del libro, muchas de las influencias menores, me centraré aquí en varias de las influencias más poderosas, aparte de la propia imaginación de Eddison: las sagas[8]islandesas, la Ilíada de Homero y la literatura dramática de la época de Isabel I.

2. Los orígenes del relato: «El niño es padre del hombre»

«¡Oh, ten algún otro nombre!»

«¡Qué maravilloso talento tiene usted para la invención de nombres!», escribió H. Rider Haggard a Eddison cuando éste le envió un ejemplar del Uróboros[9]Haggard escribió estas palabras de alabanza cuando acababa de empezar a leer el libro, y quizá escribía con amabilidad por falta de conocimiento; o, si no fue así, puede que sea el único admirador de Eddison al que le han gustado los nombres inventados por éste. El gran problema de la mayoría de los nombres de Eddison es que dificultan nuestra fe en su Mercurio imaginado: cuando leemos una novela en la que el autor crea un mundo nuevo, diferente del que nos es familiar; mientras leemos, creemos en los sucesos y en los personajes, en los lugares y en los nombres, porque son consistentes con ese mundo creado y parecen apropiados para

el mismo. Si el autor introduce algún elemento no consistente con los demás aspectos de ese mundo, reaccionamos con incredulidad en el mismo[10]Por desgracia, muchos lectores han reaccionado con incredulidad molesta a los nombres que dio Eddison a las razas que habitan en Mercurio: demonios, brujos, duendes, trasgos, goblins y ghouls[11]Debido a sus significados en nuestro mundo familiar, ningún lector del Uróboros es capaz de aceptarlos fácilmente cuando Eddison los utiliza para nombrar a las razas guerreras magníficas, valientes y poderosas de su mundo inventado; para el lector moderno, la palabra witch (brujo, -a) tiene connotaciones de personaje femenino relacionado con la noche de difuntos y con Macbeth; y los términos duende, trasgo y goblin representan a las criaturas diminutas, traviesas, ágiles y sobrenaturales de cuentos de hadas como El sueño de una noche de verano. Es paradójico que algunos de los nombres sin sentido pero llenos de lirismo, como «Gaslark» o «Tivarandardale» tengan un sonido hermoso y resulten aceptados con facilidad por la mayoría de los lectores.

Parece que Eddison carecía de sistema etimológico para crear nombres y que inventaba la mayoría de ellos en el sentido más caprichoso de la palabra; pues ¿quién sería capaz de encontrar relaciones etimológicas a nombres como Fax Fay Faz, La Fireez, Gro, el Foliot Rojo y Spitfire? Como cabía esperar, al filólogo J. R. R. Tolkien, cuya creación de nombres elfos es el corazón de su mitología en El Silmarillion y se basa en esquemas lingüísticos sistemáticos, no le gustaron los nombres de Eddison: «Su nomenclatura me pareció torpe y muchas veces inadecuada. A pesar de todo lo cual, sigo considerándolo el más grande y más convincente autor de "mundos inventados" que yo haya leído»[12].

¿Por qué lo hacía? ¿Por qué utilizaba Eddison, en algunos pasajes, nombres de extraño encanto y, en otros, nombres tontos e inadecuados cuyas asociaciones semánticas estropean su obra? La respuesta directa es que muchos de los personajes, episodios y parajes del Uróboros nacieron en la infancia de Eddison y, a pesar de que escribió la novela en los últimos años de la treintena, conservó en ella los nombres que había inventado de niño. Es lo que hizo, pero sus motivos para hacerlo se resisten al análisis sencillo. Quizá quería conservar o permanecer fiel a los recuerdos de su imaginación infantil. Quizá no fuera capaz de separar los nombres infantiles de los personajes de su mente adulta. Los motivos de Eddison tienen raíces demasiado profundas para ser extraídas e inspeccionadas aquí, y sería poco pertinente llegar a conclusiones fáciles. En cualquier caso, puedo afirmar con seguridad que esos nombres, por molestos que nos resulten a usted y a mí, mantuvieron en la imaginación de Eddison el valor suficiente para que los utilizara treinta años después.

«Ya entonces estabas escribiendo la Serpiente.»

Arthur Ransome, el hombre que se hizo famoso cuando presenció la Revolución rusa y publicó sus crónicas de la misma en el Daily News de Londres y que aumentó su fama al escribir la serie de libros infantiles Golondrinas y amazonas, fue amigo de Eddison durante toda su vida. Ransome estaba con Eddison cuando éste inventó por primera vez muchos de los nombres y de los personajes, y Ransome pudo contribuir a esta creación. Escribió a Eddison en 1922 y dijo que la lectura del Uróboros transcurría «entre recuerdos sueltos de viejos cuadernos de ejercicios y de diseños teatrales realizados en los anchos alféizares del cuarto de jugar de St. Helens… Ya entonces estabas escribiendo la serpiente»[13]. Ransome repitió estos pensamientos en su autobiografía:

El lenguaje, los topónimos y los nombres de los protagonistas fueron para mí un eco de los días lejanos cuando Ric y yo dirigíamos obras de teatro en un teatrillo de juguete, con actores de cartulina que llevaban esos mismos nombres y que hablaban con esa misma retórica. Gorice, Lord Goldry Bluszco, Corinius, Brándoch Dahá: me parecieron viejos amigos cuando los conocí casi cuarenta años después[14]

El pequeño «Ric» y Arthur compartían los profesores particulares, y pasaron muchos días aprendiendo y jugando juntos en St. Helens, la casa del padre de Eddison, Octavius, en el pueblo de Adel, que ahora es un barrio de las afueras de Leeds. Las horas que dedicaron a crear representaciones de teatrillo de títeres con retórica elocuente prepararon quizá el temperamento de Eddison para apreciar la literatura dramática del período isabelino. En cualquier caso, existía una relación entre las obras de teatro que producían Ric y Arthur y los dibujos de los «cuadernos de ejercicios».

«Es mejor para invierno un cuento triste.

Yo sé uno de espíritus y trasgos.»

Sólo se ha conservado uno de los «cuadernos de ejercicios», archivado en la colección de papeles de Eddison de la Biblioteca Bodleian con el título The Book of Drawings (Libro de dibujos). El Libro de dibujos, que lleva escrita en grandes cifras a lápiz la fecha «1892» en la parte interior de la cubierta, contiene cincuenta y nueve dibujos a lápiz, muchos de ellos con textos, por suerte para el observador, que describen la escena e identifican a los personajes. En estos textos aparecen los nombres siguientes que luego formarían parte del Uróboros: Juss, Spitfire, Goldry Blusoe, Brándoch Dahá, Vizz, Voll, Zigg, Gaslark, La Fireez, Gro, Córund, Gorice, Gallandus, Corsus, Fax Fay Faz, Demonio, Brujo, Duende, Trasgo, Demonlandia, Trasgolandia y Goblinlandia.

Cuatro de los cincuenta y nueve dibujos representan escenas tan cercanas al argumento de la novela que demuestran sin lugar a dudas que Eddison empezó a crear el relato cuando tenía alrededor de diez años. El primero de ellos, con el título «Asesinato de Gallandus por Corsus», representa el suceso central del capítulo XVIII y muestra a Corsus, con una daga en una mano y una linterna en la otra, acechando a Gallandus, que duerme, como Macbeth cuando se aproxima silenciosamente a Duncan. El segundo dibujo lleva el título: «El señor Goldry Blusoe arrojando a Gorice I de Brujolandia en el combate por Demonlandia», y representa el momento decisivo del capítulo II, cuando Goldry lanza al rey por encima de su cabeza. También es de notar que en este dibujo aparece el primero de varios personajes llamados Gorice, y por lo tanto sugiere la dinastía de reyes que reinan sobre Brujolandia: hay dibujos de Gorice I, II, VI, y cuatro dibujos de Gorice IV, entre ellos dos representaciones de su muerte. El tercer dibujo, con el título «El señor Juss y el señor Brándoch Dahá, presos por Gorice IV y atormentados por un banquete que se coloca fuera de su alcance», muestra a Juss y a Brándoch Dahá en exactamente la misma situación que describió Eddison treinta años después, en el capítulo VII. El último dibujo, muy hermoso y rico en detalles, se titula: «El señor Brándoch Dahá desafía al señor Córund», y representa una escena del capítulo XI. Aunque es posible que en 1892 Eddison no hubiera pensado escribir una novela, y aunque en aquella época los cuatro dibujos citados no le parecieran los más importantes de todos, sus relaciones inequívocas con la novela hacen innecesario que insistamos en su importancia.

Incluso los dibujos que no representan escenas de la novela tienen muchos paralelismos con los aspectos de los personajes. Las diversas posturas de acción, muchas veces violentas, recuerdan las escenas de batallas del libro. Además, los rasgos faciales de las figuras también se parecen a los de los protagonistas de la novela. Eddison dibujaba los rostros de perfil, y todos ellos tienen ojos grandes, cejas feroces, una nariz grande, puntiaguda o ganchuda, cabello ondulado y revuelto, y bigote o barba o ambas cosas. Es de notar que todas las cabezas tienen también cuernos, rodeados de plumas ornamentales, como los de los heroicos demonios de la novela. Además, las figuras belicosas y armadas de los dibujos están adornadas de los ropajes espléndidos que llevan los aristócratas de la novela: calzas, golas, jubones, túnicas y capas.

Muchos de los textos que acompañan a los dibujos tienen importancia porque muestran la capacidad verbal del joven Eddison, la retórica elocuente de que habla Ransome. Algunos de los mejores textos son los que acompañan a dibujos del señor Goldry «Blusoe»:

Apareció una tropa de jinetes y, de pronto, Goldry surgió de entre ellos y, seguido de sus soldados, saltó al patíbulo y, atravesando de parte a parte al verdugo y derribando a uno de sus soldados que estaba al lado, salvó al señor Gro de una muerte terrible.

Goldry se lanzó adelante, con las plumas mustias y la cara llena de polvo y de sangre, y golpeó al campeón de boxeo elfo en plena cara, y le hizo derramar sangre por todas partes, y el campeón de boxeo elfo cayó, magullado y sangrando en el polvo.

Pero, antes de que pudiera descender la espada, Goldry bajó apresuradamente la colina abrupta, como un tornado, espada en mano.

La espada se rompió en un álamo, pero él siguió corriendo, y de un puñetazo dejó tendido sin vida al Elfo Rojo.

Gramaticalmente, estos textos son notables por sus cláusulas y oraciones subordinadas. No sólo muestran la capacidad del joven Eddison de redactar prosa complicada, también muestran su preferencia por las oraciones complicadas. Estilísticamente, los textos muestran la habilidad de Eddison con el lenguaje vívido y vigoroso, pues cada uno de ellos relata acciones rápidas y violentas, acompañadas de imágenes detalladas. Verbalmente, los textos nos muestran a un niño que ya ha empezado a leer activamente, pues el léxico que utiliza es literario y sofisticado.

Hojear el Libro de dibujos es como contemplar una colección de diapositivas de la imaginación infantil de Eddison. Se ven algunos personajes representados varias veces, y se atisban muchos sucesos diferentes. Cada dibujo registra, como una instantánea, un momento de un episodio más largo, y la gran cantidad de escenas diferentes nos da a entender que si bien Eddison tenía un grupo central de personajes, inventaba muchos relatos acerca de ellos. Considerados en conjunto, los cincuenta y nueve dibujos son la huella de una enérgica capacidad para el relato que se desarrollaba rápida y fructíferamente en el joven Ric. Las obras de teatro y relatos que inventó abundantemente permanecieron en la imaginación de Eddison durante más de treinta años, y algunos de ellos llegaron a las páginas del Uróboros.

3. Las sagas islandesas: «la lucha feroz entre la condenación y el barro cargado de pasiones»

«Mi primera locura por las sagas.»

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19

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